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1. La madre abandona al padre

—Monsil, vámonos —la señora Milyang la apremió cerrando con llave la puerta de la habitación.

—¿A dónde, mamá?

—¿Para qué quieres saber a dónde?

—Si nos vamos ahora, ¿ya no regresaremos?

—…

La señora Milyang no dijo nada. Monsil quería saber, porque le parecía que ya no regresarían. La señora Milyang dejaba atrás aquella puerta de ramas llevando de la mano a Monsil, que tenía miedo.

La familia del dueño había salido y no había nadie en casa. La señora Milyang tenía prisa por salir, como si estuviera huyendo.

—¿No vas a despedirte de la dueña de la casa?

—¡Cállate y vámonos!

Monsil se dio cuenta de que su madre, la señora Milyang, huía de verdad.

La flor de neng-i1 florecía en esos días. La callejuela estaba iluminada y calurosa. Caminando por la fuerza, arrastrada por su madre hasta el árbol de dátil, enfrente del pozo, Monsil de repente soltó la mano de su mamá.

—Hija, ¿a dónde vas?

—Voy por mis juguetes.

Monsil fue por los juguetes que casi olvidaba. Los había coleccionado con su amiga Hi-suk, que vivía en la casa de enfrente. Eran unos pedazos rotos de porcelana, tapones de botellas, pelotas de plástico con agujeros, un par de calabazos secos y otros objetos sucios que guardaban debajo del muro del patio trasero. Monsil puso todo en su falda y regresó corriendo al lado de su madre.

—¡Apúrate! ¿Para qué traes esos pedazos rotos de porcelana?

—¡Esto es mi vida!

Monsil apretaba fuertemente su falda con los juguetes. Tomada de la mano de su madre caminó con paso corto y ligero.

Caminando diez li2 por un camino zigzagueante, llegaron al pueblo, que tenía un mercado y una estación de ferrocarril. Allí abordaron el tren.

Monsil se acordó de su padre en aquel momento.

—Mamá, ¿qué pasará con mi papá?

—No preguntes, ahora vamos a buscar a papá.

—¿A papá?

—Ya te dije que sí.

La señora estaba enojada y contestó en voz baja, preocupada de que la escucharan las personas en el tren. No había asientos y Monsil iba de pie, sostenida de la falda de su madre.

Bajaron después de cinco o seis pueblos, en una estación que veía por primera vez. Era un lugar pequeño e insignificante comparado con la estación de su pueblo.

Monsil, su madre y una anciana desconocida fueron las únicas que bajaron ahí.

Cuando llegaron a la sala de espera, un hombre alto las aguardaba de pie. Su cara era morena y parecía muy fuerte.

La señora lo saludó bajando la cabeza. Al parecer la señora Milyang ya lo conocía. A Monsil, sin saber por qué, no le gustó ese hombre.

—Monsil.

—¿Sí?

La señora Milyang titubeó por un momento, y acariciando su mano amablemente le dijo:

—A partir de ahora, llámale papá.

— …

— Salúdalo.

— …

Monsil estaba aturdida. Quería llorar a gritos, pero no podía porque estaba en un lugar desconocido y tenía miedo del hombre y también de su madre. Sin embargo, no obedeció la petición que le hacía.

Se acordó de su padre que hacía un mes había salido de casa para ganar dinero. Su padre, de calzones remendados a la altura de la cadera, era muy amable. Aunque peleaba mucho con su madre, el verdadero padre de Monsil era un hombre sencillo y humilde.

La señora se sentía apenada porque Monsil estaba desconcertada. Salieron de la sala de espera siguiendo al desconocido.

Iban por un camino nuevo y pedregoso, y luego continuaron por otro sendero estrecho. Caminaron durante largo tiempo por un campo de arrozales y verduras con veredas sinuosas. Siguieron por un valle cercano a un arroyo y luego atravesaron una montaña muy alta. Era muy difícil para Monsil, que jadeaba. Los juguetes fueron desapareciendo, cayendo uno por uno sin que se diera cuenta.

Se sentaron los tres en la cumbre del cerro. Monsil quiso llorar en varias ocasiones. Quería saber a dónde la conducían todos esos caminos y resentía la conducta de su madre que huía con un desconocido.

Le dolían las piernas y tenía hambre. Miró hacia el pie de la montaña. Hacía tiempo que las azaleas habían dejado de florecer.

—Mamá, tengo hambre —dijo Monsil con lágrimas en los ojos.

La señora Milyang se acercó y la abrazó con pena.

—Aguantemos un poco más. Jamás volverás a tener hambre.

—¿A dónde vamos?

—A la casa de tu nuevo padre.

—¿Qué hacemos con mi padre que se fue para ganar dinero?

—Ese padre ya no regresará.

—¿Por qué?

—Se fue por allí, muy lejos.

— …

Monsil calló. ¿El padre que salió de la casa peleando hace un mes ya no era el padre de Monsil? ¿De verdad ya no regresaría? Su padre le había dicho claramente, abrazándola y acariciándole la espalda con sus manos toscas y delgadas:

—Hija, me tengo que ir a un lugar lejano, pero regresaré con mucho dinero. Entonces compraremos mucho arroz, y ropa bonita para ti, ¿sí?

—Papá, vuelve pronto y con mucho dinero. Con mucho dinero.

Esa mañana el padre comió dos platos de sopa hecha con hierbas del monte y salió de casa atando firmemente, con una cuerda de paja, sus zapatos de goma rotos. Partía repitiendo que regresaría con mucho dinero.

La madre decía que su padre ya no regresaría y que, por ese motivo, se iban a vivir con el padrastro. Monsil pensaba que lo que le decía era falso.

El padre que no comía por falta de arroz, salió de casa peleando con su madre y prometiendo regresar algún día.

En la cumbre del cerro Monsil le dijo a la señora Milyang:

—Mamá, regresemos.

—No.

—¿Qué hacemos si regresa papá?

—No regresará.

La señora Milyang se levantó tomando la mano de Monsil.

—Vámonos ya —dijo dirigiéndose al padrastro.

—Sí, vámonos.

Monsil se levantó tomada de la mano de la señora Milyang sin tener alternativa. Salieron del valle cruzando la cumbre y entraron a un campo más grande. Al atardecer llegaron a un pueblo pequeño; como el que habían dejado atrás, éste también tenía árboles de caqui3 y dátiles.

Monsil estaba muy cansada. Al llegar a la casa del padrastro, entró a una habitación y cayó rendida.

Cuando despertó, a la mañana siguiente, se sorprendió porque se encontraba en una habitación desconocida.

—¿Ya despertaste?

En vez de su madre, en la habitación estaba una anciana desconocida. Su rostro tenía una verruga arriba del ojo derecho, como las ventosas de los tentáculos del calamar, y muchas arrugas.

Monsil, mirando la habitación, empezó a sollozar.

—No llores. Pronto vendrá tu mamá.

Le pareció que la anciana tenía buen corazón. Tomando la mano de Monsil, le secó las lágrimas con la manga de su vestido. Luego dijo en voz alta:

—Hija, ¿estás afuera?

Se oyó el ruido de alguien que venía corriendo. Se abrió la puerta y entró la señora Milyang.

—¡Monsil!

—¡Mamá!

Monsil lloró de alegría en el seno de la señora Milyang.

—Ya está bien. Deja de llorar y comamos. ¿Tienes hambre? Te dormiste sin cenar.

Monsil, al tomar la mano y mirar la cara de la señora Milyang dos y tres veces, se tranquilizó al asegurarse de que en verdad se trataba de su madre.

La señora Milyang entró con la comida. Sorprendentemente era arroz blanco con un guiso de pescado. Monsil no podía comer bien. Tal vez por miedo, intranquilidad o vergüenza de estar en una casa desconocida.

Comió un poco y dejó la cuchara, la señora Milyang parpadeó. Era una señal de que podía comer mucho. Monsil meneó la cabeza. Su madre salió muy triste del cuarto con la comida. Cuando Monsil intentó salir con ella, la anciana la detuvo.

—Siéntate aquí.

Monsil se medio sentó frente a la anciana.

—¿Cuántos años tienes?

Monsil vaciló un rato y respondió:

—Siete años.

—Aunque sólo tienes siete años, eres muy alta y hablas muy bien.

— …

— Desde ahora vas a vivir conmigo. Soy tu abuela, ¿entiendes?

Monsil dijo que sí meneando la cabeza.

—Ahora vete a jugar.

Monsil salió. Era una casa con un patio muy grande, pero se veía solitaria.

—Hija, te lavaré la cara.

La señora Milyang la llevó al pozo. Tomó agua con una jícara y la puso en el onbegi.4 Monsil se lavó la cara y la señora Milyang la secó con su delantal.

Monsil miró a su alrededor y preguntó en voz baja:

—Mamá, ¿de veras no regresaremos con papá?

La señora Milyang se enojó.

—¡Te he dicho que tu papá se fue por allí, muy lejos, y no va a regresar! Él ya no es tu padre, el nuevo es tu verdadero padre, ¿entiendes?

A Monsil se le hizo un nudo en la garganta y bajó la cabeza.

Por esa razón, desde aquel momento, Monsil tendría dos padres. Tenía que abandonar a su verdadero y humilde padre y considerar al otro hombre, con más dinero, como el verdadero. Además tendría abuela y viviría en una casa grande y no en una prestada.

El apellido de su padrastro era Kim. Las personas lo llamaban “superintendente”. Su esposa había muerto y él vivía solo. Por eso se casó con la madre de Monsil.

Este pueblo montañoso se llamaba Detgol. En el valle, junto a las montañas, había muchos árboles de boriduk,5 que eran muy hermosos en las noches de luna.

—¿Cómo te llamas? —preguntaron a Monsil las señoras de Detgol.

—Me llamo Monsil Chung.

—¿Monsil Chung? —las señoras movieron sus cabezas con una sonrisa burlona.

Ese día, llamándola aparte, la señora Milyang le advirtió más tarde a Monsil:

—Cuando alguien te pregunte tu nombre, a partir de ahora tienes que responder que eres Monsil Kim.

—¿Por qué, mamá?

—Te he dicho que tu padre Chung ya no es tu padre.

—¿Ahora mi apellido es Kim?

—Sí, Kim.

Monsil dejó de usar el apellido Chung y empezó a utilizar el apellido Kim.

—Monsil Kim.

Era muy raro y nada familiar.

Con el tiempo, Monsil se acostumbró al pueblo de Detgol y fue olvidando la casa que había dejado. Olvidó al señor Chung, aunque insistía en que él era su verdadero padre; desapareció de su memoria la palabra pobreza, los aciagos momentos en que no había comida y sólo tomaba una sopa de hierbas.

Después de un año, Monsil era feliz.

Se había convertido en la hija del superintendente Kim de Detgol. La abuela, la casa grande de piso de madera, los árboles de caqui y dátil también eran de Monsil.

Cuando llegó el mes de mayo, después de un año, la señora Milyang tuvo un bebé muy bonito. Era un niño.

Cuando Monsil vio al bebé, vinieron a su mente recuerdos del pasado y evocó la memoria de su otro hermano, su verdadero hermano, hijo también del padre Chung, y que sufrió mucho y murió siendo niño.

El recién nacido hizo recordar a Monsil vagamente a su hermano y su muerte y, sin saber porqué, se sintió muy sola. Sintió lo mismo que cuando llegó a la casa del superintendente Kim hace un año.

11 Hierba primaveral de flores blancas. Los coreanos usan su raíz y hojas para hacer sopa; su nombre científico es Capsella brusapastoris.

22 Un li equivale a 400 metros.

33 Caqui o pérsimo.

44 Vasija hecha de barro cocido sin esmalte.

55 Árbol típico de Corea.

Monsil

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