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ОглавлениеClase 3 EL SUJETO DIVIDIDO
La voluntad de decir
La inconsistencia del Otro
Lo siniestro
La consistencia lógica del objeto a
La letra
La existencia del Otro en un análisis recorre esencialmente tres etapas: su completud, su incompletud y la inconsistencia. En el inicio del análisis tenemos los dos lugares clásicos del acto analítico, el lugar del Otro y el lugar del sujeto. En este comienzo se trata de un Otro sin la marca de la castración, y en el lugar del sujeto encontramos al sujeto dividido.
Cuando el síntoma no es egosintónico divide al que lo porta. Si el sujeto no reconoce su síntoma, nuestro trabajo será provocar su reconocimiento. Para Lacan percibir el síntoma como tal forma parte de la naturaleza del síntoma. El síntoma divide al sujeto y abre el camino a lo que hemos nombrado como “efecto sujeto”. Este efecto es condición previa de la entrada en análisis. Otra forma de decir lo mismo es que buscamos que el paciente se deje representar por lo que excede a su voluntad de decir. Es allí donde habla el inconsciente, y allí donde se dirige la interpretación del analista.
Este es el punto donde se separan el psicoanálisis y las psicoterapias. La psicoterapia recubre la división con distintos sentidos, incluidos los sentidos edípicos que tienen la forma de una explicación. La idea de una identificación a la madre o al padre son la forma de recubrir el agujero constitutivo de todo sujeto que hemos denominado represión primaria, ombligo del sueño o roca de la castración.
Partimos de la dualidad que distingue un Otro completo y un Otro incompleto. El Otro completo es el de la demanda. Es un Otro cuya función esencial es la del reconocimiento.
El Otro incompleto tiene dos versiones. La primera versión es el Otro castrado. Su nombre es el Otro del deseo, es el Otro que se representa por una interrogación, por un enigma. Este es el Otro que no tenemos que ofrecer en tanto analistas cuando se presenta un sujeto angustiado, porque es un Otro que plantea interrogantes, enigmas, ambigüedades. Es el Otro que se ha formulado también como el Che vuoi? el Otro que no reconoce.
La segunda versión es la del fin del análisis, la de un Otro que no hay. A ese Otro que no existe lo nombramos como la inconsistencia del Otro. ¿Y qué queda cuando no hay Otro?: el objeto a.
Tenemos entonces al sujeto dividido por sus síntomas, por lo que podríamos llamar en sentido general sus problemas. Pero la entrada en un análisis lacaniano implica otro tipo de división, una que no es la de la angustia o el sufrimiento. El análisis específicamente lacaniano tiene una diferencia con lo que podemos llamar el análisis simbólico.
Ha pasado a ser una discusión entre los analistas si hay o no análisis por teléfono o por Skype. Mi postura es que los hay. Miller comparte esta idea diciendo que “el análisis telefónico o por Skype, sin el cuerpo presente del analista, es un análisis simbólico…”. El análisis simbólico es lo que hicimos toda la vida, con suerte. Un análisis simbólico no quiere decir que se trate de un análisis insuficiente, quiere decir que es un análisis donde se asocia, se asocia por el sonido, se deja hablar. Ojalá hubiera muchos análisis simbólicos. No es para nada obvio que todos los análisis transcurren con un método asociativo constante, siguiendo el método que implica de por sí la división del sujeto. Un análisis simbólico es un análisis que transcurre bajo la forma de la división, que quizá no llega hasta el final en relación a la pulsión, que quizá no llega hasta la destitución del Otro, pero que llega lejos de todos modos. Y es un análisis que muchas personas, analistas incluidos, no soportan. Estoy convencido de eso. No es tan sencillo de soportar un análisis simbólico, es decir un análisis en donde todo el tiempo es destituida la demanda de curación o de resolución de problemas que presionan desde lo cotidiano.
Entonces, el sujeto dividido, ahora considerado en relación al análisis, es dividido de distintas formas. Este sujeto dividido está también al final, ya veremos con qué estatuto. Al final el sujeto tiene otra forma de división.
Al inicio del análisis el sujeto está dividido entre dos significantes, y por eso es llamado el sujeto del significante. En el punto del final del análisis el sujeto está dividido entre el síntoma y el inconsciente. Se trata de dos formas de la división con consecuencias subjetivas importantes. Si no calculamos las diferentes consecuencias subjetivas de la división del sujeto del significante o de la división del sujeto entre el síntoma y el inconsciente, perdemos de vista los fenómenos clínicos con los que nos orientamos. Y al perderlos quedamos en la abstracción.
La primera división es la que tiene lugar entre lo que el sujeto quiere decir y lo que dice. Sabemos que es difícil tomar en sentido literal las metáforas que emplea un sujeto y desplazarlo radicalmente del tema que viene a hablar. Ese es un primer movimiento al que apuntamos y que distingue entre lo que dice y lo que quiere decir. Luego esperamos que se den las formas asociativas que implican que ese sujeto se represente por significantes y que se produzcan desplazamientos. Los significantes pertenecen al campo del Otro. Si el sujeto se representa por ellos, podemos deducir que hay una íntima relación entre el sujeto y el Otro. En la medida que este sujeto esté representado por significantes siempre permanecerá unido al Otro. El análisis simbólico no destituye al Otro.
Hay una interpretación que corresponde especialmente a esta zona de la entrada en análisis que es la interpretación simbólica. La interpretación simbólica consiste en agregar en el discurso del paciente un S2, en agregar un significante a los dichos del paciente. Es una interpretación que tiene por efecto desplazar al sujeto de aquello que quiere decir. Contamos con que hay una distancia entre lo que dice y lo que quiere decir, y la interpretación simbólica provoca ese desplazamiento. Respecto de ese desplazamiento hay dos posibilidades: o el sujeto se desplaza solo o se desplaza a partir de nuestras intervenciones con un S2.
Este primer movimiento implica la transferencia amorosa en relación a la cual el sujeto propone al analista que sea el Otro. Esta es una clave muy importante porque el analista está ofrecido a ocupar el lugar del Otro cuando hay transferencia. En esta articulación entre significantes del campo del Otro siempre hay un resto.
En La lógica del fantasma Lacan dice: “He nombrado esa Verwerfung como rechazo del ser. Lo rechazado de lo simbólico reaparece en lo real. Si el ser del hombre es en efecto lo que a partir de cierta momento es rechazado, lo vemos reaparecer en lo real bajo una forma completamente plena… Yendo por la ruta ustedes encontrarán un camping o más exactamente a su alrededor el círculo de escoria, es ese ser del hombre que reaparece en lo real que se llama detritus”. (1)
En esta operación del sujeto dividido, ese resto queda en el campo del Otro. Esta es la operación que se presenta en el Seminario sobre La angustia con diferentes formas del retorno de dicho objeto. La primera forma de retorno es en verdad la que no hay, debido a que el objeto está velado en el campo del Otro y funciona entonces como causa del deseo. Este es el primer movimiento. Cuando el objeto funciona como causa del deseo se trata de un objeto velado en el campo del Otro. La segunda forma de retorno que implica su proximidad al campo del sujeto, es un fenómeno de borde que se manifiesta como angustia. Es un objeto que amenaza con volver.
Cuando este objeto abandona la amenaza y retorna efectivamente, se constituye como objeto de goce. Esta intrusión del objeto en el campo imaginario se presenta como lo siniestro. El objeto causa de deseo será presentado en primera instancia como objeto perdido, o como solemos decir, velado. El sujeto del deseo es entonces el sujeto del significante y por lo tanto sujeto articulado al Otro. Se lo suele formular en estos términos: “el deseo es el deseo del Otro”, o bien diciendo: “el inconsciente es el discurso del Otro”. El deseo es siempre dialéctico. Cuando se sale de esta lógica significante habrá un más allá del Otro y del sujeto.
En el Seminario La lógica del fantasma, Lacan desarrolla la idea de la existencia de dos tipos de significantes: el significante que se articula en una cadena y el significante que se significa a sí mismo. Recuerden que forma parte de la naturaleza del significante el ser dos. El significante que se significa a sí mismo no está en la cadena y por lo tanto no produce efectos de sentido.
Lacan dice: “Hay una forclusión constitutiva del orden simbólico que no logra captar todo lo que hay en el mundo, y siempre hay un resto…”. (2) Es a este resto a lo que llamó objeto a.
Este objeto es un producto del orden simbólico, es objeto perdido porque su aparición destruiría el orden simbólico como tal, es decir, el campo del deseo, para dar lugar al del goce.
“Del Trieb de Freud al deseo del analista” (3) es el texto en el que Lacan desmiente lo dicho en su otro texto “La significación del falo”. Allí divide el deseo y la pulsión, lo que resulta clave para la concepción del fin del análisis tal cual la planteamos. La frase en el texto que ilumina esta separación es la siguiente: “Este drama no es el accidente que se cree, es de esencia, pues el deseo viene del Otro y el goce está del lado de la cosa, está del otro lado”.
Lacan se pregunta a partir de aquí cuál es el final del análisis más allá de la terapéutica. Imposible no detenerse en esta distinción sobre todo cuando se trata de hacer un analista. Para responder a esta pregunta Miller dio una versión al principio de Síntoma y fantasma, la primera vez que vino a la Argentina. Así planteado pareciera ser que habría un análisis terapéutico que llegaría hasta un cierto punto en el que el sujeto obtiene un cierto bienestar y levanta sus síntomas. Después vendría, dice Miller allí, un sostenimiento ético del psicoanálisis para los analistas, un movimiento que va más allá del bienestar o de su felicidad. No hay lógica de la cura posible si no hay desde el principio efectos analíticos distinguibles de los efectos terapéuticos. Para que los análisis no tengan una resolución fálica, es decir una que solo tenga éxitos terapéuticos, hay que desplazar desde el principio al sujeto de su identificación con los logros alcanzados. Hay que formular de entrada un camino que saque al sujeto de su identificación a los logros y a los efectos terapéuticos. Si no producimos esa salida desde la entrada, todo el proceso se nos va hacia el lado del bienestar. ¿Qué es el lado del bienestar? “Me siento bien. ¿Para qué voy a seguir viniendo?”.
No debemos dejar identificar a los sujetos con el logro, con el éxito, con el bienestar y con el levantamiento de los síntomas. Siempre, desde la primera hasta la última entrevista, tenemos que plantear que hay un más allá de los efectos terapéuticos.
Para hablar del final del análisis usamos la expresión “deflación del deseo”, una expresión que resulta un poco sorprendente en la medida en que siempre consideramos al sujeto deseante como una aspiración del análisis. Lo contrario es la depresión. Por eso hay que entender que no se trata de que el análisis arroje como resultado personas “desganadas”. Hay que entender que una persona muy deseante no es una persona que tiene muchas ganas de hacer cosas, la persona deseante es otra cosa.
El síntoma del deseo es que no tiene certeza. Ese es el problema, el deseo es muy histérico, se mueve de un lugar a otro porque está imbricado en la cadena significante, y por eso muy ligado al Otro y a la falta. En su característica fijeza el síntoma congela el deseo y por lo tanto la movilidad de la cadena significante.
¿Qué es la histerización entonces? Es efecto sujeto: desplazamiento, movimiento significante, asociación. Es el debilitamiento, la deflación del discurso yoico, del discurso que quiere entender, que quiere explicar, etc., en favor de un discurso donde el sujeto es hablado por lo que dice y se entrega a ese movimiento. Movimiento que tiene el rasgo de ser indeterminado. Un sujeto deseante es un sujeto circulante, un sujeto que va hacia la infinitud de un movimiento sin conclusión. Este sería el movimiento del deseo, ya que el deseo siempre hace presente la falta, está siempre comprometido con la falta.
La deflación del deseo es la detención de ese movimiento asociativo de significantes que se mueven para ir en el sentido de la localización. El propio movimiento de un análisis es un movimiento de localización y de reducción a un punto. Miller lo dice en alguno de sus textos de esta forma: “El punto de capitón del final del análisis permite orientar una vida y un análisis”.
A veces se produce un equívoco en los testimonios del pase. Si prestan atención comprobarán que muchos testimonios de pase hablan de la vida. Pero el pase no es para hablar de la vida, para hablar de la vida es el análisis, el pase es en todo caso para hablar de la vida pasada por el análisis.
El tipo de interpretación que corresponde al Otro del deseo, es decir al Otro incompleto, es la alusión, la interpretación oracular. Es la interpretación por el enigma, no la interpretación por el S2. Es la interpretación que confronta al sujeto con un vacío a interpretar y está destinada a quien tiene una posición de analizante.
Recuerden, el oráculo de Delfos produce sonidos, ruidos, y por eso necesita ineludiblemente la interpretación del analizante. Este punto es muy importante porque si no hay interpretación del analizante no se produce nada y el analista realiza funciones payasescas de falso Lacan.
La intervención que introduce un S2 no requiere tanto la interpretación del analizante, porque es el analista quien ya de algún modo orienta el desplazamiento. Si el paciente dice “muerto”, yo le digo “cementerio”, allí es notorio que la significación está más orientada. Por el contrario, si yo digo “Humm”, esa intervención requiere más del analizante. Algo así ocurre con esas obras que ahora están en los museos. Pensemos por ejemplo en una obra enorme en la que hay un solo punto negro. Uno se pregunta qué es eso. Recuerdo que en una ocasión fuimos con los chicos de la familia y uno dijo frente a una obra de esas características: “Eso lo sé hacer yo también”. Le respondimos que efectivamente lo podía hacer pero que al autor se le había ocurrido primero y por eso la obra estaba en el MOMA.
Ahora bien, si la interpretación introduce un S2, si la interpretación es enigmática, si el deseo del analista se superpone con el deseo del Otro, entonces el Otro se mantiene, no se pasa al no hay Otro, y si no se pasa al no hay otro, entonces hay sujeto, hay sujeto del inconsciente, no hay división entre el sujeto y el sinthome.
El Otro al que le falta algo es un Otro que sostiene, aún en el enigma, la existencia y la articulación entre pulsión y deseo. Es por eso que en este texto Lacan cruza el Trieb de Freud, cruza la pulsión, con el deseo del analista. Como les decía la vez pasada, ese cruce entre el deseo del analista y la pulsión es fundamental, porque ahí aparece otra forma de interpretar que implica llevar al analista más allá del deseo del Otro, más allá del Otro incompleto. Esta forma de interpretar lleva al analista hacia el Otro que no hay, y por lo tanto a la presencia del a. La consistencia lógica del objeto a es el destino final del objeto. El movimiento significante conduce a que el final del análisis sea incierto.
La única chance de construir un final es llegar a la inconsistencia lógica del objeto a, pero ¿qué es esa inconsistencia lógica? Siempre hay un resto entre el significante y la Cosa. Así presenta la sublimación el Seminario La ética del psicoanálisis. Siempre hay un resto de la Cosa, ese es el resto que se denomina a.
El objeto a es todo lo que escapa. Clínicamente escuchamos distintas formas en las que se presenta aquello que se escapa. El objeto a es lo inmanejable, es lo que presenta el asunto de cómo se trata con lo inmanejable. Los pacientes presentan a menudo lo que no pueden manejar, y allí se plantea una encrucijada para el analista: ayudar a manejar o esfuerzo de poesía.
La sesión corta siempre confronta al analizante con lo que no se pudo decir, con la pérdida, pero ofrece a cambio una localización del ser, y esa localización pide a cambio que se pague el precio de la pérdida. No es que se ejerce el vacío porque sí, el vacío tiene que conducir a una construcción certera que toca el ser del paciente.
Entonces, si hay algo que siempre se escapa, Miller se pregunta: “¿Habrá un final del análisis absoluto?”. Desde lo que vamos diciendo la respuesta sería que no. Pero Miller también se pregunta: ¿la neurosis no retorna, no hay retorno de la neurosis? En algún momento inclusive se pensaba que no hay retorno al análisis. Después se comprobó que había. Luego se dijo que ese retorno no era al análisis, sino que era un post analítico. A mi entender hay retornos al análisis, hay reiterados retornos al análisis.
Entonces retomo desde la pregunta: ¿dónde está el objeto perdido? Está en lo que Miller llama insignia. Esto lo encuentran en los primeros capítulos de Los signos del goce. Insignia quiere decir esto: que el objeto que estaba perdido ahora queda articulado a lo que se va a llamar la letra.
Letra es significante y objeto, o sea que el objeto en su destino final está atado al significante, es lo opuesto a lo que dijo Lacan durante mucho tiempo. El objeto está afuera y cuando retorna hay angustia, cuando retorna hay goce.
La insignia es la conjunción entre el significante y el objeto. Cuando el significante y el objeto coinciden se rompe la cadena, se termina, y por eso hay que cambiarle el nombre. El significante atado al objeto no hace cadena, hace lo que llamamos letra. Allí no hay Otro pero hay letra, y esto implica la localización de un punto.
De este modo, la variable está en el sujeto, mientras que en el objeto está la constante. Miller se pregunta por la invariabilidad del objeto, se pregunta si el objeto permanece siempre igual, y su respuesta es que lo que varía no es el objeto sino la forma del sujeto, la forma que este tiene de tratarse con el objeto. Ese es el punto que llamamos construcción del fantasma. La construcción del fantasma es una nueva forma de articular el sujeto con el objeto.
Pensémoslo de este modo: tenemos dos pisos, uno es el fantasma y el otro el sinthome. Recuerden que cuando el objeto se une a S1 le quita la función significante al S1, y por lo tanto rompe la cadena, como ocurre con los fenómenos elementales.
Es un elemento que partió del inconsciente y se precipitó en una letra que es lo que va a constituir el sinthome. Este elemento arrastra todo el análisis, todos los efectos de significación y todo el compromiso del sujeto con su propia producción. El sujeto que está en el inicio tiene fecha de vencimiento, que es cuando se deconstruye al Otro. Cuando Lacan en su Seminario …o peor dice todo junto “hayuno” plasmando este movimiento.
Tenemos en el Seminario La lógica del fantasma a ese significante que se significa a sí mismo, luego el significante nonsensical asemántico del Seminario 11, en “Lituraterre”, donde la letra será el deshecho de todo este movimiento. La pregunta que surge luego de todo este movimiento es, ¿dónde está el objeto? El objeto está pegado al significante, y esto es lo que primero se llamó “sujeto del goce” y no “sujeto del significante”. El sujeto del goce es un sujeto que es fijo, que está fijado.
La relación entre interpretación y pulsión hace posible la interpretación discontinua, que es aquella que rompe la cadena, la que obstaculiza la asociación. Ahora vamos por el camino inverso; primero promovimos la asociación, ahora con este elemento vamos a destituir la asociación. No es solo que se agota la asociación, sino que la interpretación del analista utiliza ahora un S1 que se repite.
La interpretación ahora no es con la introducción de un S2 que se articula a un S1 del paciente, sino que es S1, S1, S1… La interpretación por S1 tiene que ser una interpretación insistente, es la que ilustra muy bien Bartleby el escribiente cuando insiste en responder “preferiría no hacerlo”. La interpretación con S1 es insistente, metódica, destituye todos los movimientos significativos que quiere hacer el paciente, es una interpretación que implica un atravesamiento del fantasma. La identificación está siempre en juego en todo el desarrollo anterior.
Las identificaciones en Lacan se llaman S1 y su función es representativa. La función representativa que está en relación con la fórmula del significante representa a un sujeto para otro significante. Esta es la reformulación de la identificación freudiana utilizando la lingüística. Cuando la identificación implica un significante que nos representa, nos aleja de la novela neurótica. Cambia el tipo de interpretación apoyada en los personajes papá y mamá. Con el concepto de significante el trabajo pasa a ser sobre las identificaciones, sobre los S1 o los S2 representativos del sujeto.
Trabajar con los significantes nos envía a trabajar más allá de la realidad histórica y novelada, porque las identificaciones se trabajan por desplazamiento significante y no ya por decirle al paciente: “Hay que terminar con su papá”.
No es lo mismo letrar al paciente que darle letra, es decir, conceptualizar su cura. Los conceptos son nuestros síntomas, aquellos con los cuales debilitamos la lógica de un análisis.
Cada vez que empleamos un concepto estamos alimentando el yo, estamos volviendo al conócete a tí mismo, que no es ascesis sino refuerzo yoico. Así es refuerzo yoico para ir al pase con un yo bien armado, sabiendo lo que es goce, lo que es más allá del padre y toda la serie de fórmulas que todos conocemos.
Tenemos que tener en cuenta que no existe el no síntoma, todos producimos síntomas. A mi entender nuestro síntoma tiene que ver generalmente con el peso que tienen para nosotros los conceptos, y ellos se meten en los análisis de una u otra forma. La interpretación jamás debiera hacerse con frases conceptuales que intenten orientar al paciente hacia el final con frases tales como “cayó un objeto” o “cayó una identificación”.
Octave Mannoni contaba que su fin del análisis se precipitó cuando Lacan le aumentó considerablemente los honorarios. El entendió que eso era el fin. ¿Cómo demostrar que eso era el fin y no el retiro del análisis de un amarrete? Solo en el pase podría verificarse en qué consistió ese final.
Para demostrar la lógica de un análisis y su final contamos con dos formas: la forma retórica y la forma matema. Por eso, me parece que en ese sentido el dispositivo del pase viene a alojar eso que queda en manos del paciente, no del analista. Lo que antes realizaba el analista, dar el alta, ahora se desplazó al pase. El analista queda en el camino y el paciente se arregla con el análisis y el final de análisis que se inventó, teniendo en el pase un lugar para verificar y probar su invento. Hay analistas que en el pase pueden convencer y ser consistentes, hay otros muy hábiles para disfrazar el final de un análisis. El pase no es infalible. De hecho, hay personas que no pasan y debieran haber pasado. El tema es que si no tomásemos esos riesgos no habría clínica del pase.
Creo que nadie debiera perderse de hacer la experiencia del pase, aunque le vaya mal no pasando. Es una experiencia valiosa, hay una variación muy importante del propio análisis cuando se va al pase. Los efectos del pase en uno, aunque no pase, son siempre importantes y no siempre negativos. Por supuesto, nadie se alegra de no pasar, pero el efecto de pasar por el pase, de intentar demostrar, armar, transmitir, correr ese riesgo, es un precio módico en función de lo importante que es para cada uno hacer esa experiencia.
El destino del objeto perdido es la articulación que corresponde al equívoco. Los tres equívocos se pueden leer en “El atolondradicho”. El equívoco se puede confundir con la polisemia de la palabra, con el hecho de que una palabra pueda significar una cosa u otra, pero interpretar por el equívoco es en realidad dirigirse a lo unívoco. No se trata de una apertura de sentidos sino más bien de un cierre. Son las distintas formas en las que Lacan concibe cuál es la forma de cerrar.
La forma no tan conceptual de hablar de este camino de los equívocos hacia lo unívoco es interpretar, reducir el significante a la letra, pero ¿qué quiere decir reducir el significante a la letra? Quiere decir que el analista actúa contra todo lo que hizo, va ahora contra el inconsciente y contra la asociación libre. El paciente quiere desplazarse, quiere equivocar lo que dice y el analista interviene con una reducción de ese movimiento a una letra. Interpretar, reducir el significante a la letra, quiere decir desarticularlo de todos los otros significantes. La última enseñanza de Lacan está orientada por este fenómeno. Lo capté en el discurso de una mujer psicótica que entrevisté en una presentación de enfermos. Entró a la entrevista diciendo “Gracias a Dios” y se fue diciendo exactamente lo mismo, cada frase que pronunciaba iba acompañada por este “Gracias a Dios”. Ese “Gracias a Dios”, comprobé, era efectivamente el sinsentido: era imposible saber qué quería decir esa frase que repetía sin cesar.
Esta es la idea de interpretar con un S1, sea la interpretación del analista o sea del paciente: es la repetición de una palabra o de una frase hasta llegar al punto de “no sé qué quiero decir con lo que digo”. Si queremos extraer en nuestra clínica el fenómeno de la repetición del S1 debemos prestar atención a las figuraciones más repetidas, observar cuál fue la insistencia.
La repetición se produce cuando hay algo localizado por el goce. Por el contrario, cuando el habla se desplaza quiere decir que ella no está sostenida por el goce. Cuando hay goce las frases empiezan a repetirse.
Cuando Miller define el síntoma analítico dice lo siguiente: “Es una frase que articula algo del goce y que por lo tanto se reitera, se repite a la entrada, no al final”. Se trata de una frase que coagula algo del goce y que por lo tanto es una frase que se repite y no se desplaza, que se parece mucho al neologismo de la psicosis. Todo lo que ustedes pueden leer en el Seminario 3, neologismo, estribillo y fórmula, anuncian algo de lo que después va a ser la interpretación discontinua.
El aparato significante produce el despegue de la realidad y por lo tanto irrealiza el referente. El psicoanálisis propone un distanciamiento o una ruptura con la realidad para así poder construir otro mundo. Cuando hablamos del valor constructivo de la intervención del analista, cuando decimos que la interpretación es constructiva al modo en que lo son las construcciones en el análisis, decimos que el análisis construye algo que se despega totalmente de la realidad, que usa el relato descriptivo de la realidad para destituirla y negativizarla. El aparato que uno construye con las interpretaciones, con la lingüística, el significante y la letra, es un aparato que está por fuera de la realidad. Aunque el mismo no deja de tener efectos en ella. Su sustento es la pulsión y el goce, es allí donde se juega nuestro partido.
Entonces, salimos de la realidad e irrealizamos el referente, creamos otra cosa, una que va a estar en el lugar de lo que podría ser la realidad tal como la plantea Ferenczi, que también aparece así muchas veces en Freud. A esa realidad creada por nosotros la llamamos fantasma fundamental. La operación del analista es la de despegar todo el tiempo los fantasmas de la realidad.
Analizando esta mañana el caso del tratamiento de un chico, insistí en que en el tratamiento de niños no se pueden soslayar las entrevistas analíticas con los padres, dado que los niños están siempre envueltos en fantasmas y síntomas de los padres. Es muy importante comenzar a deslindar al niño de la fantasmática paterna y materna. No debe actuarse de forma automática teniendo primero una entrevista de carácter informativo con los padres y después hacer venir al niño. El chico tiene que entrar en el dispositivo cuando el analista lo elija y lo determine en función del trabajo que haya realizado con los padres. Apuntamos a extraer rasgos de un sujeto y sobre ese fondo decidimos cuándo le damos entrada al niño. Hay que preparar el lugar transferencial para el niño trabajando primero con los padres. En el caso que se trabajaba esta mañana resultaba muy claro todo lo que la madre alojaba en el niño, y cómo los síntomas del niño estaban envueltos en los fantasmas de la madre.
El fantasma de los padres de un niño muerto provoca muchas veces cuidados excesivos. El niño vive tranquilo su vida y el padre está todo el día diciendo “se muere, se muere, se muere”: ese padre tiene encerrado a ese niño en una jaula fantasmática.
1- Lacan, J., Seminario La lógica del fantasma. Clase 6ta, 1967. Inédito.
2- Ibid.
3- Lacan, J., “Del trieb de Freud al deseo del analista”, Escritos 1, op. cit.