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1 EUROPA ANTIGUA Y MEDIEVAL
ОглавлениеLa civilización europea es especial porque es la única que se ha impuesto al resto del mundo. Lo hizo por medio de la conquista y la colonización, el poder económico y la fuerza de sus ideas, y porque tiene cosas que todo el mundo quiere tener. En la actualidad, cualquier país de la tierra usa los descubrimientos científicos y la tecnología que de ellos se deriva, pues la ciencia fue una invención europea.
En sus inicios, la civilización europea se fundó sobre tres pilares:
1) La cultura de las antiguas Grecia y Roma.
2) El cristianismo, una extraña secta del judaísmo.
3) La cultura de las tribus germánicas que invadieron el Imperio romano.
La civilización europea fue una amalgama de culturas: la importancia de este hecho se hará patente más adelante.
Al buscar los orígenes de nuestra filosofía, arte, literatura, matemáticas, ciencia, medicina y pensamiento político nos tenemos que retrotraer a la Grecia clásica, pues su legado está presente en todas estas actividades intelectuales.
En sus días de gloria, Grecia no era un Estado. Era más bien un conjunto de pequeños Estados (ciudades-Estado se las suele denominar hoy día). Había una única ciudad con una extensión de tierra a su alrededor, y todos podían llegar a la ciudad en una caminata de un día. Los griegos querían pertenecer a un Estado de la misma manera que a nosotros nos apetece pertenecer a un club: por afinidad. Las primeras democracias surgieron en esas pequeñas ciudades-Estado. La democracia no era un régimen representativo; no se elegía a los miembros del Parlamento. Todos los ciudadanos varones se reunían en una plaza para hablar sobre asuntos públicos, para aprobar las leyes y para votar sobre asuntos políticos.
Ciudades y colonias de la antigua Grecia. La civilización griega se extendió a través de colonias agrarias y comerciales en torno al Mediterráneo y el mar Negro.
Ciudades y colonias de la Grecia clásica c. 550 a. C.
Debido al aumento de población de las ciudades-Estado, mucha gente emigró para fundar colonias en otras regiones del Mediterráneo. Hubo colonizaciones griegas en la actual Turquía, en la costa del norte de África, incluso en el lejano occidente de España, el sur de Francia y el sur de Italia. Y fue precisamente allí —en la península Itálica— donde los romanos, que aún eran un pueblo muy atrasado, habían fundado una pequeña ciudad-Estado llamada Roma. Fueron los primeros en conocer a los griegos, de quienes comenzaron a aprender.
Con el tiempo, los romanos construyeron un imperio inmenso que llegó a incluir Grecia y todas las colonias griegas.
Extensión del Imperio romano hacia el siglo II d. C.
El Imperio romano c. 100 d. C.
En el norte, las fronteras eran dos grandes ríos, el Rin y el Danubio, aunque a menudo los sobrepasaban. En el oeste estaba el océano Atlántico. La actual Inglaterra formó parte del Imperio romano, pero no así Escocia ni Irlanda. Al sur estaban los desiertos del norte de África. Hacia el este, la frontera era más incierta al haber imperios rivales. El Imperio romano rodeaba el mar Mediterráneo e incluía solo una parte de la Europa actual y mucho de lo que hoy no es Europa: Turquía, Próximo Oriente y norte de África.
Los romanos eran militarmente mejores que los griegos. También eran mejores que los helenos en lo relacionado con las leyes, con las que dirigieron su imperio. Los romanos destacaron más que los griegos en ingeniería, que era útil tanto para guerrear como para dirigir un imperio. Pero en todo lo demás reconocían que los griegos eran superiores y los copiaron con fervor. Un miembro de la élite romana hablaba griego y latín, la lengua de los romanos; enviaba a su hijo a la Academia de Atenas o contrataba un esclavo griego para que le diera clase en casa. Así que cuando decimos que el Imperio romano era grecorromano es quizá porque los mismos romanos lo quisieron de esa manera.
La geometría es la forma más eficaz para demostrar lo inteligentes que fueron los griegos. La geometría que se enseña en nuestras escuelas es griega. Muchos tal vez lo han olvidado, así que conviene comenzar por lo esencial. La geometría funciona del siguiente modo: empieza con sencillas definiciones que luego se van ampliando. El origen es el punto, con el que los griegos definen aquello que tiene espacio pero no magnitud. Es evidente que un punto en una página posee magnitud y anchura, pero la geometría es un ejemplo de un mundo irreal, de un mundo puro. En segundo lugar, una línea tiene longitud pero no amplitud; luego tenemos la línea recta que se define como la línea más corta entre dos puntos. A partir de estas tres definiciones se establece la descripción del círculo como una línea que organiza una figura cerrada. Pero ¿de qué modo se realiza la circunferencia? Si se piensa en ello, la circunferencia es muy difícil de definir. Se describe como un punto dentro de esa figura, un punto desde donde las líneas rectas dibujadas en la figura siempre serán de una misma longitud.
Además de los círculos, hay líneas paralelas que se extienden indefinidamente sin unirse, y también hay todo tipo de triángulos, cuadrados, rectángulos y otras figuras regulares. Estos objetos están bien definidos al estar compuestos por líneas. Sus rasgos son visibles y resulta posible analizar sus intersecciones y superposiciones. Todo se comprueba desde lo establecido previamente. Por ejemplo, utilizando como referencia las líneas paralelas, se puede demostrar que los ángulos del triángulo suman un total de 180 grados (véase el cuadro de la siguiente página).
La geometría es un sistema simple, elegante, lógico, muy satisfactorio y hermoso. ¿Hermoso? Los griegos lo encontraban hermoso y, al entenderlo así, tenemos una pista de cómo pensaban. Y es que los griegos hicieron geometría no solo como un ejercicio, que es como la estudiamos en el colegio, ni tampoco por sus utilidades prácticas en la topografía o en la navegación. Los helenos veían la geometría como una guía a la naturaleza esencial del universo. Cuando miramos a nuestro alrededor nos fascina la variedad de los objetos observados: diferentes formas, distintos colores. Una gran cantidad de objetos aparece simultáneamente: aleatoria y caóticamente. Los griegos creían que había una sencilla explicación para todo eso. Bajo toda esta variedad tiene que haber algo simple, regular, lógico que lo explique todo. Algo parecido a la geometría.
Los griegos no estudiaban ciencia como nosotros, con hipótesis y pruebas mediante experimentación. Estaban convencidos de que si se reflexionaba adecuada e intensamente se obtendría la respuesta correcta. Así que trabajaban con un sistema de inspiradas conjeturas. Un filósofo griego dijo que toda materia estaba hecha de agua, afirmación que corrobora lo desesperados que estaban los griegos por hallar una respuesta sencilla. Otro filósofo dijo que toda materia estaba hecha de cuatro elementos: tierra, fuego, aire y agua. Otro filósofo dijo que toda materia estaba hecha, en realidad, de pequeñas partículas a las que denominó átomos, y dio en el clavo. Elaboró una inspirada hipótesis a la que se volvería en el siglo XX.
Hace cuatrocientos años se inició la ciencia que hoy conocemos. Dos mil años después de los griegos, la ciencia moderna comenzó a cuestionar las teorías de la ciencia griega, que hasta entonces había sido la máxima autoridad. Pero cuestionó a los griegos siguiendo la intuición helena de que las respuestas debían ser sencillas, lógicas y matemáticas. Y eso fue precisamente lo que afirmaron Newton, el gran científico del siglo XVII, y Einstein, el gran científico del siglo XX: a saber, que únicamente se acerca uno a la respuesta correcta si la solución es sencilla. Ambos fueron capaces de dar respuestas a través de ecuaciones matemáticas que describían cómo es y cómo se transforma la materia.
GEOMETRÍA EN ACCIÓN
Las líneas paralelas no se unen. Podemos definir esta característica señalando que una línea dibujada en medio de las paralelas creará ángulos alternativos que son iguales. Si no fueran iguales, las líneas estarían juntas o se separarían, es decir, no serían paralelas. Utilizamos letras del alfabeto griego para identificar el ángulo (en el diagrama de la izquierda, a señala dos ángulos iguales). La utilización de las letras del alfabeto griego para las indicaciones geométricas nos recuerda sus orígenes. Aquí utilizamos las tres primeras letras: alfa, beta y gamma.
A partir de esta definición podemos calcular la suma de los ángulos en un triángulo. Ponemos el triángulo ABC a la derecha en dos líneas paralelas: saber cómo poner en juego lo que se conoce para resolver lo que se desconoce es el argumento de la geometría. El ángulo a en el punto A tiene un ángulo igual al del punto B, los dos son ángulos suplementarios trazados en líneas paralelas. Asimismo, el ángulo γ en el punto C tiene un ángulo igual al del punto B. La línea paralela más alta del punto B ahora está creada a partir de tres ángulos: a + β + γ. Todas unidas forman una línea recta, y sabemos que las líneas rectas forman un ángulo de 180 grados.
Así que a + β + γ = 180 grados. Hemos calculado, utilizando líneas paralelas, que la suma de los ángulos internos del triángulo es también a + β + γ. Así, la suma de los ángulos internos del triángulo es de 180 grados.
Hemos utilizado líneas paralelas para demostrar algo sobre los triángulos.
Los griegos erraron a menudo de forma estrepitosa con sus hipótesis. También podrían haberse equivocado con su intuición fundamental de que las respuestas debían ser sencillas, matemáticas y lógicas, pero resultó que estaban en lo cierto. Este es el gran patrimonio que la civilización europea aún debe a los griegos.
¿Podemos explicar por qué los griegos eran tan inteligentes? No creo que se pueda. Los historiadores son competentes para explicar hechos, pero cuando se acercan a los grandes hechos —por ejemplo, por qué en aquellas pequeñas ciudades-Estado hubo mentes tan lógicas, tan ágiles y tan penetrantes— no cuentan con una explicación convincente. Lo único que pueden hacer los historiadores, como el resto del mundo, es preguntar.
Aquí nos hallamos ante otro milagro. Llegamos al segundo elemento de la diversidad europea. Los judíos creían que existía un solo dios. Este era un punto de vista inusitado. Los griegos y los romanos creían que había más de un dios. Los judíos tenían una creencia aún más extraordinaria, que ese único Dios protegía al pueblo judío. Por ese motivo, se consideraban el pueblo elegido. En Éxodo, los judíos deciden preservar la ley de Dios. Los fundamentos de la ley eran los Diez Mandamientos, entregados a los judíos por Moisés, quien los liberó de su cautividad en Egipto. Los cristianos hicieron suyos los Diez Mandamientos, que han sido la base de la enseñanza moral en Occidente hasta nuestros días. La gente los conocía por su número. Por ejemplo, alguien podía no infringir nunca el octavo mandamiento, pero a veces infringía el séptimo. He aquí los Diez Mandamientos tal como se recogen en el capítulo 20 del Éxodo.
Entonces pronunció Dios todas estas palabras diciendo: Yo, Yavé, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre.
No habrá para ti otros dioses frente a mí.
No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra.
No tomarás el nombre de Yavé, tu Dios, en vano, pues Yavé no dejará sin castigo a quien toma su nombre en vano.
Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todo tu trabajo, pues en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo día descansó. Por eso bendijo Yavé el sábado y lo santificó.
Honrarás a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que Yavé, tu Dios, te da.
No matarás.
No cometerás adulterio.
No robarás.
No darás testimonio falso contra tu prójimo.
No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo.
Los Diez Mandamientos eran solo el comienzo de la ley moral. Los judíos tenían un sistema de ley complejo y detallado que incluía el derecho penal —crimen, propiedad, herencia, matrimonio— y también la dieta, la higiene, el funcionamiento doméstico y cómo realizar sacrificios a Dios en el templo.
Aunque los judíos creían que eran el pueblo elegido, no podían dormirse en los laureles. A menudo eran humillados, conquistados y empujados al exilio, pero no dudaban de que Dios existía y les protegía. Pensaban que si ocurría una catástrofe era porque no habían obedecido bien la ley divina y, por tanto, habían ofendido a Dios. Y es que, tanto en el judaísmo como en el cristianismo, la religión y la moral están estrechamente relacionadas, lo que no ocurre con otras religiones. Los romanos y los griegos tenían dioses que actuaban de forma inmoral, tenían aventuras amorosas y se atacaban entre sí. En la religión romana, los dioses podían castigar, pero normalmente no por una afrenta moral, sino por no haber hecho suficientes y adecuados sacrificios.
Jesús, el fundador del cristianismo, era judío y sus seguidores también lo eran. En tiempos de Jesús, los judíos no tenían el control de su país. Judea era una remota provincia del Imperio romano. Algunos de los seguidores de Jesús le consideraban un líder de la revuelta contra Roma. Sus adversarios intentaron sacarle una declaración en ese sentido. Le preguntaron si debían pagar impuestos a Roma. «Dadme una moneda —dijo Jesús—, ¿de quién es la imagen?». «Del César», respondieron. Jesús entonces dijo: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».
Jesús conocía perfectamente la ley de los judíos y muchas de sus enseñanzas se desarrollaron apoyadas en ella. Parte de estas recogen lo esencial de la ley judía. Esta fue una de sus máximas: ama al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y ama a tu prójimo como a ti mismo.
No está claro si Jesús decía que se había de tomar lo esencial de su mensaje y olvidar los detalles. O si los detalles eran relevantes —sobre higiene, sacrificio y demás— pero lo esencial era una guía para enfrentarse a lo más importante. Los estudiosos discuten hasta qué punto Jesús permaneció en el judaísmo o si rompió con él, pero una cosa está clara: propagó la ley antigua de los judíos de un modo que resultaba muy exigente y difícil de seguir. Baste considerar lo que dijo sobre amar a los enemigos en el Sermón de la Montaña, como recuerda el capítulo 5 del Evangelio de Mateo:
Le dijeron a nuestros antepasados: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan. Solo así seréis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol para los buenos y para los malos, y envía la lluvia tanto a los sinceros como a los falsos. Porque si solo amáis a los que os aman, ¿qué recompensa podéis esperar? Seguramente eso también lo hacen los recaudadores de impuestos [los odiados recaudadores de impuestos romanos]. Y si solo saludáis a vuestros hermanos, ¿qué hay de especial en ello? Hasta los paganos lo hacen. Vosotros, pues, sed todo bondad, al igual que vuestro Padre celestial es bondadoso.
Con esta declaración, Jesús transformó el código judío en un sistema de amor universal.
En aquellos tiempos Jesús era uno de los muchos maestros y profetas que había. Todos ellos eran sospechosos a los ojos de los dirigentes de la religión judía; en el caso de Jesús, esos dirigentes religiosos colaboraron con los romanos para que el nazareno fuera ejecutado. Pero Jesús se diferenció de los otros profetas en que resucitó tras su muerte, o al menos eso creyeron sus seguidores. Así pues, Jesús no era solo un maestro, un profeta o un buen hombre, que probablemente es lo que creen muchos creyentes cristianos hoy día. Sus seguidores estaban convencidos de que era el hijo de Dios y que un suceso de relevancia cósmica había ocurrido durante la crucifixión de Jesús. Dios se había inmolado para salvar a la humanidad de su condena, una consecuencia del pecado original del primer hombre, que trajo el mal al mundo. Quien cree en Cristo se salva, pues tras su muerte no es condenado al infierno, sino que está eternamente con Dios en el cielo.
¿Era esta religión solo para los judíos o para todo el mundo? Tras la muerte de Jesús esta cuestión dividió a sus discípulos en dos bandos. Los tradicionalistas decían que uno se convertía en cristiano solo si antes se convertía en judío y obedecía todas y cada una de las rigurosas normas impuestas en el Antiguo Testamento. Eso incluía la circuncisión, que para los hombres adultos era una intervención dolorosa. Si los cristianos primitivos hubieran tomado ese camino, el cristianismo habría sido una pequeña secta del judaísmo y probablemente habría desaparecido o nunca habría alcanzado relevancia. Ganaron los del bando contrario, que sostenía que el cristianismo era realmente una nueva religión. No era necesario convertirse primero en judío, se podía dejar de lado la ley antigua, pues Cristo nos había liberado de todo eso. Su doctrina sobre el amor superaba todo lo regulado por la ley judía. Este fue el punto de vista de Pablo, el primer gran propagador de la Iglesia cristiana y, según algunos, el fundador del cristianismo, porque cuando Jesús murió la fe cristiana era solo un asunto de judíos. Jesús era judío, sus discípulos también y algunos de ellos querían que todo siguiera siendo así. Fue Pablo el que con claridad dijo que aquella era una religión para todo el mundo. A partir de entonces el cristianismo se convirtió en una religión universal. Durante los siguientes trescientos años, la religión cristiana se extendió por todo el Imperio romano.
El tercer grupo decisivo en la formación de la diversidad europea lo formaban los guerreros germánicos que invadieron el Imperio romano. Vivían en sus fronteras septentrionales hasta que en el siglo V las rebasaron para invadir ese territorio. Hacia el año 476 d. C. destruyeron la parte occidental del Imperio romano, en los actuales territorios de Francia, España e Italia, lugares donde empezó a fraguarse la diversidad de la civilización europea.
Los germánicos eran iletrados y no dejaron ningún documento, por eso tenemos poca información sobre ellos antes de su invasión. El mejor informe —probablemente no de primera mano— fue escrito por el historiador romano Tácito en el siglo I de nuestra era. Describió de esta manera a los jefes tribales y a sus compañeros de armas, que solo vivían para la guerra:
En el campo de batalla es vergonzoso para el jefe verse superado en valor y para sus compañeros de armas no igualar en valor al jefe. Pero lo infame y deshonroso para toda la vida es retirarse de la batalla habiendo sobrevivido al jefe. Para ellos, la lealtad consiste en defender al jefe, protegerlo y realizar actos de heroísmo a su servicio. El jefe lucha por la victoria; sus hombres luchan por él. Si el territorio en el que han nacido comienza a embotarse a causa de la paz, muchos jóvenes nobles buscan deliberadamente otras tribus que estén en guerra. Porque los germanos no saben apreciar la paz. Consideran que la fama es más fácil de ganar entre peligros, y que no se puede mantener un numeroso grupo armado si no es por la violencia y la guerra. Los guerreros se pasan el día demandando cosas a sus jefes, como un buen caballo para la guerra o una lanza ensangrentada y victoriosa. El rancho, abundante aunque sencillo, forma parte de la soldada. Un desprendimiento que se alimenta con la guerra y el botín. Es más difícil persuadir a un germano de que are la tierra y espere la recompensa de la cosecha que convencerle de enfrentarse a un enemigo para ganar la gloria con sus heridas. Piensa el germano que es de gente vulgar y timorata adquirir con sudor lo que puede lograrse con sangre.
Trescientos años más tarde a las palabras de Tácito, estos pueblos invadieron el Imperio romano.
Hemos abordado los tres elementos y ahora los voy a resumir. Desde el punto de vista de los griegos, «el mundo es sencillo, lógico y matemático». Desde el punto de vista de los cristianos, «el mundo es malvado y solo Cristo puede salvar». El punto de vista de los guerreros germánicos es que «la vida es lucha». Es esta inusitada mezcla la que va a fraguar la civilización europea.
¿Qué es lo que relaciona estos tres elementos? En primer lugar, debemos considerar los vínculos del cristianismo con el mundo grecorromano. Las autoridades romanas intentaron en varias ocasiones acabar con el cristianismo. Prohibieron los libros sagrados, confiscaron las propiedades de la Iglesia, arrestaron y torturaron a los cristianos y ejecutaron a aquellos que se negaban a renegar de Cristo.
Por lo general, los romanos eran muy tolerantes. Dirigían un imperio formado por diversas razas y religiones. Si se mantenía la paz, los romanos estaban dispuestos a dejar que cada cual fuera a la suya. Uno podía practicar su propia religión siempre y cuando hiciera sacrificios en honor del emperador, pues los romanos creían que el emperador era algo similar a un dios. El sacrificio que se exigía era una nimiedad. Podía consistir en encender una llama en un candil delante de una imagen o una escultura del emperador. Se tomaba un puñado de sal y se echaba sobre la llama, que se reavivaba. Eso era suficiente. Era como el actual saludo a la bandera o cantar el himno nacional. Los cristianos no realizaban este ritual porque, al igual que los judíos, afirmaban que solo obedecían a un dios y no consideraban que el emperador lo fuera. Normalmente, los romanos excusaban a los judíos de no rendir honores al emperador. Se les consideraba molestos e irascibles, pero fáciles de identificar, ya que eran un antiguo pueblo con su templo y su dios, y ocupaban solo un trecho del imperio. En cambio, los cristianos eran acólitos de una religión nueva, y cualquiera podía ser cristiano en cualquier lugar. Los romanos veían a los cristianos como una fuerza subversiva y pensaron que había que eliminarlos. Podrían haberlo logrado si hubieran perseverado en su afán persecutorio.
Entonces se obró un milagro. El emperador Constantino se convirtió al cristianismo en el 313 d. C. y al menos dio apoyo oficial a las iglesias cristianas. Pensó que su dios le protegería y que el Imperio romano sería mejor que cualquier otro. Cuando el cristianismo aún no era una fe mayoritaria, el jefe del Estado la abrazó, donó dinero a las iglesias y respaldó el gobierno de los obispos. Cincuenta años más tarde, otro emperador cristiano ilegalizó el resto de las religiones. Cuatrocientos años después de que Jesús propagara su doctrina en una conflictiva y remota provincia del Imperio romano, el cristianismo se había convertido en su religión oficial y única. Ahora los obispos y los sacerdotes iban en procesión a ciudades y pueblos para destruir los templos paganos. Este es el primer vínculo entre los tres elementos: «el Imperio romano se hizo cristiano».
Constantino (272-337), emperador romano que dio apoyo oficial al cristianismo en el año 313 d. C.
Estatua de Constantino. Museo Capitolino, Roma.
A estas alturas, la Iglesia era ya muy diferente de lo que había sido en tiempos pretéritos. Al principio, los grupos de cristianos se reunían en casas particulares. Tres o cuatro siglos más tarde había una completa jerarquía de funcionarios volcados totalmente en su labor. Eran los sacerdotes, los obispos y los arzobispos. Uno de los obispos —el de la ciudad de Roma— se las ingenió para que le nombraran papa y así gobernar sobre toda la Iglesia. Esta tenía sus propias leyes, sus propios tribunales y sus prisiones para hacer cumplir su legalidad. La Iglesia gobernaba en casi todos los ámbitos importantes, como el matrimonio y la herencia, no solo los asuntos propiamente eclesiásticos. Creó y aplicó su propio sistema de impuestos, ya que todo el mundo estaba obligado a pagar dinero para sostenerla.
Al derrumbarse el Imperio romano, la Iglesia sobrevivió, pues era como un gobierno en sí misma. El papa era una figura equivalente al emperador romano, al controlar jerárquicamente al clero bajo su mando. Y aquí se halla el segundo vínculo en la formación de la diversidad europea: «la Iglesia se hace romana».
Después de la caída del Imperio romano, la Iglesia conservó el saber de Grecia y Roma (lo que ya había comenzado a hacer antes). Fue un paso adelante increíble, ya que todos los escritores, filósofos y científicos de las antiguas Grecia y Roma eran paganos, no cristianos. ¿Por qué a la Iglesia cristiana tendría que importarle eso? Hubo un grupo en la Iglesia cristiana primitiva que opinaba que los escritos de aquellos autores eran falsedades y que la única verdad estaba en Cristo. «¿Qué tienen que ver Atenas y Jerusalén?», se preguntó Tertuliano. Pero ese punto de vista no prevaleció.
Los cristianos no habían puesto en marcha su propio sistema de educación, por lo que comenzó a organizar y a sistematizar sus creencias confiándose a la gente culta que se había impregnado de la tradición grecorromana. Se utilizaron la filosofía y la lógica griegas para explicar y defender el cristianismo. Los eruditos cristianos creían que las obras de los grandes filósofos y moralistas de Grecia y Roma atesoraban ciertas dosis de verdad, aunque obviamente pensaban que solo el cristianismo era la verdad absoluta. Los filósofos griegos podían ser utilizados como guías hacia la consecución de la verdad y para debatir sobre ella. De ese modo, aunque eran autores paganos, la Iglesia conservó y utilizó sus escritos. Este es el tercer vínculo: «la Iglesia conserva el saber griego y romano».
Cuando los germánicos invadieron el Imperio romano no tenían intención de destruirlo. Su propósito era saquear, hacerse con las mejores tierras, establecerse y disfrutar de las cosas buenas de la vida. No les importaba admitir las normas de gobierno del emperador. Pero el problema adquirió su verdadera dimensión cuando en el siglo V llegaron tantos germanos y conquistaron tantas tierras que no quedó territorio que el emperador pudiera regir. De hecho, el Imperio romano llegó a su fin porque ya no había nada que administrar.
Por su parte, los guerreros germánicos se encontraron con que debían dirigir las sociedades que habían invadido, algo con lo que no contaban, y lo tuvieron que hacer en circunstancias de enorme dificultad. Eran iletrados, en el caos que causaron se derrumbó lo poco que quedaba de la administración romana, y el comercio y las ciudades decrecieron. Los jefes tribales se convirtieron en reyes y crearon pequeños reinos; lucharon entre ellos, por lo que los reinos emergían y caían con suma rapidez. Todo eso ocurrió muchos siglos antes de la aparición de los primeros atisbos de lo que luego serían los modernos Estados de Europa occidental: Francia, España e Inglaterra.
Los gobiernos, en tales circunstancias, eran extremadamente débiles. Tan débiles eran que ni siquiera eran capaces de cobrar impuestos. (Para nosotros parece una contradicción en términos: ¡un gobierno que no cobra impuestos!). En lugar de ser el jefe, el guerrero germánico se convirtió en rey y empezó a repartir las tierras a sus compañeros de armas, que a su vez devenían nobles, con la condición de que cuando el monarca necesitara un ejército, esos nobles se lo proporcionarían. Y la verdad es que aportaron muchos soldados. Pero los nobles comenzaron a comportarse como si la tierra fuera suya y a tener sus propios puntos de vista sobre cuántos soldados debían aportar, de qué nivel y para qué.
Hoy los jefes de Estado pasan revista a la guardia de honor. Se mueven entre sus filas aparentando que inspeccionan la tropa, a la que dedican algún breve discurso. Se trata de una reminiscencia de una antigua práctica medieval, cuando el rey pasaba revista a las tropas que le enviaban y se preguntaba qué porquería de soldados le habían enviado esa vez.
Los reyes batallaron durante mucho tiempo para alcanzar un mayor poder. Se trataba de poder reinar sin estar en manos de los nobles, de organizar su propio sistema de recaudación de impuestos, de tener un ejército bajo su completo control y de crear su propia burocracia. Pero como partían de una posición de debilidad, no fueron capaces de prever algunas cosas. La propiedad privada se convirtió en sacrosanta. Los nobles transformaron las tierras que controlaban en patrimonio propio. Esto fue un lastre para los gobiernos, ya que aunque en Europa el poder real crecía, los reyes nunca se convirtieron en déspotas al modo oriental, que lo poseían todo en sus reinos. Si el déspota necesitaba recursos económicos se apoderaba de la propiedad de alguien o enviaba sus tropas al bazar para rapiñar un montón de mercancías. Los gobiernos europeos, incluso los llamados «absolutos», nunca pudieron actuar así. «No todo pertenece al rey» era la base del pensamiento europeo sobre el gobierno. Del derecho a la propiedad privada deriva la idea de los derechos individuales, que es una parte importante de la tradición occidental. La idea de que el poder debía ser limitado surgió porque en sus inicios el gobierno estaba de hecho extremadamente condicionado.
Esta limitación del gobierno fue también importante para el desarrollo económico. La seguridad de que disfrutaban los mercaderes fue la clave de por qué en Europa el crecimiento económico se desarrolló de una manera bien distinta a cualquier otra región del mundo.
Sabiendo lo que sabemos de aquellos guerreros germánicos y de su actitud, no nos debería sorprender que se hicieran cristianos poco después de invadir el Imperio romano. La Iglesia era la única institución que sobrevivió a la caída del imperio. A menudo era un obispo quien trataba con la horda que venía con la intención de saquear. Y aquel obispo decía: «Podéis quedaros la tierra de este lado del río, pero por favor dejadnos el resto». Quizás el obispo señalara el palacio del antiguo gobernador romano, que el jefe de la horda no dudaba en reclamar para sí, y le sugería que en breve le haría una visita para ayudarle en la gestión del lugar. Muy pronto, los obispos fueron capaces de convencer a los jefes tribales que podrían deshacerse mejor de sus enemigos si aceptaban al Dios cristiano. Porque los germanos eran conquistadores un tanto especiales: aceptaban la religión del pueblo que dominaban. La Iglesia dejaría claro a los nuevos gobernantes, reyes y nobles, que uno de sus deberes era defender la fe cristiana. Y este es nuestro último vínculo: «los guerreros germanos abrazaron el cristianismo».
Si resumimos todos los vínculos mencionados nos queda el siguiente esquema:
Y llegamos a esta conclusión:
¿A que es una extraña mezcla? No son aliados naturales, así que es una mixtura inestable. Al final se resquebrajará, pero esa diversidad perdurará durante casi mil años, desde el año de la caída del Imperio romano, el 476 d. C., hasta el siglo XV. Este es el período que los historiadores denominan Edad Media o Medievo. Los historiadores que tienen una amplia visión de los acontecimientos consideran que a partir del siglo XV se inicia la Edad Moderna. El siguiente esquema abarca las tres grandes etapas de la historia europea: clásica, medieval y moderna.
Durante toda la Edad Media este singular trío se mantiene unido, pero las condiciones cambian. Consideremos en primer lugar el cristianismo. Fuese lo que fuese, no era una religión que incitara a la guerra. Jesús dijo: «Ama a tus enemigos». Los primeros cristianos rechazaban el servicio militar, una de las razones por las que los romanos los pusieron en su punto de mira. Pero ahora los cristianos compartían objetivos con los guerreros germánicos. La religión de «poner-la-otra-mejilla» es abrazada por hombres de hierro. ¿Qué clase de contradicción es esta? No es tan grande como parece, porque el cristianismo, al ser adoptado por Constantino y convertirse en la religión oficial del Estado, tuvo que modificar sus puntos de vista sobre la violencia. Los gobiernos debían combatir, así que si la Iglesia quería el respaldo de los gobiernos tenía que estar de acuerdo en que a veces la guerra era justa.
Sin embargo, aunque la Iglesia se pusiera del lado de los guerreros germánicos, eso no significaba que aceptara del todo sus valores. Con el paso de los siglos, los bárbaros se transformaron en caballeros. Un caballero amaba la guerra, estaba orgulloso de su habilidad para combatir y guerrear por buenas causas. La Iglesia lo alentaba para que luchara contra los no cristianos, ya que esta era ciertamente una buena causa. La Iglesia promovió las cruzadas en Tierra Santa, que estaba en manos de los musulmanes. El clero otorgaba dispensas especiales a los caballeros que iban allí a luchar.
El rey Carlomagno ciñe la espada a Roldán, quien según la leyenda murió luchando contra los musulmanes en España.
Carlomagno inviste caballero a Roldán. Manuscrito de un cantar de gesta francés de la Edad Media.
Un caballero también protegía a los débiles, especialmente a las mujeres de noble cuna. Con este nuevo matiz moral incorporado a su vida de guerrero, la transformación en caballero no dejaba de ser una suerte de ceremonia religiosa. La espada era colocada sobre el altar de una iglesia para a continuación ceñirla a un caballero. Este marchaba con la promesa de usarla solo a favor de las buenas causas.
La actitud de proteger y honrar a las damas perduró en la cultura europea. Cuando los caballeros ya habían desaparecido apareció lo que hoy denominamos «actitud caballerosa», una reminiscencia del caballero cristiano. El caballero demostraba respeto hacia las mujeres al ponerse de pie cuando ellas entraban en una estancia, al rechazar sentarse mientras ellas aún permanecieran en pie y al saludarlas tocando el ala de su sombrero. Todo eso me lo enseñaron en el colegio y me cuesta olvidarlo. En esto soy una reliquia viviente de los tiempos medievales.
Las feministas han luchado contra esa caballerosidad en los últimos tiempos. No quieren que se las ponga en un pedestal: quieren ser iguales a los hombres. En sus campañas por la igualdad tenían la ventaja de la altura: mejor empezar en un pedestal que a pie en tierra firme. El feminismo fue fácilmente aceptado porque las mujeres eran muy respetadas en la cultura europea. En otras culturas la historia fue diferente.
Detengámonos ahora en otra de las cosas que chirriaban en la formación de la diversidad europea, la que nos dice que la Iglesia cristiana conservó el saber grecorromano. Fue un proceso activo de conservación, no que la Iglesia se limitara a colocar libros eruditos en una estantería y los dejara allí. Sobrevivieron únicamente —y podemos leerlos ahora— porque la Iglesia los copió y los recopiló durante la Edad Media. No existía la imprenta, así que los libros se deterioraban y desaparecían. Los monjes de los monasterios eran —a pesar de ignorar lo que copiaban exactamente, por eso cometían muchos errores— quienes conservaron muchos de los tesoros de Grecia y Roma.
La Iglesia cristiana preservó el saber grecorromano y lo utilizó para justificar su doctrina.
Monje escriba de Lacroix.
Si se lee tal como fue concebida, esta literatura muestra una filosofía, un sistema de valores, una actitud hacia la vida que no es cristiana, sino pagana. De hecho, la Iglesia pudo mantener su predominio sobre la vida intelectual durante el Medievo gracias a que nadie leyó nunca esas obras sin intermediación y de forma completa. En lugar de tomar prestado lo que le interesaba, la Iglesia ensambló los fragmentos elegidos, los colocó junto a pasajes de la Biblia y así construyó la teología cristiana (es decir, la explicación de Dios, su mundo y su plan de salvación). De esa forma, la filosofía, la pedagogía y la lógica griegas se pusieron al servicio del cristianismo. Los hallazgos de nuevos textos antiguos no alteraban a los estudiosos, pues se limitaban a incorporarlos a su teología.
Recapitulemos, pues, para ver cómo funcionaba la mixtura cultural europea en la Edad Media. Tenemos guerreros que se convierten en caballeros cristianos y que el saber grecorromano respalda al cristianismo. La Iglesia, en medio de esta singular alianza, maniobra para mostrarlo como un todo. El saber es cristiano, los caballeros son cristianos, el mundo es la cristiandad, el Reino de Dios.
Ya avanzado el siglo XV, esta extraña alianza comienza en parte a romperse, iniciándose lo que los historiadores denominan Edad Moderna.