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Capítulo 3

El capitalismo informacional y la extracción de datos personales

La adopción por parte de Europa de una renovada legislación sobre el derecho de autor podría cambiar las relaciones de fuerza entre los grandes actores de internet (Google, Facebook, etcétera) y los productores de contenidos.

(Trudel, 18 de septiembre del 2018)

Facebook o las lecciones de un escándalo

En el último cuarto del siglo XX, cuando nació la revolución digital en el seno de la contracultura de California, en la época en que los dos Steve (Jobs y Wozniak) creaban en un garaje la primera Apple; en el tiempo en que Jeff Bezos instalaba su ciberlibrería ofreciendo un servicio de 24 horas a partir de Seattle; cuando Serguéi Brin y Larry Page, apenas egresados de la Universidad de Stanford, creaban el primer motor de búsqueda que aún no se llamaba Google, sino BackRub; cuando la empresa de Bill Gates Microsoft, fundada en 1975, ponía en venta su nuevo sistema operativo: Windows 95, nadie preveía que todas esas iniciativas individuales iban a definir el mundo del mañana, ese donde vivimos hoy. Un viento de libertad soplaba desde el Oeste americano, en donde, gracias a la web, todos podrían comunicar sus opiniones al planeta entero. Los Estados se hacían decir que ellos no tenían que involucrarse en las cuestiones del ciberespacio, el reino de la libre creatividad. Para consolidar ese viento de innovación dopado por las orgías de inversiones especulativas en las start-ups, se postuló un ciberespacio sin ciudadanos. “Un mundo en el que solo hay consumidores conectados que consienten en interactuar” (Trudel, 18 de septiembre del 2018).

Los Estados, que no entendían nada de ese “nuevo mundo” se mantuvieron tranquilos, sobre todo porque esas empresas no les pedían nada en términos financieros. Los medios, en general fuertemente regulados en cuanto al formato (como los diarios, la televisión y el cine), tampoco se sintieron concernidos. Cuando las empresas de TI (tecnologías de la información) revelaron sus planes de negocios, grande fue el asombro: ¿cómo era posible que ellas hicieran tanto dinero creando servicios interactivos donde clientes y productores se entendían para coexistir como carne y uña, y sin reglas precisas? Después de todo, se decía, no son más que operaciones de negocios entre un cliente y un productor, y no es habitual para los Estados inmiscuirse en actividades comerciales de ese tipo. Cuando se usa Facebook, se puede ingenuamente pensar que todo ello es solo un asunto individual, gracias a un “contrato” más o menos implícito entre internautas y una empresa que tiene el cuidado de decir a esos ingenuos usuarios que ella utiliza sus datos “para mejorar el servicio”. Después de todo, estamos en el mundo de la gratuidad; por otra parte, ¿qué puede hacer la compañía con las insignificantes informaciones que yo le doy…? Pero convengamos en que cuando se sabe que las acciones en la bolsa de Apple, Amazon o Facebook superan las de las petroleras como Shell, Total o BP, o las de los fabricantes de automotores como General Motors, Renault o Toyota, o las de los principales bancos del mundo, hay sobrado motivo para interrogarse. El diablo se esconde seguramente en los detalles.

El capitalismo informacional

Lo que la mayoría de nuestros economistas y dirigentes no habían entendido es que el fenómeno de internet no era una pequeña oportunidad para informáticos brillantes (los geeks), sino una revolución económica, un cambio de paradigma en la manera de hacer negocios y dinero. A fines del siglo XX, el capitalismo iba a cambiar completamente para convertirse en un capitalismo informacional o cognitivo, basado en la explotación de una riqueza común, el dato, o, como se dice corrientemente, los data; y cuando digo común, es porque se trata de un bien colectivo (lo que pertenece a todos no pertenece a nadie), aunque en su origen solo es la agregación de datos individuales multiplicados por millones y billones. En el escándalo de la estratagema de Cambridge Analytica de utilizar los datos de 80 millones de abonados de Facebook con fines políticos, algunos pretenden que habría que haber sido más prudente: debemos controlar individualmente nuestros datos personales, cambiarlos, cambiar nuestros parámetros e incluso desconectarnos de Facebook (de allí el hashtag #deletefacebook). Pero el hecho es que, sin darnos cuenta, dejamos nuestros datos en todos los lugares por donde nos movemos en este planeta, y perdemos muy rápidamente la posesión de esos datos que velozmente se convierten en anónimos; son anonimizados y desaparecen en la masa de los big data por procesar, lo que indica que se trata precisamente de una riqueza colectiva.

La genialidad de Jeff Bezos de Amazon, de Bill Gates de Microsoft o de Serguéi Brin y Larry Page de Google es haber sabido captar el valor de los data en su provecho, sin pedir permiso a nadie, en particular al consumidor que utiliza su sistema pretendidamente “gratuito”. Yo no estoy seguro de que Mark Zuckerberg, al crear Facebook para reunir a la comunidad estudiantil de su universidad, supiera desde el inicio cómo ampliar su clientela a todo el planeta y, sobre todo, cómo rentabilizar financieramente su gigantesca red. Si él no encontraba un modelo de negocios (business model) rentable, quebraría; y le llevó varios años poner a punto dicho modelo de negocios. Desde el principio, decidió que todos esos datos (llamados personales) le pertenecían a él y que podía utilizarlos libremente para hacer progresar su empresa, transformando a sus usuarios en compradores, focalizando sus ganas y sus deseos, orientando sus decisiones hacia sus propios productos o los de sus asociados. ¿Quién dijo que la moda consistía únicamente en responder a las necesidades de los compradores, cuando en realidad se trata de orientar sus deseos hacia los productos ofrecidos por una empresa o por una de sus asociadas, inflando su poder de comprar al facilitar sus intercambios a distancia?

El problema no es, entonces, el candor pregonado como virtud de Zuckerberg; es la filosofía libertarista que él practica. Una filosofía muy en boga en Silicon Valley que se resume así: todo está permitido hasta que se prohíba formalmente. En inglés, se dice “Don’t ask permission ethic” (Cardinal, 12 de abril del 2018). Esta manera de proceder se remonta a la época de Napster —recordemos que era en los años noventa—, que le ofrecía a quien quisiera compartir la escucha de la discoteca de cualquier persona, sin pagar los derechos de autor a los artistas ni a las productoras musicales. Napster, que gozaba de gran popularidad entre los internautas, se rehusaba categóricamente a pagar nada a los creadores, so pretexto de que no era ni un fabricante ni un distribuidor de contenidos.

La llave del éxito de las plataformas en Estados Unidos

Solemos aceptar como evidente el hecho de que Google, Facebook o Uber serían las encarnaciones de esos modelos “disruptivos”, que funcionan a base de innovación.

El éxito de las empresas de Silicon Valley sería el resultado del mercado que se dejó en libertad para que liberaran la innovación. Y normalmente se las contrapone a las empresas “tradicionales”, que se atarían a modelos de negocios ya superados y reclamarían protección contra los rigores del libre mercado. No obstante, el dinamismo tan celebrado que emana de Silicon Valley no radica únicamente en su predilección innata por el riesgo y la innovación.

Una parte del éxito de las empresas que desarrollaron plataformas en la web deriva de un estatuto jurídico preferencial otorgado en los años noventa por los legisladores norteamericanos1. Se trata de un estatuto del que no se beneficiaron las empresas europeas, asiáticas ni canadienses. Un estatuto que vale por sí solo muchas ganancias.

¿Qué es el data mining?

En inglés, se dice que el equipo de Facebook hace data mining con los datos de los usuarios de su sistema, es decir, la extracción o la exploración de datos, la prospección y la extracción en masa de datos personales (big data), o aun la extracción de conocimientos a partir de esos datos. El data mining tiene por objeto crear conocimiento a partir de grandes volúmenes de datos, de crear algoritmos capaces de determinar el comportamiento de las empresas y de los individuos llamados a realizar una cierta acción compleja. Se puede apreciar la metáfora minera, porque ella muestra pertinentemente que los big data constituyen una riqueza natural (que teóricamente pertenece a todos y a nadie), como el agua, el aire, el petróleo, el carbón, etcétera, y cuyos únicos costos dependen, en general, de los trabajos de exploración y de prospección, puesto que no se paga la materia prima. Esto fue considerado así hasta hace poco tiempo, esto es, hasta que nuestra conciencia ecológica nos demostró que todas las riquezas naturales a la larga se agotan y que es imperioso que moderemos nuestros apetitos prevaricadores. Entonces los Estados crearon impuestos verdes, tasas de carbono, fondos generacionales, y decidieron actuar colectivamente para proteger esas riquezas naturales estableciendo reglas en los grandes foros como la COP21 (y las otras que seguirán, puesto que la COP24 en el 2018 es la última a la fecha), o reuniones del G7, del G14 o del G20, gracias a organismos multilaterales como la Comisión Europea, la OCDE o la UNESCO, entre otros. En el caso de la ecología, recién se comienza a encontrar algunas soluciones para enmarcar o regular la fortuna y las prácticas de las gigantes mineras o petroleras.

Cuando se trata de grandes proveedores como las GAFAM, basta con ver el capital de Bill Gates, de Jeff Bezos o de Mark Zuckerberg para comprender el poder del capitalismo cognitivo e inmaterial de hoy con respecto al capitalismo industrial de producción, que opera sin límites ni regulaciones, únicamente con las reglas del mercado. Es imperioso reconocer que el ciberespacio está constituido por ciudadanos, y no solo por “consumidores” que consienten, dice Pierre Trudel (13 de marzo del 2018). Por más que Zuckerberg lloriquee delante del Congreso americano y se excuse mil veces, la cosa no funciona, puesto que es su business model. Él hace su fortuna explotando a millones de usuarios mediante su sistema de Facebook; vende su clientela (y la necesidad insaciable de comunicación social de los usuarios) y sus datos a quien quiera explotarlos. En una palabra, tiene entre sus manos una máquina de hacer dinero.

¿Google o Amazon son hegemónicas? “Google y todas las GAFAM se convirtieron, a partir del desarrollo generalizado de internet desde 1995, en los verdaderos bienes de capital de la inteligencia colectiva. ¿Por qué en bienes de capital? Porque permiten producir intangibles, bienes inmateriales” (Moulier Boutang y Rebiscoul, 2009). Más allá del foro social, cuyos beneficios pueden parecer fútiles, nuestros datos son esenciales para el progreso de la medicina, para el funcionamiento del transporte, para la difusión de la información, para la investigación y la educación, para mejorar el comercio y la circulación de productos y servicios, pero también para modelar y organizar la venta y la distribución de productos inmateriales, como la música, la información, la cultura, etcétera.

¿Debemos repensar el estatuto de internet?

“¿Hay que estatizar Google o googlizar el Estado? ¿Google implanta un servicio común privado o un servicio público no estatal?”. Estas son las preguntas que se plantean Moulier Boutang y Rebiscoul (2009). En el siglo XIX, los bienes colectivos que crearon valor (y riqueza) fueron el descubrimiento y la explotación de la energía fósil, eléctrica y luego petrolera; en la segunda mitad del siglo XX, fueron la informática, internet y los big data, impulsados por la inteligencia artificial. ¿Por qué los grandes ecosistemas y las plataformas de servicios deberían escapar a la regulación política de los Estados? Un régimen jurídico cuasi ausente provoca infaliblemente accidentes (como el del escándalo de Facebook-Cambridge Analytica), que producen desequilibrios cuyos perjuicios se intentará mal que bien reparar. Pero el gusano no está aún en la manzana, ¡y no nos referimos solamente a Apple!

“El principio de independencia de un Estado solo podrá afirmarse en el ciberespacio si se repiensa internet. Entre la protección de los datos personales y la lucha contra las ciberamenazas, los Estados tienen dificultades para definir las estrategias de equilibrio”, analizan Imbert-Vier y Muller Feuga (3 de diciembre del 2018). Para la Unión Europea, internet es un espacio neutro y sin fronteras, cuando en realidad está administrado por la ICANN2 americana, y más aún: una de las primeras intenciones de la administración de Trump era abolir la neutralidad de la red en junio del 2018 (lo que implica como consecuencia permitir a grandes ecosistemas como las GAFAM tener prioridad sobre la difusión del contenido en internet). El ciberespacio cuenta con un sesgo esencialmente americano. Políticamente hablando, la protección de las informaciones sensibles se vuelve imposible para los Estados, así como mantener su soberanía frente a las intrusiones de las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft) americanas, y en lo sucesivo de las BATHX (Baitu, Alibaba, Tencent, Huawei y Xiaomi) chinas. La venta de equipos de telecomunicaciones por parte de la compañía china Huawei es el primer caso de guerra comercial declarada entre chinos y americanos, por la venta de la infraestructura de equipamiento de las nuevas redes de telecomunicación 5G en Occidente, susceptibles de convertirse en puertas abiertas para el espionaje industrial. Los americanos quieren prohibir a sus compañías nacionales equipar sus redes con infraestructura de Huawei, lo que ya hicieron Australia y Nueva Zelanda. Por otra parte, Estados Unidos pidió a Canadá que retuviera en la frontera de Vancouver a Meng Wanzhou, la directora financiera e hija del fundador de Huawei, Ren Zhengfei, antiguo miembro del ejército chino. Posteriormente, los americanos solicitaron oficialmente a Canadá la extradición de la señora Meng. A guisa de represalia diplomática, China retiene como rehenes a dos diplomáticos canadienses. A mediados del 2019, el asunto está aún irresuelto.

Los datos personales, bienes “comunes”

Profundicemos en el tema con ayuda de la economista Joëlle Farchy, quien estima, en una columna de Le Monde (3 de diciembre del 2018), que los datos digitales, privados y de interés general simultáneamente, deben ser administrados bajo el régimen de los “bienes comunes”, definidos por la economista americana Elinor Ostrom. Como es sabido, la politóloga y economista Ostrom, premio nobel de Economía en el 2009, conocida principalmente por sus trabajos sobre la administración colectiva de los bienes comunes, definió varias clases de bienes colectivos. En su famoso libro El gobierno de los bienes comunes (Governing the Commons)3, la investigadora critica “los fundamentos del análisis político aplicado a numerosos recursos naturales”.

En 1954, Paul Samuelson distinguía los bienes privados de los bienes públicos. Los primeros están reservados a los que pagan por su adquisición (bienes exclusivos y rivales, puesto que únicamente quienes los han comprado pueden consumirlos); los segundos son aquellos que son simultáneamente no exclusivos y no rivales, pues pueden ser consumidos por muchos. En 1965, James Buchanan agrega un tercer tipo de bien: los bienes club o bienes de peaje, que solo pueden ser consumidos por los miembros de una asociación. La pareja Ostrom (Vincent y Elinor) propone agregar un cuarto tipo de bienes: los recursos de uso común (common-pool resources). Dado que la utilidad y el provecho son individuales, mientras que el costo está soportado por todos, su uso conduce ineluctablemente a una sobreexplotación de los recursos. Así, se pueden definir los bienes comunes de conocimiento, cuyo mejor ejemplo en el área digital es Wikipedia.

Actualmente, toda la reflexión sobre los bienes comunes versa sobre la cuestión ecológica, puesto que la responsabilidad de los daños ambientales debe caber a todos, Estados de todo tamaño e individuos. ¿A quién pertenecen el aire, el agua, las riquezas naturales, y a quién incumbe la protección de la naturaleza, la biodiversidad, la transformación del clima, etcétera? En el 2010, gracias al movimiento de los open data (datos abiertos), emerge una nueva noción, la de datos abiertos de interés general, que exige que se ponga a disposición de los ciudadanos ciertos datos en poder de operadores privados. Por ejemplo, en el proyecto de ciudad inteligente Quayside de Toronto (véase el anexo 1 de este capítulo), muchos grupos e individuos se rebelaron al ver a un sistema privado como Alphabet/Google (financiador del proyecto) apropiarse de todos los datos personales de los habitantes que viven y circulan en el barrio. Otro ejemplo: ¿las empresas como Microsoft, Google o Apple tienen el derecho de poseer y utilizar los datos personales de los alumnos que utilizan sus materiales y sus redes educativas4? Y lo mismo ocurre con los datos médicos de los pacientes examinados.

La economista Joëlle Farchy (3 de diciembre del 2018) propone que se dé a internet el estatuto de bien común. No obstante, en la economía de los data, estamos en plena paradoja:

En primer lugar, no existen actualmente derechos de propiedad sobre los datos, y eso es más bien una buena noticia. En efecto, un dato raramente tiene valor económico en sí; el valor se crea por la agregación y la contextualización de millones de datos. El hecho de introducir nuevas enclosures5 en cada dato contradeciría, por otra parte, la filosofía del compartir que se promovía [en el inicio de internet, en los años noventa, antes que las GAFAM privatizaran la red].

Además, muchos consideran que esa libertad de compartir es la clave de la creatividad que engendra la economía de servicios, característica de la digitalización, como el movimiento de la enclosure permitió pasar de una agricultura considerada poco productiva de la Edad Media a una agricultura más intensiva y de tipo capitalista de la Revolución Industrial.

Si no se hace nada para enmarcar esos cuasimonopolios, los accidentes van a producirse cada vez más frecuentemente, como los tropiezos de la vida democrática, las violaciones a los derechos de la persona, la discriminación por perfil étnico, los escándalos financieros, la disminución y la degradación del trabajo humano, el incremento de la pobreza y el debilitamiento de las clases medias en beneficio del 1 % de privilegiados, etcétera. En el informe publicado en diciembre del 2018 por la Comisión Permanente de Acceso a la Información, de la Protección de la Vida Privada y de la Ética del Gobierno de Canadá6, que se ocupó del escándalo Cambridge Analytica, los diputados se inquietan por la vulnerabilidad del proceso democrático y de la vida privada de los ciudadanos frente a esta recolección masiva de datos por parte de empresas comerciales, por la vigilancia y la manipulación, hoy moneda corriente en la red, y, por supuesto, por la difusión a gran escala de la desinformación. El informe formula 26 recomendaciones al gobierno canadiense. Los diputados de todos los partidos lo repiten en su informe: es necesario ir más lejos. Es necesario darle un marco a la utilización de datos personales por parte de esos monopolios digitales para poder bloquear los discursos de odio, limitar la vigilancia no deseada de los ciudadanos, ofrecer mayor transparencia y mejor control a los usuarios, proteger las elecciones contra las falsas noticias y la injerencia extranjera. En las redes sociales, cualquiera puede decir cualquier cosa con total impunidad. Anteriormente, las empresas de prensa escrita y electrónica jugaban el rol de gatekeepers, controlando la veracidad de los hechos y de las informaciones. Ahora, cualquiera puede convertirse en un trol7 e insultar a quien quiera por cualquier motivo. La red es también un reservorio de noticias falsas (fake news), de conspiradores, de individuos de todas las ideologías extremas; actualmente, existe una darknet, donde se practica cualquier suerte de tráficos; la red es el reflejo de la sociedad que la establece. Algunos definen a Facebook como la conversación social que ha liberado la palabra pública sin filtros ni límites. Por más que Zuckerberg nos presente la maravilla de su sistema de algoritmos hipersofisticados, una máquina no aprenderá nunca a distinguir el bien del mal, el humor de la burla, el sentido del contrasentido, etcétera.

¿Cuánto valen sus datos personales?

¿Cuál es el valor de su dirección postal, de sus informaciones médicas o de su documento de identidad? Microsoft pretende que cada dato tiene un valor de 2 a 45 euros. ¡Toda una diferencia! Los resultados del estudio de Trend Micro, realizado por el Ponemon Institute8 a consumidores de todo el mundo, podría sorprender a muchos: 17,98 euros es el valor promedio mundial de los datos personales.

• El nombre del usuario/contraseña vale 69,5 euros.

• Las informaciones médicas: 54,87 euros.

• El documento de identidad: 51,10 euros.

• Las informaciones bancarias: 33,03 euros.

• El historial de compras: 18,90 euros.

• La geolocalización: 14,77 euros.

• La dirección postal: 11,84 euros.

• Las fotos y videos: 11,19 euros.

• El estado civil: 7,62 euros9.

Cada vez que una tienda o una empresa le pida alguna de sus informaciones personales, ¡solicite inmediatamente que le paguen! Actualmente, la explotación de los datos sirve especialmente al marketing y al comercio, y mucho menos a la ciencia, la salud o la difusión de conocimientos.

La internet de las cosas: un ejemplo en Montreal de la fiebre del oro de los megadatos10

El escándalo de Facebook echó luz sobre los peligros de responder todo tipo de cuestionarios, en apariencia insignificantes, de Facebook, por ejemplo. Pero recordemos que el banco de datos de Microsoft es aún más imponente que el de Facebook; que Amazon no abandona su lugar, pues sondea los deseos de sus millones de abonados pidiéndoles recomendaciones y apreciaciones sin cesar; y olvidaba que Apple, gracias a iTunes, distribuye música y videos en Instagram, WhatsApp, Twitter, Snapchat, Vimeo, Tumblr y todos los clones similares. Y aún no hemos abordado el problema de los captores que nos espían y nos van a espiar cada vez más en nuestro entorno. Más de cincuenta mil millones de objetos se conectarán a internet desde ahora hasta el 2020. Los megadatos producidos por esos objetos constituyen minas de oro de información para las empresas. Pero todavía nos faltan los instrumentos para filtrarlos y analizarlos. Es lo que propone la empresa montrealesa Mnubo11, pionera de la internet de las cosas. Según Frédéric Bastien, CEO de Mnubo, “el dato bruto es verdaderamente inútil. Está sucio y mal organizado. Nuestro producto limpia, organiza los datos brutos y luego aprende de ellos. Detecta los patrones y las anomalías”.

Gracias a las informaciones extraídas de los megadatos, Mnubo ayuda a las empresas a tomar decisiones estratégicas para mejorar sus productos, sean termostatos inteligentes, aspiradores-robots, bornes de estacionamiento para bicicletas o turbinas hidroeléctricas. Eventualmente, casi todos los instrumentos electrónicos de una casa, de una fábrica o de una empresa serán conectados. Y lo que es aún más maravilloso es la llegada a nuestros hogares de los asistentes vocales personales, que son a la vez altavoces interactivos para hablar con nuestro asistente digital, escuchar los últimos hits de Spotify, conectar en una red domótica todos los sistemas de la casa, consultar la agenda o preguntar en directo en Google. Pero, lamentablemente, se puede convertir en un moscardón instalado en el medio del hogar, que siempre dejamos abierto para comunicarnos con Alexa de Amazon, Google Home u HomePod de Apple (o una docena de otras marcas que se encuentran en el mercado). Ya no necesitamos más utilizar el teclado de la tableta y del smartphone; el asistente está disponible día y noche, 7 días a la semana, para encargar mediante la voz en Amazon, hacer cibercomercio, dirigir nuestra vida y llenar la soledad… Impulsado por la IA, es la interfaz del futuro, capaz de realizar todos los servicios para la familia12 y satisfacer todos sus deseos.

Para almacenar y analizar todos los datos, el equipo de Mnubo utiliza la computación en la nube (cloud computing). El desarrollo de la internet de las cosas está íntimamente ligado a las capacidades de las infraestructuras de la computación en la nube. Hoy es mucho más seguro guardar nuestros datos en una nube que en nuestro propio servidor. Los tres mayores servidores de computación en la nube del mundo (Amazon Web Sources, Microsoft Azure y Google Cloud Platform) invierten decenas de millones de dólares cada año para proteger su nube.

La necesaria regulación estatal

La solución para la protección de datos personales no puede ser solo el resultado de acciones individuales13. Europa está netamente más avanzada que América al respecto, en particular con relación a los Estados Unidos de Donald Trump, que quiere sobre todo recuperar los impuestos y las tasas de las compañías americanas de tecnologías de la información (TI), según su principio de America First14. La Comisión Europea adoptó en abril del 2016 el Reglamento N.o 2016/67915, llamado Reglamento General de la Protección de Datos (RGPD), que constituye el texto de referencia europeo en materia de protección de datos de carácter personal. Ese reglamento refuerza y unifica la protección de los datos para los individuos al interior de la Unión Europea. Sus disposiciones son directamente aplicables al conjunto de los 28 Estados miembros de la Unión Europea a partir del 25 de mayo del 2018. El mismo reemplaza la directiva sobre la protección de los datos personales adoptada en 1995.

Sin ir a los detalles, el nuevo reglamento contiene numerosos cambios fundamentales respecto del antiguo. Veamos los principales:

Un marco armonizado. Ahora hay un único conjunto de reglas relativas a la protección de datos, directamente aplicables en todos los Estados miembros de la Unión Europea. Así se atenúa la actual fragmentación de las leyes nacionales de protección de datos.

Una aplicación extraterritorial. El reglamento se aplica a las empresas establecidas fuera de la Unión Europea que versan sobre los datos relativos a las actividades de los organismos de la Unión Europea.

Un consentimiento “explícito” y “positivo”. Las empresas y los organismos deben ofrecer a los ciudadanos mayor control de sus datos privados, asegurando a todos:

1. El derecho a la desaparición (versión simplificada del derecho al olvido).

2. El derecho a la portabilidad de los datos personales: las personas concernidas tienen el derecho de recibir los datos de carácter personal que les conciernen, datos que han entregado a un responsable del procesamiento (artículo 20).

3. Discriminación por perfil: toda persona tiene el derecho de no ser objeto de una decisión basada exclusivamente en un tratamiento informatizado, incluido el perfil discriminatorio.

4. Principios de “protección de los datos desde la concepción” y de “seguridad por defecto”.

5. Notificaciones en caso de fuga de datos: las empresas y los organismos están obligados a notificar a la autoridad nacional de protección, tan pronto como sea posible, en caso de violaciones graves de datos, a fin de que los usuarios puedan tomar las medidas apropiadas.

6. Nombramiento obligatorio de un delegado para la protección de datos.

7. Sanciones más importantes: el reglamento otorga a los reguladores el poder de infligir sanciones financieras, que van desde el 4 % de la facturación mundial anual de una empresa o de 20 millones de euros en caso de no respetar la norma.

ANEXOS

ANEXO 1. UN EJEMPLO QUE VIGILAR

El proyecto Quayside de Alphabet/Google consiste en la creación de una ciudad inteligente en Toronto, Canadá. Sin embargo, pone en cuestionamiento la utilización de datos personales con fines comerciales.

Señalamos, a título informativo, este gigantesco proyecto de Toronto, que se considera la ciudad del futuro, tal como la presentaron el primer ministro Justin Trudeau; el alcalde de Toronto, John Tory; y el CEO de Alphabet/Google, Eric Schmidt16, en mayo del 2018. Este proyecto permite reflexionar sobre las numerosas cuestiones que puede plantear el uso de datos personales sobre la libertad de los ciudadanos en una ciudad inteligente.

Los hechos

1. Waterfront Toronto, organización paramunicipal relacionada con tres niveles de gobierno, confió a la sociedad matriz de Google la idea de hacer de Quayside, un barrio industrial desgastado, construido sobre antiguos pantanos, un modelo inédito de desarrollo urbano ecológico, abordable y tecnológico. Con vehículos autónomos, alojamientos modulares que permitirían a sus 5000 habitantes aumentar rápida, fácilmente y a menor costo el tamaño de su domicilio, con captores omnipresentes que miden el consumo de energía o la calidad del aire, la recolección robotizada de basura, los semáforos inteligentes, la carpeta presentada por Sidewalk Labs, la filial de Alphabet encargada de ese proyecto, nos pinta una ciudad inteligente única en Occidente.

2. La filial de Alphabet se tomó un año para producir, con el apoyo de una inversión inicial de 50 millones de dólares, un plan que será presentado a los habitantes de Toronto y que deberá ser aprobado por los tres niveles de gobierno que controlan Waterfront Toronto. Según ciertas estimaciones, los primeros residentes podrían establecerse en el año 2022.

3. El proyecto presentado por Sidewalk Labs, una empresa hermana de Google, para la revitalización del barrio de Quayside en Toronto reboza de innovaciones tecnológicas: captores que detectan los lugares de estacionamiento disponibles, ajustan el funcionamiento de los semáforos al desplazamiento de los peatones, miden el deterioro de los edificios o de los contenedores de basura. Con este barrio del futuro, Toronto será, según el presidente de Sidewalk Labs, Dan Doctoroff, “la primera verdadera ciudad inteligente del siglo XXI”. Sidewalk proyecta que Quayside se convierta en la comunidad más medible en el mundo. En ninguna parte del mundo los investigadores en innovación urbana tendrán acceso a una plataforma que ofrezca datos tan confiables y estandarizados.

Las críticas

Los ciudadanos de Toronto plantearon los siguientes cuestionamientos:

1. En la era de los escándalos de Facebook y de Cambridge Analytica referidos a la utilización de los datos personales, este tipo de acuerdo inédito entre una sociedad paramunicipal y una empresa privada ha preocupado bastante a todo el mundo en Toronto.

2. “¿Qué tipo de datos serán recolectados, de qué forma, a quién pertenecen los datos, dónde son alojados, para qué sirven? Esas preguntas son formuladas por todos los proyectos de ciudad inteligente”, afirma Pamela Robinson, docente de planificación urbana en la Universidad Ryerson de Toronto. Según Carl Rodrigues, un activista en el campo de las TIC: “Resulta que ahora nos preparamos para ofrecer un nuevo tipo de información cuando hagamos una simple caminata en el barrio con nuestra familia”.

3. Es particularmente inquietante “que el concejo no electo de Waterfront Toronto haya preferido mantener ese contrato en secreto para que los ciudadanos no se enteraran de cómo una empresa proyecta recoger y utilizar datos con el fin de imponer alquileres y manipular el comportamiento de sus residentes”, escribió Jim Balsillie, cofundador de Research in Motion, en una carta abierta publicada en el Toronto Star en enero del 2019.

4. Los habitantes de Toronto temen particularmente que Alphabet utilice sus datos con fines publicitarios y que los recursos privados invertidos en el proyecto superen los del municipio de Toronto.

ANEXO 2. OTRO EJEMPLO EN FACEBOOK

La empresa de Mark Zuckerberg intenta obtener los datos bancarios de sus clientes, según un reportaje de La Presse (7 de agosto del 2018, sección Actualidad).

Los hechos

La red social mantuvo, hace varios meses, reuniones con la banca minorista JPMorgan, los bancos Chase, Citi, U. S. Bancorps y Wells Fargo, según reveló una fuente anónima a The Wall Street Journal. El grupo de Mark Zuckerberg deseaba obtener informaciones sobre todas las transacciones financieras efectuadas mediante tarjeta bancaria, así como los saldos de las cuentas corrientes de los clientes. Facebook pretendía utilizar esos datos para desarrollar una funcionalidad que permitiera a los usuarios consultar sus informaciones bancarias por intermedio de su cuenta en la red social, afirma The Wall Street Journal. “Como muchas empresas en internet que tienen actividades comerciales, nosotros nos asociamos a bancos para ofrecer servicios como el chat con los clientes y la gestión de la cuenta”, según un portavoz de la empresa. “Pero las informaciones bancarias de sus usuarios no servirían a fines publicitarios”, afirmó. Empero, Steve Waterhouse, experto en seguridad informática, duda de ello en una entrevista telefónica con La Presse. Según él, Facebook busca completar los perfiles de sus usuarios. La casi totalidad de los ingresos de la empresa proviene de las ventas de espacios publicitarios. Esos datos complementarios permitirán segmentar más aún el público.

Las críticas

¿Es ilegal todo esto? “Hay un vacío en relación con lo que es legal o ilegal en esas situaciones”, señala Steve Waterhouse, exoficial de seguridad informática en el Ministerio de Defensa Nacional. Si un dato personal se transmite sin el nombre que le está asociado, la ley no se infringe, “salvo que mediante la banda, con las referencias cruzadas, sea posible ponerle un nombre a esos datos”, precisa Waterhouse. Facebook quiere los nombres, pues es lo que va a rentabilizar su plan estratégico. En síntesis, ¿Facebook podría algún día acceder a los datos bancarios de sus usuarios? “Nada se lo impide”, afirma Waterhouse. La única cosa que verdaderamente podría frenarlo allí donde la población no está protegida por la ley sería un muy gran cuestionamiento de la opinión pública, capaz de convencer a las autoridades políticas. Es lo que sucedió cuando se hizo público el affaire de Cambridge Analytica (véase el capítulo anterior) y Facebook decidió poner en compás de espera su proyecto de recolección de los datos médicos de los americanos, frente a la tormenta que arriesgaba desatarse. Según Facebook, en un sistema capitalista normal, cualquier empresa tiene derecho a aliarse a otra para hacer negocio. Eso se hace todos los días…

A modo de conclusión provisoria

El Congreso americano, desde que los demócratas tienen mayoría, comienza a mostrar sus dientes frente al poder de gigantes como Facebook. Simplemente solicita escindir a la multinacional de las redes sociales en varias unidades distintas. Por ejemplo, sugiere obligar a Facebook a apartarse de WhatsApp e Instagram17. ¿No se podría hacer lo mismo con Google, que posee una buena parte del mercado de la publicidad en línea, y su sistema móvil Android, que equipa la inmensa mayoría de los teléfonos inteligentes del mundo? Así, “el Ministerio Americano de Justicia prepara una investigación antimonopolio contra Google, que ya tiene multas en Europa por prácticas anticompetitivas, y llama al desmantelamiento de la megaempresa”, según The Wall Street Journal. Tal conducta no es inusitada en Estados Unidos; recordemos la escisión obligada de la megaempresa AT&T (American Telephone & Telegraph) en siete operadores independientes, las Regional Bell Operating Companies, también conocidas como Baby Bells, luego del proceso antimonopolio que le inició el Ministerio de Justicia en 1982.

Malestar en la civilización digital

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