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ОглавлениеI: Cosmogonía maya
Entonces creamos a los
señores divinos
para que cumplieran nuestros
designios,
y el que no funcionaba
era destruido y creado de nuevo.
Hablar de una sola y única cosmogonía maya es dejar fuera uno u otro periodo, e incluso a uno u otro pueblo que conformó la cultura maya. En la etapa proto-maya, por ejemplo, los dioses estaban al servicio del hombre que los creaba y no al revés, el dios que no funcionaba era destruido y, con el mismo barro que había sido creado, se fabricaba un nuevo dios para ver si funcionaba.
Por ejemplo, para pedir que cesaran las lluvias —porque en esa región del mundo la lluvia es abundante y persistente— se fabricaba un dios, y si éste no era capaz de detener la molesta lluvia, se le gritaba, maltrataba y finalmente destruía. Luego, con sus desechos, se fabricaba otro dios que debía contener el agua para no correr la misma suerte que el anterior, y así sucesivamente hasta que dejara de llover.
El cosmos y el origen del hombre no eran importantes, porque para los primeros mayas el hombre había existido siempre, y lo que ha existido siempre no requiere origen alguno.
En el primer periodo, junto con las jerarquías sociales, aparecen los señores divinos, dioses que rigen sobre el destino de los hombres, algunos terribles y exigentes, otros sabios y benevolentes.
También aparecen los Aluxes, pequeños seres elementales que cuidan del hogar y de la persona que les da de comer, pero que molestan a los intrusos o gastan crueles bromas a quienes los ignoran o los desprecian. Las Xtabay los acompañan, como ninfas o súcubos que seducen a los jóvenes por los caminos oscuros con el fin de agotarlos sexualmente, castrarlos o matarlos si no les cumplen, indicando así las nuevas reglas morales y sociales con respecto al sexo entre la juventud maya.
Para el segundo periodo ya hay una cosmogonía formal que habla del caos como principio generador del universo, porque este caos lo contiene todo. Sin embargo, se mantiene el principio de inmanencia, es decir, de la eternidad del universo en muchos de sus sectores, con aguas estelares eternamente estáticas, mientras otras cosas cumplen ciclos de nacimiento y muerte, creación y destrucción, transformación eterna y constante.
Para el tercer periodo ya encontramos al sol, Kin, como eje y principio de todo, incluidos el tiempo y el espacio, de los ciclos de la vida y la fertilidad, y celoso dueño del destino de los hombres.
Por supuesto, un periodo influye en el otro y es difícil establecer una línea cronológica con respecto a las creencias de la cultura maya, con impactos puntuales como el de los toltecas, que introducen a Quetzalcóatl y a los Cinco Soles, y el de los itzá, que se sienten mayas como el que más, y van a reclamar un origen milenario común más allá de las grandes aguas.
Por supuesto, primero la colonización y luego la mexicanización han añadido sesgos y sincretismo a las leyendas de la mitología maya, por no hablar de las influencias religiosas y morales del judeocristianismo que han intentado no solo influir y cambiar contenido, sino borrar alguna por considerarla del todo blasfema, logrando con ello, como suele suceder en estos casos, una mayor resistencia y persistencia de las culturas ancestrales, que en el caso de los pueblos mayenses ha sido ejemplar.
El principio de todo
En un principio de no había principio, porque ya estaba todo pensado, dicho y preparado para que así fuera.
Las luces y las sombras ya estaban ahí.
El agua primordial siempre estática ya estaba ahí.
La esencia de la existencia que nunca se acaba, ya estaba ahí.
Todo estaba en desorden y mal acomodado, pero estaba.
En el desorden había de todo, solo había que escarbar para encontrar lo que se buscaba.
Con lo que había se podían hacer nuevas cosas, porque cada cosa tiene en su interior el poder de otras cosas.
Todo ya estaba ahí, unas cosas nuevas dentro de otras cosas viejas, solo había que rascar para sacar las cosas nuevas del interior de las cosas viejas, pero todo ya estaba ahí.
El todo, que todo lo contiene, siempre ha estado ahí, y siempre lo estará.
Del orden y del desorden emanaron los señores divinos, que siempre habían estado ahí, pero que no habían rascado para salir.
Los señores divinos vagaban por los cielos sin tener su alimento.
Se hicieron muchos mundos como éste, pero seguían sin alimento.
Se crearon plantas con frutos y semillas, pero seguían sin alimento.
Los señores divinos ordenado el caos
Se crearon todo tipo de animales, grandes y pequeños, feos y hermosos, hábiles e inteligentes, pero seguían sin alimento.
Crearon a los primeros hombres de carne como un animal más, pero seguían sin alimento.
Crearon a los segundos hombres de lodo y arcilla, como animal y sustrato de plantas, pero seguían sin alimento.
Crearon a los terceros hombres de despojos y cenizas, como animal y mineral, pero seguían sin alimento.
Crearon finalmente a los hombres de maíz, y los sembraron a su primera muerte, y en su muerte les dieron consciencia, los volvieron a sembrar, y así los hombres creados los empezaron a venerar y a ofrendar, y entonces los señores divinos por fin tuvieron su alimento, que no es otro que la veneración de los hombres.
Desde entonces todo está regido por ellos, todo en su orden, como debe ser, natural, armónico y equilibrado, todo en su lugar que algún día volverá al desorden primordial donde se encuentra todo.
Las Tres Piedras
El cielo estaba plagado de señores divinos que brillaban con luz propia y rasgaban las sombras del espacio.
Aquí no había nada, no había un aquí.
De los despojos y la misma sangre de los señores del cielo se empezó a formar nuestro mundo.
Primero fue candente y de fuego.
Luego fue enfriado por agua que todo lo inundó.
Ya estaba nuestro mundo dando vueltas por el cielo, pero no había nada, ni sol, ni luna por arriba, ni plantas ni animales por abajo.
Toco vacío y sin forma.
Todo oscuro y triste.
Aquí nos trajeron los señores del cielo, pero como no había nada, pues había mucha hambre para ellos y para nosotros.
Así que encendieron la luz del sol y de la luna, pero seguíamos con hambre.
La estela de Las Tres Piedras
Luego trajeron las plantas y los animales, pero seguíamos con hambre, porque no había donde cocinarlos y crudos no eran de buen comer.
Entonces los señores del cielo se pusieron a buscar y a escarbar, hasta que consiguieron tres grandes piedras y sobre ellas hicieron un fogón para cocinar los alimentos. Sin esas tres piedras que contenían al fuego, no se hubiera cocinado nada, y el hambre nos habría matado a dioses y a hombres.
Ya una vez comidos y satisfechos ellos y nosotros, se dio por conformado nuestro mundo y el universo de arriba, y así empezamos a venerar a los brillantes señores divinos que pueblan los cielos que nos dieron luz y nos mataron el hambre.
Antes, aunque hubiera mucho, no había nada, porque de nada sirve que haya mucho si no hay nadie que pueda comer y contemplar maravillado la creación y su existencia.
La inmanencia
(nadie nos creó, aquí siempre hemos estado)
No importa de dónde salimos, porque nosotros siempre hemos sido, lo que importa es de donde vinimos y por qué nos fuimos de allí.
Antes del antes estábamos más allá de los cielos y de las grandes aguas, pero nos acercaron aquí porque hacíamos la guerra y éramos muy orgullosos, y pues nadie nos quería al lado.
Luego estuvimos entre las grandes aguas, y ahí medramos y crecimos, sabios y fuertes, tanto, que podíamos volver volando de donde nos sacaron.
No tardamos en molestar y hacer guerras, hasta que vino la gran inundación, que la teníamos avisada, pero no hicimos caso, así éramos de soberbios.
No teníamos señores divinos, nosotros éramos los señores.
Nadie nos creó.
Nosotros éramos los que creábamos todo, y lo que no servía lo destruíamos.
Pero la inundación pudo con nosotros, nos destruyó, nada pudimos contra ella, y eso que teníamos muchas cosas para combatirla, pero nos ganó.
Los que pudimos nos vinimos para acá y aquí estamos, como hemos estado siempre en otros lados.
Muchos se perdieron y volvieron al lugar donde no se tiene cuerpo.
Tuvimos todo y ya no teníamos nada.
Había que crear todo de nuevo, y ahí vino la separación, porque unos ya no queríamos crear nada, y otros querían volver a crearlo todo.
Unos pensamos que para vivir bien y en paz era suficiente con comer y no pasar frío; otros pensaban que querían construir y volver a ser sabios y entendidos.
Nosotros ya no quisimos la guerra, y ellos querían volver a pelear.
Nosotros no queríamos ser muchos.
Ellos querían crecer y ocuparlo todo.
Crecieron y volvieron a decrecer. Triunfaron y volvieron a perder. Tuvieron y se volvieron a quedar sin nada. Crearon señores divinos y terribles demonios. Aparecieron y volvieron a desaparecer.
Nosotros seguimos aquí, siendo lo que siempre hemos sido, y aquí seguiremos hasta que venga otra vez la gran inundación y nos tengamos que ir de aquí, total, nosotros somos los verdaderos señores de los cielos y no necesitamos más que comer y contemplar, sin pasar calor ni frío.
Los cuatro pilares del universo
Arriba y abajo es lo mismo, todo está en un gran pañuelo con cuatro esquinas y sus cuatro colores:
El Norte es blanco y por él se va al mundo superior.
El Sur es amarillo y por él se va a las estrellas del cielo.
El Este es rojo y por él se va y se vuelve al origen.
El Oeste es negro y por él se va a lo desconocido o la muerte.
Cada esquina está sostenida por un Bacab, o divinidad que soporta y protege su área:
El Norte está sostenido y sustentado por Zac-cimi.
El Sur está sostenido y sustentado por Hobnil.
El Este está sostenido y sustentado por Cantzicnal.
El Oeste está sostenido y sustentado por Hosan-ek.
Arriba y abajo es lo mismo, las direcciones son las mismas para este mundo que para las estrellas, y los hermanos Bacab vigilan la finitud de ambos reinos.
El universo se mantiene en el gran pañuelo, pero nuestro mundo se mantiene sobre un cocodrilo, que es el sostén del centro, de color verde, donde crece la Ceiba Sagrada de la vida y la existencia.
Así fue creado todo para que sepamos de dónde venimos y a dónde ir:
Los señores de los cielos los puedes encontrar en el Norte de la Tierra y del universo.
Las cuatro partes del mundo y del universo
Las estrellas, los grandes viajes y los héroes que nos dieron lugar los puedes encontrar en el Sur de la Tierra y del universo.
A los descendientes y a los antepasados, al saber y al conocimiento, los puedes encontrar en el Este de la Tierra y del universo.
A los muertos y a los destruidos, a lo oscuro y lo desconocido, los puedes encontrar en el Oeste de la Tierra y del universo.
La naturaleza, la vida, la existencia, el alimento, la belleza, la armonía y la felicidad los puedes encontrar en el Centro de la Tierra y del universo.
Así fue creado todo para que estuviera ordenado y no faltara nada; todo marcado para que nadie se pierda y sepa dónde se mete.
Primero los cielos, luego la Tierra, luego las plantas, luego los animales y al final el hombre que se lo encuentra todo puesto, ordenado y dispuesto.
Todo lo demás es ignoto, más allá de estos pilares nadie sabe lo que se encuentra.
Pawahtún, el cargador del cosmos
Cuando no había nada más que oscuridad y empezaron a nacer las estrellas, todo se caía, todo se iba para abajo y se perdía en el fondo.
Nada se sostenía.
Luego todo se iba para arriba, nada lo contenía, y también se perdía.
Luego se iba para un lado y para el otro, y nada quedaba en su sitio.
Pero principalmente caía, eternamente caía.
Entonces apareció nuestro señor divino, Pawahtún, que dijo «esto no puede ser, voy a ponerle remedio».
Así que puso su espalda amplia y fuerte, como caparazón de tortuga, para que las estrellas no siguieran cayendo, y no solo en un haz de luz, sino en todos los lados y sentidos, como en el juego de la pelota, donde la pelota irradia para todos los lados posibles y no en un solo sentido.
Pawahtún, con caparazón de tortuga
De esta manera cargó sobre su espalda todo el universo y lo contuvo para que no se fuera para arriba, para abajo o para los lados.
Todo se puso en orden, ya nada caía ni se perdía, y así nació nuestra Tierra rodeada por grandes aguas, pero del cielo seguían cayendo piedras de fuego que acababan con todo lo que se encontraban.
Pawahtún vio lo que pasaba y dijo: «esto no puede ser, voy a ponerle remedio».
Entonces puso su gran espalda por todas las partes de nuestra tierra, y la sostuvo por todos lados, así la tierra no caía ni bajaba ni subía, y las grandes piedras de los cielos ya no se abatían sobre ella.
Damos las gracias a Pawahtún que así protege a la Tierra de la destrucción, y le hacemos sus ofrendas para que coma y esté contento, para que no se canse de cargar el universo, porque el día que se canse todo se vendrá abajo, se perderá en el fondo y todos nosotros moriremos.
Sabemos que ese día llegará, porque somos ingratos y olvidamos a quienes nos cuidan y nos hacen el bien, y ya no recordaremos a Pawahtún. Entonces él se cansará de cargarnos sobre su lomo, y sufriremos la caída eterna.
Lugar de señores divinos
Este es lugar de dioses, nosotros estamos aquí de prestado.
Somos creación de Itzamná, y alguno de nosotros puede tener esencia del cielo, pero la mayoría no somos más que reflejos que no servimos para nada.
Cuando se caiga el cielo sobre nosotros los dioses volverán a ocupar la Tierra, jóvenes y viejos, únicos y diversos, todos poderosos vendrán cuando ya no estemos nosotros, como estaban antes de que nos crearan y nos dieran este lugar como aposento.
Ellos no son muchos, pero son verdaderos, porque exprimieron al caos y lo pusieron en armonía para que todo fuera posible.
Nosotros somos muchos, pero no todos somos verdaderos, ni sabemos hacer otra cosa que comer y dormir.
Ellos vendrán y se quedarán, y nosotros nos iremos para siempre.
Caos, orden, caos
Cuando no teníamos cuerpo, cuando solo éramos sueños y pensamientos, ráfagas de aire y viento en las fauces y el vientre de la Gran Bestia del Caos, nos podíamos comparar con los señores divinos, porque al igual que ellos fuimos egoístas y poderosos, irascibles y violentos, y no queríamos que nada ni nadie nos hiciera sombra, y eso que solo éramos potencia de lo que pudimos ser, sueños y pensamientos de la Gran Bestia del Caos.
De ella salió todo, porque en ella estaba todo contenido.
Ella impregnó la nada con su presencia y la preñó.
La Gran Bestia del Caos se calmó tras preñar a la nada, y poco a poco todo fue tomando forma y estabilidad.
Luego todo se fue encadenando, y emergieron los señores de los cielos como las estrellas que vemos por la noche.
Algunos de ellos formaron nuestro mundo, y se hicieron responsables de su existencia.
El señor del sol y la señora de la luna dieron su fecundidad.
El señor del sol además creó los ciclos de los tiempos.
El señor de las aguas dio su fertilidad a los seres grandes y pequeños, plantas y animales, y más tarde a los hombres cuando dejaron de ser un sueño y se convirtieron en realidad.
El señor del viento esparció la vida y refrescó el ambiente para que todo creciera y progresara.
El señor de la muerte llegó al final para recordarnos que todo acaba tarde o temprano, y que tras muchas vidas y tiempo la Gran Bestia del Caos volverá para contenernos de nuevo en su vientre y en su pensamiento, porque solo somos eso, una ilusión, un sueño, y tarde o temprano todo volverá al caos inicial.
El señor de los cielos llegó cuando todo estaba hecho, para dominar sobre el resto de los dioses y ser el único en la veneración de los hombres, prometiendo salvación cuando llegara de nuevo el caos, a cambio de sumisión y sacrificio.
Del mismo inframundo
Antes todo era muerte, todo era oscuro.
Todo era inframundo, todo era Xibalbá.
Los señores divinos vivían en esa oscuridad de muerte.
Ahí vivían, comían y dormían, pero no salían.
Ahí jugaban a la pelota.
Ahí lloraban y allí reían.
No fueron los primeros, no lo creas.
Tardaron mucho en aparecer.
Estaban en lo oscuro, en donde están los muertos.
El mundo ya estaba antes de que ellos llegaran.
Las flores y los árboles ya estaban.
Las abejas y los alacranes ya estaban.
La ceiba y el arbusto ya estaban,
Las semillas y los frutos ya estaban.
El jaguar y la tortuga ya estaban.
Los monos que gritan ya estaban.
Los humanos, sus mujeres y sus hijos ya estaban.
Ellos salieron de su mundo oscuro y de muerte porque escucharon nuestros cantos y vieron nuestra alegría sembrando y jugando a la pelota.
Entonces salieron de su oscuridad y muerte y se vinieron para acá.
Solo a uno dejaron en su lugar para que vigilara que nadie entrara si no estaba muerto y oscuro.
Ellos nos querían echar de nuestro lugar y nos amenazaban.
Ellos decían que eran muy poderosos y que iban a acabar con nosotros si no les dejábamos nuestro lugar, porque los molestábamos con nuestros cantos, nuestra siembra y nuestro juego de pelota.
Pero no nos fuimos.
Movieron una montaña, pero no nos fuimos.
Hicieron un gran fuego, pero no nos fuimos.
Lanzaron rayos desde el cielo, pero no nos fuimos.
Hicieron grandes lluvias, pero no nos fuimos.
Hicieron que temblara muy feo la tierra, pero no nos fuimos.
Entonces nos echaron una apuesta al juego de la pelota, y la aceptamos. Si perdíamos, nos íbamos, y si ganábamos, nos quedábamos.
Ellos eran muy grandes y poderosos, y creyeron fácil nuestra derrota. No creían que nuestros jugadores pudieran ganarles.
Se echaron a reír cuando vieron a los gemelos, pequeños y flacos, que iban a jugar contra ellos, pero nosotros sabíamos que los gemelos eran rápidos, duros y decididos, y que a nada le tenían miedo.
Los señores divinos perdieron y les dio harta rabia, y no querían cumplir su promesa.
Querían ajusticiar a los gemelos, pero los escondimos en las ramas de la ceiba para que no pudieran hacerles venganza por haberles ganado en el juego de la pelota.
Al final se conformaron y aquí se quedaron, aguantando cantos, siembras y ruidos y gritos cuando jugábamos a la pelota.
Los gemelos vencedores de los dioses
Se quedaron para ver si encontraban a los gemelos, y hasta fueron a molestar a su abuela, pero nunca los encontraron.
Puede que se hayan vuelto a su mundo oscuro y muerto, porque ya no los hemos visto, aunque algunos dicen que los oyen merodeando por las ceibas a ver si se topan con los gemelos que los derrotaron, pero eso fue hace mucho tiempo y los gemelos ya fueron padres y hasta abuelos, y sus huesos fueron sembrados junto a la ceiba, y ahí va gente que los venera como si fueran sus ancestros.
Nosotros siempre hemos estado aquí, antes y después que los señores divinos vinieran con sus exigencias saliendo de su mundo oscuro y muerto, lo demás es puro cuento.
Cosmogonía diversa
Como puede observarse, la cosmogonía maya es amplia, diversa e incluso caótica, con dioses que llegan o aparecen tarde, como Hunab Ku, un dios con pretensiones de unicidad y monoteísmo, Señor de los Cielos que está por encima de todos y que no pide, sino que exige sometimiento y sacrificio, obediencia ciega y fe completa, tanta, que muchos investigadores piensan que, además de tardío, parece impuesto por la religión católica y no por los sacerdotes mayas del último periodo.
En mitología comparada se pueden encontrar ciertas similitudes con la mitología hindú, cultura que incluso tiene connotaciones idiomáticas similares a la cultura maya, que en sánscrito significa «ilusión», o como en el caso de creerse producto de un sueño, de Visnú en la mitología hindú, y de la Gran Bestia del Caos en la mitología maya.
La misma palabra «maya» crea polémica entre los lingüistas e investigadores, ya que para algunos es una palabra náhuatl que significa «antepasado», aunque nada en la cultura nahua haga mención o indique que los mayas fueran sus antepasados.
También hay quien la interpreta como «pueblo de dios» o «pueblo elegido», e incluso «alma eterna» o «sueño del señor», aduciendo al posible parentesco con la palabra «mahatma» del sánscrito, mientras que los estudiosos más serios y apegados a la realidad inmediata y objetiva, aseguran que la palabra «maya» quiere decir sedimento, o base, de las piedras calizas que utilizaban en la construcción de sus casas y pirámides.
Por otra parte, la era proto-maya y los pueblos mayenses de la actualidad no ayudan mucho en la dilucidación de los misterios de sus cosmogonías, y mucho menos de la etimología de su lengua, sino que abundan en ellos.
Tampoco los tres periodos nos sacan de dudas, si bien es cierto que hasta el tercer periodo no aparecen la gran mayoría de las estelas, los dibujos, las pinturas y los textos sagrados que nos hablan sobre sus creencias, que también mezclan unas leyendas con otras, y a unos dioses con otros independientemente del periodo de su verdadera aparición en el panteón maya.
Los dioses del Popol Vuh, básicamente del inframundo, no corresponden con los dioses del Chilam Balam, y aunque los gemelos del Popol Vuh aparecen en muchas de las pinturas simbólicas de códices y pirámides, no se les da el rango de creadores de la humanidad, ni de dioses propiamente dicho, aunque sí como estrellas de las constelaciones sureñas, lo que sí les otorga cierta divinidad más allá de su heroicidad en el Popol Vuh.
De hecho, y como se señala al principio de este capítulo, parece que a los primeros mayas no les importaba mucho el origen del universo ni tampoco el de la humanidad, como veremos en el próximo capítulo, sino el lugar físico de dónde venían antes de ocupar las tierras del sur mexicano y la península yucateca, porque los mayas tenían un sentido de inmanencia, de haber existido siempre, solo que en otro lugar o lugares desaparecidos a causa de una terrible catástrofe natural.