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3. El adorno: aspectos formales

Cada adorno suyo con gracia miente

En una composición del curioso azar o de un arte indolente.

Godfrey of Bullogne

Edward Fairfax

Hemos realizado hasta ahora la primera de las dos tareas enunciadas al comienzo del capítulo anterior, es decir, se han examinado los principales propósitos psicológicos y sociales del adorno. Podemos pasar, entonces, a la segunda parte: la descripción de las principales formas de adorno a través de las cuales se expresan estos propósitos, en especial, el considerado en último lugar.

Las maneras de adornarse pueden clasificarse muy convenientemente en dos categorías fundamentales: corporal y externa. El adorno corporal consiste en moldear o manipular el propio cuerpo; el adorno externo en agregarle ropa u otros objetos ornamentales. El adorno corporal no nos interesa demasiado en este trabajo; sin embargo, puede ser conveniente considerarlo brevemente, en tanto que: 1) los motivos que impulsan a esta forma de adorno son muy similares a los relacionados con el uso de la ropa; 2) las dos formas de adorno pueden tener en algunos casos una cierta interdependencia. Así, los aros de las orejas o de la nariz implican alguna mutilación de las partes del cuerpo correspondientes, y muchas formas de vestimenta europea han dependido para su pleno efecto de algún estrechamiento (es decir, deformación) de la cintura.

Para nuestros propósitos, las dos principales formas de adorno pueden considerarse según varias subcategorías, como las siguientes:

corporal

Cicatrización: embellecimiento por medio de cicatrices.

Tatuaje.

Pintura.

Mutilación.

Deformación («plástica corporal»).

externo

Vertical: tendente a aumentar la estatura aparente.

Dimensional: tendente a aumentar el tamaño aparente.

Direccional: acentúa los movimientos del cuerpo.

Circular (con forma de aro): que llama la atención sobre los contornos redondeados del cuerpo.

Local: que acentúa una parte especial del cuerpo.

Sartorial: embellece prendas ya existentes.

Cicatrización

Esta forma de adorno consiste en cicatrices hechas a propósito en la piel para embellecerla. Es una costumbre muy difundida entre ciertos pueblos primitivos, especialmente entre las tribus nativas de Australia. La figura 7 ofrece una buena idea de la extraña apariencia que las cicatrices pueden dar a la piel. Este adorno parece en realidad muy alejado de nuestros propios ideales de belleza, no obstante lo cual existen algunos ejemplos en la cultura occidental que pueden ayudarnos a comprender a los que admiran las cicatrices. Entre los pueblos guerreros, las cicatrices producidas en el campo de batalla han sido vistas a veces como un signo de honor y, por lo tanto, como señales que enaltecen, y no que denigran la apariencia humana. Hasta se ha hecho una distinción entre cicatrices «honrosas», las de la parte anterior del cuerpo, adquiridas presumiblemente al enfrentarse con gallardía al enemigo, y cicatrices «deshonrosas» en la parte posterior, porque se supone que evidencian una huida. En los tiempos modernos, el caso más notable de admiración de las cicatrices lo proporcionan los estudiantes de las universidades alemanas. En estas universidades el duelo ha sido considerado durante mucho tiempo como una honrosa forma de deporte, y las cicatrices así producidas llegaron a ser admiradas como signo de que su poseedor había gozado de la distinción de una educación académica. Esta noción puede parecer extraña y espuria porque, si el duelo es considerado como algo admirable, deberíamos esperar que los mejores duelistas recibiesen el mayor honor, y el objeto del duelo es infligir el daño más que recibirlo.

Tatuaje

Otra forma mucho más difundida de adorno es el tatuaje. Esto nos parece menos extraño y, en realidad, se encuentra en todas las gamas de la cultura. Es quizás la más artística de todas las formas de adorno corporal. El buen tatuaje puede ser realmente hermoso y, al mismo tiempo, produce el efecto de que el cuerpo aparezca menos desnudo disminuyendo así la necesidad de cubrirse; en alguna medida puede actuar como un equivalente psicológico de la propia ropa.

La pintura

Es otra forma de embellecimiento que se encuentra en todos los niveles culturales. De hecho, se han descubierto restos que indican definitivamente que la práctica de pintarse la piel fue empleada por pueblos prehistóricos. Los salvajes, en ciertas ocasiones especiales, se pintan completamente el cuerpo; por ejemplo, en períodos de duelo, a menudo se lo pintan de blanco. Otras veces el objetivo de pintarse parece ser el deseo de intensificar el color natural. Esto puede lograrse de dos maneras. En primer término, aplicando pintura de un color similar al de la superficie total, a fin de acentuar el matiz natural; es el caso del uso actual del colorete y del lápiz de labios por medio de los cuales se hacen más coloradas algunas partes rosadas del cuerpo, como las mejillas y los labios. En segundo término, el tono natural puede ser aumentado por contraste: si se pinta una parte de la piel de modo que contraste fuertemente con el color natural, éste parecerá más fuerte en el lugar donde no está pintado. Por esta razón algunos pueblos de piel negra usan pintura blanca para cubrir ciertas partes del cuerpo, siguiendo el mismo principio de las razas blancas, que usan lunares negros para aumentar la blancura de su piel.

Los métodos descritos hasta aquí son sólo superficiales. Los dos métodos restantes son más completos.

Mutilación

Consiste en la extirpación de alguna parte del cuerpo. Entre los nativos hay innumerables ejemplos: pueden hacerse agujeros en los labios, mejillas y orejas; pueden extirparse articulaciones de los dedos o arrancarse dientes; pueden practicarse operaciones en los órganos genitales, como la circuncisión o la subincisión. En muchos casos, tales mutilaciones se relacionan con las ceremonias de iniciación a las que se somete a los niños y niñas en la adolescencia, y recientes estudios psicoanalíticos1 indican que en su intención psicológica inconsciente dichas prácticas están estrechamente relacionadas con el «complejo de castración». Sea como fuere, la mutilación es considerada a menudo como un signo de que se ha alcanzado la edad adulta, tanto para los hombres como para las mujeres. En general, parece que la mutilación nos atrae cada vez menos a medida que entramos en la civilización.2 La única supervivencia que se encuentra entre los pueblos europeos es la perforación de las orejas de las mujeres para insertar los aros; pero incluso esta práctica está declinando.

Deformación

La última forma de adorno corporal es la deformación, o plástica corporal, si usamos el nombre más agradable que ha sido empleado por algunos autores para referirse a este asunto. Las partes del cuerpo que han sido sujetas en mayor medida a la deformación son los labios, las orejas, la nariz, la cabeza, los pies y la cintura. A veces, los labios y los lóbulos de las orejas se estiran hacia abajo y se hacen largos y pendulares por medio de pesos prendidos a ellos. En otros casos, se perfora o achata la nariz. La cabeza puede adoptar toda suerte de formas curiosas mediante estudiadas presiones ejercidas sobre el cráneo durante los primeros días de la infancia. Los pies se acortan o se estrechan y la cintura puede ser constreñida.

Sólo los dos últimos tipos de deformación han sido practicados por los pueblos civilizados. El ejemplo más notorio se encuentra en el acortamiento de los pies de las mujeres chinas, que se obtiene mediante una firme presión aplicada en la puntas del pie y el talón de las niñas pequeñas; el resultado es que los pies se tornan más arqueados, de tal manera que el talón es forzado por último a una posición muy cercana a la parte anterior de la planta del pie. Aunque tales prácticas no son aprobadas en las naciones occidentales, el gusto europeo prevaleciente por los zapatos largos y finos no tiene en cuenta de ninguna manera la forma del pie y, por lo tanto, también ha sido causa de su considerable deformación. Pero el caso más asombroso de plástica corporal en el mundo occidental es, sin duda, el que concierne a la cintura. Hasta hace unos pocos años, prácticamente todo libro que tratara de la vestimenta femenina desde el punto de vista moral o higiénico tenía una sección que explicaba, con la ayuda de alarmantes diagramas e ilustraciones, las consecuencias nefastas del «ceñido», sección que ahora confiere a todos esos libros un aire curiosamente antiguo. Pero el furor por la «cintura de avispa», al que asistimos desde hace no muchos años, no es de ninguna manera nuevo. Los antiguos habitantes de la Creta minoica que, como sabemos, habían alcanzado un alto grado de civilización más de dos mil años antes de Cristo, permitían la constricción de la cintura en ambos sexos, producida no por corsés sino por estrechos cinturones de metal (cf. fig. 8); y el ideal de la cintura estrecha ha sido responsable de una moda constantemente repetida entre las mujeres europeas durante los últimos siglos. En general y a pesar de ciertas excepciones sorprendentes, tales como las de los cretenses, la deformación es un tipo de embellecimiento al que parecen recurrir más las mujeres que los hombres, mientras que el tatuaje y la mutilación son más propios del sexo masculino.

Con respecto a las diferentes formas de deformación practicadas en diferentes partes del mundo, se ha dicho que hay una tendencia general a acentuar las características naturales de la raza en cuestión. En palabras de Darwin: «El hombre admira y a menudo trata de exagerar los caracteres que la naturaleza pueda haberle dado».3 Cuando los labios son gruesos y grandes, se les hace sobresalir más todavía; cuando la nariz es ancha, es achatada más aún. Las mujeres chinas tienen pies naturalmente pequeños, pero no contentas con esta distinción de la naturaleza, tratan de empequeñecerlos todavía más. La cintura esbelta es sin duda una característica específicamente europea, y parece que sólo entre los europeos existe la fatal atracción por la cintura de avispa.

Como sucede con la mutilación, a medida que la civilización avanza parece haber una tendencia general a abandonar la deformación como medio de embellecimiento, pero no parece haber ido tan lejos, como en el caso de aquélla. Nos resulta difícil imaginar cómo se pueden embellecer las manos quitándoles una articulación digital, o la boca, por la extracción de un diente; pero la repetición de la moda de la cintura de avispa en tiempos recientes parece demostrar que de ningún modo es imposible que volvamos a algún ideal similar de la forma femenina. Sin embargo, pasando revista a toda la evolución humana parece indudable que, a medida que la cultura avanza, las formas más drásticas, es decir, más brutales, del adorno corporal tienden a desaparecer.

Hay una forma de adorno corporal a la que no nos hemos referido de modo específico y que entra lógicamente en la categoría de mutilación o deformación aunque, en cierto modo, parece diferir tanto de éstas que es difícil situarla entre ellas. Me refiero al corte y arreglo del pelo y de las uñas. Cuando uno se corta el pelo, se afeita la barba o se arregla las uñas, ocurre una eliminación forzada y artificial de ciertas partes del cuerpo. Cuando uno se «arregla» el cabello (el equivalente psicológico del adorno corporal o sartorial) en diversos estilos, ya sea con la ayuda de instrumentos externos (peines, horquillas, etc.) o dándole alguna forma artificiosa, tiene lugar lo que estrictamente hablando es una deformación de esa parte del cuerpo. Las razones por las que tendemos a considerar estas manipulaciones artificiales como fundamentalmente diferentes de las mutilaciones o deformaciones referidas más arriba, parecen ser: 1) que en gran medida, en estos casos el arte sólo se anticipa a la naturaleza; los cabellos se caerían solos y las uñas se romperían, aunque no aceleráramos el proceso cortando y afeitando el cabello y emparejando las uñas; 2) que los procedimientos adoptados no tienen efectos permanentes o irrevocables. Incluso la más duradera de las «permanentes» desaparece y cabellos nuevos, no tratados, ocupan el lugar de los viejos; por el contrario, cuando se arrancan las puntas de los dedos o los dientes, estos no vuelven a crecer, y el ceñido de la cintura, si se practica regularmente, produce una modificación permanente de la figura natural y de las posiciones relativas de los órganos internos.

Esta última diferencia distingue también a la pintura de otras formas (permanentes) de adorno corporal. De cualquier modo, sea pertinente o no esta diferenciación, es indudable que nuestra actitud actual hacia la pintura y hacia el cuidado del cabello es diferente (en el sentido de su mayor tolerancia) de nuestra actitud hacia la mayoría de estas otras formas. De hecho, la popularidad alcanzada por la pintura y por la ondulación del cabello ha aumentado considerablemente en los últimos años. Sin embargo, aun aquí existe tal vez una tendencia a imitar aquello que pensamos que es la mejor expresión de la naturaleza, más que a intentar una forma de adorno que exagera o se opone violentamente a ella. Las implicaciones psicológicas de este deseo general de eliminar todas las desviaciones extremas de la naturaleza en el adorno corporal (suponiendo que tenemos razón en creer que existe este deseo) merecen ser señaladas aquí, aunque después hablaremos de ellas más extensamente. Esta creciente satisfacción por las formas más naturales de adorno y el correspondiente rechazo a lo burdamente artificial parece implicar que los seres humanos, a medida que avanzan culturalmente, son más aptos, en general, para aceptar el cuerpo tal como es, están más inclinados a encontrar belleza en su forma natural y menos predispuestos a encontrar agradables sus distorsiones o modificaciones violentas. Esta tendencia parece ser muy importante para toda la historia y el desarrollo del vestido, y servirá seguramente como guía a los que esperan, de un modo general, influir o predecir el curso futuro de la vestimenta humana.

Pasamos ahora a las formas externas de decoración.4

Vertical

La primera de ellas puede denominarse vertical. Su función es la de acentuar la postura erecta del cuerpo humano y aumentar su altura aparente. Este efecto puede alcanzarse mediante todos los adornos o prendas que cuelgan con holgura del cuerpo como cadenas, collares (particularmente los que llegan hasta el pecho) y largos aros colgantes; pero el más notable de todos estos efectos es tal vez el que produce la falda. La mayoría de nosotros ha tenido ocasión de observar que, si una mujer viste pantalones o un bombacho, parece más baja que cuando lleva falda. En efecto, ésta tiende marcadamente a aumentar la altura aparente del cuerpo y confiere una correspondiente dignidad. Pero tal aumento de estatura puede también lograrse por otros medios. Las botas y zapatos de tacón alto la aumentan realmente así como todos los tocados altos; al igual que el hennin medieval,

el colbac y el sombrero de copa de tiempos más recientes producen el mismo efecto. Probablemente la forma más temeraria de adorno de esta naturaleza se encuentre en las inmensas pelucas del siglo xviii. El cabello de las mujeres se enrollaba en una masiva estructura en forma de torre que se colocaba en la cima de la cabeza y a la que se agregaba cabello natural cuando era necesario y se empolvaba abundantemente para que pareciera más prominente por su blancura; todo este arreglo se coronaba con pequeñas figuras de hombres, animales, barcos, carruajes u otros objetos.

Dimensional

La siguiente forma de decoración es la dimensional. Su propósito es aumentar el tamaño aparente del que la usa y, por lo tanto, se parece en general a la forma de decoración vertical. De hecho y estrictamente hablando, la vertical debe considerarse sólo como una especie particular de la dimensional que, a causa de su peculiar importancia, conviene clasificar como un grupo aparte.

Nuevamente aquí, desde el punto de vista del incremento del tamaño, muchos de los más notables efectos pueden producirse con la falda. De hecho, esto se sobreentendía en lo que se señaló acerca de ella en el último capítulo, cuando nos ocupamos de la «extensión del yo corporal». De tiempo en tiempo, en la historia de la moda europea, la falda sufrió grandes cambios. Uno de los más notables aumentos de tamaño ocurrió durante el período del miriñaque, a mitad del siglo xix. Mirándolas desde nuestro actual punto de vista, estas prendas que estuvieron tan en boga pueden parecer ridículas más que impresionantes. Pero para una generación que valoraba la afectación y la presencia más que la elegancia o la eficiencia, parecían conferir —en virtud de su mero bulto— una cierta dignidad al sexo que las llevaba. De hecho, el miriñaque ha sido considerado como un símbolo de las dominación femenina,5 y en esa época eran muchas las bromas relacionadas con la dificultad que experimentaban los hombres para encontrar espacio en un cuarto ocupado por una cantidad de mujeres ataviadas de ese modo. La revista satírica Punch sugería que un leve aumento en el tamaño de estas extravagantes prendas habría obligado al caballero que desciende las escaleras con una dama a bajar peligrosamente por el otro lado de la baranda, ya que todo el ancho estaría ocupado por las voluminosas faldas de su compañera. Los tamaños relativos de los hombres y las mujeres de esa época sugieren inevitablemente una comparación con ciertas especies de insectos, como la mantis religiosa, cuyos machos son pequeños e insignificantes al lado de sus hembras magníficamente desarrolladas.

Las faldas también pueden aumentar el tamaño y la dignidad aparentes mediante el agregado de colas y, de hecho, las por lo general largas colas forman parte de los vestidos ceremoniales. Creo que la más larga fue la que usó Catalina II de Rusia en su coronación. No tenía menos de setenta metros de largo y se necesitaron quince personas para sostenerla. Se vio una copia de ella en un baile artístico de Chelsea, en el Albert Hall de Londres. Esta prenda fue una curiosidad más que un éxito sartorial porque es indudable que no logró su objetivo. Era demasiado vasta para percibirla como parte de quien la vestía y, lejos de aumentar su dignidad, parecía empequeñecer su tamaño. Esto ilustra el principio al que nos referimos en el último capítulo en el sentido de que existen límites en el uso oportuno de esas formas de adorno. La figura humana es susceptible sólo de una cierta cantidad de extensión aparente.

Otra forma muy común de decoración dimensional intenta producir un ensanchamiento de los hombros mediante el uso de hombreras. Esto se encuentra en particular en la vestimenta masculina. Los hombres desean parecer anchos de hombros por cuanto esto se asocia con la fuerza muscular; de ahí que muchas chaquetas masculinas tengan hombreras y muchos uniformes militares charreteras que aumentan claramente el ancho aparente del pecho. En la figura 10 puede observarse un caso de adorno primitivo con el mismo objetivo.6 También el relleno puede servir a veces para mejorar las deficiencias reales o imaginadas de otras partes del cuerpo. En un tiempo u otro, las piernas, caderas y pechos rellenados han desempeñado su papel en algún momento en la historia del traje europeo.

Direccional

Otra forma de adorno externo que han anticipado las consideraciones finales del capítulo anterior es la direccional. Esta tiende a destacar los movimientos del cuerpo, en particular, la dirección en la que el cuerpo avanza a través del espacio; los efectos producidos se deben principalmente a la inercia de la prenda, pero a veces también a la acción del viento. Toda prenda suelta o flotante o todo adorno colgante puede contribuir a este fin. La mayoría de las formas de adorno que pueden ser clasificadas como verticales cuando el cuerpo está quieto, se convierten en direccionales cuando está en movimiento.

Y esto nos recuerda la naturaleza inevitablemente arbitraria y provisional de la presente clasificación, o de cualquier otra; muchas formas de adorno pueden entrar ya en una, ya en otra de nuestras categorías, según las circunstancias.

Algunos de los efectos direccionales más notables se producen —una vez más— con ayuda de la falda, y a este respecto el lector puede recordar las figuras 1, 2 y 4. Sin embargo, también las plumas son muy útiles, especialmente cuando se llevan en la cabeza o en la parte inferior de la espalda, como acostumbran los indios norteamericanos. Lo mismo se aplica a las cintas y bandas e incluso al cabello, cuando se lleva largo y suelto. El típico yelmo griego, aguzado como la proa de un barco, tiene también un fuerte efecto direccional al sugerir el movimiento hacia adelante.

El principio tiene no sólo una aplicación positiva, sino también una negativa. No sólo el movimiento en sí, sino la restricción o ausencia de movimiento puede ser sugerida por los medios adecuados. Las prendas holgadas y flotantes que caen en amplios pliegues hasta los pies, traban necesariamente el movimiento e imposibilitan la marcha rápida. Obligan al individuo a adoptar un aire solemne y mesurado e imparten dignidad al sugerir que no tiene necesidad de apresurarse. La cola entra obviamente en esta categoría, lo mismo que la toga romana. De hecho, a menudo hay una cierta incompatibilidad entre las formas de adorno direccional y dimensional, como ya se insinuó antes al hablar del miriñaque. Pero si la prenda simplemente estorba, sin ser voluminosa, no logra el efecto del que se habla aquí. La falda estrecha tenía poca dignidad y evidentemente no tenía tal objetivo, sino que su propósito parecía ser sólo el de producir una impresión de delgadez, opuesto en alguna medida al que procura la forma dimensional de adorno.7

Circular (en forma de aro)

Esta difundida forma de adorno atrae la atención hacia los contornos redondeados del cuerpo, en especial hacia los miembros, que difieren notablemente de los de otros animales. Pueden usarse aros en muchas partes del cuerpo, pero en particular se usan alrededor de la cintura, los brazos, el cuello, las piernas y los dedos. Las formas más extravagantes de adorno con aros son, probablemente, las que se colocan alrededor del cuello. Muchos pueblos primitivos han usado adornos de este tipo que eclipsan, sea por su magnitud o por su aspecto grotesco, las grandes golas usadas por nuestros antepasados isabelinos. Las figuras 11 y 12 ilustran algunos casos notables en este sentido. Particularmente las dos mujeres birmanas que aparecen en la figura 12 tienen un estilo de vestimenta y de ornamentación que, juzgado desde nuestro punto de vista actual (debemos recordar que todos los puntos de vista son subjetivos), se aproximan al grado máximo de incomodidad y de fealdad. Por lo que vemos, sus cabezas se asoman con gran dolor desde la cima de su gran masa de collares; de hecho, parecen emular con éxito a las jirafas en su esfuerzo por usar tantas argollas como sea posible. Pero ellas están lejos de ser las únicas víctimas de una idea equivocada de la belleza. Stanley, por ejemplo, nos habla de un rey negro que obligaba a sus esposas a usar alrededor del cuello argollas de metal que pesaban en total entre veinte y cuarenta kilos.8

Puede notarse, además, que la incomodidad de tales aros metálicos en un clima cálido es aún más grande de lo que parece a primera vista ya que, expuestos al sol tropical, se calientan tanto que debe echárseles agua para poder soportarlos.

La figura 10 nos muestra, además de numerosas argollas alrededor de las piernas, una alrededor de las caderas, detalle que se registra con frecuencia entre los pueblos primitivos y que tiene una cierta importancia para el desarrollo del vestido, en la medida en que se puede considerar como la más primitiva de todas las prendas, a diferencia de otras formas de adorno. Tendremos oportunidad de volver a este punto en otro capítulo.9

Local

La siguiente forma de adorno externo tiene poco que ver, como lo indica su nombre, con el cuerpo como un todo. O bien atrae la atención hacia alguna de sus partes o bien se lleva por sus propios atributos de belleza como un objeto independiente, atractivo por su valor intrínseco (forma, color, brillo) o por su significado y por las asociaciones que implica. Entre las formas de adorno clasificadas en esta categoría figuran el uso de agujas, peines y joyas en el cabello, las piedras preciosas engastadas en los anillos, los broches elaborados, las hebillas, etc. Las insignias y los símbolos de rango o de dignidad se clasifican también aquí. A veces se incluyen las máscaras y, psicológicamente, estas son tal vez las más interesantes de todo el grupo, más a causa de sus aspectos sociales que estéticos. Cuando usamos una máscara cesamos en alguna medida de ser nosotros mismos; ocultamos a los demás tanto nuestra identidad como la expresión espontánea de nuestras emociones y, en consecuencia, no sentimos la misma responsabilidad como cuando nuestra cara está al descubierto; nos parece que, debido a nuestra irreconocibilidad y a la alteración de nuestra personalidad (persona = máscara), lo que hacemos mientras llevamos la máscara no puede reprochársenos cuando retomamos nuestra vida normal a cara descubierta. Por lo tanto, la persona enmascarada tiende a ser más libre y menos inhibida, tanto en sus sentimientos como en la acción, y puede hacer cosas que en otra situación le impediría el miedo o la vergüenza. De ahí que el bandolero, el ladrón y el verdugo hayan usado frecuentemente la máscara, y que un baile de máscaras permita expresiones menos restringidas de ciertas tendencias, especialmente las eróticas, de lo que es posible en otras situaciones. Si hablamos con una persona enmascarada, y no lo estamos nosotros, sentimos una clara desventaja. En alguna medida, cualquier prenda que tienda (como el velo) a ocultar la cara produce el mismo efecto, y aun las gafas o los anteojos pueden tener la misma consecuencia, ya que hacen más difícil de observar la dirección y los movimientos de la mirada. El autor debe confesar que siempre se siente un poco incómodo al hablar con mujeres cuyos sombreros cubren tanto sus frentes que ocultan más o menos sus ojos.

Artísticamente, esta forma local de adorno puede ser peligrosa, porque no se relaciona con la forma natural del cuerpo y porque, aunque los objetos individuales empleados como adorno puedan ser agradables en sí mismos, podrían no armonizar con el esquema general del adorno corporal. Aquí, como en otras esferas artísticas, el progreso (individual o racial) implica un creciente interés en un todo estético, ya se trate este todo de un cuadro, una composición musical o un atuendo. Por lo tanto, aunque el salvaje o el niño puedan encontrar un gozo ilimitado en los adornos locales sin tener en cuenta sus efectos en la apariencia general del que los lleva y en su vestimenta, el gusto refinado requiere una subordinación cada vez mayor del adorno local a las exigencias del efecto total del atavío. Aquí, nuevamente, nos encontramos con un principio general de gran importancia para cualquier consideración de la futura historia probable o deseable del vestido humano.

Sartorial

La última forma de decoración externa, de acuerdo con nuestra presente clasificación, es la sartorial. Consiste en el embellecimiento de las prendas ya existentes. Considerando que este embellecimiento imita en su mayor parte las formas ya mencionadas (vertical, dimensional, direccional, circular y local) no hay necesidad de tratarlo aquí por separado.

1. Reik, «Die Pubertätsriten der Wilden» en Probleme des Religionspsychologie, p. 59; von Winterstein, “Die Pubertätsriten der Mädchen und ihre Spuren im Märchen”, en Imago, 1928, vol. xiv, p. 199.

2. Tendencia que el psicoanálisis se inclina a considerar como una creciente represión de las tendencias activas subyacentes al complejo de castración.

3. The Descent of Man, p. 887. [El origen del hombre, Madrid, edaf, 1978.]

4. La clasificación adoptada aquí es la de Selenka, 89.

5. Cf. Fuchs, 44, vol. iii, pp. 203-204; y Fischel y von Boehn, 32, vol. iii, p. 73.

6. Obsérvese también en esta figura la sugerencia inconfundiblemente fálica del taparrabo.

7. Resulta interesante señalar de paso que esta prenda no es de ninguna manera nueva. Como la cintura de avispa, puede jactarse de ser muy antigua, ya que en dibujos de cuevas prehistóricas están representadas mujeres vestidas con faldas estrechas muy similares a las usadas antes de la primera guerra mundial.

8. Citado por Flaccus, 34.

9. Obsérvese también en la fig. 11 el efecto direccional de los complicados tocados.

Psicología del vestido

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