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1 Todos somos incrédulos

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Yo soy un incrédulo. Tú también lo eres.

Y tal vez estás pensando: “¡Espera un momento!” “¿Qué haces escribiendo un libro acerca del evangelio de Jesucristo si tú eres un incrédulo? y, además, ¿qué es lo que tú sabes acerca de mí? ¿quién piensas que soy?”

Yo crecí creyendo que las personas se encontraban dentro de dos categorías: o eres creyente o eres incrédulo; o crees en Jesucristo y lo que Él ha hecho por nosotros o no lo crees. Pero ahora, después de más de 25 años siendo pastor, puedo ver que cada uno de nosotros es un incrédulo, incluyéndome a mí—al menos en algunas áreas de nuestras vidas.

No me malinterpreten. Yo sí creo que existen personas que son hijos de Dios regenerados y que hay otras personas que todavía no lo son. Hay quienes han recibido una vida nueva a través de la fe en Jesús. Ellos han sido hechos nuevas creaciones y han tenido un nuevo comienzo por causa de su fe en Jesucristo y en lo que Él ha hecho por ellos. Y también creo que hay otros que siguen muertos en sus pecados y no están verdaderamente vivos en Cristo (vea Juan 1:12–13; 2 Corintios 5:17; Efesios 2:1–10).

Cuando digo que todos somos incrédulos, me refiero a que seguimos teniendo cosas en nuestras vidas en los que no le creemos a Dios. Hay aspectos en donde no confiamos en Su Palabra y no creemos que lo que Él logró en Cristo es suficiente para lidiar con nuestro pasado, o con lo que estamos enfrentando en este momento, o en lo que está por venir.

No creemos que Su Palabra es verdad o que Su obra es suficiente.

No creemos. Somos incrédulos.

Yo lucho contra la incredulidad de manera cotidiana. Tengo una conversación con mi esposa, y cuando ella señala algo en lo que todavía tengo que mejorar, escucho la palabra fracaso en mi cabeza.

Intento dirigir una buena conversación acerca de la Biblia durante la cena con mis hijos, pero en lugar de que ellos estén al filo de sus asientos con mucho entusiasmo, los veo con sus cuerpos encorvados y con sus ojos en blanco. Mal padre.

Enseño acerca de ser un buen vecino, uno que conoce las historias de las personas que viven en tu calle, pero desde que me mudé al vecindario en el que vivimos actualmente, hace unos meses, la única historia que conozco es la de mis intentos fallidos por conocer a las personas. Hipócrita.

Incredulidad.

Me deslizo dentro y fuera al momento de creer en la Palabra de Dios acerca de mí y de Su obra por mí. Jesús dio Su vida para hacerme una nueva Creación. Él murió para perdonarme de mis pecados y cambiar mi identidad de pecador a santo, de fracasado a fiel, y de malo a bueno e incluso justo y santo. Pero olvido lo que Él ha dicho acerca de mí. Olvido lo que ha hecho por mí. Y a veces no es que se me olvide. A veces es sólo mera incredulidad. Yo sé estas cosas. Simplemente no las creo.

Soy un incrédulo. Por supuesto, no lo soy en todo momento. Pero sí tengo algunos momentos.

Y tú también. Estoy seguro de eso.

Todos luchamos con la incredulidad en Dios, porque el mensaje de Quién es Él y qué ha hecho por nosotros a veces puede sonar increíble. Todos tambaleamos de aquí para allá, en nuestra confianza de que lo que Él ha hecho por nosotros en Jesús es suficiente para nosotros hoy.

Es muy posible que, aunque estés familiarizado con Jesús, todavía no hayas creído en Él para tu vida. O tal vez has venido a la fe en Jesús, pero ésta no ha cambiado verdaderamente tu vida diaria o la manera en la que te involucras en tus actividades cotidianas.

El apóstol Pablo les dijo a los creyentes en Jesús de Galacia: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios [Jesús], el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Ellos habían comenzado con fe en Jesús, pero estaban poniendo su fe y su esperanza en algo más que los hiciera justos en lugar de Jesús. Pablo los llamó a tomar conciencia de que la buena noticia acerca de Jesús—el evangelio—es para toda la vida: es todo.

Una vida de vivir verdaderamente es una vida de fe en Jesús, una vida de creer en Jesús en las actividades cotidianas de la vida.

Yo sigo aprendiendo cómo vivir de esa manera. Pues sigo siendo incrédulo de muchas maneras. Sin embargo, no quiero permanecer en esa condición. Quiero que toda mi vida esté marcada por la fe en Jesús.

Dios tiene la intención de hacer que todo sea acerca de Jesús, porque a través de Él todas las cosas llegaron a existir, y en Él todas las cosas subsisten (Efesios 1:22–23; Colosenses 1:15–20).

Dios también quiere rescatarte de la incredulidad y santificarte para hacerte semejante a Jesús. La santificación sólo es una palabra grande que se refiere a comenzar a ser cada vez más como Jesús a través de la fe en Jesús. Te vuelves semejante a aquello en lo que crees. Así que, volvernos semejantes a Jesús requiere que creamos en Él cada vez más, en cada parte de nuestra vida. La santificación es pasar de la incredulidad con respecto a Jesús a la creencia en Él en las actividades cotidianas de la vida.

Todavía no has llegado a ese nivel ¿o sí? Yo tampoco. Seguimos siendo incrédulos que necesitan a Jesús más—en más formas y más aspectos.

Mientras escribo este libro, me doy cuenta de lo mucho que necesito a Jesús. A veces creo que mis escritos pueden cambiar una vida. Pero cuando un día de escritura no resultó ser tan provechoso, me sentí aplastado bajo el peso de esa responsabilidad. Y tuve la necesidad de creer una vez más que Dios es el que cambia las vidas, no yo.

Es verdad que Él obra a través de nosotros para cambiar a otros, pero Él no depende de qué tan bueno sea nuestro desempeño. Dios puede hablar a través de cualquier persona y cualquier cosa. De hecho, una vez Él habló a través de un burro, así que imagino que Él puede hablar a través de mí.

Al recordar esto, pasé de la incredulidad a la fe. “Jeff”, me dije a mí mismo (o algunos me lo dicen cuando se me olvida), “confía en la obra de Dios, no en la tuya. Cree en Sus palabras dichas sobre tu vida a través de Jesús, no en las tuyas”. Así que de esa manera puedo descansar una vez más y continuar escribiendo.

De manera que sigo escribiendo como fruto de mi fe en Jesús.

Esto no sólo me pasa cuando estoy escribiendo. Me doy cuenta de que necesito esto cuando tengo que levantarme temprano para ejercitarme; cuando considero cómo vamos a pagar nuestras cuentas; o cuando me encuentro estancado en la Interestatal 405, la cual llamamos autopista, pero que por lo regular no avanza cuando necesito llegar a un lugar y avanzar más rápido que todos los demás que están en el camino.

Necesito recordar eso porque lo olvido. Necesito creer porque no creo.

Afortunadamente, no estoy solo en esto. Tengo una comunidad de personas a mi alrededor que también son incrédulos profesos. Ellos creen en Jesús, pero no todo el tiempo para todas las cosas. Al menos no por el momento.

Estamos juntos en este viaje, avanzando de la incredulidad a la fe en Jesús más y más cada día—y a veces con menos intensidad en el día que sigue.

Por esa razón estoy escribiendo este libro. Yo sé que necesito este libro, así como tú.

Todos nosotros nos enfrentamos con luchas y batallas diarias, a veces de parte de enemigos que ni siquiera podemos ver. Escuchamos mentiras y acusaciones. Luchamos contra las tentaciones y a veces somos engañados. Escuchamos palabras que fueron dichas sobre nosotros cuando éramos más jóvenes, las cuales hacen eco en nuestros corazones de maneras que no dan vida a nuestras almas. Miramos nuestras situaciones presentes y deseamos que fueran mejores. Y muchos de nosotros enfrentamos futuros inciertos que, sin Dios, nos llevan a vivir con ansiedad, preocupación, y temor.

Todos nosotros necesitamos ayuda porque cada uno de nosotros puede encontrar bastantes razones para no creer, para no tener esperanza, y para no confiar en la Palabra de Dios y en Su obra por nosotros.

Necesitamos el evangelio y necesitamos convertirnos en personas que hablan el evangelio con fluidez. Necesitamos saber cómo creer y cómo hablar las verdades del evangelio—la buena noticia de Dios— en y dentro de las actividades cotidianas de la vida. En otras palabras, necesitamos saber cómo abordar las luchas de la fe en las actividades diarias en las que estamos involucrados, con lo que es verdad de Jesús: las verdades de lo que Él ha logrado a través de Su vida, Su muerte, y Su resurrección, y como resultado, lo que es verdad de nosotros cuando ponemos nuestra fe en Él. El evangelio tiene el poder para afectar todo en nuestras vidas.

Escribo este libro porque amo a los incrédulos y sé que Dios también. Él te ama y quiere salvarte de tu incredulidad.

Yo creo que la única esperanza para nosotros es el evangelio de Jesucristo y las comunidades que comparten su vida al mismo tiempo que proclaman el evangelio para las vidas cotidianas de otros: comunidades con fluidez en el evangelio.

Jesús dijo que tenemos que hacer discípulos que puedan hacer discípulos (vea: Mateo 28:18–20), y un discípulo de Jesús debe saber, creer, y ser capaz de hablar el evangelio. Él o ella debe ser capaz de llevar a otros a saber, creer, y hablar el evangelio.

Mi esperanza es que este libro, en primer lugar, pueda traer esperanza y sanidad para ti mientras comienzas a creer y aplicar las verdades del evangelio en tu vida. También espero que tú y otros a tu alrededor adquieran fluidez en el evangelio, para que juntos sean capaces de llevar a otros a encontrar esperanza y ayuda en Jesús, en cada parte de sus vidas.

Estoy más seguro que nunca de que si no creen en el evangelio, los pecadores sufrirán un castigo eterno, y los santos no podrán vivir sus vidas para darle gloria y honor a Jesucristo.

Así que, mi esperanza es que más pecadores sean salvos de la condenación y más santos sean liberados para vencer al pecado, al temor, y a la inseguridad de sus vidas diarias.

Espero que este libro te lleve de la incredulidad a creer más en el evangelio de Jesucristo, y que te equipe para ayudar a otros a hacer lo mismo.

La vivacidad del Evangelio

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