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Detractores y simpatizantes
Al siguiente domingo, el chico decidió acompañar a sus padres a la soberbia catedral, pero no quiso entrar; prefirió sentarse en una de las bancas de la plazuela de enfrente, al cobijo de los frondosos árboles; se puso a observar a la gente.
Los fines de semana llegan muchos visitantes, del Distrito Federal, en su mayoría. Taxco de Alarcón es una ciudad que vive principalmente del turismo, sobre todo, atrae a compradores de plata de todo el país; hay tiendas muy glamorosas que atienden a una clientela muy potencial, invitándoles a pasar a salas aparte ofreciéndoles café o algún tequila o whisky. Por ser domingo, la iglesia se abarrotó, y casi siempre hay feligreses parados afuera del portón.
Emulando al poeta Juan Ruíz de Alarcón, nacido en este pequeño rincón mágico, quien pensaba que este mundo está lleno de engaños; donde reinan las fachadas, ante la virtud y la verdad. Autor de varias comedias, entre ellas El Anticristo. El muchacho cavilaba con cierta nostalgia: ¿“Con esta actitud pensarán que se van a ir al cielo? Pues si ya estamos, pero parece que nos hemos perdido”.
Transcurrió una hora, los fieles ya se retiran de la iglesia. El joven Arturo continuó con sus ponderaciones: “han cumplido con su sagrada obligación, si no ¿se van al infierno? Ahora tocan la campana para la siguiente función –continuó con sus observaciones– quinientos años de sumisión y todavía les tienen que llamar con el cencerro ¿no se han aprendido el horario de misas? Ya sé lo que me respondería mi padre: es una costumbre. ¿No se dan cuenta que está escondida una obligación subliminalmente impuesta? Las creencias tienen un sistema para no perderse en el olvido. La gente es muy olvidadiza y es por eso que la obligan desde el nacimiento, con el bautismo, hasta la muerte, con la misa de los difuntos; pasando por cada día. Cotidianamente hay un santito que festejar; todos los domingos es obligatorio, ‘obligatorio’ entre comillas, porque ya existe la libertad de no ir, pero queda en la conciencia: ‘hoy no fui a misa, ya iré la próxima semana’ y pueden pasar años, hasta que se les presenta alguna desgracia o una tragedia y ahí están de nuevo, rogando perdón a Dios, por sus… ¿‘pecados’? No existen los pecados, en tal caso son errores y éstos lo son, si no se modifican los patrones que lo llevaron a cometerlos. Pero ahí está el ‘pero’, por tener presente las fantasías divinas, no los notan. Prefieren acudir a la iglesia a suplicar misericordia a Dios en lugar de corregir el problema o de pedir una disculpa al ofendido”.
Las torres gemelas del templo, de estilo churrigueresco, y que en algún tiempo fueron la construcción más elevada de toda Latinoamérica, formaban el marco de sus reflexiones.
Se sentó un hombre de cierta edad en la misma banca que el joven. Le cubría el rostro una barba jaspeada: entre blanco, negro y gris, bien delineada. Su cabello largo, pero peinado con cierta dejadez; más alto del común denominador de la gente. Cruzó la pierna, desenvolvió un periódico y comenzó a leer. Mientras Arturo seguía ensimismado con sus escenas de la vida, pasó una pareja de indigentes, que con seis chamacos se dirigían al templo; se notaba su precaria condición económica. El joven los miraba con detenimiento.
Su compañero de banca alzó la vista en ese instante y exclamó balbuceando respecto a la familia:
—Ahí van a rezar y pedir que este Dios imaginario, o la virgencita o el santo patrón les resuelva su situación económica.
Lo dijo, comentándolo hacia el joven, como si ya fueran conocidos.
—Sí, no sé por qué los pobres tienen tantos hijos –le respondió el muchacho comprendiendo inmediatamente a qué se refería.
—Sí lo sabemos, su incultura les dice que tengan los hijos “que Dios les mande”. Pobres, no saben que mientras más hijos, más pobreza tendrán, menos oportunidades de darles educación, de proporcionarles atención, de proveerles sus necesidades y hasta de darles el cariño que necesita cada individuo. Pero es así como se reproducen la mayoría de los creyentes. La gente con otro tipo de educación tiene menos hijos, pero también se ve arrastrada en estas creencias religiosas por las mayorías; mayorías ignorantes.
—Pobres, pero con mucha fe –completó la frase el chavo.
—Ignorancia, pobreza y fe están muy vinculadas.
—Sí ¿verdad? Quinientos años de imitar errores, de generación en generación.
—¡Vaya! Hasta que encuentro a alguien que piensa distinto. Me pareces un joven inteligente. Aunque no llevamos quinientos años de sumisión, llevamos miles, inventando dioses. Me supongo que no eres adepto a alguna creencia.
—Así es, señor –respondió con una sonrisa satisfactoria.
—¡Claro! No sería posible que alguien con algunas neuronas en su lugar crea en cuentos divinos. ¿Cómo te llamas? –lo dijo al momento que extendía la mano al chico.
—Arturo Paredes. Señor.
—Mucho gusto. Alan Artilleri. ¿Vives aquí?
—Sí señor, de aquí soy. ¿Usted?
—Soy ciudadano Universal, aunque nací en el ‘defectuoso’.
—¿Defectuoso?
—Sí –respondió sonriendo y agregó–, del Distrito Federal, del D.F.
El muchacho rió de buena gana y le dijo:
—Chilango tenía que ser.
—No amiguito, soy capitalino, los chilangos son los de baja educación y tienen un son sonetito al hablar que los caracteriza.
—Uy, qué arrogancia, ¿pues no que ‘muy’ ciudadano Universal? –lo dijo con su peculiar ironía.
—Me caes bien muchacho –le contestó, dándole unas palmadas en la espalda.
—Usted también me agrada. Es de los míos. De los muy pocos.
—¿Ah sí? ¿No tienes muchos amigos verdad?
—No, ni uno que considere un real amigo; tengo compañeros de clase y conocidos. La mayoría tiene preferencias que no comparto.
—Es evidente, no pertenecemos a las mayorías. Yo tampoco tengo muchas amistades, pero con quienes tengo empatía, nos tratamos como hermanos.
—Más vale pocos, pero bien escogidos ¿no?
—Desde luego. ¿Estudias?
—Terminé prepa; voy a estudiar la universidad el próximo ciclo.
—Estás adelantado, ¿por qué? ¿Eres sobresaliente?
—Eso dicen, aunque a mi parecer, sólo soy normal y los demás retrógradas.
—No debemos subestimar a los ‘otros’, ya que tienen habilidades que nosotros no podemos igualar.
—Tiene razón, mucha razón.
—Es bueno que lo entiendas, porque no debes ser una persona pretensiosa. Los vanidosos no agradan a nadie. Este mundo es hermoso por su diversidad. Por ejemplo, el campesino vive en comunión con la Naturaleza y es un trabajador muy habilidoso y solitario, con una gran fortaleza física; lo mismo que un albañil o cualquier otro que desempeña una labor humilde. El hecho que los intelectuales o los que ostentan el poder, les desprecien su esfuerzo y abusen de ellos, no implica que nosotros también lo tengamos que hacer ¿verdad? Debemos respetarlos, y si ellos nos aceptan y solicitan nuestro consejo, dárselos sin hacernos los sabihondos o cobrar por ello. No tengo muchos amigos hermanos, pero sí tengo mucha gente que aprecio y, en reciprocidad, me demuestran su afecto sincero. Pero nunca trato de pedir favores a nadie, siempre busqué mi independencia en todo sentido. Con tus respuestas me has demostrado ser un chico de gran corazón, honesto y hasta tienes humildad, pero es una frágil humildad, porque también eres vanidosillo. Éste es el tiempo de corregir esa pequeña falla antes de que destruya tu hermosa virtud de la humildad.
—Gracias maestro. Perdón, señor Alan. Es que estoy acostumbrado a hablar con maestros.
—Te entiendo, no te preocupes.
—¿Usted es maestro?
—Sí y no. Sí, porque en el caso de ahora mismo, te instruyo y me gusta hacerlo con cada persona que se me cruza en el camino; y no, porque no tengo el título, no busco el reconocimiento ni me dedico a eso, sólo es uno de mis pasatiempos.
—Entonces, tomaré su pasatiempo, que es el tiempo donde estamos parados aquí, y lo llamaré maestro.
—No me molesta.
—Entonces, si aceptamos la diversidad como algo favorable, ¿por qué usted y yo no podemos tener…
—Empatía con otras personas.
—Sí, se dice ¿Empatía?
—Sí, como tú y yo, tenemos similitudes en algunos conceptos; no creo en todos, por la diferencia de edades y la heterogeneidad del entorno que crecimos, pero nos entendemos en estos principios.
¿Qué música te gusta?
—A mí me gusta la clásica: Beethoven, Schubert, Bach, Debussy, Mozart, muchos. ¿Le gustan a usted?
—Me da la impresión que eres un ratón de biblioteca.
—¿Sí verdad? Soy un marciano, así me siento.
—¿Te gusta sólo la clásica?
—También new age: Vangelis, Enigma, Buddha Bar; música lounge, Café del Mar. ¿A usted?
—Me gusta lo mismo, pero también las ‘viejitas’: blues, rocanrol, BB King, John Lee Hooker, los Rolling Stones, Doors, Eric Clapton. ¿Los conoces?
—No sé, puede que algunos, mi papá también escucha algunos de esos. ¿Le gusta el futbol?
El señor Artilleri se tomó la barbilla y contestó:
—No, la verdad, no. Me parece aburrido eso de andar pateando una pelotita de un lado a otro.
El muchacho le dio los cinco y exclamó entusiasta.
—A mí tampoco, ni siquiera ver televisión. Excepto el canal de NatGeo Wild. Amo la vida salvaje y los animales.
—Algunos de Discovery y de la BBC, son interesantes también. Bueno chico. Me voy, ya salió mi familia de ‘purificarse’.
Ambos rieron animosamente.
—También la mía ya se ‘purificó’.
El puberto tenía la intención de pedirle su teléfono para entablar una amistad. Lo consideró un buen candidato para amigo, pero no estaba en su conducta hacerlo. Le dio la mano y el hombre sacó una tarjeta, la extendió y le dijo:
—Si algún día vas por el D.F. llámame y nos tomamos un café. No importará si llevas a alguna novia.
“Otro”, pensó el joven recordando las insistencias de su madre.
El señor Artilleri le notó una ligera mueca y le remató con una sugerencia:
—Y si tiene una hermana, mejor.
Se despidieron con alegres carcajadas.