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Capítulo I:
EL DESPERTAR

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Según Antonio Blay, estamos identificados con una idea de nosotros mismos que él llama “personaje”. El personaje es una descripción imaginaria, basada en el prejuicio de que somos una mezcla de virtudes y defectos. Si no queremos vernos rechazados, debemos andar con tiento para disimular estos defectos y, al mismo tiempo, tenemos que aprovechar cualquier situación propicia para llamar la atención sobre las virtudes en las que destacamos, con el fin de ser reconocidos y aprobados.

En realidad, estos supuestos defectos y virtudes son los miedos e ilusiones de las personas que nos educaron: les preocupaba que tuviéramos las dificultades que ellos habían sufrido y querían que realizáramos los sueños que no habían alcanzado. En la práctica, lo que hicieron fue imbuirnos unos miedos y unas ilusiones que no tienen nada que ver con nosotros, pero que interfieren nuestro contacto personal con la realidad. Así, vemos convertida nuestra existencia en una especie de tragicomedia, en la que hemos de probar nuestro valor evitando el rechazo y alcanzando el éxito.

En esta comedia, partimos de la idea de no ser nadie; nuestra existencia se convierte en una cruzada para adquirir identidad y demostrar que valemos y que podemos. Según el personaje, lo demostraremos con nuestros logros: somos lo que tenemos. No todo es riqueza material, también podemos ser importantes y valiosos en clave de sabiduría, sacrificio y altura espiritual.

Llamamos despertar al hecho de reconocernos en el actor que está interpretando esta comedia. No necesitamos ninguna máscara para llamar la atención ni obtener prestigio o poder, porque ya somos capacidad de ver, amar y hacer; lo somos a imagen y semejanza de Dios. El problema es que nos hemos confundido con el papel que representamos y hemos acabado olvidando nuestra naturaleza esencial. Estamos buscando fuera lo que ya somos.

En esta cruzada por obtener identidad, reconocimiento y poder, podemos considerar también el propósito de hacer carrera espiritual. Muchos fracasos en lo material se subliman presentándolos como sacrificio o renuncia. Así que, también podemos desvirtuar la mística, utilizándola como un terreno en el que destacar. De hecho, el personaje nos puede angustiar y atormentar, acusándonos de no cumplir los requisitos que se nos exigen. Y podemos adoptar el papel de inquisidores para sobreponernos a la impotencia.

Despertar no tiene nada que ver con nuestra manera personal de ser ni con las teorías que profesamos, la moral que defendemos o la influencia que tenemos sobre los demás. Despertar es tomar conciencia de la realidad esencial que somos para vivir desde ella.

Esto no se consigue intentado quedar bien, se alcanza redescubriendo la identidad que nos permita descansar en lo que somos, tal como somos y anhelando, simplemente, el contacto con lo Superior que todo lo cura. La clave es el amor por la Esencia que se expresa en nosotros y en todo lo demás.

El evangelio

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