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“Miradas sobre la reconciliación”: planteamientos en la búsqueda de la justicia social como acción política
ОглавлениеJORGE ELIÉCER MARTÍNEZ POSADA{*}
FABIO ORLANDO NEIRA SÁNCHEZ {**}
“La reconciliación requiere justicia aunque puede ir más allá de la justicia
en la concesión del perdón. Cómo armonizar el perdón con el compromiso
actual con la justicia en circunstancias especiales, precisará discernimiento
moral prudente y sutiles elementos políticos. Desarrollar estas virtudes es uno
de los mayores retos espirituales de la vida política en nuestro mundo roto”
DAVID HOLLENBACH S.J.
La reconciliación es un proceso que va más allá del perdón. Se logra cuando las personas que han estado en conflicto llegan a una relación positiva. Por eso, la reconciliación no es sólo un episodio, sino que también se transforma en un valor y un estilo de vida que pasa de una generación a la siguiente.
Una joven mujer ugandesa describe así el proceso de perdonar al hombre que la había raptado:
Yo te odiaba, debido al dolor que me causaste. Pero me acordaba de ti en todas partes. Por esto yo estaba atrapada: porque te odiaba y aún lejos tenía que vivir con tu recuerdo. Finalmente llegué a comprender que yo no te odiaba a ti, sino que odiaba el tener que vivir contigo dentro. Y esa fue la primera razón para perdonarte. El odio me hizo enfermar y yo quería aliviarme, por lo que tuve que obligarme a expulsarlo de mi alma.
Entonces, en palabras de Anselm Grün (2002) el perdón estará vinculado a la necesidad de deshacerse de una culpa convertida en odio, de dejar fuera, de despedir algo, mientras que la reconciliación busca calmar, apaciguar, atraer voluntades opuestas, restablecer la armonía y la concordia.
La Cátedra Institucional Lasallista 2009 le propone a la comunidad académica de la Universidad, en particular, y a la sociedad, en general, una aproximación a esos imaginarios de reconciliación como un paso previo a los diálogos territoriales. Por eso, queremos favorecer la creación de un espacio en el que se encuentren diferentes actores estratégicos de la sociedad para hacer pedagogía y para recibir aportes que le sirvan al diseño de una estrategia de reconciliación entre los colombianos. Con ello, buscamos posicionar el tema de la reconciliación en la agenda de la academia, además, de propiciar compromisos que nos impulsen a poner en marcha, desde nuestros propios espacios del conocimiento, estrategias que respondan a la tarea ineludible de reconstruir el tejido social del país, teniendo presente, como lo promulga la Fundación para la Reconciliación, que el perdón no es olvidar, sino recordar con otros ojos.
De ahí asumimos la reconciliación como:
[...] un proceso en el que las partes involucradas en un conflicto inician una relación que les lleva a una comprensión mutua de lo sucedido, superan sentimientos de odio y rencor desarrollados durante el enfrentamiento, inician un mutuo reconocimiento y sientan las bases para un pacto tácito, espontáneo y voluntario de amistad. La reconciliación recupera las capacidades derivadas del perdón y la comprensión de los hechos y restaura las capacidades afectivas (Eduard Vinyamata, s.f).
En la actualidad colombiana, la cátedra se presenta como un espacio para visibilizar las dinámicas perversas del conflicto y las formas de reconciliación que se han dado desde las prácticas que las víctimas han propiciado. La cátedra de 2009 es una invitación a todos y todas a generar procesos de paz, debido a que todos estamos llamados a este proceso complejo y multidimensional, desde una perspectiva, teológico, social, pedagógico y política, en la cual las experiencias propuestas y la reflexión que de ellas se derivan pueden ayudarnos a construir alternativas viables de transformación pacífica del conflicto en esta sociedad que ha sido víctima de violencia extrema.
Actualmente, el tema de reconciliación en la sociedad colombiana se presenta desde múltiples dinámicas, entre las que encontramos trabajos con víctimas, con reinsertados (victimarios), propuestas de desarrollo y paz, acción de las Iglesias, entre las muchas posibilidades y diversas comprensiones de la reconciliación.
De ahí, como lo presenta el padre Mauricio García, director del CINEP, y quien nos acompañó en la cátedra inaugural: La Ley de Justicia y Paz y la discusión de una ley de víctimas en el Congreso, ha puesto más de presente el tema y los dilemas y las tensiones que la reconciliación implica. De igual manera, algunos sectores de la sociedad y el gobierno demandan iniciativas de reconciliación, mientras otros, especialmente los grupos de víctimas, rechazan vigorosamente los esfuerzos reconciliadores. Se plantea un reto para los actores religiosos, particularmente en el ámbito católico, de cómo asumir la exigencia que se desprende del Nuevo Testamento de ser “ministros de la reconciliación” (2Co. 5,18).
El hecho de pensar en una definición de la reconciliación implicaría un análisis desde lo teológico, lo filosófico, las reflexiones de las ciencias sociales entre otras disciplinas y saberes que estarían inmersas en la búsqueda de un análisis que permita decir lo que significa reconciliación. El padre García nos recordó la definición más común, que parte del Diccionario de la Real Academia y con la cual nos podemos acercar a un análisis más profundo o también desde la filosofía, por ejemplo, como la que presenta Manuel Prada en su reflexión en esta misma cátedra desde el pensamiento de Paul Ricouer o los análisis pedagógicos de Carlos Valerio, así como la mirada teológica de José María Siciliani. La definición desde el común reza en los siguientes términos:
Volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos [...] Restituir al gremio de la Iglesia a alguien que se había separado de sus doctrinas [...] Oír una breve o ligera confesión [...] Bendecir un lugar sagrado, por haber sido violado [...] Confesarse de algunas culpas ligeras u olvidadas en otra confesión que se acaba de hacer (Diccionario de la Lengua Española).
El sentido propuesto desde estas definiciones nos lleva a pensar en el hecho simple, pero a su vez profundo, de “restablecer”, es decir, volver la armonía o la concordia; pero este sentido no siempre es posible, pues volver a ella después de que se ha roto y tocado lo más profundo de la dignidad humana no sólo es un hecho de armonizar, es un proceso que pasa por lo personal que transforma lo social e involucra lo jurídico.
Pensar en la definición anterior es suponer un estado teleológico de armonía social, de feliz convivencia entre los antiguos enemigos, lo cual presupone una redefinición de una interacción intersubjetiva entre el ofendido y el ofensor en la que se pone en juego la interioridad y los sentimientos más íntimos de la persona y plantea una exigencia de moral; una obligación moral de acercamiento, esto es, una pretensión que concede el perdón al ofensor como condición de la reconciliación, sin explicitar mucha veces las condiciones de ello.
Una “mirada” de la reconciliación será un pensar la justicia en el orden de lo social, referido a las nociones fundamentales de igualdad y de Derechos Humanos, en el cual ambas pueden negarse o promoverse, a escala individual, local, nacional y mundial. Una situación de justicia es imprescindible para que los individuos puedan desarrollar sus capacidades por completo y para que se pueda instalar una paz duradera y, por ende, una reconciliación entre las diferentes partes abocadas en el conflicto.
La comprensión de estos problemas brinda elementos de análisis para pensar la reconciliación; de ahí que pensar la justicia en el sentido antes señalado:
[...] comprende el conjunto de decisiones, normas y principios considerados razonables de acuerdo al tipo de organización de la sociedad en general, o en su caso, de acuerdo a un colectivo social determinado. Comprende por tanto el tipo de objetivos colectivos que deben ser perseguidos, defendidos y sostenidos y el tipo de relaciones sociales consideradas admisibles o deseables, de tal manera que describan un estándar de justicia legítimo. Un estándar de justicia sería aquello que se considera más razonable para una situación dada. Razonable significa que determinada acción es defendible ante los demás con independencia de sus intereses u opiniones personales, esto es, desde una perspectiva imparcial; así, para justificar algo hay que dar razones convincentes que los demás puedan compartir y comprender (Korn, s.f.).
Por eso la reconciliación no es sólo una mirada desde el maximalismo moral es decir: “armonía final, interioridad del sujeto, perdón”, sino que también supone una perspectiva más intersubjetiva que política, en la que coexisten divergentes posiciones y niveles de enemistad. La reconciliación en el orden de lo social es una categoría para referirse a las condiciones necesarias que se deben gestionar en el desarrollo de una sociedad relativamente igualitaria en términos políticos, democráticos, religiosos, étnicos y humanos, entre otros. Comprende el conjunto de decisiones, normas y principios considerados razonables para garantizar condiciones de vida; en el marco de: “un proceso de expansión de las libertades reales de que disfrutan los individuos; concebidas éstas como capacidades personales para la realización del proyecto de vida que una persona tiene razones para valorar, en el contexto de la convivencia social” (Sen, s.f.). Por tanto, diremos como Alejandro Korn que la justicia en el orden de lo social es un ideal que sólo se puede definir a partir del hecho concreto de la injusticia social, por eso las reflexiones de la cátedra pretende develarse en este sentido.
Las siguientes preguntas, señaladas por el padre García, nos ponen frente a la reconciliación, desde el orden de lo social, y no sólo desde una actitud moralista ante el término “reconciliación”, dichos cuestionamientos son:
¿Qué es lo que está en juego: el proceso en cuanto tal?, ¿O el estado de las relaciones al final del proceso?, ¿es un proceso individual, de carácter psicológico, e incluso religioso?, o por el contrario, ¿es un proceso societal y político, de carácter nacional?, ¿la requiere la sobrevivencia de la democracia?, ¿implica el perdón?, ¿están las víctimas obligadas a perdonar a sus victimarios sin haber ganado suficiente justicia por su sufrimiento?, ¿se puede perdonar obligadamente?, ¿es posible avanzar hacia la paz sin perdón y reconciliación?, ¿es posible avanzar en la reconciliación sin conocer la verdad de los abusos cometidos?, ¿sin que se haga justicia a las víctimas?, ¿sin que se repare a las víctimas por el mal recibido? (P. García, 2009).
Ahora bien, asumir la posición desde el maximalismo moral, es decir: “armonía final, interioridad del sujeto, perdón” es problemática, porque si bien la reconciliación, vista desde la experiencia de fe religiosa, tiene un sentido radical y profundo, válido en cuanto apuesta religiosa; también se hace problema en el ámbito secular de construcción de paz; pues el maximalismo moral no siempre coincide con los mínimos éticos y políticos que demanda el hecho de reconstruir la coexistencia entre víctimas y victimarios después de un conflicto armado.
Con todo, “La reconciliación es un tema con hondas raíces psicológicas, sociológicas, teológicas, filosóficas y profundamente humanas, y nadie sabe realmente cómo materializarla” (Galtung, 1998, p. 77). Como anotamos anteriormente, pensar hoy en día, en Colombia, la reconciliación es un proceso que implica transformaciones en el orden de lo social e implica apuestas por el concepto de desarrollo humano, desde los diferentes sentidos de la pobreza como perdida de las libertades humanas, es decir, de las capacidades y, por ende, las titularidades de los sujetos. De ahí que la reconciliación no debe ser presentada como si su propósito fuera la convivencia feliz y armoniosa de los antiguos enemigos. Una cosa es alcanzar alguna medida de coherencia narrativa de cara a la atrocidad y otra muy distinta llegar a amar a su torturador (Dwyer, citado en Bloomfield, 2006, p. 11)
De aquí asumimos la reconciliación también como política, puesto que ésta consiste en el intercambio de opiniones, es decir, no se origina en el hombre (ser abstracto), sino entre los hombres (seres singulares del mundo de lo sensible):
La reconciliación política no depende del tipo de intimidad que las religiones y algunas formas de reconciliación individual podrían demandar. Antes bien, la política y la pertenencia al Estado requieren unas condiciones de coexistencia política... El perdón puede venir después, luego de la creación de confianza y credibilidad (Villa-Vicencio, citado en Bloomfield, 2006, p. 10).
Y es en los hombres singulares del mundo sensible y no en los ideales universales y abstractos que la reconciliación se tiene que suscitar. Por lo anterior, entender desde una perspectiva teleológica y maximalista (estado armonioso y de perdón total) es una utopía, no como imposibilidad, sino como un lugar posible que es dado en la medida en que desde una lectura “realista” la permita en el plano de lo político; por eso es necesario pensar en una definición más pragmática y minimalista que genere condiciones mínimas para la reconstrucción política. Es necesario pensar en la tensión (irreconciliable) con la verdad, la justicia y la reparación que implica la reconciliación en una práctica que sea capaz de coordinar estos distintos componentes en un proceso con la misma dirección.
Por otra parte, se ha entendido la reconciliación como una situación que le exige a las víctimas conceder el perdón a los victimarios; sin embargo, se requiere una definición y unas prácticas que salven el derecho individual a no perdonar, que vea el perdón como discrecional de las víctimas en un proceso de reconstrucción de relaciones.
Reconciliación es el proceso de gradualmente (re)construir amplias relaciones sociales entre comunidades afectadas por una violencia sostenida y ampliamente extendida, de forma tal que puedan con el tiempo llegar a negociar las condiciones y compromisos que implica una realidad política compartida (Bloomfield, 2006, p. 12).
Que promuevan el desarrollo comunitario a la luz de procesos que buscan una transformación social lo que supone la constitución de sujetos que asumen su condición de actores sociales, políticos y representan lo comunitario, como un valor para resistir situaciones de dominación y de discriminación.
Su lógica de acción es la resistencia a la exclusión, para reclamar por condiciones equitativas de derecho y de dignidad y así mejorar las condiciones de vida de las comunidades. Todo valor supone la existencia de una cosa o persona que lo posee y de un sujeto que lo aprecia o descubre, pero no es ni lo uno ni lo otro. Los valores no tienen existencia real, sino que están adheridos a los objetos que lo sostienen. En otras palabras, la reconciliación, luego de un conflicto social violento, el proceso de construir relaciones intercomunitarias es largo, amplio y profundo, también incluye como componentes constitutivos la justicia, la verdad, la sanación y la reparación reconciliación como “lugar de encuentro” (Lederach).
Para poder lograr la reparación desde una reconciliación que asuma los planteamientos antes señalados, el padre Mauricio García propone cinco instrumentos que entran en relación entre sí y que se presentan como base para este propósito:
Un proceso de justicia, que castiga la violencia pasada.
Un proceso de búsqueda de (o de compartir) la verdad, que permite conocer lo encubierto y dar voz a los silenciados.
Un proceso de sanación, que le permite a las víctimas reconstruir su vida y ajustar cuentas con su sufrimiento.
Un proceso de reparación, que permite una compensación real o simbólica por las pérdidas.
Un proceso de desarrollo, ya que lo anterior no podrá ser exitoso sin el sustento de un desarrollo económico
A manera de conclusión: la reconciliación toma tiempo; en términos de Hannah Arendt, no es una simple labor, sino que es ante todo acción. En su obra La condición humana (1958), considera que hay tres formas distintas de ser-activo: labor, trabajo y acción. En virtud de la primera, el hombre es animal laborans: el resultado de su actividad no perdura en el tiempo, pues suple una necesidad inmediata y está en relación estrecha con la simple supervivencia. No constituye una creación, es decir, no conforma mundo. A través de este tipo de actividad, el hombre es un ser más de la naturaleza y un ejemplar más una réplica más de su especie. A través del segundo tipo de actividad, el hombre es homo faber; crea muebles, utensilios, obras de arte, edificios, en fin, objetos artificiales que ya no están simplemente para ser consumidos, y que, en consecuencia, le dan una dimensión no-natural a la existencia humana. Son objetos que a menudo sobreviven durante siglos. Los objetos que crea el homo faber se encuentran, en el más amplio sentido de la palabra, entre los hombres.
El trabajo ya no es tan efímero ni rutinario como la labor. Cuando el homo faber termina de fabricar un objeto sabe que el destino de éste es el de ser usado. Conoce cuál es su utilidad, es decir, su finalidad. Sin embargo, no puede predecir absolutamente todo lo que sucederá con dicho objeto. ¿Qué sucederá con él a largo plazo?, es algo que escapa al control del fabricante, pues éste lo que hace es incorporarlo a las cosas que conforman la vida diaria de un determinado grupo humano, el cual podrá o bien transformarlo o bien desecharlo cuando ya no sea necesario o resulte inservible.
En otras palabras, el homo faber entiende la finalidad, pero no el sentido. Su actividad tiene un primer grado de apertura hacia lo imprevisible. Naturalmente, y a diferencia del animal laborans, el homo faber es ya en alguna medida conformador de mundo, pues es capaz de construir no sólo su morada, sino también la de sus congéneres. Esto último hace que al individuo homo faber le sea posible establecer relaciones con los demás, es decir, hacer un primigenio ingreso en la esfera de lo público. Sin embargo, tales relaciones se basan primordialmente en el intercambio de los objetos fabricados y no en los sujetos que los fabrican y por ello no contribuyen prácticamente en nada a la construcción de relaciones humanas, vale decir, a la construcción de un mundo puramente humano.
El homo faber sigue atado a la naturaleza. Para Hannah Arendt, sólo en la acción existe verdadera imprevisibilidad y, en consecuencia, verdadera libertad. La acción no produce objetos materiales, fácilmente destructibles, sino relaciones entre los hombres, cuya tendencia es perdurar. En otras palabras, a través de la acción se construye el mundo puramente humano. Ahora bien, este tipo de actividad no está regido por un conjunto de normas generales que sean igualmente válidas para todos los individuos. Esto es así porque cada individuo es distinto de todos los demás. Es irrepetible y tiene su particular visión acerca del mundo y de cómo debe transcurrir la existencia humana. Nótese que en el caso de la labor y del trabajo, es indiferente cuál sea el individuo que lleve a cabo estas actividades, pues ellas no reflejan otra cosa que la capacidad de la especie humana para dominar la naturaleza y, en esa medida, siguen pautas objetivas, rutinas claramente determinadas.
En el caso del trabajo, el individuo está inmerso en los designios y avatares de la técnica pero en la acción, en cambio, el individuo es libre, en cuanto que puede, si quiere, plasmar su originalidad, es decir, empezar realmente algo nuevo, y no simplemente escoger entre cierto número de opciones que le son previamente dadas.
Por eso, sólo en el ámbito de la acción es posible la reconciliación como praxis y es que la acción, en términos de Hannah Arendt, sólo se puede dar en la comunicación entre los individuos, es decir, a través del uso de la palabra, y en el ámbito de lo público. Sólo en dicho ámbito éste puede experimentar el valor de su propia visión del mundo, pues es allí donde ésta puede aparecer, vale decir, mostrarse ante los demás y a través de la confrontación, tener la posibilidad de la mutua persuasión entre hombres, a la vez, distintos e iguales; es decir, el ámbito de lo público como espacio de la política es fundamental en los procesos de reconciliación. En otras palabras, para Hannah Arendt, el hombre es en la medida en que aparece y sus acciones aparecen en lo público de ahí que la reconciliación se dé en este espacio.
Estar vivo significa estar movido por una necesidad de mostrarse que en cada uno se corresponde con su capacidad para aparecer. [...] El “parecer” -el “me parece”, dokei moi- es el modo, quizá el único posible, de reconocer y percibir un mundo que se manifiesta. Aparecer siempre implica parecerle algo a otros, y este parecer cambia según el punto de vista y la perspectiva de los espectadores (H. Arendt, 1971 y 1978 [2002, p. 45]).
Ahora bien, dado el número virtualmente infinito de particulares visiones del mundo, las relaciones entre los hombres pertenecen al campo de lo verdaderamente imprevisible. Es precisamente este carácter incierto de la existencia humana lo que le da libertad al hombre, pues le confiere la posibilidad de empezar siempre algo completamente nuevo, para lo cual le basta con hacer uso de la palabra: manifestar su opinión. Gracias a su inteligencia, el hombre puede hallarle sentido a ese algo y prever, en alguna medida, sus consecuencias. Sin embargo, y en especial a largo plazo, tales consecuencias tienden a hacerse imprevisibles y a escapar a su entendimiento; una simple palabra puede tener efectos insospechados. Con la acción, en resumen, se hace virtualmente infinita la capacidad del hombre de conformar mundo, es decir, posibilitar espacios para el diálogo en el ámbito de la reconciliación. De ahí que sanar las heridas del pasado es un proceso multidimensional que puede tomar generaciones que requieren de múltiples acciones en el ámbito de lo público, es decir, en el espacio y de lo político.
Referencias
ARENDT, H. (1996). Entre el pasado y el futuro (obra original publicada en 1954). Barcelona: Península.
ARENDT, H. (1993). La condición humana (obra original publicada en 1958). Barcelona: Paidós.
ARENDT, H. (1997), ¿Qué es la política? (recopilación hecha por Ursula Ludz de materiales manuscritos trabajados entre 1956 y 1959). Barcelona: Paidós.
BLOOMFIELD, D. (2006). On Good Terms: Clarifying Reconciliation. Berlín: Berghof Center.
CORTRIGHT, D. (2008). Peace - A History of Movements and Ideas. New York, Cambridge: Cambridge University Press.
GALTUNG, J. (1998). Tras la violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución. Bilbao: Bakaez/Gernika Gogoratuz.
LEDERACH, J.P. (1999). The Journey Toward Reconciliation. Scottdale/Waterloo: Herald Press.
RIGBY, A. (2001). Justice and Reconciliation after the Violence. Boulder/London: Lynne Rienner Publishers.