Читать книгу El Jardín que no supimos cultivar - Javier Hernan Rivera Novoa - Страница 8
CAPITULO II VIBRANDO CON LA NATURALEZA
ОглавлениеCorría como loca para llegar a tiempo, trepaba la montaña con rapidez, adelantándose a sus compañeros. Algunos la miraban avanzar agitada, en el momento que pasaba a toda prisa por su lado, sin guardar el orden; luego, comentaban algo entre ellos, sonriendo. Sabían perfectamente su apuro, entendían que esta vez la operación había demorado más de la cuenta y no llegaría a tiempo. Al parecer, el sol estaba más apurado que ella y decidió ocultarse hasta la mañana siguiente.
Cuando Estela llegó al campamento, ya había oscurecido; sin embargo, y a pesar que el astro había decidido no esperarla, ella acudió a la cita. Estaba segura que Pablo no le iba a fallar. Cruzó corriendo el área destinada a la formación y entró a la humilde casa invadida, alcanzó el segundo piso. Desde el patio, le pareció extraño no verlo donde acostumbraba estar, allí parado en el balcón. Una vez arriba, confirmó que efectivamente, Pablo no estaba. Con la ilusión de encontrarlo en el interior, se abrió paso entre las sabanas que aún se encontraban en el cordel, a pocos metros del balcón, pero fue en vano, no había nadie.
Bajó de inmediato. “Qué raro, el Pablo me hubiera esperado” pensó. Cuando regresó al patio se le acercó Fermín. “Por gusto le buscas al Pablo, Estelita”. Le dijo sonriendo con acento selvático y español mal hablado, tal como se expresan en esa zona. “¿Lo has visto? ¿Dónde está?” Preguntó Estela ansiosa. “El Teófilo, lo mandó hace como una hora para abajo con los tres nuevos. Creo que para que averigüe si están llegando nuevos morocos. O por gusto creo lo ha mandado, el Teo está de mal humor” Agregó esperando intimidarla.
“¡Qué mierda el Teo! ¡Sabía que ahora nos encontrábamos! ¡Segurito ha esperado que se acerque la hora de mi regreso para mandarlo! ¡Si Pablo nunca sale de acá! ¡Lo ha podido mandar al Jacinto! ¡Qué jodido ese serrano!” Comentó la mujer con ira y resignación.
Fermín, la observó con brillo en la mirada y afirmó. “Sí, lo ha hecho por fastidiar, pero el Jacinto en verdad venía del otro operativo, estaba cansado, por eso creo lo ha mandado al Pablo. Además, como ustedes se encuentran todos los días. Pero no le vayas a decir nada al Teófilo, no creo que quiera aguantarte y menos para decirle lo del Pablo, tú sabes, que él no quiere que ustedes estén en romances aquí.”
“Sí pues, mejor no le digo nada”. Concluyó ella; el adolescente continuó con sonrisa burlona. “Y te lo perdiste Estelita, ahora yo me trepé al balcón y el sol estaba... que botaba colores... era perfecto para ustedes. Pero no te preocupes, Pablo no llegará hasta mañana, pero tú no te quedas así, aquí está tu Fermincito para solucionar” Fermín, con mirada pícara. La reacción de Estela fue colérica “¡Largo de acá mocoso de mierda! Ahorita le cuento al Pablo y vas a ver”.
La noche se apoderó del campamento, y todos se desplegaron como siempre a esa hora. Era tiempo libre, y la mayoría no tenía mayores obligaciones que realizar. A otros, sí les tocaba el turno de afrontar responsabilidades, y lo realizaban sin protestar.
Existía camaradería en los distintos grupos. A pesar que abundaba el sexo masculino, predominaban risas de mujer. El ambiente nocturno, era similar a un típico campamento de verano en Lima. El escenario y las motivaciones, eran diametralmente opuestas al vivido por desatados jóvenes limeños, rendidos a la magia de la playa y a diversos vicios. En aquel lugar, no consumían licor, por lo menos no abiertamente. Eso, no inhibía a varios de sus integrantes a hacerlo. Cada uno vivía el día a día, comprometidos con los retos asumidos. El ambiente sonoro era muy distante a un divertido fin de semana de campamento veraniego. En vez de arrullarse con el discreto susurro del mar, lo hacían con el sonido de insectos y animales nocturnos, que adquieren protagonismo entre el silencio y la oscuridad de la selva.
Cuando se desvanecía el día, aquel enclave tropical, invitaba a disfrutar de un coro desacompasado, multitemático, a diferentes voces discordantes, pero muy agradable de oír. Sus tímidos cantantes, no daban la cara al público, pero desde sus diferentes refugios y escudados por la oscuridad, se dejaban escuchar simultáneamente. Gritaban a toda voz, permitiendo imaginar con el sonido emitido, su apariencia, tamaño y estructura... vertebrada o no.
El cielo tan abierto, y, la luna, iluminaba el campamento. Presentes también, muchas luces de diferentes tamaños e intensidad. Algunas, coqueteaban encendiéndose y apagándose, como si quisieran comunicarse en clave. Otras, se desplazaban rápidamente a través del inmenso terciopelo oscuro, cruzándolo de un extremo al otro, luego desaparecían quién sabe dónde.
En el día, el espectáculo se tornaba multicolor. Contrastaban los diferentes tonos de verde de las agresivas montañas, salpicadas de vegetación de todo tipo, con el cielo azul intenso y las blancas nubes prendidas en él.
Finalmente, el atardecer era precioso. El sol desde el horizonte, obsequiaba en su agonía, diferentes matices rojos, amarillos y naranjas, cubriendo de colores el campamento. Para Estela, los ojos de Pablo expuestos a esa luz, experimentaban también el fenómeno, y cada tarde en el balcón ella los contemplaba embobada.
Se quedó dando vueltas sin saber qué hacer, la noche estaba propicia y ella tan sola. Con cientos alrededor, pero sola. Con Pablo ausente, realmente se sentía… sola. Se tumbó boca arriba sobre la hierba, y empezó a contemplar todas las estrellas de su visión. El cielo estaba tan despejado y había tantas luces blancas en él, que sentía que el universo la vigilaba con millones de ojos. Ella, cerró los suyos rendidos por el cansancio del día, mientras digería la ira de no haber podido encontrarse con Pablo. Enseguida y con esfuerzo, los volvió a abrir, no quería privarse del cielo nocturno. Pasó un tiempo así, y luego percibió que todos sus compañeros se retiraban del campo, a dormir. Ella, dudó por un momento si hacer lo propio, sin embargo, y aunque empezaba a enfriar, decidió abrigarse y contemplar inmóvil esa lluvia particular de estrellas.
No se percató del momento en el que quedó dormida, mas su despertar fue evidente. Sintió sobre sus labios otros que la besaban con mucha pasión. Esos intrusos intentaban sutilmente entreabrir su boca, lo hacían con mucha suavidad, como pidiendo consentimiento para explorar el interior. Estela, no tuvo tiempo ni deseos de sobresaltarse y averiguar quién era el atrevido. Esa carta de presentación, era más que conocida. “¡Pablo! ¿Cómo sabías que estaba aquí?”
¿Es que realmente crees que nadie te vigila?
¡Ese Fermín!... más bien dile a ese mocoso que no se pase de pendejo.
¿A qué te refieres?
Nada, no importa carajo... nos perdimos la puesta; Fermín me dijo que estuvo linda.
Comentó Estela con entusiasmo, mientras contemplaba desde su posición y con cara de boba, el rostro de quien delicadamente recostaba el peso de su cuerpo sobre ella. No podía hacer otra cosa que dejarse llevar por ese remolino, por aquel sentimiento tan intenso que bordeaba la estupidez. Cuando se encontraba sola, era incapaz de realizar otra actividad que no sea pensar en él. Y al compartir momentos, lo único que quería era envolverse en su ser. Deseaba sentirlo, admirarlo, escucharlo y creer cualquier cosa que provenga de sus labios. No existía nada referente a su persona que le disgustase; le atraía su procedencia, su acento tan diferente, la forma de expresarse.
Pablo de tez blanca, tenía un rostro de niño que transmitía madurez; tal vez, su edad cronológica. Sus ojos claros y cabello castaño rizado, le daban apariencia de extranjero.
Recostado sobre ella, atendió su lamentación respecto al ocaso desperdiciado, mientras la observaba condescendiente. “Sí, también vi la puesta de sol... me imagino que como siempre desde el balcón habrá estado mucho mejor. Lo que pasa es que Teófilo, está de mal carácter hoy y se empecinó en que vaya a averiguar abajo, si es que han llegado más morocos... y Jacinto ya no tenía fuerzas para hacerlo”.
¿Y ya volviste tan rápido? ¿Llegaron todos? -Consultó Estela.
Hum, sí y no -Respondió Pablo- Yo llegué primero, me adelanté a los nuevos para llegar, pero ya averigüé... no pasa nada.
¡Cuidado Pablo! No vaya a ser que te pille el Teófilo y se enoja ese huevón -Se preocupó la mujer.
No.… todo está bien, sólo que corrí para verte. -Pablo sonrió
Esta vez fue ella, quien lo atrajo hacia sí y no cesó de besarlo. Quedaron allí, los dos tendidos sobre la hierba, intercambiando pasión durante mucho tiempo. El cuerpo de Pablo, cubrió el de ella casi en su totalidad. Poco a poco, fueron cediendo paso a la naturaleza, y envueltos en ella, en aquel entorno selvático, tuvieron sexo una vez más. Para Estela el universo vibraba mudo, sentía que millones de miradas estelares espiaban atentas, relucientes, sin pestañear.