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Prólogo AVES DE VUELO PAUSADO

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Habitamos el mundo de la velocidad. La eficiencia se mide en gigas; nos inquietamos cuando nuestro mensaje de Whatsapp no es contestado a bote pronto; vemos en YouTube series de veinte minutos y en el cine nos ponemos muy nerviosos cuando un plano dura más de cinco segundos. El futuro ya está aquí. Era esto, la velocidad extrema; sin embargo, y contra todo pronóstico, siguen saliendo jóvenes que dedican su tiempo y su esfuerzo a la poesía, quizás el arte más lento y pausado que existe, tanto a nivel creativo como receptivo (la lectura de un puñado de poemas puede ralentizarse —¿por qué no?— un día entero, mientras escribir un buen poema es labor de varios meses). Hace poco me reuní con un grupo de jóvenes poetas y les interrogué a este respecto. ¿Por qué dedicarse a la tortuga-poesía en la era de la liebre tecnológica? La respuesta fue unánime: la poesía les aportaba el tiempo, la reflexión y el distanciamiento necesarios para entender la vida (la suya, principalmente, pero también la de los demás). La conclusión a la que llegamos era muy sencilla: la tecnología está diseñada para ser eficiente en la velocidad; el ser humano no. Nosotros traemos de fábrica otros tiempos: el tiempo del arte y del goce estético que, por fuerza, es lento.

A esta preciosa nómina de jóvenes poetas se une hoy Jesús Torres Beato y yo me alegro de estar escribiendo este prólogo para celebrarlo. La poesía de Jesús requiere —como todas— de un masticar lento y una buena digestión. Sus imágenes (acumulativas, expresionistas, rebosantes de color y significado) son una magnífica carta de presentación que, como migas de pan abandonadas en el camino, marcan ese rumbo poético que Jesús ya empieza a trazar. Es sabido que todo primer libro deja entrever las mimbres que van haciendo al poeta —y eso es bueno, porque demuestra la hondura de sus lecturas y su asimilación—, pero al mismo tiempo debe estar ya presente en estos primeros poemas el despuntar de una voz propia, esa chispa personal, ese síntoma de identidad lírica que le propiciará al autor un hueco entre los poetas (y los lectores) de su generación. En este sentido, la voz de Jesús —deudora de grandes como Octavio Paz o Juan Carlos Mestre entre otros— sabe elevarse nítida a lo largo del poemario y deja señales de una frescura inusual en el discurso y una luminosidad especial en las imágenes. Más allá de eso cabe señalar el virtuoso manejo del ritmo que define a Jesús. No es sencillo —a una edad poéticamente temprana— aventurarse en poemas narrativos más o menos largos, sin que el armazón se venga al suelo. Jesús lo consigue con prodigiosa facilidad y ordena los elementos del poema para que asciendan siempre en la dirección correcta. Es decir, el poeta sabe a dónde nos quiere llevar y el tipo de emociones que busca generar en el lector. Eso no es poca cosa.

Nos encontramos por otro lado ante un libro compacto, sin fisuras, algo que denota dos virtudes no muy corrientes en un poeta primerizo: la paciencia y la pulcritud. Se pueden advertir en el ordenamiento y, sobre todo, en el tono macerado de los poemas que Jesús ha trabajado el libro durante largos años hasta entregar a la imprenta el fruto exacto de su esfuerzo. El abecedario de la golondrina no es una colección de poemas más o menos cohesionada, sino un libro que se sabe libro y por eso mismo se le ofrece al lector en bloque, sin pausas ni compartimentos estancos.

Me gustaría, para terminar, salirme de lo estrictamente poético y recordar al jovencísimo chaval que hace años, después de una lectura de poemas que realicé en Marbella, se acercó a la mesa y se presentó. Se llamaba Jesús, era un poco tímido, muy amable y quería ser poeta. Tenía una mirada limpia y honesta, y al instante supe que no iba de farol. Pues bien, Jesús, ya estás aquí. Este libro te da el pistoletazo de salida. Tus lectores celebramos desde hoy la fiesta de tu poesía. Las páginas que vienen a continuación dan buena cuenta de ello. Que tu golondrina, como aquellas de Bécquer, tenga un vuelo lejano y fructífero, pero lento, sin prisas, que requiere la poesía aves de vuelo pausado.

Alejandro Pedregosa

El abecedario de la golondrina

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