Читать книгу ¿A dónde van las estrellas cuando mueren? - Jorge Fuentes Fernández - Страница 10
TERCERA NOCHE Lo que es y lo que no es (parte I)
ОглавлениеHoy hemos cruzado las Columnas de Hércules. Finalmente, parece que la Rasalhague sí que tiene su bandera pirata, pero Carla había ordenado no izarla bajo ningún concepto hasta que perdiéramos de vista las «columnas». Aquí hay muchísimos barcos, y de todos los tipos: turistas ruidosos, aficionados a la vela, humildes pescadores que hacen que te encalles en sus redes y no te sueltan si no les pagas un «impuesto» —hablo de barcos más pequeños que la Rasalhague, por supuesto—, apetitosos comerciantes y, por encima de todo, muchísimos guardias costeros. Y supongo que los cañones, por muy de museo que se vean, ya son suficiente provocación como para ir enseñando además la dichosa banderita.
Cuentan que Hércules, el héroe griego, separó aquí Europa de África con sus propias manos, sujetando cada continente bien fuerte con dos columnas para que no se volvieran a juntar, y creando así el paso del mar Mediterráneo al inmenso océano Atlántico. Las columnas ya no existen, claro, pero el paso al océano ya se quedó abierto.
Nos dirigimos a las Canarias: un grupo de islas volcánicas llenas de piscinas naturales de roca y playas de arena negra. Allí haremos una paradita para reponer víveres antes de adentrarnos en el océano infinito y alejarnos de absolutamente todo, menos de las estrellas. Seguiremos la misma ruta que hizo Cristóbal Colón hacia las playas blancas del Caribe. Seremos como los antiguos navegantes, descubridores de tierras nuevas habitadas de gentes extrañas. Hace mucho tiempo se creía que este océano llevaba al fin del mundo, pero ya se sabe: a veces las cosas no son lo que parecen…
Pero venga, yo a lo mío, que ya han empezado a gritar otra vez las de ahí arriba.
Para empezar, saber qué es una estrella y qué no lo es, no es tarea fácil: existen cosas que no parecen estrellas, pero sí lo son; y otras que sí parecen estrellas y no lo son. A algunas incluso se les llama estrellas sin que lo sean. ¡Ya ves! Como grita el pirata de sobrenombre Garfio cuando encuentra mal amarrado algún cabo en cubierta: ¡qué incorrección!
Por ejemplo, hace dos días estaba yo asomado por la borda de la Rasalhague con toda la emoción del mundo mientras elevaban el ancla, y entre las olas, de repente, vi aparecer una amalgama de algas verdes que traían enredada una gigantesca estrella de mar de un intenso color rojo muy brillante. Entonces, pensé para mí que una estrella de mar no es en realidad una estrella, sino un equinodermo. Supongo que el nombre es tan difícil de recordar que los que ponen los nombres a las cosas tuvieron que buscar uno un poco más fácil, y por eso las llamaron estrellas de mar.
Pero ahora necesito hacer una pequeña pausa para algo que creo que es conveniente que explique si voy a seguir por estos caminos, y es que las estrellas no tienen forma de estrella… ¿Cómo diablos iban a tener las estrellas forma de estrella? ¡Venga ya! Las estrellas tienen forma de pelota; lo que pasa es que la mayoría están muy lejos y desde aquí se ven como puntitos brillantes. Lo de la forma de estrella es porque parpadean, y lo del parpadeo es porque su luz se distorsiona un poco cuando pasa por la atmósfera de la Tierra, igual que ocurre si te sumerges en el mar con unas gafas de bucear y tratas de ver las cosas que están fuera. Por eso luego vamos por ahí dibujándolas con forma de estrella, pero ¡que no, que no! Tienen forma de pelota, definitivamente.
Siguiendo con lo que iba, después de lo de la estrella de mar se me ocurrió que también existe un claro ejemplo de lo contrario: de algo que sí es una estrella, aunque no lo parezca, pero que, de hecho, nunca se le llama como tal.
Estoy hablando del Sol.
Sí, sí; el Sol es una estrella, y una de verdad, no como las estrellas de mar esas. El Sol es lo mismo que la mayoría de los puntitos luminosos que se ven en el cielo de noche, lo que ocurre es que es la única estrella que está realmente cerca de nosotros. Por eso a esta estrella sí le vemos la forma de pelota; por eso se ve tan grande en comparación con todas las demás, que están mucho, pero que mucho más lejos; por eso puede iluminar el cielo, el mar y la Tierra; y por eso, cuando está el Sol, las demás estrellas desaparecen…
Por cierto, anoche, cuando terminé de escribir, miré al cielo y vi que en la constelación de Libra brillaba una misteriosa «estrella» de color rojo que no era parte de la constelación —lo digo yo, que me las conozco bien—. Lo primero que se me vino a la cabeza fue que, quizás, la estrella de mar del otro día se sintió ofendida por mi pensamiento y ascendió al cielo tan pronto como pudo para darme una buena lección. Lo segundo que pensé fue que no, que ese brillante punto rojo tampoco era una estrella: nadie puede convertirse en estrella, así como así.
A punto de quedarme dormido, tumbado en mi hamaca en cubierta, de repente sentí que no estaba solo:
—¡Ey, polizón! —dijo la voz isleña de tono poco amigable—. ¿Qué estrella es aquella roja?
«Polizón», como insinuando que yo no debería estar aquí. Era la contramaestre Boon, con su extravagante voz ronca, su serpiente tatuada y su aterradora cicatriz que le cruza la cara. Y ya que estoy escribiendo esto… ¿debería estar yo aquí? La verdad es que no me lo había planteado de esa manera, pero aquel desafortunado comentario ahora me hace pensármelo.
Con un disgusto que me salió del corazón, mi respuesta fue:
—No es oro todo lo que reluce.
Y es que, si te dejas engañar, puedes ver, incluso en el cielo y de noche, muchas cosas que parecen estrellas, pero que en verdad no lo son. Las estrellas que se ven de noche nunca se mueven unas con respecto a otras, no se acercan ni se alejan entre sí, y si es que lo hacen, están tan lejos que es imposible darse cuenta a simple vista. Por eso dibujan sus formas, que llamamos constelaciones, y que son siempre las mismas: como Libra, como Orión, como Casiopea, o como la Osa Mayor. Después de mirar al cielo durante tantas noches uno se las acaba aprendiendo de memoria, y puedo asegurar que aquella susodicha «estrella» roja no estaba ahí, en la constelación de Libra, cuando decidí subirme a este barco.
Tras mi respuesta y como queriendo ganar mi juego, Boon esbozó una sonrisa misteriosa —manipuladora, me pareció a mí— y me dijo:
—No, pero no es precisamente el oro lo que hace a un pirata volver al mar.
¿Qué querría decir? No tengo ni la más mínima idea, pero ya me quedé dándole vueltas a la cabeza y me costó mucho trabajo volver a agarrar el sueño.
Espero que todo esto no haya sido una mala idea.