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Introducción: El Anáhuac y el Semanauac

Nauatl amo tlacuilitl, nauatl tlasojtli.

¡Chihualacan ikniutin ica Semanauac Nauatl!

(El Náhuatl no se escribe, el Náhuatl se habla.

¡Bienvenidos compañeros al Universo Náhuatl!)

Antes de entrar de lleno en la Mitología Azteca hay que superar otros mitos, como los históricos, incluso los oficiales, que han desinformado a propios y extraños, a veces por claros intereses de los conquistadores, otras veces por seguir una corriente de pensamiento que se creía certera y correcta, y otras más por pura negligencia, desidia o ignorancia.

Pocas veces se dice, aunque ya está escrito en varios textos e investigaciones, que la cultura nahua se extiende a través de su lengua desde el Yukón, Alaska, hasta Nicaragua, el último lugar donde se habla náhuatl, y que tiene alrededor de cinco mil años de antigüedad con rasgos claramente civilizados y asentamientos humanos sedentarios, si tomamos en cuenta la cultura Olmeca, que nos ha legado las grandes cabezas olmecas con rasgos negroides, por más que en el INAH (Instituto Nacional de Antropología de México) se empeñen en ver rasgos de jaguar; y urnas con esculturas de diferentes caracteres raciales, desde orientales hasta europeos, que se pueden observar hoy en día en el Museo de Antropología e Historia de la Ciudad de México, y en los de Xalapa y Veracruz.

No se sabe exactamente desde cuándo hay presencia humana en el hoy llamado continente americano, pero las cifras más o menos oficiales rondan entre los trece mil y los treinta y cinco mil años de antigüedad, gracias a la ruta del Estrecho de Bering, muy publicitado, y al paso occidental de Groenlandia, que casi nunca se menciona a pesar de las armas, herramientas y vestigios solutrenses que se encuentran tanto en Canadá como en la Península Ibérica, lo que nos remite a presencia humana en el norte de América desde el paleolítico superior.


Cabeza Olmeca

La Historia no siempre la escriben los vencedores, la escribimos los escritores, por encargo o libremente (los vencedores no siempre saben escribir), y a menudo incurrimos en graves errores que nuestros lectores toman por buenos, sobre todo cuando el tema es sobre una cultura desconocida, la cual ha sido malversada de antemano y añade sus errores a los nuestros.


Urna Olmeca

La Historia debería basarse en datos y hechos fehacientes, y ser parte de la memoria colectiva con el fin de acumular conocimiento y no repetir errores, pero raras veces es así. A cambio de eso, se fundamenta en panegíricos sobre dudosos héroes; en fechas acomodadas, en ideologías prejuiciosas o en creencias absurdas, por no hablar del hoyismo, o ese querer ver con los ojos del hoy. Inmersos en una cultura determinada, los hechos del ayer de culturas, como la nahua, que no conocemos ni entendemos, pero sobre las cuales escribimos alegremente de oído o basándonos en famosos autores, académicos o no, que citan las notas oficiales independientemente de su veracidad, como si las antiguas culturas se rigieran por las mismas leyes y costumbres de nuestra cultura.

Incluso Heródoto, padre de la Historia, ve con ojos griegos la cultura egipcia, y la describe no cómo era en realidad, sino como él la entendía.

La misma Biblia fue considerada un libro histórico y científico hasta el siglo XV de nuestra era, bajo amenaza de condenación a quien no lo creyera y aceptara así, y en algunos sectores de la población aún lo sigue siendo. Voltaire puso en duda a toda la historia escrita hasta el siglo XVIII, por ser materia más de dogma y creencia que de datos certeros o que tendieran a la certidumbre.

Con estos datos podríamos concluir que la Historia no es una ciencia exacta, aunque los nuevos estudiosos de la materia están intentando que lo sea, con lo que el campo de los mitos y las leyendas es menos exacto aun, pero quizá con más esencia, ya que lo que no cambia en las mitologías es lo esencial aunque los mitos y las leyendas se cuenten de diversas maneras.

Hay que tener en cuenta que antes del supuesto descubrimiento de lo que más tarde se llamaría América, en las culturas prehispánicas no había una disciplina histórica parecida a la occidental, sino tradiciones orales que daban cuenta de la presencia de los diferentes grupos étnicos en el mundo, y, por supuesto, muchos mitos y leyendas, que han llegado hasta nuestros días gracias, precisamente, a que son orales y no pudieron quemarlos los conquistadores.

En otras palabras, ninguno de los códices prehispánicos sobrevivió a la persecución y a la quema, si es que los hubo, como el Chimalpopoca, y los códices que se realizaron después están obviamente manipulados con ideas netamente occidentales que poco o nada tienen qué ver con el mundo prehispánico más allá de las manos de los tlacuilos (escribas) que los dibujaron bajo la santa supervisión de frailes franciscanos o dominicos.

Nos quedan las pirámides, las esculturas, la cocina y las artesanías para darnos pistas de lo que fue el Anáhuac antes de la conquista, intentando salvar nuestros prejuicios actuales, e incluso nuestra formación y educación, para no mal interpretarlos.

Historia y cultura

(nemiliscayotl iuan tlacayotl)

Una lengua hace una cultura, de la misma manera que una cultura hace una lengua, y del mismo modo que la historia es cultura basada en la tradición, y que la cultura es tradición que crea historia.

No todo en este planeta es eurocentrismo occidental ni capitalismo globalizado, y si bien es cierto que de momento esta línea de pensamiento va ganando la carrera, también es cierto que otras formas de sentir y de pensar el mundo resisten y prevalecen a pesar de la constancia del colonialismo físico, psíquico y mental.

No es que cada cabeza sea un mundo, porque las enseñanzas y la socialización en las que se construyen los individuos es muy similar en cada tercio del planeta (un tercio judeocristiano, un tercio animista y un tercio budista), con lo que aquello que se cree original y propio suele ser de lo más común, sino que ha habido, hay y habrá, si hay suerte, diversas formas de enseñanza y socialización alrededor del orbe, y con ello diversas lenguas, culturas y formas de pensamiento.

Hace quinientos años, justificada por un falso descubrimiento y una real conquista, saqueo y vejación, empezó a fraguarse la globalización capitalista y eurocéntrica, pretendiendo que el pensamiento, el conocimiento, el sistema económico y la organización política fueran únicos y universales, dándole valor a solo una, primero con la colonización física y luego con las colonizaciones religiosa e intelectual, intentando borrar las diferencias y el pasado; esfuerzo que se sigue dando en nuestros días con el pretexto de integrar y mejorar, pero que por suerte aún no se ha logrado, gracias a que por debajo de la cultura dominante subyacen y sobreviven otras culturas.

Ya que no han desaparecido del todo, es válido preguntarse: ¿Cómo eran las enseñanzas y socialización entre los pueblos prehispánicos, y sobre todo entre las culturas nahuas que nos interesan?

¿Cómo dicen los conquistadores, cómo señalan los revisionistas, cómo nos lo enseñan en la escuela, cómo apuntan los modernos estudiosos del tema, o cómo lo ha creado y recreado la Iglesia?

Nadie lo sabe con exactitud, y el campo es tan llano que caben todo tipo de interpretaciones, especulaciones e invenciones ad hoc de quien las emita. Nuestro punto de vista es el sociológico, apoyándonos en la arqueología y en la antropología, pero fundamentalmente sociológico y basado en cuatro pilares estructurales:

1.- Cultural: Usos, costumbres, fiestas, ritos, alimentación, creencias, lengua, cuentos, arte, cosmovisión, leyendas.

2.- Social: Jerarquías, asimetrías, relaciones sociales, relaciones de parentesco, uso e instrumentalización de las relaciones, utilización de la lengua.

3.- Económico: Administración y gestión de los recursos, intercambios, tasaciones, distribución y redistribución de la escasez o de la riqueza, legados, herencias; productividad, capacidad de ahorro, expansión y tenencia.

4.- Político: Organización, instituciones, mandos, normas, leyes, jurisprudencias, constricciones, poder, monopolio de la violencia.

Todo ello a través de las bases del orden social, es decir, de aquello que hace que un grupo humano se ciña bajo un mismo tótem y acepte su papel social dentro del sistema, cualquiera que este sea:

a) Tradición: lo que supuestamente se ha hecho “desde siempre”, y, por tanto, se sigue haciendo ya sea de manera inconsciente o de manera ceremonial y con sumo respeto, dando por buenos los mitos y las leyendas, o incluso desconociendo su antigüedad o su origen.

b) Carisma: personas, cosas, lugares, dioses, héroes o puntos de influencia con popularidad o prestigio social.

c) Autoridad: lo que se acepta como mando, orden, regulación o imposición sin cuestionamiento.

d) Legitimidad: lo que se da por hecho, ético, moral, correcto y ejemplar.

¿Cómo era el mundo nahua dentro de este esquema? Poco sabemos de los olmecas, un poco más de los toltecas y algo más sólido de los tenochcas o mexicas, a pesar de las variantes, percepciones, interpretaciones e intereses que nos ofrecen desde distintas disciplinas los autores y estudiosos que escriben sobre este tema.

A grandes rasgos, y para empaparnos con el mundo nahua, empecemos con sus creencias, es decir, con su cultura, que da lugar a los otros tres pilares de la estructura sociológica:

Cultural

En el panteón celestial nahua no hay teo, es decir, no hay la palabra “Dios” castellana que viene del griego y a su vez quiere decir Zeus, o buena luz; ya que teo viene de teotl, piedra, con lo que Teotihuacán no es el “lugar de los dioses”, sino el “lugar de piedras”.

Otro ejemplo, Tonacatecutli, o señor de nuestra carne, es como llamaban al ser que ocupaba el noveno cielo, el cual, por cierto, tenía mujer, Tonacacihuatecutli, la señora de nuestra carne.

En la lengua y cultura nahua todos los seres de los cielos van a pares, todos tienen mujer o contraparte femenina. Por tanto, es mucho menos machista, y bastante menos patriarcal, que otros sistemas de panteones divinos.

Sus seres celestiales eran cercanos, no solo intercedían, sino que actuaban y se relacionaban directamente con los humanos “porque eran de su misma carne”.

Sus dioses no eran dioses, sino señores y señoras de nuestra carne, que vivían y morían, aunque, como todos los seres vivos, no morían del todo, sino que se transformaban, cambiaban, esperaban o iban a existir en otros lugares o cielos.

Alguno de ellos pasa 600 años literalmente en los huesos, sin carne, pero se encarna y vuelve.

Otras tienen 600 hijos. Otros crean 600 guerreros; con lo que quizá sea el número 600 lo importante, o la clave de los ciclos estelares, y no los huesos, los hijos o los guerreros.

Tienen los mismos defectos y virtudes que los humanos: mueren, viven, aman, celan, pelean, resucitan, desaparecen, se relacionan, traicionan, engañan, envidian, medran, ambicionan, se rebelan, obedecen.

Hay prosopopeya, o sustitución de persona por animal o cosa. Son fundadores y maestros.

Poco mesiánicos, aunque hay algunos, como el Príncipe Uno Caña Serpiente Hermosa (Se Acatl Topiltsin Ketsalcoatl), que ni es hijo de dioses, ni perfecto ni salvador, pero que sí promete volver tras ser echado de Tula por borracho, incestuoso y mal dirigente, pues se dejó engañar y tentar por el Espejo Humeante (Tescatipotla o Tezcatipotla, aunque, la verdad, aún no he conocido a ningún náhuatl parlante que pronuncie la “z”).

Son poderosos, tanto para la construcción como para la destrucción.

Exigen tributo, porque también ellos se han sacrificado y tributado.

Cuidan de su pueblo, pero favorecen, por su puesto, a jerarcas, caciques y jefes.

El pueblo que los considera es devocional y ritual, es decir, más amante de las fiestas y las celebraciones que del trabajo duro, pero presto a la solidaridad y el sacrificio, a la danza y la poesía, a la bebida, la comensalía y el preciosismo.

Obviamente jerárquicos y asimétricos, con un sistema de casta social bien establecida y ampliamente aceptada, los nahuas eran muy similares a otros tantos grupos humanos de la antigüedad, que alcanzaron el refinamiento de lo que se considera como civilización en Tenochtitlan.

Curiosamente, los ritos de sangre de los católicos, como comerse a su dios y beber su sangre, el cilicio y la mortificación de la carne, casaron muy bien con las devociones y ritos nahuas, como el desollamiento, los cortes de orejas, mejillas, piernas y pene, para ofrendarlos a los dioses y fertilizar la tierra.

No tienen chamanes, porque el Chamán es siberiano, pero sí nahuales y tecolotes, brujos buenos y brujos malos (icuac tecolotl cuicas, maseuali miquis, ca amo neli, pampa chihuacan: cuando el tecolote canta, el pobre muere, esto no es cierto, pero sucede); médicos, herbolarios, sanadores, curanderas, etc., etc.

La comensalía es sana, sabrosa, amplia y variada, tanto que pervive y se considera paradigmática en el mundo entero, por eso no es nada extraño que muchos de sus ritos y rituales estén dedicados a la agricultura, las flores, la comida y la bebida, junto a los cantos, las narraciones, los poemas y los bailes.

La cultura nahua es constructora, pero también conquistadora e imperialista, y extiende su lengua, sus creencias, su cocina, sus artes y sus ciencias por un amplio territorio del Anáhuac, sin dejar por ello de negociar, intercambiar, aprender, e incluso dar grados de libertad políticos y comerciales a los pueblos tributarios; desde los olmecas hasta los mexicas pasando por los toltecas y teotihuacanos, la cultura nahua se extiende a lo largo y ancho del Semanauac, o Cemanauac si usted lo prefiere.

Por supuesto, y como en cualquier lucha por el poder, los pueblos vecinos a menudo no tenían por agradable el dominio nahua, y muchos de ellos, como tlaxcaltecas y totonacas, se mantuvieron rebeldes y guerreros ante el dominio nahua, por lo que vale la pena rescatar lo positivo, como la toponimia, y no abundar ni repetir los errores, como a menudo aconsejaban los siuacoatl a sus respectivos tlatoanis.

Social

En la estructura social podemos observar las diferentes capas, desde el maseuali, o gente del pueblo, hasta el tlatoani, jefe, o el siuacoatl (mujer serpiente) consejero del jefe, generalmente inteligente, sabio, lúcido, homosexual o asexuado, con un gran prestigio social.

En esta estructura nadie pasaba hambre ni era ajeno a la educación. Había muy pocas enfermedades, sobre todo las pandémicas, y era muy poco usual ver malformaciones genéticas o hereditarias a pesar de la promiscuidad y el incesto, o de la maternidad en edades tempranas.

Existía la poligamia y la endogamia, sobre todo en las clases altas, pero también la monogamia y la exogamia, normalmente en las clases medias y populares, pero no eran excluyentes, como tampoco lo eran la asexualidad o la homosexualidad, porque el sexo no era un marcador social.

En cualquier caso estaban muy mal vistos los excesos, tanto en el comer como en el beber, donde las castas elevadas estaban obligadas a poner ejemplo de recato y contención.

Las castas sociales se diferenciaban y reconocían tanto por el barrio que se habitaba, como por la vestimenta o el corte de pelo. Había muy poca delincuencia y severos castigos, poco qué robar y mucho que pagar por un robo, sin importar el rango del trasgresor, y toda queja o descontento recibía atención por parte de las autoridades y del pueblo. Quizá no era el Paraíso, porque había una fuerte moral represora, actos punitivos duros y crueles incluso para los niños; jerarquías, pobres, medianos y ricos, e incluso esclavos por deudas, pero a pesar de ello vivían en un saludable equilibrio social.

¿Cómo lograban este equilibrio? En buena parte lo lograban con la Astrología, es decir, definiendo y decidiendo desde el nacimiento hasta los siete años de edad las habilidades y cualidades de cada individuo dependiendo de su signo astrológico, lo que vaticinaba a menudo la movilidad social ascendente o descendente de unos y otros, es decir, el camino que habían de seguir en la vida.

Por supuesto, el linaje, dedicación y posición social y económica eran muy influyentes, pero si alguien nacía sin posibilidades astrológicas para ciertas tareas y habilidades para otras, era llevado a uno u otro tipo de colegio, para que las desarrollara y cumpliera con su destino: el que tenía habilidades artísticas iba a la escuela de los artistas, y el que tenía habilidades de lucha iba a la escuela de los guerreros.

Había cierta tolerancia para ancianos y ancianas, e incluso para personas de ciertos signos zodiacales, como los hombres venado y las mujeres conejo. De igual forma, se exigía de la misma manera para los hombres caña y las mujeres águila.

Por tanto, las relaciones sociales se basaban en el reconocimiento y respeto de cada clase, tomando en cuenta además la edad, favoreciendo a los niños, las madres y los ancianos, por ser los más vulnerables, incluso en el momento de la muerte. Por ejemplo, los niños que morían iban a un buen cielo, lo mismo que las madres que morían en el parto. Los ancianos (todos aquellos que pasaban de 52 años), eran considerados sabios, maestros y buenos consejeros, e incluso protectores de los vivos desde el mundo de la muerte.

Morir en la guerra, por un acto heroico o en la piedra del sacrificio eran un honor, y garantía de una buena existencia en el más allá. Mientras que morir sin honor obligaba a luchar en el otro mundo para conseguir un buen puesto y no perderse en algo similar al infierno occidental.

Económico

Con una economía agrícola, basada más en la gestión de la abundancia que de la escasez; el intercambio, el trueque y hasta el comercio “internacional” tanto por mar como por tierra, con Centro y Sudamérica (desde lo que hoy es la Costa Grande mexicana hasta el Callao, Perú; y desde el norte de Sonora y Chihuahua hasta Nicaragua), donde los pochtecas (comerciantes) servían tanto de informantes como de vendedores y compradores, la economía nahua era sana y poderosa. Poco se sabe de los olmecas, pero tanto los toltecas como los tenochcas, sin olvidar a los chichimecas y a los purépechas, y, sobre todo a los mayas, hubo luchas, guerras, conquistas, sometimiento, tributos, alianzas, negociaciones e influencias culturales y lingüísticas, y, en fin, una forma de colonización e imperialismo que favorecía la economía y bienestar de los vencedores mientras les duraba el poder, con un centralismo secular que dura hasta nuestros días.


Matrícula de los tributos, copia del Códice Mendoza

Durante trescientos años Tenochtitlan fue el centro económico, político y cultural del Anáhuac, y hoy en día lo sigue siendo en buena medida, a pesar de haber sido conquistada por los españoles, o quizá también gracias a ello.

No había moneda ni dinero, pero sí intercambio simbólico con conchas y cáscaras de cacao, cuentas de debe y haber, deudas y herencias, e incluso esclavos, aunque no permanentes, dotes y bienestar social en materia de salud y educación porque absolutamente todos tenían acceso al cuidado médico y a la escuela, cualesquiera que estos fuesen.

Se cobraban impuestos en especie, tanto a los pueblos dominados como a los habitantes de Tenochtitlan, es decir, contaban con un sistema tributario.

No había mendigos ni abandonados por la sociedad, todos comían; tampoco había propiedad privada, sino de barrios y comunidades; no había muchos bienes de consumo ni de propiedad, y, por tanto, casi no había robos, y los pocos que había eran severamente castigados.

Valía más una pluma de quetzal que una pieza de oro; y si bien el jade y la turquesa eran bien apreciados, no lo eran menos el cacao y las conchas marinas, e incluso el algodón o los petates que servían tanto de cama como de morral para el transporte de mercancías.

La siembra era buena en el valle, pero no lo era menos en las chinampas instaladas en el lago. Contaban con un elaborado sistema de agua potable, y un muy depurado sistema de tratamiento de las aguas negras.

La granja no era muy extensa, pero con guajolotes y tepescuintles, iguanas y tlacuaches tenían huevos y buenas carnes. No se dedicaban mucho a la caza, pero de vez en cuando echaban mano de venados y jabatos.

Su cocina, basada en el maíz, el frijol y el chile, era amplia y diversa, como lo sigue siendo hasta el día de hoy, con toda clase de guisos que todo el mundo conoce, y bebidas, desde la chía y el chilate, hasta el chocolate y el pulque, además de mezcal, tequila y raicilla; eso sí, todo con moderación, poca grasa y mucha fruta y verdura, además de chapulines, gusanos y flores.

Contaba con finos orfebres, que sabían hacer hilo de plata, oro y cobre, así como artesanos en todas las áreas, desde la construcción y la escultura, hasta los hilados y los tejidos de fibras naturales que hoy siguen deslumbrando al mundo.

Maestros en todas las artes y ciencias, naturales y exactas, y un calendario de lo más exacto, tanto para ordenar las cosechas como para observar los movimientos planetarios.

Poetas, músicos, danzantes, escribanos y pintores reconocidos y bien pagados, sin faltar los ueuetloni o viejos sabios que transmitían enseñanzas y tradiciones de forma oral en los calpuli o barrios donde habitaban, sin que les faltara de nada.

La limpieza era esencial, tanto del cuerpo como de las casas, y cualquier persona que llegara a los 52 años de edad podía deshacerse de todo lo material sin el temor que desde ese momento en adelante le faltara de nada, pues era sustentada tanto por las autoridades como por la comunidad, y, como ya no era apta para el sacrificio ni para otros menesteres que le pudieran reportar honor, se le asignaban tareas propias de su edad y su experiencia, y se le permitía beber y holgar placenteramente lo que quisiera y pudiera.

La crueldad y el horror venían de la enfermedad o de la guerra, y si bien contaban con amplios conocimientos de anatomía y medicina herbolaria, tenían muy pocos recursos para las infecciones, las enfermedades bacterianas o víricas, que por suerte, y por desgracia, prácticamente no conocieron ninguna de ellas hasta la llegada de los españoles. Incluso hay quien piensa que los sacrificios eran cirugías públicas, y no prácticas salvajes.

Sus entierros eran ceremoniales y trascendentales, ya que dotaban al muerto con todo lo que pudiera necesitar en su paso por el inframundo, incluido un perro de pelo rojizo, con el fin de que pudiera alcanzar uno de los cielos reservados para los que morían con honor. El mérito no era vivir bien, sino morir decentemente.

Así, desde el nacimiento hasta la muerte las personas tenían garantizadas sus necesidades económicas elementales, fuese el que fuera su estrato social, y si bien ninguna jerarquía es perfecta porque crea castas y favorece a unos en detrimento de otros, por lo menos hay que rescatar el bienestar social nahua.

Política

La organización política era teocrática, y por tanto compleja, asimétrica y jerárquica, y, en algunos casos, permeable a los méritos, es decir, contaban con movilidad social ascendente aquellos que tuvieran logros destacados para su pueblo.

Los hijos de los nobles estudiaban en el Calmecac, el resto en los diferentes Tepochcali versados en todas y cada una de las disciplinas, desde el sacerdocio y la burocracia, hasta el arte y la milicia, intentando en cada caso obtener lo mejor de cada estudiante. Por supuesto, los temachtiani o profesores gozaban de alto prestigio y saludable posición económica.

En otras palabras, la dedicación profesional basada en el estudio y en el conocimiento era fundamento de la sociedad nahua, ya que de esta manera se estructuraba el orden y organización social, donde todos servían para algo y aportaban su grano de arena al conjunto de la sociedad.

La familia, otra de las bases estructurales de la sociedad nahua, era extensa y en cada barrio o calpuli predominaba un oficio e incluso una etnia o saga familiar.

El Tlatoani era la figura máxima, pero estaba sujeto por un consejo o asamblea, y si bien gozaba de ciertos privilegios, tenía la responsabilidad de dar ejemplo con su comportamiento conforme a las leyes y tradiciones de la población, lo mismo que sus funcionarios, guerreros y asesores. La corrupción era fuertemente castigada, con el exilio o con la muerte. Incluso el poderoso Se Acatl Topiltsin Quetzalcóatl fue desterrado de Tula por su mal comportamiento, embriaguez e incesto, y lo mismo pasaba con cualquier autoridad que diera mal ejemplo.

La sexualidad no tenía connotación negativa o pecaminosa, pero sí estaba sujeta a leyes morales y éticas. Había personas que por su signo de nacimiento tenían más licencias sexuales que otras, como las dedicaciones a la prostitución femenina o masculina, pero una vez casadas o dedicadas a una u otra función social, debían guardar fidelidad y decoro so pena de encierro, destierro o muerte.

Contaban con jueces que dirimían los conflictos, siendo los mismos jueces los que tenían una mayor obligación de buen comportamiento.

La esclavitud no era una pena eterna, ni siquiera para los esclavos obtenidos en las batallas, ya que tenían la posibilidad de integrarse a la sociedad que los retenía. Había esclavos por deudas, que dejaban de serlo una vez que las satisfacían.

Los castigos eran duros para niños y adultos. El fraude, el robo y la prevaricación se penaban con la muerte en el caso de los adultos, y con crueles y dolorosos castigos para los más jóvenes.

Ser sacrificado a uno u otro dios era un honor, y por ello no cualquiera reunía los requisitos para ser sacrificado, ya que incluso los capturados en las guerras floridas o en otras batallas, tenían que ser jóvenes y estar en buen estado; no cualquier corazón ni cualquier sangre era grata para los dioses, por tanto la gente vieja o enferma no servía para el sacrificio divino, si bien sí podían hacerse cortes en cualquier parte del cuerpo para cumplir con sus obligaciones religiosas, como invocar a la lluvia o fertilizar la tierra.

La comunidad estaba por encima del individuo, tanto, que cada oficio, calpuli o familia extensa tenía su propia asociación civil capaz de presionar otros estratos normalmente más poderosos o más elevados.

Quizá no era el Paraíso Terrenal que creyeron encontrar los primeros monjes franciscanos que llegaron al Anáhuac, pero nadie sufría las inclemencias, miserias y enfermedades que padecían los europeos.

El urbanismo, el tratamiento de desechos y aguas, el tráfico y distribución de personas, siembras y mercaderías, el orden, la paz y, sobre todo, la limpieza con la que contaba Tenochtitlan a la llegada de Cortés y sus tropas, no la habían visto en Europa, y mucho menos en España, desde los tiempos de la mítica Atenas.

Para los mexicas (Huitzilopochtli), el Colibrí Adolescente, y no zurdo, era su señor de nuestra carne principal, hijo de la señora de la Falda de Serpientes (Coatlicue), pero no para todos los pueblos nahua, que ponderaban a cualquiera de las setenta y dos entidades celestiales que regían su cosmovisión, y que daban pie a su forma de organización y a las decisiones que se tomaban con respecto al crecimiento, las leyes, la guerra, la economía, las fiestas, el calendario, los sacrificios, el ocio, etcétera, etcétera, dando ejemplo de comportamiento desde la cúpula hasta las bases sociales.

Por tanto, no es de extrañar que tras la conquista religiosa los pueblos del Anáhuac tomaran una dirección bien distinta a la que los había hecho grandes, ya que, en cierta manera, la devoción sigue marcando la ruta de su organización política, marcada ahora por la sumisión y la coacción moral o espiritual de creer a ciegas o ser arrojados del Paraíso en que vivían para ir al terrible Infierno tras la muerte. Actualmente la piedra de los sacrificios, los desollamientos o los linchamientos y otras costumbres religiosas ya no se dan en el Templo (Pantli), con el fin de contentar a los dioses, hacer llover o detener la tormenta, que el sol no dejara de aparecer cada amanecer o fertilizar la tierra para que la semilla brotara en renovado renacimiento, sino para pedir milagros y poder trasgredir las leyes a gusto, porque con una simple confesión se borran las malas acciones, algo muy ad hoc con la política, las leyes y el comercio, con lo que en este aspecto los cambios fueron de más corrupción y menos sangre, pero sí igualmente perversos, jerárquicos y asimétricos, y, por tanto, nada transversales, en franca mezcla con las malas costumbres hispanas.

No sabemos qué rumbo, evolución y desarrollo social hubiera tenido la cultura nahua si no se hubiera dado la conquista, pero nadie puede robarnos nuestro derecho a la utopía de pensar que es recuperable y mejorable, y capaz de evolucionar hacia una organización comunitaria, libre y transversal, gracias o a pesar de su propia Mitología Azteca.

En fin, nada qué ver con las fabulosas novelas de Gary Jennings, Azteca, mucho menos con El dios de la lluvia llora sobre México, de Lazlo Passuth, ni con tantos otros libros de texto y de historia que en el mundo han sido, muchos de ellos hechos con la mejor de las intenciones, y valiosos porque nos permiten comparar y hacernos una idea más clara de la realidad, gracias a que las leyendas oficiales se sobreponen a las leyendas tradicionales, manteniéndolas vivas en su empeño por borrarlas. Bendita paradoja.

Mitología azteca

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