Читать книгу Historia de la estrategia militar - Jeremy Black - Страница 5
ОглавлениеPREFACIO
LA ESTRATEGIA, ESA VISIÓN GLOBAL de lo que una organización o un individuo quieren conseguir, junto a una serie de objetivos diseñados con el fin de hacerlo posible, no está en los detalles de los planes y metas que se alcanzan por medios militares. Por el contrario, la estrategia es la vía por la que las naciones, los Estados, los gobernantes, las élites y otros tratan de dar forma a su situación, generando sistemas internacionales y domésticos y persiguiendo resultados que proporcionen seguridad, al tiempo que salvaguardan y hacen progresar ciertos intereses. El elemento clave y el contexto crucial es la lucha por el poder a todos los niveles. Así ocurre con la estrategia en cuanto a objetivos y medios, y lo mismo cabe decir de la estrategia en los objetivos y en los medios. Hablamos de fenómenos que, en la práctica, a pesar de los esfuerzos que hacemos para diseccionarlos con fines analíticos, raramente se dan separados. Además, el poder asume formas diversas, tiene variados usos, y no es posible entenderlo de un modo uniforme. Esto es cierto tanto en lo que atañe al carácter y el uso del poder militar como en otros tipos de poder.
Al abordar la estrategia y la cultura estratégica, es necesario, cuando se trata exclusivamente de la estrategia militar, considerar cómo los Estados, o más bien sus élites y sus líderes, en su intento de mantener e incrementar el poder, siguen sus agendas internas y externas, cosa que hacen porque creen que así podrán ser más capaces de lograr sus objetivos y conducir la guerra según sus intereses. La relación entre ambas agendas, la interna y la externa, es importante y tiene efectos recíprocos. No es fácil separarlas.
Siempre han estado (y están) estrechamente vinculadas a esto las sempiternas cuestiones de quién dirige la estrategia (sea como sea que esta se defina) y con qué fines. Esta última cuestión afecta a la evaluación tanto de la competencia como del éxito. De hecho, cualquier estrategia es contingente en contextos complejos, tanto internacionales como domésticos, en el corto y el largo plazo, y carece de una dimensión óptima. Además, la gente que dirige la estrategia no es siempre la misma que la evalúa. Uno de los mayores problemas en la ejecución de la estrategia concierne a quienes toman las decisiones a ese nivel, que han de convencer a quienes marcan los criterios de su éxito de que están haciendo lo correcto.
Cualquier acercamiento a los individuos y grupos gobernantes sirve para explicar por qué esta última matriz frecuentemente adoptada por la estrategia militar, la de los Estados Mayores que se desarrolló a finales del siglo XIX, una matriz que contribuyó a que definiéramos qué es la estrategia, no es, sin embargo, aplicable de un modo sencillo a la mayoría de la historia; y no es que se pueda aplicar tampoco fácilmente a nuestro presente. Atendiendo no a los Estados Mayores sino, en cambio, al contexto de las cortes reales durante los primeros y extensos periodos de la historia humana, podremos también reconsiderar la estrategia durante el último cuarto del anterior milenio, el periodo en el que la palabra ha empezado a emplearse y el concepto se ha desarrollado. En particular, los líderes del último cuarto del anterior milenio, como los de hoy en día, se han conducido a menudo de un modo que no resultaría extraño o fuera de contexto para sus predecesores que gobernaron en dichas cortes.
Esto es: hay elementos en la toma de decisiones de Napoleón, Hitler, Putin y Trump que no hubieran estado totalmente fuera de lugar para Luis XIV (que reinó entre 1643 y 1715). En muchos casos, independientemente de si la referencia a otros tiempos era más cercana o lejana, este paralelismo se buscó, como en el caso de Benito Mussolini, el dictador fascista italiano entre 1922 y 1943, y su repetido intento de establecer resonancias usando referencias explícitas al primero de los emperadores romanos, César Augusto, que había gobernado diecinueve siglos antes. Esta continuidad viene mucho más al caso si nos centramos en la cultura estratégica o en el proceso estratégico, antes que en el contenido estratégico (especialmente en el caso de los medios militares específicos) o el contexto internacional más amplio.
En particular, está la cuestión de hasta qué punto la «gloria», la búsqueda de prestigio y el uso de la reputación resultante para alcanzar objetivos internacionales y domésticos es, no ya importante para todos, sino especialmente atractiva y relevante en los sistemas monárquicos y pseudomonárquicos, hasta el extremo de constituirse en muchos aspectos en su principal propósito estratégico. Esta aproximación a la estrategia funciona comprensiblemente de un modo diacrónico, es decir, a lo largo del tiempo, por más que pueda resultar sorprendente respecto a esta materia, la historia militar, que tanto incide en el cambio tecnológico y por lo tanto en el contexto inmediato y sincrónico. Resaltar el valor del prestigio y la reputación parece entregarse al funcionalismo cultural, porque lo que se valora está ligado a lo psicológico, a la imagen y la competencia. Lo más común, no obstante, era que la competición fuese necesaria a expensas de otros poderes, y que fuera algo enormemente deseado y afirmado en sus propios términos. Una situación que ha continuado hasta la era presente.
El carácter retórico que forma parte de la naturaleza esencialmente política de la estrategia también merece nuestra atención. Tal carácter tiene entidad propia en el esquema fundamentalmente fluido de la estrategia, como lo tienen, de un lado, las alianzas implicadas, y de otro, la índole inamovible de los planes concretos. Quienes se concentran en estos últimos, y en su génesis, tienden a minimizar la importancia de las anteriores. A la inversa, los planes pueden llegar a cambiar muy rápidamente. Sin embargo, ninguno de estos rasgos apela necesariamente a quienes intentan dar forma a una ciencia de la estrategia y a una serie de lecciones que al parecer pueden aprenderse de inmediato, una ciencia que supuestamente puede enseñarse con provecho.
El de «estrategia» es un término que ha sido sometido a un amplio debate en tiempos recientes. En Occidente —y esto es algo que ha llevado de algún modo a retomar el asunto— parece haberse instalado la impresión de que la estrategia es un arte de algún modo perdido; se repiten los argumentos en este sentido. Al fondo hay una crisis de confianza, sobre todo en Gran Bretaña, aunque también en los Estados Unidos, que es el resultado de una serie de derrotas, o al menos de dificultades, sufridas por las fuerzas occidentales en Irán y Afganistán en las décadas del 2000 y 2010, con sus concomitantes problemas para los objetivos occidentales. La retórica y asociada desazón sobre la estrategia ausente o fallida, y sobre la confusión entre política y estrategia, subió más si cabe de tono a partir de 2016. Fue una respuesta específica a la confusión generalizada en las políticas occidentales respecto a Siria y a Oriente Medio en su conjunto. El Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de los Comunes se refirió en 2016 al «fracaso a la hora de desarrollar una estrategia coherente para Libia»[1]. En parte, se ha perdido capacidad para determinar y mantener objetivos plausibles, lo que ha llevado a la incapacidad para formular estrategias efectivas, por no hablar de los problemas de cada una de esas estrategias.
La retórica y la desazón acerca de la estrategia también reflejaban una preocupación más general en Occidente en estos años en cuanto a la falta de un rumbo. Una deriva relativa a la concepción e implementación de lo que a veces se describió como política y a veces como estrategia, y que se refería indistintamente a los objetivos y a su implementación. La confusa y con mucho infructuosa respuesta a la afirmación y el expansionismo de chinos y rusos fue un aspecto de esta desazón. La ansiedad ante las actitudes y políticas del presidente Donald Trump, sobre todo su hostilidad ante el multilateralismo y ante muchas de las instituciones implicadas, incluida la OTAN y la OMC, ha sido uno de los asuntos principales del periodo 2017-2019. Con anterioridad ya se habían despertado otras ansiedades, distintas pero igualmente intensas, respecto a la capacitación estratégica de los presidentes Clinton (1993-2001), George W. Bush (2001-2009) y Barack Obama (2009-2017), ansiedades que han tendido a olvidarse al pasar el foco de atención a Donald Trump.
Con estas inquietudes sobre la mesa, y dadas las respuestas ofrecidas, el término «estratégico» se ha empleado muchas veces en esas décadas del 2000 y del 2010, y no siempre de un modo esclarecedor. Esto es en sí instructivo respecto al vocabulario de la estrategia y su papel en la política, sobre todo en la política de la toma de decisiones y en la política pública de la confrontación. En ambos casos, se ha usado el término «estrategia» con fines retóricos y políticos, y, aunque por lo general de modos diversos, tales fines también han afectado al empleo del término en el ejército y entre los comentaristas académicos.
También ha afectado al vocabulario de la estrategia que los comentaristas se hayan concentrado en las diferencias y tensiones surgidas de comparar los objetivos de las potencias, sobre todo los de China y Rusia a un lado de la balanza y Occidente al otro. Estos contrastes han subrayado hasta qué punto las alianzas existentes y por venir implican compromisos y posibilidades en términos de objetivos y medios y de las consiguientes presiones y problemas propios de la cooperación. Pero hablar de la estrategia como una actividad militar que no toma en cuenta adecuadamente el contexto internacional, como si fuera una variable independiente y sus consecuencias solo aplicables a ella misma, es un error flagrante.
No hay razón alguna para no decir lo mismo respecto al pasado. De hecho, el uso del presente para abordar cuestiones y pensamientos sobre el pasado es un aspecto integral de aproximarse a la dimensión histórica de la estrategia. Se emplean términos modernos como estrategia y geopolítica para comprender desde el siglo XXI lo que ocurrió en el pasado. Siempre y cuando se eviten las perspectivas ahistóricas es una práctica provechosa y, en la práctica, necesaria.
Al contrario, la historia militar puede emplearse para verificar y definir lecciones del pasado para el presente, y puede justificarse en estos términos en el seno del ejército[2]. No obstante, el proceso de aprender estas lecciones, en especial la comprensión de la historia y tratar de extraer enseñanzas, suele emprenderse en términos actuales, lo cual puede resultar equívoco. Este rasgo centrado en el presente se refleja en diferentes ediciones de algunos estudios[3].
Este libro arranca con una introducción, pasa después por una serie de estudios de caso sobre algunos Estados, periodos y conflictos y termina aportando ciertas conclusiones. Los casos estudiados están contextualizados en términos de cambios a lo largo de seis siglos. Buena parte del libro está dedicado a esos estudios de caso. Unido a esto, se discutirá sobre la práctica y la cultura estratégica, y, específicamente, sobre hasta qué punto es apropiado usar el término «estrategia». Los casos estudiados han sido escogidos para ilustrar el alcance de la estrategia, y también para atraer la atención sobre aspectos clave, ante todo la naturaleza cambiante y la importancia de la cultura estratégica.
Trata sobre la realidad de la estrategia y, en particular, sobre la toma de decisiones estratégicas: su práctica en el pasado, en el presente y, con toda probabilidad, en el futuro. La mayor parte de los escritos actuales sobre estrategia, por el contrario, se ocupan del pensamiento estratégico de algunos autores destacados, como Sun Tzu, Clausewitz y Mahan. Aunque se traten por encima estos pensadores, mi propuesta es que nos concentremos en la práctica estratégica de las figuras militares más prominentes de los últimos cuatro siglos, y en particular de los últimos dos, haciendo hincapié en los que ejercieron el poder, tomando decisiones y ejecutándolas, como fue el caso de Napoleón y Hitler.
Es crucial entender que la estrategia no es un documento, sino una práctica. Puede entenderse en términos de lo que ha de conseguirse (los «fines»), cómo se conseguirán estos (los «modos») y qué recursos se emplearán para ello (los «medios»), aspectos todos que se influyen entre sí, tanto respecto a su contenido como al modo en que se entienden. Al mismo tiempo, «estrategia» se ha convertido en un sinónimo de «algo muy importante» o «una aspiración». Las definiciones de corte militar, como el recurso a las batallas para conseguir los fines de la guerra, o el arte de distribuir y aplicar medios militares para alcanzar los fines de la política, no recogen los usos no militares de la estrategia, ni la confusión entre política y estrategia que suele darse en la práctica, tanto en el ámbito militar como en otros.
Muchos de los escritos actuales, tanto los históricos como los referidos al presente, se refieren a Occidente, y es por ello que los comentaristas y el público de Occidente no logran a menudo apreciar las premisas y valores estratégicos, y así pues las estrategias de sus oponentes no occidentales. Esta asimetría tiene significativas consecuencias en cuanto a que nos incapacita para entender las ecuaciones culturalmente cambiantes del éxito militar, como en el caso de la respuesta a las bajas. Estas consecuencias se hicieron visibles recientemente durante los conflictos de Irak y Afganistán. Como contraste a la postura occidental, también es necesario entender el enfoque asiático, y considerar a China, la India y Japón no como espectadores pasivos o meras víctimas, sino como agentes de primera línea que se oponen a otros actores estratégicos, o como aspectos de su poder. Así, por ejemplo, la India fue un elemento esencial en la estrategia asiática de Gran Bretaña desde 1762 (exitosa expedición desde Madrás/Chennai a Manila bajo gobierno español) hasta 1947 (independencia). Adicionalmente, Japón desempeñó un papel decisivo en la estrategia asiática norteamericana. Y no solo cuando fue su enemigo en 1941-1945, sino en otros tiempos, incluido, como agente pasivo y sin embargo como base crucial, durante las guerras de Corea y Vietnam, y también durante el actual auge de China como competidor y las resultantes tensiones territoriales y en cuanto a los recursos en los mares al este y el sur de China.
No solo hay diferencias, también hay importantes coincidencias entre las estrategias occidentales y no occidentales. Para Oriente y Occidente «divide y vencerás» fue la estrategia imperial clave, sobre todo en los territorios recién conquistados, como fue el caso en Egipto tras la conquista turca de los mamelucos en 1517. En 1522, el gobernador derrotó a la insurgencia mameluca tras comprar a los aliados de los mamelucos, los jeques árabes.
Las áreas importantes que han de considerarse, por lo tanto, son la guerra, el sistema internacional, la política doméstica y las dinámicas que las interrelacionan. La clase de victoria que se persigue es fundamental para la estrategia que se busca. No hay que ver la estrategia exclusivamente como el proceso de formular objetivos militares y los medios para obtenerlos en cualquier contexto. Una visión «total» de la estrategia que cubra las fortalezas, intereses y asuntos domésticos e internacionales y que recoja la mayor parte de lo que se incluye en el uso popular del término[4], ha de tener en cuenta la preparación para la guerra y su ejecución, aspectos que formarán parte de nuestra discusión sobre la estrategia. Las políticas internacionales y domésticas son una parte integral de la estrategia pragmática: atender a las reivindicaciones domésticas, por ejemplo, hace que sea más fácil asegurarse los apoyos para una guerra en el extranjero. Así pues, la estrategia es un aspecto importante de la historia en su conjunto, tanto como componente como en tanto consecuencia.
Tanto en términos internacionales como domésticos, las estrategias emergen en respuesta a los intereses, y para fomentar coaliciones en torno a estos; aunque la dimensión doméstica de tales coaliciones tienda a ser soslayada o, más bien, infravalorada en la mayoría de lo que se escribe sobre estrategia militar. Los términos en virtud de los cuales estas coaliciones se forman y se reforman son relevantes para el proceso mediante el que las estrategias son presentadas, debatidas y reformuladas. De hecho, la habilidad para mantener tales coaliciones es un elemento clave de la actividad estratégica, y un vínculo central entre las políticas domésticas e internacionales y la ejecución de la guerra según se expone en este libro. Una postura bien fundada sostiene que «la práctica estratégica […] es siempre la expresión de una cultura en su conjunto». Edward Luttwark concluía sobre los bizantinos que «su estrategia militar estaba subordinada a la diplomacia», y que esta última se concentraba en enfrentar a los enemigos entre sí[5], una práctica que desborda ese ámbito y que fue tanto la causa como la consecuencia de la prioridad central de la estrategia. En términos más generales, los planes y los preparativos militares han sido y son frecuentemente una especie de póliza de seguros que cubre los fracasos de la diplomacia, y solo son realmente significativos en ese contexto[6]. Al mismo tiempo, tales planes y preparativos, en uno o ambos bandos, pueden contribuir a que fracase la diplomacia.
El contexto y el proceso de formación de las coaliciones, tanto domésticas como internacionales, y la consiguiente fijación de objetivos, no son estáticas. Así, por ejemplo, la guerra ha supuesto un desafío especial para la cohesión de los imperios multiétnicos, sobre todo en contextos de auge del nacionalismo y el protonacionalismo[7]. El carácter dinámico de la evolución estratégica se manifiesta en los cambios en las relaciones entre las partes constituyentes de las ecuaciones estratégicas de propósito, fuerza, implementación y efectividad. Estos desafíos iluminan nuestro hoy y aportan sugerencias para el futuro. Las sugerencias para el futuro no son más que eso, aunque algunas facetas son altamente probables, señaladamente la que dice que la estrategia continuará siendo al menos en parte un elemento en la política retórica del poder.
La aproximación analítica que hemos esbozado se hará visible cuando abordemos el desarrollo de la estrategia de los últimos seis siglos. Sostengo que la idea y la práctica de la estrategia han terminado devorando el vocabulario, que por lo tanto se corresponde esencialmente con lo ocurrido en los siglos XIX y XX. De hecho, la terminología moderna no es imprescindible. Fue posible, por ejemplo, tener un programa de «aldea estratégica» para el control civil mucho antes de que se usase formalmente el término durante la guerra de Vietnam[8].
Más allá del vocabulario, la idea y la práctica de la estrategia han contribuido a que naciese lo que posteriormente se describió como una «cultura estratégica», un concepto central en este libro, aunque no se haya fijado en formas institucionales. La idea de la cultura estratégica, un término empleado para debatir el contexto en que las tareas militares son «conformadas», se basa en la idea de que las creencias, actitudes y patrones generales de conducta fueron una parte integral de la política del poder, en vez de ser dependientes de las circunstancias políticas de una coyuntura en concreto. Al mismo tiempo, el uso de este y otros conceptos ha de situarse en contextos históricos específicos, y hacerlo subraya el importante papel que desempeñan la política y la contingencia[9]. De hecho, la cultura estratégica es un aspecto, tanto causa como una consecuencia, de las que se han denominado «grandes rivalidades estratégicas»[10].
Este libro pretende desarrollar estas ideas mediante una consideración dinámica de los conflictos clave del pasado, los principales temas del presente y el desarrollo estratégico de diversos poderes pujantes. Admitiendo que hay significativas variaciones en todo el mundo, los conflictos y los Estados de los que se hablará pueden presentarse como típicos de un particular periodo de conflicto y relaciones internacionales (ambas se tratan como realidades relacionadas, aunque diferentes); y también pueden entenderse en términos de realidades domésticas, ante todo la particular identidad y los intereses específicos de las dinastías, los países y los Estados.
En este sentido, este escrito contribuirá a la comprensión de las relaciones internacionales y la medida en que ninguna de estas relaciones, tampoco la persecución de unos fines militares, fueron independientes de las políticas domésticas. Además, las actitudes dirigidas al conflicto o los medios del conflicto, como el reclutamiento y la movilización popular, no pueden separarse del debate sobre la esfera doméstica.
Me he beneficiado enormemente de la oportunidad de hablar sobre este asunto durante años, en los últimos tiempos en el National World War Two Museum de Nueva Orleans, la École Militaire en París, el National Defence College de Copenhague, la National Defense University en Washington, un encuentro RUSI en el Diet building en Tokio, un encuentro-cena conjunto en los Comités Selectos de Defensa de la Cámara de los Comunes y la Cámara de los Lores, el Prince’s Teaching Institute en Londres, el Naval War College en Newport, Rhode Island, el College for Defence Studies en Londres, el Malvern Military History Festival, Marlborough College, Radley College, Oundle School, Stowe School y Torquay Museum; y para el Foreign Policy Research Institute en Nueva York y Filadelfia, el World Affairs Council en Wilmington, el New York Military Affairs Symposium y el D-Group. Puede encontrarse un tratamiento más extenso del «largo siglo dieciocho» y parte de la historiografía en mi libro Plotting Power: Strategy in the Eighteenth Century (2017).
Para aspectos concretos de este libro me he beneficiado de los consejos de Rodney Atwood, Pete Brown, John Buchanan, Jonathan Fennell, Chris Gill, John Gill, John Haldon, J. E. Lendon, Graham Loud y John Peaty. Me gustaría agradecer a Stan Carpenter, David Graf, Eric Grove, Richard Harding, Gaynor Johnson, Peter Luff, Kevin McCranie, Thomas Otte, Kaushik Roy, Alaric Searle, Doug Stokes, Ulf Sundberg, Ken Swope y dos lectores anónimos sus comentarios sobre el primer borrador. No son responsables de ningún error que permanezca en el texto. Heather McCallum ha demostrado ser un editor de gran apoyo, y también me gustaría agradecerle su labor a su predecesor, Robert Baldock. Soy consciente del largo tiempo que ha necesitado este libro y de su paciencia en el proceso. También quiero agradecer la ayuda prestada por Yale University Press, es decir, Rachael Lonsdale, Marika Lysandrou y Jonathan Wadman. Es un gran placer dedicar este libro a Steve Bodger, cuya amistad, que dio comienzo en el campo de batalla de Waterloo, disfruto enormemente.
[1] House of Commons, Public Administration Select Committee: Evidence, 9 Sep. 2010, Ev 6, Q12; The Times, 5 de enero de 2019.
[2] W. MURRAY y R. H. SINNREICH (eds.), The Past as Prologue: The Importance of History to the Military Profession. Cambridge, 2006.
[3] Para concretar el papel que desempeña en la Guerra Fría, véase A. LAMBERT, The Crimean War: British Grand Strategy against Russia, 1853–56. 2.ª ed., Farnham, 2011, “Introduction”. La primera edición apareció en 1990.
[4] Por ejemplo, por Liam Fox, Secretario Británico de Estado para el Comercio Internacional, BBC Radio 4, entrevista, 23 de octubre de 2018.
[5] E. N. LUTTWAK, “The Byzantine Empire: From Attila to the 4th Crusade”. En J. A. OLSEN y C. S. GRAY (eds.), The Practice of Strategy: From Alexander the Great to the Present. Oxford, 2011, p. 79.
[6] T. G. OTTE, “The Method in Which We Were Schooled by Experience: British Strategy and a Continental Commitment before 1914”. En K. NEILSON y G. KENNEDY (eds.), The British Way in Warfare: Power and the International System, 1856–1956. Farnham, 2010, p. 303.
[7] N. WOUTERS y L. VAN YPERSELE (eds.), Nations, Identities and the First World War: Shifting Loyalties to the Fatherland. Londres, 2018.
[8] F. SCHUMACHER, “The Philippine–American War and the Birth of US Colonialism in Asia”. En A. S. THOMPSON y C. G. FRENTZOS (eds.), The Routledge Handbook of American Military and Diplomatic History, 1865 to the Present. Nueva York, 2013, p. 48; J. M. CARTER, “‘Shaky as All Hell’: The US and Nation Building in Southern Vietnam”, ibid., p. 258.
[9] P. C. PERDUE, “Culture, History, and Imperial Chinese Strategy: Legacies of the Qing Conquests”. En H. VAN DE VEN (ed.), Warfare in Chinese History. Leiden, 2000, pp. 252–87.
[10] J. LACEY (ed.), Great Strategic Rivalries: From the Classical World to the Cold War. Nueva York, 2016.