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Viernes, 12 de enero de 2001

SUR DE FRANCIA

Iñaki reemprendió su viaje muy temprano. Cuando salió del hotel en Limoges, disfrutó del aire frío en la cara y del leve crujido de la grava del aparcamiento al caminar sobre ella; le traía recuerdos de su infancia, cuando se sentía seguro y parecía que ningún peligro podía hacerle nada ante la protección de su madre. El día estaba gris y había algunas gotitas en el aire, llevadas por el viento. Esas condiciones contribuirían a mantener fríos los neumáticos del coche, pensó.

Como venía haciendo todos los días desde que salió de Péronne, se detuvo en una gasolinera para repostar y salir con el depósito lleno, tomar un café y consultar el mapa de carreteras. Le esperaba una jornada pesada y larga, de casi cuatrocientos kilómetros en condiciones meteorológicas complicadas, y con la carga de los neumáticos, porque ese día debería dormir ya cerca de la frontera española para pasarla al día siguiente. Mentalmente sopesó todos los factores y decidió que continuaría todo el viaje por la autopista A 20, hasta Toulouse, y luego por la A 64 hasta Tarbes, mientras que las señalaba con el dedo sobre el mapa. Desechó las otras posibles opciones, como coger alguna de las carreteras nacionales que sin duda le permitirían ahorrar algunos kilómetros, pero en las que la conducción sería mucho más pesada.

Comprobó la presión de los neumáticos, ajustándola a tres kilos, muy por encima de la presión de dos kilos y medio indicada para su coche. Al agacharse para retirar el protector de la válvula del neumático le vino un olor áspero, fuerte; el inconfundible olor de orina de perro reciente. Por lo visto, pensó Iñaki, las meadas de perro que le propiciaron a las ruedas los de Péronne seguían atrayendo a perros que mantendrían el olor durante el trayecto sin que se perdiese. Luego, tragando saliva, como todos los días, arrancó el motor y se puso de nuevo en marcha. Al menos, aquel día se presentaba frío y lluvioso.

SANTA CRUZ DE TENERIFE

Necesitaba terminar de instalarse de una vez, ya que Carlos preveía que estaría en Tenerife cinco años al menos, y a partir del lunes siguiente no tendría tanto tiempo libre. Así que salió bien temprano para intentar completar su instalación en el apartamento.

En poco rato hizo las gestiones en una sucursal bancaria de su propio banco de siempre, el de Santander aunque ahora se llamara BSCH, para trasladar a Tenerife su cuenta corriente de San Sebastián y tener donde domiciliar los pagos de alquiler, agua, luz, etc. Luego contrató el teléfono y, finalmente, fue a un concesionario de automóviles a comprarse un coche.

En realidad le importaba muy poco que se tratase de un coche u otro ya que, al estar en una isla no muy extensa, no tendría que hacer desplazamientos demasiado largos aunque quisiera, y como no tenía familia que llevar a ninguna parte, tampoco precisaba un coche grande ni con un maletero enorme. Lo único que quería era un motor con una potencia suficiente, que pudiera encajar en su menguado presupuesto, y tenerlo lo antes posible. Había hecho un sondeo del mercado y se dedicó a visitar los concesionarios que podrían tener lo que ya tenía en mente.

Al tercer concesionario visitado, Carlos escogió su coche: un Ford Fiesta de color blanco que cubría sus necesidades. Gestionó la financiación y firmó la documentación para formalizar la adquisición. El lunes siguiente se haría la matriculación y podría retirar el vehículo en cuanto formalizase la póliza del seguro. Bien, eso tal vez podría hacerlo el mismo lunes por la tarde y salir directamente con el coche.

Cuando salió del concesionario, compró el periódico y vio la noticia que destacaba en primera plana: la Policía Municipal de Barcelona había logrado la detención de dos activistas del comando Barcelona de ETA el día anterior.

TOULOUSE. FRANCIA

Iñaki llevaba ya conducidos cerca de trescientos kilómetros en medio de la llovizna y un día gris, con las luces encendidas continuamente para extremar las precauciones. Era pesado, pero al mismo tiempo beneficioso para mantener frescos los neumáticos. Por la mañana, a la altura de Brives, el accidente de un camión cisterna había provocado un corte de la autopista y allí, parado en medio de una larga fila de vehículos de todo tipo y sin poder escaparse, había perdido más de una hora. En ese momento, cuando la tarde comenzaba ya a declinar acentuando el color gris de toda la jornada, estaba bordeando Toulouse en medio de un tráfico denso y lento, con todos sus sentidos atentos a la conducción. Varias veces a lo largo del día se había preguntado si no habría sido mejor escoger alguna de las carreteras en lugar de la autopista, que ese día parecía especialmente complicada.

Había parado para comer en un restaurante de un área de servicio antes de llegar a Montauban, y a estas horas habría deseado parar a descansar, o a dormir ya, pero aún le quedaba un tramo de ciento cincuenta kilómetros hasta Tarbes.

¡Vaya viaje! ¡Cruzar toda Francia, pasar junto a tantas ciudades que conocía y que le encantaría visitar otra vez, y no poder hacerlo! Llevar a cabo la misión realmente era una pesada carga, pero no podía echarse atrás. Sin querer, el recuerdo de Itziar se instaló en su mente. Sí, sabía que ella no aprobaba estas actividades, pero es que no lo comprendía. ¿Llegaría a entenderlo alguna vez?

SANTA CRUZ DE TENERIFE

Carlos regresó a su casa después de almorzar un plato combinado en un restaurante cercano. Al contrario de lo que le sucedió la víspera, el día le había cundido bastante y ya tenía la sensación de haber casi terminado de instalarse en Tenerife. La próxima semana le avisarían para ponerle el teléfono, y para las demás cosas que necesitaba comprar quería tener el consejo de Belén. Realmente no lo necesitaba, pensó, pero le agradaría contar con su vecina para darle a su casa ese toque inexplicable que permite transformar una habitación con muebles en un hogar, ese toque que siempre falta en las habitaciones de hotel.

Llegó la hora en la que había quedado con Belén y todavía tenía que arreglarse. Se tocó la cara con el dorso de la mano; aún no se había acostumbrado a estar sin barba ni a la rutina de afeitarse por las mañanas, así que se dirigió al baño a hacerlo cuidadosamente y a tomar una ducha.

A las cinco en punto estaba Carlos, recién afeitado, duchado y vestido, en la puerta del aparcamiento donde Belén guardaba su Opel Tigra. Diez minutos después aún estaba en el mismo sitio, con la paciencia algo castigada, cuando se aproximó el Tigra a la acera mientras Belén le hacía gestos con la mano para que se apresurara en subir.

La chica maniobró con el vehículo para incorporarse a la circulación a la vez que se excusaba por el retraso, pero ya sabes, chico, cómo está el tráfico y todo eso. Luego le contó cuál era el programa para esa tarde y, sin esperar contestación por parte de Carlos, se dispuso a seguirlo.

Primero visitaron la playa de Las Teresitas, la más cercana a Santa Cruz de Tenerife, junto al pueblecito de San Andrés. Según explicó Belén, la playa era artificial, hecha con arena blanca traída del Sahara y protegida por un rompeolas, porque al ser Tenerife una isla de origen volcánico y con una fuerte pendiente, su arena es normalmente negra y de grano muy grueso y las playas muy estrechas y muy batidas por el oleaje. La playita, aunque no muy extensa y artificial, era una delicia, y a pesar de lo avanzado de la tarde y de ser enero, se veían algunas personas paseando por la orilla, incluso nadando y jugando dentro del agua.

Luego recorrieron las Ramblas, el céntrico paseo arbolado de Santa Cruz, y sin detenerse se dirigieron a la cercana ciudad de La Laguna, la antigua capital de los conquistadores castellanos y actual ciudad universitaria en la que las calles rebosaban estudiantes, bullicio y un caos circulatorio próximo al colapso total.

Aunque la distancia entre Santa Cruz y La Laguna es de sólo diez kilómetros, la diferencia de temperatura entre ambas poblaciones es de casi diez grados debido a que La Laguna está a cerca de seiscientos metros de altitud mientras que Santa Cruz está a nivel del mar. En consecuencia, la pendiente de la autovía que comunica las dos ciudades es asombrosa.

En La Laguna consiguieron aparcar el coche cerca de la antigua universidad y dieron un paseo caminando por las calles y plazas de la ciudad colonial, llena de viejos palacios y casonas, de callejas silenciosas empedradas con adoquines de piedra negra, y se detuvieron a tomar un vaso de vino en una taberna acogedora junto a la catedral.

TARBES. FRANCIA

Las condiciones meteorológicas habían mejorado notablemente durante el último tramo de la etapa, los últimos cien kilómetros. De todas formas, Iñaki se sentía muy cansado. Llevaba ya varios días conduciendo muchos kilómetros, a veces en condiciones muy desfavorables, y en un coche cargado con diez kilos de explosivo. La tensión provocada por la conciencia del peligro cercano, por la necesidad de atención continua a la conducción, y por la vigilancia extrema para no cometer ningún error que pudiese atraer a la Policía francesa, estaba pasándole factura.

Poco antes había consultado el directorio de hoteles de carretera buscando los de Tarbes y comprobó que había dos, uno de la cadena Formule 1 y otro Etap. Sin dudarlo escogió el de Etap, porque aun cuando todos ellos son muy similares, los de Etap tienen el cuarto de baño con ducha en la propia habitación. Así, siguiendo las indicaciones del directorio para llegar al hotel elegido, abandonó la autopista A 64 por la salida 13 y se dirigió por la vía de circunvalación hasta que localizó el cartel indicador del hotel.

Iñaki no sabía con certeza las razones de la dirección para establecer Tarbes como punto de reposo, en lugar de la cercana Pau que era mucho más conocida. Sin embargo, suponía que habían escogido Tarbes porque estaba lo suficientemente cerca de la frontera española para poder atravesarla a primera hora de la tarde siguiente, que sería sábado, y lo suficientemente lejos para no ser un territorio demasiado vigilado por la Policía.

Cuando entró en el aparcamiento del hotel vio que, aunque no estaba abarrotado, había bastantes más coches aparcados que en los días anteriores. Buscó un sitio apartado para aparcar y luego se dirigió a coger habitación al terminal informático. Después, en lugar de repetir la operación de días anteriores, dejó el coche donde estaba aparcado porque llegó a la conclusión de que, con el cansancio que sentía, le sería imposible escuchar ningún ruido aun en el caso de que intentasen algo.

Subió a la habitación que le había asignado el ordenador de recepción para dejar el equipaje y refrescarse la cara, y miró el reloj sin saber muy bien qué hacer. Por un lado, ya era noche cerrada y sentía hambre, por lo que le apetecía ir a cenar a una pizzería próxima al hotel, pero por otra parte era en Tarbes donde debían contactar con él y no sabía si debía esperar al contacto en el hotel, o en la recepción, o dónde.

Unos golpes secos en la puerta de la habitación sacaron a Iñaki de su ensimismamiento y dispararon el ritmo de su corazón, ya de por sí acelerado. Con precaución, con los sentidos en alerta, se aproximó a la puerta y abrió una rendija para descubrir al otro lado la cara sonriente de Josu, el compañero que escoltaba a Ingude en Guéthary cuando comenzó la Operación Dragon Rapide. Se hizo a un lado para dar paso a Josu, que entró rápidamente en la habitación.

–Me alegro de verte, Iñaki, o como te llames ahora. ¿Cómo ha ido el viaje? –mientras hablaba, Josu le estrechó la mano.

–Bien, pero pesado y muy cansado. ¿No ha venido Ingude?

–No. Ingude, y otros muchos compañeros, han debido eclipsarse porque los txakurras están mosqueados, aunque creo que no saben por qué. Además, ayer cogieron a dos compañeros en Barcelona y puede ser que los españoles pillen información. Por eso ahora es mucho más importante que esta operación la lleves a cabo.

–Entiendo. ¿Esperamos a alguien más?

–No. Sólo tengo que contarte un par de detalles y darte un sobre.

–Josu, estoy muerto de hambre. ¿Podemos charlar mientras tomamos algo aquí al lado?

–Yo también tengo hambre, Iñaki. Vamos a cenar y te lo cuento.

Se dirigieron caminando a la pizzería vecina con el cuello de los anoraks subidos y las manos en los bolsillos. Había muchas mesas libres en el local, así que se pudieron acomodar en una mesita apartada, encargaron la cena y, tras serles servidas las bebidas, un pichet de vino tinto y un refresco, se centraron en sus asuntos.

–Realmente tengo poco que decirte, Iñaki. Solamente que los pasos del Pirineo catalán están muy vigilados porque aquellas estaciones de esquí están todavía abarrotadas de VIPs, y las de Euskal Herria no quiero ni contarte. Los pasos que parecen más tranquilos, aunque están todos muy vigilados, son los aragoneses, así que debes entrar por Canfranc a Jaca. La nieve puede ser un problema añadido por lo que si no tienes cadenas tienes que comprar unas, y sólo debes intentar cruzar si es totalmente seguro. Si hay tormenta, o está desaconsejado el paso aunque no esté cerrado, debes volver a Francia para intentarlo de nuevo cuando puedas.

«Para pasar la frontera debes comprar en algún puesto de material de ocasión unos esquíes y el portaesquí correspondiente. Un coche equipado para deportes de invierno no llama la atención en un paisaje nevado, ¿verdad? Luego puedes venderlos en España o regalárselos a tu novia.

–¿Cómo está el resto de la operación?

–Sin variaciones. Sabemos que hay controles volantes aleatorios, pero no creemos que tengas ninguna dificultad para pasarlos. Si no pierdes los nervios, claro.

–Hay una cosa que me preocupa. Sé que en Cádiz alguien de fuera debe contactar conmigo. ¿Tenemos allí gente nuestra?

Interrumpieron la charla cuando se acercó una joven camarera de facciones orientales con los platos pedidos: una pizza margarita y un calzone que enviaban al aire oleadas de un aroma delicioso.

Cuando se quedaron solos de nuevo, Josu se rascó el cuello antes de contestar a la última pregunta de Iñaki.

–Que yo sepa, Iñaki, no nos queda gente fuera de Euskal Herria porque los txakurras han detenido a muchos de los nuestros en Andalucía y en Cataluña, y a otros ha habido que llamarlos porque estaban en el aire. Posiblemente los que te vayan a ayudar son mercenarios que sólo harán lo que se les ha pedido que hagan porque se les ha pagado por ello, y el resto no tienen ni idea.

–¿Las placas del coche? –preguntó Iñaki.

–Las tengo en mi coche, con la documentación nueva para el tuyo; después se las ponemos. Las placas son de Logroño, del modelo antiguo que indica la provincia. Además, se trata de placas dobladas, es decir, que el número que llevan realmente corresponde a un coche como el que llevas en marca, modelo y color, aunque no sé de quién es.

Unas semanas antes una farmacéutica de Nájera, población riojana cercana a Logroño, no reparó en una pareja que había aparcado su potente moto, con matrícula de Bilbao, junto a su coche, y el chico le hacía fotografías a la joven que lo acompañaba en la excursión poniendo especial cuidado en que las fotografías incluyeran claramente el coche de la farmacéutica con todos los detalles necesarios. Ahora, unas placas de matrícula iguales a las del coche de la farmacéutica serían colocadas en el coche de Iñaki.

Cuenta atrás desesperada

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