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Antonio Blay

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Antonio Blay nació en Barcelona, en 1924, y murió en la misma ciudad, en 1985. Desde muy joven, se preocupó de una manera intensa, podría decirse que obsesiva, por conocer la naturaleza esencial o genérica del ser humano: un ser capaz de hacer cosas portentosas y también de vivir de una manera complicada y miserable. Esta contradicción la experimentaba en sí mismo, en primera persona, así que utilizó su propio proceso como objeto de estudio. Fruto de esta investigación personal es un camino experimental que nos legó en sus conferencias y escritos. Su práctica atestigua la bondad y eficacia de este camino.

Una de las premisas de partida es negar realidad al mal, eliminando el maniqueísmo de raíz, sin por ello ignorar la confusión, la soledad y la impotencia que produce el olvido de nuestra naturaleza esencial, hecha a imagen y semejanza de Dios. Blay lo explica como el resultado de una desconexión, provocada por un proceso de socialización anómalo que sufrimos en la infancia. Este proceso nos obliga a ignorar nuestra identidad para identificarnos con determinadas posesiones materiales, morales o intelectuales que hemos de conseguir para ser homologados socialmente. Es una explicación actual del pecado original que se transmite de padres a hijos.

Pero, en vez de fomentar un sentimiento de culpabilidad por habernos extraviado, Blay nos invita a reconocer nuestra desorientación, a recuperar la conciencia de nosotros mismos y a ver con evidencia la clase de alienación a la que hemos sido inducidos.

A partir de aquí, podemos recuperar la posibilidad de decidir nuestros actos de una forma consciente y voluntaria. La capacidad de ver, amar y hacer que somos adquiere sentido porque nos revela que formamos parte de una realidad que debe ser atendida y puede ser perfeccionada con nuestro interés y dedicación.

Así que la conciencia está íntimamente relacionada con el amor, con la atención a los demás y con la profundización en nosotros mismos. Esta profundización es la que nos lleva a descubrir al Ser Esencial que llamamos Dios como la verdadera fuente de esta vida, inteligencia y amor que se está expresando en nosotros.

El evangelio

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