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Verá, señor, el caso es que tendría que haberme sentido satisfecho, tan satisfecho como un hombre pueda sentirse. Porque allí estaba yo, el sheriff de Potts County, ganando casi dos mil dólares al año, sin contar los extras que me iba sacando. Por si fuera poco, tenía una vivienda gratis en el segundo piso del Palacio de Justicia, el sitio más bonito que se pueda imaginar; hasta tenía cuarto de baño, de manera que no tenía que bañarme en un barreño o ir a un lugar público, como hacían casi todos los del pueblo. En lo que a mí respecta, podría afirmarse que aquello era el reino de los cielos. Para mí lo era, y parecía que podía seguir siéndolo —mientras fuera sheriff de Potts County— siempre que me ocupara exclusivamente de mis propios asuntos y sólo detuviera a alguien cuando no tuviese más remedio, y eso siempre que se tratara de un don nadie.

Sin embargo, no estaba tranquilo. Tenía tantos problemas que la preocupación me tenía enfermo.

Me sentaba a la mesa para comer una media docena de chuletas de cerdo, unos cuantos huevos fritos y un plato de bollos calientes con menudillos y salsa; pues bien, no podía acabármelo todo. No me lo terminaba. Empezaba a dar vueltas a los asuntos que me preocupaban y cuando me daba cuenta me había levantado sin rebañar el plato.

Con el sueño me ocurría lo mismo. Puede decirse que no pegaba ojo. Me metía en la cama pensando que aquella noche tenía que descansar, pero qué va. Pasaban veinte o treinta minutos antes de que me durmiera. Y luego, después de sólo ocho o nueve horas, me desvelaba y ya no podía volverme a dormir, cascado y hecho polvo como estaba.

Pues bien, señor, el caso es que estaba despierto, igual que la noche que he puesto como ejemplo, moviéndome en la cama y dándole vueltas a la cabeza, hasta que no pude soportarlo más. Así que me dije:

«Nick, Nick Corey, las preocupaciones acabarán desquiciándote, así que será mejor que pienses algo y pronto. Tienes que tomar una decisión, Nick Corey, porque, si no, lamentarás no haberlo hecho».

Así que me puse a pensar y pensar, y luego pensé un poco más.

Llegué a la conclusión de que no sabía qué coño hacer.

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