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Capítulo 1

El problema de Habacuc

Objetivo: Entender las luchas de un verdadero creyente

Tema central

Si alguna vez como cristianos somos tentados a creer que una fe genuina en Dios disipa todas las dudas y cuestionamientos, el libro de Habacuc empieza con una dosis de realismo bíblico. Aquí tenemos a un hombre de fe, que es bastante valiente como para confrontar a Dios con sus luchas.

Lee: Habacuc 1.1-11

Versículo Clave: Habacuc 1.2-5

Estructura:

1. El problema de Habacuc (1.1-4)

a. Llevando una carga (1.1)

b. Pidiendo ayuda (1.2-4)

2. El propósito de Dios (1.5-11)

a. Dios está obrando (1.5)

b. Dios está en control (1.6)

1. El problema de Habacuc (1.1-4)

a. Llevando una carga (1.1)

Una «carga»: esa es la traducción literal de la palabra con la que inicia la profecía, «esta es la profecía que el profeta Habacuc recibió en visión» (1.1). Lo que recibió fue una carga. Habacuc era un hombre con una carga pesada en su mente y su corazón. Como todos los profetas, recibió una palabra del Señor que representaba un mensaje desafiante para sus tiempos, una pesada palabra profética de parte de un Dios de juicio. Pero la carga también tenía que ver con el peso que cargaba en su corazón. La profecía expresa cómo se sentía al ver lo que estaba sucediendo en su propio país, entre su propia gente. Lo podemos ver en sus primeras palabras (1.3-4). «¿Por qué…?»

Habacuc estaba abrumado por esta pregunta. Vivía en Jerusalén, en los últimos días del siglo siete a. C., después del reinado de Josías. El rey Josías fue un gran rey, que introdujo toda clase de reformas. Josías había tenido una experiencia de conversión cuando era joven, había redescubierto la ley, derribado los altares paganos y restaurado el templo. Hubo, en ese tiempo, un período de prosperidad y estabilidad en el que Dios bendijo a la nación. Pero lo siguió el rey Joaquín, quien rápidamente revirtió toda la buena obra que Josías había logrado. Bajo su reinado el pueblo ignoró la ley de Dios, pero continuaba esperando la bendición divina porque, después de todo, ellos eran el pueblo de Dios. Sin embargo, gradualmente se instaló un deterioro espiritual que traería graves consecuencias para la nación.

Este era el contexto del ministerio de Habacuc. Estaba viendo cómo el pueblo se alejaba de Dios, el creciente deterioro en el entretejido moral de su sociedad. Es claro por el lenguaje que utiliza en los versículos 3 y 4: «¿Por qué me obligas a ver tanta violencia e injusticia? Por todas partes veo sólo pleitos y peleas; por todas partes veo sólo violencia y destrucción. Nadie obedece tus mandamientos, nadie es justo con nadie. Los malvados maltratan a los buenos, y por todas partes hay injusticia».

«Violencia» era una palabra frecuente en sus labios. Habacuc vivía en una sociedad sin ley, conformada por un pueblo decidido a olvidar lo que Dios les había dicho y dispuesto a vivir a su propia manera. Ese pueblo desobedecía la ley, y tanto sus sacerdotes como sus profetas estaban irremediablemente afectados. Como lo expresa el versículo 4: «Por lo tanto, se entorpece la ley». Se descartaba la palabra de Dios. La justicia fue reemplazada por la anarquía. El rey Joaquín construyó maravillosos palacios para sí mismo, explotando a la gente en el proceso, pero nunca mostró arrepentimiento. Los sacerdotes, políticos y funcionarios públicos siguieron el ejemplo del rey. Perpetuaron la violencia y la injusticia, aumentando la confusión moral en lugar de resolverla. Con razón Habacuc declara: «el impío acosa al justo» (1.4). Los pocos que permanecieron fieles a la palabra del Señor estaban rodeados de comportamientos impíos, que amenazaba con acabar con toda señal de vida espiritual.

¿Por qué Dios permitía que su pueblo actuara así? ¿Por qué Dios le hacía ver todo eso (1.3)? Su carga era de tal decepción y desilusión que estaba al borde de la desesperación. Solo Dios podría ayudar en esta situación.

¿Si tuvieras que escribir una queja como la de Habacuc, que dirías acerca de tu mundo?¿Hay momentos en que sientes una carga en tu corazón por lo que está ocurriendo?

b. Pidiendo ayuda (1.2-4)

¿Hasta cuándo, Señor, he de pedirte ayuda sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo he de quejarme de la violencia sin que tú nos salves? (1.2)

Esta es la segunda características de los primeros versículos: Habacuc no solo lucha con el problema, lucha también con Dios. Estas palabras están escritas con cierta intensidad. Implican que Habacuc clama, grita, ruge: «¡Ayúdame, Señor! ¿Por qué permites que pisoteen tu ley? ¿Por qué permites que tu pueblo se aleje?» Es importante notar que la verdadera crisis de Habacuc no era simplemente el tremendo deterioro que veía en el pueblo de Dios. Su crisis surge porque él clamaba y clamaba, pero parecía que Dios no escuchaba (1.2).

¿Hasta cuándo?

¿Por qué?

Estas dos preguntas no nos son ajenas. Después de haber clamado por un buen tiempo, es difícil no concluir que tal vez a Dios no le interesa nuestra situación. ¿Por qué se burlan de la justicia? ¿Por qué se ignora la violencia? ¿Por qué Dios no interviene con su juicio? De hecho, podríamos seguir. ¿Para qué orar? ¿Para qué tener fe? Lo sentimos como una tremenda carga. En cuanto a Habacuc, todo le parecía descalabrado. El problema no era simplemente el pecado de la gente, que ya era bastante, sino también el aparente retraso en el actuar de Dios. Parecía una mancha en el carácter justo de Dios.

Al leer y releer estos versículos, empezamos a sentir lo que Habacuc sintió. No era tanto un problema intelectual sino un dolor sentido y profundo. Estas preguntas no son meramente académicas. Como lo expresó el novelista Peter de Vries, «el dolor es un signo de interrogación que se engancha como un anzuelo en el corazón humano». Para muchas personas, cualquier explicación es mejor que el silencio, cualquier razón es mejor que la confusión y la incertidumbre. En esos momentos, es muy importante hacer lo que hizo Habacuc: admitir nuestro desconcierto. Contrario a lo que se supone, a los cristianos se les permite hacer eso. Muchas veces nos cuesta mucho vivir con semejantes preguntas, porque sentimos que debemos tener respuestas para un mundo con preguntas. Nos resulta muy difícil convivir con el misterio.

También me pregunto si tenemos el mismo sentimiento de carga que tenía Habacuc cuando miramos a nuestra propia comunidad cristiana. ¿O hemos caído en una relajada aceptación del statu quo, una apatía espiritual que tan fácilmente puede acomodarse entre el pueblo de Dios? Me pregunto si tenemos la misma agonía espiritual y la misma honestidad ante Dios. Habacuc pudo gritar su queja gracias a su conocimiento de Dios: «Si esto es cierto acerca de ti, Dios, ¿por qué no estas actuando?, ¿por qué el retraso?».

No es fácil hacer esto, pero ¿puedes describir, para los compañeros cristianos de tu pequeño grupo, un tiempo en el que hayas experimentado esta clase de confusión? Cuando Dios parece no responder a nuestras oraciones: ¿Cómo nos sentimos? ¿Cómo sobrellevamos la situación?¿Estarías de acuerdo en afirmar que una señal de una vida cristiana indiferente es no preocuparse por estas preguntas? ¿Por qué?

2. El propósito de Dios (1.5-11)

En la siguiente sección, Dios le responde a Habacuc. Comienza con la palabra «Miren» (1.5), que retoma la queja de Habacuc en el versículo 3: «¿Por qué me haces presenciar calamidades?». Ahora Dios le pide cambiar de perspectiva, a una más amplia: «¡Miren a las naciones! ¡Contémplenlas y quédense asombrados! Estoy por hacer en estos días cosas tan sorprendentes que no las creerán, aunque alguien se las explique» (1.5). Eso es exactamente lo que Habacuc tenía que hacer: tener una perspectiva más amplia.

Tomemos en cuenta dos características importantes de la respuesta de Dios a las preguntas de Habacuc:

a. Dios está obrando (1.5)

Primeramente, Dios había escuchado la oración de Habacuc, y él ya estaba obrando. Dios no estaba quieto, indiferente a los problemas que Habacuc le expresó. No, dice Dios, ya estoy obrando, si solo tuvieras ojos para verlo. Dios estaba detrás de una serie de eventos devastadores que cambiarían el curso de la historia en los días de Habacuc; Dios no había abandonado sus planes. Judá y todas las naciones estaban todavía bajo la atenta mirada de Dios. Él estaba dando una solución al problema que tanto le preocupaba a Habacuc:

Estoy incitando a los caldeos,

ese pueblo despiadado e impetuoso,

que recorre toda la tierra

para apoderarse de territorios ajenos.

Son un pueblo temible y espantoso,

que impone su propia justicia y grandeza…

Ridiculizan a los reyes,

se burlan de los gobernantes;

se ríen de toda ciudad amurallada, …

su pecado es hacer de su fuerza un dios.

(1.6, 7, 10, 11)

Esta es una descripción de la devastación que los babilonios estaban por causarle al pueblo de Dios. No estaría fuera de lugar en nuestro mundo del siglo XXI. Los babilonios eran culpables de promulgar el terrorismo internacional, la limpieza étnica y el ejercicio de un poder despiadado. Era una implacable fuerza militar que aplastaba todo lo que podía.

A veces tenemos expectativas particulares acerca de cómo Dios debería trabajar en nuestras vidas y en nuestro mundo. Pensamos que sabemos cómo Dios debería responder a nuestras oraciones. Por tanto, es importante notar que Dios dice: miren cuidadosamente. Habacuc estaba mirando (1.3) pero ahora necesitaba hacerlo desde una perspectiva muy diferente. Una vez vi una caricatura de Charlie Brown leyendo un libro muy de cerca. Lucy le pregunta qué está haciendo. «Estoy leyendo entre líneas» —él responde. Eso es lo que tenemos que hacer. Tenemos que comenzar a ver otra historia, a darnos cuenta de que por debajo de la superficie de las historias de nuestras vidas y las del mundo hay otra realidad: Dios está obrando.

¿Recuerdan el testimonio de Pablo en Filipenses 1? Estaba en prisión, y para un activista como Pablo esto debió de ser muy frustrante. Pero él escribió: «Hermanos, quiero que sepan que, en realidad, lo que me ha pasado ha contribuido al avance del evangelio» (Fil 1.12). Pablo describía la manera en que el evangelio crecía. ¿Pero cómo era posible? La prisión no era una plataforma ideal. Pero Pablo estaba enfatizando que, aunque él estaba en prisión, Dios no estaba frustrado. Dios estaba obrando. Pablo pudo leer entre líneas; vio otra historia. Por un lado, todos los días estaba encadenado a uno de los soldados del César; cuatro equipos de cuatro soldados, una audiencia cautiva. Sabemos que desde muy temprano hubo miembros de la familia imperial que se convirtieron en cristianos. El evangelio estaba llegando a círculos sociales inalcanzables, extendiéndose hasta el mismo Nerón. Pablo también mencionó que otros cristianos se animaron a hablar la palabra de Dios sin temor (Fil 1.14). Pablo tenía ojos para ver eso, no importaba cuán poco prometedora se veía la situación, había otra historia: Dios estaba obrando.

Habacuc se había quejado de la indiferencia de Dios. Ahora Dios responde diciendo que hará cosas tan sorprendentes que las naciones «no las creerán, aunque alguien se las explique» (1.5). A menudo necesitamos un cambio de perspectiva cuando miramos las situaciones que nos rodean. Tal vez perteneces a una iglesia muy pequeña o estás trabajando en una situación muy exigente. O tal vez vives en un país donde la iglesia está bajo mucha presión, o tu situación personal y familiar no es la que soñaste. En todas estas circunstancias, no debemos perder de vista la verdadera realidad, en la cual Dios está obrando.

¿Podrías pensar en otros ejemplos, en la Biblia o en tu propia vida, donde, a pesar de las apariencias, Dios estaba en acción?Hemos sugerido que debemos aprender a ver «otra historia», a «leer entre líneas». ¿De qué maneras podemos cultivar esta manera alternativa de mirar la vida?

b. Dios está en control (1.6)

La segunda realidad implícita en la respuesta de Dios es que él está en control: «Estoy incitando a los caldeos» (1.6). Dios no solo está obrando, sino que también actuará de acuerdo a sus propios planes y propósitos. Muchos años atrás, Martyn Lloyd-Jones escribió un excelente comentario bíblico acerca del libro de Habacuc, en el cual describió la decisión de Dios de usar a los babilonios como la «providencia inesperada y los instrumentos inusuales» de Dios.3 Eso es exactamente lo que Habacuc debió de haber pensado. ¿Incitando a los caldeos? De hecho, eso sería parte de la confusión de Habacuc, porque Dios estaba diciendo, en otras palabras, que todo empeoraría antes de mejorar.

Lo preocupante para Habacuc era que, aunque los babilonios conducían esta gran maquinaria de guerra, Dios era el comandante. ¿Por qué Dios estaba haciendo esto? Primero, porque era parte de la disciplina que él aplicaría sobre su pueblo. Habían ignorado su justicia, así que recibirían justicia babilónica. Si el pueblo de Dios era culpable de perpetuar la violencia y la destrucción, violencia es lo que recibirían. Esa fue la respuesta de Dios.

Los babilonios no estaban simplemente bajo la autoridad soberana de Dios; eran un instrumento para los propósitos de Dios. Estos versículos subrayan una verdad muy profunda: Dios es el soberano de la historia. Aunque sea difícil de entender, Dios es incluso amo y Señor de aquellos poderes despiadados en el mundo. Él está en control incluso del desarrollo que sucede en las naciones paganas. Calvino, escribiendo acerca estos versículos, dice: «No es por su propio instinto sino por el impulso oculto de Dios… Dios puede utilizar los vicios del hombre para ejecutar su juicio. Los malvados son guiados de aquí para allá bajo el poder oculto de Dios».4 Pudo haber parecido que era la destreza del ejército babilónico la que eventualmente les daría éxito, pero fue Dios quien los levantó para cumplir sus propósitos. Dios estaba en control.

Es vital que esta verdad se asiente en nuestras mentes y corazones. Exactamente este mismo principio aparece en el Nuevo Testamento. Los primeros cristianos estaban aturdidos por la crucifixión de Jesús. En su reunión de oración, dijeron que Herodes, Poncio Pilato, los gentiles y el pueblo de Israel habían conspirado en contra de Jesús. Pero añadieron «para hacer lo que de antemano tu poder y tu voluntad habían determinado que sucediera» (Hch 4.28). La iglesia primitiva se dio cuenta que los eventos en Jerusalén no estaban fuera de control. Había otra historia. Tenía que ver con el poder de Dios, su voluntad y decisión.

El libro de Job enfatiza el mismo punto. Dios permitió que Satanás probara a Job, pero Dios puso límites. Como ha dicho David Atkinson, aunque haya maldad en la historia de Job, no hay dualismo.5 Algunos cristianos parecen vivir sus vidas como si fuera una aventura de Star Wars, rodeados de fuerzas iguales y opuestas del bien y del mal. Ni el bien ni el mal son lo suficientemente fuertes, así que este evento debe ser de Dios y este otro del diablo, como si hubiera dos mundos, uno del bien y otro del mal, y nuestras vidas se balancearan entre ambos. Pero esta no es la realidad que nos da la Biblia. Dios siempre está en control; él siempre, en última instancia, es Soberano. Incluso Satanás está bajo el control de Dios, como lo cuenta el libro de Job. El primer capítulo de Habacuc enfatiza esa realidad. Dios está diciendo: «Yo estoy detrás de la historia humana». Los babilonios pueden creer que están en control; los británicos o los estadounidenses o al-Qaeda pueden creer tener el control. Pero el auge y la caída de las naciones y de los imperios, de los dictadores y de los terroristas, están en las manos de Dios.

A veces podemos ver esto en eventos mundiales específicos, como en la toma del poder por parte de los comunistas de China en 1950. Miles de misioneros fueron obligados a salir del país, pero, en los buenos propósitos de Dios, la aparente tragedia de la evacuación misionera resultó directamente en el extraordinario crecimiento de la iglesia de una manera que nadie hubiera predicho.

Esto es cierto también en medio de tragedias personales. Recientemente estaba con un amigo indio quien me hablaba del crecimiento de la iglesia en la India en estos últimos años. Existen muchas razones que explican este crecimiento, me dijo, pero hay que mencionar a una mujer, una misionera australiana llamada Gladys Staines, que hasta hace poco estuvo sirviendo al Señor en la India. Su esposo, Graham Staines, trabajaba con leprosos y grupos tribales en Orissa, en el norte de la India. En junio de 1999, sus dos hijos y él fueron asesinados cuando una multitud prendió fuego a su vehículo. Al día siguiente, su viuda Gladys, que estaba de duelo, le dijo a un periodista: «Estoy tremendamente dolida. Pero no estoy enojada. Porque Jesús nos ha enseñado a amar a nuestros enemigos». Sus palabras se propagaron por todos los periódicos indios, alrededor del país y en todo el mundo. Cientos de personas se preguntaban: «¿Por qué los cristianos son diferentes?».

Mi amigo Iván vincula el notable crecimiento de la iglesia, al menos en parte, al valiente testimonio que surgió de esa tragedia. El apologeta asiático Vinoth Ramachandra dijo, en la conferencia de Urbana 2000, que no podía evitar pensar que una viuda australiana de mediana edad había hecho más por la causa del evangelio en la India que todos los telepredicadores en los canales de veinticuatro horas que se transmiten en ese país. No hay duda que la familia y la iglesia estaban abrumados por el dolor de aquella tragedia. Muchas personas se habrían cuestionado cómo los propósitos de Dios podrían cumplirse dentro de semejantes circunstancias. Algunos de nosotros tal vez estamos transitando un camino similar. Ocurren eventos que al parecer no tienen sentido, y nos preguntamos cómo es posible que Dios esté obrando en estas circunstancias. ¿Cómo podemos afirmar que él está en control? Sin embargo, eso es lo que nos enseñan estos ejemplos bíblicos, ya sea la palabra de Dios a Habacuc, la afirmación de la iglesia en Hechos 4, la conmovedora oración de Job, o el valiente testimonio de discípulos comprometidos como Gladys Staines. Dios está obrando y él está en control.

Hemos mencionado cómo algunos cristianos imaginan que su vida es una batalla entre el bien y el mal, donde algunos eventos son influenciados por Dios y otros por Satanás. ¿De qué manera el versículo 6 nos presenta la perspectiva correcta acerca de la soberanía de Dios? ¿y por qué nos cuesta creer esto?Algunas personas se rehúsan a aceptar la idea de que Dios está en control. Piensan en eventos terribles y sus consecuencias, y solo pueden concluir que Dios se ha alejado. ¿Cómo responderías a esto? ¿Cuáles son las alternativas si Dios no está en control?

Para mayor investigación

A menudo encontramos las preguntas ¿por qué? y ¿hasta cuándo? en los salmos de lamento. Léelos detenidamente, prestando atención a si reciben o no una respuesta. ¿Qué nos enseñan los salmos acerca de la espiritualidad bíblica?

* ¿Por qué? Salmos 10.1; 22.1; 43.2; 44.24

* ¿Hasta cuándo? Salmos 6.3; 74.10; 80.4; 90.13; 94.3

* ¿Cuándo? Salmos 101.3; 119.82, 84.

Hechos 4.28 da testimonio de cómo los primeros cristianos reflexionaron acerca de los eventos en torno a la muerte de Cristo. ¿Cuáles son los elementos clave de esta oración (Hch 4.24-30) qué nos pueden servir como guía cuando las circunstancias que nos rodean entorpecen nuestra convicción de que Dios está en control?

Revisa Job 1.6-12. ¿Cómo nos ayudan estos versículos a entender la relación entre las obras de Satanás y el control que Dios ejerce? Job no tenía idea del diálogo entre Dios y Satanás, entonces qué es lo que te impresiona acerca de la respuesta de Job en 1.20-22?

Para reflexionar

Puede que tengas ejemplos de tu vida diaria, o de tus compañeros de grupo que se parecen a las dificultades que enfrentaba Habacuc. Plantea estas preguntas e incertidumbres con honestidad delante de Dios.

También puede haber historias que, cuando las recuerdes, te des cuenta que Dios actuaba en tu vida, en tu iglesia o incluso en eventos nacionales e internacionales. Pasa un tiempo reflexionando sobre la misericordia de Dios y agradécele por cumplir sus buenos propósitos incluso en las situaciones más difíciles.

3. D. Martyn Lloyd-Jones, From Fear to Faith (Leicester: IVP, 1953), 16-18, (reimpreso en 2003).

4. John Calvin, Habakkuk, Zephaniah, Haggai, vol. 4, Commentary on the Twelve Minor Prophets (Edinburgh: Banner of Truth Trust, 1985).

5. David Atkinson, The Message of Job (Leicester: IVP, 1991), 22.

Del ¿por qué? a la adoración

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