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2. Coja

Al bebé lo llamaron Young-deuk, porque así lo quiso el superintendente Kim. En casa todos lo mimaban. La abuela regañaba especialmente a la señora Milyang cuando el bebé lloraba, aunque fuera por poco tiempo.

Por mimar a Young-deuk, Monsil fue olvidada en un rincón. No sólo estaba olvidada en el rincón, sino que era la hija latosa de la casa del superintendente Kim.

La habladora abuela ordenaba muchas tareas a Monsil:

—Lava los pañales del bebé.

—Lava los platos.

—Trapea el piso.

—Barre la habitación.

Monsil no podía decir que no, ya tenía ocho años. Tenía que realizar todos los quehaceres, aunque estuviera comiendo.

—Monsil, tráeme agua —ordenó la abuela. Monsil dejó rápidamente la cuchara con la que estaba comiendo e intentó levantarse.

—Sigue comiendo, yo voy —la hizo sentar la señora Milyang que intentó levantarse.

—Tú tienes que cuidar a Young-deuk. Ve tú, Monsil —dijo una vez más la abuela.

La señora Milyang, que estaba por levantarse, se sentó, y Monsil obedeció. Regresó con el agua en un tazón y se sentó nuevamente para terminar de comer.

—¿Por qué tardas tanto tiempo? Termina rápido de comer y levanta la mesa.

Monsil usaba la cuchara rápidamente para terminar pronto. Al tocar el fondo del tazón hacía un poco de ruido con la cuchara.

—¿Por qué comes tan ruidosamente? Niña inquieta.

Monsil movió la cuchara con cuidado.

Monsil levantó la mesa mirando de reojo a la abuela. Ella la apremiaba todo el día.

La voz del padrastro, el superintendente Kim, se volvió tosca. Poco a poco empezó a sentir miedo y cansancio. Cuando jugaba un poco, el superintendente la regañaba.

—¿Comes, juegas y no haces nada más?

A Monsil le daba miedo comer al lado de la abuela y del señor Kim. Comía en un rincón de la cocina, como si estuviera robando la comida.

El señor Kim y la señora Milyang se pelearon. Era el día de plaza en el pueblo que tenía mercado y que estaba del otro lado de la cumbre. El señor Kim regresó del mercado un poco tarde y borracho.

Esa noche Monsil dormía en la habitación de la abuela, cuando un grito la despertó. El señor Kim y la señoa Milyang peleaban en la otra habitación.

—¡En ese momento me dijiste que cuidarías a Monsil como si fuera tu hija! —decía la señora Milyang al señor Kim.

Monsil, asustada, aguzó extremadamente el oído.

—¿Piensas que la trato mal? ¿Por qué estás descontenta?, le doy comida, ropa y le ofrezco dónde dormir —respondió el señor Kim gritando, como si no supiera de qué le hablaba.

—Eres muy malo. Ella apenas tiene ocho años y le ordenas que haga esto y lo otro sin descansar en todo el día.

—No lo hago porque la odie. Todos estamos ocupados.

—Aunque estemos ocupados, es demasiado.

—Bien. Si no te gusta, váyanse de esta casa.

La señora Milyang no aguantó más y comenzó a llorar. Se escuchaban los golpes que le propinaba el señor Kim.

Monsil, sollozando, se cubrió con las cobijas. Quería llorar en voz alta, pero sólo sollozaba por el temor que le despertaba la abuela.

Así empezaron los pleitos que, poco a poco, se hicieron más frecuentes.

Al terminar la cosecha de otoño de aquel año, el invierno llegó con un fuerte viento.

Cuando Monsil regresó con el onbegi en la cabeza, después de lavar los pañales de Young-deuk en el arroyo, se encontró muy asustada y pálida a la señora Milyang. Cuando vio a Monsil, la tomó de la mano y la llevó al patio trasero de la casa de Chung-sik, que estaba en la esquina. La señora Milyang la jalaba de la mano y, sin saber por qué, Monsil dejó en el suelo el onbegi y se escondieron.

—¿Mamá, por qué tenemos que escondernos aquí?

—Por nada. No te muevas.

Monsil aguantaba la respiración y temblaba de frío, sujetándose de la falda de la señora Milyang. Pasó una, dos horas. Tenía frío en los pies y daba pequeños brincos. La señora Milyang abrazaba a Monsil y le daba palmaditas en los hombros.

—¿Todavía no podemos salir?

—No, aguanta un poco más.

En aquel momento se oyó la voz de un hombre enojado que caminaba por la callejuela con pasos toscos.

—Hoy me marcho de aquí, pero después regresaré para castigar a los amantes. Les voy a hacer juri.1

A Monsil le pareció que la sangre se le subía a la cabeza. Era la voz familiar de un hombre que había escuchado antes. ¡Ah! Era la misma voz del que peleaba con su madre. Era la voz de su padre, el señor Chung, que había escuchado miles de veces.

Monsil miró a la señora Milyang. Su inteligencia natural le permitió reconocer la voz de su padre, a pesar de no haberlo visto durante año y medio.

—Mamá —intentó decir Monsil, pero ella le tapó la boca con la mano.

—No te muevas. Silencio, silencio.

Por fin desapareció la voz del señor Chung y dejaron de sentirse sus pasos. Monsil no quería dejar de escuchar la voz, aunque tenía miedo. Soltó la mano de su madre y dijo: “Papá, papá…”

La madre de Monsil, con todo su cuerpo, quiso callarla.

—Monsil, no hagas esto. No… —pedía en voz muy baja, como una plegaria.

Monsil aguantaba dolorosamente.

Después de unas horas, la señora Milyang permitió salir a Monsil del patio trasero de Chung-sik con el onbegi de ropa. Salió hasta el camino grande y miró hacia lo lejos el camino de la cumbre. No había nadie. Sólo hacía un viento fuerte y no se veía ni la sombra de su padre Chung.

—¿Monsil, qué miras? Regresemos a casa deprisa.

Monsil la siguió sin fuerzas. Al llegar a casa, su padrastro Kim, que cargaba a Young-deuk en la espalda, estaba enojado. La señora Milyang todavía con la cara muy pálida se le acercó para recibir en los brazos a Young-deuk.

—Young-deuk, ven, te daré el pecho.

Inesperadamente, el señor Kim no le entregó a Young-deuk, la evitó como si escondiera al niño y la enfrentó.

—Ya no te necesitamos. Vete con tu esposo y con Monsil.

La señora Milyang se sorprendió.

—Mi vida, ¿por qué dices eso? Young-deuk tiene hambre, dámelo para amamantarlo.

—No te preocupes por Young-deuk y vete de esta casa.

Pelearon durante mucho tiempo. La señora Milyang pedía que le dieran a su bebé y el señor Kim insistía en que no. Finalmente, Young-deuk, que seguía en la espalda del señor Kim, empezó a llorar.

El señor Kim dio un puñetazo a la señora Milyang y ella se cubrió la cara con las manos. Monsil, que estaba a su lado, lloraba agarrada a la falda de su madre.

—Mamá, regresemos con papá.

Las palabras de Monsil aumentaron el enojo del señor Kim y las empujó contra la puerta. Por el fuerte empujón, cayeron golpeándose con la puerta de dos hojas, que se abrió estrepitosamente, y se pegaron contra el bongdang,2 para luego rodar por el patio.

Monsil cayó con las piernas levantadas, y aún se encontraba en esta posición cuando el cuerpo de la señora Milyang le cayó encima.

—¡Ayyyyy!

Monsil pegó un grito agudo y lastimero.

La señora Milyang se levantó rápidamente y ayudó a Monsil, que no podía levantarse. La rodilla de la pierna izquierda estaba volteada y rota.

Monsil gritó una vez más y quedó en silencio. La verdad es que se había desmayado.

La señora Milyang la abrazó y la arrastró hasta la cocina. Le dio agua, la sacudió, y tocaba su pierna cuidadosamente. Esperaba que Monsil despertara, pues la abuela que estaba en el cuarto de al lado y el señor Kim en el cuarto principal, no les hacían caso y habían cerrado las puertas.

Oscurecía. La señora Milyang no podía preparar la cena, ni la comida de la vaca en el establo. En la oscuridad de la cocina temblaba abrazando a Monsil sin importarle el frío.

—Monsil, Monsil…

La señora Milyang le acariciaba las mejillas y le tocaba el pecho, esperando impacientemente que Monsil despertara.

El cuarto estaba silencioso. No se escuchaba el lloriqueo de Young-deuk, que tal vez se había quedado dormido en la espalda del señor Kim.

La noche avanzaba.

De repente, de la boca de Monsil salió un débil gemido. El gemido creció y por fin Monsil abrió los ojos.

—Mamá —dijo, pero luego gritó—: ¡Ayyy, ayyy!

—Monsil, ¿qué pasó? ¿Dónde te duele? —preguntó la señora Milyang dándole palmaditas en el cuerpo.

—La pierna… la pierna…

La señora Milyang tocaba la pierna izquierda de Monsil, percatándose de que estaba hinchada, aunque no veía nada.

—Monsil, aguanta. Si haces ruido, tu papá te va a regañar.

Monsil aguantaba el dolor con mucho esfuerzo, tragándose sus lágrimas. El dolor era insoportable y sollozaba quedamente, arrimándose al pecho de su madre.

Así pasaron la noche en blanco Monsil y su mamá, sentadas en el suelo de la cocina.

Cuando amaneció, la señora Milyang abrió vacilante la puerta del cuarto principal con Monsil en brazos. El señor Kim dormía y a su lado estaba Young-deuk. La señora Milyang, sin hacer ruido, la acostó a un lado.

Con el ruido, el señor Kim despertó. Levantó un poco la cara para ver qué sucedía, pero no dijo nada. Se levantó lentamente y salió abriendo la puerta. Poco después se oyó que encendía el fuego en el bracero. Pareció que preparaba la comida para la vaca.

La señora Milyang por fin se tranquilizó. Sabía que el enojo del señor Kim más o menos había pasado. Dejó a Monsil acostada en el piso y abrazó suavemente a Young-deuk, que dormía tranquilamente. Young-deuk agitó los brazos e hizo una mueca. Ella le dio el pecho lleno de leche; el bebé empezó a mamar.

La señora Milyang preparó el desayuno, preparó la mesita como antes y desayunó con la abuela. Ésta comía como si nada hubiera ocurrido. El señor Kim no dijo nada en especial. Parecía que no les importaba la pierna herida de Monsil. De verdad, era como si nada hubiera ocurrido.

Mientras desayunaban, Monsil se tragaba sus lágrimas en la esquina del cuarto. La abuela no se preocupaba por ella y tampoco el señor Kim la miraba, y esto la hizo sentirse aún más triste. Monsil se moría de dolor. Quería llorar a gritos, pero no podía. Esperaba que alguien la consolara, pero nadie lo hacía. La señora Milyang tenía miedo y miraba de reojo al señor Kim y a la abuela.

Monsil pensaba que era mejor morir.

Cuando quitó la mesita del desayuno, la señora Milyang le trajo arroz con caldo.

—Monsil, toma aunque sea un poco.

—No quiero.

Monsil no quería comer nada.

La señora Milyang preparó un medicamento que le recomendaron los vecinos. Se hacía con harina y zumo de chija.3 Lo aplicó en la rodilla de Monsil y la enrolló con una tela.

Monsil tuvo que estar en cama durante un mes. Después de ese tiempo pudo levantarse maravillosamente bien, pero la pierna de Monsil no estaba como antes, estaba tiesa y deforme.

Monsil estaba coja. La pierna izquierda era una media cuarta más corta que la derecha.

Estaba feliz por el solo hecho de poder caminar, a pesar de cojear y pasar los días muy ocupada lavando platos, ropa y haciendo mandados.

11 Castigo que consiste en poner dos palos entre las piernas y luego jalarlos hacia los lados.

22 Peldaño a la entrada de la casa.

33 Árbol que crece en la parte sur de Corea, cuyo fruto amarillo se utiliza como medicina y material de tintura.

Monsil

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