Читать книгу El Evangelio de Simon - John Smelcer - Страница 6
ОглавлениеPRÓLOGO
Considerando que toda obra es producto de una inspiración, la idea de este libro comenzó una noche fría en Alaska en 1996. Me encontraba parado afuera de mi pequeña cabaña a treinta grados bajo cero, contemplando anonadado las luces del norte que bailaban a través del cielo lleno de estrellas, así como la luz amarilla parpadeante de una lámpara de gas sobre la mesa junto a la ventana que levantaba su reflejo sobre la nieve. Fue en ese momento cuando tuve la visión. Pero todavía no era un novelista; no sabía cómo contar la historia. Incluso la visión me causó cierto temor.
¿Quién era yo para escribir la historia?
Entonces, cargué en mi interior la pesada historia como un secreto agonizante. Por años, algunos amigos me desanimaron a escribir el libro, mientras otros como Saul Bellow, Chayym Zeldis, and Norman Mailer me animaron a escribirla. Mailer, quien me ayudó a desarrollar la estructura general de la novela, bromeaba que si yo no la escribía él lo haría. En más de una ocasión, discutí el proyecto con Tom O’Horgan en su apartamento de Manhattan. Tom dirigió el musical de Broadway de Andrew Lloyd Weber, Jesus Christ Superstar, el cual se convirtió en un fenómeno global.
Con el paso de los años, la novela tuvo varios comienzos frustrados porque luchaba por encontrar la mejor forma de contar la historia de Simón, quién debía contarla, y cómo debíamos desarrollarla. Debí haber escrito una docena de comienzos diferentes. Busqué comentarios y sugerencias de católicos conservadores y liberales, de clérigos protestantes, y de los más reconocidos académicos bíblicos y de líderes de otros mundos religiosos con el propósito de escribir un libro universalmente atractivo.
Les escribí al Premio Nobel de la Paz, Arzobispo Desmond Tutu y a Dalai Lama. Después de todo, el mensaje de amor del libro, la abnegación, la compasión, y la tolerancia son los principios centrales del budismo (y además, Dalai Lama siempre ha sido muy respetuoso de la vida y del mensaje de Jesús). De la misma manera, le escribí al maestro vietnamés del budismo zen, Thich Nhat Hanh, quien, junto con Thomas Merton, ayudaron a propagar la noción de paz y resistencia de Martin Luther King Jr. durante el Movimiento de los Derechos Civiles. En 1967, King nominó a Hanh para el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos para poner fin a la guerra de Vietnam.
Compartí bosquejos de manuscritos con Billy Graham, Daniel Berrigan, Rabino Michael Lerner, Barbara Cawthorne Crafton, Cardenal Edward Egan de Nueva York, N.T. Wright, y Marcus Borg. Conocí al Dan Berrigan y Cardenal Egan cuando viví en Binghamton, Nueva York. Conocí al obispo Wright en Durham, Inglaterra, y conocí a Marcus Borg en el otoño de 2005 cuando él y John Dominic Crossan y sus familias visitaron Alaska. Fue Marcus el que me sugirió que usara el “Evangelio de Marcos” para enmarcar la historicidad de la novela.
Les escribí a amigos judíos en Israel y a académicos rabínicos en todo el mundo para solicitar su ayuda y dejar así de perpetuar estereotipos. Después de todo, Jesús fue antes que nada un judío, y la historia de la Pasión es principalmente una narrativa judía. Les pedí a mis amigos no compartir con nadie el contenido de lo que hasta ese momento había escrito. Guardé cada página celosamente en camisa de fuerza sin mencionar a nadie el final del libro, a pesar de que lo había visualizado desde el principio. Era mi secreto.
A pesar de mis inseguridades, me sentí obligado a escribir este libro. Creía en él. Por tal motivo, investigué el tema asiduamente. Con el paso de los años, tomé varios cursos de posgrado sobre religión en Universidad Harvard, incluyendo una clase sobre el Jesús histórico. Mi profesor fue el distinguido investigador bíblico, Helmut Koester.
Aun así, a veces vencido por la duda, seguía sin terminar el libro. Oré ese día para poder hacerlo algún día. También oré para escribirlo sin ninguna agenda, prometiéndome que abandonaría el proyecto si sentía que una palabra era falsa. A veces, al escribir el libro, sentía un regocijo con una intensidad frenética, como si no pudiera escribir los suficientemente rápido para producirlo, la escritura superaba mis habilidades. Cada noche me despertaban los sueños, con entusiasmo escribía garabatos que no podía recordar. De todos los libros que he escrito hasta ahora, El Evangelio de Simón ha sido sin duda la experiencia más intensa y gratificante.