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2. ¿El verdadero idiota puede levantarse, por favor?

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Si piensas que eres más listo y tienes más talento, recursos e ingenio que tu jefe, y estás molesto con él por todo lo anterior, ¿quién es el auténtico idiota aquí? Si verdaderamente eres más inteligente y tienes más talento y recursos que tu superior, aquí tienes la oportunidad de demostrarlo, aunque sólo sea para tu propia tranquilidad. Cuando digo demostrarlo me refiero al fino y elegante arte de controlar cada milímetro de tu bienestar físico, emocional y espiritual a pesar de trabajar para un idiota.

No todos los jefes son idiotas, ni viceversa. Algunos jefes se encuentran bastante por encima de la idiotez, e incluso los jefes idiotas tienen sus virtudes. La mayoría de los jefes tienen alguna habilidad. Aquí, hasta el más tonto hace relojes: ya conoces el refrán. El jefe idiota no es, por norma general, bueno; sin embargo, cuando aprendas algo más de los demás tipos de jefe, agradecerás tener a uno que es simplemente idiota. Ha llegado el momento de ajustar tu radar para empezar a distinguir las señales que emiten todos los jefes. No son iguales, y, por lo tanto, no podemos enfrentarnos a ellos del mismo modo.

Es un error, quizá uno fatídico, asumir que tu jefe es idiota si en realidad no lo es. Enseguida te darás cuenta de que utilizar técnicas de modificación de idiotas sobre un no-idiota es tan efectivo como emplear un aerosol nasal para eliminar una piedra del riñón. Según el tipo de jefe para el que trabajes, el uso de un enfoque equivocado puede conducir al desesperado estado de desear tener una piedra en el riñón. He organizado el mundo de los jefes en diez categorías muy generales:


• Buenos jefes

• Jefes endiosados

• Jefes maquiavélicos

• Jefes sádicos

• Jefes masoquistas

• Jefes paranoicos

• Jefes reacios

• Jefes ineptos

• Jefes colegas

• Jefes idiotas

EJERCICIO

Puesto que vamos a examinar cada tipo de jefe, clasifica a todos los jefes para los cuales hayas trabajado, incluyendo al actual, en la categoría apropiada. Haz una lista con todos sus nombres y escribe una nota al lado de cada uno con la categoría o categorías que los representan. Sería una buena idea que esperaras a acabar de leer este capítulo para entender mejor a cada tipo de jefe. Un vistazo al capítulo 3 te aportará una visión más amplia, pues verás una matriz de 10 ✕ 10 de todos los tipos de jefe.

Cuando ya hayas elaborado una lista con todos tus jefes anteriores y actuales, y el tipo donde se incluyen, verás que tu historia laboral muestra un patrón un tanto preocupante. Tras haber sido un jefe idiota y un trabajador idiota, he descubierto que existen patrones que se repiten a lo largo de la vida personal, lo cual puede significar que:

a) Sentimos cierta atracción hacia un tipo específico de jefe que satisface el deseo subliminal de autocastigo.

b) Existe un tipo de jefe que predomina en el sector donde trabajamos.

c) Nosotros somos los idiotas.

d) Todas las respuestas anteriores.


Como coach ejecutivo, te recuerdo que hay un denominador común en cada experiencia laboral y con cada uno de los jefes a los que has prestado tus servicios: tú. Haz los cálculos necesarios; tú eres la constante en todos los trabajos. Hay quien ha conseguido llevarse bien con los distintos tipos de jefes que he enumerado en este libro, o en cualquier otro. Hay quien ha acabado como el rosario de la aurora con todos los jefes que ha tenido, incluso con aquellos que clasificaríamos con la etiqueta de buenos. Da igual en qué extremo del espectro te sitúes, la pregunta sobre la quiero que reflexiones es la siguiente: ¿con qué tipo de jefe te has llevado mejor? ¿Con cuál has mantenido una peor relación y te has peleado constantemente? Y, lo más importante, ¿cuál ha sido tu papel tanto en las buenas como en las malas experiencias? Estudiar los tipos de jefe que he comentado antes te ayudará a trazar el mejor camino hacia las aguas plácidas de la gestión de jefes. Cuando completes el primer ejercicio del capítulo 1, ten en cuenta el tipo de jefe que tienes delante. ¿El cambio de tipo de jefe alteraría el ejercicio? ¿Hasta qué punto? Quizá no puedas cambiar a la persona, pero sí puedes modificar la naturaleza de la relación. El poder está en tus manos, en el caso de que tengas el valor de utilizarlo.

BUENOS JEFES

Por muy increíble que parezca, existen buenos jefes ahí fuera. Quiero empezar con este tipo porque encontrarlos es tan raro como dar con un miembro de la generación X o un hippy (o a ambos) en un concierto de Wayne Newton. No es imposible, por supuesto, pero no es una apuesta segura. Dicho esto, si ves que un compañero de trabajo se echa hacia atrás en su cubículo con los ojos cerrados y con una sonrisa bobalicona en su rostro, lo más probable es que esté rememorando los buenos tiempos, cuando trabajaba para un buen jefe. Todos los que han estado bajo las órdenes de uno suelen ponerse nostálgicos. Aquellos que jamás han disfrutado de ese placer sólo pueden dejar volar su imaginación. A lo largo de los capítulos de este libro, verás que acostumbro a nombrar a los buenos jefes al final; únicamente hay una explicación para ello, y es que aquellos con una personalidad desastrosa suelen ser más numerosos. Poco después de la primera edición de este libro, en el número de junio de la revista CPA Journal se publicaban los resultados de una encuesta donde se identificaban las cinco razones principales por las que la gente dejaba su trabajo. En el mismo estudio también se enumeraban las cinco razones principales por las que la gente opta por conservar su trabajo:

• Tener un buen sueldo

• Llevarse bien con los compañeros de trabajo

• Gozar de seguridad laboral y construir una igualdad/jerarquía

• Disfrutar de ciertos beneficios, como seguro médico o dental y planes de pensiones

• Estar acostumbrado al trabajo


Según el mismo estudio, las cinco razones principales por las que la gente deja su trabajo son:


• Más dinero

• Mejores beneficios

• Más oportunidades para el crecimiento laboral

• Menos estrés o presión

• Un cambio de aires


Así pues, los temas principales para el bienestar de los empleados son: satisfacción laboral, apoyo social, compensación y un futuro prometedor. Sospecho que «no llevarse bien con el jefe» no era una de las opciones disponibles en el estudio. Los resultados de la investigación, junto con mis décadas de experiencia como ejecutivo corporativo, coach ejecutivo y asesor de comunicación, indican que las prácticas de gestión constituyen el factor que determina si una persona se queda en una empresa o deja su puesto de trabajo. He conocido a personas que deciden dejar trabajos muy bien remunerados sin haber hecho ni siquiera una entrevista para otro puesto porque la relación con su jefe y la empresa es demasiado dolorosa. Muchos trabajadores envenenan su relación con el jefe o con sus subordinados, lo cual puede producir una situación poco beneficiosa donde a la larga la empresa decide que se vayan a buscar la felicidad a otro lugar.

Tras dirigir un estudio de permanencia de los trabajadores titulado Las diez razones principales por las que la gente deja su trabajo, su autor, el asesor de negocios internacionales Gregory P. Smith, llegó a la siguiente conclusión: «La gente no deja su trabajo, sino a su jefe». Sin embargo, también he visto la otra cara de la moneda. He conocido a gente que ha preferido quedarse en una empresa que le pagaba un sueldo bajísimo o rechazar oportunidades de ascenso para quedarse al lado de su jefe. He visto a gente rechazar aumentos de sueldo u oportunidades de un puesto mejor en empresas fantásticas por la misma razón. Mucha gente tiene la presciencia de saber cuándo han encontrado el auténtico tesoro.

Ser un buen jefe es muy, pero que muy fácil. Por eso me pregunto por qué hay tantísimos jefes que no entienden lo anterior. Si un buen jefe es el factor más influyente a la hora de retener al personal de calidad, ¿por qué las empresas no prestan más atención e invierten más recursos en ascender a las personas con autoridad más populares (aquellas que infunden respeto, admiración, poseen capacidades demostrables y facultades para liderar a los demás)? Apuesto a que conoces al menos un i-jefe que no ha tomado una buena decisión desde la época de la administración Clinton y, sin embargo, sigue en el poder. Sin duda, también habrás conocido a un jefe estupendo que, por casualidad o no, se topó con la persona equivocada, cruzó la línea que no debía o cortó el cable erróneo, aunque fuera involuntariamente, y no has vuelto a saber de él o ella.

Antes de tirar más piedras, debo confesar que tardé muchísimo tiempo en entender esto y, a decir verdad, no acabo de pillar del todo cómo funciona. Las formas en que pensamos y actuamos son como los neumáticos del coche: no les damos ninguna importancia hasta que, un día, descubrimos que tenemos la rueda pinchada. Para que un jefe idiota cambie (y, créeme, puede hacerlo), deben ocurrir una serie de incidentes de proporciones colosales. Sólo así, un i-jefe se dará cuenta del problema. A veces es cuestión de presentarle a un coach ejecutivo y, de este modo, su ceguera desaparecerá. Una vez el jefe idiota sea consciente del problema y se dé cuenta de que es él o ella, puede iniciar la transformación a buen jefe adoptando una de las reglas de oro del liderazgo, muy simple y a la vez muy profunda: dirige tal y como te gustaría que te dirigieran. Qué novedad, ¿no? Debo admitir que es mucho más fácil decirlo que hacerlo por un gran número de razones que se discutirán en las próximas páginas.

En pocas palabras, los buenos jefes mandan del modo en que les gustaría que les mandaran. En la mayoría de las interacciones humanas, cuanto más simple es algo, más efectivo resulta. Todos queremos respuestas poco complicadas, tomar el camino más sencillo y ganar dinero fácil. Deseamos llevar una vida simple, sin complicaciones. ¿Alguna vez has escuchado un anuncio de electrodomésticos que prometa «en sólo tres difíciles pagos»? Staples, una tienda de material de oficina, llevó a cabo una campaña publicitaria que giraba en torno al eslogan «Eso ha sido fácil». Todavía siguen vendiendo un botón gigante de color rojo con la palabra «Fácil» que recita el eslogan cuando pulsas el botón. Los buenos jefes tienen dos dedos de frente y pueden llegar a imaginarse cómo les gustaría que les trataran sus superiores y, por lo tanto, intuir que a sus empleados les gustaría recibir ese mismo trato.

El modo en que nos comunicamos con los demás es un buen punto de partida cuando queremos ser mejores jefes o sobrevivir a uno pésimo. Recuerda que la misma talla no sirve para todo el mundo. Los buenos jefes transmiten información clara y concisa y te animan a ti y al resto de tu equipo a actuar de la misma manera. A los buenos jefes no les gusta tener que hacerte veinte preguntas para adivinar qué quieres decir y, por si lo dudabas, tampoco leen la mente. En general, los buenos jefes no hacen ese tipo de cosas, no son telépatas.


Elimina el misterio


Si cada vez que tu jefe te pregunta qué asunto te llevas entre manos le haces jugar a ¿Quién quiere ser millonario?, obligándole así a hacerte un montón de preguntas al respecto, es que tenéis un problema, y de carácter serio.

Forzar a alguien a adivinar información importante que sólo tú conoces tiene un nombre: se denomina conducta pasivo-agresiva. Suele ser fruto de tu rencor y resentimiento; tendemos a ser pasivo-agresivos con aquellas personas a quienes ansiamos castigar. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste el vacío o castigaste con tu silencio a alguien con quien estabas bien? Es muy fácil poner a prueba este concepto: simplemente invierte la situación y piensa cómo te sientes cuando tu jefe se niega a revelarte cierta información. Sin duda dejarás volar tu imaginación: «¿No confía en mí? ¿Cree que soy tan estúpido que contaré el gran secreto a los cuatro vientos? ¿Le asusta que pueda utilizar esa información para recibir todo tipo de elogios?». Se te pasarán miles de cosas por la cabeza, pero ninguna cariñosa respecto a tu jefe. Si él también duda de ti, ¿por qué esperas que se muestra agradable y simpático?

La desconfianza siempre conduce a la desazón. ¿Cuántas veces las personas comen juntas sólo para especular sobre lo que está sucediendo en la oficina? ¿Cuántas veces escuchas conversaciones entre susurros por teléfono? ¿Alguna vez has estado en la situación de encontrarte en el lavabo justo en el momento en que tu jefe entra con alguien más? Sin duda, te habrás quedado inmóvil, con la esperanza de escuchar información que afecte a tu trabajo, ¿me equivoco? ¿Eres consciente de cuántas veces pones la oreja para intentar escuchar la conversación que mantienen dos compañeros de trabajo en el cubículo contiguo? Recuerda el capítulo 1: la conversación que determinará tu futuro ascenso, o despido, tendrá lugar cuando tú no estés presente.

Los buenos jefes saben que compartir información en el momento oportuno hace sentir a la gente incluida, respetada y reconocida por su capacidad de contribución, por no mencionar su capacidad de producción. Los buenos jefes convierten la comunicación abierta en una prioridad y mantienen a todo el mundo informado continuamente; y además les gusta saber qué piensan los demás. No sólo cuando conectan sus dispositivos inalámbricos, entre las tres y las cuatro de la tarde de cada tercer martes del mes, sino siempre. Es tan fácil y simple que todos los jefes que no hacen esto deberían someterse a una evaluación psiquiátrica y, si fuera necesario, a una terapia de electroshock. ¿Cuáles son los beneficios de este compromiso que no se entienden? ¡Zas!

Un trato equitativo de todos los miembros del equipo es casi tan importante como la comunicación. Y digo «casi tan importante» porque si la gente va a recibir un trato desigual, es preferible que nos lo digan a la cara en vez de fingir que no está pasando. Lo peor del tratamiento preferente es la farsa de que todo el mundo recibe el mismo trato. A la gente no le importa ser Cenicienta antes de su golpe de suerte, pero detesta que le prometan un príncipe azul y un zapato de cristal si después esto no va a ocurrir.


Los buenos jefes son justos


La imparcialidad en la oficina significa, simple y llanamente, aplicar las normas con equidad y sin tener en cuenta la opinión política de nadie. Incluso aunque las normas sean un engorro, aplicarlas de forma imparcial con todo el mundo ayuda a construir buenas relaciones. Poner la zancadilla a unos y dar vía libre a otros produce hostilidad, resentimiento e incluso venganza, si va demasiado lejos. Comunicarse de forma abierta y honesta con los demás y actuar con equidad es cuestión de tratar a los otros del mismo modo que te gustaría que lo hicieran contigo. Repite conmigo: «Dirige de la misma manera que te gustaría que te mandaran». Parece muy fácil, y además funciona. Y lo hace con todo el mundo, independientemente del lugar que ocupes en la cadena alimenticia de la empresa. Los buenos jefes tratan igual a sus superiores que a sus subordinados: todos son personas. Sin embargo, ¿cuántas veces te has encontrado con un doble rasero? Peor aún, ¿cuántas veces lo usas tú mismo? Reconozco que soy culpable de eso.

Los buenos empleados suelen ser buenos jefes, del mismo modo que estos son trabajadores excelentes para sus superiores y sus compañeros, porque los factores importantes son los mismos. Los comportamientos positivos que propician buenas relaciones funcionan en cualquier situación. En cambio, los trabajadores indulgentes consigo mismos suelen convertirse en jefes igual de indulgentes. La gente que exprime al más pequeño haría lo mismo con uno de mayor tamaño si tuviera la oportunidad de hacerlo. Si no eres una persona justa e imparcial o no te comunicas de forma abierta, jamás podrás llegar a ser ese jefe de ensueño que todo empleado fantasea con tener. Saber mandar en cualquier situación es un concepto muy importante que aprender, porque las implicaciones de ello tienen un gran alcance. Si conoces a algún buen jefe, piensa que también debe de ser un trabajador maravilloso. Los valores que demuestra en tu presencia son los mismos por los que se rige cuando tú no estás delante.

Ser un buen jefe es muy sencillo y hace que te preguntes por qué alguien de este planeta querría invertir tantos esfuerzos y energías para convertirse en uno horrendo. Supongo que se debe a que uno no conoce nada más y se ha acostumbrado a actuar como un monito de feria. O quizá ha escogido el modelo de jefe equivocado de todas las opciones disponibles. Por mucho que las personas más sociales de la oficina se empeñen en hacer creer que los animales y los niños son capaces de apañárselas por sí mismos sin hacerse daño los unos a los otros, siempre hay planes secretos y un motivo oculto. Cuando tienes un jefe despreciable, es más que probable que haya alguien tramando algún plan.

La imparcialidad es un don fantástico, pero no albergues expectativas poco realistas. Como i-jefe rehabilitado, en el sótano de aquella iglesia, aprendí que la justicia es algo muy poco habitual, además de tener un precio excesivo. Si te topas con una relación imparcial entre un jefe y un subordinado, considéralo la guinda del pastel.


La sangre tira


Cuando el hijo del jefe trabaja en la empresa, tienes que ser un cabeza de chorlito para no comprender que para él rigen unas normas especiales. No tienes que haber estudiado mucha historia para aprender que la sangre tira y el dinero familiar todavía más. He conocido a cabezas de familia despedir a empleados con gran talento y capacidad, leales y dedicados a su trabajo, para entregar sus negocios a un hijo o una hija cuyas facultades mentales son un ejemplo de que se han reducido generación tras generación. Esta capacidad limitada suele contribuir a la desaparición de la empresa. Normalmente, la primera generación establece el negocio, la segunda lo hace prosperar, la tercera apenas es capaz de sostenerlo y la cuarta acaba por destrozar todo lo que queda de la empresa. No me refiero únicamente a los negocios familiares, sino a grandes empresas con cientos de millones de beneficios. Imagínate.

También hay excepciones. He conocido a alguna cuarta generación que sigue contribuyendo al crecimiento del negocio familiar. También me he encontrado con fundadores que han estado al mando de la empresa todos los días de su vida, y la han llevado de la prosperidad a la más absoluta ruina sin que sus hijos pudieran llegar a hacerse cargo del negocio. Al igual que muchas otras cosas contra las que me rebelé hace tiempo, el nepotismo se encuentra en mi lista de «Supéralo y continúa con tu vida». En el primer ejercicio que propongo al final del capítulo 1, el nepotismo iría, sin duda, en la lista de cosas que no puedo cambiar ni controlar. Incluso cuando este se encuentra dentro del orden del día, la comunicación abierta y sincera, junto con la imparcialidad y todo lo demás, pueden ser muy útiles. Trabajar para un negocio familiar puede ser una experiencia muy gratificante.

JEFES ENDIOSADOS

Hay personas que se creen Dios. Llámalo si quieres narcisismo con matices ilusorios, pero nadie sabe cómo ni por qué algunas personas se consideran todopoderosas, o algo por el estilo, aunque podría tratarse de un caso extremo de prepotencia. No hay nada malo en querer imitar cualidades típicas de un dios, pero si me dices que te imaginas que eres la reencarnación de la voz que salía de la zarza ardiente, bueno, entonces estarías empezando a asustarme.

Un jefe endiosado no es un jefe idiota en el sentido clásico. Pensar que eres Dios trasciende los límites de la ignorancia; es parecido a creerte que eres Napoleón Bonaparte. Por su propia seguridad, y por el bien de la población mundial, los jefes endiosados deberían estar encerrados en una cárcel cuya llave yaciera en lo más profundo de un río. Por supuesto, ejércitos de abogados de oficio les sacarían de esa cárcel antes de que llegara la medianoche, así que ¿para qué molestarse? Por muy irónico que parezca, los jefes endiosados suelen encontrarse en las iglesias o empresas apostólicas donde, para empezar, se considera que el auténtico jefe es el Dios verdadero y único, así que todo este asunto acostumbra a solucionarse bastante rápido. En estos casos, el mortal mal encaminado simplemente trata de usurpar la autoridad. El Señor seguramente no considera a los jefes endiosados como una amenaza, sino más bien como un fastidio y/o un alivio cómico. Deberías respirar hondo y hacer lo mismo, a menos que trabajes para uno de ellos. Si tienes un jefe endiosado, espero y rezo para que sea un persona adorable y compasiva, porque el fuego y la gasolina pueden ser muy peligrosos en las manos equivocadas. Con un poco de suerte, ese megalómano no esperará que vayas vestido con sandalias y un hábito. Una vez más, cuánta más autoridad institucional tenga un jefe endiosado, resulta más esencial encontrar un modo de coexistir en paz con él. Si consideras oportuno apaciguar a tu jefe endiosado, reza para obtener el perdón de tu verdadero Poder Superior y acude a la iglesia. Cada vez que veas a tu jefe endiosado por la mañana, inclina la cabeza a modo de reverencia. Cuando te dé la sensación de que está tristón o deprimido, sal del despacho y entrégale diezmos y ofrendas en forma de su comida, brebaje o artilugio favoritos. Si tu jefe endiosado te deja claro que le has fallado o decepcionado, no discutas con él; simplemente ruega que te perdone. Cuando tu jefe endiosado esté enfadado, encuentra algo o alguien que puedas sacrificar sobre su escritorio. Johnson, el de contabilidad, sería una buena ofrenda para incinerarlo: únicamente ve con cuidado para que las cenizas no caigan en la alfombra de tu jefe.


Utiliza tu imaginación. El hecho de no creer que el Dios de verdad pudiera crear tal estado de devoción en el lugar de trabajo explica por qué la mayoría de jefes endiosados son un fastidio. Por lo tanto, empieza creyéndotelo y considera la posibilidad de que esté jugando a ser una divinidad para compensar su tremenda falta de confianza. En cualquier caso, vale la pena tratar de imaginar qué le satisfaría y entregárselo. Intentar minar la autoridad de un jefe endiosado o competir con él siempre tiene el mismo resultado: él gana y tú pierdes.

He aquí algunos indicadores que debes tener en cuenta cuando trabajas con un jefe endiosado:

• Asegúrate de que te diriges a tu jefe endiosado tal y como a él le gusta. Si le agrada que le llamen Sr. Johnson en vez de Joe, hazlo. Oponerte a este tipo de cosas sólo servirá para alterarte aún más, lo cual influenciará, y de forma negativa, en las condiciones laborales que esperas mantener.

• Sigue sus normas. Aunque estas reglas entren en conflicto con la política de la empresa, adopta una postura neutral y hazle creer que haces las cosas a su manera, desde el formato de los correos electrónicos hasta el tipo de cuadros que puedes colgar en tu cubículo.

• Pierde las batallas y gana la guerra. Los jefes endiosados están obstinados con el poder porque este esconde la incompetencia, en muchas ocasiones. Sin embargo, ellos viven en el interior de su propia ilusión y no son capaces de ver algo tan evidente como la mala gestión o la incompetencia. Esto juega a tu favor, así que aprovéchate de ello. El jefe endiosado es capaz de echarte una mano si está contento contigo y esa es la guerra que tú quieres vencer. ¿Para qué enredarte en batallitas? Pasa de los juegos de niños y céntrate en los asuntos de mayores.

• Ofrécele sacrificios. En serio. Es posible que te cueste menos de lo que imaginas. Si le gustan las rosquillas, tal y como he mencionado en el capítulo 1, has de aparecer un día por su despacho y ofrecerle una, o la caja entera. Si le gustan las barritas de cereales, llévale algunas (y cómete una cuando estés con él). Puede que sean minucias, pero los jefes endiosados están convencidos de que si no eres uno de ellos, estás contra ellos. Deja guardado tu orgullo en el armario. Si sigues anclado en la desafiante expresión «por encima de mi cadáver», el jefe endiosado estará más que encantado de que se haga realidad.

• Pide perdón por pensar cosas que no procedan de la mente del jefe endiosado. No es tan difícil: si dices cosas como «Si estás de acuerdo con ello…», «¿Te importaría que…?» o «¿Qué te parece si…?», tu jefe endiosado entenderá lo siguiente: «Tienes el poder de concederme…» y, a la larga, «Tu voluntad es lo más importante aquí».

• Reconoce su presencia. Los jefes endiosados no se creen invisibles, por lo que no cometas el error de ignorarle. Cuando se dirija a una reunión o entre en la cafetería, dale la bienvenida verbalmente. Si en ese momento no tienes ganas, establece contacto visual y asiente con la cabeza para darle a entender que su llegada ha captado tu atención.


Si se cumpliera la voluntad de tu jefe endiosado, se produciría un anuncio en la cafetería de empleados cada vez que llegara que diría: «Damas y caballeros, por favor, levántense para saludar al jefe Todopoderoso»; cuando las puertas del ascensor se abrieran, la vocecita metálica que anuncia los pisos estaría programada para decir: «Por favor, háganse a un lado para dejar pasar al jefe Todopoderoso». A ti y a mí nos suena ridículo, pero para un jefe endiosado se trata de música celestial, además de una idea fantástica, así que alguien debería encargarse de cumplir sus deseos. Los jefes endiosados pueden ser cómicos y graciosos, pero te aconsejo que respetes su poder. No hacerlo sería arriesgarse a atraer una plaga de langostas que devorarían todo lo que se encontrara en la nevera de la sala de personal.

JEFES MAQUIAVÉLICOS

Los jefes maquiavélicos son increíblemente inteligentes y, además, son capaces de canalizar su formidable intelecto no hacia fantasías de autodeificación, sino hacia la búsqueda implacable del poder. Ellos ven el universo como una gigantesca pirámide y la cúspide les pertenece por derecho divino. Los jefes maquiavélicos destinan cada pizca de su ser a conseguir alcanzar ese punto tan alto. Les da igual tener que pasar por encima de los demás para llegar hasta allí; nadie será capaz de impedírselo. Si en la ascensión de los maquiavélicos hasta la cima te sientes atropellado, no te lo tomes como algo personal. No es por ti; nunca lo fue y jamás lo será, a menos que te interpongas en su camino. Ese momento en que tú estás en medio del camino entorpeciendo su carrera hacia la meta es tuyo para siempre, y continuará presente a lo largo de los años en tus peores pesadillas.


Los jefes maquiavélicos son demasiado listos y astutos para ser considerados jefes idiotas. Sólo son incompetentes con asuntos que les son indiferentes, como la salud y el bienestar de los demás o los objetivos de la empresa. Poseen una gran capacidad de concentración, son tenaces y muy eficientes; en otras palabras, son máquinas de matar. Apartan los obstáculos que entorpecen su camino utilizando cualquier medio que necesiten. No te atrevas a cruzar el paso de cebra cuando haya un maquiavélico al volante, aunque el semáforo de los peatones esté en verde.

Si trabajas a las órdenes de un maquiavélico, existen varias formas de protegerte. Puedes decir cosas como «Jefe, no sé si te habías fijado en que la alfombra del despacho del director adjunto hace juego con sus ojos». Si además ese directivo de tu empresa conduce un Lexus 430, añade: «Para mí, eres el típico tío que conduciría un Lexus 430». O puedes pasar de tanto simbolismo y apelar directamente a su insaciable apetito de poder con frases como «Esta empresa iría sobre ruedas si tú la dirigieras». Decir a los jefes endiosados y a los maquiavélicos lo que quieren oír es siempre una apuesta segura. La resistencia es inútil, además de potencialmente letal.

Al igual que un jefe endiosado, el maquiavélico tiene una percepción de sí mismo muy idealizada y le importa un comino tu vida, a menos que te utilice para su propio beneficio. Tómate esto como una oportunidad: mostrar una actitud adecuada con respecto a tu jefe maquiavélico mejorará el ambiente laboral y, quizá, evitará que te despidan.

Aquí tienes algunos trucos para manejar a un maquiavélico:


• Utiliza las palabras para ti muy a menudo. Simplemente con decir «Yo me encargo de eso», el maquiavélico interpreta que estás amenazándole con pisarle la cabeza o quitarle protagonismo. Sin duda, tu intención no es tal, pero si un jefe maquiavélico sospecha que quieres desbancarle, te hará papilla, créeme. Para que tu vida no corra peligro, tu jefe maquiavélico debe creer que todo tu trabajo lo haces sólo para que él o ella se lleve los aplausos y el reconocimiento.

• Imita su retórica. Puesto que todo lo que un maquiavélico dice y hace está estratégicamente planificado para alcanzar la cúspide de la pirámide, no dudes en utilizar su mismo lenguaje. Si el maquiavélico cree que estás trabajando en su nombre, incluso cuando él no anda por ahí, es muy probable que empiece a cederte parte de su autoridad institucional para que puedas hacer más cosas por él. Entonces, y sólo en ese momento, podrás utilizar esa autoridad adicional para realizar buenas obras. Así, encontrarás un modo de ayudar a los demás, no sólo por puro entretenimiento, sino también en tu propio beneficio.

• Pon su inteligencia en alerta. Cuando descubras algo interesante, cuéntaselo: envíale un correo electrónico o menciónaselo al pasar por delante de su despacho. Puesto que está en constante competición con todo el mundo (o eso es lo que piensa), el maquiavélico agradecerá cualquier dato que pueda resultarle útil. Puede que, en tu opinión, esa información no sea importante, pero recuerda que tu jefe está obsesionado con su lucha por la supremacía. Esta es una buena forma de fortalecer tus «comunicaciones positivas». Los maquiavélicos son famosos por matar al mensajero que entrega malas noticias, sin importar lo objetivo que este sea. Así que suaviza las malas noticias al comunicarlas.

• Que sea el primero en enterarse. Asegúrate de que tu jefe maquiavélico sea la primera persona en conocer cualquier noticia. Aunque parezca una banalidad inútil y absurda, deja que sea tu jefe quien decida si quiere escucharla o no. Si cree que estás ocultando cierta información, concluirá que estás tratando de competir con él, y las cosas se pondrán muy feas para ti en un abrir y cerrar de ojos. Tu objetivo es desintoxicar tu ambiente laboral, ¿recuerdas? Para garantizar esta seguridad, redacta informes y compártelos con tu jefe maquiavélico, ensalzando siempre el buen hacer de sus trabajadores. No tienes que ser siniestro ni críptico en estos informes. Un maquiavélico es perfectamente capaz de recibir una noticia inofensiva y hallar en ella amenazas ocultas.

• Acepta sus invitaciones. El hecho de que un maquiavélico te invite a algo es una prueba irrefutable de que te considera fundamental para su carrera: no eches a perder esta oportunidad. Es posible que tus compañeros de oficina cuchicheen a tus espaldas cuando se den cuenta de que el jefe empieza a incluirte en sus planes. De hecho, puedo garantizarte que ocurrirá; lo único que debes hacer es recordarles quién eres. Tener acceso a la autoridad institucional del maquiavélico sólo puede conllevar cosas positivas para todo el equipo.

• Formula tus contribuciones según lo que pueda impresionar a tu jefe maquiavélico: «Sin duda, lo que has hecho ha puesto al Sr. Big de muy buen humor». Incluir los logros de tu jefe maquiavélico en el estratégico orden del día de la empresa contribuirá a tu desparpajo planificador. Deberías desarrollar ambas habilidades. Además, le estarás demostrando al maquiavélico, una vez más, que estás promoviendo sus aspiraciones profesionales uniendo los puntos entre las cosas de las cuales puede atribuirse el mérito y aquellas que construyen una valiosísima equidad ante los ojos de aquellos que el jefe maquiavélico debe complacer para seguir ascendiendo.


La diferencia entre una carrera de éxitos y una estancada depende de si consideras estas tácticas como un sacrificio o una oportunidad. Ten cuidado y presta atención a tus actitudes y conductas, pues tu jefe las observará desde su punto de vista. Aunque él y tú bailéis a ritmos distintos, recuerda que él establece el tempo en la oficina. Aprender una nueva cadencia te será más útil que formar tu propia banda de percusión. De lo contrario, sólo conseguirás frustrarte y decepcionar a tu jefe, quien acto seguido te echará a la calle de una patada.

JEFES SÁDICOS

Hola, Cruela. Cada vez que los jefes sádicos oyen lo que quieren, como por ejemplo «auch», lo único que conseguimos es recibir otro castigo, unas veces más sutil y otras explícito. Pongamos por ejemplo la típica bromita del jefe sádico, que empapela la oficina con carteles donde podemos leer: «Cuando quiera tu opinión, ya te la daré». Ja, ja. Por lo visto, los jefes sádicos no se dan cuenta del mensaje que, en realidad, la gente capta de ese pseudohumor: un recordatorio de quién manda allí. Nunca entenderé por qué hay tanta gente que está convencida de que dejar clara la disparidad de poder en el lugar de trabajo es algo positivo y beneficioso.

Al igual que un felino jugueteando con un ratón pero que no llega a matarlo, un jefe sádico jamás te dejará escapar; te mantendrá vivo sólo para torturarte. Si intentas pedir un traslado a otro departamento, aparecerá como por arte de magia en tu puerta, con una sonrisa de oreja a oreja y con tu petición de traslado en la mano con la palabra D-E-N-E-G-A-D-A escrita en enormes letras rojas. Te pellizcarás para despertar de esa horrenda pesadilla, pero enseguida te darás cuenta de que no se trata de un sueño y de que tu jefe sigue ahí, con esa sonrisa maléfica. Es posible que incluso cuelgue la noticia en la puerta de la nevera de la sala de personal para que más tarde descubras que todo el mundo se ha enterado de la noticia. Si le persigues para hacer que cambie de opinión, ten por seguro que acudirá al mismo papa para conseguir que tu solicitud de traslado sea rechazada. Para un sádico, el dolor es como un afrodisiaco.

Hay quien denomina a estos tipos jefes matones. Por norma general, los sádicos intimidan a la gente. Si les comentas que ese abuso de poder está acabando contigo, el sádico y el matón no dudarán en intimidarte todavía más. Ignorar el abuso, o fingir que te da lo mismo, puede disuadir a un matón (quien, sin duda, está intentando infligir el mismo dolor que él siente). Es muy complicado explicar qué se esconde tras los castigos de un sádico; cuando este goza de autoridad institucional para golpear y herir, la motivación principal se convierte en algo inmaterial. Los jefes sádicos alivian su sufrimiento… infligiendo dolor a los demás.

Si trabajas para un jefe sádico, asegúrate de que los signos de tu malestar sean evidentes. Tal y como describo aquí, es fundamental que no te escondas cuando llores, rechines los dientes o te rasgues las vestiduras en tu cubículo o en el baño. Hazlo a los cuatro vientos. Contento de que estés sufriendo tanto, tu jefe sádico te dejará durante unos días y buscará otras víctimas.

Aquí tienes algunos comentarios que deberías tener en mente si trabajas para un jefe sádico.


• Finge estar muy ocupado y con muchísimo trabajo. No desafíes a un jefe sádico asegurando que estás libre; en cambio, protesta por el volumen de trabajo que te ha asignado: «Llevo dos semanas trabajando en este informe y no sé si conseguiré entregarlo en la fecha asignada. Además, acabo de darme cuenta de que tengo que volver a calcular todas las medias de los últimos seis años». Haz que tu trabajo parezca excesivo y agobiante. El jefe sádico te dedicará una sonrisa en señal de aprobación y supondrá que ya tienes demasiado trabajo para hacerte sufrir. Quizá inventarte el tema de las medias sea un poco exagerado, pero mientras estés trabajando duro y esforzándote mucho, ¿qué importa una pequeña hipérbole de vez en cuando?

• Debes estar siempre preparado para responder con rapidez, aunque no con alegría, a un jefe sádico. Acepta el trabajo adicional que te manda, pero no con una sonrisa. Asegúrate de mencionar que te ocuparás de ese tema después de que acabes con las otras doce tareas que te ha pedido hacer desde que has llegado esa mañana. Debes entender de una vez por todas que, a ojos de un sádico, el dolor es poder; en concreto, tu dolor es su poder. Si intentas luchar contra este, sólo estarás entrando en el juego. Para no perder la cordura, has de intentar encontrar un modo de discernir entre los asuntos importantes y los superficiales. Tienes que aplicar este criterio cuando haya una figura de autoridad institucional a tu alrededor. No entierres el hacha de guerra en tu propia cabeza.

• Los jefes sádicos disfrutan viéndote sufrir hasta límites insospechados, pero jamás quieren verte agonizando. Eso significaría que deberías estar de baja médica y, de este modo, el sádico no podría hacerte la vida imposible. (Un sádico realmente superdotado y creativo puede exigirte que trabajes desde la camilla del hospital en vez de permitir que veas ¿Quién quiere ser millonario?, pero no te podrá obligar a trabajar desde el ataúd). De hecho, los jefes sádicos se lo pasan de maravilla cuando ven que todos sus subordinados están con el agua al cuello.

• No organices actividades en un departamento dirigido por un jefe sádico. En el caso de que se celebren, mantenlas en el más absoluto secreto. No salgas de la oficina vestido con el uniforme de jugar al fútbol. Si el jefe sádico te ve a punto de irte a pasar un rato de diversión, ten pon seguro que te obligará a quedarte en el despacho a trabajar y te perderás el partido. Quizá puedas programar gemidos y lamentos para que suenen por los altavoces de tu ordenador, después de salir de hurtadillas de la empresa. Pensándolo mejor, olvídalo: ni siquiera un libro empresarial en tono satírico sobre jefes horrendos puede ir tan lejos. Si un sádico descubriera tal artimaña, se daría inicio a la temporada de caza. Tu cubículo parecería una zona de guerra, con pilas y pilas de informes que llegarían hasta el techo y una papelera llena a rebosar.

• No permitas que te pille perdiendo el tiempo. La holgazanería invita al castigo en forma de trabajo y más trabajo. No estoy diciendo que finjas trabajar. De hecho, tienes bastaste que hacer y puedes estar ocupado en actividades productivas sin tener que comportarte como un embustero. Para crear un mejor ambiente laboral, debes trabajar en actividades importantes que te proporcionen una gratificación personal. Si alguna vez has probado a devolverle el golpe a un jefe sádico, no hace falta que te recuerde qué puede pasar.

• Mírale a los ojos. Todo el dolor que inflige lo ha sentido en sus propias carnes por culpa de alguien más poderoso. Esto también ocurre en el caso del matón. Sea cual sea la razón, el sufrimiento se ha convertido en un modo de vida para ambos. A veces, establecer contacto visual alivia un poco la tensión, siempre y cuando lo mires con empatía y audacia; ¡una señal de miedo y serás historia! Si el contacto visual le exaspera todavía más, no insistas.


Si trabajas en el departamento de un jefe sádico, te aconsejo que des la impresión de estar ocupado y concentrado en tu trabajo y dejes a un lado actitudes más serias que son difíciles de ignorar por él. Esto no significa que no puedas mostrarte positivo y optimista cuando estás lejos de la órbita del sádico; todo lo contrario, aumentarás las posibilidades de que alguien te contrate y te aleje de su lado.

El hecho de que tu jefe sea un sádico seguramente no es algo nuevo en la empresa. La gente ubicada en los puestos más altos de la cadena alimenticia de la empresa saben más de lo que tú imaginas, aunque no lo demuestren cuando tú andas por ahí. Si te comportas de forma adusta y seria en cualquier situación y con todos tus compañeros, no sabrán si el problema es tuyo o de tu jefe.

Por último, jamás despotriques de tu jefe sádico delante de sus superiores. De hecho, nunca lo critiques, estés donde estés. Si los demás ven una actitud positiva en ti cuando tu jefe no merodea por los alrededores, se lamentarán por tu situación e incluso puede que admiren tu tenacidad. Con un jefe sádico, procura no hacerte el listillo.

JEFES MASOQUISTAS

Decir en voz alta lo que un jefe masoquista quiere oír – «Eres un baboso»– no es lo más apropiado. Y, además, si alguien escucha por casualidad el comentario e ignora por completo la situación, puede enfrentarse a ti. Desgraciadamente, felicitar a los masoquistas sólo sirve para molestarlos aún más y, en general, responden con un acto despreciable para poner las cosas en su lugar.

Tal y como su nombre indica, los masoquistas creen que deberían recibir todo tipo de castigos y están dispuestos a arrastrar a todos los que entren en su área de influencia hacia su agujero negro de inutilidad. Su necesidad de ser castigados es tan imperiosa que incluso se castigarían a sí mismos si nadie decide hacerlo. En casos extremos, un jefe masoquista puede negarse a creer que nadie le critique como se merece. Los jefes masoquistas no son idiotas en el sentido clásico de la palabra, pero se acercan bastante. Este tipo de jefes atraen a codependientes como moscas a un picnic de domingo; estos últimos se vuelven locos para llenar ese agujero negro del alma del masoquista, lo cual es imposible, por supuesto. Sin embargo, el esfuerzo hercúleo continúa un día tras otro. Los codependientes llenan por completo los oídos del masoquista, quien les vomita encima todas sus afirmaciones. Si quieres jugar al exorcista, tú mismo.

Es muy fácil distinguir aquellos departamentos que están gestionados por jefes masoquistas. Para empezar, nadie moverá un dedo, a menos que no sea para marcar el número de la policía e informar de que el jefe masoquista está a punto de arrojarse por la ventana. Si logran acabar un par de tareas podríamos decir que están a punto de conseguir alguno de los objetivos del departamento. Pero eso podría parecer todo un éxito y, como todos sabemos, este es lo opuesto al fracaso absoluto; así que de eso nada. Los jefes masoquistas se aseguran de que su departamento fracase para que sus superiores les castiguen por eso, lo cual ellos valoran mucho, desde luego.

El mejor modo para tratar con un jefe masoquista es salir del departamento donde trabaja. Estos jefes jamás consiguen estar satisfechos con su trabajo y tampoco están dispuestos a permitir que tus logros les hagan sentir mejor, o más valorados. Hacer algo que pueda contentar a tu jefe puede desembocar en una respuesta de este tipo: «Oh, genial, me alegro por ti. Supongo que en breve te ascenderán y no dudarás en darme una patada para que me caiga por la escalera empresarial. Perfecto, adelante. Si eso te hace feliz, acepta el ascenso». Ese comentario basta para coger tu logro, hacer una pelota y lanzarlo a la basura. Lo más probable es que tu jefe masoquista ya se haya colocado la papelera sobre la cabeza para darse golpes contra la pared. Aquí tienes una lista de cosas que debes recordar cuando te enfrentas a un jefe masoquista:


• La mayoría de los jefes masoquistas interpretan el típico «yo gano, tú ganas» de otra forma. Entienden que si uno gana, el otro pierde. Retorcido, ya lo sé, pero no encuentro una forma más sencilla de explicarlo. Un jefe masoquista ve su vida como un fracaso monumental y desea arrastrarte hacia su derrota. Tu jefe masoquista está convencido de que cualquier logro o éxito que tú consigas le hará parecer, en comparación, un fracasado. Es aconsejable, tanto para ti como para él, que sobrevivas a esta tralla. Lo que es bueno para ti también lo es para él, porque de ese modo el masoquista consigue parecer el malo de la película.

• La mayoría de los jefes esperan que todos sus empleados los incluyan en las cadenas de correos electrónicos y en el anuncio de algún acontecimiento especial porque les gusta decidir si asistirán o no, dependiendo de lo que haya en juego. Sin embargo, el jefe masoquista sólo quiere confirmar que todo el mundo está precisamente donde no está él. Pero quizá con eso no baste; el jefe masoquista también querrá que todos los asistentes se lo pasen de maravilla sin él.

• No entables conversaciones de aire pesimista con tu jefe masoquista y tampoco intentes animarle, bajo ningún concepto. Aunque a los demás jefes les encante atribuirse el mérito de tus logros, los jefes masoquistas rechazan formar parte de tus éxitos, a no ser que eso les haga quedar fatal. Si puedes aportar algo brillante y útil, sobre todo algo que pueda desencadenar elogios o reconocimiento, no incluyas a tu jefe. Hacer protagonista a un jefe masoquista sólo servirá para ponerle de mal humor.

• Prevé las cosas que pueden llegar a ocurrir. El estrafalario y retorcido modo de pensar del jefe masoquista vuelve a entrar en escena aquí. Si bien la mayoría de la gente realiza un análisis de fuerza/debilidad y oportunidad/amenaza para predecir y prepararse para cualquier posible problema y así aprovecharse de las ventajas, al jefe masoquista le aterra la idea de que todo salga bien, tal y como planeó. Necesita un análisis de riesgos que le asegure la probabilidad de éxito para poder estar preparado y acabar con el proyecto en el último momento si lo considera necesario. Cuando el equipo de un jefe masoquista consigue un logro sólo puede significar dos cosas: que el jefe está de vacaciones o de baja médica.

• No le invites a la fiesta. Tu jefe masoquista prefiere quedarse solo en casa mientras vosotros os lo pasáis pipa. En circunstancias más normales (si es que podemos llamar trabajar para un jefe masoquista o sádico una «circunstancia normal»), el jefe asistiría a la fiesta si pudiera sacar algún beneficio de ello. El masoquista es más feliz estando solo.

• Utiliza el lenguaje corporal. Haz exactamente lo contrario de lo que harías para cualquier otro jefe; en otras palabras, ignora a tu jefe masoquista. Encuentra un modo de decir algo como «Sé que estás sometido a mucha presión. Pero al fin y al cabo te la mereces y tu fracaso está cantado. Además, si estuviera en mis manos, te pondría de patitas en la calle para sacarte de tu miserable vida. Así, supongo que estaría cumpliendo tu más ansiada profecía. Créeme, lo haría. Pero lo único que puedo hacer es deslustrar tu reputación. Espero que eso te sirva de ayuda».


No suelo aconsejar a nadie que deje su trabajo, pero tal y como W. C. Fields dijo en una ocasión: «Si al principio no consigues tu objetivo, vuelve a intentarlo. Después ríndete. De nada sirve ser un completo imbécil». Como ya he mencionado antes, el mejor modo de tratar con un jefe masoquista es alejarse de él. Pero vigila: no dejes el departamento demasiado rápido. Independientemente del tipo de jefe que tendrás en tu nuevo empleo, todo (reconocimiento, inclusión, atribución de méritos) funcionará de forma inversa. Podría ser peligroso tener que aprender a conducir por el otro lado de la carretera. Mi consejo: sal de ahí antes de caer en la trampa que tu jefe ha colocado para sí mismo, a menos que seas un sádico. En ese caso, puedes juguetear con el masoquista como el gato con el ratoncito indefenso, y así los dos seréis felices para siempre. Eso sí que es un «yo gano, tú ganas».

JEFES PARANOICOS

Un jefe paranoico es otra buena pieza. Para él, todo el mundo va en contra suya, incluyéndote a ti. Trabajar para un jefe paranoico puede ser una tortura, pues todo lo percibe como una amenaza. Todo lo que hagas y digas es un intento de socavar su puesto, o eso es lo que él cree. ¿Qué puedes hacer? Una vez más, muy poco. La paranoia es como un campo de minas, aunque sólo existe en la imaginación del paranoico y, por lo tanto, no es accesible ni para ti ni para los demás.

El jefe endiosado utiliza su imaginación de otro modo; podríamos decir que el jefe endiosado es demasiado optimista sobre el lugar que ocupa en el universo. Sin embargo, el paranoico es, sin duda, pesimista y cree que todo el mundo está en su contra. El jefe endiosado considera que es inalcanzable. El jefe paranoico, por el contrario, invierte toda su energía en buscar y demostrar todas las conspiraciones que hay contra él. A veces, encuentra una, aunque la mayor parte del tiempo se la inventa. Sea como fuere, la concentración y el liderazgo que deberían destinarse a los objetivos empresariales se malgastan y toda operación acaba convirtiéndose en un fracaso, lo cual no hace más que confirmar sus sospechas de que alguien estaba tramando una conspiración para sabotear la operación desde el principio.

Escapar de un jefe paranoico no es muy complicado. Si eres capaz de hacerle creer que formas parte de la conspiración, hará todo lo que esté en su mano para castigarte, lo cual equivale en la mayoría de las empresas a un traslado. Aunque sea éticamente sospechoso, quizá te atrevas a toser en las reuniones; de inmediato, tu jefe paranoico dejará lo que está haciendo para decir «¿Qué? ¿Qué pasa?». Tú mira a tu alrededor y responde «Nada». Unos noventa segundos después, indica a uno de tus cómplices que tosa. Tamborilea los dedos sobre la mesa de reuniones, como si estuvieras imitando el código morse, y hazle una señal a otro de tus cómplices para que haga lo mismo. Cuando tu jefe paranoico pregunte una vez más qué está sucediendo, encoge los hombros. Si niegas sus acusaciones, él sospechará aún más de ti y no parará hasta conseguir echarte de su departamento.

Aquí tienes algunos trucos que debes tener en mente si trabajas para un jefe paranoico:


• Mantén todas tus actividades a la vista. Si estás charlando con un compañero en la zona de descanso y pillas a tu jefe paranoico mirándote desde la esquina, salúdale con la mano e invítale a acercarse. Si decide no unirse a la conversación, sonríe y continúa hablando como si tal cosa. Evita cualquier tipo de reacción después de que rechace tu invitación. Cuando vuelvas a tu lugar de trabajo, detente en el despacho de tu jefe paranoico y di algo como «Phyllis y yo estábamos comentando que…». Puede que no se crea lo que le estás contando, pero al menos no le has dado la espalda para continuar hablando con tu compañero.

• Al igual que con el maquiavélico, mantén informado a tu jefe paranoico de todo. Con esto no te aseguro que no registre tus correos electrónicos en busca de una prueba que demuestre una conspiración en su contra. Contra eso, no puedes hacer nada. Sin embargo, sí puedes adoptar un lenguaje que le ayudará a sintonizar un canal claro de comunicación. Una frase como «Tal y como discutimos en nuestra última reunión…» indica que, sea cual sea el asunto que estáis a punto de debatir, ya es un tema de dominio público. Y una expresión del tipo «Quizá quieres corroborarlo con Ralph o Phyllis…» indica que no te importa que otras personas echen un vistazo a tu trabajo.

• Llega un momento en que parece que no puedas hacer nada más. Sólo te falta trasladarte al despacho de tu jefe paranoico para que él pueda escuchar cada una de tus llamadas telefónicas o apoyar su barbilla sobre tu hombro para leer los correos que envías y recibes. El ejemplo de la sala de descanso también puede aplicarse a reuniones a las que, en general, tu jefe paranoico evitaría asistir a toda costa. Invítale a todos los acontecimientos y envíale actualizaciones de todo lo que ocurre cuando no está en la oficina.

• Convence a alguien en quien confíe, si es que se fía de alguien, para que le ayude a sentirse menos amenazado. Sociabilizarse es, sin ninguna clase de duda, lo último que desea hacer tu jefe paranoico, pero quizá pueda ser el mejor modo de ganarse su confianza. Además, si se relaja un poco, cabe la posibilidad de que te desvele por qué es tan paranoico. Esa información te será de gran ayuda para mejorar vuestra relación de ahí en adelante.

• Compartirlo todo con tu jefe paranoico es una forma excelente de diluir su miedo al secretismo. Sin embargo, manifestar abiertamente que compartes toda la información con él puede tener otro efecto: que quiera entablar una conversación más larga y profunda. Ahí es adonde quieres llegar, a que tu jefe paranoico se atreva a mantener ese tipo de conversaciones contigo. De hecho, es una forma un tanto solapada de ponerlo en una situación un tanto paradójica. Quieres que su diálogo interior empiece por cuestionarse a sí mismo: «Si todo el mundo habla de estas cosas tan a la ligera, delante de mí incluso, ¿dónde esconden los secretos?».

• Ponte el uniforme. En vez de seguir al rebaño al salir del despacho para dirigirte al partido de fútbol de la empresa (lo cual tu jefe paranoico interpretará como una señal que indica que acudes a una reunión clandestina), anima a tus compañeros de trabajo a que se pongan las camisetas de jugar al fútbol antes de irse. No es que no puedas conspirar en contra de tu jefe vestido así, pero al menos le darás la impresión de que haces algo legítimo. Y, por supuesto, invítale a participar en el partido. Si rechaza tu invitación, tráele fotografías o háblale del partido a la mañana siguiente en el despacho. O envíale fotos durante el partido. Es una forma distinta de salir del trabajo que nada tiene que ver con el «escabullirse del despacho a toda costa». Deberías considerar también esta opción si trabajas para un jefe sádico.


Hay un límite en el pensamiento de un jefe paranoico; incluso su imaginación tiene fronteras. Si todos los empleados llevan uniforme de fútbol al final del día y le envías mensajes de texto o correos electrónicos con fotografías adjuntas del partido, cuesta creer que incluso un paranoico exacerbado pueda sospechar que estás en un sótano oscuro, tramando un plan para desbancarle. Si pasas por delante de su despacho de camino a comer con tus compañeros y te tomas la molestia de pararte en su puerta para preguntarle: «Vamos a comer, ¿te apetece venir?», yo te diría: «Buen trabajo». Si le traes un trozo de pastel del restaurante o le ofreces la pizza que ha sobrado, te diría: «Un movimiento brillante».

Los jefes paranoicos tienen una cura posible. Empieza cualquier conversación con un preámbulo cautivador, como «¿Puedo contarte algo que me ronda por la cabeza?». Naturalmente, tu jefe paranoico esperará que le confieses que has estado conspirando contra él. Otras formas de entablar una charla serían «Mi vocecita interior me dice que debería…» o «¿Alguna vez te preguntas…?». A esto yo lo llamo cargar tu conversación. Del mismo modo que un director cinematográfico decide qué entra en el plano y qué no, tú puedes dirigir tu conversación hacia un lugar donde tu jefe paranoico sienta compasión por ti.

Como has visto, puedes hacer muchas cosas para mejorar tu entorno laboral. En cambio, si decides no modificar el ambiente, piensa que sólo conseguirás potenciar lo que precisamente no quieres. La inacción en la oficina no es inofensiva; la pasividad tiene consecuencias.

JEFES REACIOS

A mucha gente no le apetece ser el jefe, pero necesitan el sueldo. En general, los cerebritos que toman las decisiones de la empresa, en concreto aquellas que afectan a la gestión de talento, sucesión y desarrollo empresarial y humano, destacan por un factor común y es que parecen gritar a los cuatro vientos «¡No me asciendas!». Como coach ejecutivo, he perdido la cuenta de todos los brillantes expertos con los que he charlado mientras estaban a punto de lanzarse por la cornisa porque hacía mucho tiempo que habían dejado de hacer aquello que verdaderamente les apasionaba. Abandonaron un trabajo que se les daba de maravilla para aceptar un nuevo empleo que, en esencia, no contenía ninguna de sus tareas preferidas y tuvieron que invertir casi toda su vida para cumplir con el calendario empresarial de objetivos. Este alejamiento está presente en todas las historias melancólicas y tristes en que la gente «descarta» permanecer en la empresa para obtener una subida salarial y quedarse allí el resto de su vida, hasta que se jubilen o les despidan. Tras la crisis económica que se inició en 2008 muchos de los empleados que estaban desesperados por dejar de trabajar en su empresa vieron cómo la jubilación se alejaba de sus objetivos a corto plazo; esto hizo que numerosos jefes que no querían serlo y que jamás lo habían deseado no tuvieran más remedio que pasarse otro puñado de largos años ejerciendo la misma profesión.

En el fondo, la implosión fiscal es economía básica. Las mentes empresariales brillantes del siglo XXI continúan ignorando lo que ha estado pasando delante de sus narices: la gente está dispuesta a dejar un trabajo que le encanta a cambio de cobrar más dinero a final de mes. Mientras las mejores compensaciones y los paquetes de beneficios se entreguen a aquellos que dirigen y gestionan a los demás, los empleados más críticos de una empresa serán relegados a puestos donde no desarrollarán las tareas que la empresa más valora de ellos. Las empresas ignoran continuamente a trabajadores con potencial de jefes buenos y, en cambio, promocionan a técnicos estelares y vendedores en la entropía.

Todo esto forma parte de un fenómeno que yo denomino procreación idiota y que explico con más detalle en el capítulo 4. Por ahora, basta con decir que alejar a la gente de un trabajo que les apasiona y extorsionarles (recuerda el asunto del dinero) para hacer algo que detestan no ayuda mucho a crear jefes entusiastas y hábiles. Las generaciones más jóvenes reconocen que, cuando se les invita a unirse al mundo de la gestión, también se topan con jefes igual de desagradables. La mayor diferencia entre una persona de mediana edad que se arma de valor y acepta un trabajo que odia sólo por dinero y un joven que hace lo mismo está en la expresión de su desagrado. Contrata a un joven y ofrécele un puesto que odie y, créeme, le oirás quejarse día tras día. Que Dios les bendiga. Ha llegado el momento de que alguien se levante y diga: «Este trabajo apesta».

Trucos para aguantar a un jefe reacio:


• Si acabas trabajando para un jefe reacio, muestra empatía. No digas cosas como «Dios, cómo me alegro de que seas el jefe», pues es posible que crea que te estás burlando de él. Si tu jefe reacio ronda la treintena, es muy probable que esté resignado a ello, así que no hagas ningún comentario al respecto, a menos que después del trabajo te vayas a tomar una copa con él.

• Si el léxico juvenil es demasiado chirriante para ti, aprende a decir «Qué plomazo. Este trabajo apesta de verdad» de una forma más especial y adecuada. Mientras tu jefe reacio reconoce el carácter desagradable de la situación insostenible en la que se encuentra, tú sigue adelante y ofrécele ayuda para aligerarle la carga. Decir algo como «Ningún problema, deja que yo me ocupe de eso» puede dar la impresión de que no tienes otra opción más que ocuparte de algo que debería ser responsabilidad del jefe reacio, pero no es así. Te marcarías un puntazo.

• Someterte a una revisión de tu propio rendimiento porque tu jefe reacio no va a tomarse la molestia de hacerlo no es tan rebuscado como crees. De hecho, este tipo de jefes suelen apreciar el hecho de que rellenes todo el papeleo. Pídele a tu jefe reacio que te reenvíe los documentos que el departamento de recursos humanos le envió hace tres semanas y que tan alegremente enterró entre los papeles de su escritorio. Haz una valoración de ti mismo. Seguramente la empresa no tendrá dinero en la caja fuerte para ofrecerte un aumento salarial, así que evítale un problema a tu jefe reacio y, si tienes ocasión, aprovéchate de ello.

• Deja que el jefe reacio haga lo que le encanta. Si era un acérrimo de los códigos antes de ser nombrado director ejecutivo, deja que sea él quien los escriba. Si era un comercial feliz, deja que sea él quien se encargue de las llamadas. Si era un analista feliz, deja que analice. Sabes que lo único que no soporta es merodear por la oficina para ver que ahora tú te encargas de asuntos que, en términos oficiales, él ya no puede manejar. Así que marca un horario de forma que tú puedas operar al máximo nivel posible sin tener que estar recordándole constantemente a tu jefe que estás allí. Si se da cuenta de tu presencia, actúa como si no lo necesitaras ni quisieras nada en absoluto.


No podría ser un buen coach ejecutivo si no creyera en la posibilidad eterna de la salvación, incluso en las circunstancias más funestas y extremas. Así que presta especial atención a las señales que tu jefe reacio pueda estar enviándote. Quizá le has caído en gracia y no lo sabes. Recuerda que no lo expresará con muchas palabras, pero si empieza diciendo cosas como «Me gustaría que fueras sincero y me dijeras si estás a gusto en tu puesto de trabajo», quiere decir que, sin darse cuenta, está tomando otro camino para dirigir el departamento. Si muestra una chispa de interés en lo que pasa a su alrededor, coge algunas hojas secas, ramitas y astillas, sopla la chispa, echa leña al fuego y mira a ver si puedes generar un poquito más de calor. Si a un jefe reacio le entran más ganas de mandar cuando tú andas por ahí, quizá es que hayas colaborado a que la experiencia sea más agradable.

La diferencia entre un jefe reacio más o menos invisible o ausente y uno insensible y de estilo «Apártate de mí, mindundi» suele estar en la relación que mantienen ambos con sus subordinados directos. Si los subalternos confirman las sospechas del jefe reacio de que los empleados son como un dolor de muelas, no dudes de que este experimentará dolor. Si, en cambio, los subordinados se comportan como adultos maduros y saben trabajar de forma autónoma y eficiente, es probable que el jefe reacio afloje un poco la tensión. Tú puedes jugar un papel decente en esa situación ayudando a tus compañeros a entender que tu jefe reacio es una persona capaz de desarrollar su trabajo. «Sólo necesita un poco de espacio y oxígeno para estar más cómodo», podrías explicarles. Si consideras ese vacío en la gestión de un departamento como una oportunidad que el jefe reacio ha creado, podrías salir de allí como un héroe.

Los jefes reacios pueden tomar dos caminos: o bien enterrar la cabeza como un avestruz, evitando así cualquier contacto con sus empleados directos, o poquito a poco ir cogiendo el gusto a dirigir a los demás. Si tu jefe reacio está completamente absorbido por el ordenador y no se le puede interrumpir en siete horas esto significa que está hundiéndose en su miseria, y por lo tanto, es muy probable que esté destinado al fracaso más absoluto. Por otro lado, tu capacidad de liderazgo puede salir a relucir entonces. Si tu jefe reacio está conectado a su ordenador tan sólo tres horas al día, ha llegado el momento de inspeccionar los alrededores, leer las instrucciones del artefacto y reunir las piezas.

JEFES INEPTOS

Es mejor tener un jefe reacio que uno inepto. Al menos el primero prefiere mantener todo lo que sabe, o no conoce, sobre gestión y liderazgo en secreto, sin decírtelo a la cara (normalmente porque no quiere ni vértela). En cambio, los jefes ineptos desean serlo a pesar de no poseer las capacidades más básicas para mandar y dirigir a un equipo. Sin embargo, por muy retorcido que pueda parecer, a veces son capaces de generar unos cuantos seguidores gracias a su carisma personal. Esta cualidad seguramente ha sido la razón principal de su ascenso, a pesar de su falta absoluta de credenciales de liderazgo.

Te adelanto que algunos puristas del campo del liderazgo estarán gritando ahora mismo que «¡El liderazgo y la gestión no son lo mismo!». Sí, sí. Tengo dos másteres, un doctorado y créditos universitarios que tendré que devolver hasta el día en que me muera: he captado la idea. Pero todas las personas que reciben un sueldo por dirigir el trabajo de departamentos enteros y empleados individuales deben ser capaces de inspirar cierta admiración, incluso a los directores ejecutivos. O quizá me atrevería a decir que especialmente a los directores ejecutivos.

Sin embargo, cuando esta capacidad de inspirar admiración es la única virtud que posee un nuevo jefe, créeme, se avecinan problemas. Es cuestión de tiempo que todas sus carencias salgan a la superficie, y sus superiores no tardarán en exagerar esta falta de capacidad a la hora de gestionar un departamento. Durante los primeros meses de trabajo de un jefe inepto, resulta difícil darse cuenta de los evidentes huecos en su capacidad de gestión, y más si está como una cabra. El hecho es que, por lo visto, nadie se da cuenta de que la mayoría de jefes están pirados hasta que ascienden y se instalan definitivamente en su puesto de trabajo. Y, como suele ocurrir, el jefe chalado parece ser una persona normal y corriente hasta que cruza ese inevitable y a la vez letal umbral que desencadena una fusión nuclear. Cuando esto pasa llega un correo electrónico o suena el teléfono en el despacho del coach ejecutivo.

Los jefes ineptos no son conscientes de que no tienen ni idea de lo que no tienen ni idea; me parece justo. A falta de tal iluminación, asumen que todo el mundo debería reaccionar a ciertas situaciones igual que ellos. Los jefes ineptos tienen mucho que aprender o, mejor dicho, deben aprenderlo todo sobre su oficio. La cuestión es: ¿pueden hacerlo lo bastante rápido para evitar un descarrilamiento del tren, que es un escenario seguro que producirá la ignorancia en la gestión y dirección de un departamento? Si trabajas para un jefe inepto debes tomar una decisión: ¿te tirarás a las piscina y le ayudarás a aprender lo que necesita saber para mantener la empresa a flote? Y si es así, ¿por qué?

Debes tener muy claro si tu jefe tiene el potencial suficiente para convertirse en alguien eficaz. O si es capaz de llegar a ser un buen jefe en el caso de que se le diera la oportunidad de adquirir unas capacidades de liderazgo. Si te equivocas, es posible que crees un monstruo que te devorará vivo. Si decides enfrentarte a tu jefe inepto, ya sea de forma activa o pasiva, alguien se aprovechará de ello. O peor aún, lo primero que tu jefe inepto aprenderá será a erradicar las influencias enemigas, como por ejemplo, tú.

Aquí tienes algunas cosas que deberías tener en mente cuando trabajes para un jefe inepto:


• ¿Quién nace enseñado? ¿Qué padres primerizos conocen los pormenores de la paternidad? Sabemos que podemos aprender por imitación, pero los primogénitos de cualquier familia recibirán, sin duda, la misma educación que recibieron sus padres, una herencia que pasa de generación en generación, o de manera premeditada e intencionada una educación completamente opuesta. Cada aproximación tiene sus virtudes y sus defectos.

• Del mismo modo, si un jefe nuevo no ha recibido formación alguna en gestión o liderazgo, es probable que caiga en la imitación, n’est-ce pas? Esto pasa desde los inicios de la humanidad. Si Adán y Eva hubieran sido mejores padres, su hijo mayor no le habría dado un porrazo a su hermano pequeño.

• Los hijos también ayudan a criar a sus padres, en cierto sentido, y ahora es un momento perfecto para hacer un buen uso de esa experiencia. Tus padres estaban destinados a serlo, por mucho que tú te hubieras empeñado en cambiarlos por personas distintas. ¿Quién no ha tenido esa misma sensación con su jefe? Utiliza tu mano izquierda.

• Mantén la mente despejada y confía, de todo corazón, que todo lo bueno que hagas por los demás acabará repercutiendo en ti. Tus buenas acciones están cósmicamente alineadas con todas las cosas buenas que te ocurran. Cuando hablo de «los demás», en realidad me estoy refiriendo a incluir en este grupo a tu jefe, además de a tus compañeros y subordinados que también trabajan bajo la autoridad institucional de él.

• No caigas en la tentación de ganar autoridad popular a costa de tu jefe. Al igual que sucede con el proverbial jefe idiota, del que te hablaré en breve, un jefe inepto suele ser objeto de burlas. A ciertas personas les ofende sobremanera la incapacidad de un jefe inepto de darles lo que desean; para estos trabajadores enfadados o socarrones, el jefe es como un padre de alquiler. Y, por lo visto, no se le da demasiado bien. Lo he dicho unas mil veces: «Jamás un empleado ha mejorado su carrera profesional dejando a su jefe como un estúpido».

• Echa una mano al jefe inepto para que aprenda a hacer su trabajo. ¿Aprender el qué? A cómo gestionar el departamento charlando con los empleados, tanto de forma literal como virtual, y así encontrar a gente (es decir, a ti) que está haciendo su trabajo a las mil maravillas. Enséñale a felicitar a la gente (a ti) cuando hace las cosas bien porque de ese modo se esforzará más. Muéstrale cómo recompensar a la gente (a ti) por el valor que aporta a la empresa. Dile cómo debe crear un ambiente de compañerismo y apoyo mutuo, donde todo el mundo pueda beneficiarse de los esfuerzos de los demás.

• Pese a mis constantes avisos de que tener mano izquierda es una forma de interés propio, esto no se trata de ti ni de mí. Cuando hablamos de trabajar en equipo tenemos que incluir a todo el mundo, desde el primero hasta el último. Ese es el ambiente laboral en el que deseas trabajar y, de hecho, es el que tu jefe inepto, con tu ayuda, puede construir y preservar. Para muchos, ver cómo su jefe inepto fracasa en una tarea que apenas requiere preparación es una tentación demasiado irresistible. Por mucho que te cueste creerlo, alguien situado más arriba que tú en la cadena alimenticia decidió asignar a tu jefe inepto ese cargo con autoridad institucional. Para una persona inteligente, es decir, alguien capaz de controlar a su idiota interior (ya sabes, en este caso, el que disfrutaría viendo a los jefes sufrir), este es un buen momento para resistirse a esta tentación y darse cuenta de que su jefe inepto es su puerta de acceso al poder, además de una oportunidad para incorporar a la empresa valores que considera importantes, como la verdad, la justicia y una perspectiva global. Si el jefe inepto carece de la capacidad de gestionar a sus subordinados, no dudes que tampoco sabrá arreglárselas muy bien con sus superiores. Ayudar a tu jefe inepto a prepararse las presentaciones, las reuniones importantes o la redacción de informes relevantes puede ser tu oportunidad de ascender. ¿No te parece genial?

JEFES COLEGAS

«No necesito más amigos, ¿y tú?». Cuando escribí esta frase por primera vez en 2003, era demasiado simplista. El hecho es que la gente es la alegría y el propósito de mi vida y mi trabajo. No puedo ser feliz sin personas a las que ayudar y atender. Me convertiría en un lamentable coach ejecutivo si sólo hablara de mí y de mi ego. Quizá de ese modo mi cuenta bancaria tendrías más ceros, pero ¿sería un profesional acorde con su certificación? No, gracias. Sin embargo, reconozco que soy más servicial que animador y, por lo tanto, me siento realizado y estimulado cuando gozo del apoyo, los estímulos y la responsabilidad que sólo los que piensan como yo pueden ofrecerme. El problema es que un jefe colega asume que piensa de la misma manera que tú cuando, en realidad, no es así. No estoy diciendo que no debamos respetar puntos de vista distintos al nuestro ni tratar de ser inclusivos y receptivos a opiniones opuestas a la nuestra. Pero el objetivo del clásico jefe colega es meterse en tu cerebro y establecer allí su residencia.


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Cómo trabajar para un idiota

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