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«Nosotros creemos en el progreso, no nos ata el pasado, pero no es nuestra guía y en ese aspecto lo que ocurra a nuestro alrededor no tiene importancia. Esto no será jamás una dictadura religiosa, ya estamos soportando una dictadura, aunque de otro signo, pero suponemos que todas serán iguales. Ya hemos escuchado más de una vez la comparación que intentan hacer entre un pashdaran iraní (guardián de la revolución) y los muyahidines pero son dos cosas diferentes. Nosotros combatimos a un invasor y a un régimen impuesto por ellos. Fundamentalmente es eso. La quema de nuestros libros sagrados y la destrucción de nuestras mezquitas no han hecho más que acentuar nuestro resentimiento hacia el enemigo y aunque ahora Najibulá aparezca en televisión con un Corán en las manos, creemos que ya es demasiado tarde». Estas palabras de un religioso moderado aclaraban en parte la postura de la resistencia e intentaban asegurar el futuro de lo que podría llegar a ser la República Islámica de Afganistán y que de alguna forma chocaban con el fundamentalismo y radicalidad de otros grupos, que ya por convicción religiosa propia o bien por propias venganzas a las afrentas y humillaciones sufridas por la doctrina comunista, preconizaban un férreo y tenaz retroceso que, llegado el caso, cerraría las puertas a cualquier forma de apertura. Años después, con la llegada de los talibanes se confirmaría lo que aparentemente nadie deseaba.

La población afgana, de muy distintos orígenes, la integran unas veinte etnias, que se dividen a su vez en tribus que pueden incluso no hablar el mismo idioma aun perteneciendo a la misma etnia, y son portadoras de una cultura, unas costumbres y tradiciones bien diferenciadas entre sí si se exceptúa la religión, aunque en ella también pueden hallarse diferencias en lo que respecta a sunitas y chiitas. Por eso la dificultad para llegar a entendimientos y acuerdos a la hora de tomar importantes decisiones. Si a esto se suman las veintiocho provincias, cada una de ellas habitada por diferentes tribus, pueden comprenderse las reservas existentes incluso entre los pobladores de una aldea y sus más inmediatos vecinos de otro villorrio que no dista más de dos kilómetros.

Incansables viajeros, recorrerán largas distancias para poner en práctica el oficio reconocido y generalizado, el comercio; sus recorridos variarán sólo excepcionalmente si algún acontecimiento los empuja a ello, porque siempre intentarán caminar por las zonas donde la proximidad de un familiar lejano o de miembros de su propia tribu les ofrezcan hospitalidad y alguna seguridad.

«Nunca habrá una “libanización” de Afganistán, porque nuestros conflictos internos siempre han sido de índole étnica o tribal y no religioso, como ha sucedido desde épocas muy lejanas», aseguraba un político.

Si se exceptúan alrededor de 100.000 hinduistas, la población afgana es mayoritariamente musulmana; cerca del 95% profesa el rito hanafí de la rama sunní del islam, y el resto es de confesión chiita. Estos últimos, por afinidad religiosa y por proximidad geográfica de sus lugares de origen, huyeron de Afganistán a la vecina Irán, buscando la protección de los gobernantes y organizando su resistencia desde ese país que, en gran parte, les ha proporcionado la infraestructura bélica necesaria para combatir.

Para hacer frente a las crecientes ofensivas de comienzos de 1984, la guerrilla se encontraba en un callejón sin salida y en más de una ocasión acusó públicamente a los medios de comunicación internacionales de ser los responsables de uno de los títulos adjudicados al conflicto: «La guerra olvidada». Y aseguraba que no era un olvido casual, a pesar de que comprendían y eran conscientes de los riesgos y las penurias por las que debían de pasar los medios para obtener alguna información sobre el largo conflicto.

«Los rusos han intensificado sus actividades y sus estrategias han variado ostensiblemente. Han trasladado tropas de elite, utilizando comandos helitransportados con gran entrenamiento. No obstante, la peor parte la siguen llevando los civiles, a quienes presionan con sus acciones para que abandonen sus lugares de origen. Eso nos ha obligado también a cambiar nuestro sistema defensivo y de ataque, pero a pesar de nuestros esfuerzos a veces no podemos evitar que las aldeas sean destrozadas y las cosechas incendiadas. Los campesinos entonces procuran huir hacia los países vecinos. Pero los rusos saben que estos refugiados, aunque mayoritariamente se trate de ancianos, mujeres y niños, se han convertido en potenciales combatientes e intentan cortarles el paso porque para ellos sería más fácil controlarles si el hambre les empujara hacia las grandes ciudades afganas donde tienen todo su aparato represivo. Por eso, cada vez estamos más necesitados de armamentos para hacer frente a las sofisticadas armas soviéticas y a los espectaculares helicópteros. En tierra, hemos sido capaces de hacerles frente e incluso de neutralizarlos, pero el problema viene del aire y si logramos neutralizarles también allí, sería muy fácil para nosotros hacerles retroceder o llevarles a una situación crítica. Con una buena presión militar y abundante ayuda humanitaria destinada a los civiles para que puedan continuar en sus tierras, podríamos contar con los elementos necesarios para obligarles a iniciar negociaciones de forma directa, aunque a ellos no les interesa una solución política, todo lo quieren arreglar militarmente. Los cambios de presidentes propiciados por ellos mismos no suponen nada porque de hecho los gobernantes afganos no tienen ningún poder, son marionetas y mientras la influencia y los asesores soviéticos continúen en Afganistán, no tendrá importancia qué marioneta va o qué marioneta viene. De lo que sí estamos seguros es de que finalmente conseguiremos nuestra libertad, definitivamente, ése es nuestro derecho y nadie puede quitárnoslo. Una vez acabado esto, daremos una vuelta a la página del tiempo de la guerra y veremos quién ha estado cerca de nosotros. Nuestro pueblo nunca lo olvidará, porque nos habrán ayudado a sobrevivir a este brutal atropello. Algunas gentes en Afganistán piensan que luchamos por lo que sería la guerra de otros, pero si paramos y echamos a los rusos, les habremos dado una lección para que no vuelvan a equivocarse otra vez». Éstas eran las declaraciones de Masooud Khalili que dejaba suficientemente aclarada la situación a mediados de 1985.

Lejos fueron quedándose las intenciones iniciales de los dirigentes del Kremlin. Lo que desde un principio habían considerado como un paseo de los tanques rusos para dispersar y exterminar a la resistencia fue transformándose en una guerra abierta, con el fortalecimiento de esa misma resistencia a la que, restándole importancia desde la cúpula del régimen soviético, se había empeñado en catalogar como «simples bandidos», y que se convertía día tras día en un verdadero quebradero de cabezas para las fuerzas rusas.

«Recuerde embajador que Napoleón también denominaba bandidos a aquellos españoles que se resistieron a sus intenciones de sometimiento y usted recordará también el final». Así, discretamente, en una conversación informal, un diplomático español intentaba sacar de su error a su colega soviético cuando éste se refería a la guerrilla como «unos cuantos bandidos que asesinaban e intentaban desestabilizar a un régimen amigo».

Si bien es cierto que la invasión soviética de Afganistán sirvió para desempolvar y actualizar viejos rencores que se acumulaban desde el siglo xix, durante el reinado de Alejandro II, y acrecentados durante la sovietización del Uzbekistán, también es cierto que ello sirvió para que de una forma tímida comenzaran algunas aproximaciones de unidad entre los diferentes grupos, algunos de los cuales tradicionalmente constituían focos de enfrentamiento mutuo. Ya los datos históricos contribuían a la confusión y al poco esclarecimiento de los hechos. Aún quedan en el aire y se crean polémicas en torno al nacimiento del Estado afgano que, según sean los interesados, se dan como acertadas las fechas de 1747, durante la designación de Ahmed Sha Durrani, o la de 1880 con Abdul Arman.

En un Estado pluriétnico de abierta denominación pastún, el fundamento de las instituciones y las bases de los sistemas de organización política se rigen por las normas y conductas tradicionales de la etnia mayoritaria y dominante.

Sólo por citar datos y para facilitar la comprensión de las complejas luchas tribales y las dificultades para llegar a entendimientos entre ellas, presentaré a continuación una estadística que dadas las circunstancias no estará exenta de errores.

Pastunes, musulmanes sunitas, seis millones; en esta cifra no se tienen en cuenta a los pastunes originarios de Pakistán y de las áreas tribales. Tayikos, sunitas, cuatro millones. Hazaras, chiitas, un millón y medio. Aimak, sunitas, ochocientos mil. Uzbekos, sunitas, un millón y medio, siempre refiriéndose a los originarios de Afganistán y no a los que habitaban en el Uzbekistán exsoviético. Turcomanos, sunitas, cuatrocientos cincuenta mil. Nuristanis, sunitas, ciento veinte mil, baluchis, sunitas, ciento veinte mil, sin tener en cuenta a los baluchis del lado pakistaní. Existen además otras tantas tribus minoritarias que por su escaso peso específico en la sociedad afgana no se tienen en cuenta a la hora de las enumeraciones demográficas.

El sistema organizativo, rígido y tomando como guía las leyes pastunes, se basa en las asambleas de ancianos llamadas jirga, de ámbito y funciones reducidas; la loya jirga, es decir, la gran asamblea, reúne a la representación de todas las tribus pastunes y sólo por determinados y muy particulares eventos, como puede ser la designación de un monarca o para tomar decisiones muy destacadas, pero principalmente para resolver los conflictos internos. La loya jirga se considera de tal importancia que durante el transcurso del siglo xx no se reunió más de media docena de veces.

Las fórmulas adoptadas y practicadas en el seno de la etnia pastún han originado no pocos enfrentamientos entre ésta y los integrantes de otras etnias que no siempre estuvieron de acuerdo con las decisiones adoptadas. Incluso hubo enfrentamientos entre miembros de la misma etnia pastún; incluso se dio el caso de dos familias rivales pastunes enfrentadas a lo largo de más de cincuenta años; algún jefe de la zona asegura que nadie recuerda con exactitud en qué momento y por qué comenzó la disputa, que ha continuado por generaciones.

Las diferencias lingüísticas también ejercen una gran presión a la hora de los entendimientos, pues existen tantas lenguas y dialectos como etnias y tribus. Predominan el pastún y el farsi o dari, esta última con escasas diferencias y gran influencia del persa iraní. Por ser estas dos lenguas y sus respectivos hablantes mayoritarios en el espectro demográfico del país, hallan en ello argumento suficiente para alimentar la gran rivalidad que las caracteriza. Pastunes y tayikos mantienen una férrea rivalidad desde la capa social más humilde hasta las esferas más altas.

Llegado el momento de los primeros levantamientos de oposición al régimen comunista y también comenzado los tímidos ataques contra los invasores recién instalados (acciones llevadas a cabo más bien de forma anárquica y desorganizada sin apenas seguir unas directrices), la propia represión y los ataques indiscriminados sobre la población civil fueron marcando los caminos a seguir.

Los combatientes fueron reagrupándose en torno a sus jefes tribales y éstos en torno a los influyentes líderes políticos con afinidades étnicas, tribales y naturalmente, religiosas. A partir de tan complejas premisas, fueron perfilándose los diversos partidos que formarían el amplio abanico político y constituirían de manera formal la resistencia afgana.

La población civil, al verse obligada a abandonar sus lugares de origen, procuró encontrar y construir en los países vecinos la misma estructura étnica con afinidad religiosa abandonada en Afganistán. Así, gran parte de los pastunes huyeron buscando refugio entre sus hermanos patunes originarios de la vecina Pakistán, en tanto que los hazaras, por proximidad geográfica a sus lugares de origen y por afinidad religiosa (en su mayoría profesan la rama chiita del islam), se retiraron hacia Irán. Los tayikos no pueden clasificarse realmente como una etnia sino como un colectivo que agrupa a todos los habitantes de Afganistán que utilizan el persa como lengua. Los hazaras sí conforman una etnia por sí misma; sin embargo, una gran parte de los tayikos, con excepción de los hazaras, buscó igualmente la protección de Pakistán, sobre todo los originarios de la región de Kabul, donde los persas hablantes son mayoría.

Una vez instalados y convenientemente distribuidos en campos de refugiados, prevaleció la misma infraestructura utilizada en Afganistán y de la que se nutrieron los diversos partidos que, según la propia influencia ejercida por sus líderes sobre las diferentes etnias, fueron reuniendo mayores o menores números de adeptos. En Pakistán se llegaron a contabilizar siete partidos políticos con verdadera representatividad y otro tanto con menor entidad y aun menor representatividad; mientras tanto los chiitas, instalados en Irán y en número muy inferior, se agruparon en ocho partidos.

Estos partidos, contando con jefes tribales, comenzaron a negociar las fórmulas para incrementar sus propios arsenales; logrado ese objetivo la guerrilla abandonó poco a poco las viejas tácticas y empezó a usar un armamento más moderno. En la primera época del conflicto era común ver a algunos guerrilleros portando armas utilizadas durante la Primera Guerra Mundial.

Algunos líderes políticos con una cierta visión de futuro comenzaban a tratar de salvar lo que a todas luces parecía insalvable: limar las diferencias entre los diversos grupos e intentar plasmar la unidad.

El gobierno chino utilizó la invasión soviética de Afganistán para presionar a la URSS, pidiendo su retirada del territorio afgano, pero en realidad, su posición estaba muy alejada de la mera solidaridad. La pequeña franja del territorio afgano que entre montañas se extendía para conformar la frontera chino-afgana encendía la luz roja de las autoridades de Pekín, las cuales no podían permitir que la URSS ampliara su posición estratégica en la zona y mucho menos en su propia frontera. Como prueba de su temor e indignación comenzó a llenar de armas y municiones los arsenales de la guerrilla. Los primeros cañones antiaéreos DShK, Dashakas y Ziguyak hicieron su aparición en los picos de las montañas de Afganistán.

El entonces presidente de Pakistán, general Zia-ul-Haq, abiertamente a favor de la guerrilla afgana, como anfitrión, amo y señor de los acontecimientos, trataba de equilibrar las balanzas de los partidos y de poner orden en ellos, aunque sus predilecciones se encaminaban de forma clara hacia una de las fracciones, el Hezb-e-islami, liderado por el radical Gulbudin Hekmatyar, quien comenzó a fortalecerse de manera desmesurada, porque en la idiosincrasia del pueblo afgano, el poder es medido por la fortaleza que dan las armas y Gulbuddin Hekmatyar las estaba recibiendo con mucha generosidad.


Armamentos de los mujahidines en las montañas de Host.

El autor viendo inspeccionar un cañón antiaereo durante la nevada.

La aparición de los morteros y lanzacohetes de última generación, antes de la llegada de los misiles Stinger daría un giro importante al ritmo de la guerra. Los lanzacohetes múltiples BM 12 en su versión china —Type 63— hacían estragos sobre las posiciones soviéticas así como las ametralladoras ZB 26, la versión china del mortífero ZPUI ruso, los tan característicos lanzamorteros RPG7 en su versión china Type 69, los afamados cañones DSHK, ametralladoras antiaérea Type 75 y una larga lista de armamentos de diferentes nacionalidades, fundamentalmente chinas reemplazaban a los anticuados fusiles de la Primera Guerra Mundial con que diera comienzo la resistencia.

Por los senderos afganos empezaba a ser rutinario observar a los muyahidines transportando minas antitanques, morteros y cargando al hombro el característico fusil de asalto soviético AK 47, más conocido como Kalashnikov aunque más abundante en su versión china AKM. A mediados de 1984 harían su aparición los primeros misiles del tipo SAM 7. A finales de 1985, llegarían a manos de la guerrilla los primeros y certeros misiles Stinger. Los comandantes declaraban que el 70% de su armamento provenía de los propios arsenales soviéticos. No carecían de razón, pero sólo en parte; un gran porcentaje tenía diferentes procedencias, desde las armas chinas descritas anteriormente, minas antitanque de fabricación estadounidense y de procedencia egipcia, municiones llegadas desde Irán hasta el apoyo económico en cantidades considerables proveniente de las arcas de Arabia Saudita. El gobierno de Pakistán mantenía en el mayor de los secretos tanto la procedencia del armamento como las estrategias utilizadas para su distribución.

Los grupos y partidos moderados, alejados del fundamentalismo iraní, recibían un mayor apoyo de los saudíes. A pesar de la gran inyección de fuerza que significaba tan preciada ayuda, la guerrilla afgana no contaba ni de lejos con los modernos y sofisticados armamentos empleados por las fuerzas rusas: vehículos blindados BTR-60 y BMP, carros de combate T-62 y T-72. Más digna de destacar es la diversidad de aparatos de la fuerza aérea destinados en Afganistán: cerca de trescientos de los espectaculares e impresionantes helicópteros MI 24; aviones de combate Mig 21, SU 24, SU 25 y bombarderos TU 16, capaces de transportar cientos de bombas con una gran autonomía de vuelo, y los lentos aviones de transporte Antonov.

Antes de la retirada de las fuerzas rusas, el gobierno de Kabul quedó en posesión de cientos de misiles Scud de medio y largo alcance, lo que provocó una permanente alerta en el gobierno de Pakistán, porque algunos de ellos cayeron en su territorio. Quizás el alarde más absurdo, atribuible sólo al desconocimiento o a propósitos ocultos, fue el traslado por la URSS de cañones antiaéreos, pues lo más alto que «volaban» los muyahidines era las cimas de las abruptas montañas de su país trepadas penosamente.

Entrando en otro capítulo de lo increíble y de lo absurdo, cabe señalar que algunos medios internacionales, siguiendo las informaciones de periodistas con escasos elementos de juicio, aseguraron que durante las noches, aviones de transporte estadounidense penetraban en el espacio aéreo afgano y dejaban caer pertrechos de guerra. La opinión pública no desconoce que EE.UU. apoyó la resistencia afgana por medio de sus aliados en la zona, pero lo único que las fuerzas soviéticas de ocupación llegaron a dominar en su totalidad en Afganistán fue el espacio aéreo, por lo que resultaba prácticamente imposible que aviones de otros países sobrevolaran el territorio sin la expresa autorización de la URSS

Cientos de mulas fueron adquiridas a países con tradición en la cría de dichos animales, especialmente a Egipto y China, para utilizarlas en el transporte de armas y víveres para los muyahidines. Quienes hemos sido testigos de las largas y sacrificadas marchas por las difíciles montañas de las caravanas de mulas repletas de armamentos, esas informaciones no dejaban de ser un elemento más para sembrar la confusión en una zona de por sí repleta de actividades poco claras.


Trasporte de armas.

Afganistán

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