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II: Creación Yoruba

Olofin y Oshun,

palacio y vertiente del río,

tus hijos no siembran ni cazan,

y mueren de hambre

y de frío.

Nadie sabe a ciencia cierta cuándo nació la Mitología Yoruba, pero sí se sabe que está impregnada de leyendas de los pueblos africanos que se pierden en la noche de los tiempos, mucho antes de que existiera una etnia autodenominada Yoruba, sobre todo de las leyendas que se siguen a lo largo y a lo ancho del río Níger en pleno corazón del África subsahariana.

Hay que tener en cuenta que en el corazón de África se encuentra, según arqueólogos y paleontólogos, el origen de la humanidad, y que hay etnias ricas y diversas con edades que superan los doscientos o doscientos cincuenta mil años, con tradiciones orales tan antiguas que apenas si se les puede seguir la huella, pero con claros referentes naturales y contextuales, que las distinguen por mucho de las mitologías y cosmovisiones de otros puntos del planeta.

La Mitología Yoruba, propiamente dicha, es mucho más joven que todo esto, y si bien se nutre de muchos dejes y supersticiones cien por ciento africanas y arcaicas, tiene sus orígenes en el siglo VII de nuestra era, con una clara influencia musulmana de esa época. Oduduwá, el moreno hermoso, un general musulmán es, al parecer e históricamente, el verdadero impulsor de lo que conocemos como Mitología Yoruba, primero, y de Religión Yoruba, después; una Religión Yoruba que está muy lejos de la actual Regla Ifé cubana y latinoamericana.

Se sabe de la edad de muchas de las leyendas, o patakis, yoruba, por sus referencias a monedas, un invento del siglo VII antes de nuestra era; las normas elementales de la familia y el matrimonio al estilo de los primeros musulmanes, siglo VII de nuestra era; y en los casos más lejanos por la mención del hierro, que en África va desde el siglo XI hasta el siglo VI antes de nuestra era.

En otras palabras, el contexto más antiguo de la Mitología Yoruba va del siglo VII antes de nuestra era, al siglo VII de nuestra era, por lo que se le considera joven dentro del conjunto de cosmovisiones y mitología antiguas del orbe, a pesar de las antiquísimas raíces africanas que sin duda la animan, como los abalorios, los canticos, las danzas y los rituales donde se llega al estado de trance y se sacrifican animales (y muy eventualmente a personas), y que se mezclan con una espiritualidad más elevada y más cercana al Islam y, consecuentemente, a las propuestas judeocristianas.

Esta mezcla, este sincretismo sin parangón que no parará hasta la aparición de la Santería cubana, nos regala leyendas como las siguientes:

Primera pataki de la Creación

Los primeros soplos de Olodumare solo fueron dos, el Cielo y el Agua, no había nada más en la creación. Olodumare vio que así era bueno, y así lo dejó por mucho, mucho tiempo. Luego vio que el Cielo y el Agua necesitaban gobierno, y mandó a dos de sus príncipes, los Orishas Olofin y Orunmila, a que se cuidaran de su creación. Olofin se quedó con los cielos, y Orunmila con las aguas, y cada uno de separó del otro, separando también las aguas de los cielos, las aguas abajo y los cielos arriba, cada quien en su dominio y en su reino.

Entonces Olodumare vio que estaba bien, y así lo dejó por mucho, mucho tiempo, hasta que un día sopló la Palma, y de ella nacieron otros Orishas, como Obatalá y Oshun, Yemanyá y Changó, y Elehuá, el más pequeño. Unos se quedaron en las aguas y otros se quedaron en los cielos, cada uno con sus obligaciones, yendo de una rama a otra de la palmera, para ver a Olodumare, su Creador, y contarle sus cuitas y necesidades.

Al principio todo estaba bien, pero poco a poco los Orishas comenzaron a aburrirse pues no sabían qué más hacer, y entonces mandaron a Obatalá, porque era la cabeza de todos, a hablar con Olodumare, quien como respuesta le dio una serie de cosas a Olofin y a Orunmila para que las repartieran entre los demás Orishas y así se entretuvieran:

-Una bolsa negra para contener lo otorgado.

-Unas piedras de oro.

-Una concha de un caracol llena de arena.

-Una gallina blanca (en otras versiones es negra o sin color determinado).

-Un gato negro.

-Una semilla de una palmera.

-Unas barras de metal.

Como el oro no les interesaba ni sabían para qué podía servir, todos le dieron su parte a Obatalá, quien de inmediato se puso a tejer una larga trenza de oro para subir a los cielos. Pero la cadena se quedó a la mitad del camino.

Los Orishas también despreciaron la concha llena de arena y se la regresaron a Obatalá, quien desde las alturas de su cadena de oro, y aconsejado por Orunmila, vertió la arena sobre las aguas, y de entre las aguas surgió la tierra por todas partes.

La gallina tampoco fue del agrado de los Orishas, y se la mandaron a Obatalá para que hiciera con ella lo que quisiera. Obatalá la envió a los montones de tierra y arena, y la gallina empezó a horadar aquí y allá dándole forma a las islas y las montañas, a las ensenadas y a los valles, separando las tierras y las colinas de los ríos y los mares.


La Gallina Blanca de la Creación Yoruba

Los Orishas no sabían qué hacer con la semilla, y se la devolvieron a Obatalá, que saltó de su trenza de oro a la nueva tierra, sobre la colina más alta del mundo, Ifé, y desde allí lanzó la semilla sobre la tierra, que reventó en muchas más semillas, y de ahí nació primero la palmera, luego la acacia, luego todos las plantas que conocemos.

Los Orishas, desconcertados, no sabían qué hacer con las barras de hierro, tan duras y pesadas, así que las metieron en la bolsa y se la lanzaron para hacerle daño. Obatalá cogió la bolsa sin problema, porque era una bolsa mágica capaz de contener todos los dones de Olodumare, y, por lo tanto, no importaba lo que llevara dentro, siempre era suave y manejable por fuera.

Obatalá se dio cuenta de la intención de sus hermanos, así que con el hierro hizo lanzas, hachas y flechas, y cuando los otros Orishas lo atacaron frontalmente, pensando que lo vencería fácilmente porque era seis contra uno, se dieron de bruces con las lanzadas, espadazos y hachazos que Obatalá les propinó.

Los Orishas quedaron maravillados, pero a la vez envidiosos de las cosas que había hecho Obatalá con todo lo que ellos habían despreciado, así que, finalmente y para burlarse de él, le mandaron al gato negro diciéndole que era muy cariñoso y que le haría compañía siempre para que no se sintiera solo después de haberse peleado con ellos.

El gato no era cariñoso, sino convenenciero, travieso e independiente, todo lo rascaba y todo lo arañaba, así que Obatalá, al ver que no le haría verdadera compañía, lo mandó a escarbar en un monte de tierra y lodo lo más profundo que pudiera, y de esa materia Obatalá empezó a crear a los primeros seres humanos, a su imagen y a su modo, para que fueran como sus iguales y le hicieran compañía; hizo unos cuantos, majestuosos como él, y se fue a descansar pensando darles vida, con la ayuda de Olofin y Orunmila, al otro día.

Cuando estaba adormilado, Oshun se le acercó curiosa y le preguntó qué hacía. Obatalá nada le dijo al principio, pero Oshun le dio a beber vino de la palmera para seducirlo y sonsacarlo. Al otro día, sin recordar nada de la noche pasada bebiendo vino con Oshun, Obatalá subiendo su trenza de oro fue con Orunmila y Olofin a pedir que le dieran vida a sus figuras de barro, y los Orishas mayores, tras preguntarle tres veces si estaba seguro de lo que pedía, lo complacieron.

Obatalá corrió a ver su creación con vida y quedó horrorizado, porque si bien unos cuantos de sus humanos eran dignos de los Orishas, muchos otros eran feos, tontos, violentos, deformes y enfermos, hechos por una mano ebria, y entonces recordó parte de la noche anterior, de su borrachera y de los engaños seductores de Oshun, se maldijo a sí mismo y juró no volver a beber nunca más ni a creer en palabras de hembra.

Subió a Ifé y contempló lo grande que era la Tierra, cómo crecía hacia el Norte, cómo se adelgazaba hacia el Sur, y cómo había ríos y mares al Oeste y al Este, y también observó a los seres que había creado, unos listos y fuertes y otros deformes y débiles, y se dio cuenta que gracias a esa diversidad iban creando caminos y formando ciudades, y que unos servían para una cosa y otros servían para otra, y se sintió menos culpable, aunque se erigió en el protector de los pobres y los débiles para que a nadie le faltara nada.

Obatalá se sintió contento con su obra durante mucho, mucho tiempo, acompañado y venerado por los primeros seres humanos, pero sus líderes, fuertes y eternos, se quisieron comparar con los Orishas y quitarles su puesto, y eso provocó su desaparición, dejando a Obatalá solo y aburrido nuevamente.


Territorio Yoruba

Otro de los denominadores comunes dentro de las mitologías y cosmovisiones de los diferentes pueblos de la Tierra a lo largo del tiempo, es la creación fallida de los primeros seres humanos, y, consecuentemente, la necesidad de crearla de nuevo hasta que progresara y fuera del agrado de los dioses.

En la Mitología Yoruba, donde se mezclan leyendas antiquísimas del África con las del mundo árabe, sazonadas con toques semíticos, griegos e ismaelitas (del primer Islam), no podía faltar la inmortalidad ni la idea de un solo ser divino superior, inconcebible y creador de todas las cosas, incluida la humanidad, aunque esta haya nacido indirectamente y de mano de los Orishas.

Segunda Pataki de la Creación

Olodumare lo creó todo, absolutamente todo, y de lo que creó salieron otras creaciones.

Creó primero a los Orishas, que al principio solo fueron dos, Olofin, señor de los cielos y Orula, señor de los destinos, y luego cinco más, Obatalá, señor de las mentes; Oshun, señora de los ríos; Changó, señor del rayo; Yemanyá, señora de los mares; y Elehuá, señor de la suerte.

De ellos nacieron los cuatrocientos cuatro Orishas menores, señores de todas y cada una de las cosas de la Tierra.

Obatalá, primero, y Oshun después, crearon a los hombres.

Los hombres de Obatalá eran justos y equilibrados, pero tenían el mal en su germen porque les dio vida estando bebido, y pronto quisieron ser como los Orishas, pues muchos de ellos eran fuertes y hermosos, sabios y poderosos, fuertes y eternos como el mismo Obatalá, mientras que otros estaban deformes y enfermos.

La muerte, Ikú, todavía no existía, no había lugar para los muertos, así que los fuertes destruyeron a los débiles, los trocearon y sembraron, y se enfrentaron a su creador para quitarlo del cielo y ocupar su lugar. Obatalá, en lugar de enfrentarlos, se les metió en el pensamiento e hizo que se enfrentaran unos con otros hasta terminar troceados y enterrados con los débiles y deformes.

De esta manera desapareció la raza humana creada por Obatalá, y de la tierra sembrada con sus trozos y huesos, nacieron los lémures y los simios que poblaron los bosques.

Oshun, celosa de las creaciones de Obatalá, y pretextando que se le había caído una joya en el río que lleva su nombre, formó del limo unos seres, hombres y mujeres, y cuando los tuvo terminados pidió a Olofin y a Orula que fueran con Olodumare par que sus criaturas tuvieran vida, en vista que los seres de Obatalá habían fracasado.

Le dieron tres días para confirmar su solicitud, el día de la preparación, el día del medio y la reflexión, y el día de la consagración, y al final los hijos de Oshun tuvieron vida, sexo, fertilidad, devoción y destino.

Tenían de todo, menos pensamiento, porque el señor de las cabezas, Obatalá, no participó en su creación.

Oshun era ahora diosa madre de la fertilidad, y estaba contenta con su creación, pero con el tiempo vio que sus hijos no sembraban ni cazaban ni tenían ganado, solo comían los frutos que les caían de los árboles o salían de la tierra, por eso cuando había sequía, padecían mucha hambre.

Tampoco se cubrían ni construían, por eso cuando había mucha lluvia y soplaban los vientos sufrían mucho frío.

Entonces Oshun le rogó a Obatalá para que les diera pensamientos y así dejaran de ser perezosos y aprendieran a cazar y a construir, para que no pasaran hambre ni frío, pero Obatalá no escuchó sus ruegos, y cuando ya eran muchos, porque eran lúbricos como Oshun y se reproducían sin cesar, aumentaron sus sufrimientos, ya que ni los frutos de los árboles y la tierra eran suficientes para su alimento.

Como Ikú, la muerte, todavía no existía, los hijos de Oshun no tenían ni siquiera al más allá como descanso a sus sufrimientos, por eso la Orisha pidió ayuda a Changó, quien con sus rayos y su hacha formó un gran incendio y despertó a los volcanes, y todos los hijos de Oshun se convirtieron en cenizas, que fueron a parar a las orillas de los ríos y a las playas de los mares.

Obatalá, que se sentía solo y quería tener quien lo pensara, fue con Yemanyá y le contó lo que había pasado con sus hijos y con los hijos de Oshun, para que la Orisha pura y virgen se conmoviera, y Yemanyá se conmovió, y de las cenizas del mar y los ríos formó a nuevos seres, diversos como los de Obatalá, sexuados y fértiles como los de Oshun, a la vez que ambiciosos para que combatieran la molicie y la pereza. Olofin vio que era bueno y les dio una gota de la esencia del espíritu de los cielos, y Orula (Orunmila) un destino y caminos para reconocerlos y recorrerlos. Changó contribuyó dándoles valor para la guerra y la cacería; y Elehuá les concedió astucia y suerte, así como bailes y cantos para que se divirtieran.

Fue entonces que Olodumare creó a Ikú y la envió a la Tierra, con el fin de que los seres que la habitaban pudieran descansar de la vida, venerar a sus antepasados y adorar a los Orishas que los habían creado.

Así nació la humanidad, con sus virtudes y sus defectos, amparados por los Orishas y con caminos específicos que recorrer. Ya ningún Orisha los borraría de la faz de la Tierra, pues ahora su existencia dependía de ellos mismos, y si triunfaban o fracasaban era su responsabilidad, al fin y al cabo tenían a Ikú y un lugar a dónde ir después de muertos.

En la Mitología Yoruba la muerte, Ikú, es tardía, y es Orisha de cuerpo entero, y a la vez el concepto mismo de la muerte en todos sus apartados, donde los muertos no desaparecen, sino que siguen presentes. Los que cumplieron con su camino siguen adelante en su evolución espiritual, mientras los que no lo lograron vuelven al mundo de los vivos en una especie de reencarnación programada, donde los recién nacidos son bienvenidos si van a tener un camino y un lugar en la sociedad, o no bienvenidos e incluso rechazados (comidos o abandonados), si no tienen un sendero destinado.

Si un niño nace brujo, por ejemplo, y su camino no es ser brujo, será abandonado por su madre y su familia en cuanto aprenda a caminar.

Si un niño nace sin tener pareja predestinada, nunca se le dejará participar en los rituales de hombría, es decir, nunca será considerado hombre dentro del grupo, y tendrá que abandonar el poblado cuando haya traspasado la adolescencia, y buscar su camino en el exilio. Todo esto si tiene suerte, porque en algunas ocasiones, al no tener futuro ni destino dentro de su grupo, se le devuelve a Ikú tras haber sido el plato principal de la cena.

Según algunos antropólogos, esta es una de las razones por las cuales no hay familias numerosas en buena parte de África, ya que las madres no suelen tener más de cuatro hijos, cuando mucho, y a menudo se ajustan a solo dos, a diferencia de otros pueblos del mundo, donde las madres tienen los hijos que pueden o los que Dios les mande, y no los que quieren, por lo que no falta quien diga que la modernidad del control de la natalidad a lo largo y ancho del mundo, nace de las tradiciones de la Mitología Yoruba.

Tercera Pataki de la Creación

Los más ancianos de la aldea cuentan que Olodumare no tuvo nada qué ver con la creación de los seres humanos, que fueron los primeros siete Orishas los que crearon a sus propios veneradores, y los que marcaron el camino que debían seguir para alcanzar el honor que se les debe a los antepasados y la abundancia y la fertilidad en esta vida, pues sin descendencia no hay continuidad en el camino, sino soledad y tristeza en Ikú, la muerte, y pobreza y desaliento en Ifé, el mundo.

Solo Olodumare es perfecto y dueño de todo, por eso no se mete en nada, no interviene en nada.

En los Orishas no hay perfección, pero sí poder e inmortalidad, por eso se aburren si no tienen a quién guiar, a quién abrirle caminos.

Cuentan que hasta los hijos de Yemanyá pecaron de inmoralidad y quisieron destronar a los Orishas para reinar ellos en la cadena de oro de Obatalá, por eso tuvieron que volver a empezar con una humanidad, la cuarta, que fuera diversa y ordenada cada una en su camino.

De esta manera se inventó todo:

-Olofin creó a los humanos espirituales, a los que aspiran al cielo que habita y que siguen el camino de la perfección y el ascenso. Ellos curan, cuidan y enseñan, y deben hacerlo sin buscar la fama, el reconocimiento o la gloria, el poder o las riquezas, pues deben ser cautos y prudentes, sabios y espirituales, para no desviarse de su camino y caer en otro sendero que no les corresponde. Los hijos de Olofin siempre están dispuestos al sacrificio, a entregarse a los demás, algunos de ellos son blancos de pelo o de piel, y siempre muy inteligentes desde sus primeros pasos, para que se les reconozca incluso nada más nacer.

-Orunmila creó a los humanos que rigen el destino, que conocen el futuro, el pasado y el hoy. Ellos saben y guían a otros seres humanos sanándoles y revelándoles el Orisha que guía su camino. Ellos saben que la mano de Orula está con ellos, y conocen la magia que cambia las realidades, que concede los deseos y que abre los caminos, y pueden cobrar por sus servicios e incluso enriquecerse, pero no pueden ni deben usar la magia para ellos mismos ni para los que son de su sangre, y tienen que permanecer siempre en su sendero sin negar sus dones a nadie por duro o blando que sea su camino. Los hijos de Orunmila son morenos, y tienen algo en su carácter y forma de ser y estar, como fuera de lugar o diferente, que los distingue del resto de los hijos de otro Orisha, como cabellera abundante y rojiza, o sin un solo cabello en su cabeza.

-Oshun creó a los humanos fértiles y viriles, sensuales y ambiciosos, guerreros de la astucia y la seducción. Ninguno de sus hijos puede considerarse hombre o mujer si no tiene en su camino una o varias parejas para dejar su simiente en el mundo, por eso aquellos que ella creó que no tienen destino ni camino de procreación y familia, deben ser exiliados o ser comidos por la comunidad, porque nunca podrán ser mayores de edad ni darán bien productivo para ellos ni para los demás. Vivir y crecer sin tener camino, no tiene sentido para los hijos de Oshun; pero sin cumplen con su camino suelen alcanzar los bienes y la riqueza que su ambición se proponga. Los hijos e hijas de Oshun tienen belleza, o simpatía, atractivo y seducción natural, con hermosa cabellera, y una especie de olor o perfume que emana su persona.

-Changó creó a los guerreros y a las guerreras, a los seres que luchan y toman decisiones, a los mandan y comandan, a los que lideran y toman la iniciativa, a los fuertes y disciplinados. Los hijos de Changó no siempre son agradables porque crean temor a su alrededor, pero siempre son necesarios para defender y proteger a los demás. Los hijos de Changó, por tanto, son seres de fuerza, poder y honor, que no pueden ni deben abandonar su camino, porque el hacerlo significaría la derrota y la indignidad, la pérdida total de sí mismos, por eso, aunque sean derrotados y prendidos por sus enemigos, o abatidos por el infortunio o las catástrofes de la naturaleza, deben resistir y perdurar. De una o de otra manera son empujados a su camino, ya que no pueden negar su naturaleza. Los hijos de Changó pueden ser grandes, toscos y de facciones duras, con el cabello grueso y rojizo, y pelo en el cuerpo; o bien delgados, duros, secos y afilados, pero siempre con los ojos vivos y la mirada decidida y valiente, e incluso salvaje y cruel, para que siempre se les tema y se les reconozca.

-Yemanyá creó a sus hijos amorosos, bellos, sensibles, puros y virginales hasta la unión con los Orishas o con sus parejas, con vocación de servicio y aptos para muchos menesteres. No son asexuados, pero pueden vivir sin sexo largas temporadas, como los marineros, los peregrinos, los cazadores o los que le ofrendan su vida a un Orisha. Carecen de los dones de Oshun, pero lo compensan al ser muy paternales y maternales, por eso entre sus filas hay muy buenos ayos y nodrizas, maestros y guías menores, que cuidan de la aldea y de la familia. Suelen tener conciencia de su camino, pero sufren mucho cuando pierden el sendero. No tienen un gran poder, pero la protección de Yemanyá puede procurarles grandes milagros aunque solo sea una vez en la vida. Su aspecto suele ser bello, normal y agradable en las hembras, y hermoso y amable en los hombres, como los del pueblo Tutsi, pero no sensual ni sexual, para que se les distinga desde su nacimiento.

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