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PRÓLOGO

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Este libro, cuyo subtítulo evoca el largo periplo del joven Marco de los Apeninos a los Andes, trata de una epopeya todavía mayor. De la cuenca del lago Turkana en Kenya a los imponentes relieves del Cáucaso median más de 4.000 km. Ciertamente, se trata de una distancia bastante menor que la que tuvo que cubrir el pequeño italiano hasta los confines de Suramérica en pos de su madre. Y, sin embargo, superar el largo trecho que separa las sabanas de Kenya de los escarpados relieves de Georgia constituyó un episodio clave en la evolución de nuestros ancestros, hace cerca de dos millones de años. Los primeros homínidos bípedos se originaron en África hace unos seis millones de años, a partir de un grupo de primates que otrora habían proliferado por toda Eurasia. Una crisis ambiental profunda acabó con la mayor parte de ellos, quedando desde entonces confinados al continente africano, cuna de todas las humanidades. Y en este último continente transcurrió la mayor parte de la evolución de nuestro grupo, hasta que hace poco menos de dos millones de años una pequeña fracción de estos homínidos acertó a adentrarse en las vastas tierras al norte del Sahara. Fue este un paso decisivo que marcó la evolución posterior de nuestra especie y también del planeta.

Este libro trata precisamente de ese acontecimiento único, de cómo una especie de características excepcionales, hasta aquel momento confinada en África, emprendió aquel largo viaje que la llevaría de una punta a otra de Eurasia, desde los lejanos bosques tropicales de Extremo Oriente hasta las resecas estepas del sur de España. Entre Marco y aquellos remotos homínidos media algo más que los casi dos millones de años que han transcurrido desde entonces. Media la enorme distancia que nos separa de un homínido dotado de escaso cerebro (menos de la mitad del volumen del nuestro) y de una tecnología basada en unos pocos guijarros toscamente golpeados. Y, sin embargo, armados con tan exiguo bagaje, estos homínidos protagonizaron la primera gran emigración de la humanidad.

Pero, como hemos apuntado, ese viaje viene marcado por una escala especialmente significativa: el sur del Cáucaso. Hasta no hace mucho, poco era lo que sabíamos de aquellos remotos parientes que se asomaron por vez primera fuera de África. Esta situación cambió a principios de la década de los noventa del pasado siglo cuando, inesperadamente, un yacimiento extraordinario comenzó a proporcionar los primeros restos directos de estos primeros europeos. Los hallazgos realizados desde entonces en el yacimiento de Dmanisi, en la República de Georgia, han proporcionado una apabullante cantidad de información sobre cómo eran y en qué entorno vivieron estos primeros emigrantes fuera de África. Estos descubrimentos están revolucionando las ideas que hasta hace un tiempo se tenían sobre estos primeros pobladores de Eurasia.

El yacimiento de Dmanisi comenzó a liberar sus tesoros paleontológicos a principios de la década de los noventa y, tanto por el número de restos que hasta ahora ha proporcionado como por el excelente estado de conservación de los mismos, se ha convertido en un enclave excepcional a la hora de analizar las primeras fases de la evolución de nuestro propio género a dos millones de años vista. La presencia de cráneos y mandíbulas completos, de abundantes partes esqueléticas, todo ello acompañado de una abundante fauna, de herramientas y de un contexto geológico bien calibrado, sitúan a Dmanisi y el resto de yacimientos georgianos al nivel de otros yacimientos africanos de edad parecida, como los del lago Turkana, en Kenya. En este sentido, Dmanisi encuentra su contrapartida perfecta en el otro extremo del Mediterráneo, con los yacimientos de Atapuerca y Orce. Aunque más recientes que los de Dmanisi, estos yacimientos plantean la misma problemática sobre la primera ocupación humana del Mediterráneo. Dmanisi, Atapuerca y Orce configuran algo así como una especie de «triángulo de las Bermudas» en el esquema de las primeras dispersiones humanas fuera de África, a la manera de las tres ciudades mágicas de Arkham, Dunwich e Insmouth del universo lovecraftiano.

Aunque centrada en Dmanisi y en el tema de las primeras migraciones humanas fuera de África, no hemos renunciado en esta obra a reflejar nuestra visión del antes y del después de este importante evento del género humano. El libro, por tanto, intenta dar cuenta del conjunto de la evolución humana desde los albores de los primates hasta la expansión global de nuestra propia especie, Homo sapiens. En este sentido, como cualquier manual de paleontología humana, aspira a contentar a todos aquellos que deseen obtener una visión actualizada del proceso. Además, los hallazgos de Dmanisi serían difícilmente comprensibles para el lector sin un repaso previo de sus antecedentes y de las consecuencias posteriores de la primera salida del continente africano.

Pero los grandes eventos de la historia de la vida no se producen en el vacío, no suceden así como así. Por el contrario, todos ellos tienen lugar en el seno de unas circunstacias ambientales concretas, dentro de un entorno ecológico que a veces se erige en motor principal de tales eventos y condiciona su evolución futura. La primera dispersión humana fuera de África no constituye una excepción a esta regla y es por ello que en este libro se ha querido prestar una atención preferente al contexto biológico en el que se ha desarrollado esta parte de nuestra evolución. Como el lector apreciará en los diversos capítulos, los protagonistas no son sólo los homínidos que se aventuraron más allá del continente africano, sino también las decenas de especies animales que los acompañaron a lo largo de su evolución. Este enfoque tiene una contrapartida poco amable para el lector y es que, con frecuencia, el texto se ve inundado por una profusión de nombres en latín, que son los que los paleontólogos utilizamos para nombrar a los diferentes géneros y especies que tapizan la evolución de los homínidos (ellos mismos, con sus correspondientes nombres y apellidos en latín). Hace cerca de 300 años, el naturalista sueco Carl von Linné estableció el sistema de taxonomía biológica que todavía hoy empleamos. En este sistema jerárquico, las especies son agrupadas en géneros, siendo ambos, género y especie, escritos en la lengua culta de la época, el latín. La profusión de nombres en latín se deja notar especialmente en el primer capítulo de este libro. No podía ser de otra manera, si se quieren sintetizar más de 50 millones de años de evolución de los primates en unas pocas páginas. El lector puede obviar esta primera parte, si así lo desea, sin que la comprensión del resto de la obra se resienta. De todos modos, le animamos a no ahorrarse esta compleja parte de la historia de la Tierra. Al fin y al cabo, tras cada nombre en latín palpita la vida de una especie cuyo registro biológico hemos perdido para siempre pero que, en su día, constituyó una pieza clave de su entorno. En cualquier caso, cuando ha sido posible, hemos tratado de castellanizar el nombre a fin de aproximarlo al lenguaje común. En algunos casos, ello ha entrañado ciertas dificultades. Por ejemplo, los componentes de nuestra especie hermana Homo neanderthalensis pueden ser referidos simplemente como «neandertales» o como «hombres de Neanderthal» (en este último caso se conserva la hache del topónimo original en Alemania). En fin, la profusión de términos en latín en algunas partes del texto no constituye más que una expresión modestísima de la extraordinaria diversidad biológica de un pasado al que este libro pretende rendir homenaje.

Naturalmente, una obra de este tipo es deudora de la interacción con un gran número de colegas cuyo contacto diario o intermitente ha influido decisivamente en las ideas que en ella se expresan. Hemos de mencionar, en primer lugar, al conjunto de colegas del equipo internacional de Dmanisi, al que nos unen largas horas de trabajo en común: Abesalom Vekua, Jumber Kopaliani, Reid Ferring, Philip Rigthmire, Gocha Kiladze, Alex Mouskhelishvili, Medea Nioradze, Marcia Ponce de León, Marta Tappen, Cristopher Zollikofer, Mark Meyer y tantos otros con los que, campaña tras campaña, hemos compartido emociones y fatigas. Uno de nosotros, Jordi Agustí, está también en deuda con sus compañeros del equipo del proyecto «Ocupaciones humanas en el Pleistoceno inferior de Guadix-Baza», que excava los yacimientos de Orce, entre los que destacan Isidro Toro, Bienvenido Martínez Navarro y Oriol Oms, quienes han compartido con nosotros una parte de la información contenida en el capítulo 5. Jordi Agustí está así mismo en deuda con los compañeros del Instituto de Paleontología M. Crusafont de la Diputación de Barcelona que le han acompañado en diversas ocasiones en su periplo georgiano, como Toni Adell, Manel Llenas y Marc Furió. A esta última corporación queremos agradecerle el soporte tanto en medios económicos como materiales que ha venido prestando en los últimos años. Las láminas en color correspondientes a las reconstrucciones de paisajes del Eoceno, del Mioceno medio y de los felinos del Neógeno forman parte de los fondos del mencionado Instituto de Paleontología M. Crusafont. La figura 5.4 ha sido elaborada a partir de otra publicada por Paul Louis Blanc y procede de los estudios en la zona de Gibraltar desarrollados por SECEG S.A. National Geographic y la Fundación Leakey han soportado así mismo las excavaciones en Dmanisi. La presencia hispánica al otro lado del Mar Negro se ha benefiado también de las ayudas obtenidas del Departamento de Universidades e Investigación de la Generalitat de Catalunya y de la Fundación Duques de Soria. Por supuesto, este libro se ha enriquecido a partir del contacto con numerosos compañeros y amigos en los quehaceres paleontológicos y arqueológicos, como Juan Luís Arsuaga, Enrique Baquedano, Ofer Bar-Yoseph, José María Bermúdez de Castro, Eudald Carbonell, Francis Clark Howell, Lorenzo Rook o Robert Sala. En esta obra nos hemos permitido incluso disentir con los puntos de vista de algunos de ellos, sabedores de que una pequeña discrepancia científica no puede nublar una amistad de muchos años. También puede constituir un nuevo acicate para reencontranos una vez más y continuar un diálogo que en algunos casos se ha prolongado durante años. Nuestro recuerdo para Leo Gabunia, fallecido cuando el proyecto de Dmanisi levantaba el vuelo, y alma del mismo hasta que nos dejó. A pesar de los éxitos posteriores, su pérdida sigue siendo irreparable y, su vacío, imposible de llenar.

Por razones de estilo, uno de los autores de este libro, Jordi Agustí, se ha visto en la necesidad de utilizar la primera persona para referirse a determinadas vivencias y sensaciones que han tenido lugar durante su periplo georgiano. Aunque referidas al punto de vista de uno de los autores, hay que señalar que los dos nos sentimos solidarios de estas vivencias.

Finalmente, un comentario. Esta obra no tiene final o, si lo tiene, es un final abierto, tal como se muestra en el epílogo. Del yacimiento de Dmanisi sólo ha aflorado una pequeñísima parte de la información que yace en sus capas. Y otros yacimientos más antiguos de Georgia, como Diliska o Kvabebi, aguardan su turno. Además, las derivaciones futuras de hallazgos como los de Dmanisi están todavía por ver. No hace mucho salían a la luz los sorprendentes homínidos de la isla de Flores. Con menos de 30.000 años de antigüedad, estos pequeños moradores isleños demuestran que la estirpe de Dmanisi pudo persistir durante más de un millón de años en las remotas selvas de una pequeña isla de Extremo Oriente. La realidad, testaruda, demuestra que la evolución ha ido siempre más allá de nuestras propias ideas sobre ella. En el futuro no cabe duda de que nuevos hallazgos en Dmanisi y en otras regiones del mundo obligarán a replantearnos, de nuevo, nuestra visión de la evolución humana.

JORDI AGUSTÍ

DAVID LORDKIPANIDZE

Barcelona-Tbilisi, marzo de 2005


División de la Era Cenozoica en períodos y épocas. Las cifras a la derecha indican millones de años hasta la actualidad.

Los primeros pobladores de Europa

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