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Capítulo 1

La predicación bíblica debe centrarse en la Palabra de Dios

El autor y predicador mundial John Stott, una vez comentó que «el secreto de la predicación no es tanto dominar ciertas técnicas, sino ser dominado por ciertas convicciones». Y no hay una convicción más importante por la que debemos estar dominados que esta: la Palabra de Dios tiene poder y autoridad porque es la revelación de Dios para todos los pueblos, culturas y generaciones. Tal como hemos visto a partir del relato de Nehemías, las Escrituras provienen de Dios, «que el Señor le había dado a Israel» (Neh 8.1), y debe por tanto establecer la agenda para toda predicación. Nuestra labor consiste en asegurarnos que las Escrituras jueguen un papel central, en esforzarnos por entender su significado y propósito, y en dedicar nuestras energías a proclamar su verdad.

Someternos a la Palabra de Dios

1. Autoridad

En algunas culturas, se le da autoridad al predicador porque tiene las credenciales teológicas adecuadas. O tal vez, tiene el título eclesiástico o rango correcto. O a veces pensamos que su autoridad proviene de la indumentaria que lleva o por el púlpito elevado desde donde predica.

Pero no es así. La autoridad proviene de una fuente primaria. Cuando entendemos lo que el Nuevo Testamento dice acerca de la predicación, un asunto queda claro: predicar no es anunciar nuestras propias palabras desde nuestra propia autoridad, sino proclamar la Palabra de Dios con su autoridad. Hace muchos años, Edmund Clowney resaltó cuatro palabras que nos ayudan a entender la naturaleza de la predicación.3

El grupo de palabras más común significa proclamar en calidad de heraldo. Predicar es proclamar el mensaje que nos ha sido dado con la autoridad de Dios y que él mismo nos ha enviado a proclamarlo. El mensajero no genera el mensaje, pero Dios sí. La segunda palabra se relaciona con anunciar las buenas nuevas. No se la utiliza exclusivamente en la tarea de evangelizar, aunque la incluye. De nuevo, son las buenas nuevas de Dios, no las nuestras. El tercer grupo de palabras se relaciona con testificar de los hechos. Y el cuarto grupo, que comúnmente se traduce como «instruir», significa dar a conocer los hechos tal como Dios los ha revelado. Lo importante que debemos notar no solo es el hecho que estas palabras por lo general aparecen juntas (lo cual significa que la predicación contiene todos estos elementos y no debería limitarse a un solo significado), sino que el énfasis recae en la noción de «dar a conocer» el mensaje. Nuestra obligación es proclamar la Palabra de Dios.

Además, si analizamos las instrucciones de Pablo a Timoteo, veremos cuán insistente fue en explicar que la tarea pastoral debería involucrar la proclamación y lectura de la Palabra de manera fiel, urgente y constante (1Ti 4.11-16; 2Ti 4.1-5). «Predica la Palabra» o «proclama el mensaje» (2Ti 4.2). Aquí, Pablo enfatiza la función del heraldo que proclama lo que Dios nos ha relevado en las Escrituras. Y los verbos adicionales: «corrige, reprende y anima», indican que esta tarea tiene un propósito: exponemos la Palabra de Dios para dar lugar al cambio (como veremos en los capítulos 8-10).

El párrafo anterior de Pablo subraya esto, enfatizando por qué debemos confiar en las Escrituras y exponerlas fielmente (2Ti 3.14-17). Las Escrituras tienen autoridad porque han sido inspiradas por Dios (v. 16), y por lo tanto son la única fuente de revelación con respecto a la necesidad más grande de la humanidad: «darte la sabiduría necesaria para la salvación» (v. 15). Entonces, la tarea de la predicación es abrir estas Escrituras con el propósito de «enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia» (v. 16). Por lo tanto, Pablo enfatiza el punto: nuestra tarea es proclamar la Biblia. Nada más nos beneficiará, puesto que nada más revela los propósitos de Dios, y nada más tiene tal poder transformador. De este modo, el pasaje bíblico establece la autoridad del predicador. La autoridad del acto de predicar no se debe por la fama o el carisma del predicador, ni por sus estudios académicos o habilidades de oratoria.

El gran predicador Campbell Morgan lo dijo claramente: «Mi sermón no tiene autoridad en sí mismo, excepto como una interpretación o una exposición o una ilustración de una verdad que está en el texto bíblico. El texto lo es todo. De eso se trata la autoridad».

2. Integridad

Como bien lo ha descrito David Day, la mayoría de los predicadores están acostumbrados a leer un pasaje bíblico «con el fin de conseguir la primera lección predicable que aparezca».4 El texto, en otras palabras, nos ofrece un pretexto. Es una excusa para predicar sobre un tema importante para nosotros, que por suerte, aparece en un pasaje bíblico. Pero esto es utilizar la Biblia como un perchero para colgar nuestros propios pensamientos. Si los predicadores hacen esto, no manejan la Biblia con integridad. No permiten que la Biblia hable. Pero como hemos visto con Nehemías, la Palabra debe ser el centro. David Day nos exhorta a «predicar desde el pasaje, el pasaje completo y nada más que el pasaje».5 Esta es la tarea central del predicador, si realmente cree en la autoridad de la Biblia y la autoridad de Dios que nos habla en ella.

El apóstol Pablo se enfocaba en asegurarse que su ministerio se centre en la Palabra de Dios. Sabemos, por su segunda epístola a los Corintios, que los falsos maestros de Corinto lo criticaban por una serie de cuestiones, por ejemplo, su aparente falta de habilidades retóricas. En su defensa, esbozó un llamado para todos los predicadores de la Palabra: «Hemos renunciado a todo lo vergonzoso que se hace a escondidas; no actuamos con engaño ni torcemos la palabra de Dios. Al contrario, mediante la clara exposición de la verdad, nos recomendamos a toda conciencia humana en la presencia de Dios» (2Co 4.2).

Pablo destaca su determinación por ser fiel al mensaje y menciona una prioridad clave: no debemos distorsionar la Palabra de Dios, sino presentar su verdad de manera sencilla. Exponer significa presentar algo para que sea visto, una revelación plena de la verdad. Es lo opuesto al engaño. Es «mostrar lo que tienes en la mano». Es como el mago en un circo que se remanga para mostrar que no está ocultando nada. Pablo insiste que no estamos ocultando nada, sino que proclamamos fielmente todo el consejo de Dios. Y esta es la fuerza del versículo 2: no cambiamos el mensaje para complacer a nuestros corazones, sino que exponemos la verdad. No adornamos la verdad para ganar popularidad, sino que expresamos el mensaje claramente. No guardamos el mensaje para un grupo selecto que podrá iniciarse hacia niveles más altos de experiencia espiritual, sino que nos encomendamos a la conciencia de todos.

Solo unos versículos más adelante, Pablo describe las características de este ministerio: «A diferencia de muchos, nosotros no somos de los que trafican con la palabra de Dios. Más bien, hablamos con sinceridad delante de él en Cristo, como enviados de Dios que somos» (2.17). Los falsos maestros trataron de ganar conversos por medio del engaño. Es posible que estos predicadores se hayan parecido a los grupos ocultistas de aquellos días, vendedores que comercializaban un producto religioso nuevo y misterioso. Algunos comentaristas creen que este grupo criticaba la manera en la que Pablo hablaba tan abiertamente sobre el evangelio; ellos preferían que la verdad se mantuviera envuelta en misterio. Y obviamente, así podían cobrar grandes sumas si las personas realmente querían descubrir esa verdad esotérica. Quizá eran como esos vendedores ambulantes que vendían vino mezclado con agua. Eran culpables de adulterar el producto, el mensaje, pero sin el menor remordimiento, porque solo les interesaba ganar dinero.

Más adelante, Pablo nos ofrece información acerca de su preocupación por la predicación defectuosa en Corinto. Usaban un lenguaje similar, pero se trataba, como lo dijo Pablo, de otro Jesús, un espíritu diferente, un evangelio diferente (2Co 11.3-4). No estamos seguros de lo que esto pudo haber representado: quizá era un evangelio que enfatizaba la fuerza, no la debilidad; un mensaje que prometía triunfo, no sufrimiento; un evangelio que ostentaba gloria, no la cruz. Pero lo que realmente importaba para Pablo, y para todos los que han sido llamados a predicar la Palabra, es el compromiso con una declaración fiel, clara y abierta de la verdad.

Nos hemos enfocado en este pasaje, porque nos explica de una manera muy útil a qué nos referimos con la exposición de la Biblia, o con la predicación expositiva. Es simplemente hacer que la Palabra de Dios sea clara y simple, sacar a luz lo que está ahí. A veces se caricaturiza a la exposición bíblica como un comentario sinfín de un largo pasaje bíblico. Como, por ejemplo, decir que la predicación del libro de Levítico toma cuatro años. O tal vez pensamos que es un estilo cultural particular que siempre debe tener tres puntos unidos por «una ingeniosa serie de palabras que riman».6 Pero la exposición, según su definición más sencilla, es abrir un pasaje bíblico para poder exponer su fuerza y poder. Es por eso que John Stott a menudo subrayó que toda predicación cristiana es expositiva: «entendemos la predicación básicamente como… una exposición de la Palabra de Dios… según su sentido más amplio, nos abre el texto bíblico».7 «En la predicación expositiva, el texto bíblico no es una introducción convencional a un sermón sobre un tema mayormente distinto, ni un cómodo perchero donde colgamos una mezcolanza de diversos pensamientos, sino un maestro que dicta y controla lo que decimos».8 Permítanme sugerir cuatro prioridades:

Cuatro prioridades

1) Tenemos la convicción de que las Escrituras son la Palabra de Dios, y que poseen autoridad y poder. Todo tipo de predicación debe centrarse en la Palabra de Dios si se quiere demostrar que cumple eficazmente los propósitos de Dios.

2) Nuestro interés es que, dado que la Biblia es la Palabra de Dios, su voz debe escucharse. De hecho, estamos convencidos de que no hay nada más importante que esto para la vida de un cristiano y para la iglesia local. Pedro es lo suficientemente audaz para señalar que: «El que habla, hágalo como quien expresa las palabras mismas de Dios» (1P 4.11). A pesar de las debilidades humanas tanto del hablante como del oyente, Dios ha elegido revelarse a sí mismo y sus propósitos por medio de la predicación fiel de las Escrituras. Como lo enfatizaré en el siguiente capítulo, antes que los predicadores pronuncien sus sermones, deben escuchar cuidadosamente la voz de Dios. En uno de sus sermones sobre Efesios, Juan Calvino dijo:

Es cierto que si vamos a la iglesia no escucharemos solamente a un mortal, sino que sentiremos… que Dios habla a nuestras almas, que él es el maestro. Él nos enseña mediante la voz humana que entra en nosotros y nos beneficia tanto que nos sentimos renovados y alimentados por ella. Dios nos convoca como si tuviera la boca abierta y lo viéramos allí en persona.9

3) Nuestra actitud debe estar sometida a la Palabra de Dios, comprometida por sobre todo a permitir que la Biblia hable. En ese sentido, la exposición bíblica es más que un método, es una forma de pensar: nuestra actitud es de sumisión a la Palabra, asegurándonos que lo que estamos a punto de predicar fluya directamente de la revelación divina. Y nuestra prioridad, si somos predicadores, es proclamar la Palabra de una manera clara y sencilla.

4) Nuestro enfoque nos garantizará que toda predicación debe tomar su contexto, contenido, forma y propósito a partir del pasaje bíblico. En los siguientes capítulos nos enfocaremos en cómo poder lograrlo, pero cualquier clase de predicación que no explique claramente lo que la Biblia dice, lo que Dios está diciendo, no es predicación bíblica. El palpitar de nuestro sermón debe ser el palpitar del pasaje bíblico. El pasaje define el mensaje y da forma a lo que hay que decir. Esto es muy distinto al ejemplo que una vez Haddon Robinson compartió acerca de algunos predicadores que simplemente salpiquen sus sermones con pasajes bíblicos.10

No me estoy refiriendo a un estilo particular de predicación como tal. Como lo he insinuado anteriormente, la exposición bíblica no es un enfoque cultural específico, con comentarios detallados versículo por versículo, argumentos lineales y tres puntos bien definidos. Eso puede que funcione bien en algunos contextos, pero cada predicador tiene una personalidad única, un contexto cultural y una manera de comunicarse. El compromiso central es universal: deseamos exponer la fuerza y el poder de la Palabra de Dios. Al final de tu predicación (si eres un predicador), sin importar tu estilo cultural, la pregunta más importante es: ¿ha escuchado la congregación el mensaje del texto bíblico y ha comprendido su significado? Ya hemos enfatizado cuán básico e importante es predicar desde un pasaje bíblico, pero es útil en la vida de la iglesia hablar a veces sobre algún tema en particular, entonces tendremos que utilizar más que un pasaje bíblico. Pero incluso entonces, es recomendable anclar el sermón en un pasaje importante, lo cual permite a los oyentes enfocarse con claridad, y los ayuda a entender que no estamos predicando nuestras propias opiniones sobre el tema, sino que estamos descubriendo lo que Dios dice al respecto.

3. Humildad

Estar convencido de la autoridad y el carácter central de la Palabra también dará forma al enfoque y la motivación del predicador respecto a la tarea de predicar. Ya hemos visto en 2 Corintios 4 que a Pablo le interesa hablar la Palabra con fidelidad y claridad, y mantenerla en el centro de atención. En el mismo capítulo, asegura a los corintios que él no se dedica al ministerio cristiano con el propósito de impresionar a las multitudes, construir su propia base de poder o alimentar su propio ego.

Pablo lo expresó con la franqueza que lo caracterizaba: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor; nosotros no somos más que servidores de ustedes por causa de Jesús» (2Co 4.5).

A medida que la globalización se arraigaba a finales del siglo veinte, algunos comentaristas cristianos sugirieron que, al menos en algunas partes del mundo occidental, la iglesia empezó a desarrollar una actitud consumista. Se describía este fenómeno como una mentalidad de «McIglesia», que forzaba a dirigentes cristianos y pastores a comercializarse a sí mismos y a su iglesia con una actitud casi competitiva. También sugirieron que las congregaciones comenzaron a elegir sermones de la misa manera en que elegían restaurantes de comida rápida. Hoy, McDonald’s, mañana, Burger King.

En los días de Pablo había ciertamente un problema con el culto a la personalidad y la presión hacia el espectáculo. Pablo utiliza las palabras de sus críticos en 2 Corintios 10.10: «Sus cartas son duras y fuertes, pero él en persona no impresiona a nadie, y como orador es un fracaso». Y en el siguiente capítulo, él admite, «Quizás yo sea un mal orador» (11.16). Sus rivales en Corinto estaban claramente muy preocupados por la imagen que proyectaban, su elocuencia y sus habilidades retóricas. Y Pablo no tenía miedo de confrontar aquello directamente: «No nos predicamos a nosotros mismos» (4.5). No estamos proyectando nuestro carisma, ni tratando de edificar nuestra propia fuente de autoridad. Pablo dijo esto claramente en su primera carta: «Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con gran elocuencia y sabiduría. Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de este crucificado» (1Co 2.1-2).

En el capítulo 11, nos enfocaremos directamente en el llamado de predicar a Cristo. El punto a subrayar aquí es, si las Escrituras ocupan el lugar central, la predicación no se enfocará en nosotros. Pablo deseaba que nada impidiera la predicación del Evangelio. Lo que realmente importaba era que se predicara con autoridad. En estos tiempos que vivimos, donde la gente está consciente de los medios de comunicación, no nos debe sorprender que nuestras iglesias se conviertan en teatros, donde el espectáculo es más importante que el contenido, donde rendimos honor a nuestros «héroes» evangélicos y exaltamos sus ministerios. Cristo y su Palabra deben ser el centro de atención.

4. Comunidad

Uno de los beneficios más importantes de la exposición bíblica es que anima a la congregación a enfocarse en el pasaje bíblico, a explorar y comprender su significado, y a verificar lo que el predicador está diciendo a partir de lo que ellos mismos están leyendo. La predicación, como veremos en el capítulo 8, es un evento de la comunidad. El interés del predicador es compartir la Biblia con la congregación, no simplemente emitir sus propias conclusiones, sino animar a cada persona a encontrarse con la Palabra de Dios, y con el Dios de la Palabra. La explicación esmerada de un pasaje bíblico no solamente tiene la intención de proveer comida, sino que también sirve para demostrar cómo cocinar, para que así cada cristiano pueda descubrir maneras en la cuales un pasaje bíblico puede ser comprendido. Tomemos en cuenta el buen ejemplo de los de Berea, que «recibieron el mensaje con toda avidez y todos los días examinaban las Escrituras para ver si era verdad lo que se les anunciaba» (Hch 17.11).

Es muy valioso para la congregación si la iglesia se compromete a predicar libros completos de la Biblia, y los analiza consecutivamente mediante pasajes selectos. Christopher Ash comparte una serie de razones por las que ese tipo de ministerio de predicación es beneficioso. Se logra que la iglesia escuche todo el consejo de Dios y reciba una dieta variada; quiere decir que los predicadores abordan la Biblia con integridad cuando predican pasajes en su contexto y, por lo tanto, muestran a los cristianos un buen modelo para su propia lectura bíblica.11

Podemos también asegurarnos que la Biblia juegue un papel central en la vida de nuestra iglesia si tomamos seriamente los consejos de Pablo a Timoteo: «En tanto que llego, dedícate a la lectura pública de las Escrituras, y a enseñar y animar a los hermanos» (1Ti 4.13). La pérdida del carácter central de la Palabra en las iglesias se manifiesta de muchas maneras, incluyendo cuando se la margina por no leerla en público, y también en el tiempo cada vez menor que se dedica a su enseñanza. Se estima que la duración promedio de los sermones en las iglesias del Reino Unido ha bajado a quince minutos, lo que llevó a un periodista a comentar irónicamente que «este es un tributo notable al poder de la oración intercesora» (es decir, ¡la oración por sermones más cortos!). Las congregaciones deben asumir su responsabilidad de asegurarse que la Palabra ocupe el lugar central: en su lectura pública cada vez que la iglesia se reúne, en enfoques adecuados y creativos para las actividades de los niños, en la vida familiar y en la práctica de disciplinas espirituales personales. La alentadora guía de Deuteronomio 6 todavía es válida: «Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes» (Dt 6.6-7).

Encontrarse con el Señor de la Palabra

Cuando el pueblo se reunió en Jerusalén y se leyeron las Escrituras (Neh 8.1-2), no solamente escucharon las palabras de la ley, sino que se encontraron con Dios que les hablaba. El dramático encuentro en el camino a Emaús, que vimos en la introducción, comunica el mismo punto. Luego de haber conocido a Cristo mediante las páginas del Antiguo Testamento, los discípulos declararon: «¿No ardía nuestro corazón mientras conversaba con nosotros en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24.32). Aunque parezca asombroso, la misma experiencia es posible hoy, cuando la Palabra de Dios se comparte fielmente en nuestras congregaciones. De hecho, ¿no debería ser esa nuestra oración y expectativa? ¿No deberíamos anhelar tener corazones ardientes mientras nos encontramos con el Dios vivo?

Encuestas recientes entre congregaciones en mi país muestran que la gran mayoría de los creyentes vienen a la iglesia con grandes expectativas, anhelando escuchar la Palabra del Señor y encontrarse con el Señor de la Palabra. Pero a menudo, sabemos que esta esperanza no se hace realidad. Greg Haslam cuenta la historia de un amerindio que visitó una gran iglesia estadounidense para escuchar a un pastor. «El pastor predicó por unos cuarenta minutos a una congregación de cinco o seis mil personas, mientras el piel roja12 permanecía inexpresivo, con sus brazos cruzados, escuchando con mucha atención. Después, su anfitrión le preguntó: “Bueno, ¿qué te pareció?” El indio se detuvo por un momento antes de decir: “Gran viento. Fuerte trueno. No hay fuego”». Greg Haslam usa la anécdota en torno a su preocupación por el estado espiritual de nuestras iglesias y la urgente necesidad de encontrarse con Dios mediante el poder de la Palabra y el Espíritu.13

Predicar la Palabra ciertamente opera en un nivel horizontal, del predicador a la congregación, con el propósito de lograr la mutua edificación. Pero aprenderemos de Nehemías 8 que el propósito de compartir la Palabra es encontrarse con el Dios viviente. En Jerusalén aquel día, los congregados elevaron sus manos en señal de adoración e inclinaron el rostro confesándose. Todos los ministerios de la Palabra, incluyendo la predicación, deberían hacer nacer en nosotros un entendimiento más profundo y una experiencia de Dios por medio de Cristo. La predicación debería ser el evento en el que Dios se acerca a nosotros, está presente y nos habla. Tal como aquel día extraordinario en Jerusalén, cuando compartimos la Biblia en nuestras iglesias y escuchamos la Palabra proclamada, realmente podemos encontrarnos con el Dios vivo.


Para la reflexión personal y estudio en grupo

Los primeros dirigentes cristianos sabían que incluso el ministerio cristiano legítimo puede distraer a uno del ministerio de la Palabra y la oración (Hch 6.1-4).

* ¿Cuáles son las cosas que pueden desplazar a la Biblia de su lugar central dentro de tu vida e iglesia?

* ¿Cómo podemos asegurarnos que la Biblia ocupe un lugar central en la vida de la iglesia?

* ¿Cómo podemos ayudar a las congregaciones a que entiendan la historia completa de la Biblia?

* ¿Cómo puede el tomar conciencia de la autoridad de las Escrituras cambiar nuestra actitud ante la tarea de la predicación?

3. Edmund P. Clowney, Preaching and Biblical Theology (Grand Rapids: Eerdmans, 1961), 54–59.

4. David Day, A Preaching Workbook (Londres: SPCK, 1998), 18.

5. Ibid. 21.

6. J. I. Packer, God Has Spoken (Londres: Hodder & Stoughton, 1979), 10.

7. J. R. W. Stott, ‘The Paradoxes of Preaching’, en Preach the Word! The Call and Challenge of Preaching Today, ed. Greg Haslam (Lancaster: Sovereign World, 2006), 43-44.

8. J. R. W. Stott, I Believe in Preaching (Londres: Hodder & Stoughton, 1982), 126.

9. Juan Calvino citado en Philip Ryken, Preach the Word (Wheaton: Crossway, 2007), 202.

10. Haddon Robinson, ‘The Relevance of Expository Preaching’, en Preaching to a Shifting Culture, ed. Scott M. Gibson (Grand Rapids: Baker Books, 2004), 80.

119. Christopher Ash, The Priority of Preaching (Fearn, Escocia: Christian Focus, 2009), 107-122.

12. N. del E.: En contraste con el término «piel roja» (que es despectivo), en español ya existe el término «amerindio» para las poblaciones originarias del continente americano, aunque en años recientes se ha empezado a usar el ambiguo término inglés Native American (nativo americano).

13. Greg Haslam, ed., Preach the Word! The Call and Challenge of Preaching Today (Lancaster: Sovereign World, 2006), 250.

La predicación bíblica transformadora

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