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Prólogo: La ruta maya del misterio

Amo la ignorancia,

dijo el sabio Zamná,

porque la ignorancia

es el punto de partida

de todo conocimiento.

Resulta paradójico que cuando más se estudia una cultura, como la maya, más dudas, enigmas y misterios van apareciendo a lo largo y ancho de la investigación, así como más leyendas y mitos, tanto populares como académicas, unas llenas de errores y falsos amigos, y otras revisables, aunque eruditas, ante los constantes descubrimientos arqueológicos.

El pasado sigue enterrado, y a menudo en lugar de desenterrarlo de una vez por todas, parece que lo enterramos aún más con la democratización o vulgarización del conocimiento, como la información que aparece en las redes sociales y con las películas que se hacen al respecto, así como con el oscurantismo de las versiones oficiales que aparecen en los libros de texto e historia.

Uno de los errores más comunes es el de confundir a la cultura maya con la cultura azteca, como habitualmente hacen los europeos y los norteamericanos, lo que no es de extrañar, pues muchos de ellos creen que Sevilla está en México.

Eso no es todo: también hay personas que confunden incluso a la cultura inca con las culturas maya y azteca, pensando que el continente americano comparte un pasado prehispánico completamente homogéneo. No solo es la falta de conocimiento o la ignorancia general, porque en cierta forma nadie está obligado a saber lo que desconoce, y nuestro cerebro está acostumbrado a aceptar y a creer lo primero que escucha, sobre todo si proviene de la letra escrita o de la imagen filmada o fotografiada, es decir, de una fuente de supuesta autoridad, sino el exceso de información que se ha de procesar día a día más allá de nuestro entorno más inmediato, el cual a menudo también desconocemos. Muchas veces ni siquiera nos damos cuenta de en dónde estamos inmersos.

Interpretamos e incluso inventamos a partir del desconocimiento, o de lo que de lo que creemos conocimiento oficial y científico, creando nuestra propia ficción, nuestra propia historia, nuestra propia leyenda, y tal parece que esta forma de actuar y de pensar no ha cambiado mucho en los últimos diez o doce mil años: los seres humanos fabulamos independientemente de lo que sea la verdad o la realidad, y sin importarnos si fallamos en parte o en el todo.

A veces, hasta parece que no se quiere llegar a la verdad y a la realidad, porque la imaginación resulta más interesante que la claridad y el misterio atrae mucho más que lo explícito.

La mitología maya está llena de misterios y enigmas, por eso es tan atractiva. Se sabe mucho de ella, pues ha sido y es ampliamente estudiada, pero a la vez sabemos muy poco, y eso da lugar a todo tipo de especulaciones, como pasa con su calendario y sus supuestas profecías, sobre una cultura que desapareció de la faz de la Tierra no una, sino tres veces, para reaparecer y volver a desaparecer sin que nadie sepa nada al respecto.

Una civilización tan elevada y sofisticada como la maya, con ocho mil años de historia, en una región fértil y rica en toda clase de recursos naturales, capaz de construir hermosas e increíbles ciudades, con conocimientos matemáticos, astronómicos y científicos tan elevados y adelantados a su tiempo que siguen sorprendiendo a propios y extraños, con una escritura jeroglífica que no entiende nadie a pesar del ruso que asegura haberla decodificado, da lugar a todo tipo de historias, leyendas, mitos e interpretaciones, y, por lo mismo, a muchas dudas y preguntas al respecto.

Nos quedan los pueblos mayenses, descendientes directos de aquellos mayas que implementaban el cero en sus cuentas y construyeron Tikal y Palenque, que pueden contarnos muchas cosas, pero que de la ciencia antigua saben muy poco, pues es muy raro que alguno de ellos sepa los ciclos de Venus, a menos que haya estudiado astronomía moderna, o de arquitectura capaz de captar los solsticios, o de recubrir una pirámide con otra pirámide. Quedan los mayenses, pero no los mayas, a los que buscaremos a lo largo y ancho de este libro a través de sus mitos y sus leyendas, que quizá guarden las claves que abren las puertas de la ruta del misterio.

La historia es una ciencia social que busca ser exacta, o por lo menos acercarse a la realidad con cada nuevo dato y cada nuevo descubrimiento, e incluso mediante sus mitos y leyendas, que a menudo son más fascinantes que la historia oficial, porque en ellos se encuentra una esencia y se realiza una búsqueda que va más allá de la cronología y de los hechos: un prisma que nos abra los ojos a otras realidades, a otras formas de estar en la Tierra y a otras maneras de entender el universo y nuestra propia humanidad.

La mitología maya nos ofrece esta posibilidad, porque es una de las pocas que pone en cuestionamiento a los jerarcas y a los señores divinos, que se burla de ellos y que señala la astucia e independencia de los humildes seres humanos con respecto a las normas establecidas que solo obedecen a los intereses de las élites. Cuestiona, además, las leyes morales, las relaciones de parentesco y los tabús sexuales tan propios de Occidente y de nuestro tiempo, donde la diversidad se ha convertido en opresión, intereses económicos y disputas ideológicas sin sentido.

La mitología maya nos habla de las grandes urbes, pero también de los pueblos mayenses que se mantuvieron al margen de aquellas imponentes civilizaciones, como los lacandones —mi etnia preferida y a la cual le dedico un capítulo—, que jamás se dejó seducir por los oropeles de la riqueza y el conocimiento reglado y de pensamiento único de los mayas civilizados, como no se deja seducir hoy en día por el supuesto progreso.

«Busco en el pasado una brecha, algo que rescate a la humanidad de su ignorancia y de sus sistemas jerárquicos de opresión, codicia y guerra, porque en el presente no la hay y, en el futuro, mucho menos». Palabras de Yayá Balam.

J.T.R.

Mitología maya

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