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I. La historia de Juana
«Jaqueada»
Оглавление«Ya no quiero de ti nada, vete mucho a la chingada. Vete y busca quien te quiera, quien te aguante a tu manera. Por mi parte está perdido, te he dejado en el olvido.»
CRISTIAN CASTRO, «Es mejor así», Un segundo en el tiempo, 1993, letra de Raffaele Riefoli.
Enciendo. Punto muerto. Primera. El destino dirá. En el estéreo suena, como siempre, Cristian Castro. Lo amo. Pero esta vez es distinto, tiene otro significado, no sé. Es la banda sonora de mi vida y ahora, de mi partida. Me acabo de separar, después de seis años, me separé. Lo escribo y todo me parece un tremendo wooooooooooow.
Siempre me gustó, de chica tenía sus pósters pegados por toda la habitación. El que más me gustaba era el que promocionaba su CD Un segundo en el tiempo porque miraba a la izquierda, con los ojos achinados y un saco blanco sobre su torso desnudo dejaba ver su pecho peludo, su jopo rubio que llegaba hasta el cielo y una cadenita que parecía de plata.
“Cada momento voy tropezando en desamor y es que no queda nada entre tú y yo.” Por suerte.
Empecemos por el principio. Soy Juana, tengo veintiocho años y a los veintidós me enamoré de mi jefe. No hay remate. Una cagada, lo sé, pero pasó. Me metí por el orto todo eso de “donde se come no se caga”. Yo comí, cagué y un montón de otras cosas que no vienen al caso. O sí, pero ahora me da vergüenza escribirlas. Bueno, nada que ver, como si alguien pudiera leer esto. Basta, nena, dale, andá al grano. Mil vueltas para comerte la naranja.
Ser vueltera y larguera para hablar es mi especialidad, parece que para escribir también. Es nuevo todo esto, la psicóloga dice que es un buen ejercicio para hacer catarsis. La muy vaga no me aguanta y me manda a resolver sola mis mambos. Si hago terapia es para que me cante la posta de mi vida. Pim, pum, pam y ya. La cosa es que me mandó a escribir y en esa estamos.
Ay, no, pobre, la amo. ¿Ciclotímica quién?
¿En qué estaba? Ah, sí, en que soy vueltera. Es que soy de Piscis con ascendente en Piscis… O sea, tengo todos los números comprados y eso me justifica. No soy yo, es mi carta astral. Qué cosa eso de justificar, la vida justificando a la gente. Siempre tratando de ver la parte del vaso con agua, me paso de positiva, buscando siempre el porqué de todo. Pero pasa que a veces la maldad no tiene porqués, hay gente de mierda que disfruta serlo.
Le justifiqué y creí todo, qué ilusa. Se burló frente a mis ojos y yo, ni enterada. O sí, a esta altura creo que un poco sabía y lo naturalicé, de alguna manera fui funcional a su neurosis. No sé, algo del inconsciente, ponele. Me encanta, de repente tiro palabras re psico, se hacía la copada la mina. Sorry not sorry.
Culpa es mi segundo nombre. Juana Culposa Legrand. ¡Ah! Ese no es mi apellido real, el posta prefiero mantenerlo en el anonimato. Me gusta jugar a ser la nieta de Mirtha con hache. No es que flashee estrellita, pero mirá si pierdo el celular y alguien se hace el día con mis penas. A partir de ahora soy Juana a secas y a él lo vamos a nombrar como “la pesada herencia”. ¿Dale?
Estoy escribiendo en las notas del celular porque me da paja hacerlo en un cuaderno. Tuve todas las intenciones, hasta lo compré, es hermoso, tiene un unicornio en la tapa. Pero, como siempre, la emoción duró dos días. El celu tiene otra dinámica, hasta sé qué decir.
¿No les pasa que chamuyando por WhatsApp son lo más y cara a cara son un queso?
Soy culposa porque soy de Piscis, no lo elegí, me lo regaló el universo. La cosa es que siempre encuentro un motivo para excusar, tapar o justificar las cagadas ajenas. Me sobreadapto tanto que hasta justifiqué el maltrato y la invasión a mi privacidad. Llegué a creer que era la responsable, que no lo había dado todo, qué ilusa.
Me metieron el dedo en el orto y no me gustó ni un poco. ¡Ay, qué fina, Juanita!, diría mi madre. Voy a escribir y decir lo que se me antoje, es mi espacio y al que no le guste, que la chupe. ¿Acaso no son estas mis memorias cual Margaret Atwood en El cuento de la criada? Bueeeeeeeeeena, loca mala.
¡Ojo!, yo te hablo toda superada, pero me costó años de diván llegar hasta acá, no me da para tanto la cabeza. Todo el tiempo trato de ser distinta, lo practico frente al espejo y hasta armo guiones. Así de boluda. Ya sé, tremenda tarada hablando frente al espejo. Pero es que me motiva, qué sé yo, me pongo los auriculares, escucho a Cristian y lo que pinte. ¿Ya dije que lo amo?
Tengo listas en Spotify para llorar y otras para reír, en ambas está Cristian, obvio. Qué sentido tiene la vida si no puedo estar más triste de lo que realmente estoy. Para eso está la música, para ponerme los auriculares, subir al bondi y hacer videoclips con la cabeza apoyada en la ventana. Mientras el mundo avanza, me hundo en mi dolor y veo la vida pasar. Muchas veces termina un tema y, como me doy cuenta de que no lo disfruté mucho, lo vuelvo a escuchar. Todo vuelve a empezar.
¿Cómo llegamos hasta acá? Ah, sí, me separé. Una cagada porque lo amo, creo. Lo quiero, creo. Ay, qué difícil todo. ¿Lo estimo?
“Esta vez aprendí que no se debe mentir, de una promesa viví y hoy ya no puedo seguir creyendo en ti.”
Con la pesada herencia nos conocimos de casualidad y de ahí “un eterno suspirar”. Necesitaba laburar, mi familia era un caos, no teníamos un mango. Papá se había enfermado y su trabajo era el único ingreso. En un grupo de Facebook leí que buscaban administrativa para una compañía telefónica, mandé el CV de dos hojas, en la primera estaban mis datos personales y en la segunda la experiencia laboral: cuidado de niños. Como referencia estaba mi tía Mary. No hace falta aclarar que todo era mentira.
Él me tomó la única entrevista que me hicieron y automáticamente dijo que cumplía con los requisitos y daba el perfil. Estaba claro que no se había postulado nadie más, yo no podía cumplir ningún requisito porque no sabía hacer nada. A cada cosa que me preguntaba le decía que sí. El tema fue cuando me pidió que hiciera una tabla dinámica en Excel. Nada que un tutorial en YouTube no solucionara.
Todo se dio muy naturalmente. Como tenía auto, todas las mañanas pasaba a buscarme. Hasta ahí no había pasado nada. Es más, me parecía horrible. Ni siquiera simpático. Pero el muy guacho era (¿es?) de esos a los que se les da bien el chamuyo por celular, ¿lo dije o no lo dije? Y bueno, nada, hizo un laburo fino porque sabía que yo estaba pasando una situación especial y en uno de esos días disparó y le mordí la bala. ¡Ay, Juana, no es necesario! Menos, menos, no siempre hay que ser tan gráfica.
Me acuerdo como si fuera hoy, diría la abuela Iaia. Mensaje va, mensaje viene, llegó un audio: “me gustás y mucho”. Estaba armando la cama, revoleé el celular y me enredé entre las sábanas. Empecé a gritar y al toque, obvio, reenvié el audio a “Perras”, el grupo que tenemos con las pibas.
Ahí empezó el debate, todas tenían algo para opinar. Una preguntó qué onda, si estaba bueno. No me gusta, les dije. No me gustaba ni un poco, pero algo de ese audio me conquistó. Lo escuché mil veces, con una sonrisa de amor mezclada con vergüenza. Hasta que me dormí.
¿A quién no le gusta que le digan cosas lindas? Y más, estando triste.
Eso fue un viernes. Pero ese mensaje no llegó de la nada, antes nos habíamos visto dos veces en plan amigos o compañeros de laburo. Al menos yo no tenía segundas intenciones.
La primera vez fuimos a un bar a tomar cerveza. Yo no tenía ni un mango pero, como me dio vergüenza decirle, les pedí plata a las chicas. No era mucha, para dos birras alcanzaba. El flaco empezó a pedir comida, papas fritas con chanchada, rabas, pizza. Casi muero de un infarto, pero por suerte pagó todo.
No pasó nada, con eso me refiero a que ni siquiera chapamos. Repito, esas no eran mis intenciones. Hablamos y nos reímos mucho, eso lo rescato siempre. Hasta que me enteré de todo, disfrutaba de su compañía. No había otro hombre, no lo necesitaba, aunque él creyera lo contrario.
¿En qué estábamos? Ah, sí, en la salida. Bueno, cuando terminó, me llevó a casa y listo. Obvio que no le dije de entrar. Después, la segunda vez que nos vimos, sí. Pero tampoco pasó nada.
Como él había pagado, me parecía cortés invitarlo y hasta cociné, tortilla rellena. Para ese entonces vivía sola. El departamento era grande y se entraba por la cocina. Ese fue el único ambiente que conoció, literal. No lo invité a pasar a ninguna otra parte. Cuando llegó, la comida estaba casi lista. Trajo vino y el vino me puede. Seguramente dije algunas cosas de más, soy re bocona sobria, imaginate borracha. No me acuerdo.
De nuevo, hablamos, comimos, nos reímos. Les sacamos el cuero a algunos de la oficina y nada más. Se fue y por dos semanas no lo vi más, había salido de vacaciones. Qué fiaca ir a laburar esos días, me había acostumbrado a tener chofer personal y encima gratis, porque yo, rata siempre. Tenía que tomar el 307 para llegar al laburo, pero antes combinaba con el 214, alto maneje.
El sábado previo a que volviera a trabajar, llegó el audio y pasó todo lo que ya dije.
“Fue una mañana que yo te encontré, cuando la brisa besaba tu dulce piel, tus ojos tristes que al ver adoré, la noche que yo te amé.”
Ya sé que quieren saber cómo fue el primer viaje después del audio. Incómodo, no se habló del tema. Aunque no lo parezca, soy un poco tímida. ¿A quién le hablás, Juana? Esto de escribir me está volviendo más loca de lo que estoy.
Ese mismo día a la tarde, mandó un mensaje en el que decía que estaba en la odontóloga (casualmente) a la vuelta de casa. ¿Pueden creer eso? Hacía mil años que la pesada herencia se atendía a dos cuadras de donde vivía. Mi respuesta fue cortita: Vení, sabés dónde encontrarme. ¡JUANITA!
Para algunas cosas suelo ser bastante directa, me estaba hinchando los ovarios el misterio. Ya fue, viene, me lo garcho y listo, pensé. Y así fue. Confieso que estaba nerviosa, un poco me gustaba la cosa. ¿Un poco?
Le serví un vaso de agua y por atolondrada se lo tiré encima. Tenía un jean azul oscuro y una campera de jogging, todo Penguin, obvio. Y le enchufé un beso, así de una. Re zarpada la mina. Eso que no te gustaba, Juanita.
Tenía mucho gusto a menta, era verdad que salía de la dentista. Nos dimos unos besos y lo llevé a la habitación. Directo a los bifes, la Juani. Parezco Maradona hablando en tercera persona. La psicóloga (a quien no vamos a nombrar por el mismo motivo que a la pesada herencia) cuando lea esto se va a hacer un festín. Si ya se compró un auto conmigo, con esto se hace alto viaje.
¿En qué estábamos? Ah, sí, en que lo llevé a la habitación. Bueno, beso va, beso viene, le saqué la campera y me lo garché. No fue tan así, la posta es que un toque se asustó y dijo: “Tranqui, tenemos tiempo”. Puede ser que lo haya cohibido un poco. Nos dimos unos besos y a la cama. Intentamos garchar pero pasaron cosas y no pudimos… O mejor dicho, no pasaron ciertas cosas. Fin, eso es todo lo que voy a escribir al respecto.
A decir verdad, no me hago mucho tema con eso, son los hombres los que se preocupan. Es el patriarcado y el pijacentrismo que les enseña a ser una máquina de dar placer y que si no tiene una erección es el fin del mundo. La apocalipsis.
“A tu lado conocí el dolor.”
Tranqui, amigo, bajá un cambio que está todo piola. El sexo es una construcción, el placer es un proceso al que se llega con el encuentro de dos cuerpos que sienten y vibran, en principio, en distintas sintonías.
¿Qué se hace cuando lo que se siente no es correspondido? El raciocinio, la razón de poco vale sin su complemento, sin su co. ¿Alguna vez pensaron que la disputa que existe entre la razón y el corazón son apenas dos letras?: CO-RAZÓN.
O pienso mucho o siento de más. ¿Cuál es el punto medio? ¿Realmente existe? ¿Es importante? Pensar menos quizás haga que las personas vivamos un poco más tranquilas. Pero sentir de más no siempre da como resultado la felicidad. Es que la fórmula no cuadra, la ecuación no se resuelve sencillamente. ¿Cuál es X y cuál Y? Si supiera la respuesta, no estaría en esta, nunca fui buena para las fórmulas. Para las relaciones veo que tampoco. Pensar menos puede ayudar a sentir más. No lo afirmo, solo especulo en voz alta. La especulación es, muchas veces, el motor del sentir. Del hacer.
¿Me escribe o solo me responde con amabilidad?
¿Me mira las historias?
Si no le escribo, ¿demuestro interés?
Amor en tiempos de like. Ya escribirlo me enrosca.
Ay, me fui de tema. ¿En qué estábamos? Ah, sí, en la falsa y accidentada primera vez. Así que, nada, nos quedamos acostados hasta que nos dio hambre y fuimos a comer a una pizzería que no existe más. Pagó él, yo no tenía un mango y al final era el jefe, ganaba más. ¿Ya dije que me enamoré de mi jefe? Creo que sí… Fiaca releer todo esto.
Ni para un trabajo de la facultad escribo tanto, se ve que la psicóloga tenía razón, me hace bien esto de escribir lo que pasó, las palabras salen solas, no tengo que hacer ningún esfuerzo… Y eso que no dije nada aún, pienso hacer una saga, otra que Harry Potter.
No garchamos ese día, pero comimos pizza y dejó su cepillo de dientes en casa. ¿Un montón? Sí, un montón. Como usaba aparatos, andaba para todos lados con uno, así que le pareció conveniente dejarlo. Se ve que a mí también. Desde ese día fuimos novios, no hubo antesala ni salidas previas en plan conquista. ¿Dónde había quedado eso de que no me gustaba? Ni idea.
Al poco tiempo viajamos a Villa Carlos Paz para el feriado de carnaval, nuevamente pagó él. Creo que puse algo para la nafta, creo. Habían pasado dos meses y medio del falso garche y el cepillo de dientes. Ahí tuvimos la primera pelea, o sea, a los dos meses de relación. No por la plata, sino porque no se le paraba la pija y me culpaba. Es imposible hablar del tema sin decirlo, las metáforas no son lo mío, nadie puede decir que no lo intenté. O sea, se le paraba pero no sostenía la erección. Posta que para mí todo bien, hay miles de formas de dar placer y gozar, la penetración es una de ellas pero no la única. Ni siquiera es la que más me gusta, a mí chupámela y está todo piola. Para él sí era un mambo y en parte me responsabilizaba por no chuparla bien. ¿En parte, Juana? Ay, de repente este texto se puso serio. Tendré que hacerme cargo, como diría mi psicóloga.
En el momento la piloteaba, hacía lo que pedía y como lo pedía. La lengua acá, los pelos allá, qué rica pija, dame más, ¿te gusta, puta? Cómo te gusta la pija, putita, mirá cómo te la comés…
¿En que estábamos? Ah, sí, en que en esas vacaciones peleamos por primera vez. Tomando mate frente al lago San Roque, mientras pasaba un catamarán con turistas, llorando le pregunté si me iba a dejar por lo que había pasado. El nivel de locura que manejaba, dos meses de relación.
Me mata porque de repente flasheo escritora y le hablo a un supuesto lector. Nada que ver, pero así sale y dejo que fluya. Me sentía mal, insegura, menos mujer, responsable por no ayudarlo a tener una erección plena. Cualquiera que lea esto puede llegar a pensar que soy una boluda (yo lo haría), pero realmente me pasaba eso. La presión era tal que no encontraba otra responsable más que yo.
Fueron pocos días, no más de cinco. El resto estuvo bien, hicimos todo lo que hacen los matrimonios de treinta y pico en vacaciones. Fuimos al teatro por primera vez a ver Casi diva con Florencia Peña, estuvo bueno. A la salida montó una escena porque supuestamente uno de los bailarines, el de pelo largo platinado, me miraba mucho. “A vos te miraba, nene, a vos, era puto el flaco. Puto.”
Lo del sexo se fue acomodando hasta llegar a un punto intermedio en el que los dos la pasábamos bien. Aunque con el tiempo descubrí que con él nunca había tenido un orgasmo, era tal su desesperación por mantener el pito duro que se olvidaba de mi goce. ¿Te suena conocido? Me di cuenta con el primer flaco que garché después de haberme separado. Fue rarísima la situación, me temblaba el cuerpo, se me dormían las piernas y en un momento hasta llegué a flashear que me iba a dar algo, un ACV, no sé. Posta.
“Tengo tanta sed de ti, que me cuesta respirar, o será que en mi delirio te amo más y más.”
¿En que estábamos? Ah, sí, en que estuvimos seis años en pareja y me tuvo jaqueada. ¿Ya lo dije? O sea, si no lo hice es de negadora porque ese es el fin de todo este quilombo. La persona a la que creí amar se burló en mi cara todos esos años.
Voy a explicar qué es esto de haber estado jaqueada porque es una mierda. Es una mierda enterarte de que una persona que dijo quererte te controló e invadió en lo más profundo de tu intimidad. Lo que hablaba con mamá, con mi papá días previos a su muerte, mis amigas, compañeros de la facu. Tremendo, lo pienso y me siento humillada, me faltaron el respeto en la cara. Me faltó el respeto.
Se abusó. Ay, qué mierda, estoy re enojada, loco.
“Me mandé una cagada”, dijo. Ese fue el principio de todo, digamos. Como pensaba que era “MUY PUTA”, creyó “conveniente” leer mis conversaciones de WhatsApp, e-mails, escuchar mis llamadas. ¿Tremendo? Tremendo es poco, baby.
Hacía varios días que lo notaba raro, más distante y silencioso de lo normal. Ya no llegábamos del trabajo y garchábamos, tampoco íbamos tanto al cine. La rutina de bajar del auto, entrar en la casa, sacarnos la ropa y garchar no se estaba cumpliendo. Le pregunté, como al pasar, si estaba bien y dijo: “Me mandé una cagada”.
Lo más raro fue el motivo por que cual detonó y contó la mierda que venía haciendo. Era espectador, desde hacía varios años, de mi intimidad. Esa mañana con las pibas habíamos estado hablando en el grupo del entrenador del gimnasio, de lo fuerte y dable que estaba. Yo había dicho que notaba que me miraba y cada tanto pegábamos un cruce de miradas que me mojaban toda. Ay, qué vergüenza esto.
También había dicho que si me seguía buscando, un día de esos me lo garchaba en el baño para sacarme las ganas. Todo era en el plano de la intimidad y los chistes que se hacen cuando se está en confianza. La verdad es que nunca había estado en los planes, era verdad que me calentaba, pero jamás le hubiera sido infiel. Lo amaba mucho y mi vida era solo de él. Qué mierda esto, qué pelotuda, Juana. Me lo hubiera garchado, estaba fuerte el guacho.
A ese nivel llegó su locura y la muy tarada jugando a la pareja ideal. Cuando creas que tuviste una mala experiencia o una relación de mierda, pensá que yo estuve en pareja con un flaco que lo único que hizo fue proyectar y trasladar sus mambos e inseguridades, llegando a lugares inimaginados.
Ahora viene la pregunta del millón: ¿cómo lo hizo? Eso es lo que nos preguntamos todos. Por mucho tiempo negué la opción de indagar o preguntar, tener más información solo iba a hacer que explotara aún más mi corazón. Preferí el silencio. Hasta que, claro, la bomba explotó delante de mi cara y no pude hacerme más la boluda.
Al parecer instaló una aplicación, onda VPN o control remoto, por la cual podía ver y manejar todo lo que pasaba en mi celular. Onda como si lo hubiera duplicado o algo así. Me explicaron pero no entendí nada, un poco porque me dolía saber la verdad y otro tanto porque soy un queso con la tecnología. Esto y cómo se genera la inflación son cosas que, aunque me las expliquen una y mil veces, no las voy a entender.
Qué cosa eso de ser la boluda, la que se da cuenta de todo pero elige callar. Bueno, no sé si elegí, pero de alguna manera estaba tomando una decisión, probablemente involuntaria, pero decisión al fin. Qué cosa eso de ser la madre, de levantarme más temprano para plancharle la camisa porque “qué van a decir de mí si voy todo arrugado”. Qué cosa eso de resignar el placer y el disfrute por sostener un sentimiento abstracto. Qué cosa.
Era chica, estaba triste y creía en él. En sus besos y abrazos, en sus promesas. Me cuidaba, o al menos eso creía. En este momento estoy sintiendo mucho odio, una impotencia tan grande que solo quiero gritar, putear, me nace un instinto asesino que mejor reprimir porque voy directo a la gayola.
Me mandé una cagada, dijo, y me sentí la persona más boluda del mundo.
“Lágrimas que ahogan mi corazón. Lágrimas, palabras del alma. Lágrimas, mi mudo lenguaje de amor.”
Cuando estoy triste busco estarlo aún más, a todo o nada, para el dolor no hay términos medios. Es que me crie con las novelas de Thalía, esa es mi escuela, puedo pasar de mendiga a dueña de una empresa sin escalas. La música es buena para eso, tengo una lista de canciones que me hacen llorar. También reír, lo aclaro por las dudas, no sea cosa que mi psicóloga piense que soy una ciclotímica al borde de la depresión. AH RE. Creo que esto ya lo dije, pero paja leer todo.
La cosa es que nunca acepten un celular de regalo, o sí, pero como la cerveza en el boliche: que se la abran frente a sus ojos. Me compró uno porque el mío estaba hecho mierda, no soy de darles mucha bola a esas cosas, él sí. Parece que antes de dármelo instaló la aplicación con la que lo clonó. Re de ciencia ficción, pero no. Mirá que hay gente en este mundo y yo me vengo a encontrar con el más retorcido.
No pasó mucho tiempo de todo esto, me encantaría poder dar vuelta la hoja, pero no me sale, como dice Cristian, las lágrimas ahogan mi corazón. Estoy triste, me encantaría poder sostener todo el tiempo mi imagen de la superada, pero la verdad es que a veces no puedo y ya no tiene que ver con él, sino con el modo de ver el mundo.
El problema no es el lugar en el que nos pone el otro, sino en el que nos ponemos con relación al otro. Como un espejo, intentando acompasar su verdad, mendigando oportunidades. Intentando llamar la atención cual pendejo en una cena familiar.
Estar para todos todo el tiempo tiene sus consecuencias, se ve que recién ahora empiezo a descubrir que estoy triste y lastimada. Que un abrazo a tiempo, un “te quiero” o un simple gesto puede sanar tanto dolor. Prefiero tener el corazón roto pero el amor propio intacto. ¿Será por eso que la psicóloga quiere verme tres veces por semana?
¿En qué estábamos?