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DÓNDE ESTAMOS
ОглавлениеTal como he comentado al inicio, estamos en un momento de desconcierto, de un exceso de cosas, de ruido que llena las cabezas y, al mismo tiempo, de una evidente pobreza. Esto es lo que observo. Estamos en medio de una crisis múltiple que afecta también al diseño, debido a la desmedida y la superabundancia de estímulos redundantes, que no ayudan a hacer progresar el diseño.
Quiero remarcar que no propongo «rediseñar el diseño», «refundarlo», «hacer tabla rasa», «reinventarlo», como ha sido expresado a menudo. Todo eso son grandes palabras, pero nada realistas. Mi hipótesis es menos brillante, aspira concretamente a hacerlo progresar. Lo cual no significa cuestionar lo que ha sido y es el diseño, sino reconducir y adaptar los principios y criterios adecuados partiendo del reconocimiento de la especificidad del diseño gráfico, es decir, las propiedades únicas de la disciplina, sus capacidades, fortalezas y valores enraizados en su propia trayectoria y en su cultura. Ese redescubrimiento de lo que hace la especificidad del diseño implica profundizar más allá de lo que es evidente. Hay que comenzar por aquí: por la conciencia de qué es, cómo es la herramienta de la expresión y la comunicación visual, y qué podemos hacer con ella en el marco actual de nuestra sociedad para hacerla progresar conjuntamente con el progreso del diseño.
La propuesta de posicionarnos cara a cara con la disciplina y sus efectos sociales implica la necesidad de distanciación para captar la totalidad en su contexto. Cara a cara significa desde fuera. Esta toma de posición es esencial y urgente. El problema fundamental es que el diseño ha creado un círculo vicioso en sí mismo y a su alrededor, que se ha instaurado como una estructura. Por eso, si queremos comprender verdaderamente el entramado de esta crisis, debemos franquear esa estructura en la que el diseño se halla encerrado. Ensimismado.
Desde dentro de la estructura es imposible comprender nada que se encuentre fuera de ella, descubrir otros puntos de vista. El pensamiento dentro del pequeño mundo del diseño, el estudio, el lugar de trabajo, el aula o la empresa se guía por parámetros que pertenecen a esos entornos: forman parte de ellos. Además, la demanda del mercado determina una lógica circular, del eterno retorno sobre sí misma, que contribuye a prolongar la situación. Por propia experiencia conozco bien esas leyes: lo que pida el cliente (el alumno) o el que lo contrata (la empresa). En esa estructura se reclaman vídeos (no textos), aprendizajes puntuales (dispersos, inconexos) y breves. Las preguntas son limitadas, de corto vuelo y fuera de contexto. Los temas que interesan y no fallan son siempre los mismos, las marcas, las tendencias, los logos, colores, tipografías y, prioritariamente, la computadora y los programas. También el tema de los concursos.
Mentalidad que empezó siendo de artistas, pasó a la de oficio, operador y tiende a funcionario del aparato.
Paso por alto los esfuerzos pioneros, iniciativas y logros que escapan a esa estructura no para negarlos, porque son tan reales como los otros. Pero esos esfuerzos, que son bien explícitos de su oportunidad, necesitan ampliarse, cohesionarse y propagarse. Y asimismo absorber esta necesidad de hacer progresar entre todos el diseño. No el diseño por el diseño, sino para que él contribuya al progreso de la sociedad hacia la búsqueda de un mundo mejor, al que algo podemos aportar.
La reflexión y el análisis de lo que es posible hacer para esos objetivos deberá tener en cuenta, como he sugerido más arriba, las posibilidades de la propia disciplina, ¿hasta dónde se puede llegar? Y asimismo, deberá tener presente la máxima de Labeyrie: «Cuando no se encuentra solución en una disciplina, la solución viene de fuera de la disciplina».
Desde la empatía con las necesidades de una sociedad desencantada y aterrorizada, que sin embargo aspira —y necesita— a adquirir conocimiento, cultura, educación, ¿qué puede hacer por su parte el diseño gráfico? Este es el planteamiento.
Avancemos en paralelo. Dejemos que sigan su camino aquellos que hacen lo habitual, los generalistas, porque no está reñido con lo nuevo —y ambos deberán coexistir—, ya que tan real es lo uno como lo otro. Y sigamos por la vía nueva de lo que es necesario asumir e implementar. No se trata de rupturas abruptas —por otra parte inviables—, sino de avanzar sobre lo que hay en busca de lo que realmente necesitamos que suceda.
Lo que hace falta es que los actores: profesionales, estudiantes, docentes, mediáticos y empresarios reflexionen sobre todo esto, pero no que lo hagan desde sus contextos particulares ni de sus rutinas, conscientes o no, que subyacen en los planteamientos de cada colectivo. El pensamiento circular —hay que repetirlo— gira continuamente sobre su propio eje, de dentro hacia dentro. Y versa sobre el oficio, las técnicas, las aplicaciones, las tendencias y los intereses particulares.
El diseñador gráfico, que a menudo se mira en el espejo del arte, tiene en el arte un buen ejemplo de esa necesaria mirada desde fuera. Había algo que nadie había percibido. Pero no fueron los del círculo del arte ni los intelectuales: los propios artistas, los estetas, los ismos, los críticos, los historiadores ni los iconólogos, sino los de fuera del ramo, los sociólogos, quienes vieron en las imágenes, más allá del arte, las épocas, las culturas, etc., las imágenes como hechos sociales, fenómenos de comunicación.
Fue el contacto de las obras con la realidad de quienes estudian la psicología del comportamiento lo que desveló la auténtica dimensión social del arte, que es su vida.
Curiosamente, mi trayectoria profesional del diseño ha seguido ese camino. Empecé a los catorce años (y en plena guerra civil española, un escenario de penurias que no hace falta describir) como «dibujante comercial» independiente, sin ningún estudio ni formación más que mi facilidad natural por el dibujo, y por la necesidad. Es esta la que empuja la creatividad. O sea que estuve años y años haciendo lo que podía, más o menos lo mismo que todos. Es decir, que llevo el diseño en el tuétano y lo amo. Paso a paso me hice más conceptista que ejecutor. A los cuarenta años descubrí la comunicación por intuición y por curiosidad, y me enamoré de ella porque reavivó mi instinto humanista. La comunicación pertenece a las ciencias humanas y sociales. Desde entonces entendí el diseño de otro modo, desde otra dimensión lejos del oficio, el estudio, la profesión. Y se produjo una fusión feliz entre la comunicación social y la comunicación visual.
La comunicación me enseñó a mirar desde el pensamiento científico, a tomar distancia, a observar y relacionar. Fue revelador penetrar en la estructura del funcionamiento, de las interacciones de las personas con las personas, las cosas, el entorno y, en síntesis, el comportamiento humano.