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1. Confesiones de un idiota rehabilitado

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Esta no es una fábula empresarial que narra las aventuras de Barry, Larry, Frederica o Ferdinand mientras navegan por las traicioneras aguas del liderazgo o cultivan el equipo perfecto de gran rendimiento. El número de fábulas que ha acumulado la publicidad empresarial es más que notable. Los cuentos y las parábolas son unas herramientas de enseñanza maravillosas y, de hecho, pueden ser muy útiles para muchas personas. Intentaré utilizar alguna fábula en mi próximo libro. Sin embargo, Cómo trabajar para un idiota es una advertencia urgente para todas aquellas personas que están sobre el alféizar de las ventanas de su oficina, listas para saltar y acabar con su existencia porque consideran que su vida en la oficina carece de sentido. Todas ellas se levantarán un día y descubrirán que han estado observando su rutina a través de una lente equivocada. Para todas estas personas, la idea de tener que realizar su trabajo para un jefe idiota durante el resto de su carrera profesional es como encontrarse al borde de un abismo, una situación desesperada.

Esa persona podría haber sido yo durante la mayor parte de mi vida laboral y, si todavía piensas que tu jefe es el único culpable de las penas e infortunios en tu vida laboral, también podrías ser tú. Especifico lo de vida laboral porque ya traté el resto de la existencia en How to Live With an Idiot (Cómo vivir con un idiota), los mismos principios y normas de compromiso pero con distinta sede, expectativas y parámetros de conducta.

Este es un libro sobre mí, pero también sobre ti. Trata de problemas y personas reales, y va de estar vivo frente a estar muerto. En concreto, es un libro dedicado a los muertos vivientes que han perdido la alegría que un día hallaron en su lugar de trabajo, pero que siguen apareciendo en la oficina cada día y cobran la nómina a fin de mes. También va destinado a personas tan enfadadas y molestas con los defectos de sus jefes que se han convertido en seres invisibles para sus compañeros de trabajo, que, en una situación diferente, podrían hacerles sentir vivos y llenos de energía. La ira es un factor importantísimo en la insatisfacción laboral, así que he decidido dedicar el último capítulo a este tema, titulándolo «Recalibrar expectativas, reconducir la ira».

Hay un punto en que nuestro cargamento de expectativas respecto a cómo creemos que nuestro jefe debería tratarnos se estrella contra las rocas de la cruda realidad. La mayoría de lo que estás a punto de leer a continuación trata sobre aprender a nadar entre las olas de las expectativas que se rompen contra esas rocas de cruda realidad y de no ahogarse entre la espuma del mar.

La promesa de este libro es que tú y yo podemos pasar el resto de nuestras vidas, en especial nuestra carrera profesional, con una sensación de paz y felicidad que surge tras aceptar las cartas que nos han tocado. Para jugarlas necesitamos conocer muy bien el juego; el dominio de este, junto con la dignidad, no incluye quejas, gimoteos ni cualquier tipo de ruidito fruto del resentimiento que podamos hacer mientras apretamos los dientes. Debemos estar presentes en la partida y mantener la esperanza de que alguien o algo cambie las reglas a nuestro favor.

Las normas son las normas. Si pudiera cambiarlas, lo habría hecho mil veces, y las que puedo modificar, las modifico. Pero el comportamiento humano es como es y el papel del trabajo no ha sufrido cambio alguno desde que Adán y Eva mordieron algo más que una manzana, se vistieron, salieron a la calle y encontraron un trabajo de verdad. Tratar de abrirse camino en el mundo laboral de malas maneras y fingir que así es como realmente queremos que sea suele meternos en problemas a casi todos.

Esto no quiere decir que nuestra vida laboral sea inútil. Todo lo contrario, hay un montón de razones para no perder la esperanza en un mañana mejor. Mientras sigamos anclados a una percepción retorcida y distorsionada de las relaciones laborales porque consideramos que así deben ser, estaremos apagando la llama de la vela de la esperanza. Tal como Theodore Roosevelt dijo una vez, se trata de empezar desde donde estamos, utilizando lo que tenemos a nuestro alcance y haciendo todo lo que esté en nuestras manos.

LA CRUDA REALIDAD

Tener claro cómo la condición humana puede afectar las condiciones laborales es el primer paso. Todo empieza cuando uno se rinde y admite que quizá haya otra explicación además de la propia para entender el mundo. Mira tú por dónde, existen otras formas de trabajar y relacionarse con los compañeros de la oficina, muy distintas a las que hemos utilizado durante todos estos años. Además, también existe una gran verdad gobernada por un Poder Superior, el cual asegura que ha estado tratando de seducirnos, atraernos y persuadirnos para implantar estos mensajes en nuestros cerebros desde hace mucho, mucho tiempo. El Poder Superior conoce qué realidad nos conviene para nuestro propio bien, individual y colectivo. Con un poco de suerte, utilizaremos nuestra queridísima voluntad para alejarnos del rechazo y dirigirnos hacia la luz de la realidad.

Si te pareces un poco a mí, habrás alcanzado récords mundiales de tozudez en tu empeño por resistirte a la sabiduría que tu Poder Superior ha intentado transmitirte en tantas ocasiones. Como coach ejecutivo, hago todo lo que está en mi mano para evitar imponer mi ignorancia a mis clientes, porque esa no es una aproximación muy hábil para ayudar a alguien a solucionar sus problemas o superar retos profesionales y personales. En cambio, procuro establecer un entorno seguro en el cual mis clientes puedan acceder a la sabiduría que ya poseen o enfrentarse a esa gran verdad. Si ellos me lo permiten, intento facilitarles, a través de preguntas algo peliagudas, una armonización entre lo mejor para ellos y lo mejor para la empresa que los ha contratado. En resumen, trato de alinear las habilidades de mis clientes con las necesidades de la empresa. Una asociación sana entre jefe y empleado supone el nirvana para ambos.

Pero esto no resulta fácil. Ninguna relación que merezca la pena es sencilla, excepto en la fase de luna de miel, cuando la realidad brilla por su ausencia. Cuando dejamos de ver el mundo de color de rosa, la cesta de la colada empieza a llenarse de calcetines malolientes y ropa interior sucia, de forma que las expectativas iniciales irrealmente optimistas que ambos tenían, tanto a nivel profesional como personal, empiezan a agitarse como aguas turbulentas. Antes de que te des cuenta, aquella relación inicialmente armoniosa tanto en el campo personal como en el profesional se habrá convertido en la tormenta perfecta y las posibilidades de sobrevivir indemne al chaparrón son muy pocas. Es bastante más probable que la tormenta te cambie para siempre. Saldrás magullado, apaleado y, lo peor de todo, con un carácter cínico y eternamente rencoroso. Tus expectativas de labrarte una carrera profesional perfecta yacerán en el fondo del mar con Bob Esponja.

Para un baile como el tango, por ejemplo, se necesitan dos personas: nadie puede hacerlo solo. En The coaching connection (La conexión coaching), Paul J. Gorrell y yo escribimos sobre tratar la relación entre un ejecutivo que recibía el coaching y la empresa que se lo pagaba como si fuera entre clientes. Esta idea forma parte integral del concepto de «coaching contextual» de mi colega Paul. Del mismo modo, cuando estaba en la universidad cursando un máster sobre terapia familiar y matrimonial, aprendí que el marido que acude a mi consulta no es mi cliente, ni tampoco su esposa. Es la relación que mantienen, de hecho, su matrimonio, lo que yo me dispongo a tratar.

Ya verás que despotricar del jefe es una de las indulgencias más habituales y, para muchos, de las más satisfactorias existentes. Tú y yo debemos abandonar esta costumbre si realmente deseamos recuperar una sensación de plenitud en el trabajo que desarrollamos. Cuando a ti y a mí se nos hace difícil, o incluso traumático, charlar con la persona que está por encima de nosotros en el trabajo, la solución universal de insultar al jefe no tiene mucho sentido, y menos cuando a él le parece la mar de bien ponernos verdes si tiene un mal día. Dos personas no discuten si una no quiere. La verdadera solución (escríbete esto en la palma de la mano y que se te quede grabado en la cabeza para siempre) sólo surgirá cuando domines el arte de la aceptación y el reconocimiento.

Suena muy bonito pero un poco confuso, ¿verdad? No hagas caso. Aprender a trabajar con, para y alrededor de idiotas requiere un verdadero cambio de comportamiento por nuestra parte. Pero la experiencia de esta iluminación no tiene que ser negativa. Pregunta a los lectores que se divirtieron con el sentido del humor de este libro y se lo tomaron a cachondeo la primera vez que lo leyeron. Ahora me escriben correos explicándome cómo han aplicado mis consejos y, dejando a un lado las bromas, no han perdido sus trabajos, lo cual les ha dejado patidifusos. Algunas de las reseñas en Amazon.com reflejan esto. Hasta donde yo sé, Cómo trabajar para un idiota fue un éxito de ventas teniendo en cuenta que se trataba de un libro empresarial; al público le encantó su humor y la sátira mordaz. Las apariciones en programas como Today, de la cadena NBC, o Fox and Friends, de la CNN, junto a más de un centenar de entrevistas en otros programas y al hecho de que el New York Times le dedicara al libro media página de la sección de negocios del domingo, colaboraron, y mucho, en esta broma. Neil Cavuto me invitó a su programa Your World en dos ocasiones y se lo pasó bomba con la sátira. Pero a pesar de la tremenda cobertura de la que gozó la primera edición de este libro, muchos lectores no pillaron el mensaje más claro y evidente: a la hora de trabajar para un idiota (o cualquier otro jefe), no seas tú el idiota.


A medida que leas esta nueva edición, verás que a veces hago referencia al cliché de abrazar al niño que llevamos dentro. Debo admitir que la idea del niño interior parece un galimatías sensiblero de la década de 1980. Sea como fuere, yo tenía un idiota interior que causó grandes estragos en mis aspiraciones profesionales. Olvídate de mi niño interior. A lo largo de mi carrera laboral, cuando me llevaba fatal con mi jefe, con mis compañeros o con mis subordinados, mi idiota interior se desataba y, orgulloso, ignoraba por completo cualquier gran verdad o Poder Superior, tratando de imponer lo que en aquel momento yo consideraba mi sabiduría soberana, inmutable e incorregible sobre los demás, causando unos efectos catastróficos.

Quiero abrazar a mi idiota interior, de acuerdo. Quiero estrecharle. Estrecharle con fuerza. Quiero agarrarle por el cuello y asfixiarle hasta que deje de respirar. No creo que pase un día sin que ese maldito idiota me avergüence de un modo u otro. Te puedo garantizar que no pasa una semana en la que no ponga en peligro una amistad o una relación con un cliente. Es una gárgola repugnante y sabe encontrar el momento ideal, por lo general cuando estoy estresado, ansioso o asustado, para asomar su asquerosa cabecita y hacer un comentario lunático y fuera de lugar. Si me encuentras en una reunión parloteando como un idiota, escupiendo chorradas de las que más tarde me arrepentiré, se trata de mi miniyó, mi idiota interior, que se ha escapado de su jaula y está intentando ayudarme a salir de una situación tensa o comprometida haciéndome hablar como una cotorra. Por favor, busca algo con que golpearnos, a mí y a mi álter ego idiota. No quiero abogar por el uso de la violencia; de hecho, poco más puedo hacer aparte de tomármelo a risa, porque aporrear a mi idiota interior sería golpearme a mí mismo. Lo único que necesito es tenerle contento, implicado, satisfecho y seguro de sí mismo. Sólo de esta manera se comportará bien. Como tu jefe idiota, ¿eh? No tengo la necesidad de expresar este tipo de cosas con una parábola o fábula. Lo cierto es que resulta muy duro digerir la verdad cuando te la dicen así, directa, de golpe y porrazo, pero podemos masticarla y tragarla antes de tomar otro bocado. Los escenarios empresariales de la vida real ya son lo bastante demenciales sin utilizar una sola gota de ficción. Dicho esto, debo admitir que existen algunos personajes en el libro que me he inventado para cubrir algunos huecos en una historia basada en hechos reales. Así que táchame de la lista de petulantes. Tan sólo soy un escritor, un educador empresarial y coach ejecutivo que supervisa la práctica de coaching ejecutivo de la empresa neoyorquina Partners International, pero, en todos esos campos, tengo un problema que debo solucionar. Así que abróchate el cinturón. Mi idiota interior es real, tanto como el tuyo, y no creo que vayan a comportarse demasiado bien durante el viaje que estamos a punto de emprender.

CONÓCETE A TI MISMO

El escritor John Irving aconseja a los autores sin experiencia que escriban sobre lo que saben. Publiqué cinco libros de carácter empresarial antes de darme cuenta de que tenía que escribir desde el terreno personal. Eso fue hace ya más de diez libros o reediciones. Ahora, igual que entonces, me asiento sobre un montón de fragmentos que antaño conformaban una casa de cristal. No recuerdo quién lanzó la primera piedra: quizá fuera yo o puede que no; qué más da. El bombardeo de piedras fue tan intenso que incluso olvidé por qué querían derribarme. Ah, sí, ahora me acuerdo. Yo me dedicaba a señalar a todo el mundo con el dedo, acusándoles continuamente de cosas de las cuales yo también era culpable. Por cada piedrecita que lanzaba, recibía el impacto de una más grande. Utilizaba las acusaciones como justificación y me creía víctima de las críticas de mis compañeros. Atacar a los demás me salía de forma natural y, de hecho, creía que era lo correcto; sin embargo, cuando yo recibía un trato recíproco, esto me parecía forzado e injusto. Sólo porque vivía en una casita de cristal esto no implicaba que quería que los demás me vieran. ¿O sí?

MI CASA ES TU CASA

¿Vives en una casa de cristal? ¿Acusas a tu jefe idiota de cosas por las que tú también podrías ser condenado? No son preguntas fáciles, ni que estemos acostumbrados a hacernos de vez en cuando, y por esa razón te las hago. Los defectos que nos fastidian de quienes nos rodean suelen corresponderse con las mismas características molestas que nosotros poseemos. Nuestros propios fallos nos parecen irritantes cuando los observamos en las palabras y acciones de los demás, y resulta imposible describir lo fastidiosos que pueden llegar a ser cuando los vemos en las palabras y acciones de alguien con poder y autoridad sobre nosotros.

Ahora que mi casita de cristal se ha hecho añicos, puedo escribir sobre la falsa confianza, la falsa seguridad y el falso orgullo, pues conozco estos atributos a la perfección. En algún momento de mi infancia se me cruzaron los cables; si no fue al nacer, fue poco después. ¿Fue la naturaleza o la educación? ¿La genética o mi entorno? Da igual. Ahora rezo a diario a fin de que Dios me conceda serenidad para aceptar la naturaleza y valor para cambiar la educación. Tal y como el teólogo Neinhold Niebuhr indica, la sabiduría es la capacidad de distinguir ambas cosas: aceptar lo que viene dado y tratar de cambiar lo que esté en nuestra mano. Temas de autorrealización personal aparte, no puedo evitar sentirme un tanto trastornado y molesto ante el hecho de que nadie me explicara estas diferencias después de haber desperdiciado gran parte de mi vida. Pero eso también sería echarle la culpa a otro. Quizá debería agacharme y coger otra piedra.

NO SEAS UNA VÍCTIMA DE TUS PROPIOS ATAQUES

Cuando escuchas la palabra gatillo, ¿piensas en ese acontecimiento o instante en que toda la hostilidad y rencor que has reprimido estallan manchando todas las paredes de la sala de reuniones con todo tipo de desechos tóxicos? ¿Qué o quién te impulsa a apretar el gatillo o suele sacarte de tus casillas? Si te paras a pensar durante un momento en tu martirio, tu cruz o cualquier cosa que te provoque malestar, sin duda podrás elaborar una lista detallada de problemas personales que debes afrontar. Las probabilidades de conseguir que alguien en una posición de poder o autoridad deje de hacer esas cosas que te desquician son nulas. En general, el modo de actuar o de hablar que tiene la gente está más allá de tu control.

Sin embargo, sí tienes la sartén por el mango cuando se trata de poner el seguro a tus gatillos internos para que no se disparen y, por lo tanto, de disminuir la probabilidad de que tu i-jefe o compañeros de trabajo te enerven. El ejercicio de autocontrol por tu parte cambiará por completo la dinámica entre tu jefe y tú, sea idiota o no. Desactivar conscientemente tus gatillos es el mejor modo de alcanzar la inmunidad contra el fastidio, la tensión y la ansiedad. Continuarás sintiéndolos, pero estarás más tranquilo.

¿Qué más da el poder que tenga un idiota, siempre y cuando no pueda utilizarlo para molestarte? Reducir la capacidad de tu i-jefe para ponerte histérico, ya lo haga de forma intencionada o no, es una manera maravillosa, y me atrevo a decir fenomenal, de autodeterminación. Y, al igual que la dignidad, nadie puede arrebatártela.


Enfrentarse a alguien «de gatillo fácil»


– Me llamo John y soy idiota.

Así es como me presento al grupo que se reúne en la sala embaldosada ubicada en el sótano de la iglesia cada miércoles a las siete de la tarde.

– Hola, John – responde el coro entre sorbo y sorbo de café. Algunos me saludan en voz alta, como si quisieran darme una cálida bienvenida. Otros, en cambio, susurran, como si el hecho de hablar entre murmullos pudiera ocultar su presencia allí.

– Solía pensar que mi casa de cristal era el lugar perfecto para vivir – continúo.

– Habla más alto – comenta uno de los que balbuceaban, cuya voz, de repente, suena alta y clara–. No te oímos.

Molestos por tal interrupción, mis instintos me empujan a atacarle con una mezcla tóxica de sarcasmo e indirectas para poner en entredicho su inteligencia y, en caso que esté muy, muy irritado, la de sus antepasados. Eso es lo que hacemos aquellos que nos consideramos superlistos, los que orbitamos alrededor de la estupidez. Cuestionamos la inteligencia de los demás, sobre todo después de que nos hayan pillado haciendo o diciendo alguna tontería. Eso es lo que yo llamo cháchara enfermiza y por eso hablo de un proceso de rehabilitación. Al menos ahora puedo controlarme antes de lanzar una piedra. Casi siempre.

De forma instintiva me agacho para recoger piedras y formular una pregunta envenenada que lanzaré como un dardo como «¿Alguien ha olvidado tomarse su medicación esta mañana?». Pero ahora soy capaz de retomar el control antes de abrir la bocaza y soltar alguna lindeza. En ese momento, cuando la piedra está a punto de impactar contra mi objetivo, la realidad cae sobre mí como lluvia ácida, devorando todas mis pretensiones. Estaba murmurando; me declaro culpable del delito. Si estoy en una reunión de idiotas en rehabilitación, tratando de librarme de las ideas y comportamientos que han limitado mi potencial personal y profesional durante todos esos años, ¿por qué sigo murmurando? El ácido corroe otra capa y decido compartir mi mala conciencia con el grupo.

– Aprendí que vivir en una casa de cristal no es una buena idea si piensas lanzar piedras contra ella.

– Qué original – dice el Sr. Susurros, sotto voce.

No tardo en recoger otra piedra e inspirar, no para calmar los nervios, sino para tener el oxígeno suficiente para gritar a pleno pulmón. Y justo entonces me doy cuenta de que los demás le están mirando fijamente.

– No interrumpas más – regaña una mujer–. Ya conoces las normas.

«Sí –pienso para mí–. Eso».

Siento un gran alivio y me noto cómodo, protegido, pues alguien ha dado la cara por mí y le he importado. De inmediato, la ira se desvanece de mi cuerpo y el Sr. Susurros me produce compasión. El tipo se deja caer en la silla plegable de metal y recoge el vaso de espuma de poliestireno del suelo. Cuando veo que alguien se pone de mi lado y se preocupa por mí, todos los pensamientos tóxicos se esfuman y una tremenda curiosidad por conocer a los demás ocupa su lugar. Incluso empiezo a preguntarme cómo soy. Tu jefe idiota también necesita sentir que alguien lo apoya, le guarda las espaldas y lo defiende. Nunca te olvides de que él y tú sois, por encima de todo, seres humanos y, sin duda, él o ella responderá igual que tú a ciertas situaciones o sentimientos. Esto es fundamental porque cuando sientes que nadie te apoya ni te valora, tiendes a mostrarte más quisquilloso y desconfiado. Tu jefe idiota hace exactamente lo mismo.

Busca formas de apoyar a tu jefe idiota, sobre todo en momentos de incertidumbre y duda. Al hacerlo, se sentirá de la misma manera que yo cuando esa mujer me defendió de mi detractor delante de todo el grupo; hice una nueva mejor amiga. Intenta recordar la última vez que alguien se puso de tu lado y lo gritó a los cuatro vientos, en especial cómo te sentiste. Puedes provocar esa sensación en tu jefe: inténtalo y ya verás como la tensión se evapora. Envíale un correo esperanzador, coméntale en el pasillo lo bien que ha manejado una situación y felicítale por ello. Sin embargo, no te excedas: mantente dentro del contexto laboral y, sobre todo, no endulces demasiado tus palabras.

LAS «C» ASESINAS

Es preferible dejar a un lado las cuatro «C» asesinas (criticar, culpar, combatir o chulear al jefe), si quieres mejorar tu relación con tu i-jefe. Quizá te parezca divertido dar rienda suelta a estas cuatro acciones y, a la larga, incluso justo por todo lo que tu jefe te ha hecho sufrir. Pero al final eres tú el que resultará herido. Al final, literal y figuradamente. Una satisfacción con retraso es la palabra clave aquí, con una demora suficiente para que sustituyas estas fantasías de blandir una espada justiciera por un plan sólido para engendrar y mantener un entorno saludable en el que puedas navegar con serenidad, sin importar las tormentas tropicales que tu jefe esté dispuesto a descargar sobre ti.


«C» asesina n.º 1: criticar al jefe


Me encuentro con muchísima gente que está condicionada desde la infancia a detestar y desafiar cualquier clase de autoridad. Sinceramente: ¿cuántos de vosotros habéis tenido padres que os han transmitido la afabilidad, la tolerancia y el respeto por la autoridad como valores positivos de una persona? ¿Predicaban con el ejemplo además de daros la charla? ¿O exponían sus problemas con el jefe durante la cena familiar? ¿Se producía un subtexto de venganza y revolución que jamás llegó a articularse en voz alta pero que, sin embargo, era entendido así por todos?

Formamos parte de una sociedad que convierte canciones como You can take this job and shove it (Métete el trabajo donde te quepa) en un auténtico éxito de ventas. ¿Cuánto crees que vendería una canción titulada Me encanta mi trabajo y haré lo que pueda para conservarlo? ¿Dónde está la resonancia con el espíritu asediado e intimidado del trabajador? Sin importar si vestimos traje y corbata o mono de trabajo, cargamos con un legado que, de vez en cuando, asoma la cabeza en nuestra cultura en forma de película, como Trabajo basura, de serie televisiva, como The Office, o de tira cómica, como Dilbert. Si esto no fuera cierto, ya habrías dejado este libro en la estantería o tal vez lo habrías puesto a la venta en eBay.

No muerdas el anzuelo: no te enzarces en conversaciones que tu jefe pueda oír desde el despacho y que exigen un control de daños posterior. Cuando veas que estás a punto de entablar una conversación basada en el tema «C» con amigos, familiares, compañeros de trabajo o perfectos desconocidos, da media vuelta y aléjate de ese maldito lugar lo antes posible.

No permitas que tu reputación se aparte del camino del éxito y para ello:


1. Cambia el tema de conversación hacia uno de los retos empresariales a los cuales estés enfrentándote en el mercado. Es muy fácil caer en la costumbre de despotricar del jefe en vez de fijarse en quién se levanta cada mañana con el objetivo expreso de dejarte sin trabajo, es decir, tu competencia.

2. Supera la oferta y reconduce la charla hacia la economía mundial o doméstica. Es mejor nadar entre esas aguas y, además, resulta un tema de conversación muchísimo más interesante a largo plazo. En otras palabras, céntrate en un panorama más general.

3. Admite que muchos aspectos de la vida son desafiantes y exigen un gran esfuerzo. ¿Qué tienen de nuevo? De manera educada, rechaza la invitación de insultar a tu jefe (o al jefe de otra persona) y propón otro tema de conversación. Por ejemplo, puedes decir que uno de tus principios vitales es hallar un modo en que todos ganen. Después desvía el debate hacia otra persona de la conversación.


Es un espejo, no una ventana


Antes de cruzar esa fina línea entre la idiotez activa y la recuperación, no entendía que considerar a los demás como papanatas fuera, en el fondo, una autocrítica. No quería que mi jefe dejara de ser un idiota, sino que quería ocupar su puesto y convertirme en el idiota alfa. No quería que mi jefe dejara de fastidiarme con impunidad: ansiaba tener el poder de fastidiarle a él y a los demás sin recibir ningún castigo. Mi misión no consistía en crear un ambiente laboral más agradable y saludable: codiciaba la autoridad para amargar la vida a los demás.

Cuando por fin me di cuenta de que los demás sólo veían al idiota que era (y que sigo siendo), me sentí desnudo. Peor aún, tuve la sensación de haber estado viviendo dentro de un sueño en el que yo aparecía desnudo sin saberlo. Fue muy embarazoso, pero ¿qué puedo hacer ahora al respecto? Supongo que lo único posible es aceptar mi desnudez. Eso, o taparme las partes pudendas con unas hojitas. Construir otra casa de cristal con paredes más gruesas no funcionará, porque siempre habrá piedras más grandes y pesadas para hacerla añicos otra vez.

Ahora puedo escribir sobre ser un idiota desde una posición de conocimiento, tal y como John Irving sugiere, porque caí en la trampa. Siguiendo mi propio plan para alcanzar el éxito, acabé en el desvío hacia la carretera de la idiotez absoluta.

En aquel entonces, el éxito era sinónimo de alcanzar la libertad de hacer lo que quisiera, cuando quisiera, y de obtener recursos ilimitados. Además, también deseaba gozar de un anonimato absoluto para no tener que dar explicaciones a nadie sobre las decisiones que tomara y, por si fuera poco, quería conseguirlo sin levantar un dedo. Quería transformarme en un híbrido de William Randolph Hearst Junior, Howard Hughes, Donald Trump y algún miembro de la familia Kennedy. Conviérteme en el príncipe Carlos de Inglaterra, por favor. Al menos Mark Zuckerberg inventó el código de Facebook para ganar su fortuna. En lo más profundo de mi corazón, no quiero eso; deseo forrarme al viejo estilo, heredando una fortuna. Dame la oportunidad de nacer con un pan debajo del brazo. Ups, demasiado tarde.

Que sea un jefe idiota rehabilitado no quiere decir que haya dejado de codiciar todas esas cosas. Las sirenas nunca dejan de sonar, ni yo de fantasear. Lo que sí ha cambiado es mi actitud hacia los objetos que deseo y las condiciones bajo las cuales quiero vivir y trabajar. Ahora soy capaz de aceptar que jamás tendré la misma vida que esos bebés que nacen con un pan debajo del brazo. Soy consciente de que este libro jamás me permitirá jugar en la misma liga que Zuckerberg. Sin embargo, estoy agradecido por todo lo que tengo. Si algún día logro acercarme al estado financiero del que estos tipos gozan (o gozaron), será gracias a mis esfuerzos y a mi Poder Superior. Siempre tendré oportunidades de ganar la lotería.

Como idiota rehabilitado, disfruto de una vida más feliz, pacífica y satisfactoria. Aunque mi pasado haya sido un desastre, todavía estoy a tiempo de conseguir que mi vida tenga sentido.


Idiotas, idiotas por todas partes:

quédate con lo que vale la pena


Para hacer que tu vida tenga sentido debes aceptar que siempre habrá: idiotas, idiotas rehabilitados, como yo, y aquellos que ignoran por completo que son idiotas. La idiotez suele definirse como un estado de estupidez permanente; lo siento, pero no estoy de acuerdo con esta definición. Como idiota rehabilitado, sé que siempre seré vulnerable a pensamientos, palabras y actos estúpidos. Pero al menos puedo reducir la frecuencia con que se suceden. Esto puede sonar muy ridículo, pero, por la gracia de mi Poder Superior, he sobrevivido a mi estupidez. Puedo ejercer cierto control sobre ella, minimizar sus enfermizos efectos y estar menos molesto con las actitudes estúpidas de los demás.

Podemos observar a Jim Carrey y Jeff Daniels interpretando a dos idiotas en una película como Dos tontos muy tontos y partirnos de risa. Lo mismo pasa con Owen Wilson y Jason Sudeikis en Carta blanca o Jack Black en Año uno. Pero cuando un tonto muy tonto dirige una empresa, una organización o una agencia gubernamental deja de ser gracioso. La asquerosa realidad es que los idiotas en activo merodean a nuestro alrededor. Los tentáculos de su estupidez rozan la vida de millones de personas y su poder no tiene límites. Por suerte, los idiotas no suelen ser conscientes del poder que les han concedido. Si los i-jefes supieran las balas que tienen en la recámara, las cosas se pondrías feas, muy feas. ¿Por qué la estupidez tiene tanto poder? La respuesta la encontrarás en las páginas de este libro, aunque no basta con una frase o una expresión ingeniosa. Se deben construir contextos y cambiar paradigmas. Y muchas ideas tienen que salir de la caja.


«C» asesina n.º 2: culpar al jefe


¿Quién no le ha echado la culpa al jefe por un lío que uno mismo ha provocado? Sí, ese soy yo levantando la mano. Se trata de responsabilidad y aceptar la culpa cuando es nuestra y (respira hondo) también cuando no. Paul Watzlawick escribió un gran libro titulado The Pragmatics of Human Communication (La pragmática de la comunicación humana), cuya tesis principal era la siguiente: «Uno jamás puede no comunicarse». Watzlawick utiliza con inteligencia la doble negación para reiterar el mensaje de que ser un acusica en el trabajo es anunciar a los cuatro vientos que no tienes interés alguno en formar parte del equipo, de la solución o del futuro. Recuerda, todo lo que digas o hagas, incluso en ciertas ocasiones aquello que pienses, podrá ser utilizado en tu contra. Todo el mundo con quien hables, ya sea cara a cara, por teléfono o virtualmente, interpretará a su modo el mensaje que tú intentas comunicar. Asegúrate de que todo lo que hagas comunique algo.

Siempre que estés tentado a transferir la responsabilidad a tu jefe con el objetivo de evitar que un error te acabe salpicando, piensa creativamente. Pese a la ineptitud de tu jefe, tú formas parte de su equipo. Es más probable que el jefazo te identifique como un miembro del equipo de [inserta el nombre de tu jefe]. No te verán como un testigo inocente si el grupo fracasa, así que piensa en la responsabilidad como un esfuerzo de equipo.

Algunas de las características principales de culpar al jefe son:


1. Culpar a los demás de algunos problemas es acusarse a uno mismo. Entonces, ¿para qué queremos llegar a eso? Señalar con un dedo proverbial a mi jefe es como señalarme a mí con otros tres dedos proverbiales.

2. Cada vez que surja una responsabilidad de la que hacerse cargo, abalánzate sobre ella como si fuera una oportunidad. Cuando dices «yo me encargo de esa parte» o «ya me responsabilizo yo de esa parte del programa», en realidad estás lanzando un mensaje sólido al resto del equipo: no estás dispuesto a quedarte en una esquina ocupándote de asuntos de poca importancia. Quieres invertir en tu éxito y en el de los demás.

3. Culpamos a una persona, pero no al problema. Cuando se inicie la búsqueda del chivo expiatorio, apunta alto y redirige la conversación hacia el problema que estáis intentando solucionar. ¿Cuál es el orden del día y cómo puedes alterarlo para producir un mejor resultado la próxima vez? Si a estas alturas no lo tienes muy claro, John Hoover asegura que debemos centrarnos en buscar soluciones y deshacernos de todo tipo de búsquedas de culpables y discusiones personales lo antes posible, a menos que queramos que el agujero negro de la culpa nos absorba.


Preguntas cósmicas


Todos los que estamos comprometidos en proteger el universo de idiotas debemos alcanzar un pacto y rezar mucho. Además de cuidar y alimentar a mis mejores ángeles, tengo una lista de preguntitas para Dios que, si mis oraciones no consiguen una respuesta manifiesta, espero que él mismo me responda cuando le vea en el cielo. Te animo a que también te hagas preguntas en voz alta. Si el Todopoderoso nos responde rápido, sabremos que nuestras preguntas son las acertadas y de este modo podremos empezar a idear soluciones sostenibles para la pandemia del i-jefe. A continuación te presento algunos ejemplos de preguntas a tu Poder Superior:


· ¿Por qué creaste idiotas en primer lugar?

· ¿Por qué la gente inteligente sufre preocupaciones, miedos y ansiedad mientras que los idiotas duermen con placidez y se levantan completamente descansados?

· ¿Cuál es el objetivo de mantener a los idiotas ajenos a la carnicería que ellos mismos han creado?

· ¿Cuál es el sentido de la existencia de los idiotas?

· ¿Cómo encajan los idiotas en la gran obra del mundo?


La pregunta que planea sobre la mente de cualquier trabajador del mundo es: «¿Por qué Dios permite que los idiotas asciendan hasta llegar a ser jefes?». En un mundo en el que los futbolistas cobran mucho más que los científicos que investigan la cura del cáncer y donde a la población le preocupa la opinión de actores de Hollywood y músicos multimillonarios sobre la política mundial y el calentamiento global, lo cierto es que el hecho de que los idiotas lleguen a ser jefes parece el menor de los males.


Poner a prueba la teoría


Ya ves por qué este tipo de preguntas tan profundas deben hacerse de forma gradual. La orca Shamu no pudo tragarse una pastilla de grandes dimensiones de una vez. La pregunta inicial, y más importante, que debes hacerte, a menos que no estés dispuesto a hacértela, es: «¿Soy un idiota?». El siguiente cuestionario te ayudará a determinar si perteneces a esa categoría o no. Si crees que someterte a este cuestionario de zopencos va a ponerte nervioso, no te preocupes y utiliza las preguntas para evaluar a tu jefe. Responde las preguntas con sinceridad; tú mismo decidirás si la prueba es precisa y certera cuando compruebes si los resultados concuerdan con tus ideas preconcebidas o no.

1. Cuando algo va mal en la oficina, yo…

a. Le echo la culpa a otra persona de forma automática.

b. Dejo lo que estoy haciendo para valorar los daños.

c. Pido una pizza.

d. Todas las anteriores.

2. Al recibir la orden de reducir el personal a mi cargo…

a. Me fijo en los resultados de cada trabajador en el equipo de fútbol del departamento.

b. Me deshago de las personas que me desafían y me hacer pensar e innovar.

c. Pido una pizza.

d. Todas las anteriores.

3. Cuando recibo órdenes de aumentar la producción, yo…

a. Amenazo con despedir a las personas que me desafían y me obligan a pensar e innovar.

b. Empiezo a escribir una lista de personas culpables de la baja producción.

c. Pido una pizza.

d. Todas las anteriores.

4. Cuando recibo órdenes de reducir costes, yo…

a. Cancelo la cena de empresa de Navidad.

b. Obligo a los trabajadores a comprarse el material de oficina.

c. Obligo a los trabajadores a pagarse su pizza.

d. Todas las anteriores.

5. Cuando recibo órdenes de premiar a los trabajadores por su esfuerzo, yo…

a. Me fijo en las camisetas de los trabajadores que juegan en el equipo de fútbol del departamento.

b. Dejo que los trabajadores encarguen material de oficina extra. c. Pido una pizza.

c. Todas las anteriores.

Cada respuesta a vale un punto; las b, dos; las c, tres y, por último, las d, cuatro. Las equivalencias de la puntuación total son las siguientes: cuatro puntos, estúpido sin más; de cinco a doce, un verdadero idiota; de trece a diecinueve, un completo idiota; veinte puntos, un idiota colosal. ¿Has respondido pensando en tu jefe? ¿Qué tal le ha ido?


«C» asesina n.º 3: combatir con el jefe


Esta «C» suele ser asesina porque muchos i-jefes son legendarios por su costumbre de tomar decisiones malísimas y obligarte a acatarlas sin protestar o, lo que es peor aún, a encargarte del trabajo sucio. En la medida en que puedas influir en tu jefe para tomar una decisión más acertada, por favor, utiliza tu energía. En los próximos capítulos encontrarás técnicas para ejercer influencia en aquellos puntos donde tengas una autoridad limitada. De momento, averigua cuándo es mejor agachar la cabeza y seguir las instrucciones de tu jefe para, en un futuro, conseguir un ascenso.

No estoy sugiriendo, y jamás animaría a nadie a creerlo, que la resistencia es inútil, sobre todo cuando se trabaja codo con codo con un jefe incompetente. Eso sería abdicar del poder que sí tienes para tomar decisiones bien fundadas respecto a tu vida y trabajo. Pero está en tus manos comportarte como una persona sensata y decidir cuándo es mejor seguir el curso del río, flotar en el agua o remar a contracorriente. Los riesgos que estés dispuesto a asumir dependen únicamente de ti. Nadie puede arrebatarte esa decisión, ni tampoco tu dignidad.

Discutir con el jefe significa alejarse de la responsabilidad de hacer lo que se te ha pedido y no protestar al respecto, o de no hacer lo que se te ha pedido y no protestar al respecto. No, no me refiero a que debas cerrar el pico literalmente y convertirte en un pasivo-agresivo. Lo que quiero decir es que no deberías murmurar tu desagrado, rezongar, gimotear, tratar a la gente o a sus ideas de «estúpidos» ni enzarzarte en una discusión torpe o inútil. Cuando veas que estás a punto de rebatir una minucia, un asunto sin importancia, piénsatelo dos veces antes de hacerlo. Discutiendo con el jefe sólo conseguirás forjarte una reputación horrenda, convirtiéndote en un compañero insoportable en vez de una persona con ideas creativas y sentido común. Lo mismo ocurre cuando despotricas del jefe. ¿De verdad es tan importante ganarse la aprobación de los trabajadores más descontentos y asqueados? ¿Dónde quieres que coloquemos tu foto en el diccionario: junto a fastidio o al lado de buenas ideas y sensatez?

He aquí algunas pistas que te ayudarán a resistir la tentación de discutir con él:


1. Da igual el trabajo que tu jefe te encargue: hazlo con dignidad. No digo que te pasees por la oficina cantando The Greatest Love of All de Whitney Houston, a menos que te guste hacerlo. Mi mensaje es que aunque tu i-jefe te obligue a hacer tareas cutres no tienes por qué comportarte de un modo cutre. Hagas lo que hagas, muestra una conducta respetable hacia los demás.

2. Si quieres rebatir algo a tu jefe, empieza a practicar la frase proverbial «Sí, y…» en vez del típico «Sí, pero…» o el simple «Pero…». Por ejemplo, puedes decir «Si vamos a seguir por ese camino, creo que deberíamos tener los ojos bien abiertos y estar preparados para adaptarnos a cualquier respuesta que podamos recibir». Ale, ya está, ya lo has dicho y nadie puede discutírtelo. Estás comportándote de forma estratégica, y tu jefe sentirá que le estás guardando las espaldas.

3. Cuando tus compañeros de trabajo, o incluso tus subordinados, intentan inducir un comportamiento agresivo en ti o tratan de animarte para que te pelees con tu jefe, reconduce la conversación hacia el principio que estás tratando de seguir. Di, por ejemplo, «Ya lo sé, ya lo sé», porque en realidad lo sabes. Ya lo has pillado. Pero de inmediato añade algo como «El problema que estamos solucionando aquí es…».


El mito de la imitación


Mucha gente se gana ascensos y llega a ser jefe sin tan siquiera haber participado en un taller de liderazgo o realizado una formación de desarrollo personal. Por este motivo, es muy habitual que los jefes idiotas imiten las formas de liderazgo y las prácticas de sus predecesores. Así es como aprendemos a ser padres, ¿verdad? O hacemos lo mismo que ellos o lo contrario, y ninguna de las dos opciones es la mejor en la mayoría de los casos. Ya que los i-jefes no están preparados, formados ni aclimatados a las prácticas más acertadas para un liderazgo efectivo, su aprendizaje depende de ti. Ese es tu pequeño secreto. Prepara tu programación didáctica y sé constante con ella.

Imagina que eres un detective forense del CSI. Fíjate en las fotografías y cuadros que tu i-jefe cuelga en las paredes de la oficina y qué objetos coloca con orgullo a su alrededor. ¿Qué animales están dibujados en el calendario? Presta especial atención a las palabras y expresiones que utiliza. ¿Tu i-jefe sabe escribir sin faltas de ortografía? ¿Sabe utilizar un ordenador? ¿Podría construir uno? ¿Es capaz de crear software? ¿Puede deletrear esta última palabra? ¿El niño que aparece en la fotografía de su escritorio es feo a morir? ¿Puedes armarte de valor y alabar a tu i-jefe por todas las cosas por las que siente un evidente aprecio y cariño, incluyendo el niño (no muy mono) que sólo una madre podría querer? Ten paciencia; esto no ocurre de la noche a la mañana. Por lo menos así tendrás una motivación en el trabajo. Piensa que de este modo podrás estar satisfecho, pues así estás mejorando el entorno laboral de todos tus compañeros. No te sientas como un trepa ni te culpes por tratar de mejorar la relación con tu jefe: se trata de pura supervivencia. Considérate un misionero de los incompetentes. Estás limpiando el depósito de agua de todos los pececitos que nadan en ese acuario; eres uno de los buenos.

UNA REGLA TÁCITA PARA EL ÉXITO LABORAL: NO ERES INVISIBLE

Recuerda que uno jamás puede no comunicarse. Es bastante probable que la gente te observe y lo haga en mayor grado de lo que imaginas. Esta regla implícita del éxito laboral sorprende a muchas personas cuando la escuchan por primera vez porque debería tratarse de algo muy obvio. Tu futuro dependerá de conversaciones que tienen lugar cuando tú no estás presente. La decisión de concederte un aumento de suelo o un ascenso, de renovarte el contrato o despedirte, se tomará cuando tú no estés en el despacho, y tendrá lugar en el cursillo de golf, en el hotel, en el restaurante o allí donde la decisión pueda tomarse, vaya. Para cuando alguien se siente frente a ti para comunicarte la decisión, los mismos que la tomaron ni se acordarán de ella. Tú y yo debemos aprender no sólo a intuir qué se puede decir en ese tipo de conversaciones que ocurren en nuestra ausencia, sino también a asegurarnos de que podemos modificarlas como queramos, para empezar.

Si sientes que eres invisible y que el resto de la oficina te ignora, es más que probable que tu trabajo no sea muy impresionante o importante para quienes te rodean o están por encima de ti. Todos ellos se comportan como si tú no existieras. Pon en marcha todas tus habilidades detectivescas, fíjate en qué tipos de comportamiento aprueban y empieza a mostrarte justo así. Como coach ejecutivo, suelo destacar que adoptar el lenguaje metafórico de alguien, enmarcar ideas en el contexto que tú y esa persona conocéis y después transmitirlas utilizando esa clase de lenguaje en una reunión o en un correo electrónico dos semanas después produce un resultado positivo casi inmediato a tu favor. Incluso aunque no tengas pensado alterar tu estilo personal o tus hábitos laborales a largo plazo, el experimento te demostrará que cualquier cosa que digas o hagas influye en todas tus relaciones, mucho más de lo que puedas llegarte a imaginar.

Complace a la gente y te ganarás su reconocimiento. Debes distinguir entre lo que tu i-jefe percibe como comportamiento positivo y negativo. Sin pasarte, verás que los comportamientos negativos y positivos convertirán a aquellos que se creen invisibles en visibles. Si no captas la atención de tu i-jefe, nunca te ganarás su reconocimiento ni su apremio: todo tu trabajo caerá en una zona muerta.

Los jefes idiotas suelen carecer de imaginación o, en caso contrario, se conciben a sí mismos como unas personas mejores y más gloriosas de lo que lo son en realidad. Esta deficiencia, sumada a la restricción del campo visual en forma de efecto túnel que todos los jefes idiotas padecen, simboliza el barco que se hunde incluso antes de haber llegado a chocar contra un iceberg.

Si deseas más atención, sólo debes decir o hacer cosas que garanticen la atención idiota por parte de tu jefe. Además, debes exagerarlas para cerciorarte de que tu jefe no las pase por alto. Si intentas impresionar a tu i-jefe regando las plantas de la oficina, hazlo con la manguera antiincendios que cuelga junto al ascensor. Si quieres que tu jefe se dé cuenta de que estás pasando la aspiradora por la moqueta, extrae el silenciador del aparato para que el ruido ensordezca a los trabajadores de la primera planta; después, da un par de vueltas corriendo alrededor de su escritorio.


Conviértete en una persona influyente


Un antiguo jefe ejecutivo de la también antigua marca de detergentes Maytag me confesó que cuando le contrataron como administrador no se atrevía a tomar un café en la oficina porque su despacho estaba al otro extremo del pasillo. Para llegar al cuarto de baño tenía que cruzar todo el corredor y pasar por delante del despacho de Fred Maytag Junior, y no quería que el nieto del fundador (que en aquel momento era el presidente de la empresa) le viera visitando al Sr. Roca muy a menudo. Así que dejó de tomar café por la mañana. ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar para mejorar tu situación? El ex cafetero estaba intentando evitar causar una impresión negativa. Yo te sugiero que desarrolles y emplees ciertas tácticas para generar de forma intencionada y sistemática la impresión deseada. Aquí tienes algunas:


• Si estás dispuesto a cuidar las plantas de la oficina, hazlo cuando tu jefe pueda ser testigo de ello, pero sólo si ese tipo de comportamiento juega a tu favor.

• Si ves algo tirado en el suelo, recógelo, pues nunca sabes quién te está vigilando. Si tienes la oportunidad de patrullar la zona cuando tu jefe está presente, haz una demostración razonable y creíble. Hazle ver que eres lo que Disney llamaba un personaje de un «espectáculo soberbio».

• Si se presenta la oportunidad de echarle una mano al jefe con cualquier asunto, desde ayudarle a cargar con una pesada caja hasta reiniciar el ordenador, ofrécete voluntario. Recuerda las «C» asesinas y haz exactamente lo contrario: no critiques, culpes, combatas y chulees al jefe.

• Trae pastelitos de vez en cuando y, si lo haces, no dejes la caja en la zona de cafetería y ya está. Pasa por delante del despacho de tu jefe, abre la caja y dile: «Tienes una opción preferente antes de que los deje en la cafetería para las masas».

• Si tu jefe expresa su frustración con una situación en la que puedes aportar una solución razonable, ofrécele tu ayuda. No muestres una actitud prepotente porque empeorarás su inseguridad; en cambio, haz alguna sugerencia en forma de pregunta: «¿No crees que te sería de gran ayuda que…?» o «¿Qué tal si intentamos…?».

• En cualquier momento y situación, sé positivo. No seas exagerado y no aturdas a la gente hasta el punto de que tengan ganas de vomitarte encima, sino simplemente sé positivo: eso significa encontrar maneras de llevarse bien con gente complicada, saludar a los superiores de tu jefe con actitud optimista y asegurarte de que este sabe que formas parte del equipo.

• Llega temprano y márchate tarde. Si no quieres que tu vida familiar se resienta por ello, no les des la tabarra a los tuyos con la propuesta que se te acaba de ocurrir en casa y madruga para llegar pronto a la oficina y trabajar en esa idea.


Que consigas trabajar a gusto con tus compañeros o con las personas en posición de poder depende de una actitud, de la tuya en concreto. «Pero, Dr. Hoover – replicarás–, tengo problemas serios y necesito soluciones del mismo tenor». Estoy de acuerdo. He estado en la misma posición que tú, haciendo eso, y conservo aún la alfombrilla del ratón para demostrártelo. Da igual lo mala que sea tu situación, la solución empieza en tu cabeza y está en tus manos. Piensa en cómo puedes convertirte en una influencia positiva para el ambiente que se respira en tu oficina. Pero, tal y como Jack Welch dijo una vez, diviértete un poco.

Si crees que ordenar la cafetería mientras tu jefe te mira o que ofrecerle los primeros pastelitos es un poco cursi es que no entiendes su funcionamiento cerebral. Henry Ford aseguró que estaría dispuesto a pagar más dinero por la capacidad de una persona de llevarse bien con sus compañeros que por cualquier otra cualidad de un gerente. Si crees que dejar de lado el resentimiento y la hostilidad y sustituirlos por una conducta útil a la par que positiva es algo propio de boyscouts significa que no te estás tomando muy en serio la idea de mejorar tu atmósfera laboral (dicho en otras palabras: tu carrera profesional). No existe una forma más eficaz de impresionar a un jefe que ser su apoyo, ni nada más deprimente para este que un detractor. Hasta un idiota sabe esto.

Piénsalo de otro modo y considera la conclusión lógica de todo lo anterior. Es tu oficina la que estás ordenando. Te gusta tener esas plantas animando la vida laboral, al igual que al resto de la gente. Un jefe contento, idiota o no, es clave para un entorno laboral agradable. Sé honesto y trata de ver las cosas como son. Hacer todas esas cosas, por muy tontas que puedan parecer, para cambiar tu actitud y mejorar tus condiciones laborales. ¿Acaso no vale la pena?


«C» asesina n.º 4: chulear al jefe


Provocar o chulear al jefe se ha convertido en el pasatiempo nacional para muchos trabajadores, por encima incluso del fútbol. Algunas personas están atrapadas en ese espacio en que el jefe es el enemigo y no pueden pasar ni un solo día sin aludir irónicamente a la persona que está al mando, con independencia de quién sea o de las circunstancias que le rodeen. Cuando tú y yo nos damos cuenta de que el jefe vive en una especie de jaula – atrapado, por un lado, entre nosotros, sus empleados, y los problemas que esperamos que solucione, y, por otro, por los conflictos que sus superiores esperan que solucione por ellos–, sólo tenemos dos opciones.

La primera es pasarnos nuestro tiempo productivo golpeando los barrotes de la jaula de nuestro jefe con palos para atormentarle aún más. Pocas personas harían esto abiertamente a menos que tuvieran apoyándolas un poderoso colectivo que negociara acuerdos de mejoras laborales. Pero incluso eso ya no es lo que era. Desde luego, puedes estar tranquilo si tu jefe trabaja para tu tío Billy o, mejor aún, para papá. Si ninguno de los anteriores es tu caso, provocar o chulear al jefe puede ser algo bastante peligroso. La segunda opción es darse cuenta de que la presión a la que está sometido tu jefe es una oportunidad para ti: aprovéchala, afloja las cuerdas y ponte en su lugar. Aunque un i-jefe probablemente no aflojaría las cuerdas como lo harías tú por él, no te olvides de que hay ojos puestos sobre ti y que uno jamás puede no comunicarse. Si alguna vez has leído alguna fábula de Esopo, recordarás que Androcles salvó su vida tras arrancar una espina de la zarpa de su enemigo natural, el león. Si alguna vez has llegado a creer que el jefe es tu enemigo natural, da la vuelta a esto de forma deliberada y empieza a actuar con amabilidad y a ofrecer tu ayuda. ¿Demasiado tierno para ti? Llámalo interés propio.

En cambio, no te «olvides» de poner en copia a tu jefe en aquellos correos electrónicos importantes, no te «olvides» de invitarle a las reuniones adecuadas o no te «olvides» de transmitirle todo lo que estás aprendiendo en tu carrera profesional, unos conocimientos importantes y relevantes. Así evitarás que se muera de vergüenza cuando necesite una determinada información de la que no dispone porque tú le has soslayado. Intuyo que no quieres mezclarte con los típicos lameculos que no dejan de hacerle la pelota al jefe todo el día, esos mismos que aparentan sacarle la espina de la zarpa para después colocarla de forma estratégica en alguna silla donde vaya a sentarse y reírse tontamente de ello. Cuando la tentación es chulear o atormentar al jefe, quizá haya llegado el momento de reunirse con el equipo y aprovechar la oportunidad de dar a conocer tu postura sobre el tema. Quizá sea un poco exagerado o puede que no.


• Si resulta evidente que tu jefe trabaja con una mano atada tras la espalda, piensa que sus iguales le mirarán con lástima. Tu jefe siempre tendrá un compañero compasivo que le echará una mano. Recuerda que muchísima gente te observa y, por lo tanto, estará esperando impaciente tu respuesta: entre ellos, los compañeros de tu jefe y sus superiores, tus propios compañeros y tus subordinados. Asegúrate de que la actitud que adoptes con tu jefe sea la misma que demuestras ante los demás grupos, en especial con tus iguales y subordinados.

• Programa actos de amabilidad. En serio, esta clase de cosas son demasiado importantes para dejarlas en manos de la casualidad, por lo que no debes esperar a que llegue el momento propicio para hacerlas. Ten en cuenta que no estoy hablando de preparar el café, a menos que quieras hacerlo, sino que me refiero a gestionar tu departamento recorriéndote los pasillos. La fama de Dave Packard, de Hewlett & Packard, se atribuye a esta habilidad. Si tu jefe no lo hace, vete a dar una vuelta con él y transmítele un informe provisional sobre algún asunto importante.

• Convierte la jaula de tu jefe en un lugar habitable manteniendo los principios y la personalidad bajo control. Si sabes de dónde proviene su estrés, asume alguna de sus tareas para aliviarlo, aunque no las realices todas, pues ya tienes bastante trabajo. Sin embargo, el gesto de ofrecer tu ayuda bastará para lanzar un mensaje claro: tú has «escogido» trabajar para esa empresa, y no al revés. Ese tipo de detalles pueden ayudar a reconducir las conversaciones críticas en las que no estás presente hacia donde quieras.

EL GEN DE LA ESTUPIDEZ

Ten cuidado con tu diagnóstico de la idiotez, pues, a veces, lo que parece ser un idiota es una persona normal y corriente con «idiotasincrasias». Todos tenemos «idiotasincrasias» y ese tipo de rarezas se exageran si padecemos cansancio o deshidratación. Si un colega llega a la oficina con cada calcetín de un color distinto, podemos pensar que se trata de un genio loco, de una persona que marca tendencias o de alguien simplemente daltónico. Sin embargo, tendemos a considerar que es un idiota y punto.

La estupidez es distinta al alcoholismo, la drogadicción o el tabaquismo. Bueno, quizá no tanto, pero ese es otro tema. La analogía que estoy a punto de hacer nace libremente de los programas de recuperación basados en doce pasos. Mi intención no es desacreditar estas terapias, desde luego, sino que se trata de una manera de recordar cómo y dónde pasaba las noches de los miércoles. El caso es que la estupidez es casi tan omnipresente como el oxígeno, y no podemos controlar la de los demás. No somos la causa de ella, no podemos curarla y no podemos asumir el control. La única estupidez que podemos manejar es la nuestra.


Pasos para poner freno a la estupidez


Cuando por fin te conviertas en un idiota consciente, inteligente y trascendente (en el sentido de que traspases los límites de la experiencia normal), uno que puede reflejar simultáneamente el pasado, el presente y el futuro de su condición personal y de sus circunstancias, ya no puedes volver a introducirte entre la población idiota y no destacar en ella. Tu inteligencia, si es que la tienes, te atormentará día y noche. Padecerás un trastorno del sueño grave (que exagerará tus «idiotasincrasias»), empezarás a sufrir episodios psicóticos, te ingresarán en un centro psiquiátrico, un abogado de oficio conseguirá sacarte de ahí, regresarás a casa y tu familia estará preocupada por ti hasta que tu perro te encuentre durmiendo en el garaje.

La única alternativa razonable que te queda es aceptar lo inevitable, la estupidez en forma de idiota. Bienvenido al mundo real. Te sería más sencillo cambiar el clima de todo el planeta que ejercer el más mínimo efecto sobre el número y la distribución de idiotas sobre la faz de la tierra. A veces me da la sensación de que unos extraterrestres idiotas con forma humana han invadido nuestro astro. Quizá es una conspiración cósmica para impedir que sigamos explorando el espacio y nos alejemos de nuestro vecindario. Puede que los ocupantes de las galaxias vecinas ya sospecharan hace mucho tiempo que el mercado inmobiliario de nuestro planeta se vendría abajo.

Tú estás aquí; yo también. Sea cual sea su procedencia, los idiotas están aquí. Ellos son los únicos que no lo saben. ¿No podemos intentar llevarnos bien y ya está? Yo diría que sí… bueno, depende. Tenemos que concentrarnos en nuestro viaje personal hacia la rehabilitación, la iluminación y el enriquecimiento propio. Los auténticos idiotas probablemente no leerán este libro, así que podemos decir que esto es una conversación privada entre nosotros. La buena noticia es que podemos tener una vida plena y gozar de una carrera profesional gratificante a pesar de trabajar para idiotas; la mala noticia es que tenemos que hacer todo el trabajo. No te enfades conmigo. Los idiotas en activo (que no están en recuperación) no tienen ni la menor idea de lo que ocurre a su alrededor, así que dime: ¿cómo podrían ayudar? ¿No te parece que una vida plena y una carrera gratificante sí que merecen ese esfuerzo? Yo diría que sí, rotundamente. Ahora dirijámonos al paso uno de nuestro viaje hacia el nirvana a prueba de idiotas (por así decirlo).

¿Te has fijado que he intentado dejar a mi idiota interior fuera de este último sermón? Mi conciencia no está tranquila si no me incluyo: debo ser sincero, coger a mi idiota interior de la mano y unirme a la fiesta. Estoy rehabilitado, pero sigo siendo un idiota. Trato de no olvidar que he sido un trabajador idiota, un jefe idiota, un esposo idiota, un estudiante idiota y un profesor idiota. He sido un grano en el culo para tantísimas personas que ya he perdido la cuenta. Así pues, te invito a que me acompañes, admitas tus errores, sufras en tus propias carnes la catarsis de hablar abiertamente sobre tus «idiotasincrasias» e inicies tu propio viaje hacia una experiencia sin idiotas. Al igual que los programas de rehabilitación típicos, el programa de idiotas anónimos cuenta con doce pasos.

PASO UNO: «ADMITO QUE NO PUEDO ACTUAR SOBRE LA ESTUPIDEZ

DE LOS DEMÁS Y QUE MI VIDA SE HA VUELTO TAN ESTÚPIDA

QUE NO PUEDO MANEJARLA».

No dejes que este primer paso te deprima demasiado. De hecho, la estupidez no es una enfermedad, aunque al menos debería clasificarse como un síndrome. No podemos iniciar nuestro camino hacia la recuperación hasta que confesemos y admitamos el lío en que nos hemos metido. A la mayoría de la gente le resulta intolerable sentir impotencia, y ni piensa en admitirla, pues implica una pérdida de control (un dominio que, por cierto, jamás han tenido) y no están dispuestos a llegar tan lejos. Te presento a los muertos vivientes: estos zombis merodean por nuestro planeta pensando que pueden cambiar a los idiotas que les rodean. Mi propuesta es alcanzar el éxito a pesar de los idiotas que pululan por nuestra vida.

Si intentaras dominar la estupidez ajena en vez de la propia, tu vida sería incontrolable. ¿Tengo que repetirlo otra vez? Es una carga demasiado pesada; déjala pasar. Tu Poder Interior puede soportar la idiotez de los demás. Tú y yo tenemos que invertir nuestros recursos en gestionar nuestra propia estupidez: ahora estamos siendo razonables. Si no perdemos la perspectiva ni olvidamos el contexto de este asunto del idiota universal, hay esperanza. Intentar gestionar nuestra estupidez sin respetar la que nos rodea es como conducir en sentido contrario por la autopista; de esta manera nos buscamos problemas, problemas serios. Sin embargo, si conduces por tu carril y te preocupas sólo de tus asuntos, esto no te garantiza que algún idiota pirado acabe chocando contra ti. Cada uno de nosotros es un coche en una carretera abarrotada de vehículos; no le quites ojo a tu retrovisor.

La confesión es buena para el alma; aunque siempre requiere algo de creatividad, déjate llevar. Reconocer la propia impotencia es el primer paso de la recuperación. Los siguientes revelarán quién tiene el poder y qué técnicas puedes utilizar para alcanzar la serenidad. Reflexiona sobre lo que he comentado antes sobre el autocontrol. Al fin y al cabo, tú eres tu propio jefe, aunque estés bajo las órdenes de otra persona. ¿Eres tu propio jefe idiota, como yo? ¿Puedes ser un i-jefe rehabilitado, como yo? El hecho de que la relación con tu jefe sea más o menos efectiva depende de ti. ¿Serás el típico empleado «mono de feria»? ¿O el simio se dará cuenta del mal comportamiento de su jefe y se lo pensará dos veces?

En los próximos capítulos, iremos al grano y examinaremos el tema del idiota a fondo y los distintos papeles que jugamos en él. Si consigues ver paralelismos con tu propia experiencia, te darás cuenta de que es mucho más sencillo tratar con tu i-jefe en la oficina. No estoy sugiriendo el tipo de reflexión que conduce al arrepentimiento, pero cambiar tu forma de pensar y conducta no ocurre de forma natural ni sin esfuerzos por tu parte. Echar un vistazo a tu pasado sólo servirá para predecir tu futuro, a menos que decidas tomar otro camino. Bienvenido al viaje.

EJERCICIO PARA EL PASO UNO

Piensa en lo que más te molesta de la relación con tu jefe o con tus compañeros de trabajo. Elabora una lista con tres columnas. Titula la primera: «Cosas que no puedo cambiar»; la segunda: «Cosas que sí puedo cambiar», y la tercera: «Actividades en las que invertiré esfuerzos». El ejercicio te ayudará a organizar tus ideas y a centrar tus esfuerzos en actividades en las que puedas destacar. Esta tarea te servirá para liberarte de la tiranía y las opresión de aquellas cosas que no puedes controlar. De este modo, te verás desafiado a tomar responsabilidad de todas aquellas cosas que sí puedes controlar.

Del mismo modo que uno jamás no comunica, la gente no hace nada sin motivo. Si te has estrujado el cerebro al acabar el ejercicio y te preguntas por qué te preocupas tantísimo por controlar cosas que están más allá de tu control y evitas asumir un dominio activo sobre las cosas que sí puedes controlar, tengo una pregunta aún más sorprendente para ti. En el largometraje El último show, Jearlyn Steel cantaba ¿Por qué trabajamos tanto para conseguir lo que no queremos?. Si consigues responder a esta pregunta, por favor, envíame un mensaje.

Existe una razón que explica por qué algunos de nosotros nos comportamos así. Las soluciones que dependen de cambiar procesos de pensamiento seguramente no ayudarán mucho, puesto que para empezar fue el pensamiento ilógico el que nos metió en este lío. Tan sólo un comportamiento totalmente nuevo efectuará el cambio que tú y yo queremos. Haz el ejercicio: no intentes darle muchas vueltas. Invertir esfuerzos en actividades que sí puedes controlar producirá resultados positivos: diviértete.

Cómo trabajar para un idiota

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