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Capítulo Uno
Оглавление«Inspira, espira. Solo es un hombre más».
Un hombre más, increíblemente apuesto con un impecable traje azul marino hecho a medida.
Un hombre más, con los ojos del mismo color que el bourbon.
Un hombre más, guapísimo, cuyo cabello lucía unas ondas perfectamente dibujadas por sus dedos, o tal vez por los de alguna mujer afortunada.
Un hombre más, que durante el último año se había hecho un hueco en su corazón y que además era su jefe, y por eso, quedaba fuera de su alcance.
Otro hombre más.
Addison Abrams comenzaba cada día repitiendo aquel mantra antes de entrar en el edificio ThomKnox y tomar el ascensor de cristal para dirigirse a la planta superior de la compañía tecnológica en la que trabajaba.
Un año antes, cuando había aceptado el puesto de secretaria ejecutiva del director general de la compañía, había supuesto que se encontraría con un directivo maduro. Sin embargo, había resultado ser un hombre seis meses mayor que ella que parecía sacado de la portada de una revista. Sí, era evidente que no se había esmerado mucho buscando información acerca de su posible futuro jefe. Se había encontrado con la oportunidad de trabajar para un directivo de ThomKnox y había enviado su currículum sin pensárselo.
–No he podido resistirme –le decía aquel hombre en ese instante, a la vez que dejaba delante de ella un pastelito cubierto de crema, su favorito.
A continuación encendió una vela dorada con una cerilla, que después agitó en el aire para apagarla. Ella siguió el rastro del humo hasta aquel rostro que veía cada día. Una vez más, se quedó embobada admirando su atractiva masculinidad. No parecía justo para el resto de los hombres del planeta que aquel hubiera acaparado los mejores genes.
–¿Quieres que te cante algo para celebrar el aniversario?
Brannon Knox le dedicó una amplia sonrisa que la desarmó.
Había estado intentando infructuosamente dejar de comérselo con la mirada. Suerte que tenía cara de póquer, porque no había sido capaz de superar el flechazo que había sentido desde el momento en que le había estrechado la mano en la entrevista de trabajo.
«Hola, soy Brannon Knox. Llámame Bran», recordó que le había dicho.
–No creo que cantar sea parte de tus competencias –dijo y se echó hacia delante para apagar la vela–. De verdad, no hacía falta que lo hicieras, pero te lo agradezco.
Brannon Knox no solo era el hombre más guapo que había conocido jamás. También era el más atento e inteligente con diferencia. Divertido, alto, encantador… y tremendamente sexy.
–Qué suerte tengo de tenerte.
Se metió las manos en los bolsillos del pantalón del traje y volvió la cabeza para asegurarse de que no había nadie detrás de él.
–Debería haber organizado una gran fiesta, pero no sé hacer nada sin ti –dijo y le guiñó un ojo.
A pesar de que estaba sentada, sintió que las rodillas le flaqueaban. Cuánto deseaba que aquello fuera una realidad y que la necesitara fuera de la oficina.
Especialmente en el dormitorio.
–Me alegro de oír que soy indispensable.
Esbozó una sonrisa cortés y mantuvo a raya su nerviosismo, algo en lo que había conseguido ser una experta. Lo más difícil era ignorar aquella sensación cálida que se extendía desde el pecho a las piernas, pero lo estaba consiguiendo. Le resultaba difícil evitar aquella reacción física que le provocaba, puesto que mirarlo y desearlo iban emparejados.
Pero no hacía mucho que había tenido una llamada de alerta que le había hecho tomar una decisión, aunque su cuerpo todavía no lo sabía.
–Te daría el día libre si no tuviéramos un millón de cosas que hacer –dijo y arrugó el entrecejo–. Por cierto, ¿qué tengo que hacer hoy?
Le recitó su agenda de memoria: tenía una videoconferencia y dos reuniones.
–Nos da tiempo a tomar una taza de café antes de empezar el día –afirmó Bran y, una vez más, se volvió para mirar por detrás de él–. No veo al antipático del presidente. Venga, vámonos.
El antipático del presidente era el hermano mayor de Bran, Royce Knox. Unos meses antes, ambos hermanos habían optado a ocupar el puesto cuando su padre había decidido jubilarse. Bran estaba convencido de que su hermano le había ganado la partida porque era el primogénito, y Addi suponía que tenía razón. Bran era muy bueno en todo lo que hacía y tan capaz como su hermano mayor. A sus ojos, era el candidato ideal para todo.
Una vez nombrado presidente, Royce había descubierto otra buena noticia: iba a ser padre. La madre de su hijo, Taylor Thompson, era la directora de operaciones de ThomKnox. Era amiga de los Knox desde la infancia y la mujer con la que Bran había estado saliendo.
Se había comportado como una novia celosa durante el poco tiempo en que Bran y Taylor habían estado juntos. Y eso que su relación poco había tenido de romántica. Apostaría dinero a que aquellos dos no se habrían dado más de un beso. De hecho, nunca los había visto besarse.
Aquella versión de Addi había quedado atrás. Estaba decidida a pasar página y olvidarse del flechazo que sentía por Bran. Tenía que hacerlo. Su trabajo era importante y también su orgullo. No podía dedicar un momento más a desear a aquel hombre que no tenía ningún interés en ella.
–Me apetece un café, pero tengo que contestar estos correos electrónicos.
Prefería mantener separada su vida del trabajo. Pasaban mucho tiempo juntos ocupándose de temas laborales, tal y como le correspondía al ser su secretaria, y cada vez que había visto a Bran fuera de la oficina, había fantaseado con la idea de que podía surgir algo entre ellos. Pero recientemente había descubierto que era inalcanzable, al menos para ella.
–Venga, Addi –dijo reclinándose sobre su mesa–. Déjame que te invite.
Al final, acabó cediendo.
–De acuerdo, pero voy a pedir el mío con extra de sirope de vainilla. Y nata por encima.
Sacó el bolso del último cajón y se lo colgó del hombro.
Él se inclinó hacia ella, sonriendo.
–Para celebrar tu aniversario en ThomKnox, puedes ponerte encima lo que quieras.
«¿Qué tal si te pones tú?».
Su comentario inocente sacudió su cuerpo ansioso de sexo y la devolvió a la casilla de salida. Aquello iba a ser más difícil de lo que había pensado en un principio.
La llamada de alerta había sido cortesía de Taylor, la exnovia de Bran. Hacía no mucho que había sugerido que ella y Brannon hacían buena pareja, lo que significaba que se había dado cuenta de que Addi sentía algo por él. El peor momento de su vida no había sido cuando Bran había oído aquel comentario de Taylor, sino su reacción. En el largo pasillo que conducía al cuarto de la fotocopiadora, su rostro se había quedado desencajado con expresión de fastidio.
Addison había querido morirse.
Era como si hubiera sacado un cartel con letras mayúsculas que dijera: Yo no siento lo mismo por ti, Addison. Un mensaje que había pasado por alto durante demasiado tiempo.
Como le gustaba su trabajo y quería preservar lo que le quedaba de orgullo, le había parecido que lo más prudente era enterrar sus sentimientos. Llevaba muchos años siendo independiente, así que lo único que tenía que hacer era aplicar ese mismo principio a su corazón. Difícil, pero necesario.
Si había algo que había aprendido de sus padres, y probablemente lo único, era que no podía confiar en nadie para nada. Ni por dinero, ni por amistad ni desde luego por amor. Se le había olvidado nada más poner los ojos en el pequeño de los Knox. Tenía que recordarlo y metérselo en la cabeza para superar aquel enamoramiento.
Tal vez después de todo le vendría bien tomar ese café con Brannon. Era habitual que los compañeros de trabajo tomaran café juntos y su objetivo era alcanzar el escalón más bajo del amor platónico. No era un objetivo emocionante, pero ya había tenido demasiadas emociones por una temporada.
–Olvídate de él –murmuró, hurgando en su bolso a la búsqueda del móvil.
–¿Cómo dices? –preguntó Bran mientras salían.
–Ah, nada.
Addison le sonrió y sintió que el corazón se le encogía. Hacía poco que había asumido que aquel órgano no albergaba ni una pizca de sentido común.
La situación continuaba siendo embarazosa.
Desde que Bran había roto con Taylor y se había enterado de que Royce había sido nombrado presidente, no había dejado de enfrentarse a desafíos en el trabajo, y Addison Abrams era uno más.
Su secretaria era irreemplazable, una confidente con la que siempre podía contar. Habían encajado desde el primer día, y su desempeño y eficiencia lo habían ayudado a destacar en su puesto de director general. Si ella se fuera, él…
Había hecho realidad aquel dicho que decía que detrás de todo gran hombre había una gran mujer. Había cometido el error de pensar que Taylor era esa mujer, pero ahora veía claramente que era Addi.
Últimamente su relación con Addi era tensa y la culpa era del comentario de Taylor Thompson. No sabía si era porque Taylor estaba enamorada de Royce o porque las hormonas del embarazo le habían hecho decir eso, el caso era que había sugerido que Addi debía ser algo más que su secretaria y que hacían buena pareja juntos. Al oírlo, habían intercambiado una mirada de pánico.
Después del error que había cometido al salir con Taylor en su intento por hacerse con el puesto de presidente, Bran había decidido no cometer ninguno más. Pero desde entonces, había empezado a fijarse en Addison.
Su plan con Taylor había tenido poca visión de futuro. Había pensado que con ella a su lado, tendría mejor imagen para hacerse con el puesto de presidente. Pero se había equivocado. Después de unas cuantas citas, había optado por proponerle matrimonio en un intento desesperado por mejorar sus posibilidades de ocupar el cargo. En su momento, había encontrado sentido a su plan.
Por suerte, no había llegado a acotarse con ella. Era un alivio, puesto que si no, las vacaciones en familia se habrían vuelto una situación muy incomoda para todos.
¿Qué tenía eso que ver con Addi?
Poco después de que Royce ocupara el puesto de presidente y de que Taylor anunciara que estaba embarazada, Bran había empezado a pasar más tiempo en la oficina y, en consecuencia, a prestar más atención a su secretaria. Addi, ya fuera por restarle importancia a aquella sugerencia incómoda de que hacían buena pareja o simplemente por no herir su ego, parecía estar presente más de lo habitual.
Admiraba su desenvoltura y aplomo incluso cuando trataban los temas más nimios de trabajo. Se había fijado en sus piernas, largas y finas, y se había preguntado si sería como consecuencia de correr o de practicar yoga. Tampoco le había pasado por alto que siempre pedía la comida a algún restaurante cercano y que se quedaba a trabajar hasta tarde cuando él lo hacía.
En resumen, todo parecía indicar que era soltera.
El comentario de Taylor se había hecho un hueco en su subconsciente. Había empezado a pensar en Addi con frecuencia y no solo en el plano profesional, y de ahí la extraña conversación de aquella mañana. Por increíble que pareciera, le estaba resultando más difícil tratar con ella que con Taylor después de haber estado a punto de pedirle matrimonio.
El hecho de que se cumpliera el primer aniversario de Addi trabajando en ThomKnox era significativo. Si quería que siguiera allí, tenía que arreglar lo que estaba roto. No estaba seguro de si lo conseguiría con un café y un pastelito, pero al menos era un primer paso.
Fuera, bajo el sol californiano, el edificio de oficinas se elevaba sobre una explanada de césped salpicada de palmeras y flores, que atravesaron hasta la cafetería de enfrente. El Gnarly Bean servía el mejor café de todo el estado.
–Me encanta este sitio.
Los labios de Addison se curvaron en una sonrisa que hizo resplandecer su mirada azul. Iba vestida de amarillo y llevaba el pelo recogido en una coleta. Era imposible que su belleza pasara desapercibida. Se había dado cuenta el mismo día en que la había contratado, pero no le había dado importancia. Antes de su obsesión por convertirse en presidente, se le había dado muy bien compartimentar su vida.
Bran tiró del pomo cilíndrico de la puerta de cristal y le hizo un gesto para que lo precediera, deteniéndose un instante para deleitarse con el aroma del café. ¿Había algo más placentero en la vida que un buen café?
De manera automática, los ojos se le fueron a las piernas de Addi. Sí, había otras cosas más placenteras.
–Yo invito –le recordó al verla buscar la cartera.
Por un segundo, le pareció que sus brillantes ojos azules se posaban en su boca antes de que sus labios pronunciaran un «gracias». Seguramente se lo había imaginado.
Después de todo lo que había pasado durante los últimos meses, lo peor era que no se reconocía. No le había pedido salir a Taylor porque sintiera algo por ella, sino porque pensaba que su unión le convertiría en un mejor candidato. Era como si un extraterrestre se hubiera apoderado de su cuerpo. Bran era el Knox simpático y despreocupado; Royce, el pragmático y analítico.
–Deberíamos hacer esto más a menudo –dijo Bran.
Ella lo observó atentamente, con gesto indescifrable.
Todo iba bien de momento.
–Buenos días, Addi.
El barbudo camarero la recibió junto a la barra con una sonrisa, a la vez que tensaba los músculos de sus antebrazos para llamar la atención sobre sus tatuajes. Patético.
–Hola, Ken, ¿cómo estás?
Addi lo saludó con efusividad y Bran se sintió celoso. ¿Acaso le gustaban los tipos con barba y tatuajes?
De repente se sintió como un aburrido oficinista trajeado cuyo único cometido fuera pagarle el sueldo. Nunca le había interesado a quién le sonreía Addi hasta que había dejado de sonreírle a él. Echaba de menos la tranquilidad de los buenos tiempos, de cuando eran simplemente jefe y secretaria, antes de que Taylor dijera que hacían buena pareja y de que Royce sugiriera que su mujer perfecta estaba más cerca de lo que pensaba.
Siempre había disfrutado del día a día sin preocuparse del futuro. Qué tiempos.
Ken dijo una tontería y Addi rio, seguramente por cortesía. Bran se colocó entre ellos y la sonrisa de Ken se tornó desafiante.
–Quiere nata montada encima y le he prometido darle todo lo que quiera. Hoy es nuestro primer aniversario, ¿verdad, Addi?
Ella se sonrojó y sonrió tímidamente ante el comentario de Bran.
–Sí –convino ella.
–Enhorabuena –dijo Ken y tocó la pantalla para introducir la comanda.
A pesar de su felicitación, Bran no pensaba que lo decía en serio.
Y aunque estaba decidido a retomar la vía para ganarse de nuevo la confianza de su secretaria, le parecía conveniente asegurarse de que Ken no pisara terreno en el que no era bienvenido. Además, Addi podía aspirar a alguien mejor que aquel camarero peludo, así que debía poner a aquel tipo en su lugar.
Después de todo, ¿no debían los jefes proteger a sus empleados más preciados?