Читать книгу Las desesperantes horas de ocio - Jorge Humberto Ruiz Patiño - Страница 12

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INTRODUCCIÓN

Al finalizar el siglo XIX el ambiente lúdico en Bogotá había variado con relación al que se podía observar desde tiempos de la Colonia: las corridas de toros ya no se realizaban en las plazas públicas de la ciudad, sino en lugares llamados circos, la ópera aparecía en escenario y las carreras de caballos y de velocípedos imprimían un toque de velocidad a la vida bogotana. Estas diversiones fueron adoptadas por la élite de la ciudad y representaron sus valores y posición social, en contraste con otras formas de diversión, como las riñas de gallos y los juegos de azar, prácticas que habían sido objeto de control y regulación tanto por autoridades coloniales como republicanas debido a su asociación con el vicio, la ociosidad y la barbarie.

La adopción de nuevos divertimentos en la élite bogotana se produjo con un cambio en la forma de organizar la vida lúdica de la ciudad. Si bien durante la Colonia y buena parte del primer periodo republicano las diversiones estuvieron circunscritas a las festividades religiosas y a los regocijos públicos como parte de las celebraciones civiles, a partir de las últimas décadas del siglo XIX se introdujo la noción de espectáculos públicos para nombrar aquellas diversiones con las que la élite de la ciudad comenzaba a entretenerse. Si los primeros fueron fomentados y patrocinados por la municipalidad de Bogotá —con aportes de algunos ciudadanos notables—, en el caso de los segundos fue la acción de individuos imbuidos de un espíritu empresarial lo que permitió a la élite bogotana obtener momentos placenteros y emocionantes con la ópera, las corridas de toros, las carreras de caballos y de velocípedos.

Pero además de asistir a los espectáculos públicos, los habitantes encumbrados de la ciudad podían pasar apacibles ratos al visitar los parques que habían sido construidos sobre las antiguas plazas coloniales. En ellos era posible dar paseos, contemplar jardines, escuchar conciertos musicales y observar la exhibición de objetos que resultaban de alguna novedad para los bogotanos. Todas estas actividades de diversión se desarrollaban durante periodos que no estaban anclados en las festividades civiles o religiosas, de modo que el sentido festivo que había caracterizado a la vida lúdica de la ciudad se fue difuminando para dar paso a un sentido compuesto por significados relacionados con la perfectibilidad del individuo y el progreso social.

Con el cambio en las formas de diversión cambió también la idea de tiempo asociada a ellas. Ya que la élite bogotana consideraba las diversiones festivas como ociosas y bárbaras, el segmento temporal en el cual se hacían aquellas fue concebido como un tiempo desperdiciado, mientras que el tiempo de los nuevos divertimentos se consideró un elemento esencial de la vida civilizada, tanto como el tiempo del trabajo, de la instrucción y del descanso. ¿Cómo se produce este cambio? ¿Cuáles son los factores que inciden en la transformación de la idea de tiempo ligada a la diversión? Estas preguntas constituyen el eje sobre el cual discurren las páginas que siguen. Se trata de observar, a través del proceso de introducción de nuevas prácticas lúdicas en la vida social bogotana, la formación de una concepción del tiempo que permitirá a la élite de la ciudad divertirse sin incurrir en ociosidad.

Se escogió comenzar la indagación en 1849, época significativa que vio nacer el primer gobierno liberal de la era republicana, y de especial importancia para los propósitos de esta investigación porque en dicho año se decretó oficialmente la celebración de la Independencia en Bogotá cada 20 de julio, festividad que se acompañaba con la realización de corridas de toros y otros regocijos en la plaza central. Estas conmemoraciones sirvieron como crisol de legitimación del régimen liberal, por lo que las fiestas patrias se desarrollaron como un espacio de disputa política dentro del cual se activaron distintos significados sobre las diversiones de origen colonial en oposición a los significados de los divertimentos adoptados por la élite bogotana.

Con el año de 1900 se cierran los argumentos que se presentarán para tratar de responder a los cuestionamientos ya señalados. El haber escogido una época marcada por el inicio de la guerra de los Mil Días (17 de octubre de 1899-21 de noviembre de 1902) se explica por el hecho de que el enfrentamiento bélico trastornó la vida social de buena parte del país durante los tres años de su duración. Esto causó una profunda interrupción en el desarrollo de las diversiones en Bogotá, que solamente pudo ser retomado algunos años después de terminada la guerra, con elementos nuevos como los deportes, la diversificación de los cafés y el cinematógrafo. No está de más comentar que la guerra de los Mil Días indica el periodo de crisis y finalización del régimen político de la Regeneración, que había reemplazado al liberalismo radical a partir de 1880.

La escogencia de este periodo (1849-1900) busca trazar una línea continua de cambio entre las diversiones de origen colonial y las nuevas diversiones adoptadas por la élite de Bogotá en las últimas décadas del siglo XIX. Con esto se espera solventar una situación observada en las investigaciones que han tenido como temas la historia de la fiesta y del ocio en Colombia, a saber, que en ellas la reflexión sobre las diversiones se circunscribe a periodos específicos que no permiten encontrar las transiciones entre unas diversiones y otras. Así, los trabajos sobre la fiesta en Colombia se concentran en la Colonia preferentemente y los primeros años de la República, mientras que en las investigaciones cuyo tema es el ocio el análisis parte de los últimos años del siglo XIX en adelante, cuando las nuevas diversiones ya se encuentran instaladas.1

La reflexión sobre el proceso de transición de las diversiones y del cambio en los significados del tiempo sujetos a ellas se hace a partir de dos formas de abordar el objeto en cuestión. Una se refiere al juego entre representaciones y prácticas que implica la irreductibilidad de unas en otras o la inconveniencia de su separación tajante, y que propone una perspectiva de doble vía que permite observar de qué forma las primeras reestructuran el mundo social, es decir, cómo influyen en las formas de acción de los sujetos sociales, mientras las segundas generan nuevas categorías con las cuales la vida es representada (Chartier 2000, 25).

De esta forma, el problema que se ha venido planteando con relación a las diversiones adoptadas por la élite de Bogotá a finales del siglo XIX se entiende como un proceso en el que intervienen tanto las representaciones de las diversiones de origen colonial y europeo como las acciones o maneras de hacer —las prácticas— que transformaron o incorporaron unas diversiones específicas en la ciudad. Pero esta relación no se concibe de forma causal, de las representaciones a las prácticas o viceversa, sino como una articulación de acercamientos y distanciamientos temporales. Los argumentos ofrecidos en este trabajo tratan de mostrar los puntos —y momentos— de conexión entre las imágenes que la élite de Bogotá se formó respecto a unos divertimentos específicos y la forma como estos se fueron inscribiendo en la vida social de los bogotanos.

Una aclaración adicional parece pertinente para ilustrar —anticipadamente— la relación entre representaciones y prácticas. Una representación puede entenderse como la imagen construida sobre un objeto que no se encuentra presente y sobre el cual se comunica una idea que no es exactamente igual a él, pues está mediada por las divisiones del mundo social en el cual se encuentra inmerso el sujeto que la produce. Una representación, entonces, está contenida por las divisiones de la organización social y se expresa como un sistema de relaciones o lucha entre representaciones en la que se ordena y jerarquiza el mundo social (Chartier 1992, 57). De este modo, las imágenes construidas en torno a las diversiones expresan las divisiones de la sociedad bogotana y la forma como la élite de la ciudad interpretó dichas divisiones y el lugar que ocupó en ellas. Por otra parte, la transición de los divertimentos —o en las maneras de hacer lo lúdico— está relacionada con la formación de nuevas categorías o de representaciones sobre la vida social, entre las cuales se encuentra la concepción de tiempo inscrita en cada clase de diversión.

La otra forma de abordar el objeto de estudio toma prestada la idea de relaciones de interdependencia planteada por Norbert Elias. Según este autor los procesos histórico-sociales son el resultado no planeado de la conexión —en diferentes niveles de agregación— de las acciones intencionales de una gran cantidad de individuos, quienes se encuentran en una situación de mutua coacción o de dependencia (Elias 1997a, 281 y 391). Al respecto dice Elias:

En lugar de la imagen del ser humano como una “personalidad cerrada” […] aparece la imagen del ser humano como una “personalidad abierta” que, en sus relaciones con los otros seres humanos, posee un grado superior o inferior de autonomía relativa, pero que nunca tiene una autonomía total y absoluta y que, de hecho, desde el principio hasta el final de su vida, se remite y se orienta a otros seres humanos y depende de ellos. El entramado de la remisión mutua entre los seres humanos, sus interdependencias, son las que vinculan a unos con otros, son el núcleo de lo que aquí llamamos composición [figuración], composición de unos seres humanos orientados recíprocamente y mutuamente dependientes. (Elias 1997a, 44)

De esta manera, la formación de una concepción nueva de tiempo asociada a la diversión se entenderá como la expresión del entrelazamiento entre cuatro procesos: 1) las representaciones de las diversiones de origen colonial dentro de la disputa por la legitimación partidista en los primeros años de la segunda mitad del siglo XIX y la relación que tienen con las representaciones sobre las diversiones europeas; 2) la formación de un ámbito de los espectáculos públicos cuyo proceso central fue la desvinculación de las corridas de toros respecto a las fiestas patrias a partir de 1880; 3) la deslocalización de las plazas coloniales comenzando la segunda mitad del siglo XIX y la construcción de parques y jardines en dichos espacios a partir de 1870; 4) la representación del tiempo como un bien escaso que debe ser usado en beneficio de la perfectibilidad humana.

El comentario de un cronista de prensa en 1895 que, para invitar a los bogotanos a participar en un club ciclístico, se refería a las desesperantes horas de ocio que se podrían pasar sin tedio con la nueva entretención (“Club ciclista bogotano”, 1895b) condensa los cambios que se estaban operando en el orden de las diversiones bogotanas y que son objeto de este trabajo. Por un lado, muestra la concepción generalizada de una ciudad aburrida —sin diversiones— en comparación con las ciudades europeas, pero en la cual comenzaban a observarse algunas entretenciones nuevas que eran del gusto de la élite. Por otro, el uso prematuro de la palabra ocio indica la transición en la idea del tiempo asociada a la diversión, horas que los bogotanos podían pasar divirtiéndose sin sentirse culpables por no trabajar ni rezar o incumplir con las obligaciones diarias en esos segmentos de tiempo. Las horas de ocio de las que hablaba el cronista eran aquellas que ya no podían ser desperdiciadas —horas ociosas—, sino que debían ser aprovechadas al máximo para el mejoramiento de las facultades humanas, labor que otorgaría un lugar especial a las nuevas diversiones.

Las respuestas a las que se ha llegado en esta investigación parten de la observación y análisis de diferentes clases de fuentes. No podría haber sido de otro modo al abordar un objeto que en apariencia presenta tal nivel de fragmentación que hace olvidar que las diversiones de origen colonial se encuentran conectadas con los nuevos divertimentos de fines del siglo XIX. Se han consultado, en consecuencia, diarios de viaje, cuadros de costumbres, manuales de urbanidad, artículos de prensa, almanaques, guías de la ciudad, leyes y decretos, así como material de archivo, compuesto por informes oficiales, contratos, comunicaciones y cartas.

Cada uno de estos documentos se ha interrogado de manera diferente de acuerdo a las necesidades que fueron surgiendo en el transcurso de la investigación. De esta forma, por ejemplo, los diarios de viaje y cuadros de costumbres —documentos de carácter eminentemente voluntario creados con intencionalidad y dirigidos a públicos específicos (Bloch 2015)— se han abordado buscando las representaciones construidas en torno a las diversiones. Esto no quiere decir que dichos documentos no proporcionen información importante para la reconstrucción de secuencias de acontecimientos o del modo de ser de las prácticas sociales, sino que cuando han sido interrogados de esta última forma también se han hecho las mismas preguntas a otros testimonios, como los consignados en artículos de prensa o documentos de archivo, ejercicio comparativo que ha permitido minimizar las distorsiones que pueden presentar los documentos voluntarios debido a las intencionalidades del autor. De igual forma, a partir de los testimonios menos intencionales como contratos e informes, se han vislumbrado formas de representación que han sido comparadas con aquellas identificadas en los documentos voluntarios.

Tres elementos teóricos relacionados con la noción de tiempo son transversales a todo el cuerpo del texto: sucesión, duración y ritmo. Con relación a los dos primeros, Norbert Elias (1997b) ha acuñado las nociones de conceptos referidos a la estructura y conceptos referidos a la experiencia para dar cuenta, en el primer caso, de la forma como las sociedades conectan secuencias de procesos (antes y después) mediante referencias externas (los ciclos del sol, las horas en un reloj o un calendario), y, en el segundo caso, para indicar las concepciones de presente, pasado y futuro que, al no expresar un continuum ni una relación causal entre acontecimientos sucesivos, manifiestan “una determinada manera de vivir los procesos” (Elias 1997b, 93).

La noción de ritmo vincula sucesión y duración al evocar intensidades, prolongaciones, acortamientos, repeticiones, pausas y velocidades, es decir, al marcar la pauta con la cual se perciben la secuencia de los acontecimientos y el tiempo histórico:

Así, para hablar de ritmo no basta la repetición monótona de un movimiento. De hecho, tienen que aparecer tiempos fuertes y débiles: repeticiones y discontinuidades, suspensiones y cambios. El ritmo supone, así, un tiempo diferenciado en cadencias y velocidades, en repeticiones y novedades. (Valencia 2007, 106)

Otros instrumentos teóricos menos centrales serán desarrollados en el transcurso del texto, por lo que acá solamente se hará una breve mención de ellos y de su relación con cada capítulo. El primer capítulo del trabajo contiene un contexto general del periodo histórico estudiado en clave de diversiones. Allí, a partir de la descripción de las formas de divertimento en Bogotá se van incorporando elementos de la fisonomía de la ciudad y de la vida política y económica del país. Por otro lado, la dinámica lúdica de Bogotá se conecta con algunos aspectos relacionados con las diversiones en otras ciudades capitales de América Latina y de Europa. La intención de este capítulo es proporcionar una visión amplia del problema que se tratará en los capítulos subsiguientes.

En el segundo capítulo se analizan las representaciones sobre distintas clases de diversión desde tres puntos de observación diferentes: la mirada de la élite bogotana sobre las diversiones de origen colonial practicadas en la capital de la República, la de esta misma élite sobre las diversiones europeas y la mirada de los extranjeros que llegan a la ciudad sobre las diversiones coloniales y aquellas de origen europeo. En este capítulo es importante la noción de ociosidad como categoría histórica más que como concepto, y en este sentido como significado relacionado con una disposición negativa frente al trabajo.

Acá se entiende por élite aquel grupo social minoritario que mantiene una posición predominante con relación a los demás grupos sociales, la cual le permite orientar las tendencias de la vida de una sociedad específica en cuanto a los aspectos económicos, políticos y culturales. En el periodo de estudio, este grupo social en la ciudad de Bogotá estuvo conformado por grandes comerciantes, rentistas, ricos propietarios, hacendados, altos funcionarios del gobierno, empresarios e intelectuales. Sin embargo, fue entre estos últimos tres sectores donde comenzaron a gestarse las representaciones y los procesos de difusión que conducirían a la adopción de los nuevos entretenimientos entre el conjunto de la élite.

En el tercer capítulo se aborda lo que podría entenderse como el proceso de adopción de diversiones por parte de la élite bogotana. Aunque es un capítulo construido en torno a las prácticas, las representaciones identificadas en el primer capítulo alimentan el análisis mediante su articulación a la narrativa histórica. Una aclaración es importante en este punto: debido a la pluralidad semántica con que los diferentes sujetos se refieren a las prácticas de diversión, la denominación de dichas prácticas a medida que se avanza en el periodo estudiado se modificará de acuerdo con la tenue tendencia observada en la forma que tienen los sujetos de nombrarlas. De esta forma, las denominaciones de diversión y recreo se usarán para referirse a las prácticas coloniales y europeas, mientras que espectáculos públicos, entretenimientos, actividades de solaz y esparcimiento tendrán el sentido de las actividades adoptadas por la élite bogotana.

El cuarto capítulo trata sobre los cambios espaciotemporales relacionados con los espectáculos públicos y las actividades de esparcimiento de finales del siglo XIX en Bogotá. A partir de la transformación de las plazas coloniales en parques y jardines se analiza la formación de una esfera temporal diferenciada del tiempo festivo religioso y patrio. Acá tendrá un lugar central la idea de espacio de representación de Henri Lefevbre (2013). La noción de burguesía o de estilo de vida burgués que se utiliza en este capítulo y el siguiente no solamente tiene el sentido del gusto adquirido, sino también de la adquisición de una incipiente disposición calculadora, tanto de la economía como del tiempo, orientada al progreso como problema fundamental del individuo.

El último capítulo trata sobre la relación entre una concepción racionalizadora del tiempo en beneficio del perfeccionamiento humano y los significados de las nuevas diversiones de la élite bogotana. Se trata de observar cómo el tiempo vinculado a estas diversiones fue significado bajo la idea de utilidad, en oposición a la de ociosidad, con la cual había sido definido el tiempo de las diversiones de origen colonial. En este capítulo la noción de aceleración en Reinhart Koselleck (2003) y Hartmut Rosa (2011) constituye el eje subyacente de la narración.

Antes de terminar esta introducción se ha querido ofrecer al lector un panorama de las investigaciones colombianas que se han hecho sobre la historia de la vida cotidiana, la fiesta, el ocio y los espacios de diversión. El propósito de este balance consiste en mostrar el punto de partida analítico en relación con las nociones que sirven de apoyo y los vacíos que dejan entrever el camino que tomará la argumentación general. Pero el aparte también puede ser de especial interés para quien desee contrastar las tesis propuestas en este trabajo con las que otros autores han establecido, o incluso para aquellos lectores que tengan curiosidad por uno de los temas que se incluyen en este balance y quieran profundizar en ellos con la lectura directa de los textos. En todo caso, si el deseo de quien se encuentra leyendo estas páginas es adentrarse directamente en el ambiente lúdico bogotano del siglo XIX, puede saltarse las pocas páginas que siguen con la esperanza de que al finalizar la lectura de este texto encuentre motivos suficientes para regresar a esta segunda parte de la introducción.

OCIO, FIESTA Y ESPACIOS DE DIVERSIÓN: BALANCE HISTORIOGRÁFICO

Indagar sobre las diversiones decimonónicas de la élite bogotana implica acercarse a un campo poco definido, construido a partir de un conjunto de investigaciones cuya característica principal es una mezcla de dispersión y escasez. Entonces, la primera noción en la que puede apoyarse intuitivamente el investigador para abordar el tema es la de vida cotidiana, con la cual busca obtener un cuadro más o menos detallado de la cuestión y una aproximación que permita orientar el derrotero y definir más claramente las pesquisas por realizar.

En los trabajos sobre la vida cotidiana de Colombia en el siglo XIX las diversiones han ocupado un lugar compartido con aspectos como la vivienda, la familia y el matrimonio, las formas de higiene, el abastecimiento de víveres en los mercados, los gustos de la población, las festividades, el vestido y la comida. De esta forma, las diversiones estarían inscritas en aquello que podría llamarse quehacer diario o vida diaria de la gente, aquello “que se resiste al cambio, expresado en las formas de mayor arraigo, en las costumbres, en los hábitos, que son parte de la forma de ser de una sociedad, de su forma de pensar, de actuar, de su imaginario” (Castro 1996a, 10).

Dentro de estos trabajos se puede mencionar el de Catalina Reyes y Lina González (1996) sobre la vida doméstica en las ciudades republicanas, en el que diversiones como los juegos de azar, las corridas de toros, las riñas de gallos, los paseos en los alrededores de la ciudad o en sus parques, las tertulias, los bailes y las visitas son descritas como formas de interrupción del monótono y tranquilo ritmo de la vida diaria en las ciudades republicanas, ritmo conformado por los hábitos diarios del baño, las comidas, la siesta, los oficios religiosos y las labores domésticas (Reyes y González 1996, 227-230).

También es importante el texto de Beatriz Castro (1996b) donde se afirma que las reuniones populares en chicherías, las nuevas formas de socialización de la élite en bares y clubes sociales, los escasos espectáculos en la ciudad —fundamentalmente el teatro— y la celebración de festividades religiosas, que traían tras de sí distintas formas de diversión, constituían aspectos públicos centrales de la vida cotidiana en Colombia a finales del siglo XIX. Para esta autora, “las nuevas formas de socialización, principalmente de élite, fueron las que se establecieron y transformaron las formas de diversión [mientras] los entretenimientos populares tendieron a mantenerse con mayor arraigo y cambiaron poco” (Castro 1996b, 269).

Otro texto de esta tendencia —aunque referido al siglo XX— es el de Patricia Londoño y Santiago Londoño (1989), que se incluye acá con el fin de complementar el cuadro de los trabajos sobra la vida cotidiana. En este texto los autores afirman que el despliegue de distintas formas de diversión se produjo como consecuencia del proceso de industrialización y de la reglamentación de la jornada de trabajo, que permitió “institucionalizar el uso del tiempo libre” en 1934 (Londoño y Londoño 1989, 349). De esta forma, llegaron al país el cine, los deportes y formas nuevas de música y baile, como el tango, el jazz y la polka. La vida apacible de finales del siglo XIX, según los autores, cambió en todos sus aspectos, incluidas las diversiones, con el proceso de modernización y especialmente con el de industrialización, afirmación en la cual coinciden los tres textos comentados hasta el momento.

Una primera aproximación a las diversiones de finales del siglo XIX por medio de los estudios de la vida cotidiana permite obtener un panorama amplio del acervo disponible de entretenimientos, compuesto por la celebración de festividades, pasatiempos privados, espectáculos públicos y formas de sociabilidad tanto populares como de élite. Por otro lado, proporciona una visión de mediano plazo que articula todo el siglo XIX y no solamente sus últimas décadas, a partir de lo cual se evidencian continuidades y rupturas, como la permanencia de las riñas de gallos y el surgimiento de clubes sociales y cafés, por ejemplo. Sin embargo, el que las prácticas de diversión se encuentren entrelazadas con otros aspectos de la vida diaria —y en ocasiones subsumidas en ellos— hace perder a las diversiones especificidad y el análisis se torna poco profundo respecto de ellas. De esta forma, parece más apropiado abordar dichas prácticas a partir de tres aspectos que se derivan de los estudios de la vida cotidiana: el ocio, la fiesta y los espacios de diversión.

En los trabajos que tratan la historia de las diversiones en Colombia desde la noción de ocio, o incluso desde la de tiempo libre, se pueden observar dos tendencias. La primera se centra en cómo las élites del país buscaron ocupar el tiempo que sobraba después de la jornada laboral. La estrategia fundamental mediante la cual ese grupo social buscó resolver este asunto fue el control del tiempo libre de los obreros y el intento por fomentar e inculcar en la población la adopción de prácticas específicas realizables durante el tiempo externo al trabajo.

Así, Alberto Mayor (1994) describe cómo se desarrolló dicha estrategia durante la década de 1930 en el contexto de la industrialización, de la reducción de la jornada de trabajo y de la influencia del fordismo. La tesis del autor consiste en que el control del tiempo libre estuvo relacionado tanto con la lucha contra el comunismo por parte de la Iglesia católica como con los procesos de racionalización del trabajo, es decir, que de la forma como se ocupara el tiempo disponible de los obreros dependía la garantía del orden social y el rendimiento del trabajador en su puesto de trabajo (Mayor 1994, 377).

Mauricio Archila (1990), por su parte, observa principalmente en el control del tiempo libre el temor de las élites hacia “la existencia de espacios en que los obreros, especialmente los varones, socializaran su inconformidad con el orden social” (Archila 1990, 153), por lo cual se debía evitar la proliferación y reproducción de dichos espacios mediante el fomento de otro tipo de actividades. Además, la existencia de un tiempo libre, dice el autor, se convirtió en un asunto problemático para distintos sectores sociales:

Para los empresarios era un tiempo dilapidado en diversiones que perjudicaban la disciplina laboral. Para la Iglesia católica la inmoralidad era la que presidía en los ratos de ocio. Para el Estado, en el tiempo libre era donde se fraguaban las rebeliones. Y para los revolucionarios era cuando se alienaba a las masas. (Archila 1990, 146)

De otro lado, para Santiago Castro-Gómez (2009) el problema con el tiempo de ocio consistía en que las actividades desarrolladas en dicho tiempo no representaban el ideal moderno de velocidad que yacía en la subjetividad de las élites colombianas. De lo que se trataba entonces era de alejar a la población de prácticas parsimoniosas realizadas en el tiempo libre y de incorporar unas nuevas actividades —tales como los deportes, el cine y los bailes— que funcionaran como dispositivos de producción de una subjetividad acorde con dicho ideal.

Independientemente del fin que haya tenido, el control del tiempo libre se implementó mediante el fomento de actividades que reemplazaran las que se desarrollaban en dicho tiempo y que habían sido heredadas de épocas anteriores. De esta forma, por medio de las organizaciones católicas y de los “secretariados sociales” de las empresas se ofrecían cursos de capacitación a los obreros y se organizaban bailes, reinados y eventos deportivos, al mismo tiempo que se destacaban las ventajas de otro tipo de diversiones, como el cine, el teatro y los paseos familiares (Archila 1990; Castro-Gómez 2009; Mayor 1994).

La segunda tendencia consiste en la descripción de las actividades de ocio y su relación con las clases sociales. En los textos de María del Pilar Zuluaga (2007, 2012a, 2012b) se describen las diversiones de las élites sociales bogotanas como actividades de consumo ostensible y se analizan dentro de una perspectiva que, basada en la noción de distinción social, da cuenta de la distancia entre ellas y los sectores populares, resultante de los marcadores simbólicos que dicho consumo generaba. Pero el análisis también pretende adentrarse en la reflexión sobre los procesos de formación de identidad en la élite de la ciudad, pues para esta autora “analizar lo que hace durante su tiempo libre la clase dominante en un periodo determinado nos permite conocer sus gustos, sus intereses, su conducta, la creación de identidad, el nivel de satisfacción y de integración social” (Zuluaga 2012b, 8).

Otras investigaciones pertenecientes a esta tendencia se han concentrado en la adopción por parte de los sectores populares de las actividades de ocio practicadas por las élites, especialmente los deportes. En este sentido, Diana Alfonso (2012) y Daniel Polanía (2012) han concebido la popularización del ocio como un proceso de flexibilización del consumo de las élites, el cual transita desde los clubes sociales, los colegios de élite, las instituciones públicas y los discursos de la prensa hasta la formación de clubes deportivos. De acuerdo con estas investigaciones, el bajo costo que tenían los deportes, su facilidad de práctica y la asignación de propiedades intrínsecas —como, por ejemplo, su potencial eugenésico y civilizatorio— constituyeron factores de gran importancia para fomentar, más que cualquier otra actividad, su adopción por parte de los sectores populares.

Finalmente, Mauricio Archila (1990) —autor que también está referenciado en la primera tendencia— comenta que los procesos de popularización y difusión de las actividades de ocio no fueron totalmente efectivos, por lo que identifica en las formas particulares de diversión de la clase obrera (aquellas que continuaron vigentes con la entrada del siglo XX) mecanismos de resistencia a los ritmos impuestos por la disciplina capitalista del trabajo. Así, por ejemplo, el autor observa en el consumo de alcohol de la clase obrera una forma de solventar las duras jornadas de trabajo y la extrema vigilancia de los patrones, lo que sitúa a bares, tabernas y tiendas como espacios de socialización libre, donde, además del alcohol, circulaban la música popular, los bailes, los juegos tradicionales y de azar.

Las investigaciones mencionadas han abierto un campo rico en posibilidades para el abordaje de la historia de las diversiones al otorgarles un estatus específico desde el uso de las categorías de ocio y tiempo libre. Sin embargo, en el conjunto de estas aproximaciones aparecen dos problemas. El primero de ellos consiste en que la mayoría de trabajos se concentra en el periodo comprendido entre 1880 y 1930, lo que indica una desatención con relación al proceso histórico que llevó a la adopción de ciertos pasatiempos por parte de las élites colombianas, razón por la cual estas actividades aparecen como el principio del relato histórico —su origen— y no como parte de un proceso de mayor aliento.

Dos excepciones pueden comentarse al respecto. Una corresponde a la investigación de Daniel Polanía (2012), cuyo periodo de observación se extiende desde 1850 hasta 1953, aunque su análisis se concentra principalmente en los procesos desarrollados durante el siglo XX. La otra al texto de Juan Rodríguez (1992), donde se descarta un análisis histórico centrado en las actividades y se propone una revisión, a partir de la reflexión sobre obras de cronistas y pensadores insignes colombianos, de los cambios sucedidos en la concepción de la idea de ocio desde la Colonia hasta la tercera década del siglo XX. En este sentido, el autor considera que el abandono de una concepción del ocio como oposición al trabajo se produce entrado el XX con la circulación de una idea centrada fundamentalmente en las diversiones como función del trabajo (Rodríguez 1992, 232).

El segundo problema consiste en la utilización de la categoría ocio en un sentido que no se asentó totalmente sino hasta el siglo XX, pues durante el XIX el significado de dicha palabra estuvo relacionado, de manera predominante, con la propensión del individuo hacia una actitud negativa frente al trabajo más que como un tiempo libre respecto a la jornada laboral, esta última concepción surgida como correlato de los procesos de industrialización a partir de la década de 1920. Por tanto, si se trata del XIX, la aplicación de la categoría a las prácticas de diversión de la élite colombiana resulta equívoca, ya que ellas no eran denominadas en el sentido de una actitud ociosa, dominada por el vicio y la pereza, así como tampoco se puede hablar de unas actividades que se desarrollaran durante un tiempo liberado al trabajo industrial. Se trata, entonces, de un problema que surge al traslapar una categoría analítica con otra de carácter histórico-social.

En este caso también existe una excepción. Se trata del trabajo de María del Pilar Zuluaga (2012a) en el que se usa la noción de ocio en el mismo sentido que le diera Thorstein Veblen (1944) en su Teoría de la clase ociosa, es decir, como facultad de las élites para diferenciarse de los demás sectores sociales mediante el consumo ostentoso en función de la reproducción de su jerarquía social. Sin embargo, la autora podría ser objeto de la crítica que Norbert Elias hace al mismo Veblen cuando afirma que este autor le otorgó a dichas clases una disposición axiológica innata, impidiendo de esta manera el análisis de ese tipo de consumo por medio de otras formas de coacción social, como, por ejemplo, la moderación de las costumbres y el control pasional (Elias 1996a, 92-93).

Con relación a la noción de fiesta, las investigaciones podrían evaluarse siguiendo criterios temporales, esto es, identificando los aspectos relacionados con las festividades coloniales o republicanas, o más bien basándose en una caracterización temática en la cual los elementos festivos quedarían definidos según su carácter religioso o civil. Aunque esta forma de observar lo festivo puede proporcionar elementos comparativos —sincrónicos y diacrónicos— en relación con las diversiones, no resultaría de mucha utilidad ya que la historiografía sobre las fiestas en Colombia muestra que diversiones como las corridas de toros, los juegos de azar y las riñas de gallos —que habían sido típicas del periodo colonial— se mantuvieron vigentes durante el periodo republicano, al igual que tuvieron presencia tanto en festejos civiles como religiosos.

Para obtener una visión de las diversiones desde la noción de fiesta, parece más conveniente, entonces, acercarse a ellas a partir de dos elementos que son transversales —con diferentes matices— en todas las investigaciones sobre festividades en Colombia. El primero está relacionado con la noción de lo festivo como un espacio de representación del orden social y político, cuya puesta en escena puede difuminar las jerarquizaciones sociales por medio de la interacción entre distintos sectores sociales en el ritual o mediante la construcción de una unidad imaginaria que subsume en ella todos los antagonismos sociales (Jiménez 2007; Tovar 2009). Pero lo festivo también puede, por otro lado, producir tensiones y conflictos que se expresan en el nivel de las relaciones sociales prácticas (Jiménez 2007; Lara 2015), de la construcción de la memoria (Pérez 2010; Pérez y Yie 2012) o de las luchas más directas entre distintos grupos políticos (González 2012; González, Jaimes y Rodríguez 1994).

El segundo elemento está conformado por la relación entre fiesta y exceso, considerado este último como desfogue o distensión de las rutinas de la vida o como expresión de las pulsiones que llevan al goce festivo (Jiménez 2007; Tovar 2009). No hay fiesta sin exceso, sin transgresión, sin disrupción. Esta característica típica de la fiesta se encuentra asociada a la representación que desde el lado del poder se hace de ella como desorden y, en este sentido, como actividad objeto de control una vez que los grupos dominantes se han distanciado, por lo menos en apariencia, de las manifestaciones no oficiales, populares o paganas de la celebración festiva (Aschner 2006; González 2005; Jiménez 2007; Lara 2015; Tovar 2009; Vargas 1990).

Con el objeto de acotar este balance, las investigaciones sobre fiesta se agruparon en dos conjuntos. Uno de ellos está conformado por aquellas que se concentran fundamentalmente en la descripción y el análisis de los aspectos oficiales de las festividades. En esos trabajos las formas de diversión están ausentes o aparecen solo marginalmente, pues el énfasis se encuentra en el análisis acerca de cómo los distintos estamentos sociales se integran a los actos centrales o en la descripción de los procesos de significación que subyacen a cada momento de la escena ritual. El otro conjunto de investigaciones se compone de aquellas que integran de una forma más visible a las diversiones como un elemento constitutivo de lo festivo. Por medio de estas últimas se evaluará el lugar de lo lúdico en el exceso y en la representación del orden social y político.

Sobre el primer grupo es importante mencionar el trabajo de Javier Ocampo (2006), quien por medio del concepto de folclor proporciona un panorama y descripción de las distintas clases de festividades (religiosas, patrias, carnestolendas, socioeconómicas) y de los elementos que componen a cada una de ellas. También forman parte de este grupo los trabajos sobre la fiesta republicana de Marcos González (1998 y 2012) y de este autor con Gladys Jaimes y María Rodríguez (1994), en los que se analizan las tensiones entre las simbologías de la fiesta patria liberal y de las celebraciones del periodo de la Regeneración (como es el caso del cuarto centenario del descubrimiento de América).

También se deben mencionar las investigaciones de Amada Pérez (2010) y de esta autora con Soraya Yie (2012) sobre las celebraciones políticas republicanas. Allí plantean que estas celebraciones son formas de construcción de la memoria en las que se representa la gesta de independencia a partir de una tensión entre su articulación al pasado colonial o al presente republicano. De esta forma, las representaciones sobre la lucha independentista —desde el régimen liberal o desde el regeneracionista— quedan plasmadas en relatos sobre el origen de la nación, en colecciones de objetos emblemáticos, en los procesos de institucionalización de las ceremonias públicas y en las imágenes formadas sobre la participación de los sectores populares (Pérez y Yie 2012; Pérez 2010). En cuanto a las festividades religiosas, Marcos González (1995) se concentra en las fiestas del Corpus Christi y analiza su fastuosidad como una función política de control, que al expresar las jerarquías sociales en el acto central de la procesión las reproduce al mismo tiempo que afirma la legitimidad del poder político y religioso.

Dentro del segundo grupo se encuentran los trabajos de Camila Aschner (2006), Susana Friedmann (1982), Marcos González (2005), Orián Jiménez (2007), Pablo Rodríguez (2002), Max Hering (2015), Héctor Lara (2015), Victoria Peralta (1995), Julián Vargas (1990) y Bernardo Tovar (2009). Con la inclusión de estos trabajos en este conjunto no se quiere desconocer la variedad de consideraciones analíticas sobre la fiesta que ellos contienen, sino simplemente indicar que allí se encuentran de forma más detallada que en los trabajos ubicados en el conjunto anterior aspectos relacionados con las diversiones. En estas investigaciones se observarán los dos elementos que se han considerado de relevancia respecto a las diversiones: la fiesta como integración de las clases sociales o como medio de expresión de los antagonismos y la fiesta como exceso y desorden.

Al resaltar las características populares del Corpus Christi por encima de sus actos centrales, Susana Friedmann (1982) le asigna un lugar importante a bailes como la contradanza y a los que, según ella, siendo de tradición indígena fueron incorporados a la fiesta un vez se depuraron de “todo acto que incitara al desorden o a la violencia” (Friedmann 1982, 61). También hace una pequeña mención a los juegos de caballería conocidos como “correr cañas” y a las corridas de toros, prácticas que considera “elementos esenciales y comunes a toda celebración popular” (Friedmann 1982, 66). Por otra parte, Julián Vargas (1990) describe las corridas de toros y de gallos realizadas durante la celebración de festividades religiosas y civiles (figura 1). También comenta los bailes de máscaras que tenían lugar en el Teatro El Coliseo en Bogotá durante el siglo XVIII y el desbordamiento de la conducta de la población cuando tenían ocasión la carnestolendas en la ciudad, fiesta a la cual se agregaban las riñas de gallos (figura 2),2 el consumo de chicha y los juegos de azar, que fueron objeto de constantes prohibiciones durante toda la Colonia.

FIGURA 1. Apuestas del día de San Juan, Ramón Torres Méndez

Fuente: Colección de Arte del Banco de la República, AP 1327.

FIGURA 2. Galleros. Ramón Torres Méndez

Fuente: Colección de Arte del Banco de la República, AP 1331.

Con relación a las corridas de toros, Pablo Rodríguez (2002) comenta que durante la Colonia estos eventos tenían lugar con ocasión de festividades religiosas como el Corpus Christi, el San Juan y San Pedro, así como en las celebraciones de tipo civil como el recibimiento de los virreyes y las juras de los reyes. Indica, igualmente, que fueron prohibidas durante un breve tiempo por Carlos III, al considerarlas una actividad bárbara, y que, posteriormente, con la Independencia, fueron incorporadas a la celebración patria (Rodríguez 2002, 118). Para este autor, las corridas de toros fueron “una fiesta integradora de los distintos estamentos de la sociedad y el escenario ideal para la demostración de estatus de cada uno” (Rodríguez 2002, 120).

En su estudio sobre las fiestas de San Juan, Bernardo Tovar (2009) anota que las diversiones que tenían lugar en Bogotá durante dicha festividad en tiempos de la Colonia —como corridas de toros, carreras de caballos, juegos de gallos, uso de máscaras, consumo de licor y los bailes llamados chirriaderas— fueron objeto de constantes controles y prohibiciones por parte de las autoridades coloniales, porque según ellas alejaban a la población —tanto española como indígena— del cumplimiento de los oficios religiosos y generaban constantes desordenes en la ciudad. Por estas razones, dice el autor, en 1647 se prohibieron infructuosamente las cabalgatas nocturnas y el uso de máscaras en la celebración del San Juan en Bogotá, actitud restrictiva que el virrey Solís retomó en 1775 al prohibir las carreras de caballos y las corridas de toros (Tovar 2009, 213). Durante este periodo, también fueron prohibidas las corridas de gallos y los altares erigidos en las casas a san Juan Bautista, en torno de los cuales se realizaban las chirriaderas (Tovar 2009, 215).

Todas estas regulaciones, dice Tovar, tuvieron en su trasfondo “el esfuerzo de la iglesia por controlar y domesticar el goce festivo de la población”, esfuerzo que “ponía de manifiesto al mismo tiempo la tensión entre el imperativo de los preceptos religiosos y el llamado pulsional de las diversiones inmediatas y corporales” (Tovar 2009, 206). A partir de esta perspectiva del goce festivo el autor sostiene que los juegos en torno a los gallos y los toros relajaban, mediante la comunión implícita en el elemento sacrificial inscrito en la relación con el animal, la tensión producida por la agresividad y el antagonismo social. El exceso del goce festivo, entonces, tenía la función de evidenciar los antagonismos sociales, al igual que producía vínculos sociales integrativos por medio de los juegos, la comunión y el sacrificio (Tovar 2009, 550).

A propósito de corridas y juegos de gallos, vale mencionar el texto de Max Hering (2015) sobre un episodio sucedido en 1892 con ocasión de la celebración de la fiesta de San Pedro, durante la cual un juego de gallos realizado en la zona bogotana de Chapinero terminó en desorden y enfrentamientos entre la Policía Nacional y los asistentes a dicho evento. Este episodio —comentado también por Bernardo Tovar para indicar el significado de barbarie que poseía dicha diversión— se suscitó por una diferencia de criterios entre la Policía Nacional y el inspector del barrio, pues mientras aquella había prohibido las corridas, este último había dejado abierta la posibilidad de su realización. Esta situación, finalmente, derivó en una disputa por el ejercicio legítimo de la autoridad entre las dos instancias reguladoras.

Aunque el texto de este autor no trata directamente sobre la festividad, se incluye en este balance porque proporciona un ejemplo de los conflictos ocasionados con ocasión de las diversiones en tiempo de fiesta. En este sentido, Hering argumenta que por medio del episodio se pueden observar dos tipos de conflicto: uno relacionado con la fractura del poder que se expresa en las diferentes directrices proporcionadas por la Policía Nacional y por la Alcaldía de Bogotá a través del inspector de Chapinero, y otro que se manifiesta en la protesta social contra la prohibición de las corridas de gallos, esto es, contra el control del goce de la diversión (Hering 2015, 249).

Los juegos de azar son un capítulo especial respecto a la fiesta colombiana. Orián Jiménez (2007), en su trabajo sobre las fiestas de La Candelaria celebradas en Antioquia durante el siglo XVIII, opina que esta forma de diversión, al igual que las corridas de toros, permitía que las jerarquías sociales se difuminaran gracias a la interacción de las diferentes castas sociales en medio del desborde pasional que se suscitaba (Jiménez 2007, 84). Esta última situación y la imagen de ociosidad con que eran evaluadas dichas diversiones llamaron la atención de las autoridades borbónicas, quienes hicieron más estrictas las regulaciones que desde siglos anteriores ya existían sobre el juego (Jiménez 2007, 93). La preocupación por los juegos de azar fue uno de los ejes centrales de la política borbónica, que según Héctor Lara (2015) buscaba el establecimiento de un horario de trabajo contrapuesto “al horario de ocio y de las diversiones” (Lara 2015, 254). Sin embargo, dice este autor, a pesar del mayor control sobre ellas durante el siglo XVIII, está práctica se mantuvo en todas las clases sociales debido a la oscilación constante entre penas y prohibiciones, y a la permisividad de los funcionarios encargados de velar por el cumplimiento de las normas.

Tal vez el mejor ejemplo del exceso festivo sea la celebración de las carnestolendas. Sobre estas fiestas, en las que se juntaban casi todas las diversiones (juegos de azar, bailes, consumo de chicha, juegos de gallos y corridas de toros), Marcos González (2005) y Camila Aschner (2006) han hecho aportes valiosos para la comprensión de su derrotero histórico desde sus momentos de mayor intensidad hasta su desaparición en Bogotá a comienzos del siglo XX. González afirma que estas fiestas, celebradas en el santuario de La Peña, no formaron parte de la política de reducción de los días festivos que instauraron los borbones en su lucha contra la ociosidad, pero que, en cambio, ya en el XIX fueron consideradas un foco de desorden por parte de la Iglesia católica, que fortalecida durante el régimen de la Regeneración comenzó a debilitarlas mediante la modificación de su sentido festivo con las llamadas “40 horas de oración” y con la construcción de nuevos centros de peregrinación, que, como en el caso del templo de Nuestra Señora de Lourdes, permitieron reorientar las peregrinaciones hacia esos lugares en detrimento del santuario de La Peña (González 2005, 99).

Aschner (2006) coincide con González al identificar el declive de las carnestolendas de La Peña con los intentos de la Iglesia católica de cooptar la festividad y modificar su carácter hacia la solemnidad y el recato espiritual (Aschner 2006, 37). Pero a esto agrega la idea de un proyecto civilizatorio de las élites —expresado en el refinamiento de sus costumbres— dirigido a los sectores populares y a partir del cual todas las actividades, como las corridas de toros o las mismas carnestolendas, que fueran identificadas con la idea de desorden debían ser normalizadas (Aschner 2006, 41). La autora dice que dentro de dicho proceso de refinamiento —que hizo que las élites se distanciaran de las carnestolendas— se desarrolló un gusto burgués por los espectáculos públicos que, imitados de Europa, llegaban a la ciudad en los comienzos del siglo XX (Aschner 2006, 58).

Un texto adicional que se incluye acá —aunque no directamente relacionado con las fiestas— es el de Victoria Peralta (1995) sobre el placer de la clase alta bogotana en el siglo XIX. Para esta autora tanto el ritmo diario, marcado por las horas de trabajo, de la comida y de los oficios religiosos, como el ritmo semanal, definido por los días de mercado, se rompían anualmente con la celebración de las fiestas patrias y religiosas, momento en el cual la clase alta podía entregarse sin censura al placer dionisiaco (Peralta 1995, 49). Este desfogue de pasiones durante las festividades era el producto de la combinación entre la amplia disponibilidad de tiempo libre que tenían dichas clases —lo que las empujaba hacia el ocio y la pereza— y la imposibilidad de usar este tiempo exhaustivamente debido al ritmo pasivo de las actividades diarias en la ciudad (Peralta 1995, 41).

De las investigaciones anteriores sobre fiesta se resalta entonces la articulación entre diversión y representaciones del orden social y político, tanto en su capacidad integradora de los antagonismos por medio del juego o de las jerarquías sociales dentro de una unidad simbólica —por ejemplo, en el Corpus Christi— como en su propensión a tensionar las relaciones sociales o de favorecer los procesos de legitimación y cuestionamiento de regímenes particulares. Ejemplos de estas dos últimas situaciones son el episodio sobre corridas de gallos en 1892 y la permanencia de las corridas de toros en las celebraciones civiles una vez termina la Colonia e inicia el periodo republicano, así como su ausencia en las fiestas creadas por la Regeneración en la disputa con la fiesta liberal de la Independencia.

También es importante la relación entre diversión y exceso festivo (transgresión) en la cual se formaron los significados de desorden, ociosidad y barbarie como parte de procesos de construcción de alteridad y de políticas de control poblacional, aquellos potenciados por la Iglesia católica durante los años iniciales de la Conquista y la Colonia, y estas últimas desarrolladas por las autoridades borbónicas en el siglo XVIII. Del conjunto de textos evaluados sobre fiesta en Colombia se puede decir que hay una mayor concentración en el periodo de la Colonia y en las fiestas de carácter religioso, por lo que la reflexión sobre las diversiones se observa más en estos últimos textos que en aquellas investigaciones centradas en las fiestas civiles —especialmente en las que se interesan por la fiesta patria republicana—. Un último aspecto está relacionado con la ausencia de análisis que planteen la conexión entre las formas de diversión de la Colonia y las nuevas formas que emergen a partir de mediados del siglo XIX, pues, salvo el texto de Camila Aschner (2006), ninguno de los trabajos plantea la cuestión de posibles continuidades o rupturas entre ambos tipos de divertimentos.

Con relación a los espacios de las diversiones —el tercer aspecto derivado de los estudios de la vida cotidiana— se pueden citar los textos de Mario Jursich y Alfredo Barón (2016), Germán Mejía (2011), Camilo Monje (2011), Pablo Páramo y Mónica Cuervo (2006), Sebastián Quiroga (2018), Gina Zanella (2003) y de esta última autora con Isabel López (2008). Estos investigadores plantean que la aparición de lugares como clubes sociales, cafés y escenarios de espectáculos públicos forman parte del tránsito hacia una “ciudad burguesa” que experimentó Bogotá a finales del siglo XIX, pero especialmente de los cambios culturales en la clase alta de la ciudad expresados en la modificación del gusto y la adopción de prácticas imitadas de Europa.

Germán Mejía (2011), por ejemplo, ve en los espacios de esparcimiento que aparecen en las últimas décadas del siglo XIX en Bogotá —como el circo de toros, el hipódromo de La Gran Sabana, los cafés, los restaurantes y los teatros— uno de los factores que permitió la formación de un ámbito íntimo, más allá de lo privado, en una clase social que paradójicamente desarrollaba gustos burgueses y prácticas que exhibía como forma de manifestar su estatus ante las demás clases sociales (Mejía 2011, 33). Se trataba entonces de satisfacer dichos gustos al mismo tiempo que se protegía la intimidad, pues aquellos lugares permitían un aislamiento relativo respecto a otros sectores de la población gracias al cerramiento que implicaban y al costo de las entradas para los eventos que se realizaban allí (Mejía 2001, 37).

Este autor comenta también la aparición de los clubes sociales y de qué manera coadyuvaron en la formación de la opinión pública bogotana al servir de ámbito para el desarrollo de debates literarios y políticos (Mejía 2011, 25). Acerca de estos últimos, Camilo Monje (2011) muestra que las tertulias literarias, que se habían desarrollado hasta fines del siglo XIX dentro de las casas de sus promotores, se volvieron semipúblicas desde comienzos del XX con la aparición de los cafés, lugares de encuentro que, al contrario de los clubes sociales —que poseían un carácter más exclusivo y limitado—, expresaban dicha transición de lo privado a lo público (Monje 2011, 69-80).3

Sobre los cafés en Bogotá, Mario Jursich y Alfredo Barón (2016) han planteado que su desarrollo en la ciudad fue incipiente entre 1866 y 1912 en comparación con otras ciudades latinoamericanas, como Buenos Aires, de donde se tienen noticias sobre la existencia del primer café a finales del siglo XVIII. En un sentido similar al de Camilo Monje, los autores plantean que los cafés bogotanos fueron lugares de recepción de individuos —catalogados como “burgueses”— que añoraban las viejas tertulias realizadas en sus casas privadas, pero también fueron una especie de “repúblicas democráticas” que, a diferencia de los clubes sociales, permitieron la congregación de personas sin ninguna membresía social y cuyo objetivo consistía en reunirse en dichos lugares para hablar de cualquier tema sin tapujos (Jursich y Barón 2016, 19). Al ser espacios abiertos a un público amplio, dicen los autores, durante su apogeo en el XX los cafés fueron identificados como la antítesis de las chicherías, “al proporcionar una alternativa no alcohólica a los obreros, artesanos, campesinos o gente del común” (Jursich y Barón 2016, 18).

Gina Zanella (2003), por su parte, define los cafés, clubes sociales, hoteles, salones de baile y restaurantes que tuvieron auge a comienzos del siglo XX como espacios públicos de sociabilidad burguesa, es decir, “aquellos en los cuales los hombres se reúnen por afinidad ideológica y no para efectuar prácticas de culto o actividades ligadas a la iglesia” (Zanella 2003, 8). Estos lugares emergieron como parte de los procesos de modernización en Bogotá y representaron un nuevo estilo de vida adoptado por la clase alta de la ciudad a imitación de los gustos burgueses europeos (Zanella y López 2008).

En su estudio sobre la transformación del consumo de bebidas alcohólicas en Bogotá a finales del siglo XIX y comienzos del XX, Sebastián Quiroga (2018) ofrece una reflexión que matiza la interpretación del “ethos burgués” como núcleo de la constitución de los cafés en Bogotá. El autor sostiene que cafés y tabernas fueron lugares alternos a las chicherías como resultado de un cambio en los patrones de consumo de alcohol, que operó tanto entre las élites como en los sectores populares.

Este cambio se manifestó en la circulación de nuevos significados en torno a las bebidas alcohólicas transmitidos por medio de mecanismos como las regulaciones legales, la pedagogía moral y las estrategias publicitarias (Quiroga 2018, 145), significados que en el caso de las élites implicaron

tener otro tipo de experiencias mediante la creación de espacios ordenados, donde el consumidor proyectado estaba en línea con el ideal de buen gusto (elegante, de costumbres europeas y modernas), a diferencia de las chicherías, percibidas como desordenadas, aglutinadas y con poca higiene. (Quiroga 2018, 165)

En cuanto a las clases populares, Quiroga afirma que los nuevos significados acerca del consumo de alcohol también se impregnaron en ellas, aunque de manera diferente. En el contexto de la campaña antialcohólica que comenzaba a desarrollarse a finales del siglo XIX, los sectores dirigentes del artesanado y de la clase obrera hicieron suyo el discurso que circulaba entre las élites acerca de la temperancia como una de las vías hacia el progreso, lo que se expresaba en la idea de controlar los espacios de ocio y tiempo libre de los trabajadores con el fin de modificar su conducta (Quiroga 2018, 149-150). Este deseo de control, dice el autor, tuvo su correlato en los discursos de la publicidad que resaltaban el potencial liberador de la bebida en relación con la diversión y el ocio, razón por la cual las tabernas y los billares “se convirtieron en sitios que promovían ese ideal de entretenimiento, y comenzaron a disputar con las chicherías el rol de lugares de socialización” (Quiroga 2018, 152).

Desde una perspectiva que concibe el espacio público como una construcción social históricamente situada en la que se configuran usos, representaciones y relaciones entre sujetos, Pablo Páramo y Mónica Cuervo (2006) definen los lugares de diversión de la clase alta bogotana, tales como el hipódromo de La Gran Sabana, los clubes sociales y los teatros de fines del siglo XIX, como espacios privados que se distanciaban de lo popular y cuya relación con el espacio público se caracterizaba por la posición intermedia que este último ocupaba entre dichos lugares y el lugar de trabajo o el hogar, esto es, por ser un sitio de paso entre el espacio de los divertimentos y el espacio de la rutinas laborales o domésticas:

La relación entre el entretenimiento y lo público no se ve claramente en el espacio público, sino en prácticas como celebraciones y fiestas. Lo que sí es evidente es que desde los espacios cerrados se observa la importancia de ir a lo público, en las diversas clases sociales. (Páramo y Cuervo 2006, 187)

Llama la atención que en el análisis de Páramo y Cuervo sobre el espacio público no se mencionen los parques de Bogotá, aunque sí se dedica un espacio a las plazas públicas coloniales y a sus usos como lugares de mercado y de fusilamientos, desfiles y celebraciones religiosas. Gina Zanella (2003), en cambio, define los parques bogotanos como “espacios de sociabilidad abiertos y democráticos, en los que no existían diferencias de clase, sexo, edad o raza” (Zanella 2003, 72). Esta autora clasifica dichos espacios en parques naturales y de diversiones. Los primeros están representados por el Parque del Centenario de 1883 y el de la Independencia de 1910, lugares a los cuales la gente asistía para pasear y escuchar pequeños conciertos musicales. Ejemplos de los segundos son el Luna Park y el lago Gaitán, ambos de la segunda década del siglo XX y en los cuales se podían encontrar atracciones mecánicas, espacios deportivos y ver espectáculos públicos.

Otra perspectiva sobre los parques en Bogotá ha sido proporcionada por Claudia Cendales (2009 y 2011) y María Guerrero (2012). La primera enmarca estos lugares —con excepción del Parque del Centenario— en la transformación que sufrieron las plazas coloniales desde la segunda mitad del siglo XIX y analiza los discursos de las técnicas paisajísticas europeas —en boga por aquella época— en relación con la fisonomía que se esperaba adquirieran los parques bogotanos desde el modelo de parque europeo (Cendales 2011). Para Cendales (2009) la función principal de los parques era representar la nación y civilizar a la población mediante la instauración de monumentos patrios que evocaran los valores republicanos del país (Cendales 2009, 98). Los parques tenían también una función higiénica y social, esta última como el control del tiempo libre de los obreros, uno de los propósitos para la construcción del Parque Nacional Olaya Herrera, en 1934 (Cendales 2009, 99).

De otra parte, para María Guerrero (2012) los parques y jardines bogotanos se construyeron en medio de una preocupación por la higiene y la recreación sana al aire libre, por lo que dichos espacios tuvieron dos funciones: proveer un mecanismo de purificación del aire y servir de espacios para el paseo de los bogotanos. Al mismo tiempo, dice la autora, la construcción de parques estuvo mediada por la intención de “introducir de forma ordenada la naturaleza dentro de una ciudad en cambio” (Guerrero 2012, 114). Con relación a este propósito, la autora identifica una tendencia racional, caracterizada por su énfasis en el diseño y la simetría del paisaje, y otra de carácter romántico, cuya concepción se basaba en la construcción de parques que simularan el ordenamiento natural de la vegetación en oposición al espacio denso e insalubre de la ciudad (Guerrero 2012, 125-129).

Un último texto sobre los parques en Bogotá, escrito por Óscar Salazar (2007), se concentra exclusivamente en el análisis del significado de la planeación y diseño de los jardines del Parque Nacional Olaya Herrera en 1938. El autor encuentra que los parques construidos en la ciudad desde finales del siglo XIX fueron concebidos para cumplir cinco funciones específicas: conmemorativa, decorativa, higiénica, recreativa y urbanística (Salazar 2007, 190). Sobre la función recreativa dice que ella hacía parte de un proyecto civilizador que buscaba moldear las costumbres de la población al mismo tiempo que enmarcarlas en esquemas de jerarquización social (Salazar 2007, 194). El autor concluye identificando la brecha existente entre el diseño y la planeación de los parques y los usos que la población hizo de ellos, usos que estuvieron marcados por prácticas culturales populares que tensionaron los propósitos civilizadores de las élites políticas.

Sobre las chicherías —últimos espacios a tratar en este balance— las investigaciones que versan sobre ellas coinciden en dos aspectos. El primero consiste en su definición como lugares de sociabilidad popular que servían de crisol para la construcción de la identidad social y cultural de las clases bajas en la ciudad, pues allí se cumplían funciones de habitación de trabajadores, de albergue de paso a visitantes y de diversión a buena parte de la población, aspectos que favorecían la creación tanto de solidaridades como de conflictos entre los asistentes (López-Bejarano 2019; Páramo y Cuervo 2006; Vargas 1990).

El otro aspecto está relacionado con la regulación de la cual fueron objeto por parte de las autoridades coloniales y republicanas. Durante los últimos años del siglo XVII y comienzos del XVIII, dichas regulaciones estuvieron orientadas al control del desorden social identificado con ellas (Vargas 1990), mientras que a finales del XVIII lo que proporcionó el material que sirvió de base para justificar su persecución fue la lucha contra la ociosidad y la intención de fomentar hábitos de trabajo útil entre la población (López-Bejarano 2002; Ojeda 2007). Las anteriores significaciones se mantuvieron durante el siglo XIX y comienzos del XX, pero a ellas se sumaron el alcoholismo, la degeneración de la raza, la criminalidad y la prostitución como ideas asociadas al consumo de chicha y, por tanto, a las chicherías, por lo que su regulación y persecución se expresó como una lucha moral en contra de dichos “males sociales” (Calvo 2002; Hering 2018; Quiroga 2018).

Acerca de estas investigaciones sobre los espacios de diversión se considera importante la manera en que buena parte del análisis se funda en los cambios socioculturales experimentados desde mediados del siglo XIX por la clase alta bogotana. Sin embargo, se observa una brecha entre el análisis de los cafés o teatros —por ejemplo— y la reflexión sobre los parques bogotanos, lo cual conduce a la pregunta sobre si más allá del gusto burgués es posible encontrar otra clase de conexión entre plazas coloniales, parques y espacios de la llamada sociabilidad burguesa, pues el surgimiento de estos últimos se enmarca —en estos trabajos— en la imitación del gusto burgués europeo, sin dar cuenta de procesos conectados localmente con el desarrollo de dichos lugares y sus diversiones. Por otro lado, los análisis se concentran en un periodo que da cuenta del cambio de siglo, pero no observan relaciones de mayor plazo que puedan indicar elementos analíticos adicionales a la imitación de las prácticas europeas.

Para finalizar este balance se dirán unas palabras sobre su relación con los propósitos de la presente investigación. La pregunta por las implicaciones del proceso de adopción de diversiones en la élite de Bogotá a finales del siglo XIX se inserta en una discusión directa con la historiografía sobre el ocio en Colombia. En estos trabajos dicho proceso es interpretado como el resultado de la imitación del estilo de vida burgués característico de ciudades como Londres y París, pero si bien esta interpretación puede ser acertada, desconoce cuáles fueron las características del proceso de recepción de las diversiones y si este se produjo de manera armónica —sin sobresaltos— o si, por el contrario, fue un proceso caracterizado por selecciones y resignificaciones de las prácticas, así como por tensiones entre los sujetos que las adoptaron.

Como consecuencia de lo anterior, al ser analizadas a partir de la imitación sin mediaciones del estilo de vida burgués europeo, las actividades de ocio —esto es, las diversiones— son descritas de forma separada a las dimensiones de espacio y tiempo, las cuales aparecen en las investigaciones como simples receptáculos de objetos y prácticas. No se analiza, por tanto, la forma como se constituyen unos lugares específicos para el ocio (parques, teatros, escenarios) ni la construcción de una idea de tiempo equivalente a dichas actividades. En este sentido, un análisis del proceso de adopción de diversiones en la élite bogotana debe tener en cuenta que aquel no se produjo de forma aislada, sino que fue posible porque de manera imbricada también se desarrollaron transformaciones en los espacios urbanos y en las concepciones de tiempo.

La desatención de la dimensión de tiempo conduce, entonces, a la aplicación desprevenida de la categoría ocio, y esto genera otro problema. Si esta categoría responde a una relación de tipo temporal derivada del tiempo de trabajo industrial, tal como se usa en las investigaciones comentadas en el balance historiográfico, no es comprensible qué clase de tiempo estaría vinculado al desarrollo de tales actividades por parte de la élite bogotana, puesto que el trabajo industrial aún no se había desarrollado en el siglo XIX. Pero, por otro lado, si se tiene en cuenta que esas actividades no serían de ocio ni ociosas, se crea un vacío respecto al sentido que ellas habrían tenido para dicho sector de la población.

La respuesta a estos cuestionamientos sobre el proceso histórico y el sentido espacio-temporal de las diversiones de la élite bogotana se podría encontrar en las investigaciones sobre los espacios de diversión y las festividades colombianas. Sin embargo, las conclusiones de las primeras se basan en el mismo argumento de los trabajos sobre ocio, a saber, la imitación del gusto burgués europeo, al igual que desconocen el proceso histórico de constitución de dichos espacios. Por otro lado, la historiografía sobre la fiesta en Colombia aporta elementos valiosos para una compresión que amplíe el marco temporal —puesto que la historiografía sobre ocio se concentra en el periodo comprendido entre 1880 y 1930—, pero, lastimosamente, por las características de su objeto de estudio, en esas investigaciones la reflexión sobre las diversiones queda desprovista de cualquier vínculo con los nuevos divertimentos de finales del siglo XIX. Sobre estas dificultades se han trazado los argumentos que siguen.

NOTAS

1 Este asunto será tratado más profundamente en la segunda parte de esta introducción.

2 Las corridas de gallos y las riñas de gallos eran diversiones de diferente carácter. Las primeras se realizaban especialmente durante las fiestas de San Juan y San Pedro y consistían en quitarle la cabeza a un gallo, ya fuera cortándola con machete —por un hombre o una mujer vendados— una vez el animal estuviera enterrado hasta el pescuezo, o arrancándola, luego de ser colgado aquel de las patas, por hombres que montados en caballos pasaban raudos tratando de agarrar la cabeza con sus manos. Las riñas de gallos, más conocidas que la diversión anterior, se realizaban por lo general los domingos y no necesariamente en festividades. El objeto del juego consistía en hace pelear dos gallos entre sí hasta la muerte de uno de ellos, evento alrededor del cual giraba un gran número de apuestas entre los asistentes.

3 Dos análisis interesantes sobre la difuminación de los límites entre lo privado y lo público en torno a la aparición de los cafés en Europa se pueden encontrar en los textos de Roger Chartier (2004) y David Harvey (2003, 204-218).

Las desesperantes horas de ocio

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