Читать книгу Espejo de historias y otros reflejos - Jorge F. Hernández - Страница 8
Sueño de un sueco en México
ОглавлениеDe entre los mágicos libros que se encuentran en el laboratorio del doctor Rosendo Rebolledo, me permito transcribir en forma íntegra una nota insertada entre las páginas 346 y 347 del manoseado volumen "Suecia: sueño de los vikingos". Esta nota manuscrita por el doctor Rebolledo reafirma la universalidad de sus intereses científico-culturales y confirma el inagotable encanto de su laboratorio.
"Conocí a Ingemar Olaf Larsson ante una aromática penca de carne al pastor en una taquería de la calle Motolinía. Me sorprendió su tez transparente y el deslumbrante color rubio-blanco de su larga cabellera, pero despertó mi azoro la mirada devota —y perdida— con la que miraba girar la carne que acariciaba al fogón. Supongo que sintió mi interés y en perfecto castellano me dijo: 'No es que tenga mucha hambre. Sucede que me embelesan todos los tipos de giros, y más, si son ante el fuego...'.
"Sentí que por metiche me esperaba una larga perorata sobre danzas rituales ante fogatas y que el rubio era antropológico. Sin embargo, luego del obligado gesto de pagar la primera ronda de tacos, descubrí una verdadera revelación fantástica. Ingemar Olaf Larsson me contó el giro supremo de su vida: abandonar climas y prosperidades nórdicas por el solo afán de una aventura en México. Su embeleso por estas tierras comenzó con unos cursos de español, unas fotografías de las pirámides y un video que mostraba la historia de las corridas de toros en México.
"Pronto, su inclinación por convertir a México en un sueño o utopía lo llevó a configurar su mítica gira: voló a Nueva York, bajó en autobús a Texas y cruzó la frontera caminando. Llegó a esta antigua Ciudad de los Palacios con un ejemplar de la gira tarahumara de Antonin Artaud, una edición en inglés de Bajo el volcán de Lowry y una postal de Jorge Luis Borges fotografiado en Teotihuacán. A este bagaje hay que agregar dos pantalones, un espejo y el dominio —ya sin acento— de nuestro idioma.
"Habíamos terminado de comer cuando me invitó a caminar hacia la Alameda. Sobre la ya famosa calle de Cinco de Mayo me sorprendió su conocimiento de edificios, estilos y épocas que se alinean sobre esas aceras. Cruzamos la explanada de Bellas Artes y a espaldas del monumento a Beethoven —con el consiguiente rumoreo que suscita el merolico que siempre se encuentra por allí— prosiguió su retahíla de asombros y admiraciones. Lo común sería que dijera que me asombraba su amor por México con el clásico sólo los extranjeros aprecian sus bellezas... Sin embargo, no fue asombro, sino miedo lo que me provocaron sus palabras. Hablaba desde la palidez de un semblante casi inexistente y sus palabras, aunque sin acento, parecían emanar de la boca de un personaje más que de labios de una persona.
"Me contó que recorría diariamente la zona del Templo Mayor, que conocía cada metro de los túneles de la Catedral Metropolitana y que, todas las tardes, visitaba una pirámide sumergida que se encuentra en el patio de una casa de la calle de Argentina. Lo que inicialmente aprecié como devoción turística, me sonaba ya a fanatismo enloquecido.
"Mi gira en México, me dijo, consiste en la continuidad de los giros. Aquí la giro —como dicen ustedes— de girador, constante. Un día me ves de elegante corbata en la terraza del Hotel Majestic y, esa misma noche, me puedes ver perdido en una botella de mezcal entre los pilares de la Plaza de Santo Domingo... México es mi giro total: color y sombras, calores callados y gritos en pleno Zócalo".
"Cuando yo ya preparaba una discreta despedida (pues he de confesar el temor que me provocaban las ideas del sueco), Ingemar Olaf Larsson adivinó mi inquietud. Me dijo entonces que su gira sólo seguía el ejemplo de tantos otros viajeros extranjeros que han quedado atrapados por la fantasmagoría y la fantasía de nuestro México. Enumeró una larga lista de historiadores y novelistas que le han dedicado grandes obras y muchas horas a nuestro pasado y a nuestros entornos. Como si fuera clarividente, agregó lo que fueron las últimas palabras que escuché en esa gira con el sueco: 'Antes de que te alejes, te confieso una magia. Entre los miembros de mi familia hay quienes heredamos ciertas facultades con los giros: una tía podía derretir el hielo con leves movimientos de sus muñecas y un primo se hizo célebre cuando le inyectó movimiento a un muñeco de nieve con el ligero aletear de sus dedos, como si se tratara de un control remoto. Aunque en Suecia nunca logré tales sortilegios —a pesar de que dominaba desde joven las ancestrales consignas silábicas del Libro secreto de los Larsson— he descubierto que en México sí logro mis magias. Te he traído a La Alameda porque aquí hago mis mejores giros. Los hago todas las noches ante la escultura de esta belleza...', y con el índice me señaló la escultura de la muchacha que tiene los brazos amarrados atrás de la espalda y que se encuentra a unos pasos del Hemiciclo al Benemérito.
"Según me dijo el sueco, con la ayuda de unos giros silábicos y con el amparo de la noche, él era capaz de darle vida a la estatua de esa musa indefensa y, una vez que la despertaba, recorrían su romance por cuanto rincón del Centro Histórico se les antojara.
"Lamento informar que nunca más volví a ver a Ingemar Olaf Larsson y que, hace unos días, en una de mis frecuentes giras a las librerías de viejo de la calle Donceles se me informó de su lamentable fallecimiento. Se trata de un verdadero giro del azar: mientras revisaba los estantes sin ningún interés particular, descubrí un bello ejemplar en octavo mayor cuyo título encerraba el nombre Larsson. Mi amigo el librero me platicó que ese libro le fue vendido por la dueña de una vecindad cercana en donde a veces dormía y, finalmente, murió 'un sueco altote, paliducho y güero'.
"Con ayuda de un diccionario sueco-español, que compré junto con el bello ejemplar, logré traducir que se trataba del mismísimo Libro secreto de los Larsson. Aunque lamento no haber cultivado la amistad de Ingemar Olaf, hoy inicié mis clases de sueco en curso intensivo. ¿Será que logre ligarme a alguna estatua?" Firma: Rosendo Rebolledo, médico, abril, 1978.