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Hemos visto que los pensamientos espirituales no siempre son evidencias de una mentalidad espiritual. La pregunta que debe responderse es si nuestras mentes están llenas de esos pensamientos (2 Pedro 1:8). Los pensamientos espirituales ocasionales no prueban nada. La sensación de paz que Pablo dice que es el resultado de una mentalidad espiritual depende necesariamente del grado en que nuestras mentes están llenas de pensamientos espirituales.

De los incrédulos, Dios dijo: “todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5). Los pecados abiertos que observamos en el mundo no nos dicen cuán malvado es el mundo. La verdadera medida de la maldad del mundo es la gran cantidad de pensamientos malvados en las mentes de los incrédulos.

No puede haber mayor evidencia de la mentalidad espiritual que el cambio completo de la corriente continua de nuestros pensamientos. Dejar de lado ciertos pecados en particular no es suficiente; una persona puede curarse de una enfermedad y aun así morir de otra. Es necesario que haya una restauración completa de la salud. Pablo aconsejó a los creyentes de Éfeso que siguieran siendo llenos del Espíritu (Efesios 5:18).

Cuando tengamos una mente espiritual, estaremos llenos de pensamientos sobre cosas espirituales: la abundancia de ellos es lo significativo.

Entonces, debemos preguntarnos: ¿cómo podemos saber si tenemos esa evidencia de la mentalidad espiritual? Respondo: lee y medita en el Salmo 119. Observa cómo David expresa su deleite continuo en la ley de Dios. ¿Puedes hablar como él? No te excuses diciendo: “Pero David era especial; no podemos ser iguales a él”. ¡Por lo que sé, debemos ser como él si queremos disfrutar de la felicidad que él goza ahora! La Biblia no solo fue escrita para mostrar cómo eran los santos en ese entonces, sino también cómo deben ser en la actualidad.

¿Puedo sugerir algunas reglas por las que podemos ponernos a prueba? Por ejemplo, ¿qué proporción de todos nuestros pensamientos son sobre cosas espirituales? Decimos que nuestra principal preocupación son las cosas espirituales, celestiales y eternas. ¿No deberían nuestros pensamientos reflejar esa prioridad y ser principalmente espirituales?

Piensa por un momento en las prioridades de los incrédulos. Sus actividades diarias ocupan todos sus pensamientos. A menudo se dice que cuanto más ocupa la gente sus pensamientos en los asuntos cotidianos, en sus hijos y en su prosperidad, mejor. Pero eso no da evidencia de una mentalidad espiritual.

Tal vez te preguntarás: ¿debemos pensar tanto y tan a menudo en las cosas espirituales como en las cosas lícitas de esta vida? A eso respondo que sí deberíamos hacerlo, incluso más y más a menudo, si queremos tener una mentalidad verdaderamente espiritual. ¿Qué pensarías de una persona que dice que va a viajar a otro país donde tiene una herencia, pero cuya conversación solo es sobre las cosas insignificantes que tendrá que dejar atrás cuando se vaya? El Salvador nos prohíbe estar ansiosos por las cosas de esta vida, como si nuestro Padre celestial no pudiera cuidarnos. Tampoco deben las cosas de esta vida ocupar nuestros pensamientos en igual proporción que las cosas espirituales (Mateo 6:31-33).

Por otra parte, muchos de los pensamientos de los incrédulos son inútiles y vanos, pues surgen de su orgullo, su egoísmo o sus deseos sensuales. Si pensaste que fui demasiado severo cuando dije que los que tienen una mente espiritual piensan más y más a menudo sobre las cosas espirituales que sobre las cosas terrenales lícitas, entonces considera qué proporción de tus pensamientos son espirituales en comparación con los que no son provechosos.

¿Damos más tiempo a los espirituales deliberadamente? Si no, ¿podemos decir que tenemos una mentalidad espiritual?

Como regla adicional, permítanme preguntar si los pensamientos espirituales fluyen en los momentos cuando estamos tranquilos y libres de nuestras actividades habituales. Incluso las personas más ocupadas tienen momentos de tranquilidad, lo quieran o no -momentos después de despertar o antes de dormir, momentos en que están viajando, momentos en que las circunstancias las obligan a estar solas-. Si tenemos una mente espiritual, entonces los pensamientos espirituales reclamarán automática y regularmente esos momentos (Deuteronomio 6:7, Salmo 16:7-8). Si no lo hacen, ¿no es eso una evidencia de que las cosas espirituales son de poco interés para nuestras mentes?

Es correcto y bueno que los creyentes tengan tiempos regulares apartados para la meditación espiritual, pero si suponemos que no necesitamos los pensamientos espirituales en ningún otro momento, ¿podemos tener una mentalidad espiritual? Es por eso que sugiero que nos pongamos a prueba a la luz de la regla de lo que sucede cuando, quizá inesperadamente, estamos libres de nuestras actividades habituales.

Una tercera regla por la cual podemos ponernos a prueba es preguntarnos si nos afligimos por los momentos en que podríamos habernos ocupado en la meditación espiritual, pero por alguna razón no lo hicimos.

¿Estamos satisfechos con argumentar que la omisión fue inevitable y no pensar más en ella? Esa es la manera de perder más y más oportunidades de pensar espiritualmente hasta llegar a enfriarnos por completo con respecto a las cosas espirituales.

Quienes tienen una mentalidad verdaderamente espiritual se sienten afligidos cuando se percatan de que han perdido una oportunidad para la meditación espiritual. “Qué necio”, dirán, “es perder una oportunidad como esa. ¡He dedicado muy poco tiempo a pensar en Cristo hoy!”. ¡Poco nos damos cuenta de qué alegría, qué seguridad, qué preparación para el cielo podríamos haber disfrutado si hubiéramos utilizado todas las ocasiones posibles para pensar espiritualmente!

De esta manera, hemos establecido una de las marcas de la mentalidad espiritual: cuando los pensamientos espirituales fluyen de forma natural y abundante en la mente, y en todo momento, entonces tenemos razones para creer que su fuente es una mente espiritual saludable.

Cómo ocuparse del Espíritu

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