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CAPÍTULO 2

La importancia vital de la predicación cristiana

«Varón de Dios, hay muerte en la olla…» (2 Reyes 4:40).

«El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado» (Mateo 13:33).

Nunca el peligro puede ser más formidable, o el enemigo más peligroso, que cuando viene disfrazado como amigo. En la década de los setenta mi país de nacimiento debió atravesar una de las crisis políticas más grandes de su historia. De pronto, las noticias diarias comenzaron a decirnos con frecuencia creciente que distintos líderes del mundo de la política y la industria estaban siendo secuestrados. ¿Cómo hacían los victimarios para lograr sus propósitos? Muy simple. Se disfrazaban de policías. Durante largo tiempo estudiaban a la víctima, y cuando finalmente llegaba el día del golpe, montaban un control policial en su camino. Le indicaban que estaba bajo arresto y debía acompañarlos a la comisaría. Una vez que la persona subía al pseudo- patrullero de policía, todo quedaba terminado. Cuando el individuo secuestrado descubría el ardid, ya era demasiado tarde. Muchas de las víctimas sobrevivieron porque se pagaron fortunas cuantiosas a los secuestradores. Muchos otros nunca pudieron regresar a contar lo que les había pasado. No importa en qué orden de la vida nos desenvolvamos, los enemigos siempre existen, y nunca son tan mortíferos como cuando vienen disfrazados como amigos. La fe cristiana no ha sido la excepción.

La palabra de Dios nos advierte mediante San Pablo, que «en los últimos días vendrán tiempos peligrosos» (2 Tim. 3:1). Si estamos en los últimos días, no me propongo demostrarlo; pero que estamos viviendo tiempos bien peligrosos para la iglesia de Jesucristo a lo largo y a lo ancho de nuestro continente es suficiente con mirar al estado del púlpito evangélico. Basta con escuchar las enseñanzas que se ofrecen en las iglesias a través de las radios y canales de TV cristianos, y cuesta salir del asombro ante el arco iris inmenso que va desde la ausencia total de la Biblia, hasta las herejías más crasas y las promesas más ridículas. Desde las ofertas más sensacionalistas y engañosas, hasta los sermones desprovistos de siquiera un miligramo de pensamiento o doctrina cristiana. Desde la psicología secular bautizada con dos o tres versículos bíblicos para hacerla parecer algo genuino, hasta las grotescas promesas de prosperidad material. Desde la oferta de milagros fraudulentos, hasta las promesas de felicidad y mejora personal si aprendemos a usar correctamente el poder de nuestra mente y voluntad.

En el capítulo anterior dijimos que la predicación bíblica es la tarea más desafiante y al mismo tiempo la más gozosa por las increíbles posibilidades de transformación que ofrece a las personas. Sin embargo, uno parece escuchar las voces que a coro se levantan diciendo: Pero después de todo, ¿vale la pena predicar? ¿Hay lugar para la predicación bíblica, tal como proponemos en este libro, en el siglo XXI? Los malos ejemplos que abundan, nos fuerzan a preguntarnos: ¿Cuáles son las razones que han llevado a la predicación cristiana a declinar de forma tan ostensible? ¿Cuáles son los disfraces que el enemigo ha usado para destruir la proclamación bíblica desde adentro, y en consecuencia, restarles el poder y la vitalidad a los discípulos de Jesús? ¿Cuáles son los caballos de Troya que ha usado con tremenda efectividad? Para hallar las respuestas debemos analizar algunas de las fuerzas más notables que tanto desde afuera como desde adentro del reino de Dios han influenciado de manera poderosa la tarea de la comunicación del mensaje cristiano.

I. Razones externas al ámbito de la fe

Cuando uno analiza las fuerzas que desde afuera han ejercido una influencia notable sobre la predicación cristiana, debemos mencionar tres de ellas.

1. El ambiente político cultural

Usted lo ve todos los días en la noticias. Cuando los mandatarios deben dar un discurso o una declaración en una conferencia de prensa, jamás hablan de forma espontánea. Más bien leen con precisión absoluta el escrito que profesionales pagados han preparado con sumo cuidado, con el propósito expreso de no ofender a nadie. Esta es la época de lo políticamente correcto. Para aquellos que vivimos en Norteamérica, especialmente, decir algo ofensivo para un sector determinado de la sociedad le puede costar a cualquier figura política un dolor de cabeza mayúsculo, si no la carrera misma. Por lo tanto, cuando un político habla, cualquiera puede percibir que no entrega un mensaje que le «brota del corazón». Más bien, nos ofrece algo bien cerebral y calculado. Inclusive nunca hablan de forma espontánea, más bien, aunque son profesionales para disimular, la gran mayoría de las veces leen todo el discurso en el tele prompter que está frente a ellos.

La consecuencia práctica de esta influencia, es que posiblemente hasta el 50% de los predicadores que conozco en Norteamérica, a la hora de entregar el sermón lo leen en su totalidad. Este medio de entregar un discurso es el menos efectivo, como explicaremos con mayor detalle en el capítulo 15.

2. La influencia que ha ejercido la TV

La televisión ha producido muchos efectos notables sobre la sociedad contemporánea. Todo el ámbito de la comunicación ha sentido su impacto, y dentro de los efectos que ha ejercido sobre la predicación cristiana, hay dos que debemos recalcar: primero, que ha acortado el límite de nuestra atención; y segundo, que ha eliminado el elemento de acción.

Le ruego que piense. La próxima vez que mire un noticiero tome un cronómetro y mida cuánto duran las noticias que nos muestran. Si el noticiero es de 30 minutos, en realidad solo dura 20 minutos, porque 10 minutos se van en avisos comerciales. En veinte minutos el canal debe compactar las noticias locales, nacionales y mundiales. Por tanto, si presta atención, verá que la gran mayoría de las notas no duran más de treinta segundos. Con buena suerte, apenas un minuto. Y todo de forma muy rápida. Esto tiene implicaciones tremendas para el predicador contemporáneo. Si este no sabe captar la atención de la audiencia en los primeros 20 segundos está condenado a un fracaso rotundo. Y si el predicador cree que los oyentes tienen la obligación de venir a escucharlo hablar durante horas porque es el siervo ungido de Jehová... bueno, que se prepare para tener un ministerio estancado y muy chiquito. Siempre debemos recordar que el predicador no tiene ninguna autoridad, excepto la que pueda ganar haciendo un trabajo excelente.

Asimismo, piense una vez más. ¿Ha visto alguna vez a alguien que lee las noticias, o entrega un discurso frente a las cámaras moviendo los brazos como si fueran las aspas de un molino? ¡Jamás! Los que leen las noticias tienen los brazos clavados al escritorio y los que entregan un discurso, al podio. Nada de usar gestos ampulosos o movimientos abruptos. Esta realidad tiene mucha influencia a la hora de cómo el predicador evangélico debe entregar su mensaje. Ya lo veremos más adelante.

3. El sentimiento popular anti-autoridad

No sé cómo será en su país, pero en Norteamérica en el presente hay un sentir muy profundo y fuerte de resistir todo lo que tenga que ver con el liderazgo y la autoridad. No interesa que usted sea presidente, gobernador, senador, diputado, maestro, o policía, no hay ninguna diferencia. Una cosa es muy cierta y evidente: todos están en contra suyo. Nadie va a aceptar algo que usted diga por más posición de liderazgo o autoridad que tenga. Más bien lo van a resistir con toda la fuerza, y la pregunta no verbalizada que tantas veces se trasmite es: «¿Quién es usted para decirme a mí qué debo creer, o cómo debo comportarme? Vivimos en una sociedad pluralista, con un ideal democrático, donde todos valemos lo mismo, y donde todas las opiniones tienen el mismo peso y valor».

Siglos atrás, cuando el predicador subía al púlpito, las personas lo consideraban la máxima autoridad civil, educativa y religiosa. Su palabra era respetada por la posición que ocupaba, los estudios que había cursado y el fundamento que su mensaje tenía en la Biblia (esto último en los países protestantes). Eso fue siglos atrás. En la actualidad, con la popularización de la educación pública, muchas personas ostentan mejores credenciales académicas que un pastor, y por tanto razonan: ¿Para qué voy a escuchar a este ignoramus? Para complicar las cosas aún más, el avance de la ciencia ha confundido la mente de muchos, haciéndoles creer que no pueden, ni deben creer nada que no pueda ser validado científicamente. Cuando ministramos en este ambiente enrarecido, entonces, todo hombre o mujer que pasa a compartir su mensaje debe comprender que sus palabras están siendo juzgadas y evaluadas por los oyentes, como si viniesen de alguien que está a mi misma altura o por debajo. No por el hecho de vestir un atuendo religioso, ocupar un púlpito elevado, y gritar a voz en cuello «la Biblia dice», las personas le brindarán una atención respetuosa. Más bien, con genuina humildad, tendrá que entender que su primera tarea es ganarse la confianza de sus oyentes, mediante su conducta intachable, sus actitudes cristianas y su nivel de conocimientos.

II. Razones internas

La crisis teológica que ha invadido a muchas denominaciones:

El pasado es el fundamento sobre el cual estamos parados en el presente. Ya sea que usted es Luterano, Bautista, Presbiteriano, Metodista, Pentecostal, Bauticostal o Pentecostista, no importa a que sector del movimiento cristiano protestante pertenezca usted, esa corriente con la cual usted se identifica cuenta con una historia particular que afecta su realidad presente. Las convicciones de su denominación en cuanto a la Biblia, Dios, Jesucristo, el ministerio del Espíritu Santo, y cada una de las doctrinas fundamentales de la fe cristiana, inevitablemente acarrean consecuencias directas sobre la forma en que se vive la vida cristiana en general y la tarea de predicar en particular. Esas convicciones denominacionales son el resultado de fuerzas poderosas que le dieron forma en años anteriores. El problema es que muchas veces al comenzar la vida cristiana una persona desconoce cuan «teñido» está el mensaje que se le presenta, y sobre todo el origen de las doctrinas que se le enseñan. Muchísimos individuos que se inician en el cristianismo, o estudiantes que ingresan a seminarios cristianos con el propósito de prepararse para el ministerio, carecen de los conocimientos suficientes como para distinguir entre lo espurio y lo verdadero, con la consecuencia de que en una gran mayoría de los casos es muy fácil poder ofrecerles «otro evangelio» (Gálatas 1:6-9) y ellos no pueden distinguir la diferencia. De esa forma son presa fácil de una de las fuerzas teológicas más potentes, peligrosas y destructivas que ha permeado el protestantismo en los últimos 150 años, y que explica el origen de muchas de nuestras creencias y prácticas ministeriales en el presente.

El pasado es el fundamento sobre el cual estamos parados en el presente.

A mediados del siglo XIX en Europa nació lo que se denomina el liberalismo teológico1. Una nueva corriente filosófica originada en la universidad de Tubinga, en Alemania, que se propuso como meta contemporizar al cristianismo removiendo todos los obstáculos a la fe. Uno de sus propósitos fue librar a la fe de Jesucristo de todo elemento milagroso y sobrenatural. Para lograr el objetivo, el ataque en sus primeros pasos se centró en cuestionar la autenticidad histórica de la Biblia, y más tarde, todas las doctrinas cristianas. Una vez que estas teorías atraparon la mente de los ingenuos, el enemigo mediante sus ministros disfrazados como ángeles de luz se infiltró en muchísimos colegios y seminarios cristianos, y a través de los pastores y misioneros que se formaron bajo su influencia, el liberalismo teológico se difundió por todo el mundo. Al igual que un gramo de levadura que leuda toda la masa (Mateo 13:13), el liberalismo en el día de hoy se halla presente, en mayor o menor grado, en casi todas las denominaciones protestantes. Ha definido la filosofía educativa de casi todos los seminarios evangélicos, sin distinción de nivel académico (ya sea nivel terciario, de maestría o doctorado). Y las afirmaciones del liberalismo se enseñan por sus exponentes como si fuesen la verdad absoluta y el evangelio en su versión más pura.

El liberalismo parecía un amigo de la fe para los incautos, y tristemente la inmensa mayoría no pudo discernir el enemigo formidable que era. Las consecuencias que trajo a largo plazo a las iglesias y denominaciones que abrazaron esta corriente fraudulenta, es que experimentaron un decrecimiento continuo y pérdida de miembros por millares2 Pero si todo lo que ocurre en la iglesia local, ya sea bueno o malo, tiene su origen en el púlpito, entonces debemos mencionar tres efectos devastadores que el liberalismo ejerció sobre la tarea de la predicación cristiana3.

La primera consecuencia práctica fue la pérdida de la fe en la Biblia como palabra de Dios3. Si dudamos de la veracidad de la Biblia, el resultado es que ya no tenemos fundamento para predicar. Si perdemos la autoridad de la Palabra de Dios, nos quedamos sin cimientos para la proclamación del mensaje de salvación. En las palabras del salmista: «Si los fundamentos son destruidos, ¿qué puede hacer el justo?» (Salmo 11:3) Cuando la Biblia es analizada desde el punto de vista crítico literario, las consecuencias son que la teología y las doctrinas de la gracia deben pagar el precio. Los jóvenes graduados de muchas instituciones teológicas que han sido dominadas por el liberalismo son enviados al ministerio equipados con vastos conocimientos de criticismo literario, filosofía, psicología educacional, sociología moderna y todas las disciplinas relacionadas. Pero tristemente salen mal equipados para la tarea suprema de un ministro de Jesucristo: declarar con convicción y autoridad la Palabra del Dios vivo. De presentarla con una comprensión clara, con perspicacia espiritual, como un cuerpo de verdades relacionadas que llaman a cada individuo al arrepentimiento delante de Dios y a la fe en la persona de Cristo Jesús.

La segunda consecuencia fue que en muchos púlpitos las buenas noticias fueron reemplazadas por la buena consejería. San Sigmund Freud pasó a ser más importante que San Pablo. El diablo y sus demonios dejaron de ser un enemigo real, para pasar a ser una figura mitológica del folklore judío, el cual fue concebido por una sociedad sin conocimiento científico que no podía explicar los fenómenos misteriosos que ocurren, y entonces, lo atribuían a seres espirituales de maldad. El pecado dejó de ser un mal proactivo, para llegar a ser falta de estima propia o de una buena educación. La oración pasó a ser una mera forma de control mental, no un ejercicio destinado a ponernos en comunión con el Dios vivo. Y Jesucristo, descendió de ser el Hijo de Dios, a ser un mero profeta, con cuya vida ejemplar y mandamientos éticos tan hermosos nos enseñó como todos debemos vivir como hermanos. En las palabras de un amigo cercano, el púlpito cristiano pasó a ser la versión espiritual de Disneylandia: «El lugar más feliz sobre la tierra».

Años atrás una de las celebridades de la TV, que fundó un ministerio que es la sexta atracción turística en Los Ángeles, contaba como un miembro de su iglesia vino a pedirle ayuda diciendo: «Pastor necesito que me ayude. Me han hecho una brujería…». Este ministro, hijo del pensamiento positivista, con mucha seguridad y autosuficiencia contó que su respuesta a este pobre desdichado con una necesidad bien real y sentida, fue: «Yo no creo en lo negativo, solo en lo positivo». Y así «solucionó» el problema. Triste la suerte de este hombre, que vino a pedirle luz a un ciego. Su caso en la actualidad se cuenta por millones. Personas que vienen a pedir pan y el pastor les da una piedra. El fruto que vemos en la actualidad en muchos púlpitos contemporáneos es que ya no son proféticos, ni predican a Cristo, ni la necesidad de ser salvos. Todo esto tiene su raíz en esta corriente fraudulenta llamada liberalismo.

Soy el primero en reconocer que todo buen sermón debe incluir un elemento de asesoramiento pastoral, para que los nuevos creyentes aprendan a vivir de forma clara y definida como cristianos en un mundo caído. Pero si nuestro mensaje tiene como único objetivo hacer sentir bien a las personas, en lugar de que primero sean rectos delante de Dios, nuestro mensaje entonces es sub-bíblico y tendrá consecuencias mortíferas para nuestros oyentes. Peor aún, tal mensaje será reprobado por Dios mismo, y tal ministerio está de camino a su propia ruina y extinción. Todo es cuestión de tiempo hasta que Jesucristo les quite el candelabro4.

La tercera consecuencia del liberalismo teológico fue un cambio en el rol del Pastor. Si negamos la Biblia, y Jesucristo no es más que un maestro ejemplar, para qué seguir perdiendo el tiempo preparando sermones y predicando teorías huecas. Cuando el mundo se muere de hambre, es hora de dejar la palabra de Dios para hacer que las piedras se conviertan en pan, y que los ladrillos se transformen en casas donde los pobres puedan habitar… Más bien, que el Pastor sea una gelatina, que sabe congeniar con niños, jóvenes, adultos y ancianos; que los visite en el hospital; que ore en todos los cumpleaños de quince; que presida sobre bodas muy finas y lujosas; que entierre a los fieles con gran pompa y honor; que presida con la capacidad de un banquero la reunión de diáconos; y que sea un buen consejero para todos los que le pidan ayuda. Para qué perder tiempo orando y en el ministerio de la palabra, cuando podemos servir a las mesas…

Cuando leo mi Biblia observo que cuando Pablo y los apóstoles predicaban estallaban revoluciones violentas. Ahora, por el contrario, cuando estos genios iluminados del ministerio concluyen su predicación, todo lo que obtienen es que se les sirva un cafecito. Vaya honor y recompensa que han escogido para sí mismos. Ciertamente las ideas del liberalismo teológico han causado estragos en la fe y en el púlpito. Y una vez que el púlpito deja de ser lo que debe ser en el plan de Dios, allí comienza una espiral descendiente que contamina a más y más personas para su propia perdición. Cuando hablo de estas cosas, hablo como Pastor. Dios ha traído a mi congregación personas que salieron de iglesias dominadas por el liberalismo, y con lágrimas en los ojos, me han dicho más de una vez: «Pastor, ore por mis familiares que todavía están en la misma iglesia donde yo crecí, y allí nunca se les habla de la necesidad de ser salvos». Lo que hablamos no son cosas livianas y sin consecuencias. Es cuestión, más bien, de vida o muerte.

Tristemente, la influencia del liberalismo se extendió más allá de los límites de las denominaciones que le dieron la bienvenida y lo abrazaron como si fuera un hermano. Y mientras advertimos que el liberalismo teológico mató sus diez miles, los evangélicos, gracias a la influencia del liberalismo y a algunos virus que ellos mismos fabricaron, también han matado sus miles. Las iglesias evangélicas, pentecostales y carismáticas, aunque han crecido en forma numérica y han mantenido las doctrinas fundamentales de la fe, con todo, a la hora de comunicar el mensaje demuestran que no están libres por completo de esta influencia corrupta. Si el Señor les escribiera una carta a cada iglesia, tal como lo hizo en Apocalipsis, a un elevadísimo porcentaje les diría: «Yo conozco tus obras… Pero tengo contra ti…» (Ap. 2:2-4). ¿Cómo afectó esta corriente teológica a los tres movimientos principales dentro del evangelicalismo?5.

a. El movimiento evangélico:

Cuando la Biblia habla, Dios habla. La necesidad más apremiante de la iglesia contemporánea… es de la predicación expositiva poderosa que nutre al rebaño de Dios con el alimento sólido de su Palabra.

Frente a la amenaza del liberalismo los evangélicos respondieron con el lema: Volvamos a la Biblia. Estudiemos cuidadosamente su texto; expongámoslo con precisión profesional. Si esto hacemos, el púlpito recuperará su autoridad. Y estamos absolutamente de acuerdo con esta verdad, porque cuando la Biblia habla, Dios habla. La necesidad más apremiante de la iglesia contemporánea (tal cómo vamos a argumentar en nuestro próximo capítulo) es la predicación expositiva poderosa que nutre al rebaño de Dios con el alimento sólido de su Palabra. Sin embargo, toda bendición trae consigo las semillas de la autodestrucción. Todo éxito contiene las semillas del fracaso. Por tanto, al cruzar el amplio espectro que abarcan las iglesias evangélicas, queremos mencionar tres distorsiones que abundan en la actualidad. Si desea mantenerse fiel a Jesús y su mensaje, todo predicador evangélico del siglo XXI debe evitar caer primero, en la arrogancia intelectual y académica. Es decir, llegar a conocer el texto hasta la última iota y tilde de la ley, pero presentarlo sin la más remota manifestación del Espíritu Santo. La precisión y la erudición bíblica son el fundamento de nuestra tarea al desarrollar un sermón (tal como enseñaremos en el capítulo 10). No obstante, si todo lo que el mensajero lleva al púlpito es el resultado de un mero conocimiento erudito de gramática griega, del análisis histórico de las palabras del griego original, de reglas hermenéuticas aplicadas con toda exactitud, dejará a los oyentes morirse de sed en un desierto, no en un oasis. Si cuando el domingo llega la hora de predicar servimos a la mesa las cuatro interpretaciones del Apocalipsis, y discutimos si hay uno, dos o veinte Isaías, el trabajo es tan estéril como si ofreciéramos clases de historia o química. A. W. Tozer describió esta situación con términos más que elocuentes cuando dijo:

«La doctrina de la justificación por la fe –una verdad bíblica, y un bendito alivio del legalismo estéril y de los esfuerzos personales– en nuestro tiempo ha caído en mala compañía y ha sido interpretada por muchos de tal modo que pueden separar a las personas del conocimiento de Dios. Toda la transacción de la conversión religiosa ha sido reducida a algo mecánico y sin espíritu. La fe puede ser ejercitada sin tocar la vida moral y sin causarle ninguna vergüenza al ego Adámico. Cristo puede ser «recibido» sin crear ningún amor especial por él en el alma del creyente. La persona es «salva» pero no tiene ni hambre ni sed de Dios. En realidad se le enseña de forma específica a que se conforme con poco.

El científico moderno ha perdido a Dios entre las maravillas de su mundo; y nosotros los cristianos estamos en serio peligro de perder a Dios entre las maravillas de su palabra»6.

El apóstol Pablo tiene palabras crucialmente vitales para todos los predicadores evangélicos que han perdido a Dios entre las maravillas de su palabra: «… pues nuestro evangelio no llegó a ustedes en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre» (1 Ts. 1:5). La predicación cristiana auténtica tiene como único fundamento la palabra de Dios y un estudio serio y sistemático de ella, pero el fuego de lo alto debe descender sobre el sacrificio en la cumbre del Carmelo. De otra manera es querer edificar la iglesia con madera, heno y hojarasca, materiales combustibles que no resistirán la prueba del fuego cuando Dios examine nuestros ministerios (1 Cor. 3:10-15).

El segundo peligro que todo predicador auténticamente cristiano debe evitar, es creer que la predicación es un mero debate teológico. Muchos pastores contemporáneos al predicar dejan la impresión que para ellos la predicación es un diálogo intelectual con los que atacan nuestra fe. Es responder las preguntas de enemigos imaginarios. Parecerían razonar, que si lográramos que los inconversos vean la superioridad de nuestra posición, entonces vendrán a la fe. Sin embargo, debemos recordar que los hombres y mujeres nunca vendrán a Dios por la superioridad de nuestra postura filosófica, lo elaborado de nuestros razonamientos, o cuán brillantes puedan ser nuestros argumentos. Una de las manifestaciones más exageradas de esta tendencia es la de ciertos grupos que van a las universidades para tener debates con los exponentes de otras corrientes radicales. Y esperan que diferentes miembros de la audiencia puedan convencerse de la superioridad de los argumentos cristianos y de esa manera respondan a la fe.

Cuando vivía en Canadá fui invitado por uno de los ministerios para-eclesiásticos más reconocidos a nivel mundial a observar un debate en la universidad de British Columbia. Allí, el brillante apologista de este ministerio, debatiría al Dr. Henry Morgentaler. Este, un judío que sobrevivió a dos campos de concentración alemanes, era en aquellos días la fuerza más grande a favor del aborto en Canadá. Hasta el momento del debate, este hombre había abierto una sola clínica para abortos en Vancouver. El motivo de oración que se nos pidió antes del debate era que, el Dr. Morgentaler conociera a Jesús, y detuviera su marcha destructiva. Además, que los estudiantes que asistieran al debate, no solo aceptaran a Cristo, sino que detuvieran su curso de acción en caso que estuvieran considerando dar el paso de terminar con una vida humana.

Recordemos siempre que si una persona vendrá a creer en el evangelio, nunca será por sus propios razonamientos o los nuestros, sino por la obra de iluminación y revelación que el Espíritu Santo opera en el corazón humano.

Asistí al famoso debate, y me dejó la indeleble impresión que había presenciado un diálogo entre dos sordos. Como resultado del debate, el Dr. Morgentaler no aceptó a Jesús, y encima siguió abriendo clínicas a lo ancho de todo el mapa de Canadá. Tampoco recuerdo que un solo estudiante se haya interesado por la posición cristiana, más bien, cada vez que pudieron, aplaudieron al médico y abuchearon al evangelista.

Debemos entender que la apologética no tiene ningún poder a la hora de enfrentar a las huestes espirituales de maldad que se nos oponen. Más bien recordemos siempre que si una persona vendrá a creer en el evangelio, nunca será por sus propios razonamientos o los nuestros, sino por la obra de iluminación y revelación que el Espíritu Santo opera en el corazón humano. Un ser humano muerto en delitos y pecados y enceguecido espiritualmente por el dios de este siglo (2 Cor. 4:4), nunca vendrá a Jesús a menos que el Padre le traiga (Juan 6:44). Nuestra misión, por tanto, es proclamar los grandes hechos de Dios en Cristo Jesús y confiar que el Espíritu Santo hará la obra de convicción que Jesús prometió que haría, llevando el fruto que glorifique al Padre.

El tercer peligro al que muchos pastores evangélicos deben prestar atención, es hacer que el centro de la predicación sean los humanos, y no Cristo Jesús.

En los últimos treinta años, uno de los bisnietos del liberalismo que ha llegado a morar en muchísimos púlpitos evangélicos, es la idea de que si queremos atraer a personas a la iglesia, debemos predicar sermones que respondan a las necesidades sentidas de los oyentes. Los que sostienen estas convicciones anuncian que las virtudes de esta predicación son la clave para el crecimiento rápido de la iglesia. Nos dicen que si predicamos sermones interesantes, como los artículos de Reader’s Digest, las personas vendrán a la iglesia y nuestras posibilidades de alcanzarlos son tanto mayores.

Este razonamiento tiene algo de verdad. Es cierto que si queremos atraer a los inconversos, nunca lo lograremos predicando párrafos desconocidos como la parábola de Ahola y Aholiba. En ese sentido, hay infinidad de predicadores que deberían exclamar con Caín: «Grande es mi maldad para ser perdonada». Sus sermones responden a preguntas que nadie está haciendo, y dejan sin contestar las que todos nos estamos haciendo. Cuesta creer que en el culto del domingo, cuando la iglesia es visitada por el mayor número de no cristianos que llegan buscando respuestas para los dilemas de la vida, un predicador elija como tema: «La disciplina en la iglesia», o «Cómo ser un mejor amigo», o «Cómo tener mejor intimidad con mi esposa». Hacer esto es una muestra acabada de falta de sentido común. Habiendo tantos temas apasionantes en la Biblia para tratar, hay predicadores que todo lo hacen un aburrimiento.

La otra cara de la moneda, sin embargo, es que el camino al infierno está sembrado de buenas intenciones. El anhelo de alcanzar a las personas es uno que todos los cristianos verdaderos compartimos, pero si en el proceso centramos nuestro mensaje en las necesidades humanas a expensas de la persona y la obra de Cristo, los predicadores dejamos de ser médicos del alma para convertirnos en pobres curanderos. Es administrarle morfina al paciente para que no sienta el dolor, mientras el cáncer se lo come silenciosamente desde adentro. Después de todo, ¿cuáles son las necesidades sentidas que tiene un ser humano sin Dios? La respuesta la da esa vieja canción popular: «Tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor». Eso es todo. Así es como ellos ven la vida. Un ser humano muerto en delitos y pecados, no piensa en su alma, en la eternidad, en Dios, en cómo está su vida a los ojos de un Dios infinitamente santo, en que puede ganar el mundo y perder su alma, y que en consecuencia su necesidad más imperiosa y apremiante es la de un Salvador personal y poderoso. Por tanto, el mensaje cristiano siempre comienza con Dios; luego venimos nosotros.

En la lucha espiritual en la que nos hallamos enfrascados, al enemigo no le importa en lo más mínimo que las personas lleguen a la iglesia, que escuchen y aprendan de Dios, mientras no se les señale el pecado y la necesidad de un Salvador personal. Si nuestros sermones nos enseñan a triunfar sobre el stress, pero no nos indican el camino a la cruz de Cristo, el enemigo ya ganó la batalla. El Señor dijo: «Si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo» (Jn. 12:32). Esa cruz fue, es y será hasta el último día de la historia humana el centro de nuestra fe y la esperanza para nuestra redención, liberación y transformación personal.

Cuando los primeros misioneros cristianos llegaron a Groenlandia, encontraron a personas tan ciegas y depravadas moralmente, que pensaron que predicarles sobre Cristo sería una pérdida total de tiempo. Más bien se dijeron a sí mismos, «primero debemos mostrarles la diferencia entre el bien y el mal, en qué consiste una conducta buena y noble». Así lo hicieron, y después de años de labor no vieron ningún cambio. Sin embargo, todo comenzó a cambiar cuando un misionero a través de un intérprete le estaba hablando a uno de los nativos, y le compartió Juan 3:16. Para su sorpresa, el nativo le dijo: «¿Usted quiere decir que el Hijo de Dios dio su vida por un depravado groenlandés como yo?». «Así es», fue la respuesta del misionero. Cuánto mayor fue su sorpresa cuando el nativo le dijo: «¿Y por qué no me lo había contado antes?». El poder de la cruz con su luz comenzó a penetrar la oscuridad del error, la ignorancia y las supersticiones. Las conversiones a partir de allí vinieron por centenares.

La consecuencia de la tendencia actual de enfocar el mensaje en las necesidades humanas ha hecho que se produzca un cambio de centro, así la predicación ha dejado de ser Cristo-céntrica para pasar a ser antropocéntrica. Hace treinta años atrás el mensaje respondía a la pregunta: «¿Qué debo hacer para ser salvo?». En la gran mayoría de púlpitos cristianos contemporáneos el sermón contesta la pregunta: «¿Qué debo hacer para ser feliz?». Quién puede extrañarse entonces de que un día el pastor anuncie: «A mí me gusta predicar sermones que les hagan sentir bien, pero hoy voy a predicar uno de los otros». Tales pastores dejan la impresión de que su meta al predicar es hacer que el hijo pródigo sea feliz en el chiquero, no que retorne a la casa del Padre. El resultado de esta filosofía del ministerio de la predicación es que muchas iglesias contemporáneas están llenas de cristianos muy felices y contentos, pero completamente estériles a la hora de hacer avanzar el reino de Dios. Cristo es un buen amigo, consejero y consolador, pero nunca el Señor y Salvador que demanda un discipulado radical donde todas las áreas de nuestra vida deben ser colocadas bajo su señorío. Y una iglesia con este tipo de creyentes nunca podrá ayudar a transformar la comunidad donde se encuentra.

Mientras las iglesias que abrazaron el liberalismo teológico han entrado en picado en los últimos cien años, las iglesias evangélicas han crecido en número y han plantado miles de iglesias nuevas. Sin embargo, nunca debemos olvidar que los números por sí mismos no necesariamente validan todos los programas y filosofías de la predicación y el ministerio. Si de números se trata, entonces, la iglesia católica romana, con 1.100 millones de fieles, es el movimiento religioso más exitoso del mundo. ¿Hace falta dar más explicaciones? Estoy convencido que si somos fieles a Cristo y su mensaje, y predicamos la Biblia con precisión, relevancia y bajo la unción del Espíritu Santo, buscando exaltar a Dios, toda iglesia ciertamente crecerá en forma numérica y cualitativa por la bendición del Altísimo. Por tanto, cuidémonos de no caer en las tres trampas que hemos compartido y que han atrapado a muchos púlpitos. No quisiéramos para nosotros el veredicto que Jesús dio a la iglesia de Sardis: «Tú tienes nombre de que vives, pero estás muerto» (Ap. 3:1).

Hace treinta años atrás el mensaje respondía la pregunta: «¿Qué debo hacer para ser salvo?». En la gran mayoría de púlpitos cristianos contemporáneos el sermón contesta a la pregunta: «¿Qué debo hacer para ser feliz?»

b. El movimiento Pentecostal:

En los primeros albores del siglo XX, mientras el liberalismo como un león rugiente buscaba a quién devorar, y mientras los evangélicos luchaban por encontrar respuestas racionales y filosóficas para contrarrestar ese ataque, muy pocos se imaginaron que Dios estaba empezando una obra totalmente nueva para seguir edificando y renovando su iglesia. En un proceso que duró varias décadas, distintas personas en diferentes puntos de Inglaterra y Estados Unidos, comenzaron a buscar el rostro de Dios pidiendo un retorno del Pentecostés del libro de Los Hechos. Finalmente, la respuesta llegó en el año 1906 con el avivamiento que estalló en el centro de la ciudad de Los Ángeles. Ese evento en la calle Azusa se considera el «nacimiento oficial» de la iglesia Pentecostal.

Al comienzo, tanto los liberales como los evangélicos se burlaban de estos «fanáticos sin cerebro». Con su superioridad intelectual y frialdad de corazón los miraban desde arriba, los tenían en poco y los atacaban con furia. Parece que unos y otros nunca habían leído el consejo de Gamaliel (Hechos 5:33-34). Lo cierto es que, un siglo más tarde, las mesas se han invertido y son los pentecostales, en sus múltiples manifestaciones, quienes ahora con un crecimiento numérico que sobrepasa los 200 millones de personas en todo el mundo, miran desde arriba a los liberales y evangélicos. Y mientras uno no puede por menos que dar gracias a Dios por esta nueva corriente dentro del cristianismo que significó la salvación de millones de personas, al mismo tiempo debemos mostrar, que aunque la influencia del liberalismo teológico fue casi nula sobre este nuevo movimiento, con todo, al adoptar los valores que abrazaron, introdujeron un nuevo tipo de predicación.

A diferencia con las iglesias cargadas de liturgia y sus cultos programados hasta el más ínfimo detalle, las iglesias pentecostales valoran la espontaneidad. Y el hecho de que en el comienzo tuvieron un genuino mover del Espíritu Santo, hizo que muchos predicadores llegaran a pensar que ese debía ser el modelo ideal de la predicación. Es decir, la predicación improvisada, porque según ellos Dios les llenaría la boca al hablar. A fin de hallarle un fundamento bíblico a tal modo de pensar, tomaron Mateo 10:19-20:

«Pero cuando los entreguen, no se preocupen por cómo o qué hablarán, porque en aquella hora les será dado lo que han de hablar. Pues no son ustedes los que hablan, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en ustedes».

Soy el primero en reconocer que a lo largo de la historia de la iglesia, cuando hubo verdaderos avivamientos espirituales, muchos predicadores dieron testimonio que encontraron que sus labios eran llenados con palabra fresca y abundante proveniente de lo alto. Las demandas incesantes de las personas no les dejaban tiempo para el estudio, y el Espíritu Santo venía con poder y gracia sobre ellos dándoles palabra nueva y gran poder de convicción. Sin embargo, la promesa de Mateo 10 no tiene ninguna relación ni con los avivamientos, ni con la tarea de preparación que todo pastor debe cumplir semana tras semana en relación a la predicación. Esta promesa del Señor era para cuando los creyentes fueran perseguidos por poderes hostiles. En esos momentos, cuando quedaran sin ninguna ayuda humana, el Señor se encargaría de suplir su falta de adecuada preparación con su poder sobrenatural hablando a través de ellos. De ninguna manera esta es una promesa de bendición para compensar la flojera, la desidia y la falta de estudio. Y para hacer las cosas mucho más difíciles aún, al menos aquí en Norteamérica, hace décadas que cesaron los vientos del avivamiento, por tanto, mejor que el pastor se ponga a estudiar en serio si espera presentar un sermón decente a su pueblo. No obstante, una vez que los malos hábitos echan raíces, siempre se hace muy duro poder arrancarlos.

En el año 1991, junto con mi esposa visitamos California para una semana de descanso. Nos hospedamos frente a Disneylandia, y ese jueves por la mañana cuando salimos a caminar, vimos un gran cartel que anunciaba: «Melodyland: Gran servicio de milagros. Jueves a las 11 am». Miramos el reloj, eran las 10:50 y ahí nos fuimos a visitar un lugar totalmente desconocido. Nos llamó la atención el auditorio, nunca, ni antes ni después, vi uno con forma circular. Los asientos rodeaban al púlpito en un círculo completo. El santuario, según mis cálculos, debería tener capacidad para unas 5.000 personas. Esa mañana, sin embargo, la asistencia no era más de cien personas. La calidad de la música nos impresionó muy favorablemente, al punto que decidimos regresar el domingo para el culto principal. Ese domingo la audiencia fue de unas quinientas personas. Nos retiramos pensando, ¿qué habrá ocurrido aquí en el pasado que llevó a la construcción de un templo de semejante tamaño? Años más tarde supimos que esa iglesia fue uno de los focos más brillantes de la renovación carismática en la década de los sesenta, y que en ese auditorio los asientos no eran suficientes para todos los que querían ser parte de la acción7.

Pero si hubo algo que nos decepcionó, tanto el jueves como el domingo, fueron los sermones. Evidentemente, los dos pastores eran fieles representantes de la tradición Pentecostal. Sus temas pasaron por el libro de Daniel, Deuteronomio, Lucas, Romanos, Salmos, etc. No tenían un tema central, más bien eran una colección de retazos multicolores, sin forma ni propósito. Este mismo tipo de contenido lo he hallado en un sin fin de iglesias que he visitado y al escuchar a docenas de mis estudiantes en las clases de Predicación en los colegios que enseño. En la Biblia leemos que cuando Moisés bajó del Monte Sinaí, su rostro resplandecía al reflejar la gloria de Dios. Esto llevó al pueblo a pedirle que cubriera su rostro con un velo porque no le podían mirar. Moisés accedió al pedido. Con todo, cierto tiempo después el brillo desapareció, pero Moisés continuaba cubriéndose el rostro con el velo. La historia ilustra cabalmente el principio que estamos estableciendo: que hay ciertas cosas que ocurrieron en el pasado de forma sobrenatural, más un elevado número de personas siguen aferrándose a la forma aun cuando la realidad ya no exista.

Soy el primero en defender la idea de que hoy Dios sigue hablando a su pueblo, la pregunta es: ¿cuándo y dónde lo hace? A mí me habla principalmente en mi estudio cuando estoy preparándome y desarrollando mi sermón para el próximo domingo. ¿Me habla también cuando estoy en el púlpito? Por supuesto. La práctica, sin embargo, me ha enseñado a no confiarme, porque nunca estoy muy seguro si lo que me viene a la mente en un determinado momento es la voz de Dios, o son mis propios razonamientos que me impulsan a decirle algo fuerte a algún mal educado que está molestando y distrayendo a los demás. Si usted no está viviendo en tiempos de una visitación espiritual poderosa, le ruego que se ponga a estudiar y no haga que el nombre de Cristo llegue a tener una pobre reputación por su charlatanismo barato.

Esta diferencia en la forma de concebir la predicación ha dado como resultado que los pentecostales acusan a los evangélicos de ser «luz sin fuego», y los evangélicos les devuelven el favor diciendo que los Pentecostales son «fuego sin luz». Esta polaridad no debe existir. La verdadera predicación cristiana debe combinar los dos elementos en forma balanceada. Jesús dijo que Juan el Bautista fue «una antorcha que ardía y alumbraba» (Jn. 5:35). En él se combinaban el conocimiento y la pasión. Lo mismo se debe decir de nosotros.

c. El movimiento carismático:

En un domingo de enero, en pleno invierno canadiense, junto con mi familia decidimos visitar una iglesia evangélica cercana a nuestra casa. Llovía y hacía un frío intenso, por tanto, bajé a Frances y a Christopher en la puerta de la iglesia y yo fui a buscar un lugar para dejar nuestro automóvil. Como siempre ocurre con los visitantes, me tocó ir hasta el punto más lejano del estacionamiento. Entre que volví al santuario, colgué mi abrigo y el paraguas, se me fueron varios minutos del culto. Cuando me acerco a la puerta del salón de reunión uno de los ujieres me extiende el programa y me saluda. Después de contestar a las preguntas habituales, le digo: «Se ha hecho tarde… mejor que entre ya». «No se haga problema», fue su respuesta, «no perdió nada. Solamente los cantos».

La respuesta de este hermano en Cristo describe con precisión absoluta la manera de pensar de la gran mayoría de los evangélicos a lo largo de los últimos siglos y de una pequeña minoría en el presente. La idea que se sostenía era, que el componente central del culto era el sermón, y los cantos eran apenas un aperitivo para el plato principal. En algunos casos las canciones eran una excusa para darles unos minutos extra a los que siempre llegan tarde; en el mejor de los casos, era para crear una cierta «atmósfera» para la predicación. Esta forma de pensar habría de ser desafiada y alterada a partir de la aparición del movimiento carismático.

Partiendo desde el tronco principal del pentecostalismo, el movimiento carismático hizo su aparición en la década de los sesenta, y desde entonces se ha difundido por todo el mundo. Sus doctrinas han sido básicamente las mismas del movimiento pentecostal, pero su contribución distintiva al reino fue volver a descubrir el valor de la adoración a Dios. Unido al momento en que Los Beatles hacían su impacto en la cultura popular, este movimiento trajo un nuevo estilo de «adoración» (traducido… de hacer música). Los viejos himnos fueron reemplazados por canciones cortas; el piano y el órgano de tubos fueron cambiados por la batería, el piano y las guitarras eléctricas; la rigidez corporal de los evangélicos dio lugar a las palmas, los brazos levantados y diversas formas de expresión corporal. Mientras antes los cantos eran un relleno dentro del culto, ahora las canciones espirituales llegaron a ser su componente primordial.

Este nuevo movimiento también tuvo su impacto sobre la predicación cristiana. Una de las novelerías que comenzaron a difundir es que la iglesia crece por el poder de la alabanza. Estoy de acuerdo cuando la Biblia enseña que Dios vive en medio de las alabanzas de su pueblo (Sal. 22:3); y al leer relatos como el de 2 Crónicas 20 y la gran victoria militar que obtuvo la nación de Judá a consecuencia de «comenzar a alabar», debemos reconocer que la alabanza es un arma poderosa para el avance del reino. Por tanto, debemos darle la bienvenida a este nuevo énfasis que volvió a colocar la alabanza y la adoración en el lugar que le corresponde dentro de nuestros cultos. Sin embargo, cuando uno escucha a algunos líderes afirmar que la alabanza es el medio principal para el crecimiento de la iglesia, se queda asombrado frente a otro caso de una brutal miopía doctrinal e histórica. ¿Qué decimos frente a esta idea? Quisiera responder apelando a la Biblia, a las lecciones de la historia de la iglesia y a los ejemplos del presente.

Según la Biblia, la misión de la iglesia es hacer discípulos para Jesucristo (Mt. 28:18-20)8. El mismo Señor nos indicó que para que las personas llegaran a ser discípulos maduros, debíamos enseñarles a guardar todas las cosas que él nos mandó. La predicación y la enseñanza de la Palabra de Dios son los dos pilares fundamentales del discipulado. A la enseñanza luego le agregamos: la comunión con los hermanos, el servicio a los demás, la oración colectiva, el compartir la fe con los de afuera, etc. Y cuando crecemos en el conocimiento de Dios, entonces, la oración, la alabanza y la adoración llegan a ser la máxima expresión de nuestro amor hacia él. Al conocer el ser de Dios y la grandeza de su amor para con nosotros respondemos con el deseo de que Cristo sea exaltado en nuestra vida y sobre todo el universo. Cuando nos reunimos como iglesia, por ende, es para darle gloria, honra y honor a Jesús, que es el Cordero de Dios y él único que merece recibirla. La calidad de nuestra adoración siempre será en medida proporcional a nuestro crecimiento personal. Y no me cabe la menor duda que cuando declaramos la gloria de Dios a los principados y potestades (Ef. 3:10), al elevar nuestras voces, el mundo espiritual queda impactado y el Espíritu Santo tiene libertad para moverse en medio de su pueblo. Y de esa manera abrimos las puertas para mayores conquistas.

Sin embargo, si una persona será salva, primero tendrá que aceptar ciertas verdades proposicionales que deberá entender con la mente, creer con el corazón y confesar con la boca (Rom. 10:8-9), y ponerlo en práctica en su vivir diario. La alabanza no tiene ningún poder para lograr semejantes resultados. La alabanza podrá ablandar el terreno duro, pero si luego sobre ese terreno preparado no se siembra la semilla de la palabra viva, en vano trabaja el labriego. La enseñanza y la alabanza siempre deben ir tomadas de la mano. Pero mucho cuidado con confundir el orden: la predicación siempre debe conducir a la alabanza, nunca al revés.

Años atrás llegó a nuestra iglesia un hermano que ilustra hasta qué extremo se puede llegar a distorsionar una buena enseñanza. Me contaba que en su iglesia solamente se reunían para adorar, y sus cultos muchas veces ¡se extendían hasta siete horas!!! Se jactaba de que ellos no abrían la Biblia en el culto. Me contaba que la alabanza era una experiencia emocional liberadora y que regresaban a casa exhaustos, pero muy «livianos» para encarar la semana. Mientras me compartía semejante modelo de culto público, no pude menos que pensar, ¿qué diferencia hay entre estos «adoradores» y los espectadores que van a un partido de fútbol, y tienen una catarsis emocional al «adorar» a su equipo favorito gritando y blasfemando durante dos horas? Ellos también regresan a casa «livianitos y renovados emocionalmente». Este tipo de cristianos y modelo de culto son el ejemplo viviente de la corriente que ha atrapado a muchos ingenuos en la actualidad, y es que adoran la adoración. La adoración es todo lo que importa. Especialmente, si se adora imitando a los artistas de moda (aunque los tales se hacen llamar adoradores, salmistas, etc.). Todo lo demás, inclusive la predicación, carece de valor. La adoración es buena para ellos. Si Dios aprueba o reprueba semejante ejercicio, no les preocupa mucho.

La enseñanza y la alabanza siempre deben ir tomadas de la mano.

Además, no olvidemos las lecciones de la historia. Durante veinte largos siglos la iglesia envió a sus misioneros por todo el mundo a invadir el reino de las tinieblas. Comenzando en el libro de Hechos, y hasta hoy, no recuerdo un solo caso de que una junta de misiones haya enviado un equipo de alabanza para conquistar un nuevo país para Cristo. Más bien, fueron enviados hombres y mujeres con labios y corazones en fuego, y donde quiera que llegaron, Dios honró su palabra con resultados asombrosos y milagros portentosos. Y en la medida que se fueron formando iglesias, apareció entonces la alabanza como un componente fundamental del culto público. La alabanza siempre fue una consecuencia de la palabra predicada, nunca al revés.

No olvidemos tampoco las lecciones del presente. En la actualidad hay millares de iglesias que han adoptado la «alabanza contemporánea», y no crecen ni en calidad, ni en números. Por el contrario, hay otras que dan la impresión de que cuando entramos al culto regresamos a 1910 y, sin embargo, crecen en forma sostenida. ¿Qué hace la diferencia? ¡El predicador y la vida de oración de la congregación! Conozco iglesias que tienen una adoración muy poderosa, pero luego pasa al púlpito alguien que tan pronto abre la boca, cancela todo lo bueno que se pudo haber logrado. Por el contrario, hay tantas congregaciones que después de haber adorado le entregan al pastor una audiencia chata y aburrida, con todo, ese hombre por sus cualidades personales (profesionales y espirituales), resucita los muertos y los impacta con el poder del mensaje cristiano. Recordemos siempre que una sola persona con corazón en fuego es más peligrosa para el reino de Satanás que mil millones de músicos profesionales que operan sin ninguna autoridad espiritual.

Alguien con toda razón podrá preguntar, «Pero entonces, ¿el liberalismo teológico no ha tocado al Pentecostalismo y al movimiento carismático?». La respuesta viene del libro de los Jueces: «… y se levantó otra generación después que ellos que no conocía al Señor, ni la obra que él había hecho por Israel» (Jue. 2:10). Las dos valiosas lecciones que me enseña esta afirmación bíblica para el día de hoy es que, primero, las conquistas del ayer, de nada valen para una generación que no ha visto las obras de poder, y segundo, que no se puede pasar el avivamiento de generación en generación, a menos que los jóvenes de la nueva generación lo pidan a Dios con el mismo fervor con que lo suplicaron sus antepasados. La historia de todas las denominaciones cristianas es que comenzaron con un verdadero mover del Espíritu Santo, bajo el liderazgo de una persona con corazón en fuego, apasionado por conocer la gloria de Dios. Pero una vez que esa persona pasó de la escena humana, sus seguidores al no tener su mismo poder reemplazan el espíritu con la forma. A medida que pasan sucesivas generaciones el avivamiento da paso a la institucionalización. Y estos dos movimientos genuinos en sus principios, no son la excepción a la regla.

En el presente estos dos movimientos, a fin de capacitar la nueva generación de ministros que sirven a sus iglesias, han fundado Institutos Bíblicos y Seminarios Teológicos. Y es allí donde el liberalismo, agazapado, les espera para infiltrarles. Es una triste realidad que la mayor parte de la educación teológica en Norteamérica se conforma a los patrones establecidos por los liberales. Una vez más hablo como Pastor. Varios jóvenes de mi propia iglesia han elegido tomar cursos académicos en diversos colegios cristianos, algunos de corte carismático. Y a pesar de todas las advertencias que les hago antes de iniciar el camino, al poco tiempo regresan diciendo: «Pastor, ¿Usted sabe lo que enseñan en ese colegio?». Cuando uno recibe semejantes noticias, no puedo dejar de pensar para mis adentros: «Ya te conozco camaleón». Por el momento, nadie parece percibir el cambio profundo que se experimenta en todo el mundo, pero a su debido momento las semillas plantadas darán su propia cosecha, y entonces, las luchas que tuvieron las otras denominaciones evangélicas en años anteriores, será la lucha que tendrán que hacer los dos movimientos que mencionamos.

Alguien, al leer lo que acabamos de compartir, puede llegar a preguntarse: ¿Por qué nos comparte tantas cosas que ha vivido y visto en Estados Unidos de América? ¿Qué tiene que ver con nosotros que somos hispanos y vivimos a miles de kilómetros de allí? A modo de respuesta, permítame hacerle algunas preguntas. ¿Qué país conoce en el mundo que su origen haya estado fundamentado en la fe protestante? ¿Qué país cuenta con el mayor número de iglesias cristianas? ¿Qué país ha enviado el mayor número de misioneros a todos los rincones del mundo? Mire su biblioteca y pregúntese: ¿De qué nación son la mayoría de escritores cristianos que he leído desde que conocí a Cristo? ¿Dónde logró el liberalismo tener su mayor impacto? ¿Dónde nacieron los movimientos Pentecostal y Carismático? ¿En dónde se originaron los Testigos de Jehová, los Mormones, los Adventistas del Séptimo Día, la Ciencia Cristiana? La respuesta común a todos estos interrogantes es una sola: Estados Unidos de América. Todo lo que ocurre en Estados Unidos, inexorablemente afecta al resto del mundo, nos guste o no nos guste. América, como le llaman aquí, es el exportador número uno al resto del mundo tanto de cosas buenas como malas en todos los órdenes de la vida, incluyendo la religión. Todo lo que se genera aquí, se copia en el resto de los países. Cuando Dios me llamó a su servicio y sentí la necesidad de prepararme de forma adecuada, no dudé por un momento de que vendría a Norteamérica, por considerarlo el país líder en educación teológica. Y debo confesar que la experiencia ha sido bien positiva, ya que encontré hombres de Dios dignos de admiración y de ser imitados, y como en toda profesión, algunos de los otros también. A otros, no les fue tan bien. Al igual que los israelitas de la antigüedad que llevaban sus arados y espadas para que los filisteos se las afilasen, así también muchos jóvenes latinos vinieron a Estados Unidos buscando formación profesional. Pero terminaron en el lado equivocado de la cerca, y en consecuencia, en lugar de recibir un bautismo en fuego, recibieron un bautismo de hielo y un vendaval de incredulidad que les robó la fe y el poder. La lección de todo esto es simple: si entendemos lo que pasa en Estados Unidos a nivel histórico, doctrinal y ministerial, comprenderemos de donde provienen las corrientes de pensamiento que han formado nuestra manera de pensar y hacer las cosas en nuestras iglesias en Latinoamérica. Y al mismo tiempo, confío que el compartir lo que digo nos ayude a entender mejor lo que vendrá y hacer los cambios de curso necesarios, a fin de evitar caer en las mismas trampas que describimos.

Frente a este cuadro que acabamos de describir, ¿cuál debe ser la respuesta de aquellos que sinceramente amamos la Biblia y su mensaje? ¿Cuáles deben ser las prioridades en cuanto a la predicación cristiana de alguien que genuinamente ama a Jesús y desea completar la misión que él comenzó? La respuesta la hallaremos mirando las prácticas y enseñanzas del Señor, y cómo entendieron los apóstoles la misión que ellos debían cumplir una vez que Cristo fuese retirado a la gloria.

Si Jesús es la imagen del Dios invisible, el Hijo de Dios hecho hombre, el corazón de nuestra fe y el centro de la historia humana, entonces su ejemplo, enseñanzas y órdenes, son el fundamento de todo lo que los ministros cristianos debemos hacer. Comencemos con el evangelio de Marcos, que es el primer relato escrito de la vida del Salvador. Allí leemos: «Después que Juan fue encarcelado, Jesús fue a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios. Decía: ‘El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentíos y creed en el evangelio!’» (Mc. 1:14-15). ¿Cuál fue el primer acto público de Jesús, después de haber completado su preparación? ¡Jesús comenzó a predicar! Su mensaje era en relación al Reino de Dios que había irrumpido en la historia humana, y por tanto, demandaba una respuesta personal. Note bien que durante la tentación en el desierto Jesús rechazó las ideas satánicas de introducir el reino mediante la acción social, llegando a ser un ‘showman’, y cediendo a la seducción de la fama y el poder político. Jesús se levantó del desierto para ir a la cruz. Únicamente de esa forma se introduciría el reino de Dios. ¡Y para que las masas recibieran este mensaje comenzó a predicar!

En Marcos 1:21 leemos: «Entraron en Capernaum, y el sábado entró Jesús en la sinagoga, y comenzó a enseñar». Jesús buscó la zona del país más densamente poblada y escogió la sinagoga como el lugar más propicio para dar a conocer su mensaje. Todos los sábados en la sinagoga se leía la ley, y luego se explicaba su significado. Esto no ocurría en el templo. Por tanto, Jesús eligió el lugar donde su mensaje tendría el mayor número de oídos, y desde allí correría por el resto de las naciones. Es digno de notar que hasta aquí no hay ningún milagro. El Señor buscaba la transformación de la persona, y ese proceso se llevaría a cabo tal cual él mismo lo había prometido en Jeremías 31:33: «Pondré mis leyes en las mentes de ellos y las escribiré sobre sus corazones». Y para lograr su propósito comenzó a predicar de forma pública y a enseñar en las sinagogas.

Avanzamos unos pocos versos y encontramos que, «Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Lo buscó Simón, y los que con él estaban; y hallándolo, le dijeron: ‘Todos te buscan’. Él les dijo: ‘Vamos a los lugares vecinos para que predique también allí, porque para esto he venido’. Y predicaba en las sinagogas de ellos por toda Galilea, y echaba fuera los demonios» (Mc. 1:35-39). El día anterior a este relato había sido uno de intenso trabajo ministerial. Jesús realizó muchas obras de poder (sanaciones y liberaciones) después de la caída del sol. Y a pesar del desgaste físico y emocional que esta obra demanda, encontramos a Jesús, antes de que saliera el sol, apartándose a orar. Esto nos deja ver cuáles eran sus prioridades en relación al Padre y a la tarea que tenía por delante. Pero escuchando la petición de Pedro, de que hay otros centenares esperándolo para recibir el toque de su mano, Jesús nos enseñó sus prioridades en cuanto al ministerio. Jesús, vino a mostrarnos cómo siente Dios por nosotros, y por lo tanto, ministró su compasión a los enfermos y demonizados. Sin embargo, ante la oportunidad de convertirse en un mero «milagrero», prefirió dejar a las multitudes esperando, para predicar su mensaje en otras aldeas. ¿Cuál es la explicación? «…porque para esto he venido». Las prioridades del Señor estaban bien claras. ¿Cómo están las nuestras?

Salteamos Marcos 2:1-2, y cuando llegamos al capítulo tres encontramos que Jesús llama a sus apóstoles. Cuando comparamos los relatos de Marcos9 y Mateo, encontramos que Cristo llamó a estos hombres para un ministerio de cuatro niveles: «Estar con él», primer nivel; «Predicar», segundo nivel; «Liberar personas demonizadas», tercer nivel; «Sanar a los enfermos», cuarto nivel10. Aquí encontramos el mismo orden que Cristo siguió, las mismas prioridades que rigieron su vida. Lo que él hizo esperaba que también lo hicieran sus discípulos. El orden es significativo. Primero debían aprender a conocer su persona, entender su programa de redención, luego deberían proclamarlo y al hacerlo le abrirían las puertas a Dios para hacer las obras de poder. Es imposible no ver que la tarea de la predicación es críticamente valiosa en la mente de Jesús para expulsar las tinieblas del error y traer la luz de su verdad. Uno podría seguir multiplicando ejemplos tomados de la vida del Señor, pero prefiero dejarle a usted los deberes para que los haga en casa.

Si lo que acabamos de considerar fue lo que Cristo modeló en su ministerio y misión, ¿qué hicieron los apóstoles cuando quedaron solos? ¿Cuál era el plan de acción que debían ejecutar? ¿Qué encontramos en el libro de Los Hechos? ¡Exactamente lo mismo que hizo Jesús! La iglesia cristiana tuvo su nacimiento en el día de Pentecostés (Hch. 2). Al derramarse el Espíritu Santo sobre los discípulos de Cristo comenzó una nueva economía en el plan de Dios. En esa ocasión fue interesante que el Espíritu de Dios eligiera la forma de lenguas de fuego para descender sobre los que le aman. Un preanuncio de cuál sería la tarea y el tono del ministerio que debían cumplir los suyos: ¡comunicar el mensaje con un corazón ardiente! Y efectivamente así fue. ¿Qué hizo Pedro tan pronto vio la multitud reunida? ¡Comenzó a predicar! Y los once apóstoles lo respaldaron estando de pie junto a él, porque estaban de acuerdo en que predicar el mensaje de Cristo era lo que tenían que hacer. Esa era su prioridad. ¡Y vaya resultados que hubo! Sabían que debían ser testigos de Jesús y su poder (Hch. 1:8), por tanto, oraron durante cuarenta días, y tan pronto recibieron la unción de Dios, dieron inicio al programa de predicación más portentoso que hemos conocido. Muy bien podemos afirmar, entonces, que la iglesia de Jesucristo nació con el derramamiento del Espíritu Santo y mediante la predicación de un sermón ejemplar.

Sin embargo, la iglesia nunca creció en un vacío. Satanás se puso en movimiento de forma inmediata para frenar este movimiento glorioso y transformador. Primero intentó frenar a la iglesia mediante la oposición externa: la persecución de las autoridades eclesiásticas judías (Hch. 3:4; y 5:12-42). Cuando esto no resultó, intentó destruirla desde adentro. Usando la falsedad de Ananías y Safira (Hch. 5:1-11), y luego con el problema de la distribución de la comida (Hch. 6:1-7). Este problema era bien complicado. No hay nada que engendre peores resentimientos, sospechas y conflictos, que la percepción de favoritismo a lo largo de líneas étnicas o raciales. Esta murmuración tenía el potencial de dividir y frenar a la iglesia allí mismo. Si los líderes no hacían nada, la iglesia se detenía, pero si ellos abandonaban sus prioridades y comenzaban a servir a las mesas, la iglesia también se moría. Fue así que resolvieron el conflicto estableciendo un grupo de servidores que atendiese a la necesidad de las viudas. De esa manera ellos podían mantenerse centrados en lo que era su misión primordial: «No es conveniente que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas… Nosotros nos entregaremos a la oración y al ministerio de la palabra» (Hch. 6:2-4) Los apóstoles entendían de forma bien clara para qué estaban en la tierra. ¿Lo sabe usted de la misma manera?

Quisiera agregar un ejemplo más que viene de las epístolas y la vida del apóstol Pablo. Cuando abrimos 2 Timoteo, descubrimos que este hijo espiritual del apóstol ha sido dejado en Éfeso (1 Tim. 1:3). Esa iglesia, es muy probable que estuviera compuesta de millares de personas, y ser pastor de semejante rebaño era un desafío colosal para este joven. ¿Qué debía hacer para poder sobrevivir en este ministerio? Pablo le instruye en 1 Timoteo 4:12-16 con palabras que todo ministro debe tener muy presentes cada día al desenvolverse en su labor. Primero, le dice Pablo, trabaja en tu ser interior, en tus actitudes (4:12). Si los hermanos te perciben como alguien que trasmite sinceridad en todo lo que hace, te respetarán, te escucharán y te seguirán hacia las metas que Dios les propone. Segundo, le aconseja qué debe hacer en el culto público cuando la iglesia está reunida: «Ocúpate en la lectura pública11 de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza» (4:13) Estos debían ser los tres pilares de su ministerio público. En aquellos años cuando las personas no cargaban una Biblia en el celular, era mandatario que se les leyera la Biblia en el culto. Y, francamente, qué bueno sería que esta práctica resucitase en muchas iglesias. Es evidente que no por tener la Biblia impresa, o en versión electrónica, las personas la leen durante la semana. Y el que no lee no es mejor que el que no sabe leer. Pero además Pablo dice: Ocúpate en la enseñanza. Esta debía ser su arma principal en el combate espiritual, y la herramienta primordial para edificar a los creyentes en la fe. Y esta enseñanza debía tener un tono positivo, ya que debía estar encaminada a alentar y consolar. Luego en los versos 14 y 15 le da varios consejos personales, y en el verso 16, concluye este párrafo enseñándole a Timoteo cuales serían los resultados si ponía en práctica lo que se le recomendaba que hiciera: «… porque si haces estas cosas, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren» (4:16). Cuando Pablo usa la palabra salvación no está hablando de la salvación del alma. Timoteo ya era salvo desde que recibió el mensaje (Hch. 16:1); ahora usa la acepción que nos da a entender «salvarás tu ministerio». Si quieres evitar el naufragio y completar el viaje con éxito, entonces, ¡predica! Y al hacerlo estarás haciendo lo mejor por ti mismo y por todos aquellos que Dios confió a tu cuidado. Pablo, sabía mejor que nadie cual era el corazón del ministerio cristiano. Había aprendido de Jesús, lo aplicaba él mismo, y se lo recomendaba a todos los que tienen oídos para oír, comenzando desde Timoteo.

Podríamos seguir ofreciendo varios ejemplos más, pero creemos que los que hemos ofrecido son más que suficientes para fundamentar el propósito de este escrito. Ciertamente vivimos en días cuando si a la predicación le preguntáramos, «¿Qué heridas son estas en tus manos?», con las palabras del profeta, nos respondería: «Con ellas fui herido en casa de mis amigos» (Zac. 13:6). Si la predicación está en crisis es porque ha sufrido más en los últimos ciento cincuenta años a manos de los predicadores cristianos, que de todos los burladores unidos de nuestra fe. El enemigo ha empleado algunos cambios culturales y diversos caballos de Troya doctrinales para infiltrar con su engaño la obra de Dios. El liberalismo teológico hizo su obra destructiva en muchas denominaciones que un día fueron baluartes del reino. Al igual que en la parábola de la levadura que citamos en el encabezamiento, esta levadura ha fermentado toda la masa. Las tres corrientes principales del movimiento evangélico han sentido su impacto e influencia y a ello han agregado su propia colección de problemas y prácticas defectuosas. Esto explica la declinación de la predicación y la falta de poder de muchas iglesias contemporáneas. Y de la historia todos podemos aprender lecciones vitales si estamos dispuestos a escuchar, para no caer en las mismas trampas.

Aquel que no lee no es mejor que el que no sabe leer.

San Pablo nos explica en Efesios 4:11-14, que nuestro Señor resucitado es la cabeza del cuerpo, es decir, su iglesia. Y que él de forma soberana ha dado dones a distintos individuos para la edificación del cuerpo de Cristo. Así leemos:

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo... para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error...

Este párrafo vital para la iglesia de todos los tiempos, nos informa que Dios eligió dar, de acuerdo a la gracia que nos fue dada antes de los tiempos de los siglos, dones especiales a ciertos individuos. Estas funciones o dones tienen que ver con el establecimiento y crecimiento de la iglesia. Así tenemos los apóstoles para el establecimiento de la iglesia; los profetas y evangelistas para el crecimiento de la iglesia; y los pastores-maestros para edificación y fortalecimiento del cuerpo de Cristo. Cuando analizamos el rol que cumplen estas personas, los cuatro tienen que ver con la comunicación del mensaje cristiano. La predicación y la enseñanza de la Biblia es la ocupación primordial que deben cumplir. ¿Con qué propósito? ¿Cuán importante es su rol? Si usted lee con atención, de forma positiva, se nos habla del crecimiento del cuerpo. Mas también, porque el apóstol no era un ingenuo optimista, nos advirtió en el verso catorce del peligro que todos corremos de llegar a ser como embarcaciones a la deriva en un mar embravecido, agitado por vientos cruzados de doctrinas a cuál más errónea y nociva para la salud espiritual de nuestras almas. Este es el lado negativo. Lo que Pablo nos advierte era cierto en los tiempos apostólicos y mucho más cierto en estos últimos días. Los hombres que usan con astucia las artimañas del error para confundir a los indoctos están muy vivos y saludables. Y nunca olvide, que cuando los tales se le aproximan siempre lo hacen como dulces hermanos y amigos en la comunión del Cristo resucitado.

Cuán decisivo y vital es, por tanto, el rol que cumplen los guías del rebaño. Ellos han sido colocados por la mano de Dios para formar y desarrollar su familia alimentándolos con la verdad que nos llega por medio de su palabra. ¡Qué privilegio enorme! Pero si el guía está perdido, el daño que hace es inconmensurable. Al igual que a los fariseos de los tiempos de Jesús, bien se les puede aplicar lo que dijo el Señor: «Son ciegos guías de ciegos, y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo» (Mateo 15:14). No solamente está perdido él mismo, sino mucho peor aun, también destruye a otros que le han dado el cheque en blanco de su confianza personal. A estos individuos no les envidio la suerte cuando tengan que comparecer delante del tribunal de Cristo para dar cuentas de todo lo que hicimos en el cuerpo, sea bueno o sea malo (2 Corintios 5:10). ¡Qué tremenda responsabilidad es ocupar un púlpito cristiano!

¿Está usted en condiciones de discernir el error doctrinal? ¿Puede usted con los profetas de los tiempos de Eliseo decir; «hay muerte en la olla...»? ¿Puede usted señalar el puerto de destino final con toda seguridad, de modo que quienes confían en su capitán no sean sacudidos por los vientos de enseñanzas falsas? Confío que cada persona que lea estas páginas pueda responder con un «sí» rotundo a cada una de estas preguntas.

Sin embargo, no todo es oscuro, agrio o negativo en el reino de Dios. A lo largo y a lo ancho de nuestro mundo hay millares de hombres y mujeres que aman a Dios con sinceridad absoluta; que se deleitan en proclamar con fidelidad su mensaje de salvación; que creen las promesas que Dios ha hecho y que tienen el gozo de experimentar sus bendiciones de un modo creciente. Estas personas no le tienen miedo a las acusaciones falsas, ni a las burlas, ni a la falta de popularidad. No les pesa que los carguen con epítetos mentirosos: fanático, mente cerrada, fundamentalista. Sus fotos no salen en las tapas de ninguna revista cristiana, no son invitados a los congresos multitudinarios donde se lucen las celebridades de la música contemporánea, sus nombres son ignorados por la farándula cristiana. Sin embargo, en humildad pero llenos de convicción se levantan semana tras semana para predicar la Palabra (2 Tim. 4:2). La consecuencia es que, Dios aprueba sus ministerios. Sus nombres son muy bien conocidos en el cielo donde son amados y también en el mismísimo infierno donde son temidos. A través de sus mensajes los ciegos recobran la vista, los oprimidos son puestos en libertad, el evangelio es anunciado a los pobres, y la misión que Cristo comenzó en Nazaret continúa en el presente. Tales hombres y mujeres tienen un lugar de distinción entre las filas del Rey de reyes y el Señor de los señores. Las buenas noticias son que cada uno de nosotros podemos pertenecer a esa compañía tan distinguida. Elijamos bien hoy, que mañana segaremos una cosecha de gloria si no desmayamos. Y habiendo cumplido nuestra misión con fidelidad guardando el buen depósito que nos ha sido encomendado, ocupémonos de pasar la antorcha con luz bien encendida a la próxima generación: «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean competentes para enseñar también a otros» (2 Timoteo 2:2). Si obramos así, podemos esperar con confianza el día cuando digamos: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día, y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida» (2 Timoteo 4:7-8).

Preguntas para repaso, reflexión y discusión

1.El autor describe al liberalismo teológico como una de las tantas corrientes fraudulentas que existen en la actualidad, que trabajan para desmoronar la fe cristiana desde adentro. ¿Ha estado usted en su iglesia local o en su denominación expuesto a esta doctrina espuria? ¿Cómo lo sabe? ¿Puede reconocer a este enemigo de su fe?

2.Lea Efesios 4:11-14. Este párrafo nos enseña que Dios ha levantado líderes en la iglesia para evitar que los creyentes sean arrastrados por diversos vientos de doctrinas erróneas. ¿Cómo es posible, entonces, que haya tantos evangelios diferentes?

3.Lea 2 Timoteo 4:1-5. ¿Cuál es la mejor defensa que tiene una iglesia para silenciar la voz del error en todos los niveles?

4.Si fuese invitado a predicar en un congreso de Pastores, sobre el tema: «¿Cómo enfrentarse a los males de esta época?». ¿Qué texto utilizaría para basar su estudio? ¿Por qué?


1 El liberalismo teológico, conocido muchas veces como Liberalismo Protestante, es una corriente teológica que tiene sus orígenes en el Iluminismo; en forma especial, en la filosofía de Emanuel Kant y las creencias religiosas de Friedrich Schleiermacher. Es un intento de incorporar el pensamiento contemporáneo y los avances de la ciencia, a la fe cristiana. El liberalismo tiende a enfatizar la ética sobre la doctrina, y el valor de la experiencia personal sobre la autoridad de las Escrituras. Durante el siglo XX llegó a dominar la doctrina de las 7 denominaciones más antiguas dentro de Norteamérica. Los teólogos protestantes liberales abrazaron y alentaron la «Alta crítica» como el método fundamental del estudio de la Biblia.

Algunas de las enseñanzas más distintivas del liberalismo son: la Paternidad Universal de Dios, la hermandad del ser humano, el valor infinito del alma, el ejemplo de conducta de Jesús, y el establecimiento en la tierra del reino de Dios como una fuerza moral y ética. En trazos generales ha sido relativista, pluralista y no-doctrinal.

2 Si alguien lo desea, me ofrezco a hacerle un tour por la ciudad de Los Ángeles y mostrarle docenas de templos que se construyeron para albergar a más de 2.000 personas, y donde en la actualidad solo se juntan no más de 20 adoradores. Peor aún, le puedo hacer un recorrido por templos que un día se construyeron para predicar a Cristo, y que ahora están en manos de los budistas y mil religiones falsas, como consecuencia de que el Espíritu Santo abandonó esas congregaciones. Además puedo contarle varias historias de horror, que por razones de espacio no puedo hacerlo en estas páginas. Para mayor información le invito a visitar en Internet el reportaje que el grupo Barna hizo en 2009 sobre el estado de las iglesias «mainline». Buscar: Barna Group; «Report examines the state of Mainline Protestant Churches». Allí los números hablan por sí solos.

3 El Centro de investigaciones PEW condujo un estudio en el año 2008 y reportó que de 7.500 cristianos entrevistados de las iglesias Mainline, solamente el 22% afirmaron creer que la Biblia es la palabra de Dios y debe ser interpretada de forma literal. 38% afirmaron que la Biblia es la palabra de Dios, pero no debe ser interpretada de forma literal. El 28% afirmaron que la Biblia no es la palabra de Dios, sino un libro de origen puramente humano.

4 El estudio del grupo Barna revela que las denominaciones Mainline perdieron 8.000 templos desde 1950 hasta el 2009. Estas denominaciones incluyen a los Metodistas, Presbiterianos, Luteranos, Congregacionalistas, Iglesia Reformada Holandesa, Episcopales, y varias otras denominaciones menores.

5 Antes de leer lo que viene a continuación, le ruego que piense que amo a la iglesia del Señor en todas sus manifestaciones y denominaciones. Es un privilegio ser parte del programa de Dios. Dentro del reino hay millares de iglesias excelentes, guiadas por pastores que aman a Dios, la Biblia y a su rebaño. Hay iglesias fundamentadas sólidamente en la Biblia y equilibradas en la práctica ministerial. Conozco personalmente a muchos pastores de los tres movimientos que voy a mencionar, que han sido mis mentores y me han ayudado a crecer en el conocimiento de Dios y como conducir un ministerio que honre a Jesucristo. Por lo tanto, muy lejos está de mí criticar la obra de Dios. Sin embargo, tantas veces, un líder enseña sobre las cosas que a él le dieron resultado, y sus seguidores lo avergüenzan porque entienden todo al revés y lo aplican mal. Entonces, junto con la bendición, vienen los problemas y las distorsiones. Y al escribir lo que sigue, mi único objetivo es ahorrarle a usted unos buenos dolores de cabeza. Más bien, anhelo que Dios le pueda aprobar y agregarle bendiciones sin límite a su ministerio.

6 A. W. Tozer, La búsqueda de Dios, Christian Publications, Harrisburg, Pensilvania, 1978, pág. 13.

7 Cuando nos mudamos a California en el año 2003, fui a ver si esta iglesia todavía existía. Tristemente en su lugar hoy hay un hotel. Un caso más de los tantos que por diversas razones internas, Jesucristo les removió el candelabro.

8 Este tema fundamental lo ampliaremos en el capítulo 5.

9 En el relato de Marcos tenemos un problema de texto. La versión Reina Valera, que sigue el Texto Recibido, menciona cuatro compromisos: estar con Jesús, predicar, sanar y liberar a los demonizados. Las versiones más nuevas (NVI, NBLH, NTV) que siguen los manuscritos más antiguos, solamente citan: estar con Jesús, predicar y liberar. Por esta razón al definir la tarea apostólica, y la nuestra en consecuencia, usamos las referencias en los tres Evangelios. Lucas no dice nada en cuanto a esta cuádruple tarea a que fueron llamados los doce.

10 Ampliaremos más este tema en nuestro último capítulo.

11 Esto es lo que enfatiza la palabra «anagnosis» que emplea Pablo en este caso.

La predicación

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