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Nuevas olas

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El neofascismo que nace en 1942 no produjo una ruptura completa con el fascismo, pero, en comparación, privilegió la sociedad antes que el Estado y a Europa antes que a las antiguas naciones. Esta fisonomía no puede disociarse del desarrollo de los contextos sociales, políticos y económicos –en suma, de la planetarización y de la posmodernidad–, no más que de la historia de los márgenes supranacionalistas en la dialéctica interna del fascismo durante su primer período (1919-1941) (con Ernst Niekisch u Otto Strasser, entre otros). Pero, después de la Segunda Guerra Mundial, el fascismo se refugió en transmitir su “visión del mundo” –una rebelión moderna “contra el mundo moderno”, una “revolución conservadora”, cuyo objetivo ideal-típico es una palingenesia comunitarista–. El fascismo en cuanto sustrato ideológico sobrevivió, pero perdió todos sus signos manifiestos, que in fine solo fueron conceptos adyacentes, una forma relacionada con la era industrial. Solo conserva su decorum dentro de microsectas folclóricas, que además, justamente, ya no tienen que ver con lo político sino antes bien con lo cultural.

El marco francés corresponde a un caso extremo de esta forma. El fascismo francés no se corresponde ni con la morfología clásica del fascismo (partido que moviliza las masas), ni con el conjunto de sus signos (ausencia de imperialismo belicoso), sino que goza de una forma general que le es propia. El fascismo francés, apoyado en las bases del “nacionalismo de los nacionalistas” forjadas durante la fase 1870-1914, se produce, desde fines de la Primera Guerra Mundial, mediante la hibridación de signos, en general extranacionales, y se difunde en un proceso de rizoma cultural que se corresponde con su estructura de rizoma de organizaciones de baja densidad cuantitativa y sin una figura real del guía, inserto en el campo de las extremas derechas. La posguerra vio acentuarse esta estructuración bajo el efecto de los contragolpes de la limpieza étnica, de las formas básicas de combate de la Organización del Ejército Secreto –también de su fracaso, más adelante– y de la revolución mundialista. Así, el fascismo, en tanto reacción al fin del siglo de las naciones en 1919, continuó su camino de cuestionamiento de la organización de sociedades organicistas.

De este modo, se entiende por qué todas las extremas derechas rechazan el orden geopolítico establecido. En efecto, las innovaciones del campo se relacionan estrictamente con un cambio del orden geopolítico (1870, 1918, 1941, 1962, 1973 y 2001 son todas fechas de mutación tanto de la geopolítica como de las extremas derechas). La extrema derecha es una reacción hostil a las transformaciones en las relaciones Estado-sociedad en el marco de la globalización (el término recubre la “primera” y la “segunda” globalización).

En la Europa actual, la extrema derecha radical, en su conjunto, es menos una familia política que una contracultura de margen o una subcultura, en el sentido, no peyorativo, que dan a este término los sociólogos, es decir, el de expresión cultural minoritaria. El fenómeno es notorio en Francia. Los grupos radicales vieron cómo se reducía su espacio político a medida que crecía la audiencia electoral del partido lepenista, que se convertía de hecho en aquello que la ciencia política suiza llama con el bonito nombre de “organización buhardilla” [faîtière], (67) es decir, una organización que absorbe a la totalidad de los grupos existentes, por doble pertenencia o por migración de los militantes. Los “radicales” se distinguen por elegir estratégicamente la vía no electoral, a menudo empujados por su rechazo explícito de la democracia. También se diferencian de los partidos electoralistas por expresarse sin eufemismos sobre la cuestión étnica, por su europeísmo (opuesto al nacionalismo “estrecho”, estrictamente francés, del FN) y por reclutar miembros básicamente entre los jóvenes. Este movimiento, desperdigado entre grupos locales y revistas nacionales de baja difusión (desde unas pocas decenas hasta miles de ejemplares), es tanto un fenómeno sociológico de contracultura marginal, incluso de “tribu urbana”, como un objeto de estudio estrictamente político. Sin embargo, la estrategia de normalización del FN también permitió reforzar las estructuras más consolidadas.

Algunos movimientos de hoy, aunque no son fascistas, tienen ascendencia en la extrema derecha radical del siglo XX. En el nacionalismo de Vlaams Belang se encuentra la herencia del Verdinaso, de Joris Van Severen. El partido România Mare, expansionista y ferozmente antimagiar, antisemita y antirrom, debe mucho a la Guardia de Hierro. Sin embargo, la propia Guardia de Hierro es deudora del profesor Alexandre Cuza y su Partido Nacional Demócrata, quien había hecho del antisemitismo su profesión de fe ya desde 1919. Casi no puede comprenderse el nacionalismo húngaro contemporáneo sin mencionar el régimen reaccionario del regente Horthy y la Cruz Flechada de Ferenc Szálasi, así como hay que volver a colocar al nacionalismo croata en su relación con el Estado ustasha de Ante Pavelić y la ideología del Partido del Derecho, tal como la formulara entre las dos guerras su teórico Milan Šufflay.

A menudo, grupos políticos contemporáneos apelan a una tradición “de izquierda” o “auténtica” de los fascismos o del nacionalsocialismo contra sus degeneraciones reaccionarias: el Nationaldemokratische Partei Deutschlands [Partido Nacional Demócrata alemán] (NPD) convoca a los hermanos Strasser y a los nacionalistas revolucionarios de la Revolución conservadora, mientras que, en Italia, Alessandra Mussolini y el jefe del Movimento Sociale Fiamma Tricolore, Luca Romagnoli, logran ser electos para el Parlamento Europeo con un programa que llama a la República de Saló contra la “traición” del fascismo por parte de Gianfranco Fini. España cuenta con diversas falanges, que se presentan –todas– como más auténticas y subversivas que las demás, pero también más que el fenómeno contemporáneo del poder franquista. El desvío por izquierda a menudo surge de una confusión entre propaganda e ideología. Pero también da testimonio de la voluntad de volver a encontrar un fenómeno inconforme, liberado de peso, que retome el espíritu subversivo y social del primer manifiesto fascista de 1919.

La extrema derecha radical no pudo recuperarse de la conmoción de 1945. La extrema derecha de los “nacionales” estuvo mucho tiempo convaleciente. Tanto uno como otro campo no dejaron de intentar limpiar su nombre de las traiciones y los crímenes del otro. Sin embargo, el lenguaje cotidiano, común, se niega a desunir a los responsables entre sí. Es en este momento –luego de 1945– cuando el término “extrema derecha” integra plenamente el lenguaje cotidiano para designar a las formaciones políticas nacionalistas, autoritarias y xenófobas: Joven Nación (1949-1958), luego el movimiento Poujade (1953-1958) y, por extensión, los de los partidarios de Argelia Francesa que eligieron el camino de la acción violenta, dentro de la Organización Armada Secreta (OAS). Pero, así espacializada, la realidad militante del fenómeno interroga a los comentadores: ¿cómo atreverse a situar a “la extrema” de la “derecha” a personas que podían combatir a través del terrorismo a gobiernos “de derecha”? De hecho, es importante situar el objeto como un campo propio, y no como un punto último del eje lineal derecha-izquierda. Lo mismo sucede cuando abordamos los demás reproches efectuados al uso de la categoría “extrema derecha”, según los cuales no sería válido para movimientos tan diversos como demócratas y nazis. Solo valdría si “extrema derecha” estuviera a la derecha de la derecha, lo cual contradiría muchos programas económicos nacionalistas y negaría la propia impugnación de este eje, tal como la practica, por ejemplo, la “nueva derecha”, cuya figura intelectual más visible en Francia es Alain de Benoist. Se trata ampliamente de argucias.

En las extremas derechas, la forma económica nunca es más que un modo puesto al servicio de la visión del mundo y de las necesidades presentes. Fue lo que permitió a Mussolini pasar del “dejar pasar, dejar hacer”, propuesto en 1921, al Estado totalitario. En la extrema derecha francesa reciente, se han visto las concepciones neoliberales como integradas al darwinismo social del nacionalismo étnico en el Club de l’Horloge [Club del Reloj] (nueva derecha), luego en el FN, antes que ver a ese último defendiendo un “proteccionismo inteligente” manejado por un “Estado estratega”. Vichy intervenía económicamente más que el Frente Popular, Richard Nixon decía “todos somos keynesianos”: considerar el posicionamiento político según el criterio de intervención del Estado es un simplismo. Más allá de la diversidad de las extremas derechas, perdura su deseo de construir una sociedad “orgánica”, holística, donde las desigualdades dependen de una jerarquía que se considera legítima.

Así pues, no se trata de pensar que, si se considera como pertinente la división derecha-izquierda, la extrema derecha sea, sin embargo, lo que se sitúa, en el eje mencionado, a la derecha de los partidos conservadores y liberales. La política es multidimensional y cada campo político tiene, cierto es, intersecciones con sus vecinos, pero se trata más de esferas interconectadas que disponen cada una de su autonomía que de un solo rasgo. Incluso así, sigue siendo una estructuración que clasifica “extrema derecha” a “derecha”. Recordemos la definición de “derecha” que da uno de los académicos contemporáneos cercanos a la corriente católica tradicionalista y realista legitimista. Para Alain Néry, el término “derecha”, que proviene etimológicamente del latín directus, indicaría la “dirección hacia la que hay que ir” respecto de “valores superiores, desinteresados a un fin”. Mientras que el término “izquierda”, derivado “de un verbo franco que significa ceder, flexionar”, podría relacionarse con “siniestro”, del latín sinister, que se traduce a la vez como “izquierda” y como “funesto”. (68) Por un lado, el orden natural; por el otro, el desorden de la revolución a la que llevaría todo constructivismo. La extrema derecha, en la mayoría de sus componentes, no está lejos de compartir esta visión de las cosas. Las derechas radicalizadas que convergieron en 2013 en La Manif Pour Tous [La Manifestación para Todos] estarían de acuerdo con esto. (69) La propia izquierda, al presentarse como “el progreso” y “el movimiento” contra “el conservadurismo” y los “neorreaccionarios”, dice más o menos lo mismo, pero invirtiendo el juicio moral. La idea también es leer lo implícito en la “nueva derecha” que aparece mediáticamente en Francia a mediados de la década de 1970, aunque la asociación que lleva sus ideas, el GRECE (Groupement de Recherche et d’Études pour la Civilisation Européenne [Grupo de Investigación y Estudios para la Civilización Europea]), habría sido fundada en 1968. El GRECE prefiere situarse más allá de una división derecha-izquierda, que declara obsoleta y reductora. Así resumía Alain de Benoist sus posiciones, en la reedición de su libro Vu de droite [Visto desde la derecha]: “Llamo aquí ‘de derecha’, por pura convención, a la actitud que consiste en considerar la diversidad del mundo –y, en consecuencia, las desigualdades relativas de las que necesariamente son producto– como un bien, y la homogeneización progresiva del mundo –promovida y efectuada por el discurso bimilenario de la ideología igualitaria– como un mal”. (70) La “nueva derecha” es, además, efectivamente plural según los países inscribiéndose allí en el paisaje específico de las derechas autóctonas: más bien deutsch-national con el semanario alemán Junge Freiheit y su equivalente vienés, Zur Zeit; bastante crítica hacia la derecha berlusconiana y el americanismo de la Alleanza Nazionale, con el politólogo Marco Tarchi en Italia; más marcada por el catolicismo y buscando arrimarse al Partido Popular, con la revista española Hespérides; y, por último, en el caso del movimiento Synergies Européennes [Sinergias Europeas], dirigido desde Bélgica por Robert Steuckers, que canalizaba las tesis “neoeuroasiáticas” del ruso Aleksandr Duguin, así como una fuerte oposición al Islam.

De hecho, la extrema derecha europea tuvo, desde 1945, cuatro olas diferentes de partidos extremistas de derecha. La primera, entre 1945 y 1955, se caracteriza por su proximidad con las ideologías totalitarias de la década de 1930 y a menudo se la denomina “neofascista”. La segunda ola, que aparece a mediados de la década de 1950, corresponde a un movimiento de las clases medias radicalizadas. Entre los años 1980 y 2001, llega la “tercera ola” que muchos autores califican como “nacional-populista”. La cuarta ola se desarrolla después del 11 de Septiembre y es una traducción populista del concepto de “choque de civilizaciones”. Se hicieron varios intentos de aislar, dentro de esta familia de extrema derecha, a subgrupos transnacionales. Así, Piero Ignazi distingue entre “antiguos” partidos, de neta filiación con los fascismos, y partidos “posindustriales”. (71) Hans-Georg Betz prefiere oponer los populismos radicales de corte neoliberal, incluso libertario, a los nacional-populismos autoritarios. (72)

La extrema derecha en Europa

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