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Prólogo

Cámaras de seguridad, drones, domótica, invasión de productos chinos de Huawei, las GAFAM, la uberización, el mito de la eterna juventud o el deseo de longevidad y el consiguiente temor a la muerte… Séneca, Platón, Epicuro, los estoicos, la conversión personal, el transhumanismo… ¿Cómo se articula todo eso para pensar la civilización digital?

Con una fórmula muy atractiva, Jean-Paul Lafrance —profesor asociado y fundador del Departamento de Comunicaciones de la Universidad de Quebec en Montreal, Canadá— propone una reflexión sobre la sociedad digital no solo desde una perspectiva socioeconómica, a la que en general estamos habituados, sino mediante el retorno a la filosofía antigua, con inclusión de los ejercicios espirituales a partir de la óptica de Pierre Hadot.

Denuncia así en forma tajante la toxicidad de la sociedad digital en su mecanismo provocador de ilusiones, nefastas para el equilibrio humano, porque funciona como un acelerador de sensaciones fuertes, de ambiciones malsanas y de deseos cada vez más insatisfechos; porque crea un estilo de vida frenético que hace caer a los individuos en la depresión, la ansiedad o en los muy de moda burnout o trastornos de déficit atencional, estilo siempre sobrealimentado por la colosal industria del marketing y la publicidad.

No puedo dejar de recordar a Marc Augé (2018) cuando analiza el desarrollo tecnológico impregnado de la misma lógica consumista que exacerba la alienación y la desmesura, mientras que el individuo está cada vez más solo en una sociedad de exclusión y desigualdad…

Padres, docentes, intelectuales, ciudadanos, somos muchos los que cuestionamos el aporte benéfico de la civilización digital al ser humano. Nos interrogamos también sobre la esencia de esa civilización digital que se instaló ya hace varias décadas para quedarse. ¿Quiénes son sus principales actores, cuáles son sus efectos —tanto los actualmente visibles como aquellos que tememos aún— y cómo enfrentarlos o evitarlos?

El ensayo de Jean-Paul Lafrance responde a esas interrogantes deteniéndose particularmente en las consecuencias socioeconómicas de lo digital (la desaparición masiva de oficios y profesiones, la robotización, la plataformización del trabajo o, como parcialmente denominan algunos, la uberización), así como en el proceso de desestructuración de sí que acompaña nuestra inscripción en los dispositivos técnicos e informáticos de los que somos cada vez más prisioneros.

A partir de una reflexión filosófica y económica sobre la revolución digital (revolución que ya no se puede ignorar), el autor se cuestiona sobre sus ventajas e inconvenientes; ¿lo digital es un humanismo que toma en cuenta el bienestar de los ciudadanos, o se trata de otra vía hacia un capitalismo de vigilancia, más cercano aún del individuo, tal como lo plantea la autora estadounidense Shoshana Zuboff (2019) en su último libro?

Mediante un análisis de las grandes empresas de la web (las GAFAM americanas y las BAT chinas), demuestra cómo los datos personales ofrecidos ingenuamente por los usuarios constituyen “el botín de guerra”, principal recurso de la economía digital, gracias a las técnicas del data mining o de la inteligencia artificial (IA). Por otro lado, además de las industrias mediáticas, describe cómo el desarrollo actual de las empresas de servicios que utilizan las plataformas de distribución digital, como Uber o Airbnb, contribuye al fenómeno de macdonaldización del trabajo y de empobrecimiento de la clase media. ¿Y qué propone el autor para evitar la supresión de tantos puestos de trabajo como resultado de la automatización y la robotización? Transformar nuestra filosofía del empleo y del trabajo, e implantar una política de renta básica mínima universal para permitir que el trabajador precario pueda reciclarse y reinsertarse nuevamente en el mercado laboral.

Luego de mostrar las tóxicas consecuencias de la digitalización, como la hiperactividad desenfrenada en que caen los individuos que tienen que adaptarse a ella, Lafrance recurre creativamente a la filosofía, afirmando que el ser humano no puede contar solo con el Estado para domesticar el mercado, sino que debe autodisciplinarse él mismo, tal como nos lo enseña la filosofía socrática. Creo que este es uno de los puntos más “ingeniosamente” fuertes de un texto que aborda temas de capitalismo y enseres tecnológicos. En esta hiperactividad de celulares inteligentes, convertidos a la nanotecnología, espiados por ojos electrónicos en forma permanente, atrapados por Instagram y los tuits, por las redes sociales que nos han convertido en la sociedad de las cabezas gachas como decía alguien, Lafrance recurre a la fórmula que proponía el maestro Foucault al fin de su vida: el cuidado de sí.

En síntesis, ¿qué propone hacer Jean-Paul Lafrance para transformar la civilización digital en un humanismo? Comenzar con tres grandes revoluciones simultáneas, tal como un buen número de jóvenes ya lo hace hoy.

– En primer lugar la reforma del capitalismo que nos empuja a consumir siempre más y más, y particularmente cosas innecesarias. Estamos impregnados de una matriz económica cuyo carburante es el aumento perpetuo de la producción y el consumo de bienes y servicios.

– En segundo término, responder al imperativo ecológico, que nos obliga a tomar conciencia de que vivimos en un mundo finito y de que debemos enlentecer y reducir nuestro crecimiento económico en función de los recursos limitados del planeta. “Todos somos planeta”, diría el papa Francisco en su interesante y comprometida encíclica Laudato si (24 de mayo del 2015).

– Y, finalmente, la conversión personal. Lafrance hace aquí un giro reflexivo que destaco por su interés. Aborda ya no solo la civilización digital en su dimensión social, sino en los aspectos personales. Viraje tanto más desafiante al recurrir a Foucault para proponer el cuidado de sí. Lafrance es un colega que sabe disfrutar de la vida en el “buen sentido”: de los placeres de la cocina que él mismo practica, y de la buena mesa —maridada con bebidas espirituosas adecuadas—, de la charla amena, de la estética y del arte, de la buena lectura y la música escuchada con refinamiento acústico, y que ha escrito un buen número de volúmenes sobre la tecnología: La civilización del clic (2013), La televisión en la era de internet (2009), Crítica de la sociedad de información (2010), Intranet ilustrada (1998) —con mi traducción al español (2001)—, entre otros. Tema que no le es ajeno en absoluto, ni desde el punto de vista teórico ni como usuario. Pero en Malestar de la civilización digital recurre con mucho énfasis a los filósofos antiguos como Sócrates, Epicuro, Séneca y otros sabios de la era grecorromana, para mostrar que la causa principal del sufrimiento, de la inquietud y del desorden interior que invade a la mayoría de los individuos son las pasiones: deseos desordenados y temores exagerados (miedo a la inseguridad, al futuro, a la muerte). La filosofía o el amor por la sabiduría (philo-sophia) es una terapéutica de las pasiones, como nos lo sugiere el helenista francés Pierre Hadot al mostrar que los filósofos socráticos tenían como principal finalidad el autodisciplinamiento del hombre. Para este autor, la filosofía antigua no es una construcción de sistemas teóricos, sino una experiencia vivida, una transformación de su ser. Hadot (2014) hace un estudio exhaustivo de la noción de ejercicios espirituales, que es menos un acto religioso, tal como lo practicaban los ascetas cristianos, que un ejercicio existencial de profunda búsqueda sobre la manera en que un ser humano se transforma en sujeto para no ser más el objeto de sus pasiones, impulsos, deseos y temores. Y justamente, a contrario sensu, la civilización digital empuja al ser humano al consumo desenfrenado, acelerando e incrementando su dependencia material y tecnológica, exigiéndole una constante performance por presión de la tecnología y del sistema de marketing personalizado.

¿Será que para correr y disfrutar al aire libre necesitamos imperiosamente relojes inteligentes con acelerómetro y pulsómetro, con monitoreo de nuestro estado físico y capacidad aeróbica, tiempo de recuperación, historial de entrenamientos, frecuencia cardiaca, respiración, número de pasos, y que ante una caída del corredor, y a falta de respuesta de este, llaman a un contacto?

El texto de Jean-Paul Lafrance que tuve el gusto de traducir me provocó, entre otras cosas, un fuerte deseo de releer a Séneca. Invito pues a los lectores a recorrer estas páginas, no sin antes reconocer y agradecer al profesor Giancarlo Carbone, actor fundamental en este proyecto de edición internacional, quien utilizó las tecnologías colaborativas —pero no invasivas— para articular el trabajo entre el autor, la traductora y el Fondo Editorial de la Universidad de Lima desde tres países (Canadá, Uruguay y Perú).

Carmen Rico1

Montevideo, enero del 2020

Referencias

Augé, M. (2018). El porvenir de los terrícolas. Barcelona: Gedisa.

Francisco. (24 de mayo del 2015). Carta encíclica Laudato si del papa Francisco sobre el cuidado de la casa común. Recuperado de http://www.vatican.va/content/dam/francesco/pdf/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si_sp.pdf

Hadot, P. (2014). Ejercicios espirituales y filosofía antigua. París: Albin Michel.

Zuboff, S. (2019). The age of surveillance capitalism. The fight for a human future at the new: frontier of power. Nueva York: Public Affairs.

Malestar en la civilización digital

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