Читать книгу No desamparada - Jennifer Michelle Greenberg - Страница 12

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Iba a ser un fin de semana maravilloso. Iba de camino al campamento de verano de la iglesia, lejos de su papá, de los deberes, de las pesadillas, de las tareas y del estrés. Iba a hacer amigos, relajarse, nadar y quizá incluso conocer un par de niños simpáticos.

Oh, sí. Estaba esperando ese momento con ansias.

El viaje al campamento duraba diez largas horas. Para dividir el viaje, ella y los amigos que iban en el mismo auto se quedaron a pasar la noche en el hogar de un pastor. Desde su casa campestre, uno podía observar varios kilómetros a la redonda. Disfrutó ver las peleas de gallos, nadar en la piscina, compartir la cena en el patio y poder dormir al fin sin preocuparse de que alguien la estuviera mirando. Cerca de la medianoche, se levantó para buscar un vaso de agua.

Él estaba allí, sentado en el sillón.

Le explicó que, como pastor, muchas veces tenía que quedarse en pie hasta tarde escribiendo sermones o planificando las reuniones de la iglesia. Sin embargo, estaba contento de que ella estuviera en pie porque quería hablarle de algo.

«Cuando estabas en la piscina», le dijo, «noté que actuabas de forma muy sensual. La sensualidad te salía por los poros».

Sintió que el rostro se le sonrojaba. ¿Acaso se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo con su padre? ¿Era tan obvia su contaminación? Su tarde de relajo libre de acusaciones e insinuaciones se esfumó en una ráfaga de humillación.

«Tienes que entender», prosiguió el pastor, «que los niños de tu edad apenas están empezando a descubrir su sexualidad. Como mujer, les llevas kilómetros de ventaja. Están empezando a entender el lenguaje corporal y a notar cosas como las caderas y los escotes. Cuando avanzas por la piscina con los pechos asomándose bajo el traje de baño y tu figura a vista de todos, captas su atención. Los haces pensar en el sexo».

Ella empezó a buscar estrategias para terminar esa horrible conversación. Masculló que no era su intención hacer nada inapropiado. Simplemente se estaba divirtiendo con sus amigos. Pensó en decirle que su papá era quien había escogido su traje de baño, pero sintió una punzada de miedo y permaneció callada.

Eso es muy complejo, pensó.

«No quiero que te sientas avergonzada o en apuros», continuó el pastor. «Esta conversación la he tenido con mis hijas porque quiero que estén listas para el mundo real y sean conscientes de sus vulnerabilidades. Si sabes cuáles son tus vulnerabilidades, puedes protegerte. ¿Tiene sentido? Entonces, déjame preguntarte, ¿qué se necesitaría para que le abras las piernas a un hombre?».

Quedó atónita. Nadie, ni siquiera su papá, le había hecho una pregunta así.

«No me siento cómoda con esta conversación», dijo.

Él siguió hablando, pero ella logró excusarse. Cuando pudo volver segura a la cama, se dio cuenta de que había olvidado el agua y lloró hasta dormirse.

Unas semanas después, de regreso en casa, les contó a sus padres lo que le había dicho el pastor. Ellos lo invitaron a cenar. Hicieron que ella le cantara una canción. Nunca le contaron a nadie lo que había ocurrido.

No desamparada

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