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PRESENTACIÓN

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Hay libros que están llamados a ser un hito, una referencia obligada para quienes pasarán por el mismo camino. Y éste es uno de ellos. Lo sabía incluso antes de leerlo. Por la temática de que trata y por sus autores, no podía ser de otra manera.

Dos reputados investigadores haciendo literatura científica en español, pensando en el gran público, es algo que hoy no resulta extraño, pero no siempre ha sido así. Hace unos años, muy pocos, estaba incluso mal visto entre los científicos españoles escribir para el común de los mortales. No debía desvelarse el metalenguaje que les convertía en los chamanes de la tribu.

En el campo del período geológico Pleistoceno, el largo proceso de la hominización o las culturas del Paleolítico, esta actitud se aplicaba de forma tan rígida que la llamada divulgación quedaba reservada a periodistas y aficionados.

Figura tan señera como Emiliano Aguirre, empeñado de siempre en hacerse comprender popularmente, era la excepción que confirmaba una regla no escrita, pero inflexiblemente aplicada.

Me vienen a la cabeza algunos libros esenciales, verdaderos hitos de la alta divulgación: La evolución, de Crusafont, Meléndez y Aguirre (1966); Hacia el desvelamiento del origen del hombre, de Leakey y Goodall (1969 en inglés y 1973 en español); Vida y muerte en Cueva Morín, de González Echegaray y Freeman (1978); y El primer antepasado del Hombre. Lucy, de Johanson y Edey (1982).

Los años noventa son, sin embargo, extraordinariamente fértiles en este terreno. Creo inmodestamente que Revista de Arqueología había contribuido ya en los años ochenta a cambiar la actitud de los investigadores españoles, aún tributarios del trabajo externo. Y, en efecto, en las últimas décadas del siglo XX y lo que llevamos recorrido de éste el panorama cambia ostensiblemente.

Para entenderlo hay que fijarse en la excepcional escuela que Aguirre había creado en torno a Atapuerca y en el que sus seguidores —Arsuaga, Bermúdez de Castro y Carbonell— comprendieron la importancia de contar sus descubrimientos e investigaciones en las revistas de mayor impacto científico a escala mundial, pero sin descuidar la difusión entre el gran público.

Fruto de ese trabajo de siembra, en el que también uno de nuestros autores, Jordi Agustí, ha echado su cuarto a espadas, es el buen caldo de cultivo en el que ve la luz este libro que presentamos y que, a buen seguro, será un auténtico best-seller en español y en las lenguas a las que será traducido.

National Geographic no podía haber buscado dos paleontólogos más autorizados para escribirlo.

Por una parte, Jordi Agustí (Barcelona, 1954) es ya un investigador conocido por el gran público al que ha ofrecido numerosos libros y conferencias sobre cuestiones evolutivas. Discípulo del paleontólogo Miguel Crusafont, se especializó en microfauna, roedores sobre todo, aunque doy fe de su sabiduría y sus vastísimos conocimientos sobre cualquier asunto paleontológico o no paleontológico. Persona afable y asequible como pocos, amigo de sus amigos, posee una de las conversaciones más inteligentes y amenas de cuantas he disfrutado, siempre trufadas con un deseo de ampliar saberes, experiencias y fronteras.

Desde 1985 hasta 2005 dirigió el Instituto de Paleontología M. Crusafont de la Diputación de Barcelona, con sede en Sabadell, al que estuvo vinculado desde los primeros años setenta.

Científicamente son de incalculable valor sus trabajos en la cuenca de Guadix-Baza (Granada) y en Dmanisi (Georgia).

Por otra parte, David Lordkipanidze (Tbilisi, 1963), Dato para los amigos, es según Tim White el investigador más influyente en la paleoantropología mundial, por ser el director de las excavaciones en Dmanisi.

Lordkipanidze, discípulo de Leo Gabunia, se ha formado en Tbilisi, Moscú, Berlín, París y Madrid y llama la atención por sus grandes dotes organizativas y de liderazgo. Personalmente, destacaría su capacidad de observación, negociación y persuasión. Provisto de un gran olfato para el trabajo de campo, heredado de su padre el gran arqueólogo Othar Lordkipanidze, es sabedor de su responsabilidad ante la historia y ante una jovencísima nación, que quiere aprovechar la espectacularidad de Dmanisi para «hacer país» formando a sus jóvenes profesionales al máximo nivel científico y generando recursos culturales. Algunos de ellos han colaborado en nuestras excavaciones en Pinilla del Valle poniendo de manifiesto su valía profesional y humana.

También desde la dirección de los museos estatales de Georgia está haciendo una gran labor en procura de un país emergente, pero con un capital humano repleto de ilusiones, ideas y talento a raudales.

Comprendo muy bien por qué Jordi admira tanto a Dato, admiración y amistad que compartimos.

Y ahora hablemos del libro.

El texto consiste en un recorrido por la evolución de los homínidos con algunas peculiaridades que lo hacen especialmente novedoso.

Desde luego, cabe destacar la atención que se presta a la evolución de los mamíferos y de los primates, donde encaja Homo como un género más del reino animal al presentarse en paralelo con la evolución del resto de géneros. Por cierto, que esta evolución del resto de los mamíferos durante el Pleistoceno europeo y, sobre todo, en lo que a los roedores se refiere, constituye una verdadera síntesis actualizada de lectura necesaria para quien quiera adentrarse en la comprensión del entorno biológico en que fuimos mutando los homínidos.

Destaca también la actualización del texto que presenta hallazgos tan recientes como Pierolapithecus, descubierto por el equipo del Instituto Miguel Crusafont, u Homo floresiensis que nuestros autores aceptan como una evolución insular de Homo erectus, según la tesis de sus descubridores.

El tema central del libro es el poblamiento europeo por parte de los homínidos y, lógicamente, las referencias fundamentales son el yacimiento de Dmanisi (Georgia) y los de Orce (Granada, España).

El yacimiento georgiano bajo la ciudadela medieval que Lordkipanidze y su equipo, entre otros Agustí, vienen excavando desde sólo hace algo más de una década, es clave para entender la salida humana de África y el poblamiento euroasiático. Pero es, además, en mi opinión, el yacimiento más fascinante que actualmente se estudia en relación con la evolución humana. Los cuatro cráneos completos de Homo georgicus, con muchos otros restos humanos (entre otros la mandíbula D-2.600 que claramente pertenece a una cosa distinta aún indeterminada), en un contexto geológico claro, con un acompañamiento faunístico coherente y una cronología contrastada, hacen de Dmanisi un verdadero unicum en la investigación paleoantropológica.

Desde el punto de vista cultural, puede decirse que la industria lítica, y hemos tenido la oportunidad de apreciarlo personalmente, es la que esperaríamos encontrar en un yacimiento como éste. Hasta la presencia de un ejemplar humano desdentado y con los alvéolos reabsorbidos, da pie a pensar en el primer caso, testificado fósilmente, de cooperación solidaria. En fin, el sueño de todo investigador dedicado a estos temas.

Junto a Orce, en la cuenca de Guadix-Baza, el Olduvai europeo, bajo la dirección de Jordi Agustí, Isidro Toro y Bienvenido Martínez Navarro, se han excavado tres importantes yacimientos, Venta Micena, Fuente Nueva y Barranco León, los dos últimos con industria lítica en lo que supone la muestra de presencia humana más antigua al oeste del Cáucaso, es decir, en el otro extremo de Europa.

Nuestros autores se plantean la posibilidad, que no descartan, de que en momentos de máximo frío, entre 1,5 y 1,3 millones de años, se hubiera producido un paso desde África hasta la península Ibérica a través no del estrecho de Gibraltar, sino 20 kilómetros al oeste, entre Punta Camarinal y Tánger.

La idea del paso por el estrecho se ha aceptado o desechado según qué autores, aunque el no paso imperante está siendo desestabilizado por la distribución geográfica de yacimientos arqueológicos en toda Europa, a partir del medio millón de años, y sólo en su zona occidental, donde las industrias del Achelense tienen características netamente africanas, según los análisis de Manuel Santonja y otros.

Nuestros autores prestan un especial interés a los yacimientos del Pleistoceno inferior, incluida la presencia de Homo antecessor, descubierto por primera vez en el estrato Aurora del nivel VI de la Gran Dolina, en la Sierra de Atapuerca (Burgos), y especie a la que Giorgio Manzi también atribuye el cráneo de Ceprano (Italia). Agustí y Lordkipanidze interpretan a Homo antecessor como un posible descendiente con modificación de sus abuelos orientales frente a la tesis africanista. Las últimas investigaciones del equipo de Atapuerca (PNAS, 19 de abril de 2005) basadas en una mandíbula descubierta en 2003, apuntan en esa misma dirección.

Recuerdo ahora la anécdota que me contó Emiliano Aguirre cuando vio la primera mandíbula humana de Dmanisi. Se la mostró otro venerable paleoantropólogo, Leo Gabunia, al que está dedicado el presente libro. El investigador georgiano se había trasladado al congreso de Francfort, en 1991, acompañado de Abesalom Vekua y David Lordkipanidze para presentar su hallazgo que pasó bastante desapercibido para los científicos, enfrascados como estaban en el debate sobre la frontera del género Homo. Gabunia llevó a Aguirre a la habitación de su hotel para mostrarle, abriendo una pequeña caja de madera, la primera mandíbula dmanisiense, que con el tiempo ha revolucionado todas las ideas sobre el poblamiento euroasiático.

Los arqueólogos, mucho más positivistas y pacatos que los paleontólogos, no dejamos de sorprendernos con la capacidad hipotético-deductiva de nuestros colegas. Una simple mandíbula humana, aún a sabiendas de la gran variabilidad intraespecífica, el dimorfismo sexual, las etapas de crecimiento, la presencia de patologías, etcétera, puede cambiar tantas cosas. Y llevaban razón, los hallazgos posteriores ratificaron que se encontraban ante un descubrimiento excepcional.

Por todo ello, esa capacidad que poseen los paleontólogos sabios que les lleva a inferir conocimientos tan atrevidos, convenientemente contrastados con el vuelo rasante de los arqueólogos, nos permite reconstruir un mundo —ahí están las excelentes ilustraciones de Mauricio Antón— tan lejano como apasionante. Sólo el rigor científico de Agustí y Lordkipanidze, aderezado con toda amenidad, nos transporta como «diablos cojuelos» a lugares y tiempos remotos para saber de dónde venimos y entender quiénes somos.

ENRIQUE BAQUEDANO

Director del Museo Arqueológico Regional

de la Comunidad de Madrid

Los primeros pobladores de Europa

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