Читать книгу Un cuchillo en la mirada - Jim Thompson - Страница 7

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Su verdadero nombre era Stoker, Garret Stoker. No era su tío, ni creo que lo fuera de nadie, pero todo el mundo lo llamaba tío Bud. Era un hombre de unos cuarenta años, creo. Tenía el pelo prematuramente gris y la mirada cálida y amistosa. Uno se sentía a gusto cada vez que sonreía. Yo no sé de qué lo conocía, ni siquiera sé si ella lo conocía realmente, porque era esa clase de tipos, ya sabéis lo que quiero decir: uno se encuentra con tipos como tío Bud por primera vez, ante una copa o un café, y parece que los conoce de toda la vida. Hacen que te sientas así.

Lo primero de lo que te enteras es de que están escribiendo tu dirección y número de teléfono. El paso siguiente es una llamadita, y en cualquier momento se dejan caer por allí. Solo por ser amistosos, ya sabéis. No es que quieran nada de ti. Sin embargo, llega el momento en que sí quieren algo, y cuando eso ocurre es terriblemente difícil decirles que no. No importa de qué se trate. Incluso aunque sea algo como lo que ese tío Bud quería.

Me retorció la mano y dijo que era un gran placer conocerme. Entonces, sin soltarme de la mano y dándome algún que otro apretón, se volvió hacia Fay.

—Aún no puedo entenderlo, Fay, todavía me parece que te estás quedando conmigo. No sabes cuánto apostaría a que no hay en todo Estados Unidos un solo hombre, mujer o niño que no haya oído hablar de Kid Collins.

—Apuéstate algo —dijo ella—. Siete contra cinco.

—Bueno... —Se echó a reír y me soltó la mano—. ¿No te parece un caso esta jovencita, Kid? Ni por un momento está seria. Pero es de lo más leal, ¿entiendes? Una verdadera colega, y sus bromas son pura alegría. No significan nada más.

—Sí, señor. Comprendo.

—Veamos ahora, ¿cuándo fue esa última pelea tuya? La gran pelea. ¿Fue en el...?

—Fue... fue en 1940. El Bearcat de Burlington. Fue... —Mi voz se iba apagando—. Creo que no fue una gran pelea, señor.

—Claro, claro. Un combate preparatorio. Pero aun así fue un encuentro de gran categoría. Eh, fue en... estaba discutiendo de ello con un chico el otro día, y él afirmaba que había sido en Newark. Pero no, yo le dije que había sido en, en...

—Fue en Detroit, señor —dije.

—¡Exacto! ¡Eso es! —exclamó—. Detroit, 1940, una preliminar a cuatro asaltos. ¿Qué te decía, Fay? ¿No te aseguré que me conocía de arriba abajo el historial de Kid?

Fay gimió y se dio un golpecito en la frente. Tío Bud me guiñó un ojo y yo le sonreí abiertamente y le devolví el guiño.

Me empezaba a gustar un montón.

Fay dijo que si queríamos cenar algo ya podíamos comenzar a preparárnoslo nosotros mismos. Eso hicimos. Tío Bud golpeó el bistec y lo puso en la parrilla mientras yo pelaba y picaba las patatas. Él abrió los botes de guisantes y de puré de manzana, y yo hice el café y le puse hielo al agua.

—Bueno, Kid —dijo mientras esperábamos a que se cocinara el banquete—, me alegro de que hayas decidido instalarte por un tiempo. Has encontrado amigos, personas que te admiran y se interesan por ti.

—¿Instalarme? —Parpadeé—. Instalarme, ¿dónde?

—Toma, ¡aquí! ¿Dónde si no? —dijo con firmeza—. Nuestra jovencita parece que necesita a alguien que la cuide un poco, y fuera hay un bonito apartamento. Queda justo encima del garaje. Sí, señor, es justo lo que te conviene, Kid. Tómatelo con calma durante algunos días. Descansa y quítale problemas de encima a Fay, yo veré qué puedo hacer por ti. Tengo una idea con la que tal vez te consiga algo bastante bueno.

Asintió a sus propias palabras con la cabeza mientras le daba una vuelta al bistec.

Le dije que quizás él ya le había echado el ojo a algo que podía conseguirme.

—Agudo. —Se echó a reír—. Le dije a Fay que lo eras. Ahora, Fay, tal vez el tipo haya pasado una mala época, pero si es Kid Collins el que está aquí contigo, yo te aseguro que no es ningún tonto. Tiene nervio y es agudo, me dije a mí mismo: reconocerá su rincón cuando suene la campana, y tendrá lo que hay que tener cuando se trate de seguir el combate.

—Mire, señor. Mire, tío Bud...

—¿Sí, Kid? Al grano, suéltalo de una vez.

—Bueno, yo agradezco su gentileza, los cumplidos y todo lo demás, pero usted..., en realidad, no sabe nada de mí. No puede saberlo. Está tratando de ser amable, y, probablemente, si usted supiera de verdad el tipo que he sido no se sentiría así.

—Te diré lo que sé. Conozco a la gente, Kid. Sé lo que son capaces de hacer o no. O tómalo desde otro punto de vista: lo que pueden o no pueden hacer. He sido detective en esta ciudad durante años, quizá ya te lo dijo Fay, ¿no? Bueno, lo era, y fui capaz de poner a un montón de chicos listos cerca de las mejores cosas. Algunos ya las habían visto antes, pero la mayoría no. Ellos no podían conseguirlo solos, pensaban que no podían, pero vine yo y les mostré la forma de hacerlo.

—¿Y ya no es detective?

Lanzó una mirada cortante alrededor, y después me miró a mí; por primera vez tenía el ceño fruncido. Apretó los labios y se volvió para remover las patatas.

—Veremos —dijo de modo ausente—, tendremos que informarnos mejor. Creo que podrías servir: buen aspecto, pero no demasiado...

—¿Sí? —dije.

—No importa, Kid. —La sonrisa volvió a aparecer—. No hay ninguna prisa. Es algo que nos llevará su tiempo.

Cenamos él y yo, bastante. Fay vino a la mesa; se sentó con nosotros, pero no comió nada. Tan solo se sentó allí; dándole vueltas a la comida en el plato, bebiendo e interrumpiéndonos cada vez que abríamos la boca.

—Esta condenada casa —dijo mirando a tío Bud con ferocidad—. Pensé que ibas a hacer que fuese mía enseguida. Creía que conseguirías que sacara un pequeño beneficio de ello. Me indujiste a comprar el condenado vertedero y luego tú...

—Fay —dijo con calma—, ya verás cómo has hecho bien. Lo descubrirás de una forma u otra.

—Ah, ¿sí? —Su mirada se tornó vacilante—. ¿Y qué me dices de esa furgoneta de mierda? He malgastado en ella prácticamente hasta el último centavo que me quedaba, y tú...

—Basta, Fay. Sabes que te conseguí una ganga. Sabes muy bien que necesitas un buen coche, viviendo como vives tan alejada...

—¿Quién coño quiere vivir alejada? —dijo casi en un grito—. ¿Quién coño me persuadió?

—Me darás las gracias por ello. Sabes que tienes que confiar en tu viejo tío Bud, y acabarás llena de diamantes.

Desvió la conversación hacia mí, y me preguntó qué había estado haciendo desde que dejé el boxeo. Le dije que, después de dejarlo, había estado una temporada en el ejército, y que desde entonces había andado de aquí para allá.

—En el ejército, ¿eh? ¿Y te fue bien?

—Bueno, bastante bien. Creo que sí.

Fay se echó a reír. Tío Bud la miró con enfado y meneó la cabeza.

—Lo hice lo mejor que pude —dije—, pero ellos no eran muy pacientes, y creo que buscaban la manera de ponerme las cosas difíciles. Así que, mire, acabé en el calabozo unas cuantas veces, hasta que, finalmente, me mandaron al hospital. Justo después fue cuando me dejaron marchar.

—Mmm... mmm —asintió pensativo—. Por ese entonces, ehhh, ¿estabas bien? Solo que no te adaptabas a la vida militar. Bueno, chico, eso no es nada raro. Todo el mundo sabe que un buen número de tíos tuvieron el mismo problema.

Fay volvió a reírse, y tío Bud de nuevo meneó la cabeza.

—Claro —dijo suavemente—. Entiendo cómo fue, Kid. La gente espera que te lleves bien con ellos, pero no tratan de llevarse bien contigo. Y es que a veces uno solo necesita una pequeña ayuda, un poco de comprensión. El caso es que el noventa y nueve por ciento de las veces no lo consigue.

Le dije que no quería que pensara que había algo en mí que no funcionaba. En realidad, no había muchas cosas que marcharan mal, ya sabéis —al menos, entonces, no las había—, y sentí que tenía que decirlo, porque si hay algo que asusta a la gente son los problemas mentales.

Puedes ser un exconvicto, incluso un asesino, lo dices, y eso ni les molesta, claro. Te darán trabajo, te llevarán a sus casas, se harán amigos tuyos. Pero si tienes algún tipo de problema mental; es decir, si alguna vez has tenido alguno, bueno, eso ya es otra historia. No querrán saber nada de ti.

Tío Bud pareció creer lo que le dije. La forma en que me había calibrado, era, creo yo, la de un tipo que no había sido muy brillante en sus comienzos y que después había conseguido hacer algunas fintas sobre el cuadrilátero.

—Claro que estás bien, Kid. Todo lo que necesitas es un poco de pasta, la suficiente para tomarte la vida con calma y no tener que preocuparte.

—Sí, pero... creo que debería decirle algo más, tío Bud. Siempre siempre he tratado de hacer las cosas bien. De no hacer nunca nada malo o...

—Ah, ¡bueno! —Extendió las manos—. ¿Qué significan las palabras, Kid? ¿Qué es lo bueno y qué lo malo? Podría decirte que era malo para un buen chico como tú tener que ir tirando como has tenido que hacerlo. Y podría asegurarte que sería bueno si no tuvieras que preocuparte por el dinero durante el resto de tu vida.

—Sí, señor. Creo que lo sería.

—Naturalmente, naturalmente. Tú no querrías hacerle daño a nadie. Y, en efecto, no tendrías que hacerlo. Tan solo sería cuestión de presionar a ciertas personas, gente que tiene pasta como para gastar sin problemas. Y hacérselo gastar no estaría mal, ¿no te parece?

Dudé.

—Bueno, eso suena...

Fay dejó bruscamente el vaso sobre la mesa.

—¡Eso huele a podrido! —le gritó a tío Bud—. ¡Me parece terrible, inmundo, asqueroso! No sé por qué yo tendría que... Yo no tomaré parte en eso, ¿entendido? Puedes hablar con este gilipollas y convencerlo, pero tendrás que continuar sin mí. Y yo no...

Se levantó a trompicones, llorando y tambaleándose. Salió de la habitación. Tío Bud me miró, no sin antes levantar significativamente las cejas.

—Pobre chica. Ya se le pasará. Ahora, por qué no lavamos tú y yo los platos y luego me largo.

Mientras lo hacíamos, traté de sonsacarle algo más sobre la proposición y lo que tenía planeado, pero él cambiaba de tema bajando la voz cada vez más. Finalmente, se volvió hacia mí, casi gruñendo, y me dijo que lo dejara.

—¡Olvídalo! ¡Te diré todo lo que necesites saber cuando precises saberlo!

Me miró ferozmente, con ojos casi vidriosos, y yo estaba demasiado asustado para contestarle. Había pensado que era tan fácil de tratar y de buen carácter. Ahora me parecía un animal rencoroso y huraño.

—Y te diré algo más. —Me dio una palmada en el pecho—. No bromeaba cuando te dije que ibas a dormir en el garaje. Es ahí donde vas a dormir. Me la juegas, y te vas a dormir a la calle. ¡Nada de juegos con la señora!

Asentí. Me sentía algo herido y desconcertado. Supuse que la había mirado fijamente varias veces durante la noche, pero no quería tener nada con ella. Ni siquiera se me pasó por la cabeza aprovecharme de ella.

—Quizá sea mejor que me largue. Si a usted le da por pensar que soy un tipo de esos, bueno, creo que no me gustaría quedarme por aquí.

—¡Eh, ahora no te lo tomes así, hombre! —dijo tranquilizador. Volvió a ser otra vez el de antes—. Tendrás que disculparme, Kid. Olvida todo lo que he dicho. He tenido un día bastante duro y hablé sin pensar.

Lo acompañé al coche. Nos dimos la mano y dijo que no me preocupara más por ninguna otra cosa, que me lo tomara con calma y que vendría a verme al día siguiente. Luego se fue y yo volví hacia la casa. Desde luego no me sentía muy a gusto, y no podía hacer otra cosa que preocuparme.

Me serví un par de copas, y tuve la impresión de que me tranquilizaron un poco, así que me serví una tercera. Comencé un paseo en compañía de la copa con el aparador como destino. Volví a coger los recortes de periódicos y los hojeé con aire ausente, preguntándome por qué estaba allí y por qué Fay me había obligado a ir a la casa, hasta que paré de hacerme preguntas. De repente, lo supe. No el «cómo» del asunto, me refiero a los detalles, pero sí lo que había detrás de todo aquello.

Dejé caer los recortes como si hubieran empezado a arder. Me volví, y allí estaba ella; en ese momento salía del dormitorio. Tenía el rostro pálido. Daba la impresión de estar mareada, pero parecía bastante sobria. Se sentó y lo primero que hizo fue estirar el brazo hacia la botella. Me sonrió, con una mezcla de provocación y cansancio.

—¿Todo bien, Collie? ¿Va todo bien, mi chaval ruborizado, mi radiante amigo?

—Todo bien ¿qué?

—¿De verdad no lo sabes? —Se sirvió una gran copa de whisky—. Te dieron en la cara con una mofeta y todavía no sabes de dónde viene ese olorcillo que te dejaron.

Me encogí de hombros. Ella vació su vaso y estiró nuevamente la mano hacia la botella.

—Claro que lo sabes. —Asintió inclinando la cabeza—. Esta casa, un fullero y expoli, aquellas fotos, y... tú. Sí, hasta tú mismo puedes sumarte al cuadro.

—En cuanto a ese fullero expoli, en lo que tiene que ver con él... y usted... Parece que actúa como... quiero decir que... me dijo una o dos cosas sobre...

—¿Sí? Bueno, de eso sí que no tienes que preocuparte. No hay nada entre nosotros. Ni tampoco lo habrá.

—No me parece que él lo vea así. De todos modos no es asunto mío.

—Correcto. Volvamos, entonces, a lo que te concierne. Escucha atentamente lo que va a decirte la endemoniada mamá Anderson, y después vete al mismísimo infierno, porque solo te lo voy a explicar una vez... Hace falta un tarugo, Collie. Un piripi medio tontorrón, eso sí, a prueba de bombas. Alguien que tenga un tonel de nervios y una copa de cerebro. Y ahora dime, Kid Collins, ¿encaja esta descripción con alguien que tú conozcas?

—No sé si atreverme a decirlo. Podría encajar, aunque solo en parte, con cierta persona a la que he conocido. Pertenece al tipo de mujeres que beben demasiado y charlan mientras tanto.

—¡Bang! —Ella se disparó con un dedo en la frente—. Sin embargo, yo soy mi propia borrachina tontorrona, Collie. Estrictamente mía. ¡Ah!, a veces hago alguna actuación benéfica, pero en líneas generales es solo un pase... ¿Entiendes...? Si se trata de un concierto, entonces son dos pases...

—Pensaba que iba a decirme algo. Primero organiza todo el decorado, y luego se calla.

—Te diré algo. Esto es todo lo que necesitas saber: Collie, si tío Bud te hubiera visto demasiado brillante, no se habría fijado en ti. Él tampoco es muy agudo. De haberlo sido, todavía estaría en el cuerpo, ¿no crees? Y no jugando con alguien menos listo que él.

—¿Incluida usted?

—Olvídate de mí. Yo no cuento, y a esto puedes ponerle la melodía que te dé la gana y cantarlo.

—Creo que no lo entiendo —dije—. Usted me recoge hoy, me trae y me presenta a tío Bud, y luego, cuando ya estoy a medio camino, usted...

—Es desconcertante, ¿no es así? ¿Por qué no dices que estoy medio loca, que soy una neurótica? O podríamos decir que a veces, solo a veces, siento una punzada de decencia. —Cogió la botella y tomó un gran trago directamente de ella, el whisky le corrió por la barbilla—. ¡Lárgate, Collie! Este tinglado lleva meses montándose, y, si tú te largas, seguirá armándose hasta que se caiga. No te sucederá nada, absolutamente nada. Y tampoco habrá nadie lo bastante tonto para ocuparse de ello.

—Bueno —dije—. Creo... —Y entonces algo sucedió dentro de mi cabeza y dejé la frase en suspenso. Era como si hubiese estado caminando en sueños y de pronto me hubiera despertado.

¿Secuestro? ¿Yo un secuestrador? ¿Por qué estaba discutiendo con ella? ¿Qué demonios me había ocurrido? En realidad nunca he hecho nada malo, solo las cosas que un hombre como yo se ve obligado a hacer para ir tirando. Mientras que ahora, desde esta misma tarde, era... Hice amago de levantarme, pero estaba mareado y aturdido y, por unos instantes, todo se me hizo borroso.

—Eso es, mi Collie querido —la oí decir—. Sé buen chico, que será solo un minuto, cariño.

Entró deprisa en su habitación, y volvió a salir con un monedero en la mano. Sacó un pequeño fajo de billetes, quitó uno de ellos y deslizó el resto dentro de mi mano.

—Te pediría que te quedaras esta noche, Collie, si no fuera por tío Bud. No quiero que te involucre en este lío, y si te viera antes de que te hayas ido...

—Ya sé, es mejor que me vaya.

—Llévate la botella. Tienes aspecto de estar muy solo, y una botella siempre hace compañía.

Se alzó de puntillas y me besó; después, por un momento, apoyó la cabeza contra mi pecho. Me dio un abrazo inmensamente bonito, todo plenitud, calidez, dulzura y suavidad. Puse los labios en su espesa mata de pelo, y luego ella suspiró, se estremeció y se libró de mis brazos.

—Y ahora, ¿qué será de ti? ¿Qué te va a pasar, Fay?

—Nada. Lo mismo que me ha venido pasando desde que murió mi marido.

—Pero yo pensaba que habría algo, alguna organización o tratamiento que podría ayudarte.

—La hay; sin embargo, no sirve para lo que me aflige. A eso aún no le han encontrado una solución. Cuando te has apoyado toda la vida en alguien, cuando has dependido por completo de él y nunca has tomado una decisión por tu cuenta, y cuando de repente te lo quitan... No, no te preocupes, Collie. Márchate y no te detengas.

Encendió la luz del porche para que pudiera encontrar el camino a través del patio. Al llegar al bosque me volví y me despedí de ella con la mano.

Las luces se apagaron. No pude ver si ella me devolvía el saludo. Todo se había vuelto oscuro, y tanto ella como la casa habían desaparecido, como si nunca hubieran existido. En parte me sentí triste, pero al mismo tiempo me invadió una especie de bienestar.

Tomé mi camino bajando por el sendero, bebiendo tragos de la botella de tanto en tanto. Tropecé un par de veces y me caí, pero no me preocupó demasiado. No era la oscuridad la que me hacía tropezar, sino la claridad.

Había estado en la oscuridad, casi atrapado, como en una pesadilla. No obstante, ahora había despertado, me había marchado y volvía a la claridad. Era la última vez que vería ese sitio, pensé. Había desaparecido, se había desvanecido en la oscuridad. Yo nunca había estado allí; por lo tanto, aquello nunca había existido.

Pero el sitio estaba en aquel lugar. Y no sería la última vez que lo viera.

Un cuchillo en la mirada

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