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Prefacio
ОглавлениеMientras más vivo veo con más claridad mi dependencia de aquellos que vivieron antes que yo. Mientras más conozco lo que otros han pensado mi pensamiento parece menos original. Estoy contento con que sea así porque, al menos en el área de la verdad, el antiguo predicador no exageró al decir, “no hay nada nuevo bajo el sol” (Eclesiastés 1:9).
Este libro es testigo de mi llamado como maestro secundario, no como maestro primario. Jonathan Edwards es un maestro primario en la iglesia de Cristo; yo soy secundario. La diferencia fue descrita por Mortimer Adler en 1939:
[El maestro secundario] debe considerarse a sí mismo como aprendiz de los grandes maestros junto a sus estudiantes. Él no debe actuar como maestro primario usando los grandes libros clásicos como si fuesen otro libro de texto de la misma clase que podría escribir cualquiera de sus colegas. Él no se debe hacer pasar como uno que sabe y puede enseñar en virtud de sus descubrimientos originales… las fuentes primarias de donde adquirió su propio conocimiento deberían ser también las fuentes primarias para sus estudiantes. Tal maestro actuará honestamente solo si no se engrandece a sí mismo interponiéndose entre los grandes libros y sus lectores. Él no debe insertarse como si fuese un aislante, sino como un transmisor—como uno que ayuda a los menos competentes a hacer más efectivo su contacto con las mejores mentes.1
Este es el papel que yo quiero jugar en relación con Jonathan Edwards y su libro2, El Fin Por el Cual Dios Creó el Mundo. Jonathan Edwards es único en la historia americana, y probablemente en la historia del cristianismo. Esto se hará evidente en las páginas que siguen. Paul Ramsey, el editor de Los Escritos Éticos de Edwards en la edición crítica de Yale concuerda con esto: “Uno estudia la época y el trasfondo de algunos hombres para entenderlos. Otros poseen una grandeza tan inusual que uno los estudia para entender su época, o para comprender el significado más profundo de las influencias intelectuales y otras influencias que hicieron efecto en ellos. Jonathan Edwards era esa clase de hombre original.”3 No es que Edwards trató con realidades nuevas sino, como Vergilius Ferm dijo, “él parece haber tenido el poder y el impulso de fijar su propio sello sobre todo lo que entraba dentro de su ámbito de competencia.”4
Pero aún más importante que su capacidad de apropiarse de las cosas de manera única, era su firme enfoque en Dios y su invariable pasión por ver todo lo que fuese posible de Dios en esta vida. “vivir con todas mis fuerzas mientras viva”5 fue su resolución, lo cual aplicó principalmente a la búsqueda de Dios. Por esto resolvió también, “cuando piense en cualquier tema sobre la divinidad que deba ser resuelto, haré inmediatamente lo que pueda para resolverlo si las circunstancias no me lo impiden.” El canal por donde esta pasión por Dios fluía era el canal de la incesante meditación en oración de la Escritura. Por esto mismo él resolvió además “estudiar las Escrituras tan consistente, constante y frecuentemente hasta encontrar y percibir plenamente que estoy creciendo en ella.”
Lo cual significaba en última instancia, que Edwards también era un maestro secundario—como lo son todos los pastores y teólogos cristianos honestos. “Él era un hombre que ponía la fidelidad a la Escritura sobre cualquier otra consideración.”6 Su pasión era ver la expansión ilimitada de la realidad Divina que se halla en la Escritura sin imaginar cosas novedosas. Edwards elevaba la siguiente bandera sobre cada una de las vastas áreas del conocimiento divino: “creo que la Palabra de Dios nos enseña más cosas respecto a esto…de lo que generalmente se ha creído, y que exhibe más cosas extremadamente gloriosas y maravillosas respecto a esto de lo que se tomado nota.”7 En palabras simples: “apenas hemos comenzado a ver algo de todo lo que la Escritura nos ofrece de Dios, y lo que no hemos visto es sobremanera glorioso.
Por lo tanto, en el sentido más profundo todos somos maestros y seres secundarios. Hay Solamente uno que es Primario. Y las cosas más importantes en el mundo son saber por qué nos creó y cómo podemos unirnos a Él para lograr ese propósito. Solo Él puede revelar la respuesta. Es por eso que Jonathan Edwards se entregó a la Palabra de Dios y escribió El Fin Por el Cual Dios Creó el Mundo (incluido como la parte dos de este libro), y es por eso que yo me pongo sobre sus hombros y escribo acerca de La Pasión de Dios por Su Gloria.
Por más de treinta años he estado tratando de ver y saborear esta visión de la realidad centrada en Dios que satisface el alma y destruye el pecado. La primera parte de este libro es un vistazo enfocado en las raíces de esta visión como he podido verla en la vida y el pensamiento de Jonathan Edwards. Siguiendo la misma línea de otros evangélicos contemporáneos que se ocupan de esto8 el capítulo uno argumenta que el movimiento evangélico moderno está siendo doctrinalmente despojado por su coqueteo con el pragmatismo y el éxito numérico. La centralidad en Dios y la devoción a los límites doctrinales bíblicos son una necesidad profunda en nuestros días. En la segunda parte de ese capítulo ofrezco quince declaraciones sumarias de las implicaciones de la visión de Edwards para el pensamiento y la vida cristiana.
En el capítulo dos el lector encontrará una mini biografía de Edwards. Es una historia que capacitará al lector a disfrutar al hombre y a ver su teología en el fluir de su vida y ministerio. Le pone carne a los huesos de la teología. Aquí podrá conocer a “uno de los hombres más santos, humildes y de mente enfocada en el cielo que el mundo haya visto desde los días apostólicos.” (Ashbel Green, Presidente de la Universidad de New Jersey, 1829), pero también conocerá al “más profundo razonador y el más grande de los teólogos que América haya producido” (Samuel Davies, 1759—un hombre que era “grande en su atributo de dominante, penetrante e irradiante espiritualidad” (John de Witt, 1912).9
En el capítulo tres conduzco al lector por un recorrido personal a través de mis treinta años de descubrimiento de los más importantes escritos de Jonathan Edwards. De esta manera trato de combinar mi historia personal con la vida y los escritos de Edwards para mostrar su significado y relevancia para por lo menos un evangélico moderno. Mi esperanza es que ustedes vean en acción en este capítulo, no solo una sino dos ilustraciones—una en vida y la otra fallecida—de “una mente que ama a Dios.”
Finalmente, en el capítulo cuatro tomo la visión radicalmente centrada en Dios de Edwards sobre la virtud—la cual es, de hecho, el fin para el cual Dios creó el mundo—y aplico su mordaz relevancia a la transformación cultural y la evangelización mundial. redescubrimiento de la visión moral centrada en Dios en El Fin Por el Cual Dios Creó el Mundo es mi meta. Y oro que esta tarea sirva para al propósito de Dios en nuestros días de llenar los sonidos huecos de nuestra negligencia hacia Dios y sus fatales éxitos. Que el Señor restaure la pasión por Su verdad y Su gloria que en gran parte ha desaparecido del mundo evangélico moderno.”10