Читать книгу Mitología yoruba - Javier Tapia - Страница 3
ОглавлениеPrólogo: El bien y el mal, o negro o blanco
¡Elehuá, Elehuá!
El último en irse
Y el primero en llegar,
¡Elehuá, Elehuá!
Para los seguidores de Olofin y en pleno corazón de la África medieval, lo blanco solo era bueno como comida, y lo siguen pensando, por eso es que, tanto albinos como gente demasiado blanca de pelo, exceptuando a los ancianos, y de piel, son siempre invitados o bienvenidos a una cena en la que ellos son el plato principal.
Cuentan los ancianos que hace mucho, mucho tiempo, en una de esas largas sequías que atribulan a la humanidad, el orisha Olofin, guardián del palacio de Olodumare, el más grande, se condolió de los humanos, bajó a la Tierra en cuerpo de hombre blanco, como la cal, y empezó a quitarse trozos de su propia carne para darla a comer a los humanos, salvándoles así la vida e introduciendo en sus seres internos la savia de los orisha.
En la religión Yoruba original no hay dioses ni santos, hay orishas (señores de la mente), sus seres sagrados y divinos, que según cuenta la historia fueron llevados al Níger por un general llamado Oduduwá, quien impuso, además de la religión, un sistema político similar a la monarquía parlamentaria, y una economía de mercado, pero no de mercado internacional o de economía política, sino de mercado literalmente dicho, es decir, concentrando el intercambio de bienes, mercaderías y servicios en una plaza común, en un solo lugar en cada comunidad, lo que dio un gran avance a ciertos pueblos de la región que aún dura en nuestros días.
Hablar de fechas más o menos exactas es muy difícil, incluso en otras mitologías más cercanas, y lo es aún más en culturas, como las del cinturón de África, que no comparten su sentido del tiempo con las culturas occidentales. Algunas carecen de calendario cronológico que mida el tiempo en años que empiezan y terminan, y que, por tanto, correspondan a una numeración, por lo que la medición es comparativa en el mejor de los casos.
Superar la visión hoyista y eurocentrista, es decir, no ver el pasado con nuestros valores y visión actual de las cosas dentro de un marco académico, nos resulta casi imposible, lo que a menudo no nos deja observar la realidad de otros pueblos y de otros tiempos.
Haciendo ciertas comparaciones más o menos históricas, los estudiosos del tema creen en la posibilidad de que la Mitología Yoruba, y su consecuente forma religiosa y reglada, provenga del Alto Egipto, es decir, de Etiopía y de Eritrea en su etapa egipcia, alcanzándole formas y creencias semíticas que también alimentaron a pueblos hibraim, o hebreos, semi sedentarios sin tierra que vendían su fuerza de trabajo a otros pueblos asentados, como los egipcios, y que acabaron en las páginas de la Torá hace dos mil setecientos años.
Los pueblos Yoruba del occidente y centro de África, a pesar de tener una lengua compleja y refinada, no conocían el arte de la escritura, y tampoco hacían grandes construcciones ni dejaban rastros de su historia en grabados, con lo que sus tradiciones se han ido transmitiendo únicamente de manera oral desde el principio de los tiempos.
Sus colores son los atávicos que proporcionan la selva y la naturaleza, pero su vestimenta, cuando la hubo, fue por siglos una mezcla arábiga europea que finalmente, y en la época de las colonias, culminó en los tejidos holandeses, donde el negro y el blanco brillan por su ausencia y no identifican la maldad ni la bondad en ningún sentido.
Para el pensamiento yoruba la bondad y la maldad no está en los aciertos o en los errores que cometen los seres humanos, sino en el camino acertado o equivocado que tome cada uno.
Los orisha nos pueden orientar y llevar al camino adecuado, pero ni nos castigan ni nos redimen. “Los Orisha no caminan con nuestros pies”, dice una máxima yoruba, que será una de las guías a lo largo y ancho de esta Mitología Yoruba que les ofrecemos a continuación, y que esperamos que ustedes disfruten apartando las tinieblas del hoyismo y del eurocentrismo.