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Historia y

realidad

Durante aproximadamente los últimos diez años he llevado colgado de una cadena en el cuello un denarius de plata. En el siglo primero, esta moneda romana equivalía más o menos al salario de un día, aunque hoy vale un poco más. La mía lleva en una cara (el anverso) la efigie del emperador Tiberio, y en la otra (el reverso) la de su madre, Livia. Esto nos dice que la acuñaron en algún momento entre los años 14 y 37 d. C. (según parece, en la ceca de Lyon), dado que las fechas del reinado de Tiberio están firmemente establecidas.

En parte, llevo este trocito de historia romana por motivos sentimentales. Es la moneda a la que Jesús de Nazaret se refirió en una cita famosa (habló del nombre, no de mi moneda) cuando le preguntaron si los judíos de Judea tenían que pagar impuestos a Roma. “¿De quién es esta inscripción?”, preguntó señalando el denario. “De César”, respondieron todos a una. “Entonces dad a César lo que es de César”, respondió él, “y a Dios lo que es de Dios”. Es una respuesta muy astuta, que tiene todo tipo de consecuencias fascinantes para la separación entre Iglesia y Estado. Con el paso de los años, mi colgante antiguo ha provocado algunas conversaciones graciosas, normalmente cuando alguien me pregunta: “¿Qué llevas colgado al cuello? ¿Es un san Cristóbal o algo así?”.

UN PUENTE AL PASADO

Pero también llevo esa moneda por motivos más intelectuales. Para mí es un recordatorio poderoso de que el pasado antiguo es tan real y sólido (o fue otrora tan real y sólido) como ese trozo de metal que pende de mi cuello.

A menudo lo tomo entre los dedos y doy rienda suelta a la imaginación. Quizá entregaron esta moneda a un obrero tras su brutal jornada de doce horas en las minas de ceniza de Nápoles. O quizá un senador se la arrojó a sus músicos después de una ejecución especialmente lograda de “La canción de Sicilo” (todo un éxito en sus tiempos, con un estribillo que decía “disfruta de la vida mientras la tengas”). ¿Qué alimentos compró mi moneda? ¿Cuántas copas de vino bebió alguien a cambio de ella, en cuántas ciudades distintas? ¿Qué sórdidos negocios se pagaron con ella? ¿La robaron alguna vez? ¿Y quién fue el pobre desventurado que acabó perdiéndola en el lodo, de donde alguien la recuperó casi veinte siglos más tarde?

Por supuesto, podemos especular indefinidamente, pero lo que quiero decir es algo más fundamental: el trabajo, las vidas, los amores, la música, la comida, los escándalos y los accidentes del siglo I fueron en cierto momento tan reales como la moneda que llevo al cuello, y tan tangibles como todo lo que olemos, gustamos, palpamos, oímos y vemos hoy.


Mi moneda es una especie de puente al pasado. Sus inscripciones son una evidencia vívida del concepto que tenían los romanos de sus emperadores: las palabras en latín grabadas en los márgenes dicen divi Augusti filius, “hijo del dios Augusto” (el padre adoptivo de Tiberio).

El retrato es poco realista: cada emperador tiene un aspecto totalmente diferente, y según nuestra manera de pensar en su mayoría eran bastante feos. Si buscas “denario emperador Nerón” en Google me entenderás. Tiberio puso a su madre en el reverso de sus monedas, idealizada como la diosa Pax (la paz). Parece un acto de ternura, pero es algo más complejo. Es posible que él le debiera algún favor, porque abundaban los rumores de que ella se había “encargado” de un par de rivales potenciales. Más concretamente, su presencia en una moneda tan habitual subraya lo que dicen todos los escritos antiguos: aquella mujer era una participante de peso en la política de Roma, desde el momento en que se divorció de su primer marido para casarse con Augusto en el 39 a. C. hasta su muerte en 29 d. C. Estas son cosas que podemos afirmar con un alto grado de seguridad.

La historia es real. No hablamos de la Tierra Media o de “una galaxia muy, muy lejana”. Forma parte de la historia de este mismo planeta en el que vivimos hoy. Además, todos nosotros estamos biológicamente relacionados con las personas que vivieron en el mismo periodo (y puede que en el mismo lugar) y a las que estamos estudiando en este libro. Cada uno de nosotros tiene una tátara-, tátara- (repitámoslo unas cuarenta veces) abuela que vivió, trabajó, deseó, se lamentó y se rio en el mismo momento (a finales de la segunda década del siglo I) en que murió Livia, gobernaba Tiberio, Poncio Pilato incordiaba a los habitantes de Judea, Jesús enseñaba a las multitudes en Galilea y el prolífico escritor Plinio el Viejo (23-79 d. C) empezaba la escuela primaria.

LO QUE PUEDE DECIRNOS UN 1% DE EVIDENCIAS

La historia no es solo real: también es conocible. Por supuesto, no totalmente conocible. Probablemente hoy queda menos del 1% de los restos antiguos. Pero ese 1% basta para ofrecernos una visión muy valiosa de las vidas de los hombres y las mujeres del primer siglo. Prueba a hacer este experimento intelectual…

Imagina que unas personas que vivieran dentro de dos mil años excavasen en Londres y encontrasen el 1% de los diarios Daily Mail, un 1% de las estatuas y las inscripciones urbanas, un 1% de los tiques de Marks & Spencer, un 1% de los documentos del Parlamento en Westminster y un 1% de las cartas perdidas en el Centro Nacional de Devoluciones del Correo Real. Aunque para los historiadores del futuro buena parte de la vida en Londres en 2019 seguiría siendo una incógnita, hay muchísimas otras cosas que podrían descubrir fácil y fidedignamente.

Conoceríamos los nombres de bastantes de los líderes de Gran Bretaña y también del resto del mundo. Descubriríamos algunas de las cosas que la gente valoraba y quería recordar. Nos haríamos una idea del tipo de alimentos que tomaban las personas, cuánto costaban las cosas y, en general, cómo se gastaban el dinero los londinenses. Y gracias únicamente a una pequeña selección de documentos gubernamentales y de correspondencia privada obtendríamos una imagen bastante precisa de al menos algunas facetas de la vida en 2019.

Además de estas impresiones generales del Londres del siglo XXI, los historiadores del año 4019 tendrían retratos muy detallados de individuos concretos, algunos famosos y otros desconocidos. Como es lógico, podrían decir muchas cosas fiables sobre el Primer Ministro o sobre la reina, pero solo haría falta que se produjera el hallazgo casual de un puñado de cartas de unos pocos individuos para elaborar un relato detallado, íntimo incluso, de las vidas de los hombres y las mujeres ordinarios de esa época.

INCOMPLETO PERO ÍNTIMO

La historia antigua viene a ser así; nos frustra porque es incompleta, pero resulta notablemente íntima. Aunque, por ejemplo, disponemos de relatos biográficos formales de Tiberio, así como de monedas e inscripciones que llevan su nombre y su título, no tenemos ni un solo ejemplar de la correspondencia personal del emperador. Sin embargo, de un periodo ligeramente posterior se han conservado 121 cartas de Plinio el Joven (sobrino del Plinio mayor) dirigidas a diversos amigos y colegas, incluyendo un buen número de respuestas del emperador de su época (Trajano). Esas cartas son un valioso tesoro de imágenes entresacadas de los pensamientos, el trabajo, las cacerías, los hábitos de lectura, las vacaciones, los amores, las esperanzas y los temores de un aristócrata romano.

Por poner un ejemplo más cercano a los primeros cristianos, disponemos de una sólida evidencia general de que el rabino judío más influyente en la Judea romana fue un erudito llamado Hillel. Lamentablemente, no contamos con ninguna carta de este hombre, que fue, a decir de todos, un gigante intelectual del movimiento conocido como los fariseos.

Por el contrario, tenemos cerca de 30 000 palabras de la correspondencia de un joven fariseo (solo unas pocas décadas posterior a Hillel) llamado Saulo de Tarso. Es más conocido como “el apóstol Pablo”, autor de numerosas cartas contenidas hoy en el Nuevo Testamento. Estas cartas, aunque hoy se leen principalmente por su contenido teológico, nos ofrecen una enorme cantidad de información aleatoria sobre el lenguaje, la retórica, la religión, la historia social, los viajes y las costumbres (judías, griegas y romanas) del siglo I, además de sobre la vida interior de un hombre nacido judío, educado como griego, y responsable de propagar el mensaje cristiano por toda Asia Menor (Turquía), Grecia y más allá.

Podríamos añadir muchísimos más ejemplos como este durante el resto del libro, pero seguramente la idea ya ha quedado lo bastante clara. El pasado histórico es un lugar auténtico en el mapa de la experiencia humana, tan real como la moneda que pende de mi cuello, y aunque hay muchas cosas que nunca sabremos de la antigua Roma o Jerusalén, han sobrevivido suficientes documentos y objetos de aquel periodo como para proporcionarnos juicios firmes sobre muchas cosas del siglo primero, incluyendo aquellas que constituyen el epicentro de este libro.

CÓMO SABEMOS LO QUE SABEMOS

De la misma manera que los escritores Tácito y Suetonio nos legaron un estupendo material biográfico sobre Tiberio, al menos cuatro individuos escribieron la biografía de Jesús de Nazaret. Una vez más, igual que las numerosas cartas en latín de Plinio el Joven nos ofrecen una visión excelente de la vida y el pensamiento de un romano bien relacionado y de sus amigos, un puñado de cartas en griego que redactó Saulo (convertido en Pablo) ofrece evidencias detalladas de los inicios de lo que llegaría a llamarse “cristianismo”.

Por lo que respecta al método y al juicio históricos, no existe diferencia alguna entre estos dos ejemplos. La diferencia estriba simplemente en que las afirmaciones históricas sobre Plinio no vienen cargadas con un equipaje psicológico o emocional. Por ejemplo, ¿a quién le importa que Plinio recomendase llevar libros a las cacerías en el bosque por si el cazador se aburría? Por el contrario, los juicios históricos sobre la persona de Jesús, aunque sean igual de fáciles de emitir que los juicios sobre Plinio, vienen lastrados por un incómodo bagaje sobre Dios, la vida auténtica, el cielo y el infierno, y todo lo demás.

El truco consiste en realizar una evaluación histórica sin permitir que nuestras sensibilidades psicológicas o morales se interpongan en nuestro camino o nos desvíen del rumbo. El mero hecho de que no creamos, por ejemplo, en “el pecado” o “Dios”, no quiere decir que debamos dudar de la evidencia de que Jesús habló sobre el pecado y enseñó que Dios nos ofrece el perdón.

UN LIBRO DE HISTORIA

Este es un libro de historia; es un intento de explicar cómo sabemos algo sobre un personaje histórico como Jesús o Pablo, y también algo de lo que sabemos. Utilizo el verbo “saber” deliberadamente. Las conclusiones de la historia, incluyendo la historia de Jesús, son sabidas. Por eso a la historia se la solía llamar “ciencia”, procedente del latín scientia o “conocimiento”. Es un hecho evidente que quienes se especializan en este periodo, sea cual sea su afiliación religiosa o falta de ella, están aplastantemente de acuerdo en que sabemos bastantes cosas de Jesús. La conclusión de E. P. Sanders, de Duke University, en su obra clásica La figura histórica de Jesús, sería aceptable para la mayoría de los expertos seculares que trabajan actualmente en este campo:

No existen dudas sustanciales sobre el curso general de la vida de Jesús: cuándo y dónde vivió, aproximadamente cuándo y dónde murió, y el tipo de cosas que hizo durante su actividad pública. 3

A Sanders no le gusta la apologética cristiana ni la teología disfrazada de historia. Este erudito, que durante los últimos treinta años ha sido uno de los líderes seculares en el estudio de Jesús, no tiene ningún reparo en rechazar esta o aquella porción del Nuevo Testamento. Sin embargo, piensa acertadamente que los Evangelios y las epístolas de Pablo son fuentes humanas importantes, cruciales para la comprensión correcta de los sucesos que tuvieron lugar en Galilea y en Judea bajo gobierno romano durante la segunda y tercera décadas después de Cristo, la época en que gobernaba Tiberio, cuando falleció su madre, Livia, cuando Plinio (el Viejo) estaba aprendiendo a leer y cuando alguien acuñó la moneda que llevo colgada al cuello.

En resumen

Los acontecimientos históricos fueron en otro tiempo tan reales como las experiencias que tenemos hoy. Lo cierto es que no difieren de los eventos de ayer. Esos sucesos ya no están aquí (en cierto sentido, “aquí” no hay nada excepto el presente inmediato), pero son hechos sólidos dentro del mismo mundo en que vivimos. La investigación histórica es la ciencia y el arte de discernir cuántos de esos sucesos tangibles del pasado se pueden saber hoy.

Lecturas

Jesús y el denario, del Evangelio de Marcos

Y le enviaron algunos de los fariseos y de los herodianos, para que le sorprendiesen en alguna palabra. Viniendo ellos, le dijeron: Maestro, sabemos que eres hombre veraz, y que no te cuidas de nadie; porque no miras la apariencia de los hombres, sino que con verdad enseñas el camino de Dios. ¿Es lícito dar tributo a César, o no? ¿Daremos, o no daremos? Mas él, percibiendo la hipocresía de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Traedme la moneda para que la vea. Ellos se la trajeron; y les dijo: ¿De quién es esta imagen y la inscripción? Ellos le dijeron: De César. Respondiendo Jesús, les dijo: Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Y se maravillaron de él.

MARCOS CAPÍTULO 12, VERSÍCULOS 13 AL 17.

(MARCOS 12:13-17).

El entorno histórico del Evangelio de Lucas

En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados.

LUCAS CAPÍTULO 3, VERSÍCULOS 1 AL 3.

(LUCAS 3:1-3).

Carta del gobernador romano Plinio el Joven a su esposa, Calpurnia

No te puedes imaginar cuánto te echo de menos. Te quiero muchísimo, y no estamos acostumbrados a estar separados, así que me paso buena parte de la noche pensando en ti, y por el día descubro que mis pies me arrastran (un verbo certero, “arrastrar”) a tu cuarto a las horas en que solía visitarte; al hallarlo vacío me voy, tan enfermo y triste como un amante a quien se le cierra la puerta. El único momento en que me veo libre de esta angustia es cuando estoy en el tribunal, agotándome con los pleitos de mis amigos. Te puedes hacer así una idea del tipo de vida que llevo si encuentro mi descanso en el trabajo y mi distracción en los problemas y las angustias.

Plinio, Cartas, 6.


3. E. P. Sanders, The Historical Figure of Jesus (Penguin Books, 1993), p. 11.

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