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Prólogo

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Estuve triste y furiosa. En el momento en que me dejé caer por el barranco de la felicidad del enamoramiento, enganché una espina que me pinchó el globo. La relación de a dos que construyó el encantamiento se terminó el sábado. Otra vez hoja en blanco, otra vez empezar de cero.

La lectura de Mujeres fuertes me hizo reflexionar sobre la manera de vincularnos en este nuevo milenio cargado de hiperconectividad y, a la vez, una extraña sensación de soledad. Historias duras, construidas en relatos de ficción, hacen mella en cada unx sabiendo que eso que leemos alguna vez pasó. ¿Cuántas veces me pregunté si el problema era yo? ¿Estaré volviéndome loca? Cuántas veces supe que el problema era mi yo que había inventado, la máscara de supervivencia, el personaje que interpretaría. Tantísimas veces supe que el problema estaba en la cultura y sus prácticas, en lxs sujetxs reproduciendo órdenes de poder.

Es necesario y vital comprender que si no desarmamos el lenguaje, no hay manera nueva de ver el mundo. Toda forma de organización social, todo sistema de acción, todo conjunto de relaciones sociales implican, en su misma definición, una dimensión significante. Leer a Pen es reconocer esos caminos de transformaciones donde la palabra es, sin dudas, nuestra gran aliada. Es necesario, lo sabemos, construir un mundo con nuevas perspectivas.

Este crudo pero hermoso libro es tierra fértil y se suma al andar de nuevxs escritorxs que se hacen cargo, que ponen el cuerpo y la palabra. Historias que no le tienen miedo a la oscuridad, al dolor, a contar la vida, porque del barro también pueden nacer cosas bonitas.

Reflexionando sobre qué escribir, repasando mis emociones y también mis apuntes de pensamientos, me encontré con un texto que escribí en 2018 y se los quiero compartir.

¿Tenés Instagram?, me pregunta el abogado rubio, heterosexualmente casado, con el que hice match en Tinder.

Sí, lo uso para mí trabajo de presentadora drag, así que un poco es ficción. Aunque también hay fotos muy viejas mías y de todo mi proceso. Yo sé que después del Instagram viene el “bueno, che, capaz que mañana se me complique, te voy avisando”. Y después nunca más, pero ya que insistís…

Y ahí fue el link de mi Instagram. Me clava el visto y no responde, pensé en que si su foto de perfil me desaparecía, era porque me había bloqueado.

¡¡Sos re compañera!! Me encanta, exclamó sorprendido. Te soy sincero, para mi inexperiencia, al no tener tetas me es fuerte. Es un prejuicio estúpido mío. Tendré que seguir trabajando para deconstruirme.

Lo leí y pensé: Uuuff, pobre varón confundido. Para mí mala suerte fui criada en las lógicas de la feminidad. ¿Y qué es lo único que hacemos bien las feminidades además de chupar pijas y lavar platos? Criar y educar. Entonces estaba ahí, poniéndome el delantal blanco para hacer lo que hago todo el tiempo: tener que explicar lo que soy. Pero no, ese día estaba tan harta, tan podrida de sudores, tan transpirada, tan perforada por el mundo, que me arranqué todas las palabras de la boca y las tiré en un mensaje.

¿Sabés cuál es el problema? Empecé. Que enmascarado en la buena onda y en tu proceso de deconstrucción yo ya no voy a ser el objeto de deseo sexual, sino que me voy a convertir en el rol pedagogo del varón que desmantela su masculinidad. Y la verdad es que estoy harta de ser la profe, quiero poder conocer un chabón y coger sin mambos como lo hacen el resto de las minas. Imagino que vos a tu esposa no le cuestionaste si tenía las tetas chicas o grandes, o el pelo largo o corto, o si era narigona o tenía un ojo torcido. La conociste, salieron, pegaron onda y cogieron. Hasta se casaron y tuvieron un pibe.

AHHHH, PERO YO NO TENGO TETAS, entonces ¿cómo te veo como una mujer si no tenés tetas?

Lo mismo que les pasa a las mujeres con la maternidad obligatoria, nos pasa a las travestis y trans con las tetas y la silicona. A las mujeres cis les dicen que para llegar a completarse tienen que gestar. A las travestis y trans nos dicen que, para ser mujeres, unas verdaderas mujeres, tenemos que tener tetas y el pelo largo y que no se nos note la barba, que nuestra voz no sea grave, que el pie no sea grande, que no tengamos la espalda ancha, que nos pongamos pollera porque de pantalones somos un hombre. Y podría seguir.

El silencio fue largo e incómodo, podía sentir a través del celular el deseo agridulce de querer matarme y cogerme a la vez. Lo que sienten los varones cuando algo que consideran inferior tiene el tupé de retarlos y ponerles en evidencia la precariedad de su género.

Al rato me cayó un mensaje. Te entiendo y no te estoy pidiendo que seas mi profesora, lo único que te digo es que nunca estuve en esa situación. Yo intento deconstruirme, soy hijo del patriarcado y me cuesta. Pero podrías ayudarme, además me encantaría conocerte.

Dentro de mí se activó la alarma de “amiga, rajá de ahí”. Nada más peligroso que un varón con buenas intenciones. El chongo que te da la razón como si estuvieras loca, que no frena la pelota y se pone a reflexionar de lo que hizo, el que se hace el aliado, el feministo, el que te pega y después te dice que va a cambiar. Nada bueno hay esperándonos ahí.

Sólo espero que las breves pero intensas charlas que tuvimos te sirvan para crecer y cambiar, y transformarte y disfrutarte, ser libre entre tanta mediocridad. Yo voy a seguir en la eterna búsqueda de alguien a quien le sobre coraje, porque de tibios está hecho el mundo.

Y me despedí con la frase de la gran Susy Shock, que es lo mejor que le puedo desear a alguien: “Buena vida y poca vergüenza”.

PAULINA LATONI DOMÍNGUEZ

Mujeres fuertes

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