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ОглавлениеI: Cosmovisión Yoruba
Olodumare, Olodumare,
por las venas de la ceiba
baja la savia bendita
y se recrea en la creación del Orisha,
quien por sus raíces
baja tu esencia a esta tierra.
Existen al menos tres mil patakies yoruba conocidas, tres mil leyendas que nos hablan de su cosmovisión, o aparición del mundo, y las actividades y aventuras de los Orishas. Como en todas las leyendas, su contenido depende en buena parte de sus narradores, que si bien en todas se mantiene la esencia del contenido, a menudo varía la forma externa de su continente.
Primera pataki de Olodumare
Cuenta la pataki que Olodumare es la esencia misma del universo, un aroma que crea estrellas y nebulosas, mundos y soles, y seres de todas y cada una de las formas pensables e impensables.
Olodumare no mata ni destruye, son los seres y las cosas que pierden consistencia al terminar su sendero, mientras el aliento de Olodumare permanece, porque la esencia del universo es eterna, las formas vienen y van, Olodumare permanece.
Así estaban las cosas, fluyendo de estrella en estrella, hasta que en un tiempo lejano que se desconoce, Olodumare sopló, y de ese soplo empezó a crecer una árbol gigantesco, de la copa hacia las raíces, y las raíces buscaban donde aposentarse, querían agua y tierra, tenían hambre.
Los brotes y las ramas crecían por el aliento de Olodumare, un aliento que dentro del gran árbol se iba convirtiendo en savia sagrada, y de la savia iban brotando Orishas como espinas gordas, pero no tenían qué hacer ni dónde ir.
Olodumare seguía soplando y la ceiba creciendo con hambre de agua y tierra, y los Orishas, señores que piensan, queriendo poner en acción sus pensamientos; así este mundo se fue formando, de las raíces de la ceiba y los deseos de los Orishas, hasta quedar como lo conocemos, con agua y selva, montañas y piedras, y muchos árboles, todos mirando hacia las estrellas del cielo, donde se encontraba Olodumare.
Cuando todo estuvo hecho, Olodumare dejó de soplar, y los Orishas empezaron a salir de la ceiba para ver el mundo y los cielos, disfrutando de la esencia que Olodumare había dejado en ellos.
En el mundo no había más vida que la de los árboles, los ríos y los Orishas, ni un animal, ni un insecto, ni una flor. Nada y todo, y así fue pasando el tiempo.
Olodumare en esencia
Fue la Orisha Oshun quien pensó que al mundo le hacían falta cosas, que era hermoso, pero demasiado simple, y así empezó a inventar seres y cosas que le iban saliendo de la mente unas y otras, por eso es la señora de las aguas de los ríos, porque del agua de los ríos se puede sacar muchas cosas, y en ella pueden vivir muchos seres.
Olodumare vio todo desde los cielos, y dijo que estaba bien, que era bello lo que había hecho Oshun, y que ahora los Orishas tendrían lugar para ser y estar, y se alejó a soplar otros mundos.
“No interferiré en este mundo, hijos míos”, les dijo a los Orishas desde el cielo, “marcad vosotros los caminos y los senderos, mi esencia queda vuestros pensamientos para que puedan saber de mí.”
Es por eso que no podemos conocer a Olodumare ni adorarle ni pedirle, son los Orishas quienes pueden llegar a él y llevarles sus ruegos y nuestros ruegos, lo demás queda sellado en el misterio hasta que se concluya el camino de los Orishas y el nuestro, y volvamos a la esencia de Olodumare.
Segunda pataki de Olodumare
Olodumare es el ser supremo de absolutamente todo.
Olodumare es el señor de todo lo existente.
Olodumare es el señor del ayer, del ahora y del mañana.
Olodumare creó todo lo que existió, lo que existe y lo que existirá.
Olodumare es el señor de lo oculto y de nuestro destino.
Olodumare no conoce ni escucha al hombre.
Olofin es su esencia en Orisha que se ocupa del palacio y escucha los secretos de la humanidad.
Olorun es su esencia Orisha que se encarga de los asuntos abiertos de la humanidad.
Olodumare los escucha, pero no interviene, simplemente los escucha, y de ellos, de los Orisha, depende el ser escuchados para que actúen en su nombre.
Olodumare no tiene figura.
Olodumare no tiene altares.
Olodumare no recibe ofrendas.
Olodumare está mucho más allá de toda veneración y de toda ofrenda.
Olodumare no tiene collares ni amuletos ni se presta a creencias o supersticiones.
Olodumare es inconmovible, incognoscible e incomprensible.
Olodumare lo es todo, porque todo nace y brota de él, desde lo más pequeño e invisible, hasta lo más grande e inimaginable.
Los Orishas son su savia y su canal, seres menores cercanos a la humanidad, conducto y obra de Olodumare, pero nada más.
Mitología Yoruba y Cábala
En la mitología comparada se pueden encontrar ciertas similitudes entre la cosmovisión yoruba y la cosmovisión cabalística, que también cuenta con un Macroprosopus, La Gran Obra Incognoscible, un Árbol de la Vida Cabalístico que se desdobla desde lo más alto hasta lo más bajo, y un Microprosopus, La Obra Menor, como ser sagrado y mítico más cercano a la humanidad.
La gran diferencia radica en que la Cábala es forzosamente escritura, y la Mitología Yoruba, al menos hasta donde se conoce, carece de letras gráficas.
Al Árbol de la Vida y similares lo vamos a encontrar en diversas mitologías como la egipcia, la hebrea, la hindú y la maya; esta última como la misma especie de árbol, la ceiba, y más lejanamente con el árbol de las Hespérides de la mitología griega. Lo original de la Mitología Yoruba radica en la forma de construir el árbol, ya que Olodumare lo inspira de la copa a las raíces, y no de la semilla potencial al nacimiento y posterior crecimiento del árbol.
Hoy sabemos que hace ciento veinticinco millones de años no había ni una sola flor, ni insectos, y que la forma predominante de vida en el planeta eran los árboles junto a algunos saurios y reptiles. No sabemos si los antiguos pueblos de los que se desprenden los yoruba tenían este conocimiento, por lo que llama la atención la intuición de plagar la Tierra solo de árboles en lo que ellos consideran el origen de nuestro planeta.
La representación no física de Olodumare también es significativa, es decir, no es un dios con forma humana, sino un ser trascendente que se encuentra más allá de los patrones de la humanidad, una concepción casi única, mucho más mística y esotérica que los referentes clásicos humanoides de otras mitologías.
Olodumare ni siquiera se va a encargar de la creación de la humanidad, él solo pone la savia en los Orishas que van a transformar las partículas del ser humano, es decir, no lo hace a su imagen y semejanza, porque ni siquiera los Orishas, muchos de ellos con características antropomorfas, están hechos a la imagen y semejanza de Olodumare.
Hay Orishas elevados, como Olofin, señor de los palacios celestiales, y Orishas más cercanos al planeta y a los seres y fenómenos que lo habitan, como Changó, que representa al rayo entre muchas otras cosas, o como Oshun, señora de los ríos y madre de la raza humana. Olodumare no representa absolutamente nada de lo terrenal, aunque en esencia lo es absolutamente todo, y no necesita ni de este planeta ni del planeta para subsistir.
Esta concepción de una deidad como el todo universal, nos da una idea de la capacidad de abstracción que tenían los antiguos yoruba con respecto al firmamento y las estrellas, distinguiendo perfectamente a nuestro planeta del espacio que la rodea, un espacio y unas estrellas que no comprendemos, aunque a veces lo intentemos, como a Olodumare, que es el universo y el destino mismo. “Señor del destino” sería la traducción del yoruba al castellano.
Tercera pataki de Olodumare
Y así Olodumare lo dispuso todo, y así lo dejó, riquezas inmensas al alcance de la mano, para que quien tuviera hambre que se hartara, quien tuviera sueño que durmiera hasta cansarse de sueño, quien quisiera amor que lo tuviera en abundancia, y quien quisiera beber que disfrutara del agua cristalina de los ríos.
Así se podía gozar una vida plena de salud y eterna para los seres que los Orishas fueran creando.
Olodumare se fue y dejó a los señores de la mente, los Orishas, a cargo de aquel paraíso, para no mirar atrás.
Pero los Orishas fueron perezosos, como Elehuá, ambiciosos como Obatalá, lúbricos como Oshun, y pronto empezaron los incestos y las disputas entre ellos, y más tarde entre sus creaciones. Olorun perdió los caminos de los destinos, y Olofin tuvo que restañar las heridas.
Cuando Olofin preguntó a Olodumare qué debía hacer, Olodumare le respondió: “Os lo di todo, y todo lo tenéis, así que no me llames, no me preguntes, no me pidas, no me veneres, no me nombres siquiera, porque ya tenéis todo de mí.”
Misticismo Yoruba
Solo el Eterno Continuo de la mitología hindú tiene parangón con la sabiduría mística y espiritual de Olodumare, y, en menor medida, el Cosmos de la mitología griega. Para los cristianos Jesús es el camino, mientras que para la Mitología Yoruba su señor de los destinos, Olodumare, es todos y cada uno de los senderos, el camino de todos los caminos, el todo de todas las cosas, y, si ya lo ha dado todo, no hay nada más qué pedirle.
Su nombre es conocido, pero no se le debe nombrar para nada, ni imitar ni seguir y mucho menos adorar, pedir o perseguir, pero no porque sea una prohibición absurda o un pecado a castigar, sino porque Olodumare siempre está ahí, en todas y cada una de las cosas existentes e inexistentes.
Esta es una de las razones por las que la Mitología Yoruba ha trascendido y se ha mantenido a lo largo de los siglos, sin importar las penalidades que hayan sufrido sus seguidores, hasta convertirse en la Religión Yoruba, y sus ramificaciones, que conocemos hoy en día; y con la misma esencia y savia de Olodumare, a pesar de todos los sincretismos y cambios que ha ido observando a lo largo de la historia.
Cuarta pataki de Olodumare
El abuelo de Yop contaba que Olodumare vino del cielo en forma de viento que removió la tierra, elevó las aguas y templó los fuegos, para poder soplar las ramas, el tronco y las raíces del Árbol Sagrado, y así lograr su firmeza, su alimento y que no se quemara, para que la sangre del árbol, su savia, estuviera siempre conectada con las estrellas.
De cada rama creció un collar de frutos, vainas y flores, cada uno con su color, y del collar nacieron las cabezas y sus señores, los Orishas, que pensaron el mundo varias veces hasta dar con el mundo que conocemos.
De cada cabeza nació un mundo con sus seres y sus cosas. Ikú, el no estar (la muerte), tardó en llegar.
La acacia sagrada y conectada con Olodumare
Obatalá, orgulloso de sus creaciones, llamó a Olodumare para que las viera. Olodumare bajó y vio, y le regaló una gallina a Obatalá para que picoteara las semillas, escarbara la tierra e hiciera llegar las aguas de Oshun a todas partes y así esparciera mejor la vida. Luego se retiró.
Así los árboles se multiplicaron y todos fueron sagrados, todos unidos por su savia a Olodumare, creando junto con los Orishas el mundo que conocemos.
Un poco de historia
Estas patakis o leyendas reflejan un mundo yoruba donde el hombre blanco parece haber metido la mano, o bien, parecen estar fuera del contexto africano y de la zona subsahariana donde se supone que proceden.
Muchas de las leyendas anteriores al contacto entre africanos y europeos, egipcios o árabes, nada tienen que ver con el panteón yoruba.
Lo más lejos que podemos situar históricamente a la Mitología Yoruba, con Orishas y similares, es en el siglo VII de nuestra era, con la llegada del mítico Oduduwá y la expansión del Islam en la zona.
El primer Islam era menos radical y menos mítico de lo que es ahora, y, en cierta forma, era muy cercano al judaísmo y a las tradiciones semíticas. Mahoma aún no estaba tan mistificado ni tan mitificado como lo estuvo después.
Se puede anotar que el Islam provenía de un mal padre, Abraham, de una madre repudiada, Agar, y de un hijo rechazado, Ismael, pero de un mismo dios o dioses, Eli o Elohim, es decir, Alá.
Era sin duda una religión dolida, pero muy refinada, con una concepción muy elevada de Alá y unas metas de paz, armonía, felicidad y abundancia para todos y cada uno de los seres humanos, una bella religión de amor sin duda alguna, que tardó varios años en dejar de serlo, y muchos más en radicalizarse.
El primer Islam fue tolerante y se fundió con muchas otras creencias y religiones, entre ellas la yoruba, ya que en sus principios no fue tan imperialista e impositiva como la Religión Católica; los infieles eran infieles y no gozarían nunca de las mieles de Alá, pero no se les mataba o quemaba por no compartir la misma creencia.
No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta, y todos los islamistas deben estar unidos bajo el credo Shahada, pero hay varias ramas del mismo árbol, como Orishas en la Mitología Yoruba.
Suníes, sufís y shías son las más conocidas, pero dentro de estas tres divisiones, más de una vez en pugna y en guerra, hay diferentes escuelas, por ejemplo, dentro del shiismo, o chiismo, se encuentra el ismaelismo, que parece el más cercano a las creencias de la Mitología Yoruba.
Como toda gran religión, el Islam buscaba superar las supersticiones y las leyendas de su entorno, pero libros como Las mil y una noches nos demuestran que, como en el caso de muchas otras grandes religiones, nada pudieron hacer para que el pueblo confiara más en el mítico rey Salomón, en genios y en hadas, que en Mahoma y en Alá, por mucho que les rezaran y adoraran, para solucionar sus problemas cotidianos y satisfacer sus ambiciones, de la misma manera que los católicos confían en sus santos y vírgenes antes que en el Dios Padre, y los yoruba en sus Orishas antes que en Olodumare.
Eli, Alá y Olo, aunque en castellano no nos lo parezca, tienen una pronunciación muy similar, sobre todo en la letra consonante intermedia, la que importa.
Nigeria, Níger, Benín y Togo se habla actualmente la lengua yoruba, sobre todo en Nigeria, donde es oficial, pero también se habla en Cuba y en Brasil, e incluso en Miami.
Las leyendas cuentan que el yoruba se habla desde hace miles de años, y que Oduduwá les llevó las letras, pero científica e históricamente no es hasta el siglo XIX que se le da un cuerpo escrito y formal, y el lucumí, considerado arcaico y muy popular entre babalaos, en realidad es la derivación dialéctica del yoruba que se utiliza en los rituales de santería en Cuba, Haití y República Dominicana.
Diversidad antropomórfica yoruba
No hay duda que el idioma yoruba tuvo una gran influencia a lo largo y ancho del río Níger, los actuales estados de Ogun, Oya y Oba, y los ríos que llevan su nombre, es una clara preeminencia del yoruba sobre las lenguas de otras etnias, e incluso de su influencia mítica y religiosa, pero Naana Buluku, en Benín, resultó más vieja que Olodumare, al menos en su llegada a la Tierra, porque los arara son quizás más antiguos que los yoruba, al menos como etnia particular, ya que los yoruba no tienen un aspecto específico, y están formados por más de dieciséis grupos humanos.
Entre los yoruba se pueden encontrar rasgos antropomórficos de varios pueblos, como los hutus y los tutsi, pero nunca tan específicos y propios como los bosquimanos, los pigmeos, los zulú o los suajili, que también tiene lenguas complejas y rica mitología; sin embargo, es la Mitología Yoruba la que se ha expandido y ha tenido un amplio eco en las creencias y religiones afroamericanas.
Por lo que respecta a las lenguas hay una gran diversidad, y al menos dieciséis lenguas bien estructuradas como el yoruba y su famoso saludo “luk’u’mi”, que da nombre al dialecto yoruba de Cuba, el lucumí. En América el yoruba se ha castellanizado, pero desde las colonias del siglo XVI tuvo un claro afrancesamiento tanto en su grafía como en su pronunciación.
Muy lejos de todo ello quedan las patakis más antiguas, aquellas donde los Orishas todavía no tienen forma humana, los ríos son las grandes divinidades y los animales de la selva tienen algún papel.
En estas patakis y leyendas se adivina lo que será la Mitología Yoruba del setecientos de nuestra era, y que algunos estudiosos sitúan en la Edad de Piedra, mucho antes de que egipcios, griegos y romanos incursionaran tímidamente en el continente africano.
Primera Pataki de Agayú
El Ríos de Ríos (el Níger) era todo lo que había.
Solo agua hasta que crecieron las tierras y el Señor de las Arenas empujó a los ríos y a las montañas.
Entonces los cielos se elevaron y las nubes se pusieron de por medio.
El Río de Ríos empezó a tener hijos como las ramas de los árboles, abriéndose paso porque quería llegar lejos y a todas partes.
Así engendró a Oya, Oba, Oshun y Agayú, el revoltoso.
Todos se cruzaban entre sí creando vida a su alrededor.
Pero Agayú fue el más adelantado porque creo todo un reino a lo largo de su cauce hasta llegar a su palacio.
Creó mucho seres en su interior, pero también alrededor de su cuenca.
Nacieron las aves y los peces.
Los insectos y las ranas.
Las serpientes y los gusanos.
Los lémures y los babuinos.
Los cocodrilos y los hipopótamos.
Los dromedarios y los elefantes.
Los tigres y los leones.
Y, finalmente, cuando todo ya estaba hecho, aparecieron los hombres.
Agayú, su padre, vio que tenían dos manos y diez dedos, y que con ellas podían trabajar para él.
También vio que hablaban y reían, más que los monos, así que podían honrarlo, festejarlo y celebrarlo.
Agayú los tomó bajo su manto.
Luego vio que también eran violentos y perezosos, y que muchos de ellos le faltaban al respeto, así que un día los cubrió con sus aguas y los hizo temerosos de su poder, tanto, que siempre estaban quietos y tristes, y no se atrevían a levantar la mirada.
Ahora sí le obedecían en todo.
Todo estaba muy tranquilo y en orden, y las riquezas de Agayú aumentaban cada día. Nadie, ni siquiera su padre, el Río de Ríos, le importunaban, y Agayú podía vivir confiado y tranquilo.
Fue entonces cuando Agayú tomó la forma de hombre y de rey en tierra, y así era hombre y río a la vez, y podía gozar de sus bienes y de su mando tanto en la selva como el en agua, en el árbol como en el viento, y disfrutar del espíritu y de la carne en su existencia.
Los humanos le obedecían ciegamente en todo, así que los mandó a que le construyeran un gran palacio, para que lo llenaran con lo mejor que existiera.
Agayú vivía tan despreocupado que dejaba las puertas y las cortinas abiertas de su palacio, pues sabía que nadie, ni hombre ni animal, ni reptil ni insecto, se atrevería a tocar sus posesiones.
Sus aguas corrían contentas llenas de peces, y si alguien las quería cruzar, bañarse o navegar en ellas, tenía que pedirle permiso y brindarle ofrendas.
Los extranjeros tenían que traerle frutos y semillas nuevas y desconocidas para sembrarlas en su lecho, y las extranjeras tenían que dormir con él para que tuvieran su descendencia allá donde fueran.
Algunos se rebelaban y lo engañaban, y entonces Agayú los ahogaba o los convertía en peces y criaturas de río.
Algunas se rebelaban y lo engañaban, pues no querían acostarse con él, y entonces Agayú las ahogaba y las convertía en lagartos y culebras.
Claro que algunos y algunas se le escapaban, pero eran los menos, y por regla ya no volvían a molestarlo, pues sabían de su poder.
Todo estaba en orden.
Un buen o mal día Agayú se vistió de hombre y fue a visitar a Olokun, el mar, para saber qué pasaba finalmente con sus aguas dulces y fértiles, y si bien no perdían su fertilidad, sí se volvían amargas y saladas.
“Estas aguas no son buenas, tienen mucho, pero no tienen nada, no sirven para que las plantas crezcan y no se pueden beber. Olokun, son tristes tus aguas como las lágrimas de la mujer.”
Olokun le respondió: “Entonces mis aguas son como tu gente”.
Agayú, que era orgulloso, no quiso entender y regresó molesto a sus dominios.
En su ausencia alguien se había atrevido a pescar sus peces y a comer las frutas de sus árboles.
Alguien había dormido en su palacio y disfrutado de sus carnes.
Alguien había jugado con sus pertenencias.
“¡Quién fue!” Gritó varias veces.
Su gente ni siquiera se atrevió a alzar la mirada, y tristes y sumisos esperaban el castigo de su señor, sin defenderse, sin hablar y sin señalar a culpable alguno.
“¿Fueron los monos?”
Nadie le contestaba.
“¿Fueron los peces?”
Nadie le contestaba.
“¿Fueron los reptiles y las culebras?”
Nadie le contestaba.
“¿Fueron los insectos y los gusanos?”
Nadie le contestaba.
Cuando ya no pudo tener más cólera y rabia de la que tenía, se dispuso a matar a todos los seres que había creado, atrayendo las tormentas y desbordándose de su cauce. Solo así castigaría a los trasgresores sin tener que andar preguntando.
En ese momento oyó un fuerte y lejana voz (algunos dicen que era la voz de Olokun para darle una lección):
“¡Fueron tus hijos!”
“¿Mis hijos? ¿Cuáles hijos?”
“Los que has tenido con las doncellas que han cruzado tus aguas, y no puedes castigar a nadie porque tus hijos tienen derecho a gozar de su herencia.”
Agayú no entendió razones y empezó con la inundación.
Los peces se rieron de él, pues ya vivían en el agua.
Los monos treparon a los árboles más altos, burlándose también.
Los animales pequeños se fueron a las montañas más altas.
Los animales grandes huyeron por la selva sin mirar atrás.
Casi todos los animales se salvaron, solo algunos sufrieron la cruel venganza de Agayú, pero sus hombres y mujeres murieron todos y no quedó nadie para temerle, trabajarle y adorarle.
Agayú quedó solo y triste, tanto, que ya no pudo o no quiso convertirse en hombre para andar rondando por ahí con dos piernas, y se quedó siendo solo agua.
De sus hijos, los que allanaron su palacio, nadie supo nada, aunque algunos dicen que eran pequeños orishas, hijos suyos, que había tenido, sin saberlo, con una Orisha mayor, con una genio o con una princesa de sangre divina.
En esta leyenda la Mitología Yoruba que conocemos, con sus Orishas y Olodumare, todavía no estaba asentada, y de ella se derivan otras leyendas donde Agayú pasa de ser río y rey tirano, a ser un Orisha con toda la barba, con penacho de águila o de gallina, herramientas que le proporciona Ogun, y dones relacionados con los volcanes, la lava y los terremotos, más que con el elemento agua.
Estas transformaciones y cambios de orientación no son raros en la Mitología Yoruba, como tampoco lo es su falta de orden cronológico, el cual podemos interpretar por datos contextuales, pero sin saber realmente la fecha y el origen de la leyenda, ya que a menudo los datos contextuales se mezclan unos con otros, y tanto nos dan señales arcaicas, como datos pertenecientes al siglo VII de nuestra era, pasando de la piedra a los metales, o del animismo al antropomorfismo secular o divino, para acabar fusionándolo todo, e incluso dándole toques de las mitologías griega y egipcia.
Segunda Pataki de Agayú
En los primeros tiempos sobre las aguas se derramaron las tierras.
Así se fue haciendo la gran costra dura.
La gran costra dura apartó las aguas y hundió los fuegos.
Nada podía vivir en ese caos.
Los Orishas bajaban por el ashé (esencia) Olodumare, pero no tenían dónde ponerse.
La gallina de Obatalá había escarbado demasiado y la tierra tenía abierta sus venas de fuego por todos lados.
Las aguas hervían y las nubes se elevaban con malos olores.
Los Orishas mayores engañaban a los orishas menores para que bajaran y ver dónde se quemaban y dónde no se quemaban.
A unos los vestían de plantas y a otros los vestían de agua.
Los vestidos de plantas se quemaban más rápido que los vestidos de agua.
Y los orishas menores, con la promesa de convertirse en Orishas mayores si lograban aposentarse en aquella Tierra, bajaban a probar suerte.
Uno de ellos fue Agayú Sola, que se cubrió el cuerpo con mucha agua, se puso un casco de ave, y se montó en una barca.
Así se lanzó a la tierra ardiente, mojando y remando, pues era tanta el agua que llevaba, que podía navegar sobre ella.
Agayú fue secando algunos tramos, y amontonó mucha tierra seca hasta formar una gran montaña que atajaba el fuego por todos lados.
De esta manera fue creando los volcanes, y se fue acostumbrando a vivir dentro de ellos, y desde dentro de ellos echaba lava hacia afuera para que se mojara y enfriara con el agua y con el viento, hasta que otros Orishas, mayores y menores se pudieron aposentar en el suelo.
Agayú Sola fue llamado entonces, Orisha mayor de la creación, señor de los volcanes, los terremotos y los ríos, pues muchos ríos se formaron con su intervención.
Agayú se lleno de vanidad y orgullo, y vio por debajo del hombro a otros Orishas de la creación, pues habían hecho muy poco para darle forma al mundo.
Entonces fue castigado y convertido en un gigante.
Entonces no había hombres y cada gigante tomaba posesión de lo que le parecía, a menos que un Orisha se lo impidiera.
Agayú quería un río y sus alrededores, pero ese río ya pertenecía a Oshun.
Agayú, aunque solo era un gigante, seguía siendo orgulloso, pues ese era su camino, así que desafió a Oshun.
“Si logras cruzar el río, te lo cedo”, le dijo Oshun.
Agayú se burlo pues vio la empresa muy fácil, y se dispuso a cruzar el río de Oshun.
Metió un pie, y resbaló cayendo de espaldas.
Oshun se burló de él.
Se levantó y metió los dos pies con fuerza, pero una suave corriente deslizó la arena debajo de sus pies, y el gigante Agayú cayó de nuevo.
Oshun rio con ganas.
Agayú, entonces, tomó impulso y corrió sobre las aguas, pero de pronto una fuerte corriente volvió a derribarle, y a sacarlo del río chocando con una piedra.
La Orisha no paraba de reírse al ver los fracasos de Agayú, quien adolorido volvió a tomar impulso y se lanzó de cabeza al agua, avanzó un buen tramo, pero pronto vio que se hundía y se ahogaba.
Como pudo y tosiendo volvió hacia atrás, hasta sentir que tocaba fondo con los pies y no con la cabeza, y salió del río.
A Oshun empezó a gustarle la insistencia del gigante, y le ofreció su ayuda, pero este, necio y orgulloso dijo que pasaría sin ayuda de una mujer, por Orisha que fuera.
Agayú fue a un río más tranquilo, el Ríos de los Ríos, y aprendió a nadar.
Volvió al río de Oshun y lo intentó de nuevo, pero las corrientes y los remolinos eran tan fuertes, que el gigante no puedo pasar de la mitad y fue arrojado de sus aguas nuevamente.
Oshun estaba muy divertida y complacida con el esfuerzo de Agayú, y lo animó a continuar.
Agayú recordó que alguna vez había tenido una barca y fue por ella. La arrastró hasta la margen del río, se subió en ella, primero con torpeza, pero después vio que la dominaba, y poco a poco, a pesar de las corrientes y los remolinos, logró cruzar hacia el otro lado.
Oshun le cedió gustosa el río, e incluso hay quien dice que tuvo un hijo con el gigante, y desde entonces los ríos de Agayú y Oshun son amigos.
Agayú recuperó su condición de Orisha, y pudo ser hombre y río a la vez, señor de los volcanes y los terremotos, vio el nacimiento de la humanidad y tuvo relaciones incluso con la difícil Yemanyá, y muchos hijos, como Changó, y ahí sigue plantado en sus dominios.
Agayú, señor de aguas y de volcanes
La figura de Agayú ha pasado por tiempos de olvido y tiempos de renacimiento, por lo que para algunos autores, es una figura pluvial y arcaica pre-mitología yoruba, y para otros un simple añadido al panteón yoruba que en un principio carecía de un Orisha que se encargara de los volcanes. Su relación con los ríos y las aguas parece clara, pero la relación con los volcanes y las herramientas de metal sería más propia en todo caso de Ogun, señor del hierro, que de Agayú.
De una o de otra manera la Santería Cubana lo rescata y le da un lugar de privilegio.