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Clase 1 EL ANÁLISIS ES INTERMINABLE

Efectos terapéuticos

Efectos analíticos

El pase

Logros o fin de análisis lógico

Al tema del final del análisis tenemos que tratarlo de varias formas y en varios sentidos. En este seminario habrá exposiciones, discusiones, pero sobre todo investigación. No se trata de un tema inequívoco. Una vía de entrada sería la de abordarlo planteándonos si el análisis es terminable o interminable. Sería un poco escandaloso decir que es interminable pero me gusta entrar por el lado del escándalo. [Risas]. ¡Pretendo demostrar que lo es!

Ya veremos cómo se despliega esa formulación axiomática y relativa de “no hay final del análisis“. Veremos también cómo propiciar la dialéctica que conduce hacia el final del análisis y qué sucede con los síntomas en esta perspectiva del “no hay final del análisis”.

Se registra una lucha contra ese no final. Lacan y todos nuestros dispositivos luchan todo el tiempo con lo interminable. Pero tenemos que plantearnos: ¿hasta qué punto hay un final? ¿Qué es un final? ¿Y cuál es el dispositivo que Lacan construye para alojar el final?

Una hipótesis sería: el análisis es interminable y nos tenemos que resignar. Ya veremos el desarrollo de esta idea.

Vamos al primer movimiento. Podemos abordar el tema pensándolo del lado de un reconocimiento fenoménico, observar cómo terminaban los análisis antes de Lacan y cómo lo hacen después de él.

Entre los textos que voy a tomar como referencia está, por supuesto, Análisis terminable e interminable de Freud, y también un texto de Miller llamado Marginalia, en base a una exposición suya en Milán que trabaja sobre ese texto de Freud. Por cómo hace la extracción de datos de cada capítulo de Análisis terminable e interminable, el texto de Miller funciona también como enseñanza acerca de qué es una lectura. Mi impresión, por la lectura que luego va a desarrollar Lacan, es que el texto de Freud que sigue al Análisis terminable e interminable, es Construcciones en el análisis.

De todas maneras, dado el peso que le va a dar Lacan a lo que es la construcción de la lógica de la cura y a la construcción del final, habría tal vez que invertir el camino de los textos y poner primero Construcciones en el análisis y después Análisis terminable e interminable. Vamos a establecer entonces una dialéctica invertida entre estos textos.

Hay una frase orientadora: “Cada analizante construye su final”. Es una indicación muy importante sobre cómo vamos a examinar con construcciones en el análisis todo el recorrido que hace Lacan respecto a lo que llamamos la ética del forzamiento por parte del analista, respecto de lo inercial que tiene todo análisis.

El otro punto que trabajaremos es el reconocimiento fenoménico del final de un análisis. Para saber qué es terminar un análisis vamos a estudiar los modos en los que los análisis encuentran su final. Hay al respecto un texto famoso de Ferenczi que es una referencia muy interesante. Los textos de Fe- renczi son envidiables por su sencillez. Él no fue un discípulo oficial, transgredía permanentemente la posición de Freud, y en uno de los textos que vamos a considerar dice –y subrayo esto– “el problema del fin del análisis”. Rescato el término: dice el problema y le da así valor problemático al fin del análisis. Para los que quieran rastrearlo, esta expresión está en el tomo 4 de las Obras completas de Ferenczi publicadas por Espasa Calpe.

Voy a tomar un desarrollo superficial de la lógica lacaniana del final para leer con esa lógica los textos de Freud y de Ferenczi respectivamente. El texto de Ferenczi al que me refiero es corto y resulta muy ilustrativo para observar las enormes diferencias que hay entre su forma de plantear el final y la nuestra. Hay otros textos que voy a ir mencionando, pero éstos son los textos de referencia básicos.

Si hacemos el relevamiento fenomenológico y observamos cómo terminan los análisis, comprobaremos que terminan de formas muy distintas. Un análisis puede concluirse o puede interrumpirse. Es importante distinguir entre lo que es un final y lo que es una interrupción. Hay análisis que parece que se interrumpen y es que habían finalizado, y hay otros que parecen haber finalizado y estrictamente se interrumpieron. Nos encontramos con una indeterminación en este punto.

La propuesta lacaniana es la de hacer pesar el final del análisis. De hecho, la estructura de Escuela que plantea Lacan es una estructura para hacer presente el final todo el tiempo. No es lo mismo para los analistas y para los analizantes que tengan el peso de la finalización a que el análisis esté abierto a la dialéctica entre el paciente y el analista, y en última instancia el final suceda cuando el analista lo decida.

Recuerden que para Lacan cada analizante construye su final. Este es un dato que tiene como mínimo diez consecuencias. La primera es que, en el análisis, tal como lo concibe el movimiento psicoanalítico pre lacaniano, es el analista quien autoriza el final, mientras que en el análisis lacaniano es el analista más bien quien queda descartado como producto de la construcción del final del análisis que realiza el analizante. Podríamos decir irónicamente que un análisis finaliza así a costa del analista, analista que para nosotros –cabe aclarar– no es la persona del analista, sino el lugar del analista que ocupa el lugar del Otro.

El pase es un dispositivo que Lacan propone a quienes manifiesten querer realizarlo, un dispositivo que permite a los analizantes verificar si han terminado el análisis. El pase es una oferta que no todos demandan. Quien decide realizarlo somete su final de análisis a un jurado que puede decir sí o no. Esta es la estructura básica del pase como procedimiento para tratar el final en la Escuela de Lacan.

Lo notable es, al menos en mi experiencia, que todos los solicitantes del pase se encuentran convencidos de que van a pasar. No conozco una sola persona que haya previsto o considerado que existía la posibilidad de que no fuera a pasar. Quienes no pasaron fueron siempre sorprendidos por el no.

Ese no pasó implica en general volver al análisis y reanalizar el efecto no, ya que no es gratuito encontrarse con esa negativa. Por eso, a los analistas que van a orientarse hacia el pase les recuerdo que se trata de un acto íntimo, no compartible con nadie. No hace falta anunciar por todas partes “¡Voy a hacer el pase!”, dado que luego hay que sostener lo que probablemente ocurra, que es que no se pase. Creo que nadie se alegra de no haber pasado, dado el efecto imaginario que eso implica. Por eso el que se disponga al pase debe hacerlo en secreto, evitando los daños.

En los primeros tiempos de aparición del dispositivo del pase sucedió que varias personas salieron de sus respectivos análisis bajo la forma de la precipitación, de una gran y escandalosa precipitación. La oferta del pase provocó por entonces que mucha gente se precipitara fuera de tiempo y fuera de lugar, y entonces es interesante pensar qué sucedió con eso. Recuerdo que en aquella época un analizante me dijo un día que “lo encontró”, refiriéndose al final de análisis. Me dijo que venía en camino a sesión y se dio cuenta de que su análisis había finalizado y que iba a hacer el pase. Traté de desalentarlo, de advertirle, de propiciar su interrogación, pero inútilmente. Fue al pase y lo rechazaron, no pasó. Vino a verme entonces muy enojado conmigo porque, según decía, yo no lo había frenado. Le dije: “¿Te acordás que te dije varias cosas al respecto?”. “Sí, pero me tendrías que haber agarrado de las solapas para que no lo hiciera, me tendrías que haber frenado”. [Risas]. Obviamente se trata de un pasaje al acto.

En otras oportunidades se sale del análisis por acting out, por una escena de final, y en otras más, a veces, se sale en un punto conclusivo. Es por todas estas distintas formas de salir o finalizar el análisis que propongo mantener este interrogante: ¿hay final o no hay final?

En el primer tiempo del proceso lacaniano con el pase, el pase era la verificación conclusiva, si uno pasaba y era AE (Analista de la Escuela) lo era definitivamente, para siempre. Tenía la marca de la finalización en su ser desde ahí hasta el final de su vida. Era un AE que, se podría decir, portaba un incurable, por lo que el retorno al análisis se hacía imposible. Se decía por entonces que no había más posibilidad de análisis porque ya no había Otro y en consecuencia la transferencia no era posible. Eran tiempos en los que se creía en un final inapelable. Sin embargo, muchos de los AE con un final verificado volvían al análisis. Recuerdo una persona que se preguntaba: ¿cómo tal persona volvió al análisis si es AE? Y no es que volviera años después, volvió meses después de testimoniar en el pase. La justificación que se había planteado era que había tenido una separación matrimonial, entonces podemos plantearnos: ¿esto cómo es? ¿Y el pase? ¿El final del análisis no prepara para la contingencia? ¿Cada problema de la vida produce una vuelta al análisis?

Se contaba entonces con el dispositivo pase, con la verificación de la finalización y, sin embargo, aparecía el pedido de retorno a análisis. A partir de este hecho hubo que reformular la idea de que el pase fuera para siempre, transformándose entonces en no definitivo sino relativo a tres años. El título de AE no marcaba lo incurable de pasar, la idea se modificó para pasar a ser entonces un final relativo. Un AE pasa pero ya no portará el título de AE para siempre.

Recordemos otro dato. Estamos trabajando sobre la relativización de lo que fue concebido por todos al principio como un final inapelable, incurable, pero debemos tener en cuenta que esto no sucedió hace cien años sino al principio de cómo se instaló el pase en esta Escuela. Otra pregunta que propongo explorar es: ¿por qué no pasa alguien? Es un dato de peso subjetivo el no pasar. Proponerse realizar el pase es una apuesta seria dado que, además, pasan muy pocos. ¿Por qué no pasa el que no pasa? Puede ser por muchas razones. Recuerdo que siendo yo integrante del cartel del pase se produjo una situación en la que una persona solicitó el pase pero después no lo hizo. Participó de una entrevista con cada uno de los pasadores y no quiso seguir adelante, en definitiva pidió el pase y luego se sustrajo, no usó el dispositivo.

En las ocasiones en las que el pase no se produce intervienen una serie de elementos, dado que el proceso no es llevado adelante por cuatro autómatas que intervienen con criterios objetivos y científicos. Se trata de un testimonio que el pasante ofrece a los pasadores, quienes realizan su tarea no sin una cierta complicación particular. Tengan en cuenta que el dispositivo consiste en que dos personas reciben al analista que tiene la pretensión de demostrar su final de análisis.

Este analista que intenta pasar debe contar su pase a estos dos pasadores, sujetos que a su vez están ellos mismos en análisis, quienes se lo tienen que contar luego a los jurados llamados cartel del pase. Ese proceso depende de cómo transmita el pasador y hay que tener en cuenta que hay pasadores muy distintos. Están los pasadores, por ejemplo, que se ponen en el lugar del jurado y que van a transmitirle al jurado que ese determinado aspirante tiene que pasar. Lo que quiero señalar es que todos los lugares del dispositivo tienen la característica de ser ocupaciones sintomáticas: el pasador, el jurado, el cartel del pase.

Y tampoco ninguno de estos sitios es ajeno a las influencias políticas que se dan dentro de una Escuela. Tanto es así que hubo hace muchos años una situación muy pública e importante en la que el no pase de un sujeto fue considerado por algunos como un problema político dentro del dispositivo del pase. O sea que los jurados, en tanto participan de la comunidad de analistas, no son puros.

Veamos otra situación. Dentro de nuestra comunidad de analistas existen sujetos para nada anónimos, es decir, sujetos que portan un determinado imaginario –ya sea bueno o malo– que hace que en ocasión de solicitar estos el pase se produzcan determinados efectos en los cinco analistas que deben decidir si pasa o no.

Veamos otro punto que en su momento fue motivo de discusión alrededor del pase. El pase al principio se pensaba como una instancia en la que el pasante debía mantenerse en el anonimato. Desde mi punto de vista eso era excelente. El cartel del pase no debía conocer el nombre del candidato y de esa manera se impedía la articulación de aspectos imaginarios que por supuesto tienen su peso en las decisiones que se toman. También hay que saber que dado que existen pases en diferentes Escuelas, hay criterios que definen que los analistas no pueden presentarse en el pase en la misma comunidad a la que pertenecen. Hay casos en que sí lo hacen y otros en los que no.

Decir que la decisión del cartel del pase es una decisión sintomática quiere decir que no es inapelable. De todas maneras someterse al dispositivo del pase es muy importante, aún teniendo en cuenta la consideración de los precios y los costos que estamos describiendo.

Todo lo que dije hasta aquí nos remite a un dato: ¿cómo eran las terminaciones en las diferentes épocas del psicoanálisis? Se decía en determinado momento: “Me dieron el alta”. A partir de esa figura podemos preguntarnos: ¿nosotros damos de alta o no damos de alta? “Por supuesto que no”, vamos a decir, pero… [Risas], creo que hay que integrar estos imaginarios de los que hablo.

Tomemos un ejemplo: cuando consideramos que alguien está cerca del final del análisis, el hecho de que tenga un problema de vida, ¿hace obstáculo o no a ese final? Un problema de vida pueden ser distintas cosas, por ejemplo que tenga algún movimiento en su vida que lo haga no sentirse una persona normal… [Risas]. ¿Y qué es para nosotros una persona normal? Propongo que también pensemos sobre lo que nosotros, lacanianos, entendemos por persona normal. La cuestión es interesante y abre a muchos temas a considerar.

Por ejemplo, ¿es normal que una persona termine su análisis sin tener una pareja? Antiguamente no había dudas: el que no armaba una pareja, no armaba una familia y no tenía hijos, no era una persona normal. Ciertos hechos de la realidad definían. Notemos que Freud no era tan detalladamente realista. Menciona como índices la capacidad de amar y trabajar en un sentido general. Otro punto: ¿una persona puede terminar el análisis cuando está angustiada?

En sus comienzos el análisis lacaniano se distanció de los efectos terapéuticos que se esperaban de él. El análisis era el análisis, la terapéutica era cosa de los médicos y de los psiquiatras. Es de aquí que surgió la necesidad de distinguir entre efectos terapéuticos y efectos analíticos.

Tanto en Freud como en Ferenczi, el efecto terapéutico está a la cabeza de la cuestión. Freud empieza diciendo en Análisis terminable e interminable: “La terapia psicoanalítica, o sea, el librar a un ser humano de sus síntomas neuróticos, de sus inhibiciones y anormalidades de carácter”. Es necesario hacer una precisión. Tanto Ferenczi como Freud separan el análisis de los síntomas del análisis del carácter. Un análisis no está completo para ellos si no hubo un análisis del carácter. Después habrá que pensar qué es lo que Freud entiende como carácter, pero el término dibuja desde ya un más allá del síntoma. Para Ferenczi, el final del análisis es “curarse del fantasma”, no interferir la realidad con el fantasma. ¿Por qué? Porque el fantasma hace delirar, de ahí la idea de que todos somos locos y delirantes.

Para Ferenczi se trata en el final del análisis de la extracción de la fantasía para que el sujeto tenga una adecuada relación con la realidad y pueda discriminar, justamente, fantasía de realidad. Nosotros lo pensamos totalmente al revés, el objetivo de nuestro trabajo es hacia el fantasma y no hacia la realidad.

Freud va a hablar del sentimiento de vida, de alojarse en la vida plenamente. La imposibilidad de este “alojarse en la vida” es el síntoma esencial en la psicosis ordinaria. El síntoma de la psicosis ordinaria es un trastorno de la relación con el sentimiento de vida, o sea, es alguien que no vive de manera natural sino que todo el tiempo se siente no alojado, desalojado, que no calza natural y plenamente en la vida. Para Freud la ubicación de un sujeto plenamente en la vida es un parámetro del efecto del análisis.

¿Cómo se terminaban los análisis? Los análisis terminaban cuando uno se sentía bien, cuando uno resolvía los problemas. La palabra “logros“ resumía esta situación, y no se trataba por otra parte de cualquier tipo de logros.

Respecto de este punto, recuerdo que hace unos días se publicó un artículo sobre la determinación del cerebro en las conductas humanas. El título del artículo decía: “Messi es un cerebro”. Me resulta inaceptable la interpretación de que todo lo que una persona hace depende solamente de su cerebro, siempre hay un psiquismo que lo excede.

Los logros, entendidos como efectos terapéuticos, dependen de una mirada supuestamente objetiva del analista. Si el sujeto tuvo determinados logros –fundamentalmente una buena inserción profesional, además con la particularidad de que sea con rédito económico (no la inserción en un hospital durante 20 años…), si consiguió sostenerse solo, independizarse de los padres, algo realmente envidiable… [Risas], entonces ese sujeto resultaba apto para un buen final. Guiándose con estos parámetros no hace falta romperse la cabeza con el S1 y el S2, la letra o la escritura, como hacemos nosotros. Se entendía que si alguien se iba de la casa de los padres se había independizado.

Recuerdo una anécdota graciosa que sirve para pensar esta cuestión de la independencia. Un analista decía que su hijo de 17 o 18 años debía ser independiente y vivir solo en un departamento, pero el tema era que el padre le compraba todo. En un sentido se podía decir que era un muchacho autónomo, que hacía su vida, que viajaba por todo el mundo, pero lo cierto es que lo hacía a costa del padre. [Risas].

Lo que interrogamos en este caso, y también en general, es si ese tipo de situaciones no son más que presentaciones de independencia que no la aseguran en absoluto. Por el contrario, podemos pensar que se puede vivir con los padres y ser muy independiente, o vivir solo y ser profundamente dependiente. En síntesis, lo que queremos decir es que para orientarse en relación a cómo terminaban los análisis se recurría a figuras que eran muy visibles y verificables. Traigo a colación esta anécdota para ilustrar cómo Lacan cuestiona tomar a las conductas como índices para determinar posiciones.

Lacan no se orienta hacia las personas sino hacia el análisis. Podríamos revisar todos los análisis lacanianos y plantearnos si en ocasiones no se realiza un abordaje muy rígido sobre la persona de los analizantes, abordaje que limita la comprensión y el desarrollo de lo que es un análisis.

Todo lo que estamos considerando no pretende ser más que una orientación para la práctica del analista, quien por supuesto tiene sus síntomas y sus propias marcas. Cada analista tiene que haber captado en cierta forma algo de su propia sensibilidad. Lo que intento transmitir es que no creo en la pureza de la posición del analista, sino que entiendo que todas las posiciones que ocupa son sintomáticas. Bajo esta perspectiva se entiende que no existe la neutralidad ni existe el fin del análisis puro.

En conclusión, es necesario distinguir entre efectos terapéuticos y efectos analíticos, ver cómo divergen y cómo se cruzan en un análisis hasta llegar al final. La propuesta de Lacan es –después veremos si eso se logra o no– que en el análisis se produzca una desarticulación de la estructura neurótica para hacer un pasaje a otro lugar. El análisis lacaniano no es una compensación de la neurosis; eso es lo que hacen los medicamentos, compensan.

Hay medicamentos que compensan, a los que en algún momento se llamaba de última generación o equilibradores del ánimo. Son antipsicóticos prescritos a los neuróticos, lo cual creo que está muy bien –estoy de acuerdo con su uso–, pero hay que entender que esas compensaciones que debilitan relativamente los síntomas hacen que el sujeto entre en equilibrio dejando a la neurosis intacta. En este sentido es que hay que ir mucho más allá del síntoma para llegar a la neurosis. Este es el problema a plantear. Nosotros no somos compensadores de neuróticos. Si un neurótico, desequilibrado o descompensado, o estructurado de tal forma que no deja pasar el deseo, puede tener esos síntomas de aburrimiento, no saber qué hacer en la vida, etc., lo necesario es desarticular la neurosis. Después veremos cómo se desarticula una neurosis y cómo se levantan los síntomas, lo que implica dos lógicas diferentes. Para nosotros el síntoma es el lugar de entrada, pero nuestra tarea no termina en los síntomas. Miller lo planteó en algún momento: cuando se han levantado los síntomas, ¿cómo se sigue?, ¿qué se hace cuando se agota la demanda del sufriente? Su planteo sostiene a la ética del analista como vía para llegar al final del análisis. Es una formulación que Miller realizó hace muchos años, habrá que revisarla.

Esta separación entre el primer levantamiento del síntoma y un empuje posterior hacia lo que podemos considerar su más allá, no se da cronológicamente. No es primero lo uno y luego lo otro. Se trata de una trama conjunta que debe abordarse de modo simultáneo desde la primera entrevista. Si se trabaja solo en dirección al síntoma, va a producirse una complicación que termina en lo que se llama análisis de final fálico, en un supuesto éxito terapéutico. La intervención del analista más allá de todo alivio subjetivo debe sostener siempre la división en forma sistemática. El reconocimiento de los efectos terapéuticos tiene sus riesgos, dado que ellos se colocan sobre la división subjetiva y la recubren.

Hace pocos días participé en carácter de jurado de la exposición de una tesis de la maestría cuyo tema era el final del análisis. Mi pregunta a la autora fue justamente si para ella la división del inicio del análisis es la misma división que la del final. Mi idea es que hay entre esos dos momentos una división diferente. Los análisis que privilegian los efectos terapéuticos aspiran a llevar al sujeto que se presenta dividido por el síntoma (no por estructura) a un destino en el que prevalezca la unidad. Eso es para nosotros un destino de falicismo.

En el transcurso del año desearía poder señalar que ese camino del análisis que tiene por destino también una división es la sexuación. Cuando se habla de finales de análisis que no terminan en un todo fálico, sino que lo hacen con el analizante en posición de no-todo, hay una convergencia entre la posición femenina y el final del análisis, en el sentido de que ambas se unen en no-todo. Por eso un tema que me parece muy importante es el de la relación entre la posición femenina y el final del análisis, porque a partir de esa relación podemos acceder a un más allá del falo. El final del análisis está ligado al goce femenino y al mismo tiempo a un más allá del falo. Me interesa que podamos recorrer en detalle estas coincidencias y divergencias entre la posición femenina y el final del análisis.

Antes de Lacan hubo aquí analistas de derecha y analistas de izquierda. Incluso se discutía qué interpretaba el analista de izquierda y qué interpretaba el analista de derecha y, por ejemplo, cómo se posicionaba el analista de izquierda frente a un sujeto que en la década del 70 se embarcaba hacia la guerrilla y cómo lo hacía por el contrario un analista de derecha. Eran tiempos donde la ideología obturaba al psicoanálisis.

Yo empecé a conocer a Lacan después de haber pasado por una serie de discusiones sobre ese tipo de problemas. Tanto era así que por esas discusiones llegaban a dividirse instituciones psicoanalíticas. Esas divisiones no se producían por el psicoanálisis sino por la ideología de los analistas. Es por esto que sigo pensando que es muy importante mantener una distancia entre la posición del analista y la posición política del analista. Es una distancia que está hoy en discusión, dado que determinados momentos y circunstancias del mundo y del país reducen esa diferencia. Me parece importante introducir ahí una interrogación y una cierta prudencia respecto de la distancia entre el analista y la política. Hay un texto de Miller sobre el tema y en algún momento podremos revisarlo.

Retomando el hecho de la existencia de los re-análisis, ¿por qué la gente se re-analiza y se va a otro análisis? Antes era porque aparecían analistas lacanianos y se consideraba que eran mejores que los que había hasta ese momento. Sin embargo, esta circulación sigue ocurriendo ahora entre lacanianos, es decir que no depende solo de la persona del analista sino de circunstancias del análisis.

Recuerdo el caso de una persona de la que yo pensé que había terminado su análisis. Yo estaba seguro de que iba a realizar el pase y de que iba a pasar, pero justo en el momento en que iba a hacer el pase vino la ola trasatlántica y 20 años después se sigue analizando. ¿Me equivoque yo? ¿El análisis no termina nunca? ¿Se relanza? Lo que quiero transmitir es que lo que se llama “re-análisis“ tiene que ser comprendido para mí como una interrogación acerca de lo que es el final del análisis.

En los carteles del pase Miller intervenía como éxtimo y solicitaba que se agregara “… no será el nec plus ultra del final del análisis, pero hay un perfume singular…”. Todos los AE primeros fueron marcados por esta expresión “no será en nec plus ultra del final”. Con esta fórmula se le pone una duda al final del análisis y se lo saca del lugar del juicio inapelable. Tengan en cuenta que no solo podemos constatar que hay re-análisis de los AE, sino que más bien es difícil que haya algún AE sin re-analizarse.

Si el pase se coloca en un ideal de pureza el efecto es claro, pasan muy pocos y no hay una verdadera clínica de los AE. Con estas vicisitudes que traigo a colación, lo que me interesa resaltar es que evidentemente hay una indeterminación respecto del final del análisis. Es por eso que, exagerando un poco la conclusión, digo: no hay final del análisis. Después vamos a ver los daños que supone la aplicación de este axioma de “no hay fin del análisis”, como así también veremos lo que aporta el que sí haya final del análisis.

Lo que quiero decir es que no hay una prueba matemática del fin del análisis y cuando no hay prueba matemática, entonces lo que hay es verificación sintomática. Conversé este tema con Jorge Losicer y le decía que sería bueno conocer desde el orden jurídico cómo se piensa al punto conclusivo, es decir la cosa juzgada, cómo es un punto de final concebido en el mundo de la ley. La cosa juzgada se relativiza constantemente, y si la queremos tomar como una analogía para pensar lo que sucede en el campo del psicoanálisis, nos encontramos con el dato de que el punto conclusivo del final se reabre y se reabre todo el tiempo.

Veamos ahora otro aspecto vinculado al final de los análisis, el de las salidas de análisis precipitadas y el de las salidas lentas. Empecemos por las salidas lentas. Hay analizantes respecto de los cuales uno cree que hace tiempo terminaron su análisis pero sucede que no se quieren ir. [Risas]. ¿Por qué uno se queda en el análisis más del tiempo necesario? Hay en el análisis un factor inercial muy importante, es la inercia que nosotros llamamos goce de la palabra. Contra esa inercia es que se justifica la aparición de ese forzamiento que entiendo debe estar siempre actuando desde el lugar del analista.

Recuerdo el argumento dado por un paciente a favor de continuar su análisis; me decía: “¿Para qué voy a cambiar el juego si voy ganando, si así estoy bien? Quizás dejo el análisis y se me arruina todo”. O sea que el análisis queda como un amuleto de buena coordinación y armonía. Otro argumento que me plantearon fue: “Aquí, en análisis, tengo un espacio para pensar”. Este argumento es un horror para nosotros. [Risas]. Exactamente decía: “Un espacio para pensar en mí” o “un espacio propio, mío…”, peor todavía. [Risas]. Como pueden notar esa es la idea del análisis alojador, idea que para nosotros representa un análisis que crea una nueva neurosis, que la refuerza, y refuerza además todos los síntomas.

La duración de los análisis es algo que también pongo a consideración. Tiempo atrás analizarse 15 o 20 años era normal, era casi una virtud, daba una especie de jerarquía el haberse analizado muchos años. En la actualidad, cuando escucho que una persona se analiza hace 20 años tiendo a pensar que algo no anda bien: o anda mal el analista o anda mal el paciente, pero algo no está funcionando. Para mí los tiempos acotados del análisis lacaniano implican también un esfuerzo hacia la brevedad respecto de la duración total del análisis. Es una tesis que habría que probar, pero es una conclusión que extraigo de la lógica de nuestra práctica.

Si nosotros desde la primera entrevista tomamos una posición de presión para que emerjan conclusiones, si hacemos lo que llamamos “operación reducción”, es porque ya está ahí en juego la orientación hacia el final. Esa presión es la que se ejerce bajo la forma de nuestro trabajo de reducir y reducir, y de esa forma obtenemos datos específicos desde la primera entrevista, datos que van a aparecer y confirmarse en el final. De ahí que el final lo anticipemos desde la primera entrevista cuando hacemos la operación reducción y cuando tenemos el método de elegir un rasgo. Cuando elegimos un rasgo estamos destituyendo todo lo que se agrega a eso y así se arma lo que llamamos lógica de la cura. A través de esa operación es que se ejerce esa presión que va contra el desplegarse del hablar. Si dejáramos desplegarse a ese hablar, como ocurre con toda conversación que por sí misma tiende a extenderse a un más allá y a un más allá del más allá, es lógico que el tiempo también se extienda. Asistimos a los debates de la cámara de diputados, son insoportables, carecen de punto de conclusión.

Lacan propone el acortamiento de los tiempos. Nunca se dijo que ese acortamiento del tiempo implicara también acortamiento del tiempo del análisis. Hemos pensado explícitamente la necesidad del acortamiento del tiempo de la sesión, pero sería algo extraño que esta indicación del acortamiento del tiempo de las sesiones no tuviera consecuencias en la duración de los análisis. Creo que los análisis tienen que ser más cortos. Desde esta perspectiva la extensión de los análisis a 20 o más años son para mí no una virtud sino un defecto.

Ahora bien, ¿cuál es la fuente de ese forzamiento que ya dije debe ejercer el analista contra la inercia del hablar? Ese forzamiento tiene su fundamento en el deseo del analista que encarna un más allá del principio del placer. Recuerden las quejas que testimonian algunos pacientes de Lacan, quienes se iban a otros analistas diciendo “…vengo a hablar de mí…”. Hay un analista cuyo nombre no recuerdo que contaba haber atendido muchos pacientes de Lacan que se quejaban de que Lacan no los dejaba hablar de ellos. El hablar de sí puede llevar horas y años, para hablar de sí nunca alcanza el tiempo. Nuestro trabajo es intentar reducir todo el tiempo la operación de hablar de sí, porque entendemos que el análisis no es para pensar sino que es para operar una reducción que conduce a un más allá de lo que uno quiere decir.

Nuestro trabajo es de debilitamiento del yo que habla y por lo tanto de una reducción a puntos esenciales. Evidentemente, esta modalidad de análisis tiene que tener una consecuencia contraria a la prolongación de los análisis en los que se hablaba de todo con toda libertad durante 50 minutos, cuatro veces por semana fumando cigarrillos y supuestamente pensando lo que se decía. El analista estaba sentado en una poltrona (se la llamaba así), 50 minutos con los pies para arriba para no provocarse varices. [Risas].

Todo nuestro dispositivo va en contra de la homeostasis del placer del hablar. De allí es que se entiende cuando los pacientes dicen que sienten una sensación de tensión en la sesión. Esa tensión es contraria a la idea de que el análisis es para relajarse. El análisis no es en absoluto para relajarse, el análisis es para vibrar, para mover. No es así todo el tiempo, pero un análisis que flota es un análisis en el que el analista no está en marcha sino que está dejando hablar. A veces uno deja hablar por múltiples razones, por ejemplo porque está cansado, porque está deprimido, porque está enojado o por cualquier otra razón.

En esta línea es importante también señalar el lugar de la sala de espera como factor de presión para el analista y también para los pacientes. Los obsesivos dicen: “Yo con esta gente esperando no puedo hablar”. [Risas]. En definitiva, todo el dispositivo, incluida la sala de espera, están en la línea del analista presionando hacia una conclusión.

Cuando hablamos entre analistas de casos o de casuística lacaniana también se produce una operación de reducción y acortamiento del tiempo, en la medida en que todo debe apuntar a ubicar lo que dijo el paciente, lo que dijo el analista y la respuesta del paciente frente a lo que dijo el analista. Para mí la clínica lacaniana es una clínica que tiene muy presente la marcación que hace el analista y si no la hace, para mí no se arma el caso, porque el caso no viene solo.

Por todas estas razones es que pensé en tomar el texto Construcciones en el análisis para trabajar la idea de que no hay un fin natural del análisis. Ese final no tiene nada de natural, independientemente de lo que quiera decirse con natural o no natural. Un fin del análisis lo preparan el paciente y el analista desde el primer día, apuntando desde ese momento a lo que hemos llamado “una ficción”. El análisis lacaniano se orienta al final por un artificio y no por la adecuación a la realidad, y ese artificio se construye desde el primer día siempre que el analista intervenga desde el inicio y se dirija hacia ese lugar.

La idea de que el paciente vaya de algún modo solo hacia un punto no es correcta, a mi entender, dado que el análisis es constructivo en la medida en que, en primera instancia, construye algo que no estaba dicho, para luego, en una instancia posterior, ser deconstructivo sacando todo lo que sobra para arribar a la localización última del análisis.

En resumen, propongo una investigación acerca de si los análisis lacanianos son más cortos. Para eso exploremos la variedad de fenómenos que ustedes conozcan o experiencias que hayan vivido acerca del final del análisis, se trate de interrupciones, cambios de analista, etc. Tengamos en cuenta también que si no planteamos que hay un final, la ética del forzamiento se debilita. El analista avanza hacia el final desde el primer día con ese forzamiento cuyo instrumento es la interpretación.

El trabajo que realizaremos viene dado por estos ejes. Exploraremos Análisis terminable e interminable, interrogando especialmente los tópicos relativos a la sexuación femenina y al final de análisis. Todos los fenómenos clínicos que ustedes vean en forma de terminación del análisis los podemos aportar y discutir, incluidos los re-análisis y los cambios de analista.

Voy a retomar también una frasecita que dice Miller por allí: “El punto de capitón que pone el final del análisis, eso ordena el análisis y la vida…”. Después vamos a entender qué es lo que dice, pero así es la frase, refiriéndose a la vida para adelante y para atrás, no para adelante solamente. ¿Preguntas?

BRÍGIDA GRIFFIN: Te quería pedir que ampliaras un poco más la cuestión de la sesión corta en relación al análisis lacaniano que, según lo que explicabas y tu parecer, debiera ser más breve. Te lo pregunto porque hay un hecho constatable y es que ningún análisis de los que hemos hecho es más breve. Todos quienes nos encontramos acá hacemos análisis lacanianos que se extienden tanto como los otros.

JORGE CHAMORRO: Lo vamos a ir desarrollando, pero ya dije algunas cosas en ese sentido. Si uno no deja expandirse la sesión y reduce la inercia a hablar, creo que se verán efectos en la operación final. Si se produce esa reducción radical de la proliferación de palabras, los tiempos se tienen que achicar.

En tu caso por ahí es un problema de tu analista, yo que sé [Risas], que no te forzó a salir, o te forzó a salir y vos te negaste, no tengo idea [Risas].

B. GRIFFIN: No, no hablo en nombre propio, hablo de los análisis lacanianos en general.

J. CHAMORRO: Estudiaremos el tema pero creo que debemos partir de la observación del hecho de que desde un punto de vista lógico debiera ocurrir que el análisis sea más corto.

P.: Eso es algo que no necesariamente se cumple en la práctica… Podemos tenerlo como perspectiva, pero…

J. CHAMORRO: Diríamos que no se cumple en la práctica…

P.: Le escuché una vez a Laurent decir que el promedio de los análisis es de 15 años. Lo que se encuentra mucho en los testimonios es que el analista al final hace algo que le demuestra al analizante que se terminó, ya sea que deja la silla vacía o de alguna otra manera.

J. CHAMORRO: O le dice que le cobra el doble.

P.: Hay varias maneras, hay varios testimonios que relatan esa experiencia. Miller habla de llegar en el final a un punto de satisfacción. Siempre hay un acto del analista que no va en el sentido de “te doy el alta”, pero sí en el de demostrar que se acabó. Lo que se acaba es molestar las defensas. Aunque estoy de acuerdo en que hay algo que no se acaba en tanto es lo incurable.

J. CHAMORRO: En esto que decís puede incluirse la teoría de los ciclos de análisis. ¿Qué es un ciclo? No hay un fin de análisis irreversible, pero esa formulación es post-fase. Se habla de ciclos de análisis como una forma de interrogar el final inapelable. Cuando se dice que hay ciclos se quiere decir algo así como: “Andá y podés volver…”.

Más adelante trataremos de captar qué quiere decir la deconstrucción del Otro al final. Qué quiere decir que al final no hay Otro.

Hice mención a toda esta fenomenología de los distintos tipos de finales con la idea de ampliar el marco de nuestra interrogación. ¿Hay final o no hay final? ¿Qué es el final para nosotros? No vamos a encontrar una respuesta inapelable a estas preguntas, pero me parece importante profundizar en ellas.

PATRICIO ÁLVAREZ: Dos observaciones. La primera es que en algún momento los AE empezaron a decir cuántos años de análisis habían hecho y me ha dado la impresión que en los últimos testimonios se dice que ha habido menos años de análisis, más específicamente alrededor de 15 años.

Me parece que la cuestión de los ciclos se tomó de dos maneras: por un lado y en relación al libro Efectos terapéuticos rápidos se habló de los ciclos en ciertas condiciones, por ejemplo en la cuestión de la urgencia, de la institución, etc. Por otro lado, otro modo de tomar los ciclos que me parece más interesante en relación a esto que estamos hablando, es el de referirlos al punto en el que aparece una conclusión lógica que remite a un momento y a ciertas condiciones de análisis.

Me refiero a observaciones acerca de cómo un análisis puede llegar a un fin del análisis con un determinado analista en ciertas condiciones, lo cual no quiere decir necesariamente que eso implique por sí mismo el pase. En otras condiciones quizás se llega a un punto de certeza del final y esa persona va, hace el pase, le dicen que no y entonces en otras condiciones distintas vuelve a hacer un análisis. Pero eso no quiere decir que las condiciones de ese análisis que llegó a su final lógico no sean válidas. También se pueden pensar los ciclos del análisis en el sentido en que se llegó a un punto de reducción y a un final lógico que quizá no coincida con el pase, que quizá no coincida con el jurado que nomina a un AE, pero que es un final del análisis.

J. CHAMORRO: Todo esto es parte de una idea general que siempre mantengo y que consiste en intentar interrogar nuestras convicciones inapelables para hacerlas vacilar.

El jueves que viene nos vemos. [Aplausos]

Un final inexorable

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