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EL EVANGELIO COMO AYUDA AL TRABAJO ESPIRITUAL

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A medida que avanzamos en el Trabajo espiritual, constatamos una mayor necesidad de consejo para movernos por los niveles superiores con una mente capaz de captar y manejar lo trascendente y de reflejarlo en nuestra vida diaria. Y vemos que es indispensable contar con un auxilio procedente de arriba, que pueda completar nuestros esfuerzos personales, aunque no los supla. Porque nosotros, librados a nuestras propias fuerzas, somos incapaces de contrarrestar la inercia que nos impulsa a identificarnos, no solo con los bienes materiales, sino, sobre todo, con la valoración o el prestigio que intentamos obtener en nuestro entorno cotidiano.

Se necesita una verdadera revolución mental para observar la realidad con los ojos del espíritu. Como dice el Evangelio, hay que nacer de nuevo desde arriba y cuestionar los planes que la personalidad tiene para crecer y perfeccionarse, porque estos planes se refieren al ámbito de la forma y no son más que una muestra de narcisismo disfrazada de espiritualidad. El espíritu pertenece a otra dimensión, no se puede incorporar al “yo” al igual que le hemos incorporado conocimientos, afectos, habilidades y otras muchas cosas. El espíritu no se puede sobreponer a la personalidad.

La personalidad es real pero transitoria, es un fenómeno que se manifiesta en el tiempo. Puede crecer y perfeccionarse, justamente porque es variable. Pero la espiritualidad se refiere al Ser, a la identidad, a lo que nunca cambia, a lo que siempre es; y no tiene nada que ver con ser mejores, más buenos o ejemplares. Por eso, resulta tan difícil hacer pedagogía de la espiritualidad sin caer en la ideología o en la moral.

Necesitamos tomar conciencia de que hay algo en nosotros que no depende de nosotros, que no podemos manipular, que está en una dimensión distinta a la de la existencia, aunque se expresa en la existencia. Aquí, la ideología sobra porque el espíritu está por encima de la mente. Y la verdadera moral es consecuencia de la conciencia y no un requisito para alcanzarla. Así que, tenemos que situarnos en un plano muy diferente del que rige nuestra vida cotidiana. Y esto exige tener por referencia algo sólido y real, incuestionable, absoluto, que no pueda ser manipulado y convertido en una cuestión de dogmas o culpas.

Por desgracia, existe también una inhibición disfrazada de espiritualidad y de pseudoelitismo, que no está ni se le espera cuando el Verbo llama a la puerta, a través de las diversas circunstancias de la existencia. «Ya hemos dado», le contesta esta personalidad supuestamente superior que está de vuelta de todo.

Esto lo señala el papa Francisco en su escrito apostólico Evangelii Gaudium:

«Todos sabemos por experiencia que a veces una tarea no brinda las satisfacciones que desearíamos, los frutos son reducidos y los cambios son lentos, y uno tiene la tentación de cansarse. Sin embargo, no es lo mismo cuando uno baja momentáneamente los brazos, por cansancio, que cuando los baja definitivamente dominado por un descontento crónico, por una acedia que le seca el alma. Puede suceder que el corazón se canse de luchar porque en definitiva se busca a sí mismo en una carrera sedienta de reconocimientos, aplausos, premios, puestos… Entonces, uno no baja los brazos, pero ya no tiene garra, le falta resurrección. Así, el Evangelio, que es el mensaje más hermoso que tiene este mundo, queda sepultado debajo de muchas excusas».

«Le falta resurrección»: ¡qué diagnóstico tan preciso! Esta resurrección es el auxilio indispensable, la fuerza que desciende de arriba en respuesta a la demanda de sentido, felicidad y realidad que tiene todo ser humano, aunque la mayoría no lo reconozca. Y cada uno de nosotros estamos llamados a gozar de ella y a ser vehículos de transmisión de esta.

A veces, se recibe a través de un impacto exterior; a veces, se descubre de improviso, un día, en el fondo de la conciencia; pero hay quien la persigue y alcanza a base de esfuerzo y constancia, en un viaje hacia el centro de esta conciencia. Y este viaje es lo que da sentido a la existencia.

Dice Antonio Blay:

«Viviendo desde el centro, no es que las cosas sean distintas, porque muchas veces no podemos alterar el curso de las cosas, sino que las vemos totalmente distintas y dejan de ser un conflicto porque las vivimos desde lo que es la verdadera identidad, que es voluntad, inteligencia y capacidad de amar. No es que yo en mi interior tenga un refugio donde esconderme del exterior; es que mi interior es mi Sede real. No he de recurrir a mi interior cuando las cosas externas van mal, sino que he de tomar conciencia de este interior en todo momento. Entonces este interior se convierte en un medio de acción, no sólo en un medio de protección o de refugio». (Personalidad y niveles superiores de conciencia. Ed. Índigo).

El problema es cómo llegar a situarnos en este centro para tratar desde él la realidad cotidiana; mucho más, cuando resulta que estamos inmersos en la existencia desde una perspectiva totalmente contraria a la del espíritu. La solución es introducir algo nuevo que lo reestructure todo, algo que, manteniendo lo que hay, otorgue un nuevo significado y una nueva función a cada cosa.

Y esto es lo que produce el Evangelio en la conciencia de quien tiene los oídos afinados para sintonizar con lo Superior.

El evangelio

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