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QUINTA NOCHE Lo que es y lo que no es (parte II)

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Ahora sí, creo que a Silva realmente le falta un tornillo. ¿Y en serio no sabría dónde está la estrella Polar? No me lo trago.

Hoy ha empezado contándome la vez que lo capturaron unos piratas brasileños que iban a acceder a perdonarle la vida si aceptaba ser su cocinero.

—Se ve que habían oído hablar de mi famoso carpaccio de salmón, atún y bacalao con boquerones y alcaparras, You. El secreto está en rehidratar unas posidonias oceánicas con el tomate seco y machacarlo to junto para darle ese… ¡mmmm!... inconfundible sabor a mar.

La posidonia oceánica es una especie de césped submarino que cuando se seca y empieza a descomponerse desprende un olor particular, por no decir otra cosa: a mí, más que a mar, me huele a como cuando el pis y la caca se estancan en uno de esos baños químicos portátiles que hay en las fiestas de calle o en los conciertos al aire libre, para que la gente no vaya por ahí haciéndolo en cualquier lugar. Luego, reconozco que el carpaccio de Silva acaba teniendo un sabor especial.

—Hay piratas y piratas, You, y yo habría preferío morir que quedarme a cocinar pa´quellos salvajes. Mientras los desgraciaos estaban discutiendo entre si matarme o hacerme su cocinero, ahí que voy yo y me pongo a contarles el chiste de la vaca… ¡El chiste de la vaca, You! ¡Pa’berlo visto! A la mitad que creyó haberlo entendío se le soltó la risa tonta, ¡y los de la otra mitad se quedaron pensando como idiotas si el chiste tendría algún sentido! Entre tanta tontería, yo me solté las manos del mal nudo que me habían hecho, salté al agua, y nadé… Algún día te contaré el chiste, You, a ver qué clase de persona eres tú.

Y así, como quien no quiere la cosa, Silva ha seguido a lo suyo, amasando harina con el agua de una infusión hecha con sus malolientes plantas submarinas; aunque el silencio ha durado poco, porque en seguida ha empezado a hablar otra vez como si fuese lo primero que decía en la mañana:

—Ya habrás conocío a Boon… ¡Ahí va! Con esa sí que hay que llevar cuidao: está manchá de sangre, You, como esa estrella que nos viene acompañando por las noches; sí, las has visto, ¿no? Mira que cuando tenía trece años mató a una sirvienta de su mansión con un cuchillo de cocina… La condená bruja tocó la puerta de su alcoba con el cuchillo en la mano y gritó: «¡abre la puerta, que soy el diablo!» —Silva se ha empezado a reír exageradamente—. Condená bruja…

Al parecer, el padre de Boon era un ricachón que no quería a su hija ni en pintura y la madre biológica no era la esposa del padre, sino una de las criadas. También me ha contado que Boon acabó huyendo de casa y fue a buscar fortuna precisamente a las islas Canarias, que allí se casó con un marinero que frecuentaba el lugar y que al poco tiempo lo traicionó, se enamoró de un pirata que respondía al nombre de Jack, robaron un barco al que bautizaron el Invencible y abandonaron las islas juntos. La verdad es que todo esto está empezando a volverse ya un poquito espeluznante, y no sé si agradecer que Silva me confíe todas estas burradas…

En fin, creo que ya toca olvidarse de Silva; y de Boon, aunque hasta a mí me resulta difícil. Este maldito libro sobre las estrellas no va a escribirse él solito.

La dichosa «estrella» roja sigue en su sitio esta noche, efectivamente, en la constelación de Libra.

A veces me ha pasado que me quedo mirando una estrella muy brillante en el cielo hasta que me doy cuenta de que no es una estrella sino un avión, porque se mueve. Pues algo parecido les debió suceder a los primeros astrónomos hace miles de años: a veces se quedaban mirando algunas estrellas que, tras varias noches, se movían con respecto al resto de las estrellas; estrellas que no estaban siempre en la misma constelación.

En total eran cinco las que, como el avión, no podían ser estrellas, porque se movían. Estos hombres y mujeres no sabían lo que eran, pero las llamaron planetas, que significa errantes, que quiere decir que van de un lugar a otro.

Así que, aunque no lo dije antes, yo pronto me di cuenta de que la misteriosa «estrella» roja de Libra no es en realidad una estrella de mar con sed de venganza, ni una estrella manchada de sangre, sino una de aquellas errantes: un planeta.

Cambiando de tema, acabo de ver pasar una estrella fugaz: se dice que puedes pedir un deseo si ves una, y desde aquí yo veo un buen montón cada noche. Se me ocurre que quizás sea la recompensa por andar encerrado en un barco en medio del océano y por lo que me queda, aunque en realidad todo es parte de una misma trampa, y es que estas pequeñas traviesas tampoco son estrellas de verdad.

Las estrellas fugaces se llaman en realidad meteoros, y esta vez debo reconocer que sí que parecen estrellas, y por eso los que ponen los nombres a las cosas decidieron llamarlas así. Los meteoros o estrellas fugaces, pues, son pedazos de roca relativamente pequeños —del tamaño de un barco pirata o más chicos— que andan sueltos por el espacio y en su camino atraviesan un pedazo de la atmósfera de la Tierra, y al entrar en la atmósfera terrestre tan rápido se prenden fuego y por eso brillan. Algunos pueden llegar a caer a la superficie, y entonces se llaman meteoritos.

¡Ah! Y antes de que me gane el sueño, que ya queda poco tiempo, y ya que estamos en estas de ver qué es una cosa y qué no lo es, necesito distinguir tres palabras de forma muy clara: 1) Un astrónomo es alguien que mira las estrellas con mucho cuidado, que conoce las formas que dibujan, las constelaciones, y que sabe cómo se mueven los planetas y puede distinguirlos de las estrellas. 2) Un astrónomo se convierte en astrofísico cuando empieza a entender qué son realmente esas estrellas y esos planetas del cielo. Y 3) un astrólogo, dicho sea de paso, es alguien que se cree adivino y que cree que nuestro destino está escrito en las estrellas. Pero no hay que dejarse engañar, ya que, si bien puede que las estrellas conozcan perfectamente nuestro pasado, puedo asegurar que no saben absolutamente nada de nuestro futuro. No es aquí donde reside la magia de las estrellas.

¿A dónde van las estrellas cuando mueren?

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