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PREFACIO

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Los cisnes cantan dulcemente cuando sufren. Los cisnes que tengo en mente son John Bunyan (1628-1688), William Cowper (1731-1800) y David Brainerd (1718-1747). Los llamo cisnes porque son grandes voces de la verdad cristiana que la muerte no ha silenciado.

Cuando el inigualable Agustín, el Obispo de Hipona en el Norte de África, se retiró en el año 430 d.C., entregó sus deberes a su humilde sucesor, Eraclio. En la ceremonia, Eraclio se puso de pie para predicar mientras el anciano Agustín estaba sentado en su trono de obispo detrás de él. Abrumado por una sensación de incompetencia en la presencia de Agustín, Eraclio dijo: “El grillo chirría, el cisne guarda silencio”1. Esta historia es el origen del título de esta serie de libros llamada Los cisnes no guardan silencio. Ahora estás leyendo el segundo libro. El primero se llama El legado del gozo soberano: La gracia triunfante de Dios en las vidas de Agustín, Lutero y Calvino.

La referencia a los cisnes apareció nuevamente mil años después. El 6 de julio de 1415, John Hus (cuyo nombre en checo significa “ganso”) fue quemado en la hoguera por criticar la venta de indulgencias de los Católicos Romanos. Se dice que justo antes de su muerte escribió: “Hoy están quemando un ganso; sin embargo, en cien años, podrán escuchar un cisne cantar; no lo quemarán, tendrán que escucharlo”2. Y así la línea de “cisnes” ha continuado hasta nuestros días –fieles testigos del evangelio de la gloria de Cristo, cuya muerte no silencia su canción.

Mi objetivo en esta serie de libros es amplificar la voz de los cisnes con el megáfono de sus vidas. El apóstol Pablo llama a la iglesia a “adornar la doctrina de Dios” con la fidelidad de nuestras vidas (Tito 2:10). Eso es lo que han hecho los cisnes, especialmente en su sufrimiento. Su constancia a través de la prueba endulza e intensifica el canto de su fe. Es parte de nuestro agradable deber cristiano preservar y proclamar las historias de los cisnes sufrientes de Cristo, historias que alientan la fe. La Biblia nos exhorta a que “no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas” (Hebreos 6:12). “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe” (Hebreos 13:7). Pero no podemos imitar o ser inspirados por lo que no conocemos. De ahí la serie, Los cisnes no guardan silencio.

Los tres relatos que presento en este libro fueron originalmente mensajes biográficos entregados de forma oral en la Bethlehem Conference for Pastors. He sido influenciado en mi selección de estos tres para este libro por la convicción expresada por Benjamin Brook en el prefacio de su obra de tres volúmenes, The Lives of the Puritans [Las vidas de los puritanos]:

De todos los libros que se pueden poner en tus manos, aquellos que narran los esfuerzos y el sufrimiento de hombres buenos son los más interesantes e instructivos. En ellos se ven principios ortodoxos, caracteres cristianos y deberes sagrados en una unión encantadora y en operación vigorosa. En ellos se ve la religión resplandeciendo en la vida real, sometiendo las corrupciones de la naturaleza humana e inspirando un celo por toda buena obra. En ellos puedes ver los reproches y persecuciones que los siervos de Dios han soportado; esos principios misericordiosos que han sostenido sus mentes; y el curso que han seguido en su progreso hacia el reino de los cielos. Dichos libros están bien calculados para atraer tu atención, afectar tus sentimientos, profundizar tus mejores impresiones y vigorizar tus resoluciones más nobles. Están bien calculados para fortalecerte contra las tentaciones de un mundo vano; para asimilar tu carácter al de los excelentes de la tierra; para conformar tu vida al estándar de santidad; y educar tu alma para las mansiones de gloria3.

Estos son mis objetivos. Y estoy de acuerdo en que “los esfuerzos y el sufrimiento de hombres buenos son los más interesantes e instructivos” para estos grandes fines. Es evidente, por lo tanto, que no escribo como un erudito desinteresado, sino como un apasionadamente interesado –y espero sincero y cuidadoso– pastor cuya misión en la vida es esparcir pasión por la supremacía de Dios sobre todas las cosas para el gozo de todos los seres humanos.

John Bunyan, William Cowper y David Brainerd se esforzaron y sufrieron. Y fue por la aflicción misma que dieron frutos para alimentar la vida cristiana radical, la adoración centrada en Dios y las misiones mundiales que exaltan a Cristo. Mi oración es que la historia de cómo sufrieron, cómo soportaron y cómo esto dio fruto inspire en ti esa misma vida cristiana radical, adoración centrada en Dios y misión que exalta a Cristo.

John Bunyan es mejor conocido como el simple pastor bautista británico que en prisión escribió el libro que hasta el día de hoy “sigue siendo la publicación de literatura con mayor circulación en la historia de la raza humana fuera de la Biblia”4, El progreso del peregrino. Es un gran libro sobre cómo vivir la vida cristiana. Menos conocido es el hecho de que sus doce años de prisión fueron “voluntarios”, en el sentido de que comprometerse a no predicar el evangelio de Jesucristo le habría conseguido su libertad en cualquier momento. Este hecho intensifica el efecto de saber que cuando la hija mayor de Bunyan, Mary –ciega de nacimiento–, lo visitó en prisión, fue como “arrancarme la Carne de mis huesos”5. Aún menos conocido es el hecho de que este pastor encarcelado, sin educación formal más allá de la escuela primaria, también escribió otros sesenta libros, la mayoría de los cuales aún se siguen imprimiendo 350 años después6.

William Cowper, para aquellos que en algún momento tal vez hayan tomado un curso sobre literatura del siglo XVIII, es conocido como “el poeta de un nuevo avivamiento religioso” dirigido por John Wesley y George Whitefield. Su poesía y sus cartas merecieron cincuenta páginas en la antología que yo estudié en la universidad7. Entre aquellos que lo conocen como un poeta cristiano, muchos no saben que William Cowper vivió con la compañía constante de depresión sombría toda su vida, a veces inmovilizado en la desesperación, y con intentos reiterados de suicidio. A pesar de esta oscuridad, hoy Cowper sigue tocando los corazones de miles que no saben nada sobre él, simplemente porque, en la adoración, cantan sus himnos “Hay un precioso manantial”, “A Tu lado andar, Señor”, y “God Moves in a Mysterious Way [Dios se mueve de manera misteriosa]”.

David Brainerd probablemente no sería conocido por nadie, de no haber sido gracias a Jonathan Edwards, el pastor de Nueva Inglaterra en cuya casa este joven misionero a los indígenas americanos, murió de tuberculosis cuando tenía veintinueve años. Edwards tomó el diario de Brainerd y lo convirtió en lo que se llama The Life of David Brainerd [La vida de David Brainerd]8, una biografía que ha inspirado más servicio misionero, tal vez, que cualquier otro libro fuera de la Biblia9. No había especialistas que le dijeran a Brainerd, de veintidós años, cuando comenzó a escupir sangre en su segundo año en Yale, que era un candidato inadecuado para el estrés misionero lejos de la civilización. Así que, durante los siguientes siete años, después de ser expulsado de Yale, entregó su vida por la salvación de “las tribus de indígenas de Stockbridge, Delaware y Susquehanna”10. Su historia se ha convertido en un clásico espiritual, y “es tan difícil enumerar la gran multitud que Juan vio en Patmos como contar esa muchedumbre –roja, marrón, amarilla y blanca– introducida directa o indirectamente en el Reino de Dios por el joven tuberculoso que gastó su vida en los campos de Nueva York, Pensilvania, y Nueva Jersey hace más de dos siglos”11. Con los grandes privilegios espirituales viene gran dolor. Es claro por las Escrituras que este es el designio de Dios: “Y para que la grandeza de las revelaciones”, escribió Pablo en 2 Corintios 12:7, “no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera”. Gran privilegio, gran dolor, el diseño de Dios. Lo mismo sucedió con Bunyan, Cowper y Brainerd. Pero no todos tenían el mismo dolor. Para Bunyan era la prisión y el peligro, para Cowper era una depresión de por vida y una oscuridad suicida, para Brainerd era la tuberculosis y el “mundo salvaje”.

¿Cuál fue el fruto de esta aflicción? ¿Y cuál fue la roca sobre la que creció? Considera sus historias y sé alentado en que ningúna obra ni sufrimiento en el camino de la obediencia cristiana es en vano. “Detrás de una ceñuda providencia, Él esconde un rostro sonriente”.

La Sonrisa Escondida de Dios

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