Читать книгу Espejo de historias y otros reflejos - Jorge F. Hernández - Страница 15
Lorenza Caballero
ОглавлениеFiel a su apellido, Lorenza Caballero cabalga por los corredores de los archivos históricos, trota por cuanta biblioteca le quede abierta y galopa literalmente sobre todo parlamento, párrafo, página o portadilla de los libros de nuestro pasado. Aunque no ha publicado ni una sola línea de sus hallazgos, Lorenza le ha dedicado más de treinta años a la exploración archivística como un gambusino de la memoria, minera del pretérito, aventurera del ayer.
Su blonda cabellera —que recibe el burlón calificativo de crin— es ya parte del mobiliario de las salas de lectura y, debido a una antigua lesión en los meniscos, Lorenza Caballero se hace notar por el redoblado paso con el que interrumpe los silencios de las bibliotecas. Quienes la conocen, coinciden en que desde el primer momento Lorenza infunde una mirada equina, que acompañada de los destellos de una dentadura inmensa e inmaculada, incitan a acariciarle la crin. En los tiempos estudiantiles nadie se ganó mejor el epíteto de caballona, aunque pocos reconocieron la imbatible lealtad y los incansables esfuerzos de esta distinguida compañera.
La obra ilusoria pero febril de Lorenza Caballero es una confirmación más de las ilimitadas posibilidades de la investigación histórica. Lejos de dedicarse a la acumulación inútil de datos y fechas, Lorenza prefiere más que un libro, una revelación: La historia equina de México. Esta obra —que cubrirá en siete tomos la historia de México desde 1519— no es una insípida cronología del caballo, ni una apología ilustrada. Aunque más de una Asociación de Charros verá en la obra de Lorenza el sustento teórico-cultural a sus actividades, Lorenza Caballero se ha propuesto brindarnos una auténtica mirada alternativa a nuestro pasado histórico y no un mero elogio de la charrería.
En las varias ocasiones en que me he reunido con ella —evidentemente en un restaurante del Hipódromo de las Américas— Lorenza me ha confiado la magnificencia de sus hallazgos y el perfil de su obra. En una de estas tardes lluviosas —en donde la pista lodosa permitió el milagroso triunfo de Arabella a dos cuerpos de Boston Derby— Lorenza me explicó cuán diferente es la comprensión de la Conquista de México una vez que se conocen no sólo los tamaños y pintas de los caballos que montaban Hernán Cortés y Pedro de Alvarado, sino que incluso se encontró con los nombres: según Lorenza, don Hernán entró a la Gran Tenochtitlán montando a la yegua Afortunada, mientras que Alvarado traía al alazán Desdichado.
Lorenza se ha encontrado con las biografías detalladas de los seis caballos que tiraban de la carroza de la Virreina de Alburquerque que aparecen en el biombo "Alegoría de la Nueva España" e incluso se sabe el nombre y triste final de un caballo que tumbó al Virrey Conde de Moctezuma provocando la caída de su larga y canosa peluca.
Aficionada a las botanas con alfalfa y tiras de soya, Lorenza Caballero no tiene reservas en compartir conmigo sus hallazgos mientras le retribuya estos favores con largos paseos a Chapultepec o buenos cargamentos de dulces de azúcar. De hecho, en su casa he visto más de siete bomboneras repletas con cubitos y bolsitas de azúcar de los más diversos restaurantes a donde hemos ido: los pequeños sobres del Prendes, en donde me contó que Miguel Hidalgo no siempre cabalgó sobre un caballo bayo y que por allí hay papeles que avalan que el caballo de Iturbide era, en efecto, un alazán tostado, pero capado; los cubitos de un restaurante en Puebla, en donde me narró la coincidencia de que un caballo de Antonio López de Santa Anna se había quebrado una pata en los mismos días en que se enterraba la pierna de su polémico dueño y que en un diario del caballerango constaban los cuidados que se le daban en la hacienda de Manga de Clavo.
Recuerdo un paseo que dimos a las afueras de Cuernavaca y que, antes de emprender un auténtico galope en pos de unos helados, Lorenza me presumía de las listas de caballos franceses que se habían sacrificado en la Batalla del Cinco de Mayo. En otra ocasión, a paso lentísimo, me narró las diferentes alzadas de los caballos que montó Porfirio Díaz, al grado de que sabe que para principios de este siglo y en el ocaso de su vida don Porfirio prefería cuacos de gran alzada, para imponer. Quizá sobra mencionar que Lorenza Caballero se tiene bien estudiados los nombres, nacencias, pintas, biografías y destinos de los más célebres caballos de nuestra historia reciente: el místico corcel con el que entró Francisco I. Madero al Zócalo —y que ni se inmutó con el terremoto de aquel día—, los coreografiados corceles del H. Colegio Militar que también jugaron su papel en la "Marcha de la lealtad", el infortunado rocín de Bernardo Reyes que huyó despavorido a las puertas de Palacio Nacional, el revolucionadísimo garañón con el que entró Pancho Villa a Torreón o el noble y pajarero corcel con el que entró Emiliano Zapata al corazón de la Ciudad de México.
La magna investigación de Lorenza Caballero llega hasta la biografía de Misionero, montura incansable que, en más de una gira, llevó a Lázaro Cárdenas por los confines de México. Su interés historiográfico, sin embargo, no se limita solamente a los cuadrúpedos célebres: también incluye solípedos anónimos y olvidados, potros y jacas desconocidas, potrillos y potrancas cuyas carreras, trotes y pasitos han quedado en la noche de los tiempos. De igual manera, su investigación —aunque destaca y respeta las biografías equinas individuales— también atañe y espulga las circunstancias e intervenciones en tropel, los estragos de las caballadas, las cabalgatas colectivas (en parada, maniobra, revista o procesión) y los desfiles en peregrinación o en retirada. Por lo mismo, la investigación de Lorenza Caballero delata los tropiezos y malpasos de cuanto matalote, penco, asno y mula ha cabalgado por los vericuetos de nuestra historia.
Entre algunos historiadores, compañeros de su generación, predomina el desprecio cuando se habla de Lorenza. La consideran una loca, que para saciar los vaivenes de su psiqué —y justificar su parecido— se inventó los relinchos y trotes propios de una yegua de archivo. Otros ven en ella la encarnación del mítico Pegaso, caballo alado que encierra los símbolos de México y de su pasado o la reencarnación de los más célebres caballos que han atestiguado nuestra historia. Lo cierto es que Lorenza Caballero es una más de los incansables rastreadores de nuestro pasado, historiadora sin más pretensión que buscarle más ventanas al pretérito para brindarnos el placer de conocerlo, pastar en sus datos y cabalgar sobre sus circunstancias. Nobilísimo empeño por el cual le perdono sus arranques repentinos, su masticación resonante, su lógica aversión a la tauromaquia —en particular, la suerte de varas y el arte del rejoneo— y sus intempestivos viajes a los pastizales de Kentucky o Querétaro.